Este documento presenta el comienzo de la historia de una adolescente llamada Valeria. En el primer capítulo, se describe a Valeria y su felicidad al despertar un martes. También se menciona que ha descubierto que puede volverse invisible a voluntad. En el segundo capítulo, se revela que otro llamado Camilo también tiene este poder y los dos comparten un momento romántico. En el tercer capítulo, Valeria se despierta pensando en otro chico llamado Alejandro y continúa con su rutina antes de ir a la escuela.
1. CAPÍTULO 1
SÉ QUE NO VA A SUCEDER… ¿PERO LO PUEDO SOÑAR?
Era martes 4 de Febrero del año 2013, y eran las 5:00 a.m. Ya había sonado el despertador, pero
Valeria no lo necesitó para levantarse. Estaba del mejor ánimo del mundo. Se levantó, puso
música de Lady Gaga, y se dirigió a darse una ducha mientras, en el camino a ella, bailaba y
cantaba, cómo quién acaba de recibir la mejor noticia del mundo, sólo que éste no era el caso de
Valeria. Simplemente, desde el lunes anterior, se había propuesto a ser feliz.
Así es, se había propuesto ésta meta, sin importar que cantidad de cosas le rondaran por la mente.
Bueno, siguiendo con el día, Valeria se bañó, se vistió, se echó del brillo labial rojo que tanto le
gustaba echarse. Se sentía hermosa. Pero no sólo ése día. Ella siempre decía que la clave para
verse bonita, es sentirse bonita, que si lo sientes, lo reflejas. Y ella así se sentía siempre. Era una
niña… No, una adolescente… En fin, era alta, no mucho, pero si mucho para sus trece años no tan
notorios, parecía de dieciséis. Su cabello era crespo, ella lo amaba, no soportaba que nadie se lo
tocara. Siempre tenía la idea de que “No estaba despeinada, simplemente su pelo era así”. Ella
era diferente, amaba leer, y no seguía mucho los estereotipos que hoy en día la sociedad dicta.
Ella misma se definía también cómo una “Loca y escandalosa”, ya que decía que “es mejor estar
loco que normal”. Así era ella.
Así que, feliz de la vida, Valeria partió hacia el colegio el martes 4 de Febrero. Llegó sonriente,
cómo siempre. La pasaba muy bien en el colegio, era amiga de todos, aún siendo nueva, pero es
que ella tenía una increíble capacidad de socializar con los demás. Para gran felicidad de Valeria,
en la clase de Lengua Castellana… ¡leyeron cuentos! Cuentos inventados por cada uno de sus
compañeros. No eran los mejores, sin embargo, Valeria siempre escuchaba extasiada cada uno de
ellos, porque consideraba que escuchando lo que las otras personas escribían, podía saber un
poquito de cada una de ellas, así no se dieran cuenta. Le gustó en particular el cuento de Laura,
bueno, más conocida como “Pollo”, ya que siempre usaba una chaqueta amarilla, amarilla, así
como un pollo. El cuento de Laura era sobre amor, ¡y es que se me había olvidado contar ése
detalle! Valeria estaba enamorada. Bueno, a medida que lean, se darán cuenta de quién, cómo,
por qué…
También, en la clase de Lengua Castellana, todos hicieron críticas (constructivas, lógicamente)
hacia todos los cuentos. A Valeria esto le gustaba sobremanera, siempre decía que los demás son
los que mejor te pueden corregir. También le gustaba su profesora, le gustaba de la manera cómo
se expresaba, y estaba de acuerdo cuándo decía que “el lenguaje tiene mucho poder”.
Finalizó la jornada escolar, y Valeria salió de su salón de clases. Se dirigió a su amiga Lorena, que
estaba en décimo, y salieron juntas del colegio, Lorena se montó en el transporte, y Valeria
empezó el camino hacia su casa. Vivía cerca del colegio, y a su mamá no le gustaba que se fuera
caminando, pero a Valeria siempre le daba pereza montarse en bus. ¿Irónico, verdad?
2. Valeria llegó a su casa, saludó a su tía, a su abuela, y almorzó. Luego, se dispuso a dormir, ya que
no tenía mucha tarea. ¡Y tuvo un sueño la mar de raro! Soñó que estaba en un mundo
completamente diferente, bueno, en realidad no era tan diferente. Sólo que en éste mundo,
Valeria se podía hacer invisible para quienes quisiera. Cuándo se despertó, no creyó que lo hubiera
hecho, porque ella misma se sentía etérea, invisible…
Y resultó que la frase: “Sé que no va a suceder pero lo puedo soñar” terminó aplicándose en la
vida de Valeria, ya que al soñarlo, lo hizo realidad.
Y así es cómo empieza ésta historia, es la vida de una adolescente, o niña, o lo que sea, de trece
años, enamorada, en noveno, encontrándose a si misma… e invisible para quien ella quisiera.
CAPÍTULO 2
AMOR ETÉREO.
Resulta que lo etéreo es algo impalpable, algo incorpóreo.
Valeria no sabía cómo sentirse, no tenía palabras posibles para describirlo. Pero cuando llegó su
abuela, y empezó a preguntar: “Vale, ¿dónde estás?”, sí que menos. Se empezó a mirar todo el
cuerpo, dándose cuenta de que podía ver los objetos a través de él. Se asustó momentáneamente,
pero luego se calmó un poco, al ver una notita que había en el borde derecho de la cama: “Valeria,
para dejar de ser etérea, invisible, incorpórea, cómo lo quieras llamar, sólo tienes que pronunciar
la palabra ACATEA. En el momento en que lo quieras ser de nuevo, pronúnciala otra vez.
Atentamente, Casiopea.”
Valeria se preguntó quién demonios era Casiopea, pero no le dio muchas vueltas al asunto, ya que
cada vez veía más preocupada a su abuela, buscándola por toda la casa. Dijo pasito: “Acatea”, y se
miró las manos. Las podía ver, ahí, físicamente. Podía ver de nuevo su piel, sus uñas, los callos que
le habían salido en las manos. Se sintió aliviada. Fue al encuentro con su abuela y le explicó que
había estado acostada por que se había sentido muy enferma, y que por eso no la había
escuchado llamarla. Su abuela puso cara de dudarlo un poco, ya que había pasado por la alcoba de
Valeria y no la había visto, pero dejó el asunto atrás y lo atribuyó a su posible ceguera.
Ya eran casi las seis de la tarde, y llegó la mamá de Valeria. Era una mujer esbelta, alta, pelirroja,
con una gran sonrisa. Su hija la saludó con una gran sonrisa, le tenía mucha confianza. Sin
embargo, no quería confesarle que se le había otorgado el poder de ser invisible. Valeria no
quería, más sin embargo no había razón alguna para ello. En fin, las dos comieron, leyeron, y se
acostaron a dormir.
Llegó el miércoles, y Valeria se encontró de nuevo con una extraña notita, pero ésta vez al borde
izquierdo de su cama, ésta decía: “No eres la única etérea, más sin embargo, de todos los que hay,
a todos los gobiernas. Ten cuidado, con un gran poder, llegan grandes responsabilidades.
Atentamente, Casiopea.” Valeria la cogió, la leyó una y otra vez, sin poder entenderla del todo.
Finalmente le guardó en su bolso, con miedo a que su mamá la viera. Olvidando aquel asunto de la
3. notita, se bañó, se vistió, se aplicó el brillo labial rojo que tanto le gustaba, se miró en el espejo, y
se sintió bonita. Ése día iba a ir a su casa Alejandro, un niño de décimo, a enseñarle guitarra. Lo
cierto es que a Valeria le encantaban los ojos de Alejandro, que eran verdes, verdes, y le brillaban
cuándo estaba en el sol. Pero no era él de quién de Valeria estaba enamorada, más adelante se
darán cuenta de quién.
Valeria partió hacia el colegio, y todo, como siempre, transcurrió con mucha normalidad, hasta
que llegó la clase de Química. La cosa era que Valeria no sabía nada de química, y justo ése día al
profesor le dio por hacer dizque un examen diagnóstico. Cuándo Vale me lo contó, me pareció el
colmo. Lo cierto es que ella no tenía ni cinco de ganas de presentar el dichoso examen diagnóstico,
así que pasito, dijo: “Acatea”. Se miró las manos. Pudo ver su cuaderno con el marcado de la
asignatura y su respectivo profesor: “QUÍMICA – WILLIAM PÉREZ”. Lo pudo ver a través de su
mano. Se alegró, y, sabiendo que nadie la veía, salió del aula con total sencillez. Fue al baño, se
arregló, ya que Alejandro la iba a ir a buscar a su salón al finalizar la jornada. Fue a la máquina de
dulces, compró chocolates, y se sentó tranquilamente a comérselos. Todo iba de maravilla. Valeria
cada vez estaba más feliz de saber que podía volverse transparente e invisible cada que lo
quisiera, pero la dicha no le duró mucho. Escuchó que la llamaban desde atrás: “¡Valeria
Querubín!”. Se volteó, no asustada, sino confundida, porque conocía muy bien la voz de quién la
llamaba. Siempre dijo que sería capaz de reconocerla en dónde fuera. Y siendo así, se volteó del
todo, viendo con una gran felicidad, mezclada con confusión, a Camilo, el de veinticinco.
Ahora llega la parte de la historia en que se preguntan, ¿quién es Camilo el de veinticinco? Bueno,
Camilo era el hombre (literal) de quién Valeria estaba enamorada. “El de veinticinco” porque ésa
era su edad. Cómo podrán adivinar, no podían estar juntos. Valeria, aunque no los aparentaba,
seguía teniendo trece años. Pero es que era un amor diferente, siempre supe que Camilo la quería
de verdad… Bueno, el caso es que Camilo era cuentero, y aunque muchas veces la mamá de su
amada le había dicho que se alejara de ella en todos los tonos de voz habido y por haber, él no era
capaz. Simplemente lo que sentía no lo dejaba.
Bueno, ya se imaginan la sorpresa de Valeria al verlo parado ante sus ojos, y al poder ver de nuevo
ése pelito crespo que tanto le gustaba, con sus característicos rapados a ambos lados de la cabeza.
Se paró, y fue a darle un fuerte y gran abrazo, cargado de “una melcocha de emociones”, cómo me
lo describió ella. Después del abrazo, a Valeria la cogió la incertidumbre y le soltó de repente: “Y
tu, ¿Cómo es que me ves?”. Camilo se rió y le respondió: “¿Te acuerdas de la notita del día de
hoy? Decía que no eras la única etérea. Pues bien, aquí me tienes, también me puedo hacer
invisible cuándo quiera, y venir a ver ésas lunitas cafés tuyas.” (Las lunitas cafés eran los ojos de
Vale). Se rieron, se dieron un muy largo beso, y se quedaron juntos, sentados, un par de individuos
viviendo un amor incorpóreo, impalpable, así como ellos. Pasó el tiempo, muy rápido por cierto, y
se dieron cuenta de que ya todos estaban saliendo de los salones. Sabían que se tenían que
despedir. Ésa siempre era la parte más dura de todos sus encuentros, que por cierto eran secretos.
Luego de hacer un intento de despedida durante aproximadamente cinco minutos, finalmente se
despidieron, y Camilo partió en su moto roja. Vale se quedó mirándolo, viendo cómo se alejaba,
viendo como se volvía corpóreo de nuevo… De repente, se acordó de que Alejandro la debía de
4. estar esperando afuera de su salón. Pronunció la palabra mágica, se miró, se cercioró de que fuera
visible, y fue al encuentro de éste. Cuándo lo vio, se confundió. Todo fue culpa de sus grandes y
verdes ojos, que le brillaban con el sol. Se sonrieron, y él le preguntó: “¿Vamos?”. Vale le
respondió: “Vamos”. Se encaminaron juntos hacia la casa de Vale, allí almorzaron, y empezaron a
tocar guitarra. Por alguna razón, Valeria tampoco fue capaz de contarle a Alejandro eso de ser
etérea, sentía que era algo para guardárselo a sí misma. Tocaron guitarra todo el día, clavándose
uno al otro las miradas de vez en cuando, pero siempre desviándolas al segundo. Alejo se fue casi
al anochecer, Valeria quedó encantaba con su forma de tocar guitarra. Vale se quedó sola en su
casa al Alejo irse, pero de pronto tocaron la puerta. Vale fue a abrir, y al hacerlo, no vio a nadie.
Pero aún así, sintió a alguien. Sintió cómo le tocaban la mano, y le susurraban al oído. No se
asustó. Sabía que era Camilo. Pasito, como siempre, pronunció la palabra mágica, al hacerlo, no
sólo se volvió transparente, sino que pudo ver a Camilo ante ella. Se miraron profundamente,
como siempre lo hacían. Él le dijo: “¿Nos escapamos?”. Ella le respondió: “Escapémonos”. Así fue
cómo Valeria partió junto a Camilo en su moto roja, fueron a un mirador, dónde miraron la ciudad,
sin que ella los viese a ellos, se abrazaron, se miraron, se besaron, se quisieron mutuamente. Era
un amor incorpóreo, impalpable, etéreo, como quienes lo estaban viviendo…
CAPÍTULO 3
UNOS OJOS VERDES Y UNA GRAN RESPONSABILIDAD
Sonó el despertador. 5 a.m. Valeria abrió los ojos. Había pasado una noche espectacular. Sin
embargo, el jueves 7 de Febrero se despertó pensando en otros ojos, así es, en los de Alejandro.
Tuvo miedo, miedo de que dejara de sentir por Camilo lo que sentía. No sabía por qué le producía
temor, no había razón, ni un por qué, simplemente eran sentimientos…
Pero bueno, Valeria siguió con su rutina diaria, se bañó, se vistió, y se aplicó el brillo labial rojo. Se
miró al espejo. Se sintió bonita. Y así, partió para el colegio.
Ése día le tocó dos horas de Lengua Castellana, nunca me contaba que otras clases le tocaban,
únicamente sentía una especial atracción por ésta, por el lenguaje que hablaba. Por eso las
cuento, porque sé que para ella era importante. En fin, en la clase de Lengua Castellana del 7 de
Febrero, Valeria se grabó leyendo un texto. Uno que para Vale era muy especial, Camilo lo había
escrito exclusivamente para ella. La actividad constaba en identificar los errores al leer, y Vale,
como siempre, descubrió que estaba leyendo muy rápido, y que no hacía las suficientes pausas en
los signos de puntuación. Se lo contó a la profesora, así como lo hizo todo el salón, cada uno
identificando los problemas que tenían al leer para mejorarlos. Luego, la profe prendió el
computador, y le pidió a Valeria que leyera. El texto trataba sobre unos ejercicios de vocalización.
A Vale siempre le parecieron muy charros, porque algunos consistían en hacer como una vaca.
“Mmmmmuuuuuuuu”. Todos en el salón se rieron haciendo estos ejercicios, y después lo hicieron
aún más tratando de decir unos trabalenguas enredadísimos. Todos descubrieron lo mal que
estaban sus músculos de la boca, que no sabían vocalizar. Viendo la cosa tan mala, la profesora les
puso de tarea a hacer un cronograma, diciendo que días iban a hacer dichos ejercicios, de
respiración, y de vocalización. La puso para el martes siguiente.
5. Luego de ésta clase, siguió la de matemáticas, a Vale siempre le gustó el álgebra, sólo que no
estaban trabajando álgebra, por lo cual la clase le resultó un poco difícil. En fin, siguieron las
clases, la jornada se terminó, y salieron. Vale cogió rumbo hacia su casa y se encontró a Alejo en el
camino. De nuevo esos ojos verdes… Tan verdes, con una mirada tan profunda, casi que dolía. Se
saludaron, y Vale siguió su camino. Cada vez le daba más miedo y se sentía más preocupada por el
extraño sentimiento (que ni nombre le tenía) que le estaba naciendo hacia Alejandro.
Llegó a su casa, almorzó, y, de repente, se acordó de la segunda notita que había encontrado en el
borde de su cama. La volvió a leer. No entendía eso de que ella gobernaba a los otros etéreos.
En fin, cómo no tenía ganas de ver a nadie, aprovechó que estaba sola, pronunció por lo bajito:
“Acatea”, y poco a poco vio como podía ver los objetos a través de sus manos de nuevo. Pero ésta
vez, algo extraño ocurrió. Al volverse transparente, no se encontraba en su casa. Vio como todo su
entorno cambiaba, y de pronto se encontró en una casa completamente diferente. Era una casa
grande, como las que ella quería para vivir cuando fuera grande. Tenía una gran escalera de
caracol. Vale no vio a nadie, supuso que estaba en la sala de la casa, así que empezó a subir las
escaleras. Al principio iba bien, normal, asomándose por cada ventana por la que pasaba, pero
luego, se arrepintió de la idea de subir. Las escaleras parecían eternas, pensó que nunca las
terminaría, y hasta se le cruzó por la mente bajar de nuevo. Pero no lo hizo, simplemente tenía
mucha curiosidad de saber dónde estaba. Finalmente, terminó de subir las escaleras, y se
encontró ante sí un pasillo largo, el piso era como un tablero de ajedrez, y las paredes estaban
rodeadas de cuadros muy extraños, eran personajes con sombrero gigante, con ojos desorbitados,
con un cabello muy esponjado y rojo. A Vale se le pareció mucho al sombrerero loco, de Alicia en
el País de las Maravillas. Caminó a lo largo del pasillo, al final había una puerta. La abrió. Se
encontró en una estancia amplia, las paredes eran rojas, y había velas del mismo color en cada
esquina. Finalmente cuándo pensó que estaba a punto de ahogarse entre tanto rojo, vio un perro.
Bueno, no, era una perra. Olvidé mencionarles que Valeria era amante de los perros. Para ella era
casi que inevitable ver un perro y no acariciarlo, así que, siguiendo sus impulsos, se dispuso a
acariciar a la criatura, cuando de pronto, ella le habló. Así es, le habló, específicamente, le dijo:
“Hola”. Vale pegó un brinco que pareció un sapo, casi le da un infarto. Se agachó, y empezó a
recordar los ejercicios de respiración que había visto en clase de Lengua Castellana. Empezó a
utilizar la respiración diafragmática, tratando de sostener el aire, para ver si así se calmaba un
poco. Cuándo se sintió tranquila, se volteó hacia la perra. Llevaba una pequeña insignia en el
cuello, decía “Casiopea”. Inmediatamente supo que era la autora de las notas. Así era,
increíblemente un perro le había mandado las dos notitas a Valeria. Casiopea, al ver a Vale más
calmada, le explicó: “Yo soy la responsable de que adquirieras éste poder. Así parezca increíble, yo
escribí las notitas. Ahora, te explicaré lo que no entiendes aún. Tú no eres la única etérea. Quizás
ya lo sabías, ya que también puedes ver a Camilo. Pero él tampoco es el único etéreo. En realidad,
hay muchísimos, incluso en tu colegio también hay, sólo que no querían presentarse ante ti sin
que antes yo te diera ésta información. Vale, tú los gobiernas a todos. Simplemente fuiste tú la
elegida.” Ella comprendió sus palabras. Siempre dijo que tenía una conexión especial con los
6. perros, que los amaba, y que ellos la amaban a ella. En cierto modo era verdad. Valeria reflejaba
un amor infinito por éstas criaturas de cuatro patas, que parecía que ellas lo sentían, lo percibían.
Después de decirle esto, Casiopea le dijo una frase que a Valeria ya se le hacía conocida: “Ten
cuidado, con un gran poder, vienen grandes responsabilidades. Cada que quieras venir aquí,
pronuncia por lo bajito la palabra CUARZO. Adiós Valeria.”
Valeria empezó a ver cómo Casiopea se alejaba, como la habitación se hacía cada vez más
pequeña al ella estar cada vez más lejos, se sintió flotando, en el aire, suspendida. De repente,
comenzó a caer. Le dio muchísimo miedo, así que cerró los ojos. Justo cuándo pensó que iba a
caer muy fuertemente en el suelo, abrió los ojos, y se dio cuenta de que estaba sentada en la sala
de su casa. Se miró, volvía a ser visible.