2. 2
INTRODUCCIÓN:
En cuanto a personalidad y trastornos de la personalidad, No pretendemos agotar
el problema definitorio de estas dos expresiones, aunque nos ocuparemos a
continuación de estas cuestiones definicionales; por lo que se refiere a personalidad
el lector puede acudir a distintos manuales (Pervin, 1990; Pelechano, 1993). Con el
fin de fijar posiciones, en el caso de la personalidad esencialmente existen dos
alternativas muy claras en la psicología contemporánea. En la primera se identifica
como personalidad aquella parcela del funcionamiento personal que es resistente
al cambio, se encuentra consolidada y posee una generalidad y coherencia de
respuestas en distintos tiempos y contextos (repárese que coherencia no quiere
decir que sea la misma respuesta, estereotipada o machaconamente aplicada en
situaciones distintas), dejando fuera de esa consideración lo que sea situacional,
reactivo-diferencial ante situaciones distintas; además, cuando se habla de
personalidad nos referimos a formaciones psicológicas integradas, con niveles de
organización y jerarquización. En la segunda línea de pensamiento, por
personalidad se entiende todo aquello que identifi ca al ser humano individual a lo
largo del ciclo vital, por lo que debe integrarse en un modelo de personalidad desde
la reactividad situacional hasta el estilo de vida, las motivaciones, creencias y
concepciones del mundo. Un ejemplo del primer modo de pensar lo representa la
aportación de H. J. Eysenck (Eysenck y Eysenck, 1985); un ejemplo del segundo,
J. Royce (Royce y Powell, 1983) y Pelechano (1973, 1996, 2000). Nuestro propio
posicionamiento teórico se encuentra en el segundo polo, con unas diferencias muy
notables respecto a Royce; el sistema conceptual y clasifi catorio de la
psicopatología por lo que se refi ere a los trastornos de personalidad está situado
en la primera de las opciones, si bien no en un modelo dimensional sino categorial,
aunque resulta muy difícil de mantener dentro de un modelo científico de
personalidad.
Un trastorno de la personalidad es un patrón permanente e inflexible de experiencia
interna y de comportamiento que se aparta acusadamente de las expectativas de la
cultura del sujeto, tiene su inicio en la adolescencia o principio de la edad adulta, es
estable a lo largo del tiempo y comporta malestar o perjuicios para el sujeto. Los
trastornos de la personalidad están reunidos en tres grupos que se basan en las
similitudes de sus características. El grupo A incluye los trastornos paranoides,
esquizoide y esquizotípico de la personalidad. Los sujetos con estos trastornos
suelen parecer raros o excéntricos. El grupo B incluye los trastornos antisociales,
límite, histriónico y narcisista de la personalidad. Los sujetos con estos trastornos
suelen parecer dramáticos, emotivos o inestables. El grupo C incluye los trastornos
por evitación, por dependencia y obsesivo-compulsivo de la personalidad. Los
sujetos con estos trastornos suelen parecer ansiosos o temerosos. Es frecuente que
3. 3
los individuos presenten al mismo tiempo varios trastornos de la personalidad
pertenecientes a grupos distintos.
El trastorno de la personalidad por dependencia es un patrón de comportamiento
sumiso y pegajoso relacionado con una excesiva necesidad de ser cuidado. Las
personas con ese trastorno no pueden tomar una decisión por ellas mismas. Todos
sus actos son consultados y necesitan la aprobación de los otros. Son personas
muy pasivas cuyas acciones están dirigidasa retener a las personas que las rodean.
No expresan sus opiniones, desacuerdos o sentimientos para conseguir su objetivo.
No toman decisiones y permiten que sean los otros que asuman la responsabilidad.
Siempre están pidiendo consejo y logran encontrar alguien que constantemente
decida por ellos. La falta de confianza en sí mismos hace que les dificulte el iniciar
relaciones o proyectos que no sean aceptados por los demás. Son capaces de
someterse a abusos o situaciones desagradables a cambio de compañía. La
necesidad de sr protegidos los lleva a sentirse desamparados cuando están solos,
ya que se sienten incapaces de cuidarse a sí mismos. Se consideran ineptos y
tienen una autoestima baja. Las críticas las toman como prueba de su incapacidad
y se perciben débiles e incapaces de sobrevivir si son abandonados.
En principio, la definición y clasificación de los trastornos de personalidad se
presenta como fruto de un «acuerdo» alcanzado tras una «profunda revisión de la
bibliografía publicada y la praxis profesional», aunque a nivel empírico sucede que
el pacto es sistemáticamente atacado desde casi todos los frentes y se termina
aceptando «como solución de compromiso» una cierta nomenclatura que no se
corresponde con los resultados que se obtienen y, como acabamos de ver en el
párrafo anterior, que puede llevar consigo defectos graves de forma y fondo y, por
ello, dificultades insalvables a la hora de obtener una comprensión precisa y una
predicción digna de ser tomada en consideración.
La relación que existe entre psicopatología y personalidad en general, y en concreto
entre la categoría psicopatológica de «trastornos de personalidad» y psicología de
la personalidad, es peculiar: resulta evidente que el pensamiento psicopatológico
ha tenido una gran influencia en la psicología de la personalidad (Pelechano, 1993)
y, en algunos casos, ha sido el motivo central en la elaboración de modelos teóricos
tanto a nivel estructural (como sucede en el caso de H. J. Eysenck, 1955, 1967)
como procesual (la teoría de las construcciones o constructos personales de G.
Kelly, 1955). De hecho, además, muchos de los conceptos y dimensiones aisladas
dentro de la psicología estructural de la personalidad (los rasgos aislados, al margen
de cómo se interpreten éstos y del nivel de consolidación y/o generalidad que se
asuma sobre ellos) poseen una dosis en mayor o menor grado (y más mayor que
menor) de psicopatología, acompañada de juicios de valor, positivos usualmente
cuando se trata de elementos comprometidos y/o facilitadores del éxito y
4. 4
competencia social; negativos cuando se trata de aspectos relacionados con el
fracaso y la incompetencia social. Pese a esta consideración, poco peso tiene en
psicopatología la investigación sobre ansiedad que se lleva a cabo en la psicología
de la personalidad, o el estudio de la personalidad en la delincuencia, en grupos
depresivos, en esquizofrenias y en otros grupos diagnósticos. Tampoco posee
especial relevancia en la conceptualización de los sistemas psicopatológicos más
generalizados la específica forma de influir la enfermedad física crónica en los seres
humanos, los distintos estudios de la recién creada psicología de la salud,
especialidad que ha aportado datos, modelos y formas de analizar el sufrimiento
humano desde una perspectiva y tradición distinta a la tradición psiquiátrica
predominante. Estas lagunas, ausencias o carencias no ayudan a la generación de
una psicopatología desde la psicología científica, y posiblemente esta distancia
entre psicología de la personalidad y psicopatología es la que explica la existencia
de incoherencias, vacíos y críticas que resultarían imposibles de otro modo, si
ambos acercamientos se encontraran más cerca. Y el asunto es tanto más curioso
cuanto que en la psicopatología existen distintos modelos implícitos acerca del
funcionamiento personal.
En cuanto a personalidad y trastornos de la personalidad, No pretendemos agotar
el problema definitorio de estas dos expresiones, aunque nos ocuparemos a
continuación de estas cuestiones definicionales; por lo que se refiere a personalidad
el lector puede acudir a distintos manuales (Pervin, 1990; Pelechano, 1993). Con el
fin de fijar posiciones, en el caso de la personalidad esencialmente existen dos
alternativas muy claras en la psicología contemporánea. En la primera se identifica
como personalidad aquella parcela del funcionamiento personal que es resistente
al cambio, se encuentra consolidada y posee una generalidad y coherencia de
respuestas en distintos tiempos y contextos (repárese que coherencia no quiere
decir que sea la misma respuesta, estereotipada o machaconamente aplicada en
situaciones distintas), dejando fuera de esa consideración lo que sea situacional,
reactivo-diferencial ante situaciones distintas; además, cuando se habla de
personalidad nos referimos a formaciones psicológicas integradas, con niveles de
organización y jerarquización. En la segunda línea de pensamiento, por
personalidad se entiende todo aquello que identifi ca al ser humano individual a lo
largo del ciclo vital, por lo que debe integrarse en un modelo de personalidad desde
la reactividad situacional hasta el estilo de vida, las motivaciones, creencias y
concepciones del mundo. Un ejemplo del primer modo de pensar lo representa la
aportación de H. J. Eysenck (Eysenck y Eysenck, 1985); un ejemplo del segundo,
J. Royce (Royce y Powell, 1983) y Pelechano (1973, 1996, 2000). Nuestro propio
posicionamiento teórico se encuentra en el segundo polo, con unas diferencias muy
notables respecto a Royce; el sistema conceptual y clasifi catorio de la
psicopatología por lo que se refi ere a los trastornos de personalidad está situado
5. 5
en la primera de las opciones, si bien no en un modelo dimensional sino categorial,
aunque resulta muy difícil de mantener dentro de un modelo científico de
personalidad.
HISTORIA DEL TRASTORNO
6. 6
Rastrear la evolución de los trastornos de personalidad en el pensamiento
psicopatológico representa una buena parte de la historia misma de la disciplina y
de las clasificaciones en personalidad procedentes de la tipología médica desde, al
menos, Hipócrates de Kíos. En algunos de los intentos llevados a cabo para ofrecer
una taxonomía sistemática y unos modelos «explicativos» de la psicopatología
desde la segunda mitad del siglo XIX tiende a aparecer una caracterización en la
que desde Kraepelin (e incluso autores unos años antes, como Griesinger) se
pretenden «entender» los grandes síndromes clínicos buscando unos antecedentes
premórbidos y unos correlatos mórbidos de estas perturbaciones psicopatológicas
tan graves. Así, en una edición avanzada de la monumental obra de Kraepelin se
hacía referencia a la «personalidad autista» como antecedente de la demencia
precoz. De forma un tanto paralela, Kretschmer propone un continuo racional que
iba desde la esquizofrenia hasta la psicosis maníaco-depresiva con intervalos
intermedios de «personalidades» más o menos patológicas en función de la
cercanía a cada uno de estos polos. Se les atribuya o no un sustrato hereditario, lo
que tienden a defender los autores clásicos es que existen unas predisposiciones a
tener uno u otro tipo de problema y los sucesos externos serían productores-
disparadores en mayor o menor medida de problemas graves dentro del campo de
la salud mental. Este puede ser un punto a tener en cuenta para entender la
afirmación de Jaspers (1913) cuando llegaba a afirmar que los trastornos de
personalidad no llegaban a ser «entidades» nosológicas como las psicosis, pero
que podían dar lugar a ellas y, en todo caso, que eran indicadoras de ciertas
alteraciones mentales que en unos casos eran el sustrato del sufrimiento personal
propio y en otros del ajeno. Desde una perspectiva muy distinta, la tradición
psicoanalítica defendía la existencia de una teoría de la personalidad y de la
psicopatología en la que la perturbación de la evolución personal sería la fuente
explicativa «responsable» de las alteraciones (por una solución insatisfactoria del
conflicto específico en cada fase evolutiva de la libido). Todo lo cual vendría a querer
decir que la tesis que viene defendiendo Millon desde hace más de un cuarto de
siglo (1981, 1985), en la que diluye la mayor parte de trastornos mentales en un
continuo de gravedad de alteraciones de la personalidad, no se encuentra muy
alejada de esta tradición histórica. Frente a Millon, sin embargo, habría que decir
que sería deseable proponer más de un eje racional a la hora de ofrecer un marco
teórico de gravedad, o, dicho con otras palabras, que deberían proponerse varios
ejes de gravedad a partir de la delimitación de notas básicas y distintas para cada
uno de los ejes propuestos (en este sentido, los trastornos de personalidad sí
corresponderían a alteraciones mentales, si bien con unas peculiaridades
definicionales que les son propias). Aproximadamente tras el primer tercio del siglo
xx se comienzan a proponer versiones más sociales que personales de las
alteraciones mentales (como defendió Kurt Goldstein), en la medida en que algunas,
al menos, de estas alteraciones llevan consigo unas repercusiones negativas para
7. 7
los demás ciudadanos (por ejemplo, trastornos que llevan consigo violencia,
agresión sexual y hasta muerte de los demás). Y, a la par, se vienen desarrollando
versiones de la personalidad «como respuesta» ante las acciones de los demás
(dicho con otras palabras, teorías y concepciones de la personalidad como papeles
sociales a desempeñar en el mundo interpersonal). En esta orientación, la
personalidad está entendida como el conjunto de papeles que un ser humano
desempeña a lo largo de su vida y la perturbación se concibe como aquellos papeles
que son perjudiciales para los demás (el problema de las sociopatías o psicopatías,
así como el de las «personalidades delictivas», se encuentra en esta opción) y, por
ello, los trastornos de personalidad serían concebidos como enfermedades o
errores del proceso de socialización dirigidos a la producción de daños en los
demás, sin que medie necesariamente ningún tipo de problema biológico. Estas tres
tradiciones, al menos, tienden a coincidir en la definición que proporciona el DSM-
III en un intento de agrupar y/o de alcanzar el mayor consenso posible y que se
encuentra asimismo presente en la última refundición publicada del DSM-IV (APA,
DSM-IV-TR, 2000), definición que cubre los siguientes aspectos: 1. Definición de
personalidad a partir de los rasgos, entendidos como «pautas duraderas de percibir,
pensar y relacionarse con el ambiente y con uno mismo y se hacen patentes en un
amplio margen de importantes contextos personales y sociales», definición que se
mantiene en el DSM-IV-TR. 2. Esta duración lleva a la propuesta de ciertas
equivalencias entre trastornos de la adolescencia, por un lado, y trastornos de
personalidad en los adultos, por otro, en la idea de que se trata de estructuras
estables y difíciles de modificar que se pueden detectar, en alguno de los trastornos,
en los primeros años de la vida de un ser humano, aunque, al menos en nuestros
días, no en todos. De ahí la afirmación de que las manifestaciones de los trastornos
de personalidad pueden ser reconocibles generalmente ya en la adolescencia, o
incluso en una fase evolutiva anterior, y continúan a lo largo de toda la vida adulta.
Curiosamente, este discurso de continuidad no se encuentra recogido «al revés»,
esto es, en los trastornos de la infancia y adolescencia no se presentan los
«antecedentes» claros que darían lugar a uno u otro de los posteriores trastornos
de personalidad. 3. Para que los rasgos de personalidad «adquieran» el carácter de
convertirse en trastornos de personalidad deben poseer ciertas características:
«cuando los rasgos de personalidad son inflexibles y desadaptativos, y causen una
perturbación funcional significativa o sufrimiento subjetivo» (DSMIV-TR, p. 686) se
habla de trastorno. Dicho con otras palabras: los criterios de anormalidad
propuestos lo son de forma disyuntiva (aunque no excluyente): sufrimiento personal,
problemas laborales o problemas sociales. Para que exista un trastorno de
personalidad deben provocar una perturbación funcional significativa «o» un
malestar o sufrimiento subjetivo. Esta conceptualización se encuentra presente en
una serie de autores que van desde los que aceptan desde el principio el sistema
de clasificación, como Tryer y Ferguson (1987), hasta aquellos otros que, como
8. 8
Widiger (1991, 1993a, b), se han mostrado especialmente críticos con él, aunque
curiosamente no tanto con la concepción definicional. A partir de aquí comienzan
una serie de propuestas acerca de los elementos a tener en cuenta a la hora del
diagnóstico diferencial. Para unos autores, como Millon, se trata de trastornos en
los que no existe conciencia de enfermedad (1981, 1985); para otros, se trata de
elementos claros de patología social, y para otros, finalmente, parece que serían
aminoraciones, estadios previos o estados psicológicos con un alto riesgo de
convertirse en una psicopatología mucho más grave si se dan los estresores
adecuados. En todo caso, Millon y Widiger han formado parte del equipo del DSMIV-
TR en la sección de trastornos de personalidad y, posiblemente ello ha incidido en
la posición más positiva hacia los modelos dimensionales de la personalidad (de
hecho, se acepta que cada uno de los «grupos» pueda ser tomado como
«dimensiones que representan espectros de disfunción de personalidad sobre un
continuo con los trastornos mentales del eje I»
Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM): Fundamentos
históricos
La primera edición del DSM fue publicada en la década de 1950. Se basó en una
nomenclatura desarrollada por William Meninger, con la idea de clasificar los
trastornos experimentados por ex–combatientes de la Segunda Guerra Mundial. Se
complementó con los resultados de encuestas aplicadas en hospitales psiquiátricos
y por opiniones de expertos de la APA de esa época. Esta versión del manual, y la
subsiguiente que fue publicada varios años después, reflejaban la predominante
psiquiatría psicodinámica de esa época, donde los síntomas se consideraban
consecuencia de conflictos subyacentes disfuncionales o «reacciones» secundarias
a los problemas cotidianos de la vida.
En la década de 1970 se tomó la decisión de publicar una tercera edición del DSM.
El objetivo principal era establecer una nomenclatura similar a la utilizada por la
Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS y mejorar la confiabilidad
de los diagnósticos psiquiátricos. Este nuevo manual se fundamentó, por primera
vez, en consideraciones descriptivas; las entidades psicopatológicas se definieron
como síndromes, se abandonó el enfoque psicodinámico y se consideró un modelo
biomédico para tratar de clarificar la diferencia entre lo normal y anormal. Fueron
introducidas muchas categorías nuevas de los trastornos. Sin embargo, surgió una
controversia con respecto a la cancelación del término «neurosis», un término
relacionado con el psicoanálisis pero considerado impreciso y no científico. Esta
situación generó una tremenda oposición, al grado que no es exagerado decir que
esta versión del DSM estuvo en riesgo de no ser aprobada por la APA, a menos que
el término «neurosis» fuera incluido de una u otra manera. Se decidió entonces
volver a insertar el término entre paréntesis, después de la palabra «trastorno» en
9. 9
algunos casos. En la década de 1980, y con un intervalo de siete años, se publicaron
la tercera edición y su versión revisada. En esta última algunas categorías fueron
reorganizadas nuevamente junto con cambios significativos en varios criterios.
Diagnósticos polémicos como el trastorno dismórfico premenstrual o la personalidad
masoquista, por citar solo algunos, fueron eliminados. Años después se publicó la
cuarta versión. El cambio en esta edición fue la inclusión de un criterio clínico
relevante para la esfera social y ocupacional y se incorporaron hallazgos de
investigaciones empíricas de tipo epidemiológico y clínico. Una revisión de este
manual fue publicada en el año 2000. Las categorías diagnósticas y la mayoría de
los criterios se mantuvieron intactos, se actualizaron algunas secciones y códigos
para mantener el objetivo de preservar la coherencia con la Clasificación de la
Organización Mundial de la Salud. Algunos detalles de cada una de las ediciones
del DSM se describen en el cuadro siguiente.
ETIOLOGÍA:
10. 10
Las personas con trastorno dependiente han tenido a menudo padres que les han
protegido demasiado, subrayando más los peligros derivados de sus decisiones que
los beneficios. La sobreprotección de los padres ha fomentado comportamientos
pasivos. A menudo la única fuente de estimulación en el medio ha sido la madre.
Estas personas han desarrollado un apego inseguro a la madre, lo que les lleva a
sentir más ansiedad al separarse de ella. A menudo han sufrido una enfermedad
crónica en la niñez o en la adolescencia, y no han tenido satisfacción suficiente o
han tenido demasiada satisfacción en la fase oral. Respondiendo a frustraciones y
gratificaciones excesivas en la niñez, han desarrollado un carácter oral pasivo, lo
que a menudo se traduce en debilidad de carácter y tendencia al alcoholismo.
Los patrones de figuras protectoras que ha introyectado la persona dependiente le
conducen a la elección de compañeros protectores y a la dependencia hacia
cualquier figura protectora, más que hacia figuras concretas de apego. Muestra
incertidumbre y zozobra ante la necesidad de diferenciarse de los otros y muestra
asimismo dificultades en el afianzamiento de la identidad personal. Es evidente la
ansiedad que muestra en el proceso de diferenciación. Vive la diferenciación como
una pérdida. Se siente ansiosa ante la soledad y eufórica en compañía de figuras
protectoras. Vive anclada en el dilema de una dependencia o una independencia
plena, sin términos medios de mayor o menor dependencia.
Al no haber desarrollado una personalidad autónoma, se muestra indecisa,
conformista y con poco sentido crítico ante las figuras protectoras. Está más
orientada hacia las necesidades y deseos de las personas que ama que a las suyas
propias. Es vulnerable ante la crítica de los demás y teme el fracaso.
Su personalidad se caracteriza por la falta de autoestima, de autoconfianza y de
asertividad, por la necesidad de afecto y por el menosprecio de sí mismo. Se
muestra humilde, amable, fiel, viscosa, cordial, generosa. Desarrolla a menudo
trastornos psicosomáticos.
Tanto la personalidad evitadora como la dependiente tienen falta de seguridad y
miedo a la crítica. El evitador tiene mucha necesidad de protección y afecto, pero
no se suele fiar de los demás. El dependiente, en cambio, se fía de ellos. El evitador
se aleja de los demás y se aísla prediciendo la exclusión. El dependiente, en
cambio, teme encontrarse solo, se fía de los demás y busca su protección.
El terapeuta debe fijar unos objetivos claros al paciente con personalidad
dependiente, para que vaya abandonando el sentimiento de inutilidad, según vaya
consiguiendo esos objetivos, aunque siempre hay que contar con que el
dependiente verá con suspicacia los avances terapéuticos que le lleven a
11. 11
independizarse. Hay que enseñarle habilidades conductuales y a tomar decisiones.
Los otros le deben hacer partícipe de sus dudas.
EPIDEMIOLOGÍA
En cuanto al trastorno de la personalidad por dependencia encontramos cifras del
2% al 22% enormemente dispares. La relación entre mujeres y varones es de 3 a
1. Los trabajos publicados no muestran diferencias entre los pacientes
hospitalizados y los asistidos ambulatoriamente.
12. 12
CUADRO CLÍNICO
Características diagnósticas. La característica esencial del trastorno de la
personalidad por dependencia es una necesidad general y excesiva de que se
ocupen de uno, que ocasiona un comportamiento de sumisión y adhesión y temores
de separación. Este patrón empieza al principio de la edad adulta y se da en
diversos contextos. Los comportamientos dependientes y sumisos están destinados
a provocar atenciones y surgen de una percepción de uno mismo como incapaz de
funcionar adecuadamente sin la ayuda de los demás. Los sujetos con trastorno de
la personalidad por dependencia tienen grandes dificultades para tomar las
decisiones cotidianas (por ejemplo, qué color de camisa escoger para ir a trabajar
o si llevar paraguas o no), si no cuentan con un excesivo aconsejamiento y
reafirmación por parte de los demás. Estos individuos tienden a ser pasivos y a
permitir que los demás (frecuentemente una sola persona) tomen las iniciativas y
asuman la responsabilidad en las principales parcelas de su vida. Es típico que los
adultos con este trastorno dependan de un progenitor o del cónyuge para decidir
dónde deben vivir, qué tipo de trabajo han de tener y de quién tienen que ser amigos.
Los adolescentes con este trastorno permitirán que sus padres decidan qué ropa
ponerse, con quién tienen que ir, cómo tienen que emplear su tiempo libre y a qué
escuela o colegio han de ir. Esta necesidad de que los demás asuman las
responsabilidades va más allá de lo que es apropiado para la edad o para la
situación en cuanto a pedir ayuda a los demás (por ejemplo, las necesidades
específicas de los niños, las personas mayores y los minusválidos). El trastorno de
la personalidad por dependencia puede darse en un sujeto con una enfermedad
médica o una incapacidad grave, pero en estos casos la dificultad para asumir
responsabilidades debe ir más lejos de lo que normalmente se asocia a esa
enfermedad o incapacidad. Los sujetos con trastorno de la personalidad por
dependencia suelen tener dificultades para expresar el desacuerdo con los demás,
sobre todo con aquellos de quienes dependen, porque tienen miedo de perder su
apoyo o su aprobación. El comportamiento no se debe considerar indicador de
trastorno de la personalidad por dependencia si las preocupaciones por las
consecuencias de expresar el desacuerdo son realistas (por ejemplo, temores
realistas de venganza por parte de un cónyuge agresivo). A los sujetos con este
trastorno les es difícil iniciar proyectos o hacer las cosas con independencia. Les
falta confianza en sí mismos y creen que necesitan ayuda para empezar y llevar a
cabo las tareas. Esperarán a que los demás empiecen a hacer las cosas, porque
piensan que, por regla general, lo hacen mejor que ellos. Estas personas están
convencidas de que son incapaces de funcionar de forma independiente y se ven a
sí mismos como ineptos y necesitados de ayuda constante. Sin embargo, pueden
funcionar adecuadamente si se les da la seguridad de que alguien más les está
supervisando y les aprueba. Los sujetos con trastorno de la personalidad por
13. 13
dependencia pueden ir demasiado lejos llevados por su deseo de lograr protección
y apoyo de los demás, hasta el punto de presentarse voluntarios para tareas
desagradables si estos comportamientos les van a proporcionar los cuidados que
necesitan. Pueden hacer sacrificios extraordinarios o tolerar malos tratos verbales,
físicos o sexuales (debe tenerse en cuenta que este comportamiento sólo debe
considerarse indicador de trastorno de la personalidad por dependencia cuando
quede claramente demostrado que el sujeto dispone de otras posibilidades). Los
sujetos con este trastorno se sienten incómodos o desamparados cuando están
solos debido a sus temores exagerados a ser incapaces de cuidar de sí mismos.
Pueden ir «pegados» a otros únicamente para evitar estar solos, aun cuando no
estén interesados o involucrados en lo que está sucediendo. Cuando termina una
relación importante (por ejemplo, la ruptura con un amante o la muerte de alguien
que se ocupaba de ellos), los individuos con trastorno de la personalidad por
dependencia buscan urgentemente otra
relación que les proporcione el cuidado y el
apoyo que necesitan. Su creencia de que son
incapaces de funcionar en ausencia de una
relación estrecha con alguien motiva el que
estos sujetos acaben, rápida e
indiscriminadamente, ligados a otra persona.
Los sujetos con este trastorno suelen estar
preocupados por el miedo a que les
abandonen y tengan que cuidar de sí mismos.
Se ven a sí mismos tan dependientes del
consejo y la ayuda de otra persona importante, que les preocupa ser abandonados
por dicha persona aunque no haya fundamento alguno que justifique esos temores.
Para ser considerados indicadores de este criterio, los temores deben de ser
excesivos y no realistas.
Síntomas y trastornos asociados. Los sujetos con trastorno de la personalidad por
dependencia se caracterizan por el pesimismo y la inseguridad en sí mismos,
tienden a minimizar sus capacidades y sus valores y pueden referirse
constantemente a sí mismos como «estúpidos». Toman las críticas y la
desaprobación como pruebas de su inutilidad y pierden la fe en sí mismos. Las
relaciones sociales tienden a limitarse a las pocas personas de quienes el sujeto es
dependiente. Puede haber un riesgo elevado de trastornos del estado de ánimo,
trastornos de ansiedad y trastornos adaptativos. El trastorno de la personalidad por
dependencia se asocia frecuentemente a otros trastornos de la personalidad, en
especial a los trastornos de la personalidad límite, por evitación e histriónico. Puede
predisponer a desarrollar este trastorno el que el sujeto haya presentado una
14. 14
enfermedad médica crónica o un trastorno de ansiedad por separación en la infancia
o la adolescencia.
Síntomas dependientes de la cultura, la edad y el sexo. El grado en que los
comportamientos dependientes se consideran adecuados varía sustancialmente
según la edad y los grupos socioculturales. La edad y los factores culturales han de
ser tenidos en cuenta para evaluar el umbral diagnóstico de cada criterio. El
comportamiento dependiente sólo debe considerarse característico del trastorno
cuando sea claramente excesivo para las normas culturales del sujeto o refleje
preocupaciones no realistas. En algunas sociedadeses característico poner énfasis
en la pasividad, la cortesía y el trato respetuoso, lo que puede ser malinterpretado
como rasgos de trastorno de la personalidad por dependencia. Del mismo modo, la
sociedad puede promover o desalentar el comportamiento dependiente de una
forma diferente en varones y mujeres. En los niños y adolescentes este diagnóstico
debe utilizarse con precaución, si es que se utiliza, ya que el comportamiento
dependiente puede ser apropiado en el proceso de desarrollo. En el marco clínico,
el trastorno se ha diagnosticado con mayor frecuencia en mujeres; sin embargo, la
proporción según el sexo de este trastorno no es significativamente diferente que la
proporción en el marco clínico. Por otra parte, algunos estudios que han utilizado
evaluaciones estructuradas describen unas tasas de prevalencia similares en
varones y mujeres.
Prevalencia. El trastorno de la personalidad por dependencia está entre los
trastornos de la personalidad encontrados con más frecuencia en las clínicas de
salud mental.
15. 15
DIAGNÓSTICO
El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV-TR) postula
los siguientes ocho criterios diagnósticos para el trastorno de personalidad por
dependencia, al menos se necesitan cinco para poder decir que se padece de este
trastorno.
Criterio 1: Los sujetos con trastorno de la personalidad por dependencia tienen
grandes dificultades para tomar las decisiones cotidianas si no cuentan con un
excesivo aconsejamiento y reafirmación por parte de los demás. (ej. Qué color de
camia escoger para ir a trabajar o si llevar paraguas o no).
Criterio 2: Tienden a ser pasivos y a permitir que los demás (frecuentemente una
única persona) tomen las iniciativas y asuman la responsabilidad en las principales
parcelas de su vida. Los individuos con este trastorno dependen de un progenitor o
del cónyuge para decidir dónde deben vivir, qué tipo de trabajo ande tener y de
quién tienen que ser amigos. Si son adolescentes, estos permiten que sus padres
decidan que ropa ponerse, con quién tienen que ir, cómo tienen que emplear su
tiempo libre y a qué escuela o colegio han de ir.
Criterio 3: Los sujetos con trastorno de la personalidad por dependencia suelen
tener dificultades para expresar el desacuerdo con los demás, sobre todo con
aquellos de quienes dependen, porque tiene miedo a perder su apoyo o su
aprobación. Estos sujetos se sienten tan incapaces de funcionar solos, que se
mostrarán de acuerdo con cosas que piensan que son erróneas antes de
arriesgarse a perder la ayuda de aquellos de quienes esperan que les dirijan. No
muestran el enfado que sería apropiado con aquellos cuyo apoyo y protección
necesitan por temor a contrariarles.
El comportamiento no se debe considerar indicador de trastorno de la personalidad
por dependencia si las preocupaciones por las consecuencias de expresar el
desacuerdo son realistas (p. ej., temores realistas de venganza por parte de un
cónyuge agresivo).
Criterio 4: A los sujetos con este trastorno les es difícil iniciar proyectos o hacer las
cosas con independencia.
Les falta confianza en sí mismos y creen que necesitan ayuda para empezar y llevar
a cabo las tareas. Esperarán a que los demás empiecen a hacer las cosas, porque
piensan que, por regla general, lo hacen mejor que ellos. Estas personas están
convencidas de que son incapaces de funcionar de forma independiente y se ven a
sí mismos como ineptos y necesitados de ayuda constante. Sin embargo, pueden
funcionar adecuadamente si se les da la seguridad de que alguien más les está
supervisando y les aprueba. Pueden tener miedo a hacerse o a parecer más
competentes, ya que piensan que esto va a dar lugar a que les abandonen. Puesto
que confían en los demás para solucionar sus problemas, frecuentemente no
16. 16
aprenden las habilidades necesarias para la vida independiente, lo que perpetúa la
dependencia.
Criterio 5: Los sujetos con trastorno de la personalidad por dependencia pueden ir
demasiado lejos llevados por su deseo de lograr protección y apoyo de los demás,
hasta el punto de presentarse voluntarios para tareas desagradables si estos
comportamientos les van a proporcionar los cuidados que necesitan.
Están dispuestos a someterse a lo que los demás quieran, aunque las demandas
sean irrazonables. Su necesidad de mantener unos vínculos importantes suele
comportar unas relaciones desequilibradas y distorsionadas. Pueden hacer
sacrificios extraordinarios o tolerar malos tratos verbales, físicos o sexuales. (Debe
tenerse en cuenta que este comportamiento sólo debe considerarse indicador de
trastorno de la personalidad por dependencia cuando quede claramente
demostrado que el sujeto dispone de otras posibilidades).
Criterio 6: Los sujetos con este trastorno se sienten incómodos o desamparados
cuando están solos debido a sus temores exagerados a ser incapaces de cuidar de
sí mismos.
Pueden ir “pegados” a otros únicamente para evitar estar solos, aun cuando no
estén interesados o involucrados en lo que está sucediendo.
Criterio 7: Cuando termina una relación importante (p. ej., la ruptura con un amante
o la muerte de alguien que se ocupaba de ellos), los individuos con trastorno de la
personalidad por dependencia buscan urgentemente otra relación que les
proporcione el cuidado y el apoyo que necesitan.
Criterio 8: Su creencia de que son incapaces de funcionar en ausencia de una
relación estrecha con alguien motiva el que estos sujetos acaben, rápida e
indiscriminadamente, ligados a otra persona. Los sujetos con este trastorno suelen
estar preocupados por el miedo a que les abandonen y tengan que cuidar de sí
mismos.
Se ven a sí mismos tan dependientes del consejo y la ayuda de otra persona
importante, que les preocupa ser abandonados por dicha persona aunque no haya
fundamento alguno que justifique esos temores. Para ser considerados indicadores
de este criterio, los temores deben de ser excesivos y no realistas. Por ejemplo, un
anciano con cáncer que se muda a casa de su hijo para que le cuide estaría
presentando un comportamiento dependiente que es apropiado dadas las
circunstancias de esa persona.
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La Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas
Relacionas con la Salud décima revisión propone diferentes criterios diagnóstico
que, si bien son diferentes, describen en líneas generales el mismo trastorno.
Se trata de un trastorno de la personalidad caracterizado por:
a) Fomentar o permitir que otras personas asuman responsabilidades importantes
de la propia vida.
b) Subordinación de las necesidades propias a las de aquellos de los que se
depende; sumisión excesiva a sus deseos.
c) Resistencia a hacer peticiones, incluso las más razonables, a las personas de
las que se depende.
d) Sentimientos de malestar o abandono al encontrarse solo, debido a miedos
exagerados a ser capaz de cuidar de sí mismo.
e) Temor a ser abandonado por una persona con la que se tiene una relación
estrecha y temor a ser dejado a su propio cuidado.
f) Capacidad limitada para tomar decisiones cotidianas sin el consejo o seguridad
de los demás.
Puede presentarse además la percepción de sí mismo como inútil, incompetente y
falto de resistencia.
Incluye:
Personalidad asténica: se caracteriza por una baja energía, por pérdida de
entusiasmo y por un exceso de sensibilidad frente a las situaciones de tensión física
y emocional.
Personalidad inadecuada: caracterizada por la falta de fuerza vital, inmadurez
emocional, inestabilidad social, escaso juicio, escasa motivación, ineptitud
(especialmente para las relaciones interpersonales) e incapacidad para adaptarse
o reaccionar de forma eficaz a situaciones nuevas o de tensión.
Personalidad pasiva: la persona no se preocupa por cambiar las cosas para que
pasen como ellas lo desean, esperan a que sucedan las cosas por sí mismas. No
buscan oportunidades, esperan a que estas se sitúen frente a ellos, etc.
Personalidad derrotista: incluye el temor a ser conocido, la persona es conformista
y está a la defensiva.
Así como los trastornos de las personalidades descritas anteriormente.
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DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
El trastorno de la personalidad por dependencia debe diferenciarse de la
dependencia que surge como consecuencia de trastornos del Eje I:
Trastornos del estado de ánimo. Estos trastornos incluyen depresión y el
trastorno bipolar entre otros trastornos.
Trastorno de angustia. Presencia de crisis de angustia recidivantes e
inesperadas, seguidas de la aparición, durante un período como mínimo de
1 mes, de preocupaciones persistentes por la posibilidad de padecer nuevas
crisis de angustia y por sus posibles implicaciones o consecuencias, o bien
de un cambio comportamental significativo relacionado con estas crisis. Hay
que distinguirlas de los efectos que produce algunas substancias como la
cafeína o enfermedades médicas como el hipertiroidismo.
Agorafobia. Ansiedad que aparece donde resulta difícil escapar u obtener
ayuda. En consecuencia se produce una evitación casi permanente de
muchas situaciones, como estar solo dentro o fuera de casa; sitios con
mucha gente, mezclarse con la gente; viajar en automóvil, autobús, o avión;
o encontrarse en un puente o en un ascensor.
Como resultado de enfermedades médicas.
El trastorno de la personalidad por dependencia tiene un inicio temprano, un curso
crónico y un patrón de comportamiento que no aparece exclusivamente en el
transcurso de un trastorno del Eje I o el Eje III.
Otros trastornos de la personalidad se pueden confundir con el trastorno de la
personalidad por dependencia porque tienen algunas características en común
(rasgos de dependencia) por ejemplo:
Trastorno límite de la personalidad: se caracterizan por el temor al abandono; sin
embargo, el individuo con trastorno límite de la personalidad reacciona al abandono
con sentimientos de vacío emocional, rabia y demandas, mientras que el individuo
con trastorno de la personalidad por dependencia reacciona con un aumento de la
mansedumbre y la sumisión y busca urgentemente una relación de reemplazo que
proporcione cuidados y apoyo. Además, el trastorno límite de la personalidad puede
distinguirse del trastorno de la personalidad por dependencia por el típico patrón de
relaciones inestables e intensas.
Trastorno histriónico de la personalidad: al igual que los que tienen trastorno de
la personalidad por dependencia, experimentan una gran necesidad de reafirmación
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y aprobación, y pueden parecer infantiles y pegajosos. Sin embargo, a diferencia
del trastorno de la personalidad por dependencia, que se caracteriza por la
anulación de uno mismo y un comportamiento dócil, el trastorno histriónico de la
personalidad se caracteriza por la extravagancia gregaria con demandas activas de
atención.
Trastorno de la personalidad por evitación: está caracterizados por sentimientos
de inferioridad, hipersensibilidad a las críticas y necesidad de reafirmación; sin
embargo, los sujetos con trastorno de la personalidad por evitación tienen un temor
tan fuerte a la humillación y al rechazo, que se aíslan hasta que están seguros de
ser aceptados. Por el contrario, los sujetos con trastorno de la personalidad por
dependencia tienen más bien un patrón de búsqueda y mantenimiento de los
contactos con las personas importantes para ellos, que de evitación y alejamiento
de las relaciones.
El trastorno de la personalidad por dependencia tiene que diferenciarse de un
cambio de la personalidad debido a una enfermedad médica, en la que los rasgos
aparecen como un efecto directo de una enfermedad del sistema nervioso central.
Asimismo debe distinguirse de los síntomas que se pueden presentar en asociación
con el consumo crónico de sustancias (como el trastorno relacionado con la
cocaína no especificado).
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TRATAMIENTO
El mejor tratamiento consiste en la terapia que ayude a la persona a conseguir
autonomía, autoconfianza y el sentimiento de autoeficacia. Para llegar a eso, es
necesario que el individuo se distancie de las personas más cercanas para
comenzar el nuevo proceso de independencia. No obstante, el terapeuta debe estar
cauteloso que la persona no cree dependencia de la terapia ni de quien la imparta.
Por lo tanto, deberá transferir en las manos del paciente, el abordaje del cambio,
así le enseñará a la persona a tomar decisiones e iniciativas para que esta pueda
empezar a valorar sus propios logros.
La psicoterapia de Apoyo de Rockland propone potenciar las fortalezas que el
paciente posea, como lo son sus capacidades de afrontamiento y el uso de
herramientas intrínsecas, asimismo, se intenta reducir el distrés producto de las
conductas mal adaptadas, y fomenta también la toma de decisiones de una manera
asertiva e independiente.
Recomendaciones:
Plantear como meta de la terapia la asertividad adecuada, que no les
impedirá el mantenimiento de relaciones estrechas e íntimas.
Avanzar gradualmente, a medida que se va incrementando su autoconfianza
y su sentido de autoeficacia.
No sacar el tema de la dependencia demasiado pronto, ni pretender ir
demasiado rápido, porque se asustan.
Al principio es mejor trabajar en las quejas que plantea el paciente.
Alentarle a que explore sus pensamientos y sentimientos respecto al
terapeuta, relacionándolo con lo que piensa y siente por otras personas.
Para estimular su participación activa en la terapia.
Estos pacientes tienden a tratar al terapeuta como autoridad por lo que no se debe
decir “debe hacer” ya que podría agravar la dependencia. Es mejor usar el
descubrimiento guiado y la interrogación socrática y que los vayamos animando a
una participación cada vez mayor.
Desarrollar su sentido de eficacia
Establecer metas claras y específicas. Así, al ir alanzándolas se refuta su creencia
“no soy capaz”. Es importante el trabajar en metas que fomenten su autonomía (ej.
Ir sola al supermercado, etc.,). Hacer una jerarquía de toma de decisiones, cada
decisión que tome por sí mismo refuerza su creencia de que puede hacer algunas
cosas sin depender de nadie.
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Por otro lado, la Terapia Conductual Dialéctica promueve la estabilidad del paciente
y la mejora de su control personal. Este proceso se lleva a cabo por medio de tres
etapas:
1. Se trabajan conductas agresivas y autodestructivas.
2. Resolución de problemas.
3. Incrementar capacidad del paciente para disfrutar.
Otro tipo de terapia utilizada es de Orientación Psicoanalítica de Halliwick en donde
se utilizan recursos que combinan la psicoterapia individual, de grupo, psicodrama,
farmacología y atención comunitaria.
Puede resultarles difícil y amenazadora la finalización de la terapia por su creencia
de que sin el terapeuta no podrán mantener los progresos. Planearlo como un
experimento y hacerlo gradualmente, espaciando las sesiones y recordándoles que
pueden tener alguna sesión de refuerzo si es necesario.
Los fármacos son necesarios cuando se presentan sintomatología de crisis de
angustia o ansiedad intensa por causa de la separación, ante estos síntomas se
sugiere imipramina, el cual es un fármaco antidepresivo o también llamado como
inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina. Asimismo, si se presentan
alteraciones conductuales o cambios afectivos significativos, se recomiendan
antiepilépticos como la Carbamazepina.
PRONÓSTICO
Con tratamiento el pronóstico suele ser favorable. Mientras no se trate el trastorno
la vida de la persona queda muy limitada y su evolución queda en función de la
calidad humana del protector. Si fracasa o se interrumpe la relación con el protector
se puede llevar a un trastorno depresivo.
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CASO CLÍNICO
1) Blanca de 36 años acude a consulta acompañada de su hermana menor. Hace
un año y medio tuvo una ruptura de pareja con la que llevaba conviviendo 3 años y
se trasladó a casa de su hermana porque, según dice, se veía incapaz de vivir sola.
Desde entonces se siente con miedo y se ve incapaz de tomar cualquier tipo de
decisión. Su ex pareja tomaba por ella todas las decisiones: donde vivir, donde
invertir el dinero, donde ir de vacaciones, que días salir a cenar etc. Después de la
ruptura, Blanca manifiesta que se quedó “totalmente perdida, desorientada e
indefensa”. Trabaja de administrativa y ha tenido algún problema con sus
compañeros de trabajo ya que pide consejo para todo y demanda atención y ayuda
constante. Sus padres y hermanos siempre la han protegido mucho, ya que la ven
como muy débil y dependiente. Su hermana dice estar muy preocupada porque esto
cada vez se ha ido agravando más y considera que Blanca debería ir tomando las
riendas de su vida y empezar a ser más autónoma; en ese momento Blanca
empieza a llorar desconsoladamente manifestando que prefiere morir antes de
verse sola.
2) Robyn, de 21 años fue diagnosticado con trastorno dependiente de la
personalidad. Desde que era pequeño siempre su papá abusó de ella tanto verbal
como emocionalmente. Este factor la hizo depender de los otros y tuvo encuentros
abusivos con otras personas como su novio Erik. Erik la trataba mal, la inducía a
pagar todo aparte de que él tenía una relación con otra mujer, con todo y estas
malas cualidades ella decidió quedarse con él. Robyn admitió que las acciones de
su padre la moldearon en la persona que era exclamando “Mi madre me trato de
una manera y ahora supongo que espero que las otras personas me traten igual”.
Su padre pudo haberla influenciado en su decisión de depender de su novio porque
eso era el único amor que ella había experimentado. Primero fue diagnosticada solo
con trastorno de la adaptación con ansiedad y depresión cuando fue a la sala de
urgencias por un ataque de pánico. Robyn sintió que moría y terminó muy asustada.
Al mismo tiempo que entraba a la sala de urgencias, Robyn había terminado con
Erik, con quien había estado por tres años. Aunque estaban separados, ella lo
extrañaba mucho y cayó en una depresión severa por su ausencia. En las sesiones
de terapia, ella admitió: “aun lo amo, pero no me gusta el tipo de persona que es”,
Robyn estaba emocional y físicamente atraída y desesperada por Erik quien la
había dañado y no le había dado nada mas que tristeza. Ella se odiaba a sí misma
y estaba muy furiosa, “todo es mi culpa” lo decía conscientemente en terapia.
Cuando caminaba hacia su terapista no hacía contacto visual porque tenía la
autoestima muy baja. Además sentía que sus amigos cada vez le interesaban
menos, tenía un aumento en su apetito y sufría estar sola. Su abuela entró al
hospital en calidad de paciente y eso le hizo recordar la muerte de su abuelo lo que
la puso más triste. Durante este tiempo fue despedida de su trabajo por tomarse
muchos días libres gracias a que su depresión interfería con su concentración, no
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asistía al trabajo. Comenzó a deprimirse severamente, experimentó ansiedad y
ataques de pánico.
Robyn comenzó a faltar a sus citas con el psicoterapeuta, negaba estar deprimida
y sentirse sin esperanza. Aseguraba estar bien y que todo estaba bien, en el
momento que dejó de ir a las terapias reanudó su relación abusiva con su exnovio
Erik. Robyn afirmó que era mejor ser lastimada por él que por otra persona, en
verdad estaba atada a él.
Cuando pierde su trabajo empieza a exprimir sus tarjetas de crédito. Críticamente
siente que necesita a alguien de quien depender porque siempre había tenido
alguien en quien apoyarse. Confundida y deprimida, empieza a beber alcohol
(aunque no abusó de él), la hacía sentirse aún más triste. También empezó a fumar
marihuana lo que pude haber influenciado en su aumento de apetito cuando usaba
este producto. Robyn no tenía tarjeta de circulación, lo cual es raro para una mujer
de 21 años, nunca intentó obtener una. Esto es un hecho que indica su urgencia por
tener alguien siempre de quien depender. Siempre tenía alguien que la llevara
manejando porque ella no podía hacerlo (sin una excusa válida).
Después de regresar a sus terapias, Robyn se da cuenta que está siendo lastimada
“Arruina su vida ya ahora está arruinando la mía”, Robyn menciona a su terapeuta
después de que Erik fue arrestado y puesto en prisión por drogas. Finalmente
admite que sus acciones eran incorrectas, se dio cuenta que se sumergió en un
ambiente negativo. Después, Robyn consigue un trabajo de medio tiempo como
cajera. Dejó de ir a la terapia pero no porque negaba necesitarla, sino porque en
verdad ella se sentía mucho mejor. Eso se mostraba en su rostro vivaz, se veía que
volvía a tener su vida otra vez pero aún sufría de un trastorno de personalidad
dependiente.
Robyn también comenzó una relación con un joven de 26 años con un hijo, en
proceso de divorcio. En verdad no quería hablar sobre eso, pero dijo que eso la
hacía feliz a ella y a él, era todo lo que quería para empezar otra vez.
Sorprendentemente, Robyn tenía los ocho criterios diagnósticos del DSM V. En la
escala de función global, el caso de Robyn está rankeado en 41/50. Fue descrito
como: mayor discapacidad en ciertas áreas como el trabajo, la escuela, relaciones
familiares, juicio, ánimo y pensamientos. Su caso aplica a este ranking porque tuvo
discapacidad para mantener su trabajo, tuvo menos interés es sus amigos y se
sentía perdida al no estar en una relación.
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CONCLUSIÓN
El trastorno de la personalidad por dependencia muestra en sí una serie de rasgos
patológicos que generan un daño tanto al individuo que lo padece como a los que
se encuentran a su alrededor. De acuerdo con la recolección de datos realizada, se
evidencia que las causas de este trascienden más allá de un apego inseguro y
ansioso en las etapas tempranas de la vida, pues desde el punto de vista genético,
hay una predisposición que hace algunas personas más vulnerables a padecer de
este trastorno.
Con respecto al tratamiento, se puede decir que el más efectivo es aquel que genere
un alto grado de independencia y autoeficacia en las personas que presentan el
trastorno y que de manera integral logre producir un impacto positivo tanto en el
individuo como en las personas que están involucradas. Coincidiendo con el doctor
Rolando Ramírez, a pesar de que la terapia racional emotiva conductual es muy
efectiva, esta al ser tan instructiva no logra restaurar los vínculos que de alguna u
otra manera no han sido bien establecidos, pues más bien generan dependencia
del paciente al terapeuta cuando este último le da direcciones sobre lo que debería
pensar, por ejemplo si se usara el modelo ABC. Por su parte, la terapia analítica
intenta sacar a la luz hechos del pasado de la persona que no han sido resueltos,
en el caso de las personas que padecen del trastorno de la personalidad por
dependencia, se trabajarían los vínculos que fueron mal instaurados desde la niñez.
Este trastorno en el contexto costarricense se puede ver en los problemas producto
de la violencia intrafamiliar, pues la mayoría de las mujeres se someten a hombres
dominantes debido a que no poseen niveles altos de autoeficacia y autovaloración,
asimismo, se ve mucho la dependencia emocional, pues esta hace que muchas
mujeres costarricenses pongan de primero la relación de pareja que a ellas mismas.
Por lo tanto, se puede decir que los siguientes factores del trastorno repercuten
negativamente en las relaciones de pareja:
Dificultades para tomar decisiones: uno de los componentes más importantes
dentro de una relación de pareja es la comunicación asertiva, si no se tiene
esta, habrán malinterpretaciones, confusiones y no se hablará en un mismo
idioma (Aparicio, 2006).
Tendencia agradar a los demás: una relación de pareja debe ser constructiva
y edificante, sin embargo, si la persona no demuestra quien es realmente y
qué es lo que quiere, su pareja no podrá tener el reto de tolerar las diferencias
de esa persona y por eso, no habrá desacuerdos que edifiquen a ambas
personas y formen el carácter en la pareja (Aparicio, 2006).
Sacrificios físicos o sexuales: este hecho repercute desfavorablemente en la
integridad de la persona, pues acciones como el tener relaciones sexuales
deben ser dirigidas para la edificación y satisfacción de ambos.
Tendencia a elegir compañeros de pareja dominantes, agresivos y
posesivos: como se vio en el análisis de la información, existe un ciclo en las
relaciones dependientes en donde la fase de transición de pareja hace que
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la persona con rasgos dependientes busque el mismo patrón para sentirse
segura y sumisa. Lamentablemente, esta tendencia es la que lleva a muchas
mujeres a relacionarse sentimentalmente con hombres agresores y ahí
donde se desencadena la violencia intrafamiliar y/o doméstica. Asimismo,
este patrón dominante hace que la identidad de la persona con rasgos
dependientes se vea inhibida por completo, desboronando lo que esta
representa para sí misma y para los demás.
Dificultad para iniciar proyectos o tareas por la baja confianza personal que
sienten en su criterio o capacidades: una de las claves para que la relación
de pareja sea saludable y funcional, es que ambas personas tengan
proyectos en común e individuales. Esto porque el sentido de pertenencia es
importante para ambos, sin embargo, es necesario que cada individuo tenga
su espacio para autorrealizarse y para que no pierda esa individualidad que
también es parte del ser humano
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