El documento habla sobre la importancia de dedicar un día a Dios, al igual que se dedican días a otras figuras como los padres y madres. Propone que el día de Dios es el domingo y que deberíamos expresarle nuestro amor a Él ese día. También contiene reflexiones sobre la necesidad de sufrir uno mismo para poder comprender el sufrimiento de los demás y sobre la importancia de manifestar la bondad exteriormente, no sólo sentirla interiormente.
2. En el calendario encontramos, con bastante frecuencia, algún día denominado Día del padre, de la madre, del maestro, del abuelo, del empleado y cien más... Y eso está muy bien, porque con ello pretendemos demostrar el amor que tenemos a esas personas y la admiración y el reconocimiento por sus servicios y sus funciones, ya en el ámbito del hogar, ya de la sociedad. Pero, ¿has pensado alguna vez que hay Alguien al que debemos dedicar también un día? Nuestro Padre Dios. Porque Él también tiene muchas, muchísimas razones para reclamar nuestra gratitud y nuestro amor. Y si en el día de la madre, del padre, etc.... les decimos a guisa de saludo: “Te quiero, te amo”, ¿por qué no decírselo también al Señor con la misma sinceridad? ¿Quieres saber cuál es el día del Señor? Es el domingo; no dejes de decirle cada domingo: “Señor, te amo, porque eres mi Padre y me siento orgulloso de ser tu hijo”. SEGUIR CON EL MOUSE
3. Compadecer es padecer con otro; pero no se puede padecer con otro si antes no se ha padecido solo. Comprender es aprender con otro; pero eso requiere que antes hayamos aprendido nosotros solos. Por eso, no debes juzgar que estás perdiendo el tiempo ni los esfuerzos cuando estás sufriendo solo; te estás capacitando para sufrir con los demás. Quien sabe sufrir, sabe hacer sufrir menos; quien sabe llorar, sabe comprender mejor a los que lloran. A veces se sufre más de lo que Dios quiere, o porque se sufre como Dios no quiere, o porque no se sufre con los demás. No se puede llegar a comprender lo que significa una lágrima si antes no se ha gustado su sabor salado rodando por las propias mejillas y llegando a los propios labios. ¡Qué cosa llamativa! Las lágrimas propias saben a salado; las lágrimas de los demás saben a dulce cuando se mezclan con las propias. SEGUIR CON EL MOUSE
4. No basta no ser malo; es preciso también no parecer malo; pues si pareces malo, aunque no lo seas, te haces mal a ti mismo y haces mal a los demás. La bondad ha de ser antes que nada interna, de corazón, de verdad, auténtica: has de ser bueno ante tu conciencia y ante Dios. Pero la bondad requiere ser expresada, visibilizada, manifestada, a fin de que todos los demás se sientan animados también a ser buenos y siendo todos buenos, hagamos al mundo mejor de lo que es. Pero la bondad de corazón no aparecerá en rostros tristes, alargados, ceñudos, en actitudes de rechazo, en palabras violentas, en negaciones sin sentido; eso no es “aparecer” bueno, y te vuelvo a repetir que no basta ser bueno, sino que es preciso también demostrarlo. Parecer bueno y no serlo, es hipocresía; serlo y no aparecerlo, es falsedad. SEGUIR CON EL MOUSE
5. En el universo hallamos un equilibrio; en el hombre sufrimos un desequilibrio. El universo mantiene un equilibrio sujeto a las leyes señaladas por el Creador; sin ese equilibrio sobrevendría el caos y la autodestrucción, no sólo del mundo, sino también del mismo hombre. El hombre, por el abuso de su libertad, puede alterar su equilibrio íntimo; de esa forma puede llegar a desorbitarse; el hombre altera el equilibrio; en lugar de ser hermano de todos los hombres y señor de todas las cosas, por su ambición y su egocentrismo quiere ser señor de los hombres y se hace esclavo de las cosas, que llegan a dominarle. Así el hombre, por su afán de poseer, deja de esforzarse por ser; el hombre queda disminuído, sin identidad propia. Solamente volviendo a ocupar el puesto que Dios le señaló podrá restablecer el equilibrio. SEGUIR CON EL MOUSE
6. SALIR CON EL MOUSE Puede parecer algo artificial, pero no deja de tener su mucha razón: las trilogías, que al fin pueden ser símbolos de la Trinidad. Tres cosas debemos ser: puros, justos y honrados. Tres cosas debemos tener: valor, afecto y amabilidad. Tres cosas debemos dar: limosna al necesitado, consuelo al triste, y estima a quien la merece. Tres cosas debemos amar: la sabiduría, la virtud y la inocencia. Tres cosas debemos ensalzar: la frugalidad, la laboriosidad y la presteza. Tres cosas debemos despreciar: la crueldad, la arrogancia y la ingratitud. Tres cosas debemos lograr: la bondad de corazón, la integridad de nuestros propósitos y la alegría. Si a esto añades las bienaventuranzas, habrás duplicado su mérito.