1. La Semana Santa conmemora los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús, así como su Resurrección, eventos fundamentales para la fe cristiana. 2. Los días de la Semana Santa recuerdan diferentes momentos como la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, la Última Cena, su crucifixión y muerte, y su resurrección al tercer día. 3. La Resurrección de Cristo es la base de la esperanza cristiana de vida eterna y la derrota del pecado y la muerte.
1. SEMANA SANTA.
Es el siclo litúrgico más intenso de todo el año para el cristiano, aquí lo esencial es la reflexión de los
misterios de la Pasión y Muerte de Jesús. No es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender
por qué murió y resucitó; en ese hecho fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios, es por eso que
todas las semanas han de ser santas para el cristiano católico.
DOMINGO DE RAMOS.
En el inicio de la Semana Santa se celebran dos hechos que muy pocas veces somos capaces de detectar, son
dos acontecimientos ligados sustancialmente: por un lado el triunfo y por otro el fracaso.
• La vida, la alegría, el triunfo…. mediante la procesión de ramos en honor de Jesús, el Mesías.
• Y la muerte, la tristeza, el fracaso… en la pasión y muerte de Cristo.
En esta celebración litúrgica lo más importante no es el ramo, sin embargo, la manifestación de la
religiosidad esta mezclada con la ignorancia que deforma el verdadero motivo de este tiempo tan lleno de
reflexiones, pues sus matices muy humanos y la falta de conocimiento, provocan los desvíos que distan
mucho del motivo verdadero.
Mezclado en el momento de la bendición, sucede otro fenómeno cultural que cuando por medio del agua,
que es esparcida como signo de bendición, y ante la ignorancia de su verdadero sentido, la gente sedienta
de fe tangible (la cual no existe), hace hasta lo imposible por alcanzar esas gotitas y poder decir… “mi
ramito… esta bendito”.
La definición dada por Abraham en su carta a los Hebreos: “La fe es garantía de lo que se espera; la
prueba de las realidades que no se ven” es lo más claro y elocuente de la fe verdadera.
Ese día, cuenta la Historia Sagrada, Jesús llego al pueblo que lo vio nacer como hombre, y su gente que
conocía bien las profecías, se llenó de júbilo y le tendían sus mantos por el camino y ramas de árboles
alfombrando el paso. Fueron muchos los que le siguieron en ese momento, pero pocos días más tarde en esa
misma ciudad, sería clavado en la Cruz, y contrario a su llegada, fueron pocos los que lo acompañaron en su
camino al calvario y todavía menos los que estuvieron al pié en su muerte.
Nada quedó por intentar: ni en milagros, ni en palabras, pero nadie le creyó; Jesús, en su oración ante el
Padre, contempló aquella ciudad y lloró por ella; igual que hoy en nuestra vida, tampoco ha quedado nada
por intentar por su parte. Él quiere también entrar triunfante en la vida de nosotros de manera sencilla y
que demos testimonio en la humildad con nuestra sincera preocupación por los demás.
¡Tantas veces se ha hecho el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha
derramado sobre nuestra vida! Pero. . . ¿Qué hemos hecho ante esas manifestaciones?
Ciertamente, en aquella ocasión los ramos verdes se marchitaron pronto, fueron efímeros, y cinco días más
tarde el jubiloso pueblo que cantó y ovacionó a Jesús gritando ¡Hosanna! ¡Hosanna! se transformó en un
solo grito enfurecido: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!
Hoy cuantas veces, literalmente en cosa de minutos, enjuiciaremos y mataremos después al mismo Cristo.
LUNES SANTO
En Betania Marta servía, y Lázaro estaba con Jesús a la mesa, María tomó un perfume de nardo le ungió a
Jesús los pies y le enjugó con su cabellera; pero Judas, el que lo iba a entregar, se escandalizó ante el
costoso perfume y manifiesta que mejor se hubiese vendido para ayudar a los pobres. María había sido
perdonada por Jesús de su antigua vida de pecado y estaba agradecida por la resurrección de su hermano y
por todo el bien recibido y agradece a Jesús encontrando el modo: ungir de nuevo al Señor.
En esta sociedad rota que vivimos, los valores máximos son el dinero, lo costoso, el placer, y es donde se
afronta una profunda y angustiante crisis de identidad personal, donde los individuos débiles se desorientan,
se vuelven inseguros y son presas fáciles de cualquier ideología (de ahí, en parte el éxito de las sectas).
Aquí la vida pierde sentido y el hombre moderno ha querido ser su mismo “Creador”, pero que ha salido de
casa, ha perdido la llave y no sabe cómo volver, nos envuelve las cosas “urgentes” que nos impiden
alcanzar las importantes.
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2. MARTES SANTO.
Jesús se turba en su interior y manifiesta lo que ya sabía: uno de sus discípulos lo entregará. Judas disimula
la mala intención que guarda en su corazón y procura encubrir con hipocresía la avaricia que le domina y le
ciega, a pesar de tener tan cerca al que es la Luz del mundo.
A donde Él va no pueden ir ellos, les dice a sus Apóstoles, a lo que Simón Pedro le garantiza que daría su
vida por Él, pero, ciertamente se cumplieron las palabras de Jesús al decirle que antes de que cantara el
gallo lo negaría tres veces. Pero aquí surge un contrapunto entre lo demostrado por Judas Iscariote y la
promesa de Simón Pedro: el primero es fruto de la arrogancia y preso de avaricia, traicionó y vendió a
Jesús, el más preciado de los hombres, el único que podía enriquecerlo.
En Pedro que es buena voluntad, amor, generosidad, naturalidad, nobleza, negó a Jesús, pero no por mala
intención, sino por cobardía y debilidad humana: «Lo negó por tercera vez, y mirándolo Jesucristo,
inmediatamente lloró, y lloró amargamente». Se arrepintió sinceramente y manifestó su dolor lleno de
amor.
Aquí vemos que el pecado no es la última palabra si va acompañada del arrepentimiento sincero; nuestra
debilidad humana nos conduce por caminos de desesperanza, de desconsuelo y queremos emanciparnos de
Dios y no ser nada más que nosotros mismos, pero es más la misericordia de Dios que vuelve al rebaño a la
oveja perdida, descarriada y agotada.
MIÉRCOLES SANTO
Jesús permaneció en Betania sabiendo lo que va suceder, el día y la hora, es consciente de que los clavos
van a atravesar su carne, y que va ser flagelado, escupido y, por fin, llegará una muerte cruel, pero no
huye, porque esa afrenta va a ser convertida en un sacrificio en el que Él va a ser sacerdote y víctima y va a
pedir al Padre el perdón para todos, pero lo va a pedir pagando el precio de justicia por sus pecados.
El amor no es sólo la satisfacción por el gozo con la persona amada, es también querer tanto al otro que se
busque librarlo de todo mal, por eso Jesús no rechaza el sacrificio, se puede decir que lo ama, aunque el
corazón tiemble y la carne se resista; pero la voluntad es firme.
Formarnos una recta conciencia es vivir la madurez y la coherencia entre lo que creemos, lo que somos y
como actuamos. El que afloja en las pequeñas cosas o mínimos detalles como la insinceridad, la duplicidad
de vida, construye su casa sobre arena y solo puede esperar la ruina. Quien no quiera herrar en su destino
fundamental y no quiera verse víctima de una conciencia deformada no debe apartarse del camino del
Reino Eterno.
¿Cuánto de Judas llevamos nosotros mismos prendido en nuestras vidas? ¿Cuánta traición al Señor en nuestra
falta de amor radical y de servicio generoso existe en nuestras almas?!
JUEVES SANTO
Antes de la fiesta de la Pascua sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a
Dios volvía, Jesús lava los pies a sus discípulos en un gesto de humildad y sencillez, y aunque Simón Pedro
le manifiesta su desacuerdo pues esto era obligación de los esclavos, pero la respuesta tajante de Jesús
indica que en esto se juega el ser o no ser su discípulo y les explica que el “Maestro” (el que enseña) y el
“Señor” (el que manda) es el que acepta el último lugar que la sociedad asigna a un individuo: ser un
sirviente.
Así Jesús cambia el “orden establecido” y el aterrador “desorden” en que vivimos y que no se resuelve
desde arriba, sino desde abajo, no desde el “poder”, sino desde el “carisma” de cada uno de nosotros; y
aquí el mandato es un imperativo, “lo que yo he hecho, háganlo ustedes”.
En la Última Cena, Él se hace presente a través de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y su
Sangre, fuente y cima de toda la vida cristiana, es el culmen de la iniciación cristiana y tiene dos
significados: por un lado, al consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y se renueva el
sacrificio de la Cruz; y como alimento del alma que es sacramento. Es decir, la Eucaristía es Sacrificio
cuando se ofrece y es Sacramento cuando se recibe.
VIERNES SANTO
Es el día que recordamos la Pasión de Nuestro Señor: su prisión, los interrogatorios de Herodes y Pilato; la
flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión a las tres de la tarde y manifestando las “siete palabras".
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3. 1. "Padre: Perdónalos porque no saben lo que hacen". (San Lucas 23, 24)
La verdadera prueba del cristiano no consiste en cuánto ama a sus amigos sino a sus enemigos, es por eso que perdonar a los enemigos es grandeza de alma, perdonar es
prueba de amor.
2. "Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso". (San Lucas 23)
Necesitamos espiritualizar el sufrimiento para ser mejores personas, como cuando el ladrón de la derecha, al ver a Jesús en la cruz comprende el valor del sufrimiento.
3. "Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre". (San Juan 19)
María es Madre de cada uno de nosotros. En Juan estamos representados cada uno de nosotros. María es el refugio de los pecadores. Ella entiende que somos pecadores y
es proclamada Madre de todos los hombres.
4. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (San Marcos 15, 34)
La bondad es el constante rechazo al pecado y es el abandono de Dios por parte del hombre. El hombre rechazó a Dios y Jesús experimentó esto en su humanidad.
5. "¡Tengo sed!" (San Juan 19, 28)
En esos momentos en la Cruz los dolores del cuerpo no eran nada en comparación del dolor del alma y la sed de justicia. Que el hombre despreciara su amor le dolía
profundamente en su corazón; también la sed de todo hombre es la sed del amor divino.
6. "Todo está consumado". (San Juan 19, 30)
El sufrimiento y los tropiezos nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos alcanzar aprendiendo a morir muriendo a nosotros mismos, a nuestro orgullo, a
nuestra envidia, a nuestra pereza, miles de veces cada día.
7. "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". (San Lucas 23, 46)
Debemos de cuidar nuestra alma para devolver el espíritu a nuestro Padre con grito triunfante, nadie nos puede quitar nuestro espíritu porque lo más importante en la vida
es la salvación de nuestras almas.
SÁBADO SANTO
Es un día de oración de reflexión y silencio junto a la tumba esperando la resurrección. Es la preparación
para la celebración de la Vigilia Pascual. Es un día de luto y tristeza pues no tenemos a Jesús entre
nosotros. Jesús yace en su tumba y los apóstoles creen que todo se acabó, pero su madre, María, es la
única que conserva en su corazón las palabras del anciano Simeón, que si bien él profetizó que Cristo
sería signo de contradicción y una espada le traspasaría el alma, también indicó que Jesús sería signo
de resurrección.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Aquí adquiere sentido toda nuestra religión: Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas a
la vida eterna. En cuanto se hace de día, tres mujeres van al sepulcro donde Jesús estaba enterrado y
ven que no está su cuerpo y un Ángel les dice que ha resucitado; ellas dan la gran noticia: ¡Ha
resucitado! El desconsuelo que tenían, ayer, se transforma en una inmensa alegría.
Esta es, también, nuestra propia liberación, la derrota del pecado y de la muerte, porque en la
resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros,
¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?
Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de
una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que
gozaremos de Dios para siempre porque sabemos que nosotros resucitaremos también, toda nuestra
vida adquiere sentido, esta es la esperanza universal.
En la muerte, que es la separación del alma y el cuerpo, el cuerpo humano cae en la corrupción, mientras
que su alma va al encuentro con Dios y queda en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en
su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras
almas, esto, en virtud de la Resurrección de Jesús.
¡Jesús está vivo!
cecapta@yahoo.com.mx
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