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  5. 74 // E N T R E E L M A R Y L A T I E R R A
  6. E M I L I O M A R T Í N G U T I É R R E Z // 75 ENTRE EL MAR Y LA TIERRA. La desembocadura del Guadalquivir en el siglo XV y la transición hacia el XVI Emilio Martín Gutiérrez1 Una lectura a través del concepto “Riparia”: interacción sociedad-medio ambiente La esfera inferior fue hecha de mar y tierra, divididas las regiones con criterio diverso. Pues unas veces el mar se mete en las tierras, otras retirándose baña promontorios de tierra, y de este modo ambas naturalezas se compenetran por turno con mutuos beneficios, y aunque fijan su emplazamientos alternativamente, la zona que ocupa la tierra destaca, ya sea que lo consiga por los montes que se alzan, ya por el litoral que unas veces es más elevado y se alza poco a poco (B. Arias Montano, 2002: 307). Con estas palabras Benito Arias Montano ini- ciaba su reflexión sobre “las aglomeraciones de aguas, que llaman mares, y de los ríos”, incluida en el libro “Historia de la Naturaleza” publica- do en 1601 tres años después de la muerte del humanista. Su interpretación de que “ambas na- turalezas se compenetran por turno con mutuos beneficios” me sirve como punto de inicio de mi discurso: “entre el mar y la tierra. La desembo- cadura del Guadalquivir en el siglo XV y la tran- sición hacia el XVI”. Un territorio que cuenta con una amplia literatura -histórica, geográfica, patrimonial, geológica o ambiental –que se ha encargado de profundizar en el valor estratégico y dinamizador de este espacio. Evidentemente no entra entre mis objetivos presentar un estu- dio exhaustivo para el que necesitaría mucho tiempo y espacio; lo que pretendo, en cambio, es plantear algunos temas que entroncan con las investigaciones que llevo a cabo sobre los paisa- jes rurales a finales de la Edad Media. El mar ha sido uno scenario ambiguo nella storia, un ámbito donde han convivido sensa- ciones opuestas: por un lado, las amenazas y los riesgos ante lo desconocido y, por otro, las posibilidades de prosperar o fortalecer los lazos entre culturas diferentes. Desde los orígenes más remotos …il mare ha sempre attirato popolazio- ni che, sulle coste, cercavano risorse alimentari praticamente inesauribili e incontri con mercan- ti che venivano a scambiare prodotti e idee (Fio- rentini, 2010: 263). 1 Profesor de Historia Medieval; Universidad de Cádiz.
  7. 76 // E N T R E E L M A R Y L A T I E R R A Las desembocaduras de los ríos han sido ám- bitos donde los grupos humanos se han ido asentando a lo largo de la Historia. Los cursos fluviales son realidades multiformes entre las que sobresalen sus valores económicos y estra- tégicos (Maganzani, 2010: 247). Cada sociedad ha necesitado resolver un conjunto de proble- mas en relación con la gestión de los regímenes fluviales, la construcción de canales, la creación de sistemas de irrigación o el acondicionamien- to de las infraestructuras (Tosco, 2009: 120). En relación con la percepción de mares y ríos en la corona de Castilla a finales de la Edad Me- dia no voy a profundizar en la casuística jurí- dica. En cambio, sí quisiera tomar en conside- ración la legislación de las Partidas de Alfonso X glosadas recientemente por Juan Antonio Bonachía. El aire, las aguas de lluvia, el mar y su ribera podían ser aprovechados por cualquier persona. Los ríos –al igual que los puertos y los caminos –también tenían esa consideración de bien público; de manera que, en un conflicto de intereses, prevalecía “el derecho de uso por en- cima de los derechos de propiedad” (Bonachía, 2012: 36-40). Las costas, los ríos, las marismas o los hu- medales son ecosistemas frágiles. El concepto “Riparia” -surgido en ambientes ecológicos para definir un sistema socio-natural ribereño- está siendo aplicado a los estudios históricos. El objetivo es valorar la entidad del ecosistema estudiando la interacción entre la sociedad y el medio. Según la propuesta de Ella Hermon, “Riparia” agrupa interpretaciones ambientales y culturales en una visión holística de la gestión del agua. Se aborda así una compleja estructu- ra desplegada en tres ámbitos: elementos na- turales, intervención humana en relación con los recursos del medio y percepción del paisaje con sus representaciones culturales (Hermon, 2010: 4-7). Este planteamiento -centrado en la ocupación de sistemas fluviales, lacustres y palustres- tie- ne en consideración la problemática medioam- biental: situaciones de crisis, vulnerabilidad y respuestas de las sociedades (Castro, 2016: 114-134). Aplicando este método presento los paisajes antropizados como una red interconec- tada de relaciones y su organización como la respuesta dada por el sistema social en conso- nancia con las posibilidades ecológicas del me- dio. Siendo consecuentes con estos presupuestos teóricos conecto esta línea de investigación con la preocupación actual ante el deterioro del me- dio ambiente. (Martín, en prensa c). La desembocadura del Guadalquivir: un paisaje en movimiento El paisaje ha ido cambiando a lo largo del tiem- po. Aunque esta afirmación pudiera parecer simple, contiene un elemento clave para inter- pretar la interacción de la sociedad con el me- dio. Los cursos fluviales son realidades en mo- vimiento “qui, assez souvent, modifie son cours (naturellement ou par l’intervention de l’hom- me) en changeant par conséquent ses rives” (Maganzani, 2010: 250). Desde luego se podría decir que los ríos cuentan su propia historia. Un primer ejemplo me sirve para introducir la cuestión: los lucios de Henares y Bocoyes, entre La Algaida y el Guadalquivir, muestran el anti- guo recorrido del río que se fue desplazando en dirección oeste hacia la punta de Cepillos desde los siglos altomedievales (Ménanteau y Vanney, 2011: 19). El Bajo Guadalquivir fue un espacio lacustre denominado Lacus Ligustinus: con una superfi- cie estimada de 1.600 km2 , un perímetro de 690 km., una longitud NE-SW de 68 km. y una an- chura máxima NW-SE de 34 km. Si durante el Pleistoceno este estuario estuvo abierto al mar, durante el Holoceno se fue reduciendo debido a los depósitos de arenas, gravas y cantos ro- dados. El aumento progresivo y constante del componente oceánico en relación con el fluvial fue generando la creación de la contraflecha de La Algaida (Arteaga, Schulz y Roos, 1995: 99- 135; Lagóstena, 2014: 187-197). Este cambio tan espectacular del paisaje no pudo pasar des- apercibido y motivó que se buscasen explicacio- nes para comprenderlo. Por ejemplo, a finales del siglo XV el humanista Antonio de Nebrija reflexionaba sobre esta cuestión: Por fin desemboca [el Guadalquivir] en el mar por un sola boca junto al pueblo que era llamado por los antiguos templo de Lucifer. En otra época, este río tuvo dos desembocaduras, una de las cuales, que estaba, más al sur, se cegó de limo con el mismo álveo que va desde Lebrija a la Torre de Capión a través de la colonia de Asta.
  8. E M I L I O M A R T Í N G U T I É R R E Z // 77 De lo que se aclara fácilmente la duda que suele mover a los interesados en estas cosas y me deja dudoso a mí mismo a veces. Según Estrabón, Ptolomeo, Mela y Plinio y todos los cosmógrafos, Lebrija y la colonia de Asta están situadas en medio del estuario del Betis. ¿Qué pudo pasar para que ahora disten del río no menos de ocho mil pasos? Sin duda que, como hace un momento he dicho, aquel álveo que bañaba Lebrija y Asta se cerró con el limo, de modo que, sin embargo, sus huellas se ven hoy en día con estuarios y canales de conducción fabricados, como dice Estrabón, para transportar en esquifes y chalupas los productos de la tierra desde los campos a las ciudades vecinas (Nebrija, 1992: 133). Antonio de Nebrija tenía en su mente a los autores clásicos -a pesar de las escasas referen- cias literarias al antiguo Lacus Ligustinus- sin- tetizando su valor histórico y cultural con una mirada fuertemente marcada por su formación humanista. En nuestra época, desde la geoar- queología se ha profundizado en esta proble- mática atendiendo a dos conjuntos de factores: el sistema fluvial del que depende el río y los cambios en el nivel del mar. Su conjunción con- diciona, como señala Francisco Borja, “el tipo de paisajes y su distribución espacial” (Borja, 2014: 278-279). En efecto, las investigaciones de Loïc Ménanteau o del propio Francisco Borja han puesto el acento en la morfología y evolu- ción histórica del cauce del Bajo Guadalquivir (Ménanteau, 2008 a; Borja, 2014: 276-303). < Fig. 1. Margen izquierda de la desembocadura del Guadalqui- vir y La Bahía de Cádiz.
  9. 78 // E N T R E E L M A R Y L A T I E R R A La misma perspectiva podría aplicarse a las alteraciones en la línea de costa –la bahía de Cá- diz es un caso paradigmático (Arteaga, Schulz y Roos, 2008: 21-116) –como el litoral entre Chipiona y Rota. Constituido “por un sustrato de materiales pliocenos, sobre todo margas, are- nas y conglomerados fácilmente erosionables”, ha ido generando un paisaje de amplias playas de arena fina y blanca donde la acción eólica ha ido contribuyendo a la generación de dunas litorales. En el entorno de Chipiona, ligeramen- te elevado en relación con el frente marítimo, se han ido creando dunas y cordones dunares lo que ha permitido la creación de lagunas li- torales, a las que me referiré posteriormente. En ese proceso ha tenido relevancia el viento de poniente y el avance marítimo desde la trans- gresión Flandriense (Gutiérrez, 1991: 236). Tras presentar tres casos de estudios –los puertos de Palos de la Frontera, Sevilla y Sanlúcar de Ba- rrameda– Loïc Ménanteau ha evidenciado los cambios en la línea costera y en los estuarios de la Baja Andalucía entre los siglos XII y XVI (Ménanteau, 2015: 185). Junto a estas transformaciones hubo otras alteraciones importantes. Me refiero a las ave- nidas de los ríos y sus efectos sobre las tierras aledañas: son paradigmáticas las crecidas del Guadalquivir entre 1297 y 1524 (Borja, 1878; Collantes, 1984: 431-440). Aunque en la actua- lidad los grandes cursos fluviales están regula- dos, esto no fue así siempre. En el tramo final del Guadalquivir las “cortas” de meandros han ido cambiando y atemperando su recorrido (Ménanteau, 2008 b: 58). Y esto es importante no sólo desde un punto de vista geográfico o histórico, sino también desde una perspectiva sociológica. En efecto, según Suárez Japón, … las riadas regulaban y hasta cierto punto con- dicionaban la vida de las gentes y de los pue- blos y, de forma notoria, reguló y condicionó la vida y la historia de Sevilla. No fue hasta los años centrales del siglo XVIII cuando em- pezaron a arbitrarse medidas: …suprimir los grandes meandros, enderezar los cauces, pro- teger las orillas, evitar ciertas prácticas de la desidia de los propios habitantes y usuarios del río. Aquellos proyectos ilustrados tuvieron como objetivo proteger a la ciudad de Sevilla y no tanto a las poblaciones de la cuenca baja del río. Y no fue hasta mediados del siglo XX cuando la situación empezó a cambiar de forma significativa: …la realización de las obras de re- gulación del Guadalquivir -continúa Suárez Ja- pón- aguas arriba de Sevilla y especialmente las dos grandes presas de Cantillana y Alcalá del Río han puesto fin casi definitivamente a estos episodios de grandes riadas, a estas periódicas dentelladas del río sobre sus tierras aledañas (Suárez Japón, 2012: 67). En 1544 hubo lluvias torrenciales en Sanlú- car que inundaron las salinas del caño de He- nares permitiendo la navegación de bergantines (Dahlmann, 2011: 170). Este dato –que podría resultar más o menos curioso –me sirve para plantear la problemática climática. Este tema de investigación es relativamente reciente y está vinculado a las preocupaciones actuales por el deterioro del medio ambiente. Los estudios cli- máticos y ambientales a escala local y regional en ecosistemas sensibles –humedales, ríos o ma- rismas– vienen precisando su impacto geomor- fológico (Hermon 2009: 19-50; Ortolani y Pa- gliuca, 2009: 51-66). Desde el máximo climático fechado en el siglo XII hasta la Pequeña Edad de Hielo datada en el XVIII y XIX (con la alter- nancia de secuencias con períodos cálidos-secos y fríos-húmedos), “el prisma de marea se fue reduciendo progresivamente y con él la sección de la desembocadura” del Guadalquivir. El des- censo del nivel del mar propició que el hombre fuese ocupando tierras del estuario construyen- do empalizadas, muros de cierre, murallas, etc. (Losada, 2011: 30). Las avenidas del río –a las que me he referido con antelación– no dejan de señalarnos esa inestabilidad climatológica. La acción antrópica en la desembocadura del Guadalquivir La historia de los espacios ribereños –costas, ríos, humedales– está marcada por una perspec- tiva urbana preponderante en crónicas e histo- ria locales. El siguiente ejemplo justifica perfec- tamente esta afirmación. En 1525 el humanista Fernán Pérez de Oliva escribía “El razonamiento […] sobre la navegación del río Guadalquivir”, a iniciativa de un grupo de caballeros del cabil- do de Córdoba. Articulado a partir del binomio ciudad y río, el discurso incidía en la necesidad de hacer navegable el Guadalquivir entre Cór- doba y Sevilla eliminando los obstáculos que impedían el tránsito de las embarcaciones (Pérez
  10. E M I L I O M A R T Í N G U T I É R R E Z // 79 de Oliva, 1995: 198). Los ríos facilitan la comu- nicación entre el mar y el interior. Durante la Antigüedad a la navegación por algunos tramos del Guadalquivir hay que sumar …el papel eco- nómico desempeñado por las tierras sometidas a la influencia del río que dejó su impronta en las comunidades ribereñas (Parodi, 2001: 164). Lo mismo cabría decir de otros cursos fluvia- les como el Guadalete (Martín, en prensa b), el Guadiana o el Tinto y el Odiel a finales de la Edad Media (Collantes, 2008c: 96). Durante el siglo XV el control del agua fue interpretado como un signo del poder urbano sobre el territorio o como una manifestación de honor, fama y honra de los poderosos (Val: 2003: 50-60). Es por ello que Fernán Pérez de Oliva valorase los ríos en clave urbana asocian- do la prosperidad de las ciudades a la navega- bilidad de sus cursos fluviales. Los ejemplos es- grimidos por el humanista eran incuestionables: El Cairo y el Nilo, París y el Sena, Londres y el Támesis, Milán y el Po y, por supuesto, Roma y el Tíber (Carriazo, 1998: 395-397; Collantes, 2008b: 202-203; Suárez, 2007: 118-125; Mar- tín, en prensa d). Aunque es evidente la impron- ta de las ciudades en lo tocante a la organización de sus respectivos territorios, sería conveniente atender otras realidades sociales completando así nuestra visión del aprovechamiento de los recursos del medio. Tras la conquista feudal de la segunda mitad del siglo XIII y la consiguiente expulsión de la población andalusí, se procedió a organizar las tierras conquistadas: la corona, las ciudades y los señores volcaron sus esfuerzos en el pobla- miento interior (Martín, en prensa c). En el siglo XV había cuatro jurisdicciones en la desembo- cadura del Guadalquivir: la ciudad de Sevilla y su tierra, la ciudad de Jerez y su término, el estado señorial del duque de Medina Sidonia y el estado señorial de la casa de Arcos. Con el objeto de tener una visión general del número de habitantes, incluyo los datos del padrón de vecinos de 1533 (Domínguez, 1977: 337-355). Localidades Habitantes (coeficiente 5) Sevilla 50.000 Jerez 19.000 Utrera 10.025 Sanlúcar de Barrameda 5.080 Lebrija 4.065 Rota 2.235 Chipiona 800 Trebujena 440 Villafranca de la Marisma 410 - Fig. 2. Tabla 1. Margen izquierda desembocadura del Guadalquivir. Habitantes según el padrón de vecinos del año 1533. Salta a la vista el predominio de dos grandes ciudades: Sevilla y Jerez. Aunque situadas en el interior, ambas estaban bien comunicados con el mar a través del Guadalquivir y el Guadalete respectivamente (Collantes, 2008 c: 217-218; González y Bello: 1997; Martín, en prensa c). Durante el siglo XV hubo un impulso a las poblaciones costeras: Cádiz y El Puerto de San- ta María en la bahía gaditana; Sanlúcar de Ba- rrameda y Rota en la desembocadura del Gua- dalquivir. Como es sabido, fue en ese momento cuando se fundaron las villas de Chipiona en
  11. 80 // E N T R E E L M A R Y L A T I E R R A 1477, Trebujena en 1494 y Villafranca de la Marisma en 1501 o Puerto Real en la bahía ga- ditana en 1483 (Figura 1). Desde cada uno de estos pueblos se fueron roturando tierras (Co- llantes, 1977). Veamos dos ejemplos. El primero procede de la carta-puebla de Trebujena donde se indicaba que: Para fazer e hedificar las dichas casas e poner e plantar la dicha arançada de vinna cada uno, mando que les sean dados solares en que aya e puedan asy mesmo fazer sus corrales e pertenençia para seruidumbre de las dichas casas, syn que por ello paguen tributo no otra cosa alguna. E asy mesmo les sean dadas en lugar pertesçiente e prouechoso a ellos tierra en que aya dos arançadas a cada vno, de la manera que se dauan a los otros vezinos que allí solían biuir e poblar (González, 1994: 18). El segundo ejemplo, en cambio, alude a unos proyectos que no llegaron a cuajar. El concejo de Chipiona pretendía ocupar el cerro de Brevas incluido en el término de Rota. En 1493 pidie- ron a la duquesa doña Beatriz de Pacheco -tu- tora y administradora de los bienes de su nieto don Rodrigo Ponce de León -roturar este espa- cio plantando viñas. E porque la dicha villa de Rota tiene muchas tierras e palmares en el cerro de Brevas lindo e junto con las viñas de Sanlúcar, lexos de la dicha villa de Rota e cerca deste lugar. De las quales no se aprovecha dellas la dicha villa e dellas este dicho lugar tiene mucha necesidad. Que vuestra merced las mandare ver e dar a este dicho lugar o parte dellas para que los vesinos dél que agora son e los que vinieren pongan de viñas. En que no ay duda que será en gran utilidad y provecho deste lugar e acrecentamiento de las dichas rentas de su señoría (Franco, 1998: 283; Martín, en prensa a). En algunos casos, los cambios en el aprove- chamiento del suelo pudieron acentuar y ace- lerar procesos de sedimentación (Ménanteau, 2015: 185); de la misma manera, el crecimien- to urbano es una variable a tener en cuenta. Por ejemplo en Sanlúcar de Barrameda el re- troceso de la línea de costa facilitó la creación del nuevo arrabal de la Ribera o de la Mar a fi- nales del siglo XV. Los conventos de Madre de Dios, San Francisco, Regina Celi y el hospital de la Trinidad fueron edificados sobre terrenos arenosos (Moreno, 1983 a: 30; Ménanteau, 2015: 180). Una cuestión que me preocupa es la relativa al mantenimiento o transformación de los pai- sajes marismeños en estrecha relación con los cambios experimentados por el medio a los que me vengo refiriendo. Este tema merece un es- tudio interdisciplinar y comparativo con otras regiones peninsulares. Por ejemplo, en el área levantina y desde el mismo momento de la con- quista de mediados del siglo XIII se llevaron a cabo desecaciones de humedales y marjales pro- vocando cambios sustanciales en aquellos paisa- jes (Furió, 2001: 68-75; Torró 2010: 157-170; Torró y Guinot, 2012: 13-14). Aunque no se dispone de mucha información documental sobre estas acciones en la desembo- cadura del Guadalquivir, sí hay indicios de algu- nas operaciones en el siglo XV. Por ejemplo, el 8 de junio de 1451 el alcalde de Lebrija Fernando González informaba que los veinticuatros de Se- villa Sancho Mejías y Gonzalo de Cuadras ha- bían ordenado la construcción de un canal en el caño de Tarfía para que “pudiesen entrar e salir por él los barcos” hacia esa villa (Calle, 2004: 139). Durante el siglo XVII también se baraja- ron proyectos ambiciosos que hubiesen tenido consecuencias notables. Me refiero a los estu- dios para construir un canal que comunicase … el río Guadalquiuir con el de Guadalete y Gua- dalete con el Salado, entre el Guadalete y Puer- to Real, por El Trocadero para la nauegaçión desde esta ciudad (Cádiz) a Seuilla (Ménanteau, 2008b: 69)2 . Pero, como ya he comentado, las “cortas” de meandros en el tramo final del Gua- dalquivir no se llevaron a cabo hasta los años centrales del siglo XVIII. 2 Biblioteca Nacional, “Copia de las diligencias hechas en razón del navillo que se pretende abrir del río Guadalquivir al Gua- dalete, con informes de las ciudades de Cádiz y Jerez, y de los ingenieros Leonardo Turriano, Juan Oviedo y otros”, MSS/9091 V. 1; MSS/9092 V. 2; MSS/9093 V. 3, 1624.
  12. E M I L I O M A R T Í N G U T I É R R E Z // 81 También debemos valorar las roturaciones de marismas que condujeron a la creación de paisa- jes salineros en ambas orillas del Guadalquivir –a las que me referiré posteriormente– o en la bahía de Cádiz durante los siglos XV y XVI. En este último ámbito, las explotaciones salineras se asentaron en Cádiz, El Puerto de Santa María y Jerez de la Frontera-Puerto Real. Las roturacio- nes fueron organizadas por la ciudad de Jerez, el marqués de Cádiz y el duque de Medinaceli. Desde los años treinta del siglo XVI y en las si- guientes décadas se pusieron en explotación las salinas de la Isla de León y Chiclana de la Fron- tera. En esta ocasión los promotores fueron el duque de Medina Sidonia y el conde de Arcos, respectivamente (Martín 2010: 427-428). El aprovechamiento de los recursos: tierra, mar y marismas Hablar de la desembocadura del Guadalquivir conlleva reflexionar sobre la interacción de la sociedad de finales de la Edad Media con la tie- rra, el mar y las marismas. En cada uno de estos ámbitos hay un elemento nuclear: el dominio o control del agua, imprescindible para la vida, y fundamental para las explotaciones agropecua- rias. Un buen ejemplo es el Parque Natural de Doñana en la margen derecha de la desemboca- dura del Guadalquivir. Juan Francisco Ojeda y Leandro del Moral han propuesto cuatro etapas diacrónicas: el Antiguo Régimen caracterizado por la gestión adaptativa del agua; la Ilustración marcada por una gestión controladora del agua; el Desarrollismo de los años sesenta y setenta del siglo XX influenciado por una gestión domi- nadora, despilfarradora y conflictiva del agua; y la actual etapa democrática con una política de sostenibilidad en relación con la gestión del agua (Ojeda y Moral, 2004: 25-44). En otro lugar he desarrollado este tema alu- diendo a la literatura agrónoma europea entre 1300 y 1600: como, por ejemplo, la “Obra de Agricultura” de Gabriel Alonso de Herrera. En estos tratados –donde se explica la acción an- trópica como un agente que interactúa con el medio y como un factor cultural– el agua es el elemento clave (Martín, en prensa c). Y la mis- ma interpretación puede extraerse de otras lec- turas. Por ejemplo, en la descripción de Lebrija del humanista Juan de Mal Lara –incluida en el “Recebimiento que hizo la muy noble ciudad de Sevilla” al rey Felipe II– se dibujaba el paisaje en los siguientes términos: [Lebrija] tiene una albina que es un lago grande en que ay innumerable cantidad de aves de agua, patos negros, blancos y de otros colores, que por el mes de julio van a desovar, y desplumar, en unos altos eneales que allí se hacen y entran con barcos a caça dellos y córrenlos de manera, que matan a palo grande número de ellos; ay otros mil géneros de aves de marismas. Está asentada en fertilísima tierra, de trigo y olivares. Tiene presunción de aver sido el más antiguo lugar de la ribera de Betis. Está cerca de las marismas, de que hace larga memoria Estrabón […] Esta villa tiene un agua buena, que es el Fontanal, algo apartada. Sus términos llegan hasta los de la ciudad de Xerez de la Frontera, con quien ha tenido diferencias por ellos (Mal Lara, 2005: 58). El agua tenía un papel determinante: la ribera del Guadalquivir, los acuíferos o los humedales. Esto provocaba que, en su opinión, fuese una “fertilísima tierra, de trigo y olivares”, conec- tando los espacios cultivados con los incultos. La diversidad de los ecosistemas se sustentaba en la interconexión entre las actividades urba- nas, agrarias, pecuarias, pesqueras y silvopas- toriles como puede apreciarse en las ordenan- zas municipales del ducado de Medina Sidonia aprobadas en 1504 (Galán, 1990: 107-174) o en la explotación de los bosques de pinos en la Algaida sanluqueña (Moreno, 1983 a: 68-69). Los grandes señores –casas de Medina Sidonia o Arcos– las ciudades –Sevilla o Jerez– las villas –Sanlúcar de Barrameda, Rota, Chipiona o Tre- bujena– y las comunidades campesinas se apro- vecharon de los recursos de bosques, marismas, humedales y costas. Los ejemplos son abundan- tes. Para que la …tierra sea mejor poblada et nos puedan seruir mejor, en 1267 Alfonso X prote- gía la caza en los bosques del término de Niebla limitándola al período comprendido entre el 29 de septiembre y el 1 de marzo (González, 1991: 358-359; Bort, 2004: 30). La complementarie- dad entre los espacios cultivados e incultos a la que me vengo refiriendo puede apreciarse en el siguiente ejemplo. El 30 de agosto de 1492 la jerezana doña María de Villacreces, viuda del
  13. 82 // E N T R E E L M A R Y L A T I E R R A comendador Gonzalo de Montoya, arrendaba al lebrijano Juan Ortega del Ojo una caballería de tierra del donadío del Monesterejo en Trebujena. Se facilitaba al arrendatario que pudiese entrar “a barbechar en las tierras desde el 1 de enero de 1493” y a “comer las hierbas y beber las aguas de esas tierras con los ganados de su labor”3 . Desde la Antigüedad una gran parte de la eco- nomía se sustentó en el aprovechamiento de los comunales (Chic, 2009: 110). Horden y Purcell han puesto el acento en los espacios lacustre de las desembocaduras de los grandes ríos medite- rráneos subrayando el valor de sus ecosistemas y su aprovechamiento por las comunidades de sus entornos como en el delta del Ebro (Horden y Purcell, 2000: 187). Si estas zonas hubiesen sido marginales carecería de sentido las frecuen- tes disputas entre los concejos limítrofes; fric- ciones que no pretendían la transformación del medio sino el aprovechamiento de sus recursos como ocurrió, por ejemplo, en Sanlúcar de Ba- rrameda (Moreno, 1983 a: 37-40): en el año 1500 los problemas con Jerez se centraron en las marismas de Ventosillas donde los jerezanos entraban: …con sus ganados a comer y comen las dichas marismas todas enteramente. Y aún non contentos de aquello, pasan adelante fuera de las dichas marismas y comen con sus ganados los pastos de los términos de la dicha villa y porque ge lo defienden disen que pueden comer los términos de la dicha villa y fasta llegar a la mar4 . Las explotaciones agropecuarias Los sistemas de explotación ilustran sobre la complementariedad entre las propiedades agro- pecuarias y explican el ritmo del trabajo campe- sino en virtud del ciclo agrícola. En el tránsito a la época moderna ya estaba cristalizada la red de relaciones, sostenedora del sistema socioeco- nómico, en la que el mercado desempeñaba un papel notable mediante el sistema crediticio en la ciudad y en el campo. Los mercaderes locales aportaban el capital necesario para el funciona- miento de las haciendas agropecuarias o para la financiación del comercio marítimo (Martín, en prensa c). La constitución de los señoríos jurisdicciona- les y la acumulación de grandes patrimonios ha sido suficientemente subrayada por la investi- gación (Solano, 1972: 85-129; Franco, 1982: 49-72; Ladero 2015; Carriazo, 2003). Desde una perspectiva patrimonial las tierras de pan –piénsese en el caso de Jerez de la Frontera– es- taban incluidas en donadíos y heredamientos con torres, casas, chozas, establos, pajares, mo- linos o silos (Martín, 2004: 51-59). En Sanlúcar de Barrameda los donadíos de Almonesterejo y Alventos, Albaida y Santiago de Fe, Évora y Monteagudo proporcionaban a los duques de Medina Sidonia rentas que oscilaban entre 4.500 y 6.400 fanegas (Ladero, 2011: 124). El sistema de explotación de estas grandes propie- dades es conocido. A modo de ejemplo sirva el siguiente caso. El 5 de enero de 1489 la jere- zana Juana de Herrera, viuda de Fernando de Cuenca, subarrendaba por cuatro años al je- rezano Nuño Fernández, hijo del veinticuatro Bartolomé Núñez, el donadío de Monteagudo propiedad del duque de Medina Sidonia. En las condiciones del contrato se especificaba que el ganado de Juana de Herrera –bueyes y yeguas– podía permanecer en el donadío durante el mes de enero dejándolo posteriormente “libre e desenbargado para el dicho Nuño Fernández.” Además de la renta, Juana de Herrera debía pa- gar a Nuño Fernández 20 cahíces de trigo el 15 de agosto y …toda la paja quel dicho Nuño Fernández ouiere menester para faser su semen- tera primera que verná. Finalmente Juana de Herrera estaba obligada a ceder a Nuño Fer- nández ...la casa que tiene en el dicho donadío en questán los ganados5 . 3 El arrendamiento tenía una vigencia de dos años a razón de 4,5 cahíces de trigo anuales. (A)rchivo (M)unicipal de (J)erez de la (F)rontera, Protocolos Notariales, Año 1492, fols. 153v-154r. 4 AMJF, Actas Capitulares, Año 1500, fol. 229r-230r. 5 El precio quedó fijado en 70 cahíces de pan terciado a pagar al duque en Sanlúcar. AMJF, Protocolos Notariales, Año 1489, fol. 18v-19r.
  14. E M I L I O M A R T Í N G U T I É R R E Z // 83 El paisaje de olivar se extendía desde el nor- te de Jerez y Arcos hasta Sanlúcar, El Puerto y Chiclana (Cabral, 2009: 35-57). Si en el término de Sanlúcar de Barrameda se localizaban los oli- vares de Monteagudo, en el de Trebujena había una explotación que incluía un molino de aceite y una “casa de cogederas” propiedad de los jere- zanos Francisco de Gallegos y doña Inés de Mi- rabal mujer del jurado Bartolomé Dávila (Mar- tín, 2004: 68-74). El 22 de noviembre de 1484 el jerezano Fernando de Cuenca –en nombre de Isabel Ponce–arrendaba por un año a Fernan- do Velázquez de Cuéllar, vecino de Trebujena, los olivares que poseía en Trebujena junto con la parte de un molino. El precio quedaba fijado en 10 quintales de aceite de olivas. Se permitía a Fernando de Cuenca que pudiese traerse …la aseytuna prieta e verde para su casa la que qui- siere comer; e sean quinse fanegas de aseytunas6 . Al igual que en otras regiones andaluzas, el impulso repoblador, auspiciado por las casas de Arcos y Medina Sidonia, se sustentó en el viñe- do. En 1477 don Rodrigo Ponce de León con- cedía una carta-puebla a Chipiona en el término de Rota que pertenecía a la jurisdicción de la casa de Arcos. El 88,8% de sus vecinos tenían casas y viñas. Los campesinos debían plantar viñas –dos aranzadas durante los tres primeros años y otras dos en los sucesivos– y trabajar en los donadíos del marqués de Cádiz –Montepe- tri, Casarejos, Casbuena, Montijo y Breva en los términos de Rota y Chipiona– o en los del mo- nasterio de Nuestra Señora de Regla (Franco, 2012: 1319-1338). El conocimiento que tenemos de los espacios irrigados es aún insuficiente. Aunque las huer- tas integraban los paisajes de los alrededores de ciudades y villas –por ejemplo, en el valle de Sidueña en Jerez-El Puerto de Santa María –se carece de una visión global (Martín, En prensa c). Ahora me limito a señalar un único ejem- plo que me parece interesante. El 10 de mayo de 1489 el mayordomo de la iglesia jerezana de San Salvador arrendaba al sanluqueño Alfonso Benítez la huerta de los Camachos “en canto del arrabal que va hacia el monasterio de Santa Ma- ría de Jesús” lindera con el Callejón, la huerta de Francisco de Olvera, la arboleda y viña del sobrino de Sancho Sánchez y los arenales del mar. Durante los cinco años de arrendamiento –a razón de 6.700 maravedíes y seis pares de gallinas anuales –el arrendatario debía labrar y regar ...segund costumbre de guertas a vista de hortelano y construir una ...casa de seys tije- ras fecha a dos aguas e las paredes de tapia e la texumbre de madera del hilo e junco7 . Las actividades marítimas En torno al año 1493 se estaba construyendo un muelle en Chipiona …que entrare desde tierra en la mar. El concejo de la villa apoyaba esta medida –asentada en el incremento del comer- cio del vino– con el siguiente argumento: Porque una de las más honradas cosas que puede aver en los lugares de la costa de la mar es aver puertos y molle donde los navíos puedan estar porque de su venida a los tales lugares redunda mucha utilidad e provecho e ennoblecimiento (Franco, 1998: 261 y 283). Este ejemplo me sirve para conectar el muelle de Chipiona con la red de puertos y accidentes geográficos e hidrográficos de la costa atlán- tica andaluza entre los siglos XIV y XVI. Los estudios que se vienen realizando se enmarcan dentro de un proyecto de investigación liderado por Eduardo Aznar (Aznar y González, 2015). Víctor Muñoz ha analizado la red portuaria del Golfo de Cádiz a partir de cartas portulanas dis- tinguiendo cuatro ámbitos: Estrecho de Gibral- tar, bahía de Cádiz, desembocadura y curso bajo del Guadalquivir y costa de Huelva (Muñoz, 2015: 179-211). Creo necesario insistir en un planteamiento global donde prime la conexión entre estas cuatro áreas conjugando un amplio abanico de actividades: desde el papel de los al- mirantes de Castilla (Calderón, 2003) o la orga- nización de expediciones militares hacia las Islas Canarias y el Norte de África (Sánchez, 2005: 906) hasta el desarrollo de la pesca de altura y bajura (Ladero, 2015: 347-353). Y por supues- 6 AMJF, Protocolos Notariales, Año 1484, fol. 286v. 7 AMJF, Protocolos Notariales, Año 1489, fols. 89r-89v.
  15. 84 // E N T R E E L M A R Y L A T I E R R A to a este elenco hay que sumar la presencia ubi- cua de comerciantes italianos –genoveses, vene- cianos y florentinos– en estas costas y también en las granadinas. Estas repúblicas concibieron este ámbito …como un único espacio económi- co, con frecuencia extensible al Norte de África (González, 2013: 206; Petti 2004: 19-51). Se ha hablado de la “heterogeneidad de los autores de este comercio” integrado por un amplio elenco de comerciantes que procedían de los reinos peninsulares y europeos, por las conexiones entre mercaderes y transportistas y por el entrecruzamiento entre las relaciones co- merciales y las de índole pirática o corsaria (Az- nar, 2003: 103). Así, las colonias de bretones, ingleses y flamencos predominaban en Sanlúcar de Barrameda (Moreno, 1983a: 128-133), las de genoveses y vascos en Cádiz y la de los por- tugueses en El Puerto de Santa María (Sánchez, 2005: 923). En esta encrucijada comercial –en la que confluían diferentes rutas como las del Me- diterráneo y el Atlántico o las del Magreb Occi- dental y las de las costas atlánticas africanas– la ciudad de Sevilla tuvo y tendrá un papel rector (Elliott, 1984; Yun, 2004: 128-146; Collantes 2008c: 225-262; Serrera 2011: 189-210). La presencia de mercaderes también estuvo ligada al sistema de créditos y a la puesta en ex- plotación de las propiedades. Su estudio permi- te establecer conexiones muy interesantes. Por ejemplo, el 1 de marzo de 1484 Alfonso Rodrí- guez Nieto, vecino de Rota, debía al mercader burgalés Rubio de Ballesteros, estante en Sevi- lla, 1.400 maravedíes –que puso por él a Juan de Burgos, mayordomo de la iglesia de Sevilla– por la renta de vino de esa villa8 . La venta de ceniza de almajos en Lebrija conectaba el trabajo de los campesinos lebrijanos y la distribución del producto a través de los caños de agua entre Es- ter de Cañas y Tarfía con la familia genovesa de los Ripparolio a finales del siglo XV (Borrero 2005: 81-100). La explotación de los recursos pesqueros es un factor que condiciona el desarrollo de los núcleos de población y su proyección exterior (Bello, 2005: 81). A finales del siglo XV y prin- cipios del XVI el mapa de las almadrabas in- cluía las del duque de Medina Sidonia en Tarifa, Zahara, Castilnovo y Conil; las del duque de Arcos entre Rota y Chipiona, Sancti Petri y Hér- cules –éstas, entre 1466 y 1493 –; las de Alfonso de la Cerda en Gibraleón; las del marqués de Ayamonte en Lepe. A este elenco hay que añadir las del Algarbe portugués y las de Ceuta (Lade- ro, 1993: 345-354; Iglesias 2002: 12-16; García y Florido, 2011: 233-238). En la década de los años veinte del siglo XVI y desde la almadraba de Sanlúcar partían cuatro y seis barcos carga- dos de atún con destino a Barcelona, Tarragona, Valencia, Alicante, Cartagena, Nápoles, Livor- no y Cerdeña (Moreno, 1983 a: 207). Juan Manuel Bello ha analizado el arrenda- miento de las almadrabas de Rota propiedad de los Ponce de León en 1511. Juan Casaña se encargaba de su explotación durante seis años, pagando a los propietarios la tercera parte de los atunes capturados y comprometiéndose a entre- garlos en barriles preparados para la venta. Es- taba obligado a armar las almadrabas cada año, contando con las personas y aparejos necesarios. Las redes y pertrechos de los Ponce de León de- bían ser tasadas por algún perito. Tenía permiso para instalar taberna y carnicería para tener el vino y el mantenimiento necesario sin tener que pagar ningún canon a la hacienda señorial. Don Luis Ponce de León se comprometía a entregar las casas y toldos para cortar, secar y empilar los atunes, una barca para el servicio de las almadra- bas y acondicionar las Casas de la Sal. Los atunes procedentes de la almadraba y vendidos en Rota estaban exentos de alcabala y almojarifazgo. Los lugares donde se armasen las almadrabas esta- rían libres de redes, arponeadores y barcas que impidiesen la pesquería (Bello, 2005: 92-93). Este ejemplo de la importancia de este sector pesquero debe ser puesto en relación con un contexto más amplio “de organización política, económica y territorial” entre la desembocadu- ra del Guadalquivir y El Estrecho de Gibraltar. En efecto, según David Florido, junto a las in- negables expectativas crematísticas hay que valorar las posibilidades de control territorial, reforzamiento de las vinculaciones sociales y la consecución de prestigio (Florido, 2006: 195). 8 AMJF, Protocolos Notariales, Año 1484, fol. 152r.
  16. E M I L I O M A R T Í N G U T I É R R E Z // 85 El “Memorial de 1563” –elaborado un año antes de la orden de Felipe II relativa al estan- co de la sal y donde se incluyen las cantida- des percibidas por los “reçeptores de la sal de la costa de Andaluzía”– permite conocer las explotaciones salineras más importantes de la costa onubense y gaditana (Martín, 2010: 421). Receptor Explotación salinera Cantidad en maravedíes Pedro Juan de Morteo Sanlúcar de Barrameda 595.200 Hernando de Hoces El Puerto de Santa María 550.490 Alonso García Salguero Ayamonte 150.000 Hernando de Alza Cádiz 123.152 Lorenzo de Aurtiz Puerto Real 95.228 Hernando de Alza Chiclana de la Frontera 94.400 Cristóbal Muñoz Huelva 78.120 Cristóbal Ruiz Cadera Moguer 67.000 Juan Camacho San Juan del Puerto 49.000 Cristóbal Cerezo Lepe 49.000 Juan García La Redondela 20.000 - Fig. 3. Tabla 2. Cantidades percibidas por los receptores de la sal. Año 1533. Si durante el siglo XV la casa ducal de Medina Sidonia gestionaba las explotaciones salineras en la margen izquierda del río –entre Alventos y El Puntal– en el XVI creaba otras en ambas orillas: al sur de la punta de los Cepillos. La de Alfonso Díaz de Tristán –en el Puntal de la Ballena “a la vera del Guadalquivir”– incluía muros, tomaderos, almacén de agua, compuer- tas, caminos de salinas, puentes, plancha de madera para embarcar la sal, dos saleros para amontonarla, cocederos, calderas, herramien- tas y chozas para albergar a los salineros. El lugar era frecuentado por los barqueros que se desplazaban a Sanlúcar y por los pasajeros que se trasladaban a Indias (Dahlmann, 2011: 173- 174). Estas actividades roturadoras coinciden en el tiempo con las desarrolladas en la bahía de Cádiz: Jerez-Puerto Real, El Puerto de Santa María, la Isla de León y Chiclana durante el siglo XV y el primer cuarto del XVI a las que ya he aludido con anterioridad (Martín, 2010: 419-451). La documentación notarial aporta datos so- bre diversos aspectos de la puesta en explo- tación de las salinas como he puesto en evi- dencia en las de la bahía de Cádiz (Martín, 2010: 425-439). En relación con esta área de estudio, he localizado el siguiente contrato: en marzo de 1538 el alcaide Diego Fernández de Cartagena contrataba al salinero Juan Martín durante ese año para …labrar e trabajar de haser sal en las salinas de Casarejos, término
  17. 9 Archivo Histórico Provincial de Cádiz, Protocolos Notariales, Rota, Año 1538, fols. 606-606v. 86 // E N T R E E L M A R Y L A T I E R R A de la villa de Rota, que son del señor duque de Arcos. Además de su trabajo, Juan Mar- tín aportaba …los aparejos e cosas neçesarias para las dichas salinas, para haser sal. El jor- nal quedaba fijado en 36 maravedíes por cada cahiz de sal9 . Aunque no podemos cuantificar su volumen, sí quisiera aludir a dos actividades significativas en este ámbito geográfico. En 1284 el concejo de Sevilla donaba los canales de Tarfía al mo- nasterio cisterciense de San Clemente. Aunque durante la primera mitad del siglo XIV hubo un pleito por su aprovechamiento, el 28 de junio de 1347 el monasterio los arrendaba a cuatro veci- nos de Sevilla durante ocho años. Los pescado- res pagaban al monasterio la mitad de la caza y pesca obtenidas y se comprometían a repararlos durante los primeros años del arrendamiento mientras que los gastos los asumía el monaste- rio (Borrero, 1992: 90 y 94). El segundo ejem- plo se refiere a los corrales de pesca. Éstos son ecosistemas con formas de vida vegetal y ani- mal adaptadas al entorno (Florido del Corral, 2011: 65-91). En Chipiona están documentados el corral del Gallego en las proximidades de “un arroyo pequeño que entra en la mar” y el corral del Pelayo donado por Francisco Pavón al con- vento de Nuestra Señora de Regla en 1560 (Mo- reno, 1983 b: 198-199; Martín, en prensa a). En el archivo municipal de Jerez he localizado dos ejemplos de su puesta en explotación: son sen- dos casos de arrendamiento durante un tiempo de tres años y pago en metálico y pescado. El primero se refiere al corral de pesca del Alamín propiedad del veinticuatro jerezano Pedro Ca- macho de Villavicencio el Rico y de la iglesia jerezana de San Salvador. El 30 de diciembre de 1507 Pedro Camacho arrendaba la tercera parte a Alonso Fernando el Lobo vecino de Chipiona durante tres años a razón de 3.700 maravedíes y dos lisas anuales; el mismo día la fábrica de San Salvador arrendaba las dos tercera partes a Francisco de Cazalla vecino de Chipiona por el mismo tiempo y por 3.800 maravedíes y cuatro lisas anuales (Martín, en prensa a). Marismas y humedales Aunque sea con brevedad, sí quisiera plantear algunas consideraciones generales en torno a las marismas y los humedales. Las marismas del Guadalquivir son esenciales para comprender el paisaje de este territorio: un ámbito fluvio-ma- rino, con suelos compactos, escasa aireación y permeabilidad, drenaje deficiente y altos niveles de salinidad. Aunque el paisaje actual responde a las transformaciones efectuadas desde la segunda década del siglo XX, sus condiciones naturales justifican las actividades ganaderas extensivas y estacionales entre los siglos XIII y XV (Carmo- na, 1998: 133-135). Como ya he señalado, el aprovechamiento de las marismas sanluqueñas se mantuvo tras la conquista castellana. Éstas ocupaban una superficie considerable del térmi- no de Sanlúcar en la margen izquierda del Gua- dalquivir y en la margen derecha –la denominada “otra banda” –limitando con la villa de Almonte. Según Antonio Moreno el aprovechamiento de la “otra banda” –donde se cortaba leña, se hacía carbón, se cazaban conejos o se construían ins- talaciones como una venta en La Barranca– de- pendía de las licencias del concejo o del duque (Moreno, 1983a: 37; Durán, 2011: 381). Los humedales también fueron importantes como los Tollos en Jerez-El Cuervo o Santa Ma- ría de Regla en Chipiona (Martín, 2014: 103- 130; Martín, En prensa a). En relación con este último ejemplo y aunque actualmente está dese- cada, su superficie rondó las 22,09 hectáreas a principios del siglo XX. En 1399 Pedro Ponce de León había donado una ermita a fray Gonza- lo de Córdoba para la instalación de una comu- nidad de religiosos de la orden de San Agustín en el término de Rota donde posteriormente se fundaría Chipiona. Entre 1399 y 1599 el con- vento fue configurando su patrimonio gracias a donaciones y compras: bienes inmuebles, corra- les de pesca, tierras de pan, viñas, eriazos para plantar viñas, olivar, cortinales, huertas o pina- res. En 1571 obtuvo un conjunto de tierras cal- mas en el pago la Laguna Grande o Santa María de Regla (Moreno, 1983 b: 194-196).
  18. E M I L I O M A R T Í N G U T I É R R E Z // 87 En 1477 don Rodrigo Ponce de León otorga- ba una carta-puebla a Chipiona en el término de Rota incluida en la jurisdicción de la casa de Arcos. Entre otras medidas, se vinculaba el aprovechamiento de la laguna de Santa María de Regla al ganado caballar como acotamiento exclusivo para los vecinos de Chipiona y Rota (Franco, 1998: 271; Martín, En prensa a): Otrosí, quiero e mando por faser merced a los vesinos del dicho lugar de Regla de Santa María que una laguna que se llama la laguna de Santa María de Regla quede cerrada. E desde agora la cierro para en que se apacienten caballos, asnos y potros y bestias de silla e de albarda de los del dicho mi lugar e de mi villa de Rota, sin que en ella entren ni metan otros ganados a paçer en la dicha laguna so pena de dies maravedíes por cada cabeza de ganado mayor e de cinco maravedíes por cada cabeza de ganado menor (Franco, 1998: 271)”. - Mapa de España de Johannes Andrea Vavassori, xilografía, 1532.
  19. 88 // E N T R E E L M A R Y L A T I E R R A Consideraciones finales El 8 de agosto de 1492 el barquero sevillano Cristóbal Vara llegaba a un acuerdo con Alfon- so de Acre –en nombre de Álvaro Dávila guarda mayor de la saca de pan de Jerez– para cargar en su barco, surto en el puerto de Alventos, 25 cahíces de trigo. Según el contrato la mercancía debía transportarse a Sanlúcar de Barrameda o a El Puerto de Santa María en el plazo de un mes10 . Este ejemplo muestra la interconexión entre la tierra y el mar a través de los caños: durante los siglos medievales fue frecuente la navegabilidad por los de Alventos o Casarejo en las proximi- dades de Asta (Martín, 2014: 111). Ambos ám- bitos –parafraseando la cita de Arias Montano con la que iniciaba este estudio –se compenetra- ban de forma óptima. Creo necesario incidir en la complementariedad entre las explotaciones agropecuarias y el aprovechamiento de los espa- cios incultos: ganadería, recolección de frutos, pesca, caza, corte de madera, apicultura, etc. Así pues, la organización de los paisajes rurales en la desembocadura del Guadalquivir –en estrecha relación con las condiciones ambientales– fue el resultado de la confluencia de varios factores: el papel de ciudades como Sevilla o Jerez, los in- tereses de las casas de Medina Sidonia y Arcos, las aspiraciones de los grandes propietarios o las necesidades de las comunidades campesinas. A este elenco hay que sumar la impronta del mer- cado con su apuesta por cultivos especulativos y el establecimiento de colonias de mercaderes en las localidades de este territorio. En la actualidad el paisaje continúa dotán- dose de matices que enriquecen su significado natural, patrimonial o literario. Quizás éste sea el motivo por el que nuestra mirada se va nu- triendo de una experiencia sensorial a través de la cual sentimos y, al mismo tiempo, interactua- mos con el ambiente (Milani, 2007: 38). Esto es lo que experimento cuando leo las palabras de José Manuel Caballero Bonald evocando el Guadalquivir en “La novela de la Memoria”: Hay algo además en este paisaje que, con independencia de sus ornamentos naturales, remite sin duda al prestigio histórico y aun mitológico que se ha ido acumulando secularmente en estas demarcaciones. Es como una asociación de imágenes deducidas de un pretérito ilustre que han contribuido a que el paisaje sanluqueño sea también esencialmente un paisaje cultural. Por ahí se estabiliza una especie de inventario retrospectivo que incluye desde el enigma suntuoso de Tartesos al rastro de las antiguas colonizaciones mediterráneas, desde los libros de oro de Argantonio al “Luciferi fanum”, desde las navegaciones históricas de Colón y Magallanes a los abigarrados trasiegos de la carrera de Indias. Ciertos comentaristas de probada estolidez opinan que el Guadalquivir acaba donde empieza América, lo cual es un cálculo propio de individuos que profesan sañudamente la hispanidad. La única conclusión razonable es que el “padre Betis” se extingue en Sanlúcar de un modo más bien doméstico, sin promover más soflamas retóricas que las muy evidentes promovidas por sus muchas correrías andaluzas, incluidas las limpias y las contaminadas. 10 AMJF, Protocolos Notariales, Año 1492, fol. 125r.
  20. E M I L I O M A R T Í N G U T I É R R E Z // 89 BIBLIOGRAFÍA ARIAS MONTANO, Benito (2002): Historia de la Naturaleza. Primera parte del cuerpo de la “Obra Magna”, NAVARRO ANTOLÍN, F. (ed), Huelva: Universidad. ARTEAGA, Oswaldo, SCHULZ, Horst y ROOS, Anna-Maria (2008): “GeoarqueologíadialécticaenlaBahíadeCádiz”,RAMPAS,10,21-116. - (1995): “El problema del Lacus Ligustinus. Investigaciones geoarqueológicas en torno a las marismas del Guadalquivir. Tartessos 25 años después (1968-1993)”, Congreso Conmemorativo del V Symposium Internacional de Prehistoria Peninsular, Jerez de la Frontera, pp. 99-135. AZNAR VALLEJO, Eduardo (2003): “Andalucía y el Atlántico Norte a fines de la Edad Media”, Historia. Instituciones. Documentos, 30, 103-120. AZNAR VALLEJO, Eduardo y GONZÁLEZ ZALACAIN, Roberto J. (Coords.) (2015), De mar a mar. Los puertos castellanos en la Baja Edad Media, Tenerife: Universidad. BELLO LEÓN, Juan Manuel (2005): “Almadrabas andaluzas a finales de la Edad Media. 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