1. TEMA VII
EL CALIFATO ABBASÍ
EL MOVIMIENTO ABBASÍ
La revolución abbasí y el cambio de dinastía produjo el paso del imperio de las
conquistas árabes al imperio islámico propiamente dicho, con plena participación de
los maulas. Se puso el acento en el carácter de la jefatura religiosa de los abbasíes,
porque ellos son la “dinastía bendita”, frente a la supuesta impiedad de los omeyas.
Su religiosidad la proclaman de diferentes formas:
• Por su sobrenombre en el reinado de los califas: Al -Mansur (victorioso de Dios),
Al Rasid (el guiado por Dios).
• Por los símbolos de poder, como la túnica, la lanza y el sello del Profeta.
• Por su color dinástico, que es el negro, a diferencia del blanco de los Omeyas y el
verde de los chiíes.
Los chiíes continuaron el proceso de institucionalización gubernativa y de la
administración que se había iniciado en la época omeya, pero con nuevos elementos, en
su mayoría maulíes y desplazando el centro de su dominio de Siria a Irak, lo cual
cristaliza con la fundación de Bagdad en el año 762. Militarmente, pasaron del
antiguo ejército tribal y de “voluntarios de la fe” al de mercenarios, a menudo poco
integrados en la cultura islámica y nada aptos para la guerra de conquista religiosa. La
época abbasí destaca por su gran desarrollo cultural y entre los siglos VIII y XI se
considera la época clásica o edad de oro de la cultura del Islam. Su mayor logro fue la
plena definición cultural del mundo islámico al integrar elementos árabes, iranios y
greco sirios dentro de la fe islámica y la lógica y la ciencia del Helenismo.
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2. PERIODOS DEL GOBIERNO ABBASÍ. EL GOBIERNO DE LOS PRIMEROS
CALIFAS Y EL GOBIERNO DE HARUM-AL –RASID (786-809)
Los primeros califas abbasíes, al–Saffah y al–Mansur, fundamentaron su gobierno en
la colaboración con los maulíes iraquíes e iranios y por la vinculación de su antepasado
al-Abbas al Profeta, lo que legitimaba su dinastía. Se desecharon algunas alianzas de
primera hora, por ejemplo con los chiíes, y las ramas originadas por Husayn, hijo de
Alí, no ofrecían una resistencia activa. El último descendiente de los Omeya,
Abderramán, se instala en Al Andalus y una dinastía bereber se independiza en el
Magreb. El califa al -Mansur traslada la capital de Damasco a Bagdad. Pese a todas
las dificultades, el califato ya estaba asentado en la gloriosa época de Harun-al–
Rashid, durante cuyo reinado ejercieron como visires 17 miembros de la familia irania
de los Barquémidas, eliminados luego por el mismo califa. Aun con el gran esplendor,
seguía habiendo problemas dentro del califato:
• Sectas impías, como la maniquea de los zindiq.
• Problemas en Jurasán y en Occidente.
• Suspicacias entre árabes e iranios.
A Harun-al-Rasid le sucede su hijo al-Mamum, cuya madre era persa y que estaba
enfrentado a su hermanastro al-Amin, de madre árabe. Al–Mamum intentó
aproximarse a los chiíes sin abandonar la protección de los sunníes, junto a actos de
prestigio, como la peregrinación a La Meca y Medina y la construcción de la mezquita
de al-Aqsa en Jerusalén. Durante el segundo tercio del siglo IX los problemas del
califato aumentaron y en 836 el califa Mutasim abandona Bagdad y la cambia por la
fastuosa Samarra, donde se alzarían sucesivos
y bellos palacios. De esta manera intentaba
liberarse de la inseguridad de Bagdad, pero
cayó en la dependencia aún mayor de su guardia
palatina, rodeándose de una guardia turca de
esclavos blancos o mamelucos, poco islamizados
y que poco a poco alcanzarían gran importancia.
Incluso en el apogeo de los abbasíes el poder se
ejerció de manera desigual en las diferentes
partes del espacio islámico y era en el centro del imperio (Irak, Siria, Arabia y
Egipto) donde mejor había arraigado la nueva sociedad urbana y mercantil. Pero a
pesar de todo había revueltas, sobre todo por rivalidades de árabes e iranios. La
frontera con Bizancio permaneció estable y fracasó el intento de un avance en Asia
Menor. Harum-al–Rashid se limitó a organizar refugios y pasos fronterizos en aquella
región, mientras en Occidente la independencia del emirato de Al Andalus se
fortalecía con secesiones magrebíes que iniciaban la expansión a través del Sáhara.
En el terreno iranio se mantuvo la autoridad califal, a pesar de algunas revueltas
como la de Babak en Adarbayyan o la de Tabaristán.
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Mezquita de al-Aqsa
3. REFORMAS ADMINISTRATIVAS. DESARROLLO ECONÓMICO. ESPLENDOR
CULTURAL. DECADENCIA ABASSÍ Y APARICIÓN DE LOS PRIMEROS
MOVIMIENTOS SECESIONISTAS
El asesinato del califa al–Mutawakkil desencadenó un período de anarquía y en
Samarra los mercenarios turcos imponían su voluntad. En algunas zonas del imperio
surgen dinastías de gobernadores independientes, como los tuluníes en Egipto. Al
mismo tiempo se producen las violentas revueltas sociales de los esclavos negros en la
Baja Mesopotamia y diversos movimientos chiíes consiguen establecer áreas de poder
independiente en Tabaristán y Yemen. Hubo momentos de restauración de poder
político de los califas bajo Mutamid, que regresó a Bagdad al final de su vida, y
Muktafil, pero el califato tenía escaso poder económico y el califa no podía pagar a
los mercenarios más que asignándoles usufructos permanentes de tierra, lo cual
deterioraba gravemente la economía rural. La administración central estaba
infiltrada de chiíes en una época de acción militar muy intensa y, por tanto, el mando
militar se impuso al religioso del califa. Desde el año 905 el mando estaba en manos
de los Buyíes, de la facción de los chiíes moderados. Esto sucedía en el centro del
califato, pero en otras zonas también proliferaban las secesiones, siempre motivadas
por la toma del poder financiero y
administrativo por los gobernadores militares,
que formaban dinastías, o también por el triunfo
de disidencias religiosas. El mapa político del
Islam se complicó extraordinariamente porque a
los gobernantes y territorios autónomos venían
a sucederles otros. En el primer tercio del siglo
IX los griegos ocupan Armenia, la Alta
Mesopotamia y Cilicia. Se forman dinastías
regionales más eficaces para hacer frente al
peligro, siendo la más importante la de los
Hamdaníes en Mosul, que incorporaron Alepo a
su dominio en el año 944. En Jurasán y
Transoxiana triunfó la dinastía emiral de los
Samaníes, que vieron un renacer urbano y
mercantil en torno a Bujara y Samarcanda.
Tumba de Ismail Samani, el fundador
de la dinastía, en Bujara, Uzbekistán.
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Los abbasíes otorgaron gran autonomía a algunos linajes de gobernadores,
como los tahiríes de Jurasan (821-873), o a familias como la de los Saman-
Judat, en la Transoxiana, raíz de los futuros samaníes, durante el proceso de
expansión religiosa y mercantil entre las poblaciones turcas e incluso entre los
jázaros y los búlgaros del Volga medio.
4. Mientras los gobernadores Ijsidíes gobernaban Egipto, el hecho más trascendental
se producía en Occidente, porque los emires de la anterior dinastía gobernaron hasta
que el movimiento fatimí derrocó a los aglabíes. Los fatimíes se fundamentaban en
una legitimidad religiosa y tomaron el título de califas, aunque tuvieron que luchar con
los restantes emiratos norteafricanos y con el de Córdoba, pues Abderramán se
proclamó califa en 929 y reafirmó la ortodoxia sunní para enfrentarse mejor al
peligro fatimí. Pero a pesar de todo el movimiento fatimí incorporó todo el Magreb en
las primeras décadas del siglo X, sustituyendo en el poder a los Aglabíes, a los
Idrisíes y a los Rustemíes. Pero también tropezaron con resistencias en la zona, en
especial la religiosa de los doctores de la ley sunníes y de tribus bereberes como los
Zanata, que bloquearon las rutas saharianas centrales. Los fatimíes conservaron las
occidentales y recibieron gran cantidad de oro ghanés, que fue empleado en la
ofensiva y conquista de Egipto en el año 971. El Magreb sólo había sido para los
fatimíes una plataforma provisional y dejaron allí a cargo del gobierno a los Ziríes, de
origen bereber y que volvieron al sunnismo, cedieron el gobierno de la parte
occidental a sus parientes Hammadíes y en el siglo XI rompieron su dependencia de
El Cairo. Otra parte del vacío de poder se dejó en manos de los califas cordobeses.
Los fatimíes convirtieron Egipto en centro
principal del Islam. Fundan El Cairo y allí la
mezquita al-Azhar como centro político y
religioso.
Se declaran también protectores de Medina
y La Meca, instalan su dominio en Yemen y,
en el siglo XI, se encargan de defender
Palestina y el sur de Siria de los bizantinos.
Toleraban a los sunníes en Egipto y tenían
colaboradores cristianos y judíos. Su
administración, centralizada en torno a la
figura del visir, contó con unas finanzas
saneadas y favoreció el comercio. Alejandría
se convirtió en puerto importante y punto de
contacto con la India y el Mediterráneo.
Hubo incluso un florecimiento cultural en un
clima de tolerancia que sólo se vio roto en el
califato de al–Hakim. Pero en el siglo XI el
régimen se debilitó debido a varios problemas:
• La designación del sucesor se mantenía oculta prácticamente hasta el momento
del cambio.
• Inestabilidad del visirato.
• Rivalidades entre los grupos que componían el mercenariado.
• Malas cosechas y tensiones sociales.
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5. En el año 1073 el califa entregó
el poder a Badr, un antiguo
esclavo armenio, gobernador de
Acre, que restauró la situación,
pero ya los fatimíes no podían
aspirar a cumplir el programa
que siglos atrás se habían
propuesto. Se lo impedía la
expansión de los turcos y muy
pronto la presencia de los
cruzados.
Mientras tanto, los verdaderos califas abbasíes se sucedían en Bagdad bajo la
protección de los emires Buyíes, hasta el año 1055. Ya las rutas mercantiles no eran
tan importantes en la zona, porque en gran parte se habían desviado a Egipto. Los
buyíes desarrollaron una política de obras públicas y regadíos y respetaron
escrupulosamente el sunnismo y la figura religiosa del califa. El régimen buyí se
basaba en la solidaridad familiar del grupo y la totalidad del control de la
administración y el ejército. Los excesivos poderes militares de los mercenarios
turcos y la protección de los emires al chiísmo suscitaron descontentos y el deseo de
que se restaurase la autoridad de los califas.
Desde mediados del siglo X se incrementó la islamización de los turcos, que a su vez
estaban presionados por los mongoles. Al otro lado de la frontera, los samaníes
habían establecido un fuerte emirato y admitieron muchos mercenarios turcos.
Desde el año 977 los turcos Gaznauies se independizan y conquistan el antiguo
territorio samaní, aunque no modifican los procedimientos administrativos ni la
ortodoxia sunní. En Transoxiana nace una segunda dinastía turca islámica, la de los
Qarajaníes, que fomenta el contacto con poblaciones no turcas. Mahmud de Gazna
les vence y desplaza a los turcos hacia Armenia para terminar con las perturbaciones
que producían en Jurasán, pero pronto es obligado a abandonar el espacio iranio
oriental. Así, el camino hacia Mesopotamia e Irak queda libre ante los sunníes, que se
presentaban como restauradores de la fe y de la pureza religiosa primitiva, a pesar
de que no tenían demasiada cultura. La irrupción de nuevos pueblos nómadas y el
fervor ortodoxo señalaron también el final de los tiempos del Islam clásico en
Occidente. En torno al año 1000 Córdoba apoya a los bereberes Zanata, pero la
pronta disolución del califato cordobés en reinos de taifas deja reducida la influencia
andalusí en el norte de África a aspectos culturales y mercantiles. En el Magreb
ocurre entonces un importante fenómeno religioso, pues los Sahhaya toman contacto
con un predicador que acentúa la fe religiosa y se empiezan a llamar a sí mismos
Almorávides o “combatientes de la fe”, luchando frente a la tibieza de las
poblaciones sedentarias con todo el fervor religioso y tribal de los nómadas. Llegan a
dominar las rutas saharianas y la Historia del Islam occidental entra en otra etapa a
partir de entonces.
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