Los predicadores no deben unirse a aquellos que critican a la iglesia. Al hacerlo, estarían revelando los consejos de Dios a sus enemigos y animándolos en su oposición, lo que les impediría exhortar o amonestar a su propia familia o a la iglesia. Del mismo modo, apóstoles como Pablo o Pedro no traicionarían su sagrada encomienda en circunstancias similares.