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CONCURSO DE CUENTO: JULIO RAMÓN
RIBEYRO
ORGANIZA:    I.N.C.   (INSTITUTO
NACIONAL DE CULTURA – CHICLAYO,
LAMBAYEQUE- PERÚ)

PRIMER PUESTO: “HUEREC, NOBLE
CORAZÓN DE ALGARROBO”
ESCRITOR: HUMBERTO TEJADA JIMÉNEZ

CUENTO LAMBAYECANO:

                  "HUEREC, NOBLE
                    CORAZÓN DE
                    ALGARROBO"
    En los ojos llenos de tiempo de nuestros paisanos
lambayecanos, yace aún reflejada una historia que jamás
ha sido contada —hasta ahora— y que nos habla del
amor por la vida natural, de la admiración por nuestra
gente, y que es un viaje fascinante hacia nuestro pasado
mochica y, a la vez, un reencuentro con nosotros mismos.

     Fue así que un día nuestra memoria amaneció
despejada y, entonces, pudo recordar la increíble historia
de Huerec, una mágica ave que se quedó para siempre en
el corazón de todos los lambayecanos. Al leer cada línea
de este cuento, querido paisano, podrás escuchar las
voces de un pueblo que hablaba como si estuviera
cantando y que siempre se ponía de pie cada vez que la
adversidad lo visitaba.

   Bajo la sombra de un algarrobo... Fue así como
empezó a escribirse esta historia.

      Confundido entre sus mismos pasos, un poderoso
brujo mochica de nombre Ñañ Paia escuchaba, ya muy
cansado, el sonido que producían sus pisadas sobre las
hojas calcinadas del bosque y veía cómo su cuerpo era
cubierto por el humo fantasmal que se desprendía de la
tierra. Con los latidos de su corazón, que cada vez se
hacían más fuertes y seguidos, se preguntaba qué había
pasado con el maravilloso bosque que tenía bajo su
cuidado y que le servía de sustento a todo su pueblo: —
¡Ots! ¡Ong! ¡Naym! ¡Sad! (guabas, algarrobos, aves, maíz)
—gritaba a viva voz, renegando su suerte y nadie le
respondía—. ¡Min yang! ¡Min yang! (mi casa) —repetía y
repetía sin encontrar consuelo alguno.

    Por aquellos días, el Señorío Mochica estaba
sufriendo una prolongada sequía y —se cree— que las
elevadas temperaturas del día habrían encendido los
pastos y los árboles de este noble bosque seco,
llevándose para siempre a las plantas y animales que
servían de alimento a este pueblo mochica.

    Ñañ Paia, que acostumbraba transitar por esos
frondosos caminos y ofrecer, desde allí, muchos rituales a
su dios Ai-Apaec, se sentó pensativo sobre lo que
quedaba de un algarrobo; no se sabe cuánto tiempo
estuvo allí, porque, cuando alzó la cabeza, se dio con la
sorpresa de que la noche lo cubría completamente.

     Mortificado y abatido por el incendio de este bosque,
Ñañ Paia cogió con sus robustas manos un poco de las
ramas y las hojas chamuscadas de un algarrobo y,
rociando chicha de jora sobre la tierra ceniza, le habló así
a Ai-Apaec: — ¿In tse sagma, Siec? (¿Por dónde andas,
Señor?) —al mismo tiempo que movía sus maracas y
entraba en un estado de inconsciencia. Y levantando sus
ojos al cielo, le suplicó con voz temblorosa y grave: —
¡Devuélvele la vida a tu bosque!

     Así pues, el viejo brujo ofreció sus manos para que
Ai-Apaec se mostrara a través de ellas y pronto se sintió
fortalecido y utilizado para dar vida a nuevos animales
que, desde ese entonces, despertarían la curiosidad y
asombro de todos los hombres de este mundo; además,
para crear plantas maravillosas que nacerían a partir del
bendito algarrobo, rey de la flora de este bosque.

     Ñañ Paia, siendo instrumento del dios mochica,
mostró al cielo un grueso tronco quemado y lo tiró unos
metros más adelante. Con los ojos llenos de admiración,
vio que ese tronco cobraba vida hasta convertirse en un
bello oso negro, cuyos ojos y algunas partes de su vientre
habían sido impregnados del color del humo y de la
neblina que se dejaba ver esa noche. Este noble animal
se acercó a Ñañ Paia y luego se perdió de su vista.
Mientras él lo contemplaba extasiado, entendió que este
oso había recibido el encargo de formar otros bosques, de
conservarlos y extenderlos para siempre en esta tierra.

     Posteriormente, dado que había mucha hambre por la
ausencia de lluvias, de agua en los ríos y, ahora, con la
destrucción del bosque, Ñañ Paia le pidió a Ai-Apaec que
envíe alimentos. Fue así que, mientras éste hablaba al
cielo, se desprendió repentinamente la rama quemada de
un enorme árbol y, para sorpresa del brujo, esta rama no
cayó, sino más bien empezó a tomar vuelo hasta verse
convertida en un ave. Era, pues, un bello pájaro de color
gris que siguió el rastro del oso y que sólo pudo mostrar,
ante los ojos del brujo, unas pequeñas plumas blancas en
sus alas. Esta ave sería, desde entonces, un alimento
venido del cielo y que debería ser cuidado por todos los
pobladores mochicas para que nunca faltase en el
bosque.

     Súbitamente, Ñañ Paia, como si hubiera recibido una
orden, tuvo la necesidad de encontrar algunas semillas y
se puso a buscarlas rápidamente por la zona. Despejó con
gran dificultad las malezas, y muchas hojas quemadas.
Sus dedos, muy afectados por tanto escarbar la tierra
caliente, solo pudieron encontrar unas pequeñas
piedrecillas que, en las manos del brujo, se convirtieron en
las semillas de un árbol fantástico, regalo maravilloso del
bosque seco, y que sería, en adelante, el perfecto
acompañante del algarrobo. Las hojas de este árbol se
convertirían en un rico follaje para el ganado, sus raíces
evitarían la degradación del bosque, sus frutos darían un
aceite comestible al hombre, de su pulpa saldría un
excelente pegamento y donaría mucha madera para que
los mochicas puedan darle formas distintas, según sus
múltiples necesidades. —"Sapot" "sapot" "sapot" —se le
escuchaba balbucear al brujo, mientras guardaba las
semillas que luego sembraría en otro bosque del Señorío
Mochica.

     Por aquellos tiempos, era muy conocido entre los
sacerdotes mochicas que Ai-Apaec tenía predilección por
los pájaros singulares, ya que siendo dominador de las
aguas y de las tierras —a veces pulpo y otras tantas
felino, según como era mostrado en los frisos y murales—
le cautivaban, además de los cielos y los vientos.
Recordando esto, Ñañ Paia —siempre en estado de
conexión con su dios— le sugirió darle vida a otra ave, de
características extrañas pero muy especiales.

     Y así fue que este nuevo pájaro habría de ser raro; ya
que, habiendo sido creado de noche, no se conocerían
tanto sus costumbres. Durante el día sería como un
fantasma, o sea, pasaría desapercibido. Para ello, su
creador le otorgaría cualidades para confundirse con su
entorno, dándole a sus plumas el mismo color plomo
cenizo de la tierra que Ñañ Paia apretaba —en ese
momento— entre sus manos y, además, tendría la
capacidad de estar en silencio e inmóvil por largos
momentos durante el día. Asimismo, para no olvidarse
jamás que fue producto del fuego y de la noche, tendría
unos grandes y hermosos ojos amarillos y negros, un pico
quemado en la punta y unas patas, cual ramas largas y
amarillentas, que inspirasen, pues, las raíces largas y
profundas del algarrobo.

     Para finalizar, Ñañ Paia le recomendó a Ai-
Apaec donarle a esta ave un corazón de algarrobo y
así, sin quererlo, harían de esta ave un ser noble y
generoso, pues así es el espíritu de este árbol
milenario.

     Así pues, Ñañ Paia, siendo parte de esta noche
interminable y recibiendo la luz cómplice de la Luna
que le caía en sus cansados ojos, vio aparecer, por
primera vez, de la tierra humeante, a un pájaro
realmente único, que hasta se podría decir mágico.
Mientras hacía su aparición esta ave, el brujo
mochica notó que el bosque fue invadido por un
fuerte viento que hacía parecer como si las ramas y
las hierbas dijeran: "ere, ere, ere..."

     Por tan simbólico detalle, Ñañ Paia distinguió a
esta ave con el nombre de Huerec: —¡Chizzoer
tañeim ejep nayn Huerec! (¡Bienvenida a esta tierra
ave Huerec!) —exclamó con autoridad el brujo
mochica. — ¡Huerec! ¡Huerec! —respondió esta
increíble ave, como si entendiera al hechicero,
mientras se elevaba por los aires y se distanciaba,
tratando de encontrar un aire más puro y diáfano.

     Tantas horas habría estado "fuera de sí" el brujo
mochica, cantando sus artes en el bosque y
hablando con su dios, que, sin percatarse, se
encontró de nuevo "entre dos luces", tal y como
dirían los sabios ancianos moches para recibir un
nuevo día (cuando se encuentran la Luna y el Sol).
—¡Amam a tinm! (¡Ya está amaneciendo!) —se dijo
para sí mismo. Y, recobrando la conciencia, pensó
en voz alta: —Amos meyepantse ansmam (Anda
despacio, no te vayas a caer) —mientras retomaba,
muy fatigado y agotado, el camino hacia su cabaña
mochica.

    Con el paso de los días, pronto llegó la noticia
de la llegada del agua al Señorío mochica y, gracias
a ella, se pudo aplacar la sed de los hombres,
plantas, animales y tierras del pueblo. Tal parece
que las nubes y las montañas sagradas de los
andes se hubieran apiadado de esta parte de la
costa norte, provocando, así, generosas lluvias para
alimentar sus ríos. Mientras esto sucedía, Huerec y
los demás animales, que no se cansaban de
explorar estas tierras, empezaban ya a adaptarse al
bosque y a la vida silvestre de la maravillosa
naturaleza lambayecana.

    Huerec, por su parte, como estaba muy dado a
recoger insectos, pronto se convirtió en el limpiador
del bosque. Durante las noches, cuando la Luna se
ponía de acuerdo con las estrellas para iluminar los
campos, Huerec se dejaba ver y, levantando su pico
al cielo, recordaba con nostalgia y gratitud a su
creador y cómo apareció por estos lares. En el día,
esta ave se las arreglaba para ver muy de cerca a
ese laborioso y guerrero pueblo mochica,
trascendente en el tiempo, vencedor del desierto y
gran artista de la vida.

    Así, pues, pasó un tiempo más o menos
prolongado y tranquilo en el pueblo mochica; hasta
que un día, del cual no se tiene tanto recuerdo,
Huerec miró como de costumbre el cielo y vio que
éste estaba muy extraño y muy cargado de agua.
Llegó la noche de ese aciago día y las lluvias se
desataron de la manera más furiosa e interminable.
Era, sin duda, el inicio de un fuerte y destructor
fenómeno climático que los hechiceros habían
pronosticado y que, una vez más, azotaría esta
región.

    Huerec, refugiado en el bosque, sintió el temor y
la desesperación de la gente. De día y de noche,
veía cómo las personas se movilizaban y eran
alcanzadas por unas sonoras y despiadadas lluvias
que traían abajo sus construcciones y arruinaban
sus cultivos.

     Pronto, una corte de desesperados hechiceros
tomarían la fatal decisión de ofrecer sacrificios
humanos a su dios Ai-Apaec y la sangre de muchos
infortunados sería levantada en copas desde lo alto
de muchas pirámides truncas para contentar a su
dios y suplicarle que parasen las lluvias. Por
aquellos días, de ingrata recordación para los
mochicas, se hallaba nuestro viejo Ñañ Paia, quien,
en el atardecer de su vida, postrado en la hamaca
de su cabaña, veía resignado la suerte de su
pueblo...

      Por otro lado, testigo de excepción de tantas
muertes absurdas en el bosque seco y en los
arenales, Huerec, con sus alas humedecidas y
tiritando de frío, esperó un día a que cayera la noche
y, levantando una vez más su pico en dirección a las
estrellas, se dirigió a Ai-Apaec para decirle:
"¡Huerec, Huerec, Huerec!", agudamente por los
aires. Y esto lo hacía con mucha constancia el
mágico pajarito. Si alguien lo escuchaba, diría que
esta avecita estaba llorando y también reclamando
algo.

     — ¡¿Am?! (¡¿Qué?!) —se escuchó decir
estruendosamente a lo lejos, a manera de eco. Era
pues la voz de Ai-Apaec que empezó a hablar en el
lenguaje del ave. En ese diálogo, Huerec le pidió a
su creador que cesaran las lluvias y le reclamó, con
osada valentía, por qué había acostumbrado tanto al
pueblo mochica a matar a su misma gente,
creyendo que con estos sacrificios iban a solucionar
sus problemas. Ai-Apaec, viéndose ofendido por tan
insignificante criatura, no escuchó más a Huerec,
más bien, montó en cólera contra el indefenso
pájaro y esperó a que se haga de día para darle un
escarmiento. Resulta ser que, en el espíritu de Ai-
Apaec, siempre hubo algo oscuro y malvado que se
fue gestando con las injusticias, carencias y
necesidades al interior del pueblo mochica. Así
pues, con los primeros rayos del sol, Ai-Apaec divisó
a Huerec desde el cielo y de un certero ventarrón lo
mandó a la tierra. Desde ese instante, Huerec, muy
difícilmente volvería a volar como lo solía hacer.

    Con sus facultades de vuelo limitadas, Ai-Apaec
hizo que Huerec sea perseguido por cientos de
serpientes "macanches" en el bosque y, si se
acercaba a tomar agua de los ríos, de seguro que
encontraría la muerte en la boca de unas culebras
de agua llamadas "colambos". Acorralado y sin
ningún tipo de ayuda, Huerec recordó su naturaleza
y su condición de mágico ser, sintió que su noble
corazón de algarrobo estaba más fuerte que nunca y
que su capacidad de confundirse con el paisaje
estaba intacta. Echó, pues, una mirada a sus patas
y vio que podía correr más rápido que cualquier otra
ave del bosque. Y, desde ese momento hasta ahora,
no para de correr.

     Usando, pues, todas sus facultades, Huerec
engañó muchas veces a su propio creador, que
nunca lo pudo atrapar. Convertido en una gran
amenaza para el culto hacia Ai-Apaec, Huerec se
valió de muchas formas para mostrar a los brujos y
sacerdotes mochicas el nuevo rostro del dios al que
veneraban. Pronto empezaron a pintarse en los
frisos de los templos y palacios mochicas un dios
terrorífico y cruel. Y todo esto era por influencia de
Huerec. Mostrando gran preocupación por lo que
acontecía, Ai-Apaec hizo que las aguas dejaran de
caer del cielo para alegría de miles de rostros y
vidas mochicas, y miró resignado cómo los
pobladores mochicas empezaban a mostrar, de a
pocos, una crisis de identidad con su propia religión.

    Huerec decidió, entonces, quedarse para
siempre     en    nuestros      mágicos     campos
lambayecanos y desde allí acompañar a este pueblo
mochica que, de vez en cuando, lo observa, lo
admira y se pone a pensar sobre la herencia de un
pasado glorioso y el real significado de trascender
en la vida.

                           FIN

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Cuento Lambayecano:Huerec...

  • 1. CONCURSO DE CUENTO: JULIO RAMÓN RIBEYRO ORGANIZA: I.N.C. (INSTITUTO NACIONAL DE CULTURA – CHICLAYO, LAMBAYEQUE- PERÚ) PRIMER PUESTO: “HUEREC, NOBLE CORAZÓN DE ALGARROBO” ESCRITOR: HUMBERTO TEJADA JIMÉNEZ CUENTO LAMBAYECANO: "HUEREC, NOBLE CORAZÓN DE ALGARROBO" En los ojos llenos de tiempo de nuestros paisanos lambayecanos, yace aún reflejada una historia que jamás ha sido contada —hasta ahora— y que nos habla del amor por la vida natural, de la admiración por nuestra gente, y que es un viaje fascinante hacia nuestro pasado mochica y, a la vez, un reencuentro con nosotros mismos. Fue así que un día nuestra memoria amaneció despejada y, entonces, pudo recordar la increíble historia de Huerec, una mágica ave que se quedó para siempre en el corazón de todos los lambayecanos. Al leer cada línea de este cuento, querido paisano, podrás escuchar las voces de un pueblo que hablaba como si estuviera cantando y que siempre se ponía de pie cada vez que la adversidad lo visitaba. Bajo la sombra de un algarrobo... Fue así como empezó a escribirse esta historia. Confundido entre sus mismos pasos, un poderoso brujo mochica de nombre Ñañ Paia escuchaba, ya muy cansado, el sonido que producían sus pisadas sobre las hojas calcinadas del bosque y veía cómo su cuerpo era cubierto por el humo fantasmal que se desprendía de la tierra. Con los latidos de su corazón, que cada vez se hacían más fuertes y seguidos, se preguntaba qué había pasado con el maravilloso bosque que tenía bajo su cuidado y que le servía de sustento a todo su pueblo: — ¡Ots! ¡Ong! ¡Naym! ¡Sad! (guabas, algarrobos, aves, maíz) —gritaba a viva voz, renegando su suerte y nadie le respondía—. ¡Min yang! ¡Min yang! (mi casa) —repetía y repetía sin encontrar consuelo alguno. Por aquellos días, el Señorío Mochica estaba
  • 2. sufriendo una prolongada sequía y —se cree— que las elevadas temperaturas del día habrían encendido los pastos y los árboles de este noble bosque seco, llevándose para siempre a las plantas y animales que servían de alimento a este pueblo mochica. Ñañ Paia, que acostumbraba transitar por esos frondosos caminos y ofrecer, desde allí, muchos rituales a su dios Ai-Apaec, se sentó pensativo sobre lo que quedaba de un algarrobo; no se sabe cuánto tiempo estuvo allí, porque, cuando alzó la cabeza, se dio con la sorpresa de que la noche lo cubría completamente. Mortificado y abatido por el incendio de este bosque, Ñañ Paia cogió con sus robustas manos un poco de las ramas y las hojas chamuscadas de un algarrobo y, rociando chicha de jora sobre la tierra ceniza, le habló así a Ai-Apaec: — ¿In tse sagma, Siec? (¿Por dónde andas, Señor?) —al mismo tiempo que movía sus maracas y entraba en un estado de inconsciencia. Y levantando sus ojos al cielo, le suplicó con voz temblorosa y grave: — ¡Devuélvele la vida a tu bosque! Así pues, el viejo brujo ofreció sus manos para que Ai-Apaec se mostrara a través de ellas y pronto se sintió fortalecido y utilizado para dar vida a nuevos animales que, desde ese entonces, despertarían la curiosidad y asombro de todos los hombres de este mundo; además, para crear plantas maravillosas que nacerían a partir del bendito algarrobo, rey de la flora de este bosque. Ñañ Paia, siendo instrumento del dios mochica, mostró al cielo un grueso tronco quemado y lo tiró unos metros más adelante. Con los ojos llenos de admiración, vio que ese tronco cobraba vida hasta convertirse en un bello oso negro, cuyos ojos y algunas partes de su vientre habían sido impregnados del color del humo y de la neblina que se dejaba ver esa noche. Este noble animal se acercó a Ñañ Paia y luego se perdió de su vista. Mientras él lo contemplaba extasiado, entendió que este oso había recibido el encargo de formar otros bosques, de conservarlos y extenderlos para siempre en esta tierra. Posteriormente, dado que había mucha hambre por la ausencia de lluvias, de agua en los ríos y, ahora, con la destrucción del bosque, Ñañ Paia le pidió a Ai-Apaec que envíe alimentos. Fue así que, mientras éste hablaba al cielo, se desprendió repentinamente la rama quemada de un enorme árbol y, para sorpresa del brujo, esta rama no cayó, sino más bien empezó a tomar vuelo hasta verse convertida en un ave. Era, pues, un bello pájaro de color gris que siguió el rastro del oso y que sólo pudo mostrar, ante los ojos del brujo, unas pequeñas plumas blancas en sus alas. Esta ave sería, desde entonces, un alimento venido del cielo y que debería ser cuidado por todos los pobladores mochicas para que nunca faltase en el
  • 3. bosque. Súbitamente, Ñañ Paia, como si hubiera recibido una orden, tuvo la necesidad de encontrar algunas semillas y se puso a buscarlas rápidamente por la zona. Despejó con gran dificultad las malezas, y muchas hojas quemadas. Sus dedos, muy afectados por tanto escarbar la tierra caliente, solo pudieron encontrar unas pequeñas piedrecillas que, en las manos del brujo, se convirtieron en las semillas de un árbol fantástico, regalo maravilloso del bosque seco, y que sería, en adelante, el perfecto acompañante del algarrobo. Las hojas de este árbol se convertirían en un rico follaje para el ganado, sus raíces evitarían la degradación del bosque, sus frutos darían un aceite comestible al hombre, de su pulpa saldría un excelente pegamento y donaría mucha madera para que los mochicas puedan darle formas distintas, según sus múltiples necesidades. —"Sapot" "sapot" "sapot" —se le escuchaba balbucear al brujo, mientras guardaba las semillas que luego sembraría en otro bosque del Señorío Mochica. Por aquellos tiempos, era muy conocido entre los sacerdotes mochicas que Ai-Apaec tenía predilección por los pájaros singulares, ya que siendo dominador de las aguas y de las tierras —a veces pulpo y otras tantas felino, según como era mostrado en los frisos y murales— le cautivaban, además de los cielos y los vientos. Recordando esto, Ñañ Paia —siempre en estado de conexión con su dios— le sugirió darle vida a otra ave, de características extrañas pero muy especiales. Y así fue que este nuevo pájaro habría de ser raro; ya que, habiendo sido creado de noche, no se conocerían tanto sus costumbres. Durante el día sería como un fantasma, o sea, pasaría desapercibido. Para ello, su creador le otorgaría cualidades para confundirse con su entorno, dándole a sus plumas el mismo color plomo cenizo de la tierra que Ñañ Paia apretaba —en ese momento— entre sus manos y, además, tendría la capacidad de estar en silencio e inmóvil por largos momentos durante el día. Asimismo, para no olvidarse jamás que fue producto del fuego y de la noche, tendría unos grandes y hermosos ojos amarillos y negros, un pico quemado en la punta y unas patas, cual ramas largas y amarillentas, que inspirasen, pues, las raíces largas y profundas del algarrobo. Para finalizar, Ñañ Paia le recomendó a Ai- Apaec donarle a esta ave un corazón de algarrobo y así, sin quererlo, harían de esta ave un ser noble y generoso, pues así es el espíritu de este árbol milenario. Así pues, Ñañ Paia, siendo parte de esta noche interminable y recibiendo la luz cómplice de la Luna que le caía en sus cansados ojos, vio aparecer, por
  • 4. primera vez, de la tierra humeante, a un pájaro realmente único, que hasta se podría decir mágico. Mientras hacía su aparición esta ave, el brujo mochica notó que el bosque fue invadido por un fuerte viento que hacía parecer como si las ramas y las hierbas dijeran: "ere, ere, ere..." Por tan simbólico detalle, Ñañ Paia distinguió a esta ave con el nombre de Huerec: —¡Chizzoer tañeim ejep nayn Huerec! (¡Bienvenida a esta tierra ave Huerec!) —exclamó con autoridad el brujo mochica. — ¡Huerec! ¡Huerec! —respondió esta increíble ave, como si entendiera al hechicero, mientras se elevaba por los aires y se distanciaba, tratando de encontrar un aire más puro y diáfano. Tantas horas habría estado "fuera de sí" el brujo mochica, cantando sus artes en el bosque y hablando con su dios, que, sin percatarse, se encontró de nuevo "entre dos luces", tal y como dirían los sabios ancianos moches para recibir un nuevo día (cuando se encuentran la Luna y el Sol). —¡Amam a tinm! (¡Ya está amaneciendo!) —se dijo para sí mismo. Y, recobrando la conciencia, pensó en voz alta: —Amos meyepantse ansmam (Anda despacio, no te vayas a caer) —mientras retomaba, muy fatigado y agotado, el camino hacia su cabaña mochica. Con el paso de los días, pronto llegó la noticia de la llegada del agua al Señorío mochica y, gracias a ella, se pudo aplacar la sed de los hombres, plantas, animales y tierras del pueblo. Tal parece que las nubes y las montañas sagradas de los andes se hubieran apiadado de esta parte de la costa norte, provocando, así, generosas lluvias para alimentar sus ríos. Mientras esto sucedía, Huerec y los demás animales, que no se cansaban de explorar estas tierras, empezaban ya a adaptarse al bosque y a la vida silvestre de la maravillosa naturaleza lambayecana. Huerec, por su parte, como estaba muy dado a recoger insectos, pronto se convirtió en el limpiador del bosque. Durante las noches, cuando la Luna se ponía de acuerdo con las estrellas para iluminar los campos, Huerec se dejaba ver y, levantando su pico al cielo, recordaba con nostalgia y gratitud a su creador y cómo apareció por estos lares. En el día, esta ave se las arreglaba para ver muy de cerca a ese laborioso y guerrero pueblo mochica, trascendente en el tiempo, vencedor del desierto y gran artista de la vida. Así, pues, pasó un tiempo más o menos prolongado y tranquilo en el pueblo mochica; hasta que un día, del cual no se tiene tanto recuerdo,
  • 5. Huerec miró como de costumbre el cielo y vio que éste estaba muy extraño y muy cargado de agua. Llegó la noche de ese aciago día y las lluvias se desataron de la manera más furiosa e interminable. Era, sin duda, el inicio de un fuerte y destructor fenómeno climático que los hechiceros habían pronosticado y que, una vez más, azotaría esta región. Huerec, refugiado en el bosque, sintió el temor y la desesperación de la gente. De día y de noche, veía cómo las personas se movilizaban y eran alcanzadas por unas sonoras y despiadadas lluvias que traían abajo sus construcciones y arruinaban sus cultivos. Pronto, una corte de desesperados hechiceros tomarían la fatal decisión de ofrecer sacrificios humanos a su dios Ai-Apaec y la sangre de muchos infortunados sería levantada en copas desde lo alto de muchas pirámides truncas para contentar a su dios y suplicarle que parasen las lluvias. Por aquellos días, de ingrata recordación para los mochicas, se hallaba nuestro viejo Ñañ Paia, quien, en el atardecer de su vida, postrado en la hamaca de su cabaña, veía resignado la suerte de su pueblo... Por otro lado, testigo de excepción de tantas muertes absurdas en el bosque seco y en los arenales, Huerec, con sus alas humedecidas y tiritando de frío, esperó un día a que cayera la noche y, levantando una vez más su pico en dirección a las estrellas, se dirigió a Ai-Apaec para decirle: "¡Huerec, Huerec, Huerec!", agudamente por los aires. Y esto lo hacía con mucha constancia el mágico pajarito. Si alguien lo escuchaba, diría que esta avecita estaba llorando y también reclamando algo. — ¡¿Am?! (¡¿Qué?!) —se escuchó decir estruendosamente a lo lejos, a manera de eco. Era pues la voz de Ai-Apaec que empezó a hablar en el lenguaje del ave. En ese diálogo, Huerec le pidió a su creador que cesaran las lluvias y le reclamó, con osada valentía, por qué había acostumbrado tanto al pueblo mochica a matar a su misma gente, creyendo que con estos sacrificios iban a solucionar sus problemas. Ai-Apaec, viéndose ofendido por tan insignificante criatura, no escuchó más a Huerec, más bien, montó en cólera contra el indefenso pájaro y esperó a que se haga de día para darle un escarmiento. Resulta ser que, en el espíritu de Ai- Apaec, siempre hubo algo oscuro y malvado que se fue gestando con las injusticias, carencias y necesidades al interior del pueblo mochica. Así pues, con los primeros rayos del sol, Ai-Apaec divisó
  • 6. a Huerec desde el cielo y de un certero ventarrón lo mandó a la tierra. Desde ese instante, Huerec, muy difícilmente volvería a volar como lo solía hacer. Con sus facultades de vuelo limitadas, Ai-Apaec hizo que Huerec sea perseguido por cientos de serpientes "macanches" en el bosque y, si se acercaba a tomar agua de los ríos, de seguro que encontraría la muerte en la boca de unas culebras de agua llamadas "colambos". Acorralado y sin ningún tipo de ayuda, Huerec recordó su naturaleza y su condición de mágico ser, sintió que su noble corazón de algarrobo estaba más fuerte que nunca y que su capacidad de confundirse con el paisaje estaba intacta. Echó, pues, una mirada a sus patas y vio que podía correr más rápido que cualquier otra ave del bosque. Y, desde ese momento hasta ahora, no para de correr. Usando, pues, todas sus facultades, Huerec engañó muchas veces a su propio creador, que nunca lo pudo atrapar. Convertido en una gran amenaza para el culto hacia Ai-Apaec, Huerec se valió de muchas formas para mostrar a los brujos y sacerdotes mochicas el nuevo rostro del dios al que veneraban. Pronto empezaron a pintarse en los frisos de los templos y palacios mochicas un dios terrorífico y cruel. Y todo esto era por influencia de Huerec. Mostrando gran preocupación por lo que acontecía, Ai-Apaec hizo que las aguas dejaran de caer del cielo para alegría de miles de rostros y vidas mochicas, y miró resignado cómo los pobladores mochicas empezaban a mostrar, de a pocos, una crisis de identidad con su propia religión. Huerec decidió, entonces, quedarse para siempre en nuestros mágicos campos lambayecanos y desde allí acompañar a este pueblo mochica que, de vez en cuando, lo observa, lo admira y se pone a pensar sobre la herencia de un pasado glorioso y el real significado de trascender en la vida. FIN