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[ 1 ]
Sexo, poder y género:
un juego con las cartas
marcadas
Crítica de la razón sexual
TomoII
© Blanca Elisa Cabral
© Fundación Editorial el perro y la rana, 2009
E   
Rodolfo Castillo
Eva Molina
Kattia Piñango
Edarlys Rodríguez
Silvia Sabogal
Hecho el Depósito de Ley
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 ----
Centro Simón Bolívar
Torre Norte, El Silencio
Piso 21, Caracas-Venezuela.
Telfs: 0212- 7688300 / 0212-7688399
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elperroylaranacomunicaciones@yahoo.es
atencionalescritor@yahoo.es
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Carlos Zerpa
1 Reimpresión, 2013a
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Sexo, poder y género:
un juego con las cartas
marcadas
Crítica de la razón sexual
TomoII
Blanca Elisa Cabral
Serie Clásicos
	 Obras claves de la tradición del pensamiento humano, abarcando
la filosofía occidental, oriental y nuestramericana.
Serie Crítica emergente
	 Textos y ejercicios reflexivos que se gestan en nuestra
contemporaneidad. Abarca todos aquellos ensayos teóricos del
pensamiento actual.
Serie Género-s
Una tribuna abierta para el debate, la reflexión, la historia y la
expresión de la cuestión femenina, el feminsimo y la diversidad
sexual.
Serie Aforemas
	 Entre el aforismo filosófico y lo poético, el objeto literario y el
objeto reflexivo son construidos desde un espacio alterno.
La crítica literaria, el ensayo poético y los discursos híbridos
encuentran un lugar para su expresión.
Serie Teorema
	 La reflexión sobre el universo, el mundo, lo material, lo
inanimado, estará dispuesta ante la mirada del público lector.
El discurso matemático, el físico, el biológico, el químico y demás
visiones de las ciencias materiales, concurrirán en esta serie para
mostrar sus tendencias.
Capítulo iii
Del asunto del sexo al asunto del género,
una propuesta teórica, epistémica y ética en
clave de género
Están jugando un juego. Están jugando a que no juegan
un juego. Si les demuestro que veo que están jugando,
quebraré las reglas y me castigarán. Debo jugarles el
juego de no ver que veo el juego
R. D. Laing (1970)
[ 11 ]
La sexualidad y el género como
dispositivos críticos de la cultura
Un cierto aparato interpretativo, una determinada
tecnología analítica, murmuran su tonada familiar:
parodia o elogio, subversión o intensificación,
desviación o norma, resistencia o permisividad,
juego o seriedad... Afirmaciones en serie, cadenas de
diagramas. Todas las piezas han sido colocadas; se
ha preparado ya una sintaxis, las categorías han sido
asignadas.
No queda nada por hacer sino demarcar la represen-
tación, catalogar sus partes y completar los detalles
que falten. ¡Qué trabajo más tedioso!
Roger Lancaster (1998)
[ 13 ]
Bajo la excusa de las diferencias sexuales
Somos seres biológicos, pero hablamos
y esto cambia todo.
Florence Thomas (1999)
El cuerpo es la primera evidencia incontrovertible
de la diferencia humana.
Marta Lamas (1996)
La sexualidad, en su compleja trama de significaciones socio-
culturales, delata una historia de relaciones de dominación insta-
lada entre los más íntimos pliegues de nuestras representaciones
simbólicas, que circulan en una semiosis social1
organizada en
1	 Me refiero a la noción de semiosis social, entendida como actividad narrati-
va del discurso, en construcción y despliegue cognitivo en un horizonte de
sentido, tiene que ver con el análisis de los procesos de discursividad social,
cómo circula socialmente el discurso (sus condiciones de producción, sus
redes, sus fundaciones, etc.) La semiosis “es la dimensión significante de los
[14]
Blanca Elisa Cabral
una red discursiva de signos, imágenes, creencias, ideas, precon-
cepciones, conceptos... codificados e investidos de significaciones
que cargan de sentido la experiencia de la vida sexual, penetrada
desde el interior mismo del proceso de sexuación2
por la raciona-
lidad fundante del pensamiento occidental.
Somos portadores de un sexo-sexus3
dividido, parcelado,
dicotomizado, fragmentado bajo la excusa biohistórica de
las naturales diferencias sexuales4
, en dos clases sexuales
bien diferenciadas: varones y mujeres, que devienen en
seres tipificados5
por la cultura dentro de un proceso de
fenómenos sociales en tanto procesos de producción de sentido... Es en la
semiosis donde se construye la realidad de lo social” (Eliseo Verón, 1987:125-
126).
2	 Retomo aquí el concepto de sexuación introducido por John Money, para
explicar el proceso de formación de un varón y de una mujer. Es decir, cómo se
forma un varón, cómo se forma una mujer y cuál es el comportamiento de uno
y de otro sexo. El proceso de sexuación resulta de la interacción de lo biológico
a lo sociocultural. Ponencia presentada por el Dr. Money en el IV Congreso
Latinoamericano de Sexología y Educación Sexual. CLASES. Buenos Aires,
1988, bajo el título: “El proceso de sexuación desde la biología. Homosexual,
Bisexual, Heterosexual (Actualización)”.
3	 Etimológicamenteeltérminosexovienedellatínsexus,quesignificadividido,
cortado en dos mitades.
4	 Las diferencias morfológicas más aparentes originan las diferencias sexuales
evidentes (órganos sexuales especializados) y en su complejo proceso de ma-
duración y desarrollo biológico, las diferenciaciones fisiológicas.
5	 En psicología del desarrollo, se entiende por tipificación sexual el proceso de
aprendizaje social mediante el cual los niños y las niñas son asignados a este-
reotipos en razón de su género, por lo que devienen tipificados al asimilar los
roles de género prescritos como adecuados o correspondientes a los varones y
a las mujeres, de los cuales derivan los roles sexuales estereotipados. Los que
obviamente ha ido cambiando para dar paso a la flexibilización de los roles
adaptándose a los cambios de la dinámica social. Cambios que, sin embargo,
no parecen ir en la misma medida en las mentes, en las concepciones y en los
procesos de identidad sexual, actitudes y comportamientos de los hombres y
de las mismas mujeres en sus experiencias de vida cotidiana pública y privada.
Por consiguiente, los cambios necesarios tienen que pasar por el cedazo de
los mediadores cognitivos que, como ya hemos señalado, están anclados a las
estructuras mentales, afectivas, motivacionales que permanecen cristaliza-
das en forma de habitus. Pero también los habitus se remueven, se movilizan
[15]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
asignación de género socialmente construido según lo que
“corresponde” al comportamiento esperado de lo masculino
(remito al análisis de P. Bourdieu sobre La Dominación Masculina. Ver bi-
bliografía). Investigaciones recientes señalan que los estereotipos no cambian
al compás de la evolución social, tal como parecen indicar, entre otros, los
estudios de McBrown (1987) donde los varones no mostraron ningún decre-
mento en sus estereotipos a lo largo de cinco años mientras las mujeres mos-
traronunmayordecliveensusestereotiposenesemismoperíodo,sobretodo,
después de que las mujeres se casaron y comenzaron a trabajar (Cit. Barberá y
La Fuente, en Fernández. J, 1996). En un sentido similar, Juan Figueroa Perea
(2000) en Algunos elementos del entorno reproductivo de los varones al rein-
terpretar la relación entre salud, sexualidad y reproducción (Revista Mujer
Salud/Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe RSMLAC
3/2000). Este autor propone a partir de la crítica a la feminización de la repro-
ducción, repensar teórica, práctica y analíticamente la reproducción como un
proceso relacional y no únicamente como un proceso vivido por las mujeres,
ayudado y estorbado por los varones. Soy de la idea, dice, que la discusión
sobre la paternidad nos puede dar muchos elementos teórico-metodológicos
y prácticos con el fin de repensar el desfase entre la reproducción social y la
reproducción biológica, así como el ejercicio del poder. En otro de los resul-
tadosde su investigación, Perea hace referencia a la existencia de una doble
moral entre los varones en el contexto de las relaciones coitales y el uso de
medidas anticonceptivas, en la cual los varones reconocen que en el ámbito
de lo doméstico las actividades han cambiado pero no necesariamente la
valoración de sus actividades: dicen los hombres que se sentían acorralados
por sus mujeres para hacer lo que estaban haciendo. Por ello escogen en qué
ayudar a su pareja, pero no lo viven como quien se organiza en un proyecto
común. Resultan realmente importantes al interior del debate actual, los
estudios realizados por investigadores varones que comienzan a divulgarse,
en los cuales revisan y cuestionan los modelos tradicionales de masculinidad,
sus procesos de identidad, los estereotipos asignados a ellos y su dificultad
para salir de su confinamiento socio/sexual, su grado de participación en los
aspectos de la vida donde no han sido socializados para ello, el rol paterno y su
relación con la reproducción. A través de estos nuevos estudios se comienza
a hablar de nuevas masculinidades, de la necesidad de redefinir roles, del
derecho a la ternura, de una real y mayor participación en procesos a los que
la norma sociocultural del bloque hegemónico dominante de nuestras socie-
dades androcéntricas les ha mantenido, de alguna forma, vedados, excluidos
y hasta negados.
[16]
Blanca Elisa Cabral
y de lo femenino, con el predominio del modelo masculino,
que ha virilizado la cultura y dominado la sexualidad6
.
Entre los imperativos de la cultura dominante, estos son
algunos de los nudos críticos que atan desigualmente las rela-
ciones sociales de género (ya identificados en los enunciados del
Tomo I).
El hecho de ser sexuados marca la huella biohistórica que
en entrepiernas (y algo más) ¡distingue y clasifica a varones y
mujeres! Todo parece indicar, entonces, que a partir de las dife-
rencias sexuales se afincará la cultura para imprimir los signos
de la diferenciación, las oposiciones, separaciones y distancias,
desde un sexo-sexus donde —paradójicamente— todo comienza
y se separa para volver a juntarse. Sólo que el problema de fondo
es mucho más complejo que las “simples”, “obvias” y “naturales”
diferencias sexuales cuando éstas trascienden a la cultura que las
simboliza,aldiscursoquelasnombra,alasrelacionessocialesque
las reproducen y legitiman en diferenciaciones, desigualdades y
asimetrías entre hombres y mujeres y, por supuesto, a la vivencia y
práctica de una sexualidad atravesada por relaciones jerárquicas
de género.
Precisamente es en la sexualidad, aquello que la especie huma-
na parece tener más en común con las demás especies botánicas
y zoológicas, donde la dialéctica de lo humano más se patentiza
como unión de contrarios en una vivenciación única y compleja.
De ahí la conflictividad que, para la vida del individuo humano, ello
supone, empezando por los problemas de la identidad sexual (Luis
Cencillo, 1993:37-38).
6	 Me refiero incluso a las relaciones de pareja y específicamente a las posturas
coitales. Más adelante trataré con mayor amplitud el modelo de dominación
masculina coital en las relaciones sexuales.
[17]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
Esta conflictividad que viene enraizada a la exquisitez bioló-
gica de las naturales diferencias sexuales, mediante las cuales se
distingue y opone a varones y mujeres, se complejiza en nuestra
vida social y sexual, ya que, la sociocultura dominante se encarga-
rá de incluirnos dentro de un sistema primario de o-posición y di-
visión por sexo7
en el que devenimos masculino-femenino como
pares dicotómicos, correspondientes a los géneros de asignación.
Como sostiene críticamente Marta Lamas (1995:62):
Sobre la contundente realidad de la diferencia sexual se constru-
ye el género en un doble movimiento, como una especie de “filtro”
cultural con el que interpretamos el mundo, y también como una
7	 Esta división obedece a la concepción dualista del sexo, desarrollada y aún
vigente en muchos enfoques organicistas y biologicistas del sexo, donde se
divide al macho en oposición a la hembra y en consecuencia se define lo mas-
culino y lo femenino como categorías mutuamente excluyentes y opuestas. El
modelo continuo del sexo enfatiza un concepto de los sexos como categorías
independientes o equivalentes. Prefiero seguir el concepto del sexo como
un constructo complejo e interactivo, que se extiende a lo largo del todo el
ciclo vital de los individuos, el cual ha sido puesto de relieve sobre todo por
la psicología del desarrollo y las nuevas teorías sistémicas de la biología, la
embriología y la genética, donde se enfatiza la interacción biocultural entre
los múltiples factores, elementos y procesos en sus diferentes dimensiones
(biofisiológicos, psicológicos, socioculturales y situacionales). Estas recientes
concepciones del sexo son derivadas de las investigaciones empíricas sobre
el carácter interactivo que lo biológico (mutable) y lo cultural (cambiante)
ejercen sobre el desarrollo y evolución de los procesos de sexuación y cons-
trucción del género. Todo lo cual tiene que ver con el desarrollo de la identi-
dad sexual, la orientación de la sexualidad y la conducta asociada a los roles
de género. Fundamentales han sido, por ejemplo, las investigaciones clásicas
de los hermanos Hampson (1961) con cariotipos anómalos (XO, XXY, XYY,
XXX) y niveles hormonales desequilibrados, mediante las cuales llevan a
concluir que, por un lado, el sexo biológico no parece ser el determinante de
la identidad sexual y, por otro, los niveles hormonales influyen sobre el de-
sarrollo del proceso de identidad sexual y condicionan en gran medida, las
preferencias por un sexo u otro respecto a la orientación sexual. Barberá, E y
Lafuente M. En Fernández, J. Coordinador, Varones y Mujeres. Desarrollo de
la doble realidad del sexo y del género (1996). Ediciones Pirámide, Madrid.
[18]
Blanca Elisa Cabral
especie de armadura con la que constreñimos nuestra vida. Así, un
dato biológico evidente es recreado en el orden representacional y
contribuye ideológicamente a la esencialización de la feminidad y
la masculinidad.
Lo que no quiere decir, según explica Teresa de Lauretis
(1991), que el género derive así como así, sencilla y directamente,
de las diferencias sexuales, ni que el género quede subsumido en
las diferencias como simple imaginario que nada tiene que ver
conlorealsocial. Nosetrataenmodo algunodereducirlaproble-
mática de los géneros a la cuestión de las diferencias sexuales, eso
sería, como sostiene de Lauretis, limitar el análisis a la oposición
universal de los sexos. Así que el análisis debe trascender este tipo
de polémica y enfocarse en los procesos que generan, mantienen y
evalúan las diferencias y similitudes entre sexo y género, así como
contemplar conjuntamente con el género los procesos que dan
lugar a las desiguales y complejas relaciones entre etnicidad, raza,
clase, edad, etc., ya que, a partir de los procesos de construcción
del género es posible evaluar las modificaciones y permanencias
en las relaciones entre hombres y mujeres, sus diferencias, especi-
ficidades y semejanzas. Queda claro que esta cuestión no se agota
en la noción de género como diferencia cultural que constituye al
sujeto, y aquí adquiere relevancia la crítica y el planteamiento de
Lauretis, cuando dice, que se trata de…
...un sujeto ciertamente construido en el género, pero no exclusi-
vamente merced a la diferencia sexual, sino sobre todo a través de
diversos lenguajes y representaciones culturales; un sujeto engen-
drado y que adquiere un género al experimentar las relaciones de
raza y de clase tanto como las relaciones sexuales; un sujeto que, en
consecuencia, no es unitario sino múltiple y que no se encuentra
tan dividido cuanto en contradicción.
[19]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
Las diferencias sexuales han sido la gran excusa biohistórica
que ha servido para justificar naturalmente la asignación y clasi-
ficación de los géneros, escindiendo en dos mitades la experiencia
humana, dividiendo a varones y mujeres y hundiéndolos en las
profundas desigualdades de un devenir sociocultural que delata
una historia de relaciones de dominación de la que no se sustraen
la naturaleza, la historia, ni el universo psíquico de la sexualidad
atravesado por una razón sexual a la que subyace una lógica de
género. Esta lógica de género es, según Bourdieu (1988):
una lógica de poder, de dominación, es por tanto la forma paradig-
mática de violencia simbólica, definida como aquella violencia que
se ejerce sobre las personas con su complicidad y consentimiento,
de modo que la eficacia simbólica del modelo masculino radica en
el hecho de que legitima una relación de dominación al inscribirla
en lo biológico, que en sí mismo es una construcción social biologi-
zada, tan arraigada que no requiere justificación, ya que, se impone
como natural.
Siguiendo a Bourdieu, hombres y mujeres internalizan y
cargan consigo una lógica de género inscrita milenariamente en
la objetividad de las estructuras sociales y desde muy temprana
edad, en la subjetividad de las estructuras cognitivas; de allí su re-
sistencia al cambio, por ser formaciones discursivas —esquemas
mentales— y donde, además, el ejercicio de la violencia simbólica
cuenta no sólo con la legitimación de las instituciones sociales,
sino con “una somatización progresiva de las relaciones de
dominación de género” efectuadas por la socialización, con el
consentimiento de una di-visión del mundo en pares de opuestos,
como formas de re/organización cognitiva y representación
simbólica del mundo. De manera que en este ámbito también el
[20]
Blanca Elisa Cabral
problema se complica8
, cuando convertimos estas dualidades en
fijaciones conceptuales9
, estructurales y fundantes de la forma
fragmentaria, parcelada y dicotómica de mirar-nos, percibir-nos,
interpretar-nos, relacionar-nos, amar-nos..., de ser, sentir y estar
en el mundo de la vida.
Ese acontecer genérico-sexual se complejiza aún más en la
medida en que, como dice Thomas (1999:17), “somos seres bioló-
gicos, pero hablamos, y esto cambia todo, cuando introducimos el
signo y el símbolo”, y las diferencias quedan sometidas a un orden
de interpretación simbólica (psicosocializado) desencadenante
de un universo de significaciones. Y, así, “el animalito humano se
volverá‘animalsimbólico’,sujeto,enunmundoenelcuallascosas
pierden su neutralidad y empiezan a significar” en un mundo di-
vi-di-do en dos órdenes: el natural y el cultural entre los cuales la
vida de los seres humanos se desgarra (Thomas, 1999:23).
La violencia simbólica10
, tal como la plantea Bourdieu, se
arraiga en la concepción y construcción del poder inscrita en los
8	 Talcomolohevenidoexponiendo,sobretodo,enlapartealusivaaElrepliegue
de la mirada (Tomo I), así, estos pares dicotómicos categoriales son verdade-
ras vetas teóricas y epistémicas en el proceso de deconstrucción de la racio-
nalidad fundante de Occidente, a la manera de Derrida, Foucault e incluso
de muchas representantes del feminismo crítico (Gayle Rubin, 1975; Judith
Butler, 1990; Joan Scott, 1990; Marta Lamas, 1996; Celia Amorós, 1995; entre
otras), quienes desde hace décadas vienen realizando un importante trabajo
teórico/político, cuestionando el lugar asignado a mujeres y hombres, pro-
blematizando los saberes al develar el androcentrismo de los discursos y las
prácticas sociales dominantes.
9	 A tono con la línea kantiana, es importante recordar, como dice M. Izquierdo
(1998, ob. cit.:21), que “el lenguaje sirve a dos propósitos: la comunicación y
el pensamiento, por eso es tan importante reflexionar sobre los conceptos
que se utilizan y el modo en que se hace, ya que, esa reflexión nos permite
reconsiderar cómo conocemos el mundo. Es importante no olvidar que el
conocimiento científico es eminentemente conceptual”.
10	 El concepto de violencia simbólica abre una importante vía teórica para
entender e ir hacia los cimientos mismos de los mecanismos de la lógica de
poder que opera como forma de racionalidad.
[21]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
cuerpos y en las mentes en forma de habitus, referidos al conjunto
de relaciones históricas depositadas en los cuerpos individuales
en forma de esquemas mentales y corporales de percepción,
apreciación y acción: “esquemas que son de género y engendran
género”, a través de los cuales opera y funciona la socialización
diferencial, siendo a las mujeres a las que corresponde (por su
condición natural) las peores condiciones de vida a lo largo de
la historia de la cultura occidental, al establecerse en coherencia
con el orden del discurso social dominante desigualdades e injus-
ticias sociales entre los hombres y las mujeres (posicionamiento
en los espacios sociales, asignación de roles y tareas, división del
trabajo, acceso desigual a los recursos básicos, etc.) Sin embargo,
es la misma capacidad del ser humano para utilizar su universo
simbólico la que le ofrece posibilidades heurísticas de salirse
del habitus mediante sus propias reservas metacognitivas que
retozan en la imaginación, la fantasía, la ensoñación, la capaci-
dad lúdica, la creatividad, la reflexión y la crítica, que en toda su
fuerza de inteligencia expansiva abren espacios estratégicos para
despertar, transgredir, subvertir, reelaborar, reintercambiar,
revertir, romper o transformar el orden del habitus, por más sub-
jetivamente que nos haya penetrado.
Si bien este ámbito es fundamental para el estudio de diversos fe-
nómenos sociales, es también enormemente importante en los es-
tudios de género por cuanto pone de manifiesto (las diversas estra-
tegias llevadas a cabo por las mujeres para revertir una situación de
discriminación) (Juliano, 1992). Sin duda el movimiento feminista,
a través del tiempo y en sus diversas concreciones en lugares espe-
cíficos, es la muestra explícita de la importancia y eficacia de esta
acción colectiva... (Virginia Maquieira, 2001:171).
Es este el contexto sociohistórico (apisonado de humus so-
ciosimbólico) construido como escena desde donde elaboramos
y portamos nuestras subjetividades e identidades, aprendemos a
[22]
Blanca Elisa Cabral
ser, estar y relacionarnos en el mundo como hombres y mujeres
definidos en un ordenamiento simbólico (pero siempre con la
posibilidad de desordenarlo, de desestabilizarlo, removerlo,
en fin, de cambiarlo), teniendo presente que la sexualidad en su
complejo universo de significaciones, es sometida —como todo
acto humano— a las contingencias inestables de la cultura. De
acuerdo con Cencillo (1994: 38):
Resulta impensable en otras especies que el sexo biológico se halle
doblado por una identidad puramente psicosocial (y significacio-
nal) que se halle en oposición al mismo. Parece que asumido re-
presentacionalmente, ha de ser investido de significado y de valor
social, ha de ser traspuesto y traducido a la esfera de lo imaginario
y emocional (ya puramente psíquico), para que pueda vivirse como
tal, para que pueda serse. Y de tales difracciones, inherentes a la
especie humana, van a derivar las dificultades y los problemas en el
vivirse sexuado…
Y en este devenir-vivirse sexuado se establece la relación de
oposiciones y desigualdades impuesta por una estructura social
que obedece a una razón concebida según el modelo de la genea-
logía patriarcal. Como magistralmente ha dejado bien sentado
Celia Amorós (1995)11
cuando analiza el patriarcado como una
especiedepactoentrelosvaronesporelqueselosconstituyecomo
género en el sentido del realismo de los universales, a quienes se
les adjudica el repertorio de atributos y prerrogativas del conjunto
de derechos-deberes y reciprocidades de la condición de varón,
imponiéndose esta hegemonía masculina mediante el ejercicio
de una razón patriarcal…
11	 Entre los aspectos fundamentales de su obra, la autora realiza un análisis de
la práctica sexista en el discurso filosófico. Celia Amorós. (1995). Para una
crítica de la razón patriarcal, Barcelona.
[23]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
…la presunta razón por antonomasia, logos patriarcal que acríti-
camente ha configurado en buena medida su noción de títulos de
racionalidad sobre el esquema ideológico que le proporciona el
concepto de legitimidad tal como es entendido en el marco de la
genealogía patriarcal, considerada en cuanto institución social y
cultural (ob. cit.:10).
El problema no está en las diferencias sexuales (las cuales
nos constituyen y naturalmente nos diferencian como varones
y mujeres), eso sería simplificar el análisis, y aunque como dice
J. Fernández (1996:31) “...el dimorfismo sexual es consustancial
a nuestra especie, lo que explicaría que la realidad del sexo haya
existido desde el origen de la humanidad, siendo lo más probable
que acompañe al Homo sapiens hasta su extinción o transfor-
mación”, la realidad del sexo es mucho más compleja, diversa y
contingente que el modelo bipolar de la rigidez de los dos sexos,
tal y como pareciera desprenderse, entre otros, de los hallazgos de
la bióloga feminista Anne Fausto-Esterling, quien en su estudio
sobre los Cinco sexos (1993, 1998) sostiene que biológicamente
existe una amplia gradación que va de mujer a varón, y a lo largo
de tal espectro de variación subyacen por lo menos cinco sexos y,
quizás, muchos más (Cit. en Maquieira, 2001: 178):
Fausto-Esterlingconsideraquelaliteraturamédicahabitualutiliza
el término intersexo como aglutinador de los tres subgrupos prin-
cipales que contienen alguna mezcla de características masculinas
y femeninas. Uno de estos subgrupos lo denomina herms, y consi-
dera a sus integrantes los verdaderos hermafroditas, es decir, que
poseen un testículo y un ovario (sus receptáculos para la produc-
ción de esperma y óvulos o gónadas): a un segundo subgrupo, que
denomina merms, los considera pseudohermafroditas masculinos.
Los merms tienen testículos y algunos aspectos de los genitales fe-
meninos, pero no tienen ovarios; y finalmente los/las pseudoher-
mafroditas femeninas, denominados ferms, que tienen ovarios y
[24]
Blanca Elisa Cabral
algunos aspectos de los genitales masculinos pero carecen de tes-
tículos... Y más aún, la vida subjetiva de los individuos enmarcados
en cada subgrupo, sus necesidades particulares, sus sentimientos,
problemas, atracciones y repulsiones se han dejado de lado en el es-
tudio científico. A su juicio los tres intersexos merecen ser conside-
rados sexos adicionales, cada uno con su propio estatuto, y va más
allá al afirmar que “el sexo es un continuo vasto e infinitamente
maleable que sobrepasa las restricciones incluso de cinco catego-
rías” (1998:81).
Maquieira termina diciendo que a través de este plantea-
miento se pone de manifiesto que el sistema de género basado
en la dualidad de los comportamientos adecuados de hombres y
mujeres precede a la percepción de los rasgos fenotípicos del sexo,
y éste ha de acomodarse a los imperativos del género.
Por otra parte, si reubicamos el problema que nos ocupa bajo
la mirada de la sospecha de Foucault (1980), quien al develar otras
aristas respecto a la reificación del sexo nos induce a percibir el
asunto del sexo de una manera completamente distinta a las con-
cepciones trilladas de los saberes que a lo largo de la modernidad
se han ocupado del sexo como objeto de estudio, vemos entonces,
que…
...la noción de (sexo) permitió agrupar en una unidad artificial ele-
mentos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones,
placeres, y permitió el funcionamiento como principio causal de
esa misma unidad ficticia; como principio causal, pero también
como sentido omnipresente, secreto a descubrir en todas partes: el
sexo, pues, pudo funcionar como significante único y como signifi-
cado universal.
El problema está justamente en que se ha sobredimensionado
la noción de sexo hasta el punto en que pudo funcionar sirviendo
de soporte único y universal para que estas diferencias fueran
[25]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
racionalizadas, naturalizadas, esto es, trastocadas, convertidas,
(en excusa biohistórica), cosificadas y petrificadas en desigual-
dades, discriminaciones, inferioridades, jerarquías, opresiones,
segregaciones y profundas injusticias sociales, sobre todo, para las
mujeres. Y el problema es que nos hemos socializado y acostum-
brado “naturalmente” a vivir bajo la razón de un mundo dividido,
que ha tasajeado en dos mitades la experiencia humana, en un
mundo poblado de hombres y mujeres que habitan y cohabitan,
existen y coexisten, viven y conviven en una lógica de relaciones
“complementarias” o antagónicas entre encuentros y desencuen-
tros, y que juegan a juntarse y separarse, a oponerse y resistir-
se… para, inevitablemente, volver a juntarse bajo el signo de las
diferencias: “Hombre, mujer. Mujer, hombre. Diferencia que nos
construye, diferencia que nos problematiza, diferencia que crea”
(Teresa Yago, 1996-97)12
. Diferencias que crean y recrean un
universo de posibilidades…
Elsexo,pues,nosereduceasuindudabledimensiónbiológica,
no es sólo un acto natural y fisiológico que nos diferencia; el sexo,
en su proceso de construcción social articulado a relaciones de
poder—deviene—géneroquenosclasifica,géneroquenosdivide,
género que nos posiciona, género que nos distingue, género que
nos separa en polaridades mutuamente excluyentes o nos reúne
como seres “complementarios”, lo que resulta ser una noción
que también nos solapa: el hecho de considerar que hombres y
mujeres somos complementarios13
, y puesto que si somos las
12	 Teresa Yago (1996-97) Hombres y Mujeres. Revista Área 3. No. 4, Cuadernos
de Temas Grupales e Institucionales. Madrid.
13	 Estoy de acuerdo con la socióloga colombiana Magdalena León (1995:183-
184) cuando señala que hablar de complementariedad, sobre todo de los roles
sociales, no permite integrar al análisis el diferencial de poder existente entre
los hombres y las mujeres, por lo que este concepto sirve para enmascarar las
desigualdades materiales y culturales y, más aún, contribuye a invisibilizar
el dominio y el poder que los hombres ejercen sobre las mujeres. Por tanto,
enfocar las relaciones entre los géneros en términos de roles complemen-
tarios, como bien advierte la autora, nos lleva a enfatizar el análisis en la
[26]
Blanca Elisa Cabral
dos mitades de la experiencia humana, “la complementariedad”
ha surgido —tal vez— como una necesidad lógica con la ilusión
(¿metafísica?) de completar lo que hemos separado en un sexo-
sexus.
colaboración y no en las desigualdades y asimetrías existentes en dichas re-
laciones. No obstante, quiero hacer la salvedad de que no se trata en ningún
momento de negar la existencia de diversos nexos y relaciones que nos com-
plementan; la cuestión está en no advertir el matiz (camuflado) del juego de
complementariedades. En alusión a su significado, vemos que complementa-
rio viene de complemento (lat. complementum) que forma el complemento de
una cosa, lo que es preciso añadir a una cosa para que sea íntegra o perfecta.
Algo que se añade a otra para completar o precisar su sentido. El Pequeño
Larousse Ilustrado. (2001). Coedición internacional. Santa Fe de Bogotá.
[ 27 ]
De cómo el sexo deviene género14
Ser mujer o ser hombre es un hecho sociocultural
e histórico. Más allá de las características biológicas
del sexo, existe el género
Marcela Lagarde (1993)
¿Varón o hembra?, ¿niño o niña? Es la pregunta obligada que
hacemos ante el nacimiento de un ser humano. A partir de allí,
todo queda dispuesto para anudar tiernamente de color rosado
el mundo de las niñas y de azul el de los niños, a lo que le sigue
todo un atado de provisiones psicológicas y socioculturales que
14	 Con esta premisa del sexo deviene género, en primer lugar, no quiero decir
quesexoeslomismoquegénero,nicomosostienenalgunosyalgunasautoras,
que el sexo está referido exclusivamente a lo natural biológico y el género a lo
sociocultural, lo que me propongo destacar es que ambas categorías son cons-
trucciones conceptuales que en su proceso de complejización han servido
de referentes dicotómicos, para fundar las diferencias sociosexuales, que
en su proceso de cosificación y cristalización han quedado condensadas en
[28]
Blanca Elisa Cabral
condicionarán y configurarán sus vidas signadas por la cultura
mediante la acción de procesos de socialización diferencial y edu-
cación sexista.
Cuando un bebé humano nace, existe un nuevo cuerpo, pero to-
davía no tenemos un sujeto. El sujeto es una construcción imagi-
naria y simbólica que se produce en el tiempo a través del proceso
de subjetivación a que lo somete la cultura pre-existente. El sujeto
	 desigualdades sociales, de modo que el sexo en tanto construcción cultural
deviene género. De acuerdo con Gayle Rubin, (1984) quien plantea una distin-
ción en lo que llamó sistema sexo/género, “para referirse al conjunto de dispo-
siciones por las cuales la materia biológica del sexo y la procreación humana
son conformadas por la intervención social y satisfechas de una forma con-
vencional por extrañas que sean las convenciones”. Este sistema construye,
a juicio de la autora, “normas, representaciones y prácticas sociales, incluida
la división del trabajo e identidades subjetivas” (Maquieira, 2001:162). Este
concepto fue cuestionado por la misma autora en estudios posteriores, para
dejar claro que (cit. en Maquieira, p. 174): “si bien sexo y género están relacio-
nados, no son la misma cosa y constituyen las bases de dos arenas distintas de
la práctica social”, de modo que, agrega Maquieira (Ibíd.), Rubin “considera
necesario cuestionar que la sexualidad se deriva de género y que por tanto
hay que poner en tela de juicio la fusión semántica ente sexo y género, ámbitos
que en su opinión no son intercambiables”. El problema es que la concepción
dicotómica del sexo viene a determinar la configuración del género, lo que
conlleva otros problemas asociados, porque en este encierro de la persona
en el sistema sexo/género prevalece la concepción del sexo como actividad
sexual, preferencias sexuales, etc., lo que lleva a la identificación del sexo con
la norma heterosexual y a confundir o solapar sexo/sexualidad y género con
identidad sexual. De allí, que prefiero utilizar la expresión red sexo/género
por ser más gráfica metafóricamente de la intrincada trama de relaciones
de género basadas en el sexo. En este mismo sentido, estoy de acuerdo en
mantener, tanto la distinción sexo/género para evitar confusiones concep-
tuales y no caer en reduccionismos biologicistas o culturalistas, así como
en mantener su dialéctico movimiento y múltiples interrelaciones, como
un recurso de análisis para explorar, comprender y contribuir a explicar el
problema de las diferencias. Reconociendo por tanto, no sólo la complejidad,
sino la riqueza y potencialidad de las diferencias, que explican la diversidad,
pero vistas más allá de sus dicotomías, donde entra tanto lo que nos separa
como lo que nos iguala y dignifica como personas.
[29]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
es el resultado del discurso del Otro sobre el Ser. Por tanto, el suje-
to genérico —el sujeto atribuido con un género— es también una
construcción. Sus atributos responden a un discurso de la cultura
(Ana Teresa Torres, 2000:1)15
.
Varones y mujeres conviven inmersos en un tejido social de
prácticas y relaciones humanas dentro de esquemas de organi-
zación social, haciéndose/deviniendo y descubriéndose entre
sí como seres sociales16
. Así, la persona se va asimilando a una
cultura que, al integrarla a su personalidad, le permite adaptarse
a su entorno sociocultural mediante procesos de orden cultural,
psicológico, social, político e histórico que van configurando
experiencias de vida, subjetividades, identidades y relaciones de
género, procesos que se encuentran conectados dentro de un
sistema de relaciones que conforman la red sexo-género,anudada
a los imperativos sociales en la configuración individual y colec-
tiva de las personas como sujetos sociales (todo un conglomera-
do de materia significante apuntando a la deconstrucción de su
semiosis social).
La diferenciación de los géneros masculino y femenino, utili-
zados como criterios de realidad-autoridad-verdad, es una de las
maneras básicas en que la sociedad ordena, clasifica y jerarqui-
za las diferencias biológicas y sociales entre varones y mujeres,
y que no son más que, como dice Hernández Montoya (1990),
“casilleros culturales, instancias codificadoras, no biológicas, lo
15	 La autora entiende por cultura “toda la red de significaciones simbólicas e
imaginarias que nos pre-existe, nos envuelve y nos habla, y no un estrecho
apartado culturalista que se confunde con el repertorio de costumbres
o normas de determinados grupos sociales”. Ana Teresa Torres (2000:1)
Ponencia presentada en el Aniversario Casa de Petare. Fundación José Félix
Rivas. Mimeografiada.
16	 A riesgo de simplificar demasiado el análisis en aras de la brevedad de la
exposición en este punto, sólo me atrevo a esbozar de manera simplista, un
proceso que de por sí es realmente complejo. Sin embargo, más adelante
entraré un poco más en detalles acerca de la socialización sexual diferencial.
[30]
Blanca Elisa Cabral
masculino o femenino surgen necesariamente de la experiencia
y no de una condición constitutiva esencial, a priori, de ser varón
o hembra… de representaciones a posteriori, contingentes…”; por
donde se trenza fuertemente el género, una de las “raíces microfí-
sicas del poder” (en términos de Foucault) irradiado en una serie
bien articulada de dispositivos culturales que cercan al varón y
a la hembra, al niño y a la niña, ...al y a la adolescente, al hombre
y a la mujer, en su desarrollo cognoscitivo durante su proceso de
socialización tipificado sexualmente, a partir del cual, se asignan-
establecen-imponen... roles y estereotipos conformados genérica-
mente por la norma sociocultural.
El concepto de estereotipo es clave en la comprensión de
las diferencias de género; viene del griego stereòs que quiere
decir rígido, y tùpus (impresión), es un término que proviene de
la tipografía y fue acuñado a fines del siglo XVI para indicar la
reproducción de imágenes impresas por medio de tipos fijos. Es
usado posteriormente en psiquiatría para referirse a la patología
obsesiva caracterizada por la repetición de gestos y palabras. En
las Ciencias Sociales fue introducido por el periodista Lippman
(1922) para referirse a los procesos de formación de la opinión
pública. Este autor sostiene que la relación cognoscitiva con
la realidad externa no es directa, sino que se realiza a través de
las imágenes mentales que cada quien se forma de esa realidad,
simplificándola y homogeneizándola de acuerdo a modalidades
y condicionamientos culturales (B. Mazzara, 1999). En el ámbito
de la psicología social, el estereotipo es un concepto ampliamen-
te utilizado en la comprensión del proceso de socialización, y en
este contexto de discusión es útil para hacer referencia a todo un
conjunto de expectativas, social o culturalmente definidas para
cada género acerca del cual se espera un determinado compor-
tamiento según se trate de un varón o de una mujer, tipificados
genéricamente en una serie de rasgos (fijos) que los y las van a
caracterizar diferencialmente.
[31]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
Los estereotipos se ubican en un sistema cognitivo que pro-
porciona esquemas de representación sociocultural que orientan
la comprensión de la realidad, cuyos datos tienden a ser simpli-
ficados y estabilizados mediante informaciones y creencias de
acuerdo a condiciones culturales establecidas, lo cual supone
categorías rígidas a partir de las cuales generalizamos y simpli-
ficamos la realidad, asignando atributos, rasgos o características
que interpretamos como típicos, y ello puede tener su referente
empírico o no, ser parcialmente verdadero, o verdadero o falso, y
supone un aprendizaje progresivo durante el proceso de sociali-
zación diferencial.
Los estereotipos están revestidos de un carácter erróneo
al existir discrepancia entre los rasgos atribuidos y la evidencia
objetiva, lo cual hace que el estereotipo no esté ajustado a la
realidad o a la personalidad individual que es rotulada, que a su
vez, lleva a un proceso de categorización muchas veces ni siquiera
puesto en duda, considerado incluso hasta como una forma “de
ser” propia o condición natural de la persona, que para no entrar
en disonancia cognoscitiva, en muchos casos, los sujetos estereo-
tipados se comportan de la forma atribuida, encajando en lo que
Merton llamó la profecía auto cumplidora. Justamente los este-
reotipos (que, por cierto, forman el núcleo cognitivo del prejuicio)
cumplen determinados rasgos y comportamientos que sellan lo
masculino y lo femenino, y que en la mujer se han hecho profecía
entre los dones de su eterno femenino.
Entre estereotipos-modelos y roles bien demarcados ge-
néricamente por la cultura, va siendo elaborada —internaliza-
da— y expresada la representación-discursividad social de las
diferencias-diferenciaciones entre el varón y la mujer, donde va
subrayando su impacto socializador progresivo (no pasivo ni so-
lamente receptivo) e interactivo, la familia, la escuela, los grupo
de pares, la comunidad, la iglesia, los medios de comunicación
social, y otros medios y agentes socializadores en su acción de ti-
pificación sexual de las diferencias convertidas progresivamente
[32]
Blanca Elisa Cabral
en separaciones y oposiciones entre los sexos (premonitorias de
las desigualdades e injusticias sociales como formas de discrimi-
nación sexual). Es mediante un aprendizaje de interacción social
organizadoracionalmente,comovaronesymujeresvanasimilan-
do,interiorizandoyasumiendosudeberser,elcómodebenactuar,
lo que se espera de cada quien según su género, cuáles conductas
son permitidas o rechazadas por la norma sociocultural. Durante
la escalada evolutiva del desarrollo y la diferenciación sexual
cuyo núcleo es la identidad sexual (que compromete fundamen-
talmente un conjunto interrelacionado de eventos como el sexo
biológico, la identidad de género, el papel sexual, la orientación
sexual) se va evidenciando el impacto de la dicotomía genérica
de estereotipos y roles sexuales, lo que trasciende al comporta­
miento de lo masculino y de lo femenino.
Son muchos los mecanismos y dispositivos utilizados para el
moldeamiento y entrenamiento de estereotipos sexuales, desde
los “inocentes juguetes y juegos infantiles”, sutiles y camuflados
en armas de doble filo a través de los cuales se ha asegurado la
transmisión del sexismo, como un eslabón más de socialización
diferencial que impronta un saber discursivo reproducido en la
norma sociocultural dominante incrustada en lo cotidiano como
discriminación básica entre los sexos. Basta observar en los pre-
escolares, los juegos, por ejemplo, de mamá y papá, característi-
cos de nuestras niñas y niños, los cuales comienzan a reflejar y
representar los roles correspondientes a la madre, por lo general
en las labores domésticas, y al padre, en el trabajo productivo.
Juegos en los cuales van quedando fijados y divididos los papeles
sociosexuales que nos corresponde asumir y desempeñar. Hemos
visto cómo el juego es la actividad fundamental de la infancia
en su desarrollo psicosocial, así como el instrumento primario
de adaptación al mundo adulto, el cual determina la escogencia
y preferencias de juegos y juguetes según el sexo, generalmente
elaborados y dirigidos en función de características definitorias
bien demarcadas de lo masculino y lo femenino.
[33]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
En el reparto por sexo se distribuye y se hace circular el
sexismo en casitas, ollitas, muñecas, adornos, carteritas, cos-
méticos... para las niñas. Reproducción en pequeño del mundo
doméstico y cotidiano de lo tradicional, dirigido a la tarea básica
destinada a la mujer: la maternidad, así como a sus labores típicas
de cuidado de la casa, preparación de la comida, o su embelleci-
miento y coquetería, asegurando la ocupación del espacio domés-
tico, afectivo y poco intelectual.
Mientras la otra distribución sexista circulará en carros,
motos, aviones, robots, monstruos guerreros, héroes, pistolas y
también en juegos de armar, legos, mecanos y rompecabezas que
estimularán la inteligencia racional y la lógica en los varones.
Reproducción en pequeño de un mundo dinámico, hostil y
competiti­vo, agresivo, espacial... y ahora computarizado, pero
asimismo, asegurándoles su espacio público, el pensamiento
racional, intelectual y lógicamente abstracto, “propio de los
varones”. Proceso que aún se transmite y reproduce (incons-
ciente e involuntariamente, en forma sutil o encubierta) tanto
en la familia como en las instituciones educativas desde el nivel
preescolar, como tuvimos la ocasión de visibilizar en un trabajo
colectivo de investigación etnográfica sobre Sexismo en el aula
de preescolar (2002)17
, en el cual se revela la presencia del trato
diferencial para niños y niñas, tanto en el currículo oculto (ex-
presado en la Guía Práctica de Actividades para Niños Preesco-
lares, GPP, por la cual se rigió el profesorado según el Ministerio
de Educación hasta la implementación del Nuevo Currículo del
año 2005, el cual introduce la categoría género a todo lo largo
de su nueva propuesta) y en el currículo explícito (definido en la
práctica docente diaria), que reproducía el marcaje jerárquico
entre los sexos.
17	 García, Carmen; Cabral, Blanca; Monsalve, Nahir y Alarcón, Josefina.
Sexismo en el aula de Preescolar. (2003). Consejo de Publicaciones, Universi-
dad de los Andes.
[34]
Blanca Elisa Cabral
Si seguimos tomando a la sociedad como texto para leer sus
prácti­cas discursivas internalizadas desde tempranas edades
entre juegos y juguetes, vemos cómo niños y niñas aprenden
gradualmente y de modo interactivo las actitudes y modos de
comportamiento que la cultura considera típicas del va­rón o de la
niña como parte de la identificación de género que debe traducir-
se a el comportamiento de lo masculino y lo femenino, asimilado
a esquemas tradicionales como la mujer en la casa, el hombre
en la calle. Situaciones, que si bien han tenido su andamiaje
histórico en el devenir socioeconómico, tienden a movilizarse
en la dinámica social según se han ido produciendo los cambios
estructurales y funcionales de la sociedad, y demandados por las
mismas mujeres.
A partir de la incursión en el campo laboral, la mujer ha
salido al espacio público a trabajar y cumplir su doble jornada
en el hogar y en la calle; estos cambios en la vida familiar y social
también se ven reflejados en el juego, ya que, los niños y las niñas
transforman en juego el mundo que les rodea. Puesto que una de
sus experiencias funda­mentales de vida se vivencia y expresa en
los juegos, en los cuales se ven activadas la imaginación, la creati-
vidad, la fantasía con visos de realidad, todo lo cual va siendo in-
corporado a su actividad lúdica según los cambios que percibe y
recibe en sus interacciones sociofamiliares. De modo que ahora
es frecuente escuchar expresiones como estas en sus juegos de
Mamá y Papá: “Ven, esposa, vamos a trabajar, se hace tarde y
hay mucha cola”. “Espera, voy a decirle a la sirvienta que haga
la comida y bañe al bebé… espera que todavía no me he pintado
ni puesto los tacones” (Diálogo entre un niño y una niña en un
preescolar de Mérida: 2003).
Los niños y las niñas imitan el mundo que les rodea a través
del juego, asimilan y acomodan cognitiva-afectiva y conductual-
mente la normativa sociocultural típica del varón y de la niña, de
modo que no estamos tan lejos del dime con qué juegas y te diré de
[35]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
qué género eres. La industria del juguete, alerta a estos cambios y
al apoderamiento de la niñez en su disritmia de consumo masivo,
(el mundo infantil también forma parte de las carnadas seduc-
toras de la publicidad y el comercio), innova continua y acelera-
damente los juguetes infantiles con espectaculares variaciones y
modas dirigidas funcio­nalmente a las “necesidades” del niño y de
la niña actual, así como a los cambios que se producen vertigi-
nosamente y según las características definidas diferencialmente
para los géneros.
Y así tendremos, por ejemplo, las famosas y vitalicias
muñecas Barbies con accesorios y ajuar completo de la mujer
de hoy (¿encubriendo acaso mensajes hembristas?) pero cuida-
dosos del “peligro” que acecha a la sociedad con la dispersión y
confusión de roles propiciado por los cambios en la liberación de
las costumbres, las luchas feministas, la industria del juguete in­
troduce, produce y reproduce los muñecos y muñecas bebés que
siguen asegurando el entrenamiento de la niña en su rol de futura
madre, estos bebesotes réplicas de hermosos y bien nutridos
bebés de clase alta, cuyo peso, tamaño y precio resulta inaccesible
a cualquier mortal en época de inflación y que, sin embargo, ¡cosa
insólita!, resultan ser los más vendidos junto a las muñecas de
plasticidad sifrina, reflejo de los nuevos estereotipos de la mujer
de hoy, activa, dinámica, emprendedora, ejecutiva, coqueta... ¡y
moderna!
No se trata de cuestionar la significación del juguete en el
ne­cesario proceso de identificación del niño o de la niña en su
apren­dizaje psicológico y expresión social, ni de cómo el juguete
se adap­ta o se mimetiza según los cambios y las épocas, sino a
esa plasticidad según las “necesidades” artificialmente creadas
para hacer de niños y niñas “consumidores” desde muy temprana
edad, que la industria del juguete, como buena expresión de los
dispositivos ideológicos, viene impregnada del discurso social
dominante y sus estrategias de poder, que no pierde ni un peldaño
[36]
Blanca Elisa Cabral
en la escalada cronológica de los seres humanos como potencia-
les consumidores.
Sin embargo, dentro de las resistencias propias de los niños y
de las niñas en su proceso evolutivo psicosocial, mediante el cual
se interactúa, el juego –en este proceso dialéctico-interactivo–
resulta no solamente permeable al “pensamiento del afuera”
(como diría Foucault), sino avivado por procesos cognitivos
propios del desarrollo infantil, como la fantasía y la imaginación,
y así veremos cómo son susceptibles de jugar con dos tipos de
juguetes: los juguetes que él o ella crea-imagina-inventa-constru-
ye-recrea... y los juguetes que el mundo adulto le proporciona y
tipifica...
Lo primero es una forma de resistencia creativa que cons­
truyen como cobijo de su fantasía y deja abierta la opción del
juego como expresión de libertad, del poder de la imaginación
infantil. No podemos obviar que hay una significación simbólica
enlasrelaciones del niño y dela niña conelobjetoenlacualpuede
prevalecer la acción, más que el objeto en sí, e incluso, cuando la
imaginación y la fantasía envuelven al objeto, ello deja espacio
al egocentrismo característico del mundo infantil y resguarda su
intimidad. Lo segundo es una forma de coherencia que el mundo
adulto va aportando a la niñez de acuerdo al sistema, a través del
cual se impone una norma y el niño o la niña entra en una recep-
ción de valores culturales y es por aquí donde se filtran variadas
formas de manipulación mediante la transmisión de un esquema
cultural que va definiendo estereotipos, roles, pautas de conducta
(lo cual es necesario como formas de socialización atingentes al
desarrollo de todo ser humano).
El problema radica, como viene siendo expuesto en clave de
género,enlacoherenciaconin­teresesdominantesyenlacreación
de necesidades artificiales y mantenimiento de formas rígidas de
ciertos comportamientos y actitudes, don­de parece sedimentarse
la separación-la distancia-la oposición entre los sexos.
[37]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
He tratado de leer en el juguete (en tanto materia significante)
una discursividad plagada de lo sociosimbólico por su enorme
carga de representación del mundo adulto en conjugación con
el imaginario del mundo de los niños y de las niñas, a través del
cual se filtran mediadores ideológicos que incluso parecen con-
figurar actividades consideradas propias de uno u otro sexo. Aun
así existen estudios que señalan que algunos juegos preferidos
por los varones parecen estar vinculados a una programación
genética, como es, por ejemplo, explorar y delimitar territorios,
formar bandas y pelearse con el adversario, etc., lo cual parece
apoyarse en estudios etológicos (de conductas animales en su
propio habitat) que demuestran que el animal macho tiene mayor
fuerza, es más activo, explora y delimita te­rritorios, lucha con su
adversario incluso hasta la muerte (no tengo nada en contra de los
animales, pero, habría que ver el provecho, tal vez biologicista, de
tales comparaciones).
Sin embargo, el mayor peso teórico en el estudio de la tipifica-
ción genérica recae en el proceso de socialización. Al respecto se
han estudiado los efectos de tal tipificación sexual en la elección
de juegos y ju­guetes, y se ha encontrado que las niñas suelen ser
menos activas, me­nos rudas en los juegos y tienen menos sentido
espacial en oposición a los niños, que suelen ser más fuertes y con
mayor motilidad, lo que pa­rece influir en sus preferencias lúdicas
(por ejemplo, los varones prefieren patear pelotas y las niñas pre-
fieren jugar con las pelotas entre sus manos).
Lo importante a destacar es que las preferencias genéricas
por jue­gos y juguetes, independientemente de cual sea su origen, a
temprana edad son reforzadas socialmente durante el desarrollo
infantil, lo cual es significativo para entender porqué la práctica
de determinados juegos llevaría a desarrollar diferentes activida-
des y habilidades en cada sexo. De manera que la práctica llevaría
al varón a hacerse habilidoso y experto en unas actividades
consideradas “típicas” de ellos, y a las niñas a inhibir o facilitar
[38]
Blanca Elisa Cabral
actividades acordes o no a ellas. El mundo social se encargará de
reforzar actividades-destrezas y preferencias genéricamente tipi-
ficadas, siendo crucial el ámbito laboral en estas dicotomías, de lo
que resultarán trabajos-labores y oficios típicamente femeninos y
masculinos,conlasconsecuentesdiscriminacionessexualespara
el trabajo, estudios y preferencias y, por supuesto, salarios.
Apenas acercándonos al mundo de juegos y juguetes infanti-
les, como instrumento sutil y camuflado de socialización sexual,
hemos podido rastrear algunos signos de la semiosis social que
va siendo transmitida e internalizada en forma diversa según
la complejidad del comportamiento humano, pero en forma
coherente y sistemática por el contexto sociocultural, de modo
que a mí también me “divierte pensar que el secreto del instinto
femenino y del instinto masculino, tan traídos y llevados, quizás
resida en parte en la semántica de muñecos y soldados” (María
Luisa Borras, 1980), toda una semantización adosada a las formas
típicas de ser femenino o de ser masculino.
Varones y mujeres aprenden interactivamente a incorporar
el poder simbólico de la cultura desde muy temprano, siguiendo
toda una cierta secuencia cognitiva no determinista necesaria-
mente durante el proceso mismo de sexuación. Una vez que se
ha ido rotulando al niño como varón o a la niña como niña, co-
mienzan a percibirse como varón o mujer, luego se compara con
otros/as niños/as y va internalizando que es como ellos/ellas, más
tarde, que él y su padre son varones o ella y su madre son mujeres,
orientando su identificación sexual (identidad de núcleo genérico
aproximadamente a la edad de 2 ó 5 años). Posteriormente iden-
tifica que la gente está dividida en varones y hembras, es decir,
reconoce las diferencias sexuales, luego sabe o cree que siem­pre
será varón o hembra (constancia genérica aproximadamente
entre los 4 y 6 años) y se identificará con los roles correspondien-
tes. Los diferentes grados, dificultades e interferencias o adap-
tación y asimilación de un “adecuado” proceso de socialización
[39]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
derivará en una vinculación entre sexo-género e identidad sexual,
y con ello se irán definiendo o insinuándose las preferencias y la
orientación sexual.
De manera que la diferenciación del sexo permite ubicar y
posicionar a la mujer con base en el sexo: en su percepción de yo
soy hombre; yo soy mujer y, en el género, diferenciación compleja
del sexo permite ubicar y posicionar al varón y a la mujer con
base en el sexo: que da lugar a lo masculino y lo femenino y sus
correlatos: la identidad de género, que tiene que ver con la ex-
periencia privada o conciencia de género: me siento hombre;
me siento mujer; y el papel (rol) de género, que tiene que ver con
la experiencia pública acerca de lo que alguien dice o hace para
indicar a los demás el grado en que se es varón o hembra, es decir,
me comporto como hombre o como mujer. Farré Martí, Joseph
(1999: 379).
Además, mediante la cognición internalizada de la condición
binaria masculino-femenina se va asegurando y legitimando su
representación sociosimbólica; lo que Hernández Montoya (Ob.
cit.:1990) describe de la siguiente forma:
Modos de ser que comportan aparatos llamados “ejes paradigmá-
ticos”. La feminidad o la masculinidad son paradigmas en la medi-
da en que, primero delimitan el campo de lo concebible para cada
quién y, segundo establecen sendos ejes de asociaciones entre prin-
cipios concep­tuales... las posibles combinaciones entre ejes para-
digmáticos son ilimitadas. Pueden y se suelen dar combinaciones
de tipo “ortodoxo”, esto es públicamente sancionadas como legíti-
mas... la legitimidad... es el código del poder.
Es el poder de la razón sexual que atraviesa la relación
hombre-mujer desde sus cimientos histórico sociales, desde su
mismo proceso de sexuación en cuanto a formación y comporta-
miento como hombre o mujer durante su desarrollo cognoscitivo
[40]
Blanca Elisa Cabral
y de vivencias experiencias que contribuyan a su aprendizaje e
interacción social. Se trata de la racionalidad dominante que
se instala-integra-adhiere-despliega y reproduce en una lógica
de sentido que se produce, circula y consume, como insiste en
señalar Rigoberto Lanz (1990), en los espacios societales caracte-
rizados (familia, escuela, medios, pares, etc.), y que viene ya en las
representaciones mismas. El poder no está “fuera” de esta dialéc-
tica, según el autor, es más bien a todo proceso de constitución de
sujetos colectivos. Y nos constituimos en sujetos colectivos como
hombres o mujeres bajo el signo de las diferencias que ya vienen
codificadas por un poder simbólico-cognitivamente estructura-
do en nuestro sistema de representaciones enraizado a una lógica
binaria fundante de la acción misma del proceso de conocer.
Durante la progresiva diferenciación y organización del
mundo a través de la acción cognoscitiva, en creciente comple-
jidad, arribamos de lo sensorio motriz a lo concreto, hacia un
plano de significación simbólica (forma de interiorización-cate-
gorización) mediante el cual nos vamos cargando de un sistema
de representaciones sociosimbólicas tejidas a un entramado de
imágenes comunes, vivencias cotidianas y prácticas discursivas
fijadas, cosificadas sobre la superficie de lo real social anudado a
la cognición, a nuestra manera de captar, organizar e integrar-
nos al mundo del cual formamos parte interactiva durante todo
un proceso de aprendizaje social que también interpretamos y
podemos asimilar de otra manera en la medida en que se alcance
una mayor autonomía. Cuando, por ejemplo, ofrecemos resis-
tencias o desafiamos fisiológica o psicológicamente las normas,
reglas y códigos de género, hacemos posible estas opciones
porque las significaciones de ser varón o mujer no son univer-
sales, esenciales e inmutables; por el contrario, son cambiantes,
contingentes y específicas en la historia (individual y colectiva)
y en la cultura, y tienen que ver también con el cuestionamiento
de la existencia de un sistema sexual bipolar (mutuamente ex-
cluyente) de ser varón o mujer.
[41]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
Entonces, ser varón o mujer en el mundo significa coexistir
tensionalmente dentro de una intrincada red sexo-género18
entretejida psicocultural y sociohistóricamente bajo la excusa
de las diferencias sexuales: el sexo19
(en su acepción organicista
18	 A fin de avanzar en el análisis de la complejidad de ambas categorías, es im-
portante distinguir los términos del par sexo-género cuya evolución concep-
tual explicativa se ha identificado y confundido en las diferentes corrientes
teóricas. Es importante dejar claro que “de un modo u otro, la distinción entre
sexo y género tiene como objetivo diferenciar conceptualmente las caracte-
rísticas sexuales, limitaciones y capacidades que las mismas explican, y las
características sociales, psíquicas, históricas de las personas, para aquellas
sociedades o aquellos momentos de la historia de una sociedad dada, en que
los patrones de identidad, los modelos, las posiciones y los estereotipos de lo
que es o debe ser una persona, responden a una bimodalidad en función del
sexo al que pertenezca” (Izquierdo, M., ob. cit.:1998:29).
19	 Es importante dejar en claro algunos aspectos de interés científico implica-
dos en el estudio del sexo, dado el carácter polisémico del término y tomando
en cuenta que su conocimiento científico relativamente reciente ha eviden-
ciado diversos componentes interactuantes, lo que ha dado lugar a que se
reconozcan varios niveles de análisis dentro de la compleja realidad del sexo
y sus diferentes instancias o elementos: el sexo biológico, determinado por la
información genética, lo que se ha llamado el sexo genético, definido por el
número de cromosomas (46 xx o 46 xy) o la presencia de cromatina sexual;
sexohormonal,elequilibrioandrógino-estrógeno;sexogonádico,lapresencia
de testículo u ovarios; la morfología de los órganos internos de reproducción;
la morfología de los genitales externos; el dimorfismo somático establecido en
formadefinitivaalfinaldelapubertad,incluyendolascaracterísticassexuales
secundarias; a lo que se le agrega la concurrencia de lo cerebral, neurológico,
anatomofisiológico, sexológico, psicológico, sociológico, antropológico; tal
comohandemostrado,entreotros,losestudiospionerosdeMoneyyEhrhardt
(1972) sobre la determinación genética, el condicionamiento hormonal, el
control cerebral, los mecanismos de la tipificación sexual, el impacto social,
etc. (Katchadourian, comp. 1983). Por otro lado, como dato curioso pero no
menos importante, la idea que dejan entrever acerca de las concepciones tra-
dicionales y los cambios respecto al concepto mismo que se materializa en las
acepciones dadas al término sexo y que suele representar la concepción impe-
rante y el modelo científico dominante en determinados momentos históri-
cos. Por ejemplo, la definición que da el Diccionario de la Real Academia de la
[42]
Blanca Elisa Cabral
más simple), nos aporta el imperativo biológico que diferencia al
macho de la hembra, vale decir, nos incluye dentro de la especie…
...los agrupamientos de los humanos en las categorías varones y
mujeres, siendo así que dicho agrupamiento tiene su fundamen-
to en la diferenciación biológica (Eagly, 1987) que nos constituye
	 Lengua (edición de 1992) del sexo como la “condición orgánica que distingue
al macho de la hembra en los seres humanos, en los animales y en las plantas”
(donde se identifica el sexo con los órganos sexuales); mientras que la defini-
ción de la edición de 1884, señala que sexo es la “diferencia entre el macho y la
hembra, así en los animales racionales como en los irracionales, y aún en las
plantas”, obviamente los cambios en sus acepciones no son muy significativos.
Y, en la comunidad científica aun se adoptan estas acepciones biológicas del
sexo como condición orgánica que distingue a los varones de las mujeres, sin
referirse a los aspectos subyacente del dimorfismo aparentes (Fernández. J.,
1996). Otra definición desde una interesante perspectiva interdisciplinaria,
haciendo énfasis en la evolución desde sus orígenes de la sexualidad y des-
tacando los múltiples significados del sexo, por lo que es también muy bien
aceptada en la sexología, es la de Katchadourian (comp., ob. cit.:16-17). Se
refiere, en primer lugar, a que la palabra sexo se incluye en una referencia de la
EnciclopediadelIdioma,queseremontaalsigloXV.Siendoquedichotérmino
ha acumulado diversidad de connotaciones, definido formalmente, el sexo
remite primariamente a la división de los seres orgánicos identificados como
macho y hembra, y a las cualidades que los distinguen. A lo que agrega que los
múltiples usos y derivados, tales como sexos, sexuado, sexual, sexualmente,
sexualismo, sexualista, sexualidad, sexualizar, incluyen tantos significados
que la palabra ha terminado por volverse imprecisa. Termina agrupando los
diferentes significados en dos grandes categorías: el sexo como característica
biológica o de la personalidad y el sexo como comportamiento erótico…” Por
otra parte, para efectos del análisis desde el enfoque de la complejidad, asumo
parcialmente tanto los puntos de vista de la perspectiva integracionista del
autor precitado y parte del enfoque de Fernández, para quien “el sexo es una
‘variable’ compleja, que implica unos procesos de diferenciación sexual o de
sexuación que se extienden a lo largo de todo el ciclo vital, siendo así que los
factores biológicos, psicológicos y sociales se van a mostrar en mutua y per-
manente interacción, dando lugar a lo que denominamos varones, mujeres
o sujetos que presentan una situación de ambigüedad de sexo” (Fernández,
Ibíd.:33).
[43]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
como único referente diferenciador de mujeres y varones (Unger.
Cit. en Fernández, Ibíd.:1996).
A partir de la condición sexuada se clasifica a los seres
humanos en masculino y femenino, dando lugar al género20
, que
nos aporta la asignación e interpretación sociosimbólica de las
diferencias sexuales y su transformación en relaciones sociales
desigualesydisimétricasdepoderentreloshombresylasmujeres
de acuerdo al contexto histórico, social y cultural dominante.
Siendo así que…
20	 Es preciso ir aclarando la inclusión y el uso extendido del concepto género,
dada la confusión, usos y abusos que el término ha generado. En primer lugar,
el término género quiere decir nacimiento u origen. Se refiere a lo femenino
y a lo masculino. “No existe, pues, en estos momentos una definición clara y
consensuada de género, aunque a grandes líneas y siguiendo las directrices
marcadas por los/as primeros/as investigadores/as sobre este asunto, cabría
decir que se utiliza esta expresión haciendo referencia a aquellas caracterís-
ticas consideradas socialmente apropiadas para mujeres y varones dentro de
cada sociedad determinada. A partir de aquí empieza a surgir la confusión,
dado que para unos autores esas características no son ni más ni menos que
aquéllas englobables dentro de los constructos (conceptos) de masculinidad
y feminidad…” (Fernández. J., ob. cit.:35-36). En 1955, John Money, recono-
cido y célebre sexólogo norteamericano, extrapola el término género de la
gramática a la medicina, advirtiendo la sobresignificación que pesaba sobre el
término sexualidad, al que ve rígido, estrecho e incapaz de dar cuenta de fenó-
menos nuevos, que tienen que ver sobre todo con los procesos de ambigüedad
sexual, transexualidad, hermafroditismo, etc., con el nuevo concepto, piensa
Money evitar la rigidez y los determinismos biologicistas así como los este-
reotipos vinculados con problemas de identidad sexual. “Con él se podía tran-
sitarmásfácilmentedeunoaotrosexosinrestricciones,cambiardeidentidad
si el guión social exigía unas u otras opciones…” (E. Amezúa, 1997:7). Stoller
por su parte, desde el psicoanálisis, corrobora los hallazgos de Money acerca
de la fijación que adquiere el sentimiento de ser niño o niña una vez que se ha
asignado como masculino o femenino. Surge así uno de los primeros concep-
tosdegénero:“BajoelsustantivoGéneroseagrupanlosaspectospsicológicos,
sociales y culturales de la feminidad-masculinidad, reservándose Sexo para
[44]
Blanca Elisa Cabral
En cada cultura, la diferencia sexual es la constante alrededor
de la cual se organiza la sociedad. La oposición binaria hombre-
mujer, clave en la trama de los procesos de significación, instau-
ra una simbolización de todos los aspectos de la vida: el género.
Esta simbolización cultural de la diferencia anatómica toma forma
en un conjunto de prácticas, ideas, discursos y representaciones
sociales que dan atribuciones a la conducta objetiva y subjetiva de
las personas en función de su sexo (Lamas, 1995:62).
Las relaciones entre hombres y mujeres se estructuran
primaria y fundamentalmente sobre la base biológica de sus di-
ferencias, a partir de las cuales la sociedad comienza a asignar un
conjunto de roles, funciones y pautas de comportamiento acerca
deloqueseesperaytipificacomofemeninoymasculino,entorno
a lo cual se conforma la identidad de género o convicción que
tiene un individuo de pertenecer a uno u otro sexo y, en función
del comportamiento que la sociedad espera para cada sexo, se irá
conformando la expresión (experiencia pública) del papel sexual
social femenino o masculino.
De modo que el género resulta ser, como ha dicho J. Scott,
un elemento constitutivo de las relaciones sociales que ordenan
jerárquicamente las relaciones entre los hombres y las mujeres,
justifica y legitima sistemas de desigualdades que se construyen,
	 los componentes biológicos y anatómicos que determinan si una persona es
macho o hembra y para el intercambio sexual en sí. Podemos hablar del sexo
masculino o del sexo femenino, pero también podemos hablar de masculi-
nidad y de la feminidad, sin hacer necesariamente referencia a la anatomía
o a la fisiología. Por tanto, mientras sexo y género parecen prácticamente
sinónimos en el uso corriente, e inextricablemente unidos en la vida cotidia-
na… las dos esferas (sexo y género) no se ligan inevitablemente en relación
de uno a uno, sino que pueden funcionar casi de manera independiente”
(Stoller, 1968:VII-IX). Véase “Una síntesis feminista sobre género”, en Lamas
(1987), citado en Lagarde, Marcela (1993:178). Una explicación que contri-
buye a esclarecer este punto se encuentra, como señalé anteriormente, en la
investigadora feminista Rubin (1975) quien establece el sistema sexo-género
[45]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
se mantienen y se reproducen histórica, social y culturalmen-
te, instaurándose como “naturales”, “universales”, “absolutas”
e incluso como “destino” ligado a la condición de ser mujer u
hombre. Dentro de este marco explicativo, el concepto de género
	 desvinculándose así de las tradicionales lecturas biologicistas; señala que
la sexualidad, al no generarse aisladamente, en un vacío cultural, es conse-
cuencia de las acciones de los individuos en la sociedad. Esto quiere decir
que hay una transformación: la sexualidad biológica deviene en sexualidad
socialmente construida, sexualidad y género se solapan, confunden e iden-
tifican (cosa parecida sucedía con la confusión y equiparamiento entre
sexualidad y reproducción). El hecho de que las mujeres tengan la opción de
parir se presenta como necesidad ineludible (salvo razones naturales ajenas
a la voluntad procreadora). Ahora bien, en la sexualidad (instrumental) con
respecto a fines (de reproducción), el hombre (sexual, activo y engendrador)
difiere de la mujer (asexual, pasiva y paridora), propiciándose diferencias
genéricas por medio del sexo. El sexo es entonces un producto-corolario del
género, propiciándose así, un solapamiento de la sexualidad con el género,
y de éste con aquélla. Recordemos que posteriormente Rubin se aleja de
esta formulación y marca las diferencias entre sexualidad y género (Nieto J.
A. 1996. Prólogo al libro de Tiefer, Eleonore: El sexo no es un acto natural.
Talasa Ediciones. Madrid). Al respecto quiero mantener mi posición de ver
en el sexo una especie de trasvasamiento sociocultural hacia el género, lo
que no quiere decir que en su solapamiento sean reductibles, o que el género
se fagocite al sexo haciéndolo desaparecer (o viceversa). Eso sería caer en un
reduccionismo más (que, por cierto, es todavía una tendencia en algunos
sectores científicos de la sexología, que incluso llegan a mantener la posición
extrema de no hablar de sexo o de sexualidad, sino de género). Sexo-género
son categorías diferentes que se entrelazan, pero manteniendo su autonomía
como partes del proceso de construcción social del conocimiento del sexo y la
sexualidad. Los cambios suscitados en la sexualidad femenina han propiciado
el reconocimiento de las diferencias entre sexo y género. Como dice el mismo
Nieto, a medida que las feministas profundizan en sus estudios y, sobre todo,
en lo que constituye y representa la sexualidad de la mujer y van vivenciando
las experiencias sexuales como propias, el sexo deja de ser un imperativo del
matrimonio con fines reproductores; la capacidad de sentir placer sexual deja
de ser privativa del hombre; los deseos femeninos se independizan, ya no son
una extensión de los deseos del hombre; sexualidad y género dejan de con-
fundirse en la vida misma. Género y sexo, sexo y género se desembarazan uno
del otro.
[46]
Blanca Elisa Cabral
propuesto por De Barbieri (1992:114-115) amplía lo que vengo
argumentando, al definirlo como…
…el conjunto de prácticas, símbolos, representaciones, normas y
valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferen-
cia sexual anatomo-fisiológica, y que dan sentido a la satisfacción
de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie humana y,
en general, al relacionamiento entre las personas.
Lo que quiere decir que somos clasificados por el hecho bioló-
gico de ser sexuados, y asignados diferencialmente a un conjunto
de funciones, actividades, relaciones sociales, formas de compor-
tamiento y subjetividades que se anudan a la red sexo-género. La
complejidad e interacción de la doble realidad sexo-género, nos
remite, según J. Fernández (l996:37) a considerar que…
...el sexo ciertamente hunde sus raíces en lo “biológico” (modifica-
ble) a la par que muestra una evolución psicosocial (modificable),
resultando como producto un sujeto necesariamente sexuado que
ha de desarrollar (aprendiendo) su naturaleza biopsicosocial... Así
pues, las dos realidades del sexo y del género son susceptibles de
modificaciones y, para ambos, lo biológico y lo social se muestran
en permanente y continua interacción.
El hecho biológico de ser sexuados complejiza sociohistórica-
mente el comportamiento humano entretejido a la red sexo-gé-
nero, lo que significa tener un cuerpo, pertenecer a un sexo y vivir
como género (y en ese embuclamiento, ¿dónde queda el yo soy?).
El sexo es, pues, el referente básico para establecer las dife-
rencias sexuales, mientras el género se constituye en el referente
cultural a partir del cual se define, evalúa y posiciona a la mujer y
alvarón.Demodo que podríamos decir queelsexodevienegénero
en un proceso de construcción sociosimbólico constitutivo de la
[47]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
organización de las relaciones y prácticas sociales, en general, con
el mismo estatus de etnia, clase social, edad, generación, etc., y
está fundamentado principalmente en la socialización diferencial
de los sexos, mediante la cual se organiza y tipifica un sistema de
creencias, actitudes, expectativas, valores, prácticas, relaciones y
comportamientos acerca de lo que debe o no corresponder al sexo
de pertenencia y al género de asignación.
El género es la interpretación de lo que significa psicológica
y socialmente ser hombre o mujer, lo que define su impacto en
la personalidad de los individuos y en su experiencia de vida. Es,
por tanto, un constructo cultural que media y traspasa desde
el sentir-se, pensar-se, ser y estar en el mundo de la vida como
varones y mujeres asignados diferencialmente a lo masculino y a
lo femenino, según el cual se configuran identidades estereotipa-
das y se asumen roles construidos entre relaciones asimétricas de
poder,jerarquíassociales,relacionesdedominaciónqueexcluyen,
discriminan y oprimen a las mujeres, como grupo subordinado.
Y es desde este marco de significación cómo interviene la
lógica de género en la vida sexual de hombres y mujeres, cuyas
vidas cotidianas permanecen enraizadas aún a una estructura
patriarcal, transmitida, reforzada y mantenida —como parte
del sistema de dominación imperante—, incluso por las mismas
mujeres que, no conscientes de su situación, siguen manteniendo
y reproduciendo procesos de socialización diferencial y prácticas
sexistas y machistas:
…Porque todas somos en lo fundamental mujeres patriarcales o
por lo menos llenas de reacciones y reflejos generados por siglos de
patriarcado, una ideología que envuelve cada microespacio y que
apenas hoy empezamos a cuestionar (Florence Thomas, 1998:40)21
21	 Florence Thomas. (1998). Conversación con un hombre ausente. Bogotá.
[48]
Blanca Elisa Cabral
De manera que si el sexo es la expresión fundante de las di-
ferencias sexuales, destacando el hecho “de que las diferencias
físicas no generan la desigualdad social, sino que la soportan”,22
el género deviene en el ejercicio de un diferencial de poder verte-
brado a las relaciones sociales desiguales entre los sexos. Lo que
quiere decir entonces que el género como diferenciación y distin-
ción cultural pasa (y este pasaje no es nada neutro, ni inocente o
errático) al género como ejercicio de control y dominación bajo la
supremacía del modelo masculino.
Hombres y mujeres somos copartícipes23
de esta concepción
y modo de vida que nos separa en desigualdades y discrimina-
ciones de género, la cual opera como construcción simbólica de
las diferencias sexuales bajo condiciones sociohistóricas que no
sólo hacen posible estas desigualdades, sino que la mantienen, re-
producen y legitiman en relaciones de poder. Entendido el poder
(como hemos visto, en el sentido que le da Foucault) como “un
modo de acción sobre las acciones de los otros”, el poder se repro-
duce como tal en el ejercicio del poder, en sus múltiples dispositi-
vos irradiados a todos los espacios sociales y humanos.
Es la “microfísica del poder” (según el filósofo francés), tras-
pasando tiempos, lugares, espacios, instituciones, personas, com-
portamientos, mentalidades, intimidades, relaciones, prácticas…
en lo cultural, político, económico, religioso… y en lo simbólico.
Lo que implica, por tanto, formas de relación (relaciones de
poder), y como afirma García, Canal (1996:146)24
:
22	 María Izquierdo (ob. cit., 1998). Además, esta autora reafirma en el análisis de
este problema, que precisamente la diferencia de la que se parte para realizar
el análisis es el sexo, que a su vez es una construcción conceptual, tal como lo
expusimos en el Tomo I.
23	 Copartícipes por cuanto en las relaciones de dominación se cuenta con su
consentimiento (inclusive inconsciente e involuntario) del sujeto dominado,
aunque no precisamente con su participación voluntaria.
24	 García Canal, M. .(1996). “Género y dinero en la vieja ecuación del poder”. En
Revista La Ventana, No. 3, Universidad de Guadalajara, México.
[49]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
Nadie escapa a las relaciones de poder, y éstas no son únicamente
violentasnitampocorequierenconsenso.Elpodernosóloreprime,
también incita, seduce, induce, facilita o dificulta, amplía o limita,
hace más o menos posible una acción, constriñe o prohíbe, pero
siempre es una manera de actuar sobre la acción de otros sujetos.
En la relación hombre-mujer, es el hombre quien ejerce el poder en
su condición de género masculino como dominante dentro de una
concepción del mundo en torno a los valores de la masculinidad.
Sin embargo, esta relación no es siempre pasiva ni necesaria-
mente pacífica, se forma entre resistencias, oposiciones, luchas…
a las que el mismo Foucault se refiere cuando dice que donde hay
poder, hay resistencia.
Llevamos, por tanto, la impronta de una estructura jerárqui-
ca de relaciones de dominación que interviene desde el interior
mismo de nuestro proceso de desarrollo cognitivo-afectivo y
conductual en la construcción de la masculinidad y la feminidad
y, en consecuencia, en la forma de concebir y vivir la sexualidad.
Quedamos así anudados y anudadas a la red sexo-género-sexua-
lidad; lo que implica, desde la opción de la reflexión crítica, el
cuestionamiento a la oposición binaria del sistema sexo-género,
porque en la medida en que se entretejen sexo y género, o incluso
género y sexo, se construye así mismo esa instancia de interac-
ción biológica, psicológica y sociocultural que organiza nuestros
deseos y placeres en vivencias y comportamientos, en relación
consigo mismo y con el otro o la otra.
Red sexo-género-sexualidad
A través del siguiente cuadro, en apretada síntesis, intento
mostrar una especie de cartografía de la cultura de la red sexo-
género-sexualidad que se entreteje bajo la visión dicotómica y
fragmentada del mundo. Con base en la concepción de un sexo-
sexus (cortado-dividido en dos mitades) que se ha convertido
[50]
Blanca Elisa Cabral
en la mayor excusa biohistórica de virilización de la cultura, a
partir de la cual se organiza un conjunto de categorías mutua-
mente excluyentes para establecer las diferencias sexuales, como
hecho biológico fundante, en el que se asientan las diferencias
que dividen y separan a los seres humanos en macho y hembra;
lo que convierte y trastoca las diferencias sexuales en dos clases
sexuales —sociales— varón y mujer, las cuales son interpretadas
culturalmente mediante el género. Uno de los ejes ordenadores
de lo simbólico cultural que se asigna y clasifica en torno a las
polaridades de lo masculino y lo femenino mediante una estruc-
tura jerárquica de valores que escinde a hombres y mujeres en
coherencia con el orden del discurso social dominante, que re-
produce y circula un conjunto de condiciones sociales (prácticas,
relaciones, modos de vida, etc.) que separan y oponen a hombres
y mujeres, delimitando diferencialmente la construcción de
la masculinidad y la feminidad (identidades y subjetividades).
Estamos así, hombres y mujeres subsumidos en un mundo de
desigualdades e injusticias sociales, cuyo devenir sociocultural
delata una historia de relaciones androcéntricas de domina-
ción, a las que subyace una lógica de género que es una lógica de
poder, es decir, opera mediante una razón sexual de género. Y en
la interacción de este proceso, como parte de la historia y de la
experiencia personal-sexual se va configurando el dispositivo
sexualidad para devenir en sujetos de sexualidad, de una sexua-
lidad anudada al género e intervenida por la razón sexual, que es
logofalocéntrica.
[51]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
Blanca Elisa Cabral (Versión en desarrollo… (2004)
Con la propensión a marcar las diferencias entre los sexos
(puesto que el concepto de sexo presupone diferencia) se revela
el anclaje en la di-visión dicotómica del mundo larvada en torno
al hombre y a la mujer, y la forma en que estas diferencias son
[52]
Blanca Elisa Cabral
condensadas en jerarquías y oposiciones en las relaciones de
género, donde vamos quedando “fijados/as” al doble tablero de
las dicotomías, que establece e instaura, por ejemplo, lo que es
natural y lo que es cultural, reservándonos el nicho semiótico y
existencial de la naturaleza a las mujeres y el de la cultura a los
varones (con toda la carga sociosimbólica y en la experiencia de
vida acerca de lo que significa ser mujer u hombre codificados
genéricamente), lo que psicológica y socioculturalmente va
definiendo la construcción de las subjetividades, alcanzando su
concreción tal magnitud y trascendencia que…
…la oposición binaria hombre-mujer, clave en la trama de los pro-
cesos de significación, instaura una simbolización de todos los as-
pectos de la vida: el género. Esta simbolización cultural de la dife-
rencia anatómica toma forma en un conjunto de prácticas, ideas,
discursos y representaciones sociales que dan atribuciones a la
conducta objetiva y subjetiva de las personas en función de su sexo
(Marta Lamas, ob. cit.:62).
Recapitulemos entonces, el sexo alude a la expresión fundante
de las diferencias sexuales, mientras que el género deviene en el
ejercicio de un diferencial de poder vertebrado a las relaciones
sociales. Llevamos, por tanto, la impronta de una estructura
jerárquica de relaciones de dominación que interviene desde
el interior mismo de nuestro proceso de desarrollo cognitivo-
afectivo y conductual en la construcción de la masculinidad y la
feminidad, mediante la cual nos constituimos en sujetos de una
sexualidad anudada al género en su doble efecto de asignación-
atribución. Es por tanto, una sexualidad ya intervenida por la
razón sexual, en cuya confluencia, se van organizando deseos,
sensaciones, vivencias, placeres, displaceres, imaginarios y dis-
cursos relativos a la sexualidad, en la que por lo general, también
se acomodan las expectativas e imperativos socioculturales de
una expresión sexual identificada con la heterosexualidad como
[53]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
norma o con la homosexualidad como desviación o alternativa a
la norma establecida, así como otros tantos comportamientos y
relaciones sexuales considerados periféricos, por estar fuera del
orden del discurso social dominante.
Y al parecer nadie se entera, como dice el antipsiquiatra
Laing, en su libro Nudos (1970), que en el fondo están jugando
un juego. Están jugando a que no juegan un juego... Estamos
jugando un juego en el doble tablero de las dicotomías que hemos
tomado demasiado en serio, y hemos olvidado que convivimos en
un mundo de imágenes, signos, palabras, números, conceptos,
representaciones... como si fuera el mundo real y no una manera
de aprehender la realidad, a través de abstracciones que represen-
tan-demarcan la experiencia simbólicamente, y persistimos en
la confusión atrapados entre demarcaciones y fronteras, como si
hiciéramos ataduras con la línea del horizonte, no alcanzamos a
ver el horizonte, que al fin y al cabo es una línea ilusoria.
De modo que la relación hombre-mujer deviene histórica-
mente en el amasijo sociocultural privilegiado, donde se entrete-
jenredesderelacionessexo-género-sexualidadentreelpoderylos
saberes al interior mismo de nuestras representaciones generadas
en las prácticas discursivas cargadas de sentido. Sin embargo, nos
queda la capacidad de resistencia, la interacción del comporta-
miento humano en la dialéctica y complejidad de la vida misma,
sus diferencias individuales, sus específicas experiencias de vida
e historia personal-social, así como la capacidad heurística e in-
agotables formas de interpretación, lo que nos abre a las posibili-
dades hermenéuticas de transformación, diversidad, complejidad
y cambio, y nos incita a darnos cuenta de lo que acontece y nos
acontece, a avivar la conciencia que, de tanto en tanto, se agita, se
remueve y despierta.
[ 55 ]
La biologización del sexo
en el discurso de la razón sexual
La investigación biológica del sexo proporcionó la clave
para legitimar la sexología y su reafirmación de ésta
como una rigurosa ciencia sexual
Janice Irvine (1990)
La categoría sexo pertenece a un modelo primario de di-vi-
sión del mundo que asume que hombres y mujeres son opuestos,
dibujándose el transcurrir de nuestras vidas en una trama de
relaciones de dominación, y ello, ya de por sí, muestra que si hay
algo en este mundo mal enfocado eso indudablemente es el sexo.
Incluso las primeras acepciones dadas a la palabra sexo caen por
lo general dentro de una óptica específica que fija la mirada en
aspectos parciales y simplificadores de la realidad determinada
por una visión fragmentaria del cuerpo en la cultura occidental.
Al preguntar ¿qué entendemos por sexo?, nos encontramos
con que la gente suele vincularlo a sus aspectos anatómicos y
[56]
Blanca Elisa Cabral
fisiológicos, siendo esta aproximación al sexo, asociada a su
condición biológica, una de las más generalizadas. Cualquier
definición de diccionario de la palabra sexo, no sólo la refiere
al sexo biológico, sino al hecho natural de la división sexual
en macho y hembra, como lo muestra una de las definiciones
más comunes del sexo: la condición orgánica que distingue
al macho de la hembra en los seres humanos, en los animales y
en las plantas. Estamos ante una visión del sexo biologicista y
organicista que prevalece, incluso, en los libros de sexología
y es ampliamente asumida por la comunidad científica, aun
hoy en día25
. Entre los estudios sexológicos, Katchadourian
25	 A riesgo de parecer reiterativa, vuelvo una vez más sobre las acepciones
biológicas dadas al sexo, por cuanto la cultura en sí misma es reiterativa al
establecer las diferencias sexuales como base natural para la concepción bio-
logicista del sexo, convertidas en scientia sexualis dominantes la biología y la
medicina ocupadas del sexo y de la sexualidad, e implantando hasta nuestros
días la biologización y medicalización del sexo. Por otra parte, es interesante
destacar que, aun cuando estas concepciones prevalecen en diferentes co-
rrientes teóricas, incluso la misma sexología, o la sociobiología, corrientes
que postulan y defienden las jerarquías entre los sexos sobre la base de capa-
cidades (supuestamente) heredadas biológicamente, posición que es compar-
tida por algunos estudiosos del comportamiento sexual; no obstante, en la
misma biología, como ya señalara en el punto anterior, desde hace ya algunas
décadas se han operado cambios en la perspectiva de estudio y análisis sobre
lo relativo al sexo y a la sexualidad. Ejemplo de ello son los estudios ontoge-
néticos y embriológicos de la sexualidad, lo que de por sí comienza a mostrar
una visión distinta de la biología de concepción tradicionalista. Al respecto
Czyba, Cosnier y otros, en Ontogénesis de la Sexualidad Humana (1978),
reportan en sus estudios sobre el desarrollo de los aparatos genitales y del
comportamiento sexual, la influencia recíproca del código genético y del
código lingüístico en el desarrollo y diferenciación del sexo, señalando que
ambos códigos profundizan y complejizan las nociones de sexo. Por ejemplo,
para estos autores “la orientación hombre-mujer no se efectúa en cada etapa
según un proceso binario que permitiría colocar la embriogénesis femenina
en paralelo con la masculina” (el subrayado es mío, obviamente para resaltar
los elementos que son clave en el modelo tradicionalista de diferenciación
sexual). Por otro lado, para ellos, “la sexualidad viene a ser un hecho del
lenguaje y su forma es el resultado de lo que una cultura social dada permite a
[57]
Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto…
(1983:16)26
ofrece una conceptualización ilustrativa de lo que se
ha designado biológicamente con el término sexo, el cual:
refiere al macho o a la hembra como seres determinados por carac-
terísticas estructurales y funcionales. Así pues, el sexo es un hecho
biológico que, por lo común, tiene una presencia imperativa entre
lossereshumanosyunadicotomíaqueesmutuamenteexcluyente27
:
unapersonaesmachoohembraysólodebeserunacosaolaotra.
laexpresióndelcódigogenético.Laarbitrariedadquecarácterizalossistemas
de lenguaje se traduce en el relativismo de las actitudes, de las instituciones y
de los juicios sociales, a la consideración, por ejemplo de la homosexualidad,
de la familia, del matrimonio, de la “feminidad” de la “virilidad”, ect. Final-
mente agregan (p, 9) que “…no puede olvidarse que se ha podido decir que la
especie humana es una creación 100% cultural, es también un acontecimien-
to 100% biológico” el subrayado es mío por las mismas razones). Nos dicen
tambiénrefiriendosealdesarrolloembrionariodelaparatogenital,que“Nada
en la morfología de este aparato genital nos permite preveer su orientación
ulterior masculino o femenino, aunque ello este determinado genéticamente
después de la fecundación” (Ob. cit.:13) Todo ello, ya nos habla de una nueva
biología desde la embriogénesiscomo una de sus disciplinas encargadas de
estudiar, nada más y nada menos, que los orígenes del desarrollo humano, y,
específicamente con relación a los ejemplos mencionados, el origen, desarro-
llo y diferenciación del sexo.
26	 Resulta interesante también señalar que en el libro de Katchadourian Herant:
(1983, comp.) La sexualidad humana. Un estudio comparativo de su evolu-
ción, concurren posiciones multi e interdisciplinarias (biólogos, embriólogos,
fisiólogos, psicofisiólogos, sociólogos, psicólogos, psiquiatras y antropólogos),
presentando una visión de conjunto de lo que han llamado un estudio com-
parativo de la sexualidad humana, incluyendo aportes de las investigaciones
respecto a la identidad de género y los papeles sexuales. El libro formó parte
del Programa Especial de Estudios en el Proyecto sobre Desarrollo Sexual
Humano, el cual “se basa en la creencia de que la sexualidad y las formas en
que la expresamos no son totalmente innatas, sino que la masculinidad y la
femineidad se forman sobre una compleja red de comportamientos, papeles y
actitudes que en gran medida son aprendidos, desarrollados y limitados por la
familia, la sociedad y la cultura” (Elizabeth J. Roberts, directora ejecutiva del
proyecto).
[58]
Blanca Elisa Cabral
Alejada de la dialéctica y complejidad de la vida misma y del
conocimiento humano, este tipo de concepción determinista
del sexo deriva del modelo dicotómico del mundo que opone a
varones y mujeres como portadores de la presencia imperativa de
un sexus-sexo que nos di-vi-di-de y desgarra en diferenciaciones,
jerarquías y desigualdades.
Por otro lado, como señala Leonore Tiefer (1996), el efecto
biologización es fácilmente constatado por cualquiera que
abra un libro de sexualidad, el cual usualmente comenzará por
un capítulo sobre anatomía y fisiología del cuerpo humano. Yo
misma, incluso, en mis charlas y cursos sobre comportamiento
sexual, comienzo por hacer referencia a sus bases biológicas28
,
es como si realmente la biología es la que sienta las bases de la
sexualidad, y si no habláramos de la naturaleza del cuerpo
humano sería como hablar sin base. Y lo fundamental, entonces,
para sentar tal base, es la recurrencia a la anatomía y la fisiología
de los órganos genitales29
. Y, como dice Foucault (1986), “todo a
27	 Sigo insistiendo en los destacados para mostrar los aspectos relevantes
característicos de la posición biologicista-organicista y determinista. Segui-
damente Katchadourian incluye los componentes que se han logrado dife-
renciar bajo la expresión sexo biológico (sexo genético, hormonal, gonádico,
morfología interna y externa) ya reseñados anteriormente. Y agrega otros
usos derivados de esta concepción del sexo, basada en evidencias biológicas,
tales como el sexo utilizado como variable demográfica e índice de estatus
social y jurídico, así como usos referidos a tipología sexual, identidad sexual
y papel sexual, señalando también que lo mismo ocurre con la incorporación
del sexismo bajo la influencia de términos como racismo.
28	 Y esta práctica la adquirí durante mi formación como psicóloga, ya que,
en nuestra disciplina cuando abordamos el comportamiento humano
(en general, cualquier texto de psicología del comportamiento humano
comienza por allí) lo hacemos desde las bases biológicas de la conducta, y nos
adentramos en los llamados componentes fisiológicos, neuroanatómicos y
neurofisiológicos. Se considera, por tanto, que una formación psicológica sin
el conocimiento de estos aspectos neurofisiológicos y psicofisiológicos resul-
taría absolutamente deficiente e inconsistente.
29	 Lo que no quiere decir que esté abogando por una concepción del sexo sin
su connotación biológica o que desconozca o minimice la importancia del
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Sexo, poder y género. Blanca Elisa Cabral_tomo_II_generos (1)

  • 2.
  • 3. Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Crítica de la razón sexual TomoII
  • 4. © Blanca Elisa Cabral © Fundación Editorial el perro y la rana, 2009 E    Rodolfo Castillo Eva Molina Kattia Piñango Edarlys Rodríguez Silvia Sabogal Hecho el Depósito de Ley    ---- Centro Simón Bolívar Torre Norte, El Silencio Piso 21, Caracas-Venezuela. Telfs: 0212- 7688300 / 0212-7688399  : elperroylaranacomunicaciones@yahoo.es atencionalescritor@yahoo.es  : www.elperroylarana.gob.ve www.mincultura.gob.ve/mppc/     Carlos Zerpa 1 Reimpresión, 2013a I  L R B  V
  • 5. Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Crítica de la razón sexual TomoII Blanca Elisa Cabral
  • 6. Serie Clásicos Obras claves de la tradición del pensamiento humano, abarcando la filosofía occidental, oriental y nuestramericana. Serie Crítica emergente Textos y ejercicios reflexivos que se gestan en nuestra contemporaneidad. Abarca todos aquellos ensayos teóricos del pensamiento actual. Serie Género-s Una tribuna abierta para el debate, la reflexión, la historia y la expresión de la cuestión femenina, el feminsimo y la diversidad sexual. Serie Aforemas Entre el aforismo filosófico y lo poético, el objeto literario y el objeto reflexivo son construidos desde un espacio alterno. La crítica literaria, el ensayo poético y los discursos híbridos encuentran un lugar para su expresión. Serie Teorema La reflexión sobre el universo, el mundo, lo material, lo inanimado, estará dispuesta ante la mirada del público lector. El discurso matemático, el físico, el biológico, el químico y demás visiones de las ciencias materiales, concurrirán en esta serie para mostrar sus tendencias.
  • 7. Capítulo iii Del asunto del sexo al asunto del género, una propuesta teórica, epistémica y ética en clave de género
  • 8.
  • 9. Están jugando un juego. Están jugando a que no juegan un juego. Si les demuestro que veo que están jugando, quebraré las reglas y me castigarán. Debo jugarles el juego de no ver que veo el juego R. D. Laing (1970)
  • 10.
  • 11. [ 11 ] La sexualidad y el género como dispositivos críticos de la cultura Un cierto aparato interpretativo, una determinada tecnología analítica, murmuran su tonada familiar: parodia o elogio, subversión o intensificación, desviación o norma, resistencia o permisividad, juego o seriedad... Afirmaciones en serie, cadenas de diagramas. Todas las piezas han sido colocadas; se ha preparado ya una sintaxis, las categorías han sido asignadas. No queda nada por hacer sino demarcar la represen- tación, catalogar sus partes y completar los detalles que falten. ¡Qué trabajo más tedioso! Roger Lancaster (1998)
  • 12.
  • 13. [ 13 ] Bajo la excusa de las diferencias sexuales Somos seres biológicos, pero hablamos y esto cambia todo. Florence Thomas (1999) El cuerpo es la primera evidencia incontrovertible de la diferencia humana. Marta Lamas (1996) La sexualidad, en su compleja trama de significaciones socio- culturales, delata una historia de relaciones de dominación insta- lada entre los más íntimos pliegues de nuestras representaciones simbólicas, que circulan en una semiosis social1 organizada en 1 Me refiero a la noción de semiosis social, entendida como actividad narrati- va del discurso, en construcción y despliegue cognitivo en un horizonte de sentido, tiene que ver con el análisis de los procesos de discursividad social, cómo circula socialmente el discurso (sus condiciones de producción, sus redes, sus fundaciones, etc.) La semiosis “es la dimensión significante de los
  • 14. [14] Blanca Elisa Cabral una red discursiva de signos, imágenes, creencias, ideas, precon- cepciones, conceptos... codificados e investidos de significaciones que cargan de sentido la experiencia de la vida sexual, penetrada desde el interior mismo del proceso de sexuación2 por la raciona- lidad fundante del pensamiento occidental. Somos portadores de un sexo-sexus3 dividido, parcelado, dicotomizado, fragmentado bajo la excusa biohistórica de las naturales diferencias sexuales4 , en dos clases sexuales bien diferenciadas: varones y mujeres, que devienen en seres tipificados5 por la cultura dentro de un proceso de fenómenos sociales en tanto procesos de producción de sentido... Es en la semiosis donde se construye la realidad de lo social” (Eliseo Verón, 1987:125- 126). 2 Retomo aquí el concepto de sexuación introducido por John Money, para explicar el proceso de formación de un varón y de una mujer. Es decir, cómo se forma un varón, cómo se forma una mujer y cuál es el comportamiento de uno y de otro sexo. El proceso de sexuación resulta de la interacción de lo biológico a lo sociocultural. Ponencia presentada por el Dr. Money en el IV Congreso Latinoamericano de Sexología y Educación Sexual. CLASES. Buenos Aires, 1988, bajo el título: “El proceso de sexuación desde la biología. Homosexual, Bisexual, Heterosexual (Actualización)”. 3 Etimológicamenteeltérminosexovienedellatínsexus,quesignificadividido, cortado en dos mitades. 4 Las diferencias morfológicas más aparentes originan las diferencias sexuales evidentes (órganos sexuales especializados) y en su complejo proceso de ma- duración y desarrollo biológico, las diferenciaciones fisiológicas. 5 En psicología del desarrollo, se entiende por tipificación sexual el proceso de aprendizaje social mediante el cual los niños y las niñas son asignados a este- reotipos en razón de su género, por lo que devienen tipificados al asimilar los roles de género prescritos como adecuados o correspondientes a los varones y a las mujeres, de los cuales derivan los roles sexuales estereotipados. Los que obviamente ha ido cambiando para dar paso a la flexibilización de los roles adaptándose a los cambios de la dinámica social. Cambios que, sin embargo, no parecen ir en la misma medida en las mentes, en las concepciones y en los procesos de identidad sexual, actitudes y comportamientos de los hombres y de las mismas mujeres en sus experiencias de vida cotidiana pública y privada. Por consiguiente, los cambios necesarios tienen que pasar por el cedazo de los mediadores cognitivos que, como ya hemos señalado, están anclados a las estructuras mentales, afectivas, motivacionales que permanecen cristaliza- das en forma de habitus. Pero también los habitus se remueven, se movilizan
  • 15. [15] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… asignación de género socialmente construido según lo que “corresponde” al comportamiento esperado de lo masculino (remito al análisis de P. Bourdieu sobre La Dominación Masculina. Ver bi- bliografía). Investigaciones recientes señalan que los estereotipos no cambian al compás de la evolución social, tal como parecen indicar, entre otros, los estudios de McBrown (1987) donde los varones no mostraron ningún decre- mento en sus estereotipos a lo largo de cinco años mientras las mujeres mos- traronunmayordecliveensusestereotiposenesemismoperíodo,sobretodo, después de que las mujeres se casaron y comenzaron a trabajar (Cit. Barberá y La Fuente, en Fernández. J, 1996). En un sentido similar, Juan Figueroa Perea (2000) en Algunos elementos del entorno reproductivo de los varones al rein- terpretar la relación entre salud, sexualidad y reproducción (Revista Mujer Salud/Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe RSMLAC 3/2000). Este autor propone a partir de la crítica a la feminización de la repro- ducción, repensar teórica, práctica y analíticamente la reproducción como un proceso relacional y no únicamente como un proceso vivido por las mujeres, ayudado y estorbado por los varones. Soy de la idea, dice, que la discusión sobre la paternidad nos puede dar muchos elementos teórico-metodológicos y prácticos con el fin de repensar el desfase entre la reproducción social y la reproducción biológica, así como el ejercicio del poder. En otro de los resul- tadosde su investigación, Perea hace referencia a la existencia de una doble moral entre los varones en el contexto de las relaciones coitales y el uso de medidas anticonceptivas, en la cual los varones reconocen que en el ámbito de lo doméstico las actividades han cambiado pero no necesariamente la valoración de sus actividades: dicen los hombres que se sentían acorralados por sus mujeres para hacer lo que estaban haciendo. Por ello escogen en qué ayudar a su pareja, pero no lo viven como quien se organiza en un proyecto común. Resultan realmente importantes al interior del debate actual, los estudios realizados por investigadores varones que comienzan a divulgarse, en los cuales revisan y cuestionan los modelos tradicionales de masculinidad, sus procesos de identidad, los estereotipos asignados a ellos y su dificultad para salir de su confinamiento socio/sexual, su grado de participación en los aspectos de la vida donde no han sido socializados para ello, el rol paterno y su relación con la reproducción. A través de estos nuevos estudios se comienza a hablar de nuevas masculinidades, de la necesidad de redefinir roles, del derecho a la ternura, de una real y mayor participación en procesos a los que la norma sociocultural del bloque hegemónico dominante de nuestras socie- dades androcéntricas les ha mantenido, de alguna forma, vedados, excluidos y hasta negados.
  • 16. [16] Blanca Elisa Cabral y de lo femenino, con el predominio del modelo masculino, que ha virilizado la cultura y dominado la sexualidad6 . Entre los imperativos de la cultura dominante, estos son algunos de los nudos críticos que atan desigualmente las rela- ciones sociales de género (ya identificados en los enunciados del Tomo I). El hecho de ser sexuados marca la huella biohistórica que en entrepiernas (y algo más) ¡distingue y clasifica a varones y mujeres! Todo parece indicar, entonces, que a partir de las dife- rencias sexuales se afincará la cultura para imprimir los signos de la diferenciación, las oposiciones, separaciones y distancias, desde un sexo-sexus donde —paradójicamente— todo comienza y se separa para volver a juntarse. Sólo que el problema de fondo es mucho más complejo que las “simples”, “obvias” y “naturales” diferencias sexuales cuando éstas trascienden a la cultura que las simboliza,aldiscursoquelasnombra,alasrelacionessocialesque las reproducen y legitiman en diferenciaciones, desigualdades y asimetrías entre hombres y mujeres y, por supuesto, a la vivencia y práctica de una sexualidad atravesada por relaciones jerárquicas de género. Precisamente es en la sexualidad, aquello que la especie huma- na parece tener más en común con las demás especies botánicas y zoológicas, donde la dialéctica de lo humano más se patentiza como unión de contrarios en una vivenciación única y compleja. De ahí la conflictividad que, para la vida del individuo humano, ello supone, empezando por los problemas de la identidad sexual (Luis Cencillo, 1993:37-38). 6 Me refiero incluso a las relaciones de pareja y específicamente a las posturas coitales. Más adelante trataré con mayor amplitud el modelo de dominación masculina coital en las relaciones sexuales.
  • 17. [17] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… Esta conflictividad que viene enraizada a la exquisitez bioló- gica de las naturales diferencias sexuales, mediante las cuales se distingue y opone a varones y mujeres, se complejiza en nuestra vida social y sexual, ya que, la sociocultura dominante se encarga- rá de incluirnos dentro de un sistema primario de o-posición y di- visión por sexo7 en el que devenimos masculino-femenino como pares dicotómicos, correspondientes a los géneros de asignación. Como sostiene críticamente Marta Lamas (1995:62): Sobre la contundente realidad de la diferencia sexual se constru- ye el género en un doble movimiento, como una especie de “filtro” cultural con el que interpretamos el mundo, y también como una 7 Esta división obedece a la concepción dualista del sexo, desarrollada y aún vigente en muchos enfoques organicistas y biologicistas del sexo, donde se divide al macho en oposición a la hembra y en consecuencia se define lo mas- culino y lo femenino como categorías mutuamente excluyentes y opuestas. El modelo continuo del sexo enfatiza un concepto de los sexos como categorías independientes o equivalentes. Prefiero seguir el concepto del sexo como un constructo complejo e interactivo, que se extiende a lo largo del todo el ciclo vital de los individuos, el cual ha sido puesto de relieve sobre todo por la psicología del desarrollo y las nuevas teorías sistémicas de la biología, la embriología y la genética, donde se enfatiza la interacción biocultural entre los múltiples factores, elementos y procesos en sus diferentes dimensiones (biofisiológicos, psicológicos, socioculturales y situacionales). Estas recientes concepciones del sexo son derivadas de las investigaciones empíricas sobre el carácter interactivo que lo biológico (mutable) y lo cultural (cambiante) ejercen sobre el desarrollo y evolución de los procesos de sexuación y cons- trucción del género. Todo lo cual tiene que ver con el desarrollo de la identi- dad sexual, la orientación de la sexualidad y la conducta asociada a los roles de género. Fundamentales han sido, por ejemplo, las investigaciones clásicas de los hermanos Hampson (1961) con cariotipos anómalos (XO, XXY, XYY, XXX) y niveles hormonales desequilibrados, mediante las cuales llevan a concluir que, por un lado, el sexo biológico no parece ser el determinante de la identidad sexual y, por otro, los niveles hormonales influyen sobre el de- sarrollo del proceso de identidad sexual y condicionan en gran medida, las preferencias por un sexo u otro respecto a la orientación sexual. Barberá, E y Lafuente M. En Fernández, J. Coordinador, Varones y Mujeres. Desarrollo de la doble realidad del sexo y del género (1996). Ediciones Pirámide, Madrid.
  • 18. [18] Blanca Elisa Cabral especie de armadura con la que constreñimos nuestra vida. Así, un dato biológico evidente es recreado en el orden representacional y contribuye ideológicamente a la esencialización de la feminidad y la masculinidad. Lo que no quiere decir, según explica Teresa de Lauretis (1991), que el género derive así como así, sencilla y directamente, de las diferencias sexuales, ni que el género quede subsumido en las diferencias como simple imaginario que nada tiene que ver conlorealsocial. Nosetrataenmodo algunodereducirlaproble- mática de los géneros a la cuestión de las diferencias sexuales, eso sería, como sostiene de Lauretis, limitar el análisis a la oposición universal de los sexos. Así que el análisis debe trascender este tipo de polémica y enfocarse en los procesos que generan, mantienen y evalúan las diferencias y similitudes entre sexo y género, así como contemplar conjuntamente con el género los procesos que dan lugar a las desiguales y complejas relaciones entre etnicidad, raza, clase, edad, etc., ya que, a partir de los procesos de construcción del género es posible evaluar las modificaciones y permanencias en las relaciones entre hombres y mujeres, sus diferencias, especi- ficidades y semejanzas. Queda claro que esta cuestión no se agota en la noción de género como diferencia cultural que constituye al sujeto, y aquí adquiere relevancia la crítica y el planteamiento de Lauretis, cuando dice, que se trata de… ...un sujeto ciertamente construido en el género, pero no exclusi- vamente merced a la diferencia sexual, sino sobre todo a través de diversos lenguajes y representaciones culturales; un sujeto engen- drado y que adquiere un género al experimentar las relaciones de raza y de clase tanto como las relaciones sexuales; un sujeto que, en consecuencia, no es unitario sino múltiple y que no se encuentra tan dividido cuanto en contradicción.
  • 19. [19] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… Las diferencias sexuales han sido la gran excusa biohistórica que ha servido para justificar naturalmente la asignación y clasi- ficación de los géneros, escindiendo en dos mitades la experiencia humana, dividiendo a varones y mujeres y hundiéndolos en las profundas desigualdades de un devenir sociocultural que delata una historia de relaciones de dominación de la que no se sustraen la naturaleza, la historia, ni el universo psíquico de la sexualidad atravesado por una razón sexual a la que subyace una lógica de género. Esta lógica de género es, según Bourdieu (1988): una lógica de poder, de dominación, es por tanto la forma paradig- mática de violencia simbólica, definida como aquella violencia que se ejerce sobre las personas con su complicidad y consentimiento, de modo que la eficacia simbólica del modelo masculino radica en el hecho de que legitima una relación de dominación al inscribirla en lo biológico, que en sí mismo es una construcción social biologi- zada, tan arraigada que no requiere justificación, ya que, se impone como natural. Siguiendo a Bourdieu, hombres y mujeres internalizan y cargan consigo una lógica de género inscrita milenariamente en la objetividad de las estructuras sociales y desde muy temprana edad, en la subjetividad de las estructuras cognitivas; de allí su re- sistencia al cambio, por ser formaciones discursivas —esquemas mentales— y donde, además, el ejercicio de la violencia simbólica cuenta no sólo con la legitimación de las instituciones sociales, sino con “una somatización progresiva de las relaciones de dominación de género” efectuadas por la socialización, con el consentimiento de una di-visión del mundo en pares de opuestos, como formas de re/organización cognitiva y representación simbólica del mundo. De manera que en este ámbito también el
  • 20. [20] Blanca Elisa Cabral problema se complica8 , cuando convertimos estas dualidades en fijaciones conceptuales9 , estructurales y fundantes de la forma fragmentaria, parcelada y dicotómica de mirar-nos, percibir-nos, interpretar-nos, relacionar-nos, amar-nos..., de ser, sentir y estar en el mundo de la vida. Ese acontecer genérico-sexual se complejiza aún más en la medida en que, como dice Thomas (1999:17), “somos seres bioló- gicos, pero hablamos, y esto cambia todo, cuando introducimos el signo y el símbolo”, y las diferencias quedan sometidas a un orden de interpretación simbólica (psicosocializado) desencadenante de un universo de significaciones. Y, así, “el animalito humano se volverá‘animalsimbólico’,sujeto,enunmundoenelcuallascosas pierden su neutralidad y empiezan a significar” en un mundo di- vi-di-do en dos órdenes: el natural y el cultural entre los cuales la vida de los seres humanos se desgarra (Thomas, 1999:23). La violencia simbólica10 , tal como la plantea Bourdieu, se arraiga en la concepción y construcción del poder inscrita en los 8 Talcomolohevenidoexponiendo,sobretodo,enlapartealusivaaElrepliegue de la mirada (Tomo I), así, estos pares dicotómicos categoriales son verdade- ras vetas teóricas y epistémicas en el proceso de deconstrucción de la racio- nalidad fundante de Occidente, a la manera de Derrida, Foucault e incluso de muchas representantes del feminismo crítico (Gayle Rubin, 1975; Judith Butler, 1990; Joan Scott, 1990; Marta Lamas, 1996; Celia Amorós, 1995; entre otras), quienes desde hace décadas vienen realizando un importante trabajo teórico/político, cuestionando el lugar asignado a mujeres y hombres, pro- blematizando los saberes al develar el androcentrismo de los discursos y las prácticas sociales dominantes. 9 A tono con la línea kantiana, es importante recordar, como dice M. Izquierdo (1998, ob. cit.:21), que “el lenguaje sirve a dos propósitos: la comunicación y el pensamiento, por eso es tan importante reflexionar sobre los conceptos que se utilizan y el modo en que se hace, ya que, esa reflexión nos permite reconsiderar cómo conocemos el mundo. Es importante no olvidar que el conocimiento científico es eminentemente conceptual”. 10 El concepto de violencia simbólica abre una importante vía teórica para entender e ir hacia los cimientos mismos de los mecanismos de la lógica de poder que opera como forma de racionalidad.
  • 21. [21] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… cuerpos y en las mentes en forma de habitus, referidos al conjunto de relaciones históricas depositadas en los cuerpos individuales en forma de esquemas mentales y corporales de percepción, apreciación y acción: “esquemas que son de género y engendran género”, a través de los cuales opera y funciona la socialización diferencial, siendo a las mujeres a las que corresponde (por su condición natural) las peores condiciones de vida a lo largo de la historia de la cultura occidental, al establecerse en coherencia con el orden del discurso social dominante desigualdades e injus- ticias sociales entre los hombres y las mujeres (posicionamiento en los espacios sociales, asignación de roles y tareas, división del trabajo, acceso desigual a los recursos básicos, etc.) Sin embargo, es la misma capacidad del ser humano para utilizar su universo simbólico la que le ofrece posibilidades heurísticas de salirse del habitus mediante sus propias reservas metacognitivas que retozan en la imaginación, la fantasía, la ensoñación, la capaci- dad lúdica, la creatividad, la reflexión y la crítica, que en toda su fuerza de inteligencia expansiva abren espacios estratégicos para despertar, transgredir, subvertir, reelaborar, reintercambiar, revertir, romper o transformar el orden del habitus, por más sub- jetivamente que nos haya penetrado. Si bien este ámbito es fundamental para el estudio de diversos fe- nómenos sociales, es también enormemente importante en los es- tudios de género por cuanto pone de manifiesto (las diversas estra- tegias llevadas a cabo por las mujeres para revertir una situación de discriminación) (Juliano, 1992). Sin duda el movimiento feminista, a través del tiempo y en sus diversas concreciones en lugares espe- cíficos, es la muestra explícita de la importancia y eficacia de esta acción colectiva... (Virginia Maquieira, 2001:171). Es este el contexto sociohistórico (apisonado de humus so- ciosimbólico) construido como escena desde donde elaboramos y portamos nuestras subjetividades e identidades, aprendemos a
  • 22. [22] Blanca Elisa Cabral ser, estar y relacionarnos en el mundo como hombres y mujeres definidos en un ordenamiento simbólico (pero siempre con la posibilidad de desordenarlo, de desestabilizarlo, removerlo, en fin, de cambiarlo), teniendo presente que la sexualidad en su complejo universo de significaciones, es sometida —como todo acto humano— a las contingencias inestables de la cultura. De acuerdo con Cencillo (1994: 38): Resulta impensable en otras especies que el sexo biológico se halle doblado por una identidad puramente psicosocial (y significacio- nal) que se halle en oposición al mismo. Parece que asumido re- presentacionalmente, ha de ser investido de significado y de valor social, ha de ser traspuesto y traducido a la esfera de lo imaginario y emocional (ya puramente psíquico), para que pueda vivirse como tal, para que pueda serse. Y de tales difracciones, inherentes a la especie humana, van a derivar las dificultades y los problemas en el vivirse sexuado… Y en este devenir-vivirse sexuado se establece la relación de oposiciones y desigualdades impuesta por una estructura social que obedece a una razón concebida según el modelo de la genea- logía patriarcal. Como magistralmente ha dejado bien sentado Celia Amorós (1995)11 cuando analiza el patriarcado como una especiedepactoentrelosvaronesporelqueselosconstituyecomo género en el sentido del realismo de los universales, a quienes se les adjudica el repertorio de atributos y prerrogativas del conjunto de derechos-deberes y reciprocidades de la condición de varón, imponiéndose esta hegemonía masculina mediante el ejercicio de una razón patriarcal… 11 Entre los aspectos fundamentales de su obra, la autora realiza un análisis de la práctica sexista en el discurso filosófico. Celia Amorós. (1995). Para una crítica de la razón patriarcal, Barcelona.
  • 23. [23] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… …la presunta razón por antonomasia, logos patriarcal que acríti- camente ha configurado en buena medida su noción de títulos de racionalidad sobre el esquema ideológico que le proporciona el concepto de legitimidad tal como es entendido en el marco de la genealogía patriarcal, considerada en cuanto institución social y cultural (ob. cit.:10). El problema no está en las diferencias sexuales (las cuales nos constituyen y naturalmente nos diferencian como varones y mujeres), eso sería simplificar el análisis, y aunque como dice J. Fernández (1996:31) “...el dimorfismo sexual es consustancial a nuestra especie, lo que explicaría que la realidad del sexo haya existido desde el origen de la humanidad, siendo lo más probable que acompañe al Homo sapiens hasta su extinción o transfor- mación”, la realidad del sexo es mucho más compleja, diversa y contingente que el modelo bipolar de la rigidez de los dos sexos, tal y como pareciera desprenderse, entre otros, de los hallazgos de la bióloga feminista Anne Fausto-Esterling, quien en su estudio sobre los Cinco sexos (1993, 1998) sostiene que biológicamente existe una amplia gradación que va de mujer a varón, y a lo largo de tal espectro de variación subyacen por lo menos cinco sexos y, quizás, muchos más (Cit. en Maquieira, 2001: 178): Fausto-Esterlingconsideraquelaliteraturamédicahabitualutiliza el término intersexo como aglutinador de los tres subgrupos prin- cipales que contienen alguna mezcla de características masculinas y femeninas. Uno de estos subgrupos lo denomina herms, y consi- dera a sus integrantes los verdaderos hermafroditas, es decir, que poseen un testículo y un ovario (sus receptáculos para la produc- ción de esperma y óvulos o gónadas): a un segundo subgrupo, que denomina merms, los considera pseudohermafroditas masculinos. Los merms tienen testículos y algunos aspectos de los genitales fe- meninos, pero no tienen ovarios; y finalmente los/las pseudoher- mafroditas femeninas, denominados ferms, que tienen ovarios y
  • 24. [24] Blanca Elisa Cabral algunos aspectos de los genitales masculinos pero carecen de tes- tículos... Y más aún, la vida subjetiva de los individuos enmarcados en cada subgrupo, sus necesidades particulares, sus sentimientos, problemas, atracciones y repulsiones se han dejado de lado en el es- tudio científico. A su juicio los tres intersexos merecen ser conside- rados sexos adicionales, cada uno con su propio estatuto, y va más allá al afirmar que “el sexo es un continuo vasto e infinitamente maleable que sobrepasa las restricciones incluso de cinco catego- rías” (1998:81). Maquieira termina diciendo que a través de este plantea- miento se pone de manifiesto que el sistema de género basado en la dualidad de los comportamientos adecuados de hombres y mujeres precede a la percepción de los rasgos fenotípicos del sexo, y éste ha de acomodarse a los imperativos del género. Por otra parte, si reubicamos el problema que nos ocupa bajo la mirada de la sospecha de Foucault (1980), quien al develar otras aristas respecto a la reificación del sexo nos induce a percibir el asunto del sexo de una manera completamente distinta a las con- cepciones trilladas de los saberes que a lo largo de la modernidad se han ocupado del sexo como objeto de estudio, vemos entonces, que… ...la noción de (sexo) permitió agrupar en una unidad artificial ele- mentos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones, placeres, y permitió el funcionamiento como principio causal de esa misma unidad ficticia; como principio causal, pero también como sentido omnipresente, secreto a descubrir en todas partes: el sexo, pues, pudo funcionar como significante único y como signifi- cado universal. El problema está justamente en que se ha sobredimensionado la noción de sexo hasta el punto en que pudo funcionar sirviendo de soporte único y universal para que estas diferencias fueran
  • 25. [25] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… racionalizadas, naturalizadas, esto es, trastocadas, convertidas, (en excusa biohistórica), cosificadas y petrificadas en desigual- dades, discriminaciones, inferioridades, jerarquías, opresiones, segregaciones y profundas injusticias sociales, sobre todo, para las mujeres. Y el problema es que nos hemos socializado y acostum- brado “naturalmente” a vivir bajo la razón de un mundo dividido, que ha tasajeado en dos mitades la experiencia humana, en un mundo poblado de hombres y mujeres que habitan y cohabitan, existen y coexisten, viven y conviven en una lógica de relaciones “complementarias” o antagónicas entre encuentros y desencuen- tros, y que juegan a juntarse y separarse, a oponerse y resistir- se… para, inevitablemente, volver a juntarse bajo el signo de las diferencias: “Hombre, mujer. Mujer, hombre. Diferencia que nos construye, diferencia que nos problematiza, diferencia que crea” (Teresa Yago, 1996-97)12 . Diferencias que crean y recrean un universo de posibilidades… Elsexo,pues,nosereduceasuindudabledimensiónbiológica, no es sólo un acto natural y fisiológico que nos diferencia; el sexo, en su proceso de construcción social articulado a relaciones de poder—deviene—géneroquenosclasifica,géneroquenosdivide, género que nos posiciona, género que nos distingue, género que nos separa en polaridades mutuamente excluyentes o nos reúne como seres “complementarios”, lo que resulta ser una noción que también nos solapa: el hecho de considerar que hombres y mujeres somos complementarios13 , y puesto que si somos las 12 Teresa Yago (1996-97) Hombres y Mujeres. Revista Área 3. No. 4, Cuadernos de Temas Grupales e Institucionales. Madrid. 13 Estoy de acuerdo con la socióloga colombiana Magdalena León (1995:183- 184) cuando señala que hablar de complementariedad, sobre todo de los roles sociales, no permite integrar al análisis el diferencial de poder existente entre los hombres y las mujeres, por lo que este concepto sirve para enmascarar las desigualdades materiales y culturales y, más aún, contribuye a invisibilizar el dominio y el poder que los hombres ejercen sobre las mujeres. Por tanto, enfocar las relaciones entre los géneros en términos de roles complemen- tarios, como bien advierte la autora, nos lleva a enfatizar el análisis en la
  • 26. [26] Blanca Elisa Cabral dos mitades de la experiencia humana, “la complementariedad” ha surgido —tal vez— como una necesidad lógica con la ilusión (¿metafísica?) de completar lo que hemos separado en un sexo- sexus. colaboración y no en las desigualdades y asimetrías existentes en dichas re- laciones. No obstante, quiero hacer la salvedad de que no se trata en ningún momento de negar la existencia de diversos nexos y relaciones que nos com- plementan; la cuestión está en no advertir el matiz (camuflado) del juego de complementariedades. En alusión a su significado, vemos que complementa- rio viene de complemento (lat. complementum) que forma el complemento de una cosa, lo que es preciso añadir a una cosa para que sea íntegra o perfecta. Algo que se añade a otra para completar o precisar su sentido. El Pequeño Larousse Ilustrado. (2001). Coedición internacional. Santa Fe de Bogotá.
  • 27. [ 27 ] De cómo el sexo deviene género14 Ser mujer o ser hombre es un hecho sociocultural e histórico. Más allá de las características biológicas del sexo, existe el género Marcela Lagarde (1993) ¿Varón o hembra?, ¿niño o niña? Es la pregunta obligada que hacemos ante el nacimiento de un ser humano. A partir de allí, todo queda dispuesto para anudar tiernamente de color rosado el mundo de las niñas y de azul el de los niños, a lo que le sigue todo un atado de provisiones psicológicas y socioculturales que 14 Con esta premisa del sexo deviene género, en primer lugar, no quiero decir quesexoeslomismoquegénero,nicomosostienenalgunosyalgunasautoras, que el sexo está referido exclusivamente a lo natural biológico y el género a lo sociocultural, lo que me propongo destacar es que ambas categorías son cons- trucciones conceptuales que en su proceso de complejización han servido de referentes dicotómicos, para fundar las diferencias sociosexuales, que en su proceso de cosificación y cristalización han quedado condensadas en
  • 28. [28] Blanca Elisa Cabral condicionarán y configurarán sus vidas signadas por la cultura mediante la acción de procesos de socialización diferencial y edu- cación sexista. Cuando un bebé humano nace, existe un nuevo cuerpo, pero to- davía no tenemos un sujeto. El sujeto es una construcción imagi- naria y simbólica que se produce en el tiempo a través del proceso de subjetivación a que lo somete la cultura pre-existente. El sujeto desigualdades sociales, de modo que el sexo en tanto construcción cultural deviene género. De acuerdo con Gayle Rubin, (1984) quien plantea una distin- ción en lo que llamó sistema sexo/género, “para referirse al conjunto de dispo- siciones por las cuales la materia biológica del sexo y la procreación humana son conformadas por la intervención social y satisfechas de una forma con- vencional por extrañas que sean las convenciones”. Este sistema construye, a juicio de la autora, “normas, representaciones y prácticas sociales, incluida la división del trabajo e identidades subjetivas” (Maquieira, 2001:162). Este concepto fue cuestionado por la misma autora en estudios posteriores, para dejar claro que (cit. en Maquieira, p. 174): “si bien sexo y género están relacio- nados, no son la misma cosa y constituyen las bases de dos arenas distintas de la práctica social”, de modo que, agrega Maquieira (Ibíd.), Rubin “considera necesario cuestionar que la sexualidad se deriva de género y que por tanto hay que poner en tela de juicio la fusión semántica ente sexo y género, ámbitos que en su opinión no son intercambiables”. El problema es que la concepción dicotómica del sexo viene a determinar la configuración del género, lo que conlleva otros problemas asociados, porque en este encierro de la persona en el sistema sexo/género prevalece la concepción del sexo como actividad sexual, preferencias sexuales, etc., lo que lleva a la identificación del sexo con la norma heterosexual y a confundir o solapar sexo/sexualidad y género con identidad sexual. De allí, que prefiero utilizar la expresión red sexo/género por ser más gráfica metafóricamente de la intrincada trama de relaciones de género basadas en el sexo. En este mismo sentido, estoy de acuerdo en mantener, tanto la distinción sexo/género para evitar confusiones concep- tuales y no caer en reduccionismos biologicistas o culturalistas, así como en mantener su dialéctico movimiento y múltiples interrelaciones, como un recurso de análisis para explorar, comprender y contribuir a explicar el problema de las diferencias. Reconociendo por tanto, no sólo la complejidad, sino la riqueza y potencialidad de las diferencias, que explican la diversidad, pero vistas más allá de sus dicotomías, donde entra tanto lo que nos separa como lo que nos iguala y dignifica como personas.
  • 29. [29] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… es el resultado del discurso del Otro sobre el Ser. Por tanto, el suje- to genérico —el sujeto atribuido con un género— es también una construcción. Sus atributos responden a un discurso de la cultura (Ana Teresa Torres, 2000:1)15 . Varones y mujeres conviven inmersos en un tejido social de prácticas y relaciones humanas dentro de esquemas de organi- zación social, haciéndose/deviniendo y descubriéndose entre sí como seres sociales16 . Así, la persona se va asimilando a una cultura que, al integrarla a su personalidad, le permite adaptarse a su entorno sociocultural mediante procesos de orden cultural, psicológico, social, político e histórico que van configurando experiencias de vida, subjetividades, identidades y relaciones de género, procesos que se encuentran conectados dentro de un sistema de relaciones que conforman la red sexo-género,anudada a los imperativos sociales en la configuración individual y colec- tiva de las personas como sujetos sociales (todo un conglomera- do de materia significante apuntando a la deconstrucción de su semiosis social). La diferenciación de los géneros masculino y femenino, utili- zados como criterios de realidad-autoridad-verdad, es una de las maneras básicas en que la sociedad ordena, clasifica y jerarqui- za las diferencias biológicas y sociales entre varones y mujeres, y que no son más que, como dice Hernández Montoya (1990), “casilleros culturales, instancias codificadoras, no biológicas, lo 15 La autora entiende por cultura “toda la red de significaciones simbólicas e imaginarias que nos pre-existe, nos envuelve y nos habla, y no un estrecho apartado culturalista que se confunde con el repertorio de costumbres o normas de determinados grupos sociales”. Ana Teresa Torres (2000:1) Ponencia presentada en el Aniversario Casa de Petare. Fundación José Félix Rivas. Mimeografiada. 16 A riesgo de simplificar demasiado el análisis en aras de la brevedad de la exposición en este punto, sólo me atrevo a esbozar de manera simplista, un proceso que de por sí es realmente complejo. Sin embargo, más adelante entraré un poco más en detalles acerca de la socialización sexual diferencial.
  • 30. [30] Blanca Elisa Cabral masculino o femenino surgen necesariamente de la experiencia y no de una condición constitutiva esencial, a priori, de ser varón o hembra… de representaciones a posteriori, contingentes…”; por donde se trenza fuertemente el género, una de las “raíces microfí- sicas del poder” (en términos de Foucault) irradiado en una serie bien articulada de dispositivos culturales que cercan al varón y a la hembra, al niño y a la niña, ...al y a la adolescente, al hombre y a la mujer, en su desarrollo cognoscitivo durante su proceso de socialización tipificado sexualmente, a partir del cual, se asignan- establecen-imponen... roles y estereotipos conformados genérica- mente por la norma sociocultural. El concepto de estereotipo es clave en la comprensión de las diferencias de género; viene del griego stereòs que quiere decir rígido, y tùpus (impresión), es un término que proviene de la tipografía y fue acuñado a fines del siglo XVI para indicar la reproducción de imágenes impresas por medio de tipos fijos. Es usado posteriormente en psiquiatría para referirse a la patología obsesiva caracterizada por la repetición de gestos y palabras. En las Ciencias Sociales fue introducido por el periodista Lippman (1922) para referirse a los procesos de formación de la opinión pública. Este autor sostiene que la relación cognoscitiva con la realidad externa no es directa, sino que se realiza a través de las imágenes mentales que cada quien se forma de esa realidad, simplificándola y homogeneizándola de acuerdo a modalidades y condicionamientos culturales (B. Mazzara, 1999). En el ámbito de la psicología social, el estereotipo es un concepto ampliamen- te utilizado en la comprensión del proceso de socialización, y en este contexto de discusión es útil para hacer referencia a todo un conjunto de expectativas, social o culturalmente definidas para cada género acerca del cual se espera un determinado compor- tamiento según se trate de un varón o de una mujer, tipificados genéricamente en una serie de rasgos (fijos) que los y las van a caracterizar diferencialmente.
  • 31. [31] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… Los estereotipos se ubican en un sistema cognitivo que pro- porciona esquemas de representación sociocultural que orientan la comprensión de la realidad, cuyos datos tienden a ser simpli- ficados y estabilizados mediante informaciones y creencias de acuerdo a condiciones culturales establecidas, lo cual supone categorías rígidas a partir de las cuales generalizamos y simpli- ficamos la realidad, asignando atributos, rasgos o características que interpretamos como típicos, y ello puede tener su referente empírico o no, ser parcialmente verdadero, o verdadero o falso, y supone un aprendizaje progresivo durante el proceso de sociali- zación diferencial. Los estereotipos están revestidos de un carácter erróneo al existir discrepancia entre los rasgos atribuidos y la evidencia objetiva, lo cual hace que el estereotipo no esté ajustado a la realidad o a la personalidad individual que es rotulada, que a su vez, lleva a un proceso de categorización muchas veces ni siquiera puesto en duda, considerado incluso hasta como una forma “de ser” propia o condición natural de la persona, que para no entrar en disonancia cognoscitiva, en muchos casos, los sujetos estereo- tipados se comportan de la forma atribuida, encajando en lo que Merton llamó la profecía auto cumplidora. Justamente los este- reotipos (que, por cierto, forman el núcleo cognitivo del prejuicio) cumplen determinados rasgos y comportamientos que sellan lo masculino y lo femenino, y que en la mujer se han hecho profecía entre los dones de su eterno femenino. Entre estereotipos-modelos y roles bien demarcados ge- néricamente por la cultura, va siendo elaborada —internaliza- da— y expresada la representación-discursividad social de las diferencias-diferenciaciones entre el varón y la mujer, donde va subrayando su impacto socializador progresivo (no pasivo ni so- lamente receptivo) e interactivo, la familia, la escuela, los grupo de pares, la comunidad, la iglesia, los medios de comunicación social, y otros medios y agentes socializadores en su acción de ti- pificación sexual de las diferencias convertidas progresivamente
  • 32. [32] Blanca Elisa Cabral en separaciones y oposiciones entre los sexos (premonitorias de las desigualdades e injusticias sociales como formas de discrimi- nación sexual). Es mediante un aprendizaje de interacción social organizadoracionalmente,comovaronesymujeresvanasimilan- do,interiorizandoyasumiendosudeberser,elcómodebenactuar, lo que se espera de cada quien según su género, cuáles conductas son permitidas o rechazadas por la norma sociocultural. Durante la escalada evolutiva del desarrollo y la diferenciación sexual cuyo núcleo es la identidad sexual (que compromete fundamen- talmente un conjunto interrelacionado de eventos como el sexo biológico, la identidad de género, el papel sexual, la orientación sexual) se va evidenciando el impacto de la dicotomía genérica de estereotipos y roles sexuales, lo que trasciende al comporta­ miento de lo masculino y de lo femenino. Son muchos los mecanismos y dispositivos utilizados para el moldeamiento y entrenamiento de estereotipos sexuales, desde los “inocentes juguetes y juegos infantiles”, sutiles y camuflados en armas de doble filo a través de los cuales se ha asegurado la transmisión del sexismo, como un eslabón más de socialización diferencial que impronta un saber discursivo reproducido en la norma sociocultural dominante incrustada en lo cotidiano como discriminación básica entre los sexos. Basta observar en los pre- escolares, los juegos, por ejemplo, de mamá y papá, característi- cos de nuestras niñas y niños, los cuales comienzan a reflejar y representar los roles correspondientes a la madre, por lo general en las labores domésticas, y al padre, en el trabajo productivo. Juegos en los cuales van quedando fijados y divididos los papeles sociosexuales que nos corresponde asumir y desempeñar. Hemos visto cómo el juego es la actividad fundamental de la infancia en su desarrollo psicosocial, así como el instrumento primario de adaptación al mundo adulto, el cual determina la escogencia y preferencias de juegos y juguetes según el sexo, generalmente elaborados y dirigidos en función de características definitorias bien demarcadas de lo masculino y lo femenino.
  • 33. [33] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… En el reparto por sexo se distribuye y se hace circular el sexismo en casitas, ollitas, muñecas, adornos, carteritas, cos- méticos... para las niñas. Reproducción en pequeño del mundo doméstico y cotidiano de lo tradicional, dirigido a la tarea básica destinada a la mujer: la maternidad, así como a sus labores típicas de cuidado de la casa, preparación de la comida, o su embelleci- miento y coquetería, asegurando la ocupación del espacio domés- tico, afectivo y poco intelectual. Mientras la otra distribución sexista circulará en carros, motos, aviones, robots, monstruos guerreros, héroes, pistolas y también en juegos de armar, legos, mecanos y rompecabezas que estimularán la inteligencia racional y la lógica en los varones. Reproducción en pequeño de un mundo dinámico, hostil y competiti­vo, agresivo, espacial... y ahora computarizado, pero asimismo, asegurándoles su espacio público, el pensamiento racional, intelectual y lógicamente abstracto, “propio de los varones”. Proceso que aún se transmite y reproduce (incons- ciente e involuntariamente, en forma sutil o encubierta) tanto en la familia como en las instituciones educativas desde el nivel preescolar, como tuvimos la ocasión de visibilizar en un trabajo colectivo de investigación etnográfica sobre Sexismo en el aula de preescolar (2002)17 , en el cual se revela la presencia del trato diferencial para niños y niñas, tanto en el currículo oculto (ex- presado en la Guía Práctica de Actividades para Niños Preesco- lares, GPP, por la cual se rigió el profesorado según el Ministerio de Educación hasta la implementación del Nuevo Currículo del año 2005, el cual introduce la categoría género a todo lo largo de su nueva propuesta) y en el currículo explícito (definido en la práctica docente diaria), que reproducía el marcaje jerárquico entre los sexos. 17 García, Carmen; Cabral, Blanca; Monsalve, Nahir y Alarcón, Josefina. Sexismo en el aula de Preescolar. (2003). Consejo de Publicaciones, Universi- dad de los Andes.
  • 34. [34] Blanca Elisa Cabral Si seguimos tomando a la sociedad como texto para leer sus prácti­cas discursivas internalizadas desde tempranas edades entre juegos y juguetes, vemos cómo niños y niñas aprenden gradualmente y de modo interactivo las actitudes y modos de comportamiento que la cultura considera típicas del va­rón o de la niña como parte de la identificación de género que debe traducir- se a el comportamiento de lo masculino y lo femenino, asimilado a esquemas tradicionales como la mujer en la casa, el hombre en la calle. Situaciones, que si bien han tenido su andamiaje histórico en el devenir socioeconómico, tienden a movilizarse en la dinámica social según se han ido produciendo los cambios estructurales y funcionales de la sociedad, y demandados por las mismas mujeres. A partir de la incursión en el campo laboral, la mujer ha salido al espacio público a trabajar y cumplir su doble jornada en el hogar y en la calle; estos cambios en la vida familiar y social también se ven reflejados en el juego, ya que, los niños y las niñas transforman en juego el mundo que les rodea. Puesto que una de sus experiencias funda­mentales de vida se vivencia y expresa en los juegos, en los cuales se ven activadas la imaginación, la creati- vidad, la fantasía con visos de realidad, todo lo cual va siendo in- corporado a su actividad lúdica según los cambios que percibe y recibe en sus interacciones sociofamiliares. De modo que ahora es frecuente escuchar expresiones como estas en sus juegos de Mamá y Papá: “Ven, esposa, vamos a trabajar, se hace tarde y hay mucha cola”. “Espera, voy a decirle a la sirvienta que haga la comida y bañe al bebé… espera que todavía no me he pintado ni puesto los tacones” (Diálogo entre un niño y una niña en un preescolar de Mérida: 2003). Los niños y las niñas imitan el mundo que les rodea a través del juego, asimilan y acomodan cognitiva-afectiva y conductual- mente la normativa sociocultural típica del varón y de la niña, de modo que no estamos tan lejos del dime con qué juegas y te diré de
  • 35. [35] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… qué género eres. La industria del juguete, alerta a estos cambios y al apoderamiento de la niñez en su disritmia de consumo masivo, (el mundo infantil también forma parte de las carnadas seduc- toras de la publicidad y el comercio), innova continua y acelera- damente los juguetes infantiles con espectaculares variaciones y modas dirigidas funcio­nalmente a las “necesidades” del niño y de la niña actual, así como a los cambios que se producen vertigi- nosamente y según las características definidas diferencialmente para los géneros. Y así tendremos, por ejemplo, las famosas y vitalicias muñecas Barbies con accesorios y ajuar completo de la mujer de hoy (¿encubriendo acaso mensajes hembristas?) pero cuida- dosos del “peligro” que acecha a la sociedad con la dispersión y confusión de roles propiciado por los cambios en la liberación de las costumbres, las luchas feministas, la industria del juguete in­ troduce, produce y reproduce los muñecos y muñecas bebés que siguen asegurando el entrenamiento de la niña en su rol de futura madre, estos bebesotes réplicas de hermosos y bien nutridos bebés de clase alta, cuyo peso, tamaño y precio resulta inaccesible a cualquier mortal en época de inflación y que, sin embargo, ¡cosa insólita!, resultan ser los más vendidos junto a las muñecas de plasticidad sifrina, reflejo de los nuevos estereotipos de la mujer de hoy, activa, dinámica, emprendedora, ejecutiva, coqueta... ¡y moderna! No se trata de cuestionar la significación del juguete en el ne­cesario proceso de identificación del niño o de la niña en su apren­dizaje psicológico y expresión social, ni de cómo el juguete se adap­ta o se mimetiza según los cambios y las épocas, sino a esa plasticidad según las “necesidades” artificialmente creadas para hacer de niños y niñas “consumidores” desde muy temprana edad, que la industria del juguete, como buena expresión de los dispositivos ideológicos, viene impregnada del discurso social dominante y sus estrategias de poder, que no pierde ni un peldaño
  • 36. [36] Blanca Elisa Cabral en la escalada cronológica de los seres humanos como potencia- les consumidores. Sin embargo, dentro de las resistencias propias de los niños y de las niñas en su proceso evolutivo psicosocial, mediante el cual se interactúa, el juego –en este proceso dialéctico-interactivo– resulta no solamente permeable al “pensamiento del afuera” (como diría Foucault), sino avivado por procesos cognitivos propios del desarrollo infantil, como la fantasía y la imaginación, y así veremos cómo son susceptibles de jugar con dos tipos de juguetes: los juguetes que él o ella crea-imagina-inventa-constru- ye-recrea... y los juguetes que el mundo adulto le proporciona y tipifica... Lo primero es una forma de resistencia creativa que cons­ truyen como cobijo de su fantasía y deja abierta la opción del juego como expresión de libertad, del poder de la imaginación infantil. No podemos obviar que hay una significación simbólica enlasrelaciones del niño y dela niña conelobjetoenlacualpuede prevalecer la acción, más que el objeto en sí, e incluso, cuando la imaginación y la fantasía envuelven al objeto, ello deja espacio al egocentrismo característico del mundo infantil y resguarda su intimidad. Lo segundo es una forma de coherencia que el mundo adulto va aportando a la niñez de acuerdo al sistema, a través del cual se impone una norma y el niño o la niña entra en una recep- ción de valores culturales y es por aquí donde se filtran variadas formas de manipulación mediante la transmisión de un esquema cultural que va definiendo estereotipos, roles, pautas de conducta (lo cual es necesario como formas de socialización atingentes al desarrollo de todo ser humano). El problema radica, como viene siendo expuesto en clave de género,enlacoherenciaconin­teresesdominantesyenlacreación de necesidades artificiales y mantenimiento de formas rígidas de ciertos comportamientos y actitudes, don­de parece sedimentarse la separación-la distancia-la oposición entre los sexos.
  • 37. [37] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… He tratado de leer en el juguete (en tanto materia significante) una discursividad plagada de lo sociosimbólico por su enorme carga de representación del mundo adulto en conjugación con el imaginario del mundo de los niños y de las niñas, a través del cual se filtran mediadores ideológicos que incluso parecen con- figurar actividades consideradas propias de uno u otro sexo. Aun así existen estudios que señalan que algunos juegos preferidos por los varones parecen estar vinculados a una programación genética, como es, por ejemplo, explorar y delimitar territorios, formar bandas y pelearse con el adversario, etc., lo cual parece apoyarse en estudios etológicos (de conductas animales en su propio habitat) que demuestran que el animal macho tiene mayor fuerza, es más activo, explora y delimita te­rritorios, lucha con su adversario incluso hasta la muerte (no tengo nada en contra de los animales, pero, habría que ver el provecho, tal vez biologicista, de tales comparaciones). Sin embargo, el mayor peso teórico en el estudio de la tipifica- ción genérica recae en el proceso de socialización. Al respecto se han estudiado los efectos de tal tipificación sexual en la elección de juegos y ju­guetes, y se ha encontrado que las niñas suelen ser menos activas, me­nos rudas en los juegos y tienen menos sentido espacial en oposición a los niños, que suelen ser más fuertes y con mayor motilidad, lo que pa­rece influir en sus preferencias lúdicas (por ejemplo, los varones prefieren patear pelotas y las niñas pre- fieren jugar con las pelotas entre sus manos). Lo importante a destacar es que las preferencias genéricas por jue­gos y juguetes, independientemente de cual sea su origen, a temprana edad son reforzadas socialmente durante el desarrollo infantil, lo cual es significativo para entender porqué la práctica de determinados juegos llevaría a desarrollar diferentes activida- des y habilidades en cada sexo. De manera que la práctica llevaría al varón a hacerse habilidoso y experto en unas actividades consideradas “típicas” de ellos, y a las niñas a inhibir o facilitar
  • 38. [38] Blanca Elisa Cabral actividades acordes o no a ellas. El mundo social se encargará de reforzar actividades-destrezas y preferencias genéricamente tipi- ficadas, siendo crucial el ámbito laboral en estas dicotomías, de lo que resultarán trabajos-labores y oficios típicamente femeninos y masculinos,conlasconsecuentesdiscriminacionessexualespara el trabajo, estudios y preferencias y, por supuesto, salarios. Apenas acercándonos al mundo de juegos y juguetes infanti- les, como instrumento sutil y camuflado de socialización sexual, hemos podido rastrear algunos signos de la semiosis social que va siendo transmitida e internalizada en forma diversa según la complejidad del comportamiento humano, pero en forma coherente y sistemática por el contexto sociocultural, de modo que a mí también me “divierte pensar que el secreto del instinto femenino y del instinto masculino, tan traídos y llevados, quizás resida en parte en la semántica de muñecos y soldados” (María Luisa Borras, 1980), toda una semantización adosada a las formas típicas de ser femenino o de ser masculino. Varones y mujeres aprenden interactivamente a incorporar el poder simbólico de la cultura desde muy temprano, siguiendo toda una cierta secuencia cognitiva no determinista necesaria- mente durante el proceso mismo de sexuación. Una vez que se ha ido rotulando al niño como varón o a la niña como niña, co- mienzan a percibirse como varón o mujer, luego se compara con otros/as niños/as y va internalizando que es como ellos/ellas, más tarde, que él y su padre son varones o ella y su madre son mujeres, orientando su identificación sexual (identidad de núcleo genérico aproximadamente a la edad de 2 ó 5 años). Posteriormente iden- tifica que la gente está dividida en varones y hembras, es decir, reconoce las diferencias sexuales, luego sabe o cree que siem­pre será varón o hembra (constancia genérica aproximadamente entre los 4 y 6 años) y se identificará con los roles correspondien- tes. Los diferentes grados, dificultades e interferencias o adap- tación y asimilación de un “adecuado” proceso de socialización
  • 39. [39] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… derivará en una vinculación entre sexo-género e identidad sexual, y con ello se irán definiendo o insinuándose las preferencias y la orientación sexual. De manera que la diferenciación del sexo permite ubicar y posicionar a la mujer con base en el sexo: en su percepción de yo soy hombre; yo soy mujer y, en el género, diferenciación compleja del sexo permite ubicar y posicionar al varón y a la mujer con base en el sexo: que da lugar a lo masculino y lo femenino y sus correlatos: la identidad de género, que tiene que ver con la ex- periencia privada o conciencia de género: me siento hombre; me siento mujer; y el papel (rol) de género, que tiene que ver con la experiencia pública acerca de lo que alguien dice o hace para indicar a los demás el grado en que se es varón o hembra, es decir, me comporto como hombre o como mujer. Farré Martí, Joseph (1999: 379). Además, mediante la cognición internalizada de la condición binaria masculino-femenina se va asegurando y legitimando su representación sociosimbólica; lo que Hernández Montoya (Ob. cit.:1990) describe de la siguiente forma: Modos de ser que comportan aparatos llamados “ejes paradigmá- ticos”. La feminidad o la masculinidad son paradigmas en la medi- da en que, primero delimitan el campo de lo concebible para cada quién y, segundo establecen sendos ejes de asociaciones entre prin- cipios concep­tuales... las posibles combinaciones entre ejes para- digmáticos son ilimitadas. Pueden y se suelen dar combinaciones de tipo “ortodoxo”, esto es públicamente sancionadas como legíti- mas... la legitimidad... es el código del poder. Es el poder de la razón sexual que atraviesa la relación hombre-mujer desde sus cimientos histórico sociales, desde su mismo proceso de sexuación en cuanto a formación y comporta- miento como hombre o mujer durante su desarrollo cognoscitivo
  • 40. [40] Blanca Elisa Cabral y de vivencias experiencias que contribuyan a su aprendizaje e interacción social. Se trata de la racionalidad dominante que se instala-integra-adhiere-despliega y reproduce en una lógica de sentido que se produce, circula y consume, como insiste en señalar Rigoberto Lanz (1990), en los espacios societales caracte- rizados (familia, escuela, medios, pares, etc.), y que viene ya en las representaciones mismas. El poder no está “fuera” de esta dialéc- tica, según el autor, es más bien a todo proceso de constitución de sujetos colectivos. Y nos constituimos en sujetos colectivos como hombres o mujeres bajo el signo de las diferencias que ya vienen codificadas por un poder simbólico-cognitivamente estructura- do en nuestro sistema de representaciones enraizado a una lógica binaria fundante de la acción misma del proceso de conocer. Durante la progresiva diferenciación y organización del mundo a través de la acción cognoscitiva, en creciente comple- jidad, arribamos de lo sensorio motriz a lo concreto, hacia un plano de significación simbólica (forma de interiorización-cate- gorización) mediante el cual nos vamos cargando de un sistema de representaciones sociosimbólicas tejidas a un entramado de imágenes comunes, vivencias cotidianas y prácticas discursivas fijadas, cosificadas sobre la superficie de lo real social anudado a la cognición, a nuestra manera de captar, organizar e integrar- nos al mundo del cual formamos parte interactiva durante todo un proceso de aprendizaje social que también interpretamos y podemos asimilar de otra manera en la medida en que se alcance una mayor autonomía. Cuando, por ejemplo, ofrecemos resis- tencias o desafiamos fisiológica o psicológicamente las normas, reglas y códigos de género, hacemos posible estas opciones porque las significaciones de ser varón o mujer no son univer- sales, esenciales e inmutables; por el contrario, son cambiantes, contingentes y específicas en la historia (individual y colectiva) y en la cultura, y tienen que ver también con el cuestionamiento de la existencia de un sistema sexual bipolar (mutuamente ex- cluyente) de ser varón o mujer.
  • 41. [41] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… Entonces, ser varón o mujer en el mundo significa coexistir tensionalmente dentro de una intrincada red sexo-género18 entretejida psicocultural y sociohistóricamente bajo la excusa de las diferencias sexuales: el sexo19 (en su acepción organicista 18 A fin de avanzar en el análisis de la complejidad de ambas categorías, es im- portante distinguir los términos del par sexo-género cuya evolución concep- tual explicativa se ha identificado y confundido en las diferentes corrientes teóricas. Es importante dejar claro que “de un modo u otro, la distinción entre sexo y género tiene como objetivo diferenciar conceptualmente las caracte- rísticas sexuales, limitaciones y capacidades que las mismas explican, y las características sociales, psíquicas, históricas de las personas, para aquellas sociedades o aquellos momentos de la historia de una sociedad dada, en que los patrones de identidad, los modelos, las posiciones y los estereotipos de lo que es o debe ser una persona, responden a una bimodalidad en función del sexo al que pertenezca” (Izquierdo, M., ob. cit.:1998:29). 19 Es importante dejar en claro algunos aspectos de interés científico implica- dos en el estudio del sexo, dado el carácter polisémico del término y tomando en cuenta que su conocimiento científico relativamente reciente ha eviden- ciado diversos componentes interactuantes, lo que ha dado lugar a que se reconozcan varios niveles de análisis dentro de la compleja realidad del sexo y sus diferentes instancias o elementos: el sexo biológico, determinado por la información genética, lo que se ha llamado el sexo genético, definido por el número de cromosomas (46 xx o 46 xy) o la presencia de cromatina sexual; sexohormonal,elequilibrioandrógino-estrógeno;sexogonádico,lapresencia de testículo u ovarios; la morfología de los órganos internos de reproducción; la morfología de los genitales externos; el dimorfismo somático establecido en formadefinitivaalfinaldelapubertad,incluyendolascaracterísticassexuales secundarias; a lo que se le agrega la concurrencia de lo cerebral, neurológico, anatomofisiológico, sexológico, psicológico, sociológico, antropológico; tal comohandemostrado,entreotros,losestudiospionerosdeMoneyyEhrhardt (1972) sobre la determinación genética, el condicionamiento hormonal, el control cerebral, los mecanismos de la tipificación sexual, el impacto social, etc. (Katchadourian, comp. 1983). Por otro lado, como dato curioso pero no menos importante, la idea que dejan entrever acerca de las concepciones tra- dicionales y los cambios respecto al concepto mismo que se materializa en las acepciones dadas al término sexo y que suele representar la concepción impe- rante y el modelo científico dominante en determinados momentos históri- cos. Por ejemplo, la definición que da el Diccionario de la Real Academia de la
  • 42. [42] Blanca Elisa Cabral más simple), nos aporta el imperativo biológico que diferencia al macho de la hembra, vale decir, nos incluye dentro de la especie… ...los agrupamientos de los humanos en las categorías varones y mujeres, siendo así que dicho agrupamiento tiene su fundamen- to en la diferenciación biológica (Eagly, 1987) que nos constituye Lengua (edición de 1992) del sexo como la “condición orgánica que distingue al macho de la hembra en los seres humanos, en los animales y en las plantas” (donde se identifica el sexo con los órganos sexuales); mientras que la defini- ción de la edición de 1884, señala que sexo es la “diferencia entre el macho y la hembra, así en los animales racionales como en los irracionales, y aún en las plantas”, obviamente los cambios en sus acepciones no son muy significativos. Y, en la comunidad científica aun se adoptan estas acepciones biológicas del sexo como condición orgánica que distingue a los varones de las mujeres, sin referirse a los aspectos subyacente del dimorfismo aparentes (Fernández. J., 1996). Otra definición desde una interesante perspectiva interdisciplinaria, haciendo énfasis en la evolución desde sus orígenes de la sexualidad y des- tacando los múltiples significados del sexo, por lo que es también muy bien aceptada en la sexología, es la de Katchadourian (comp., ob. cit.:16-17). Se refiere, en primer lugar, a que la palabra sexo se incluye en una referencia de la EnciclopediadelIdioma,queseremontaalsigloXV.Siendoquedichotérmino ha acumulado diversidad de connotaciones, definido formalmente, el sexo remite primariamente a la división de los seres orgánicos identificados como macho y hembra, y a las cualidades que los distinguen. A lo que agrega que los múltiples usos y derivados, tales como sexos, sexuado, sexual, sexualmente, sexualismo, sexualista, sexualidad, sexualizar, incluyen tantos significados que la palabra ha terminado por volverse imprecisa. Termina agrupando los diferentes significados en dos grandes categorías: el sexo como característica biológica o de la personalidad y el sexo como comportamiento erótico…” Por otra parte, para efectos del análisis desde el enfoque de la complejidad, asumo parcialmente tanto los puntos de vista de la perspectiva integracionista del autor precitado y parte del enfoque de Fernández, para quien “el sexo es una ‘variable’ compleja, que implica unos procesos de diferenciación sexual o de sexuación que se extienden a lo largo de todo el ciclo vital, siendo así que los factores biológicos, psicológicos y sociales se van a mostrar en mutua y per- manente interacción, dando lugar a lo que denominamos varones, mujeres o sujetos que presentan una situación de ambigüedad de sexo” (Fernández, Ibíd.:33).
  • 43. [43] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… como único referente diferenciador de mujeres y varones (Unger. Cit. en Fernández, Ibíd.:1996). A partir de la condición sexuada se clasifica a los seres humanos en masculino y femenino, dando lugar al género20 , que nos aporta la asignación e interpretación sociosimbólica de las diferencias sexuales y su transformación en relaciones sociales desigualesydisimétricasdepoderentreloshombresylasmujeres de acuerdo al contexto histórico, social y cultural dominante. Siendo así que… 20 Es preciso ir aclarando la inclusión y el uso extendido del concepto género, dada la confusión, usos y abusos que el término ha generado. En primer lugar, el término género quiere decir nacimiento u origen. Se refiere a lo femenino y a lo masculino. “No existe, pues, en estos momentos una definición clara y consensuada de género, aunque a grandes líneas y siguiendo las directrices marcadas por los/as primeros/as investigadores/as sobre este asunto, cabría decir que se utiliza esta expresión haciendo referencia a aquellas caracterís- ticas consideradas socialmente apropiadas para mujeres y varones dentro de cada sociedad determinada. A partir de aquí empieza a surgir la confusión, dado que para unos autores esas características no son ni más ni menos que aquéllas englobables dentro de los constructos (conceptos) de masculinidad y feminidad…” (Fernández. J., ob. cit.:35-36). En 1955, John Money, recono- cido y célebre sexólogo norteamericano, extrapola el término género de la gramática a la medicina, advirtiendo la sobresignificación que pesaba sobre el término sexualidad, al que ve rígido, estrecho e incapaz de dar cuenta de fenó- menos nuevos, que tienen que ver sobre todo con los procesos de ambigüedad sexual, transexualidad, hermafroditismo, etc., con el nuevo concepto, piensa Money evitar la rigidez y los determinismos biologicistas así como los este- reotipos vinculados con problemas de identidad sexual. “Con él se podía tran- sitarmásfácilmentedeunoaotrosexosinrestricciones,cambiardeidentidad si el guión social exigía unas u otras opciones…” (E. Amezúa, 1997:7). Stoller por su parte, desde el psicoanálisis, corrobora los hallazgos de Money acerca de la fijación que adquiere el sentimiento de ser niño o niña una vez que se ha asignado como masculino o femenino. Surge así uno de los primeros concep- tosdegénero:“BajoelsustantivoGéneroseagrupanlosaspectospsicológicos, sociales y culturales de la feminidad-masculinidad, reservándose Sexo para
  • 44. [44] Blanca Elisa Cabral En cada cultura, la diferencia sexual es la constante alrededor de la cual se organiza la sociedad. La oposición binaria hombre- mujer, clave en la trama de los procesos de significación, instau- ra una simbolización de todos los aspectos de la vida: el género. Esta simbolización cultural de la diferencia anatómica toma forma en un conjunto de prácticas, ideas, discursos y representaciones sociales que dan atribuciones a la conducta objetiva y subjetiva de las personas en función de su sexo (Lamas, 1995:62). Las relaciones entre hombres y mujeres se estructuran primaria y fundamentalmente sobre la base biológica de sus di- ferencias, a partir de las cuales la sociedad comienza a asignar un conjunto de roles, funciones y pautas de comportamiento acerca deloqueseesperaytipificacomofemeninoymasculino,entorno a lo cual se conforma la identidad de género o convicción que tiene un individuo de pertenecer a uno u otro sexo y, en función del comportamiento que la sociedad espera para cada sexo, se irá conformando la expresión (experiencia pública) del papel sexual social femenino o masculino. De modo que el género resulta ser, como ha dicho J. Scott, un elemento constitutivo de las relaciones sociales que ordenan jerárquicamente las relaciones entre los hombres y las mujeres, justifica y legitima sistemas de desigualdades que se construyen, los componentes biológicos y anatómicos que determinan si una persona es macho o hembra y para el intercambio sexual en sí. Podemos hablar del sexo masculino o del sexo femenino, pero también podemos hablar de masculi- nidad y de la feminidad, sin hacer necesariamente referencia a la anatomía o a la fisiología. Por tanto, mientras sexo y género parecen prácticamente sinónimos en el uso corriente, e inextricablemente unidos en la vida cotidia- na… las dos esferas (sexo y género) no se ligan inevitablemente en relación de uno a uno, sino que pueden funcionar casi de manera independiente” (Stoller, 1968:VII-IX). Véase “Una síntesis feminista sobre género”, en Lamas (1987), citado en Lagarde, Marcela (1993:178). Una explicación que contri- buye a esclarecer este punto se encuentra, como señalé anteriormente, en la investigadora feminista Rubin (1975) quien establece el sistema sexo-género
  • 45. [45] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… se mantienen y se reproducen histórica, social y culturalmen- te, instaurándose como “naturales”, “universales”, “absolutas” e incluso como “destino” ligado a la condición de ser mujer u hombre. Dentro de este marco explicativo, el concepto de género desvinculándose así de las tradicionales lecturas biologicistas; señala que la sexualidad, al no generarse aisladamente, en un vacío cultural, es conse- cuencia de las acciones de los individuos en la sociedad. Esto quiere decir que hay una transformación: la sexualidad biológica deviene en sexualidad socialmente construida, sexualidad y género se solapan, confunden e iden- tifican (cosa parecida sucedía con la confusión y equiparamiento entre sexualidad y reproducción). El hecho de que las mujeres tengan la opción de parir se presenta como necesidad ineludible (salvo razones naturales ajenas a la voluntad procreadora). Ahora bien, en la sexualidad (instrumental) con respecto a fines (de reproducción), el hombre (sexual, activo y engendrador) difiere de la mujer (asexual, pasiva y paridora), propiciándose diferencias genéricas por medio del sexo. El sexo es entonces un producto-corolario del género, propiciándose así, un solapamiento de la sexualidad con el género, y de éste con aquélla. Recordemos que posteriormente Rubin se aleja de esta formulación y marca las diferencias entre sexualidad y género (Nieto J. A. 1996. Prólogo al libro de Tiefer, Eleonore: El sexo no es un acto natural. Talasa Ediciones. Madrid). Al respecto quiero mantener mi posición de ver en el sexo una especie de trasvasamiento sociocultural hacia el género, lo que no quiere decir que en su solapamiento sean reductibles, o que el género se fagocite al sexo haciéndolo desaparecer (o viceversa). Eso sería caer en un reduccionismo más (que, por cierto, es todavía una tendencia en algunos sectores científicos de la sexología, que incluso llegan a mantener la posición extrema de no hablar de sexo o de sexualidad, sino de género). Sexo-género son categorías diferentes que se entrelazan, pero manteniendo su autonomía como partes del proceso de construcción social del conocimiento del sexo y la sexualidad. Los cambios suscitados en la sexualidad femenina han propiciado el reconocimiento de las diferencias entre sexo y género. Como dice el mismo Nieto, a medida que las feministas profundizan en sus estudios y, sobre todo, en lo que constituye y representa la sexualidad de la mujer y van vivenciando las experiencias sexuales como propias, el sexo deja de ser un imperativo del matrimonio con fines reproductores; la capacidad de sentir placer sexual deja de ser privativa del hombre; los deseos femeninos se independizan, ya no son una extensión de los deseos del hombre; sexualidad y género dejan de con- fundirse en la vida misma. Género y sexo, sexo y género se desembarazan uno del otro.
  • 46. [46] Blanca Elisa Cabral propuesto por De Barbieri (1992:114-115) amplía lo que vengo argumentando, al definirlo como… …el conjunto de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferen- cia sexual anatomo-fisiológica, y que dan sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie humana y, en general, al relacionamiento entre las personas. Lo que quiere decir que somos clasificados por el hecho bioló- gico de ser sexuados, y asignados diferencialmente a un conjunto de funciones, actividades, relaciones sociales, formas de compor- tamiento y subjetividades que se anudan a la red sexo-género. La complejidad e interacción de la doble realidad sexo-género, nos remite, según J. Fernández (l996:37) a considerar que… ...el sexo ciertamente hunde sus raíces en lo “biológico” (modifica- ble) a la par que muestra una evolución psicosocial (modificable), resultando como producto un sujeto necesariamente sexuado que ha de desarrollar (aprendiendo) su naturaleza biopsicosocial... Así pues, las dos realidades del sexo y del género son susceptibles de modificaciones y, para ambos, lo biológico y lo social se muestran en permanente y continua interacción. El hecho biológico de ser sexuados complejiza sociohistórica- mente el comportamiento humano entretejido a la red sexo-gé- nero, lo que significa tener un cuerpo, pertenecer a un sexo y vivir como género (y en ese embuclamiento, ¿dónde queda el yo soy?). El sexo es, pues, el referente básico para establecer las dife- rencias sexuales, mientras el género se constituye en el referente cultural a partir del cual se define, evalúa y posiciona a la mujer y alvarón.Demodo que podríamos decir queelsexodevienegénero en un proceso de construcción sociosimbólico constitutivo de la
  • 47. [47] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… organización de las relaciones y prácticas sociales, en general, con el mismo estatus de etnia, clase social, edad, generación, etc., y está fundamentado principalmente en la socialización diferencial de los sexos, mediante la cual se organiza y tipifica un sistema de creencias, actitudes, expectativas, valores, prácticas, relaciones y comportamientos acerca de lo que debe o no corresponder al sexo de pertenencia y al género de asignación. El género es la interpretación de lo que significa psicológica y socialmente ser hombre o mujer, lo que define su impacto en la personalidad de los individuos y en su experiencia de vida. Es, por tanto, un constructo cultural que media y traspasa desde el sentir-se, pensar-se, ser y estar en el mundo de la vida como varones y mujeres asignados diferencialmente a lo masculino y a lo femenino, según el cual se configuran identidades estereotipa- das y se asumen roles construidos entre relaciones asimétricas de poder,jerarquíassociales,relacionesdedominaciónqueexcluyen, discriminan y oprimen a las mujeres, como grupo subordinado. Y es desde este marco de significación cómo interviene la lógica de género en la vida sexual de hombres y mujeres, cuyas vidas cotidianas permanecen enraizadas aún a una estructura patriarcal, transmitida, reforzada y mantenida —como parte del sistema de dominación imperante—, incluso por las mismas mujeres que, no conscientes de su situación, siguen manteniendo y reproduciendo procesos de socialización diferencial y prácticas sexistas y machistas: …Porque todas somos en lo fundamental mujeres patriarcales o por lo menos llenas de reacciones y reflejos generados por siglos de patriarcado, una ideología que envuelve cada microespacio y que apenas hoy empezamos a cuestionar (Florence Thomas, 1998:40)21 21 Florence Thomas. (1998). Conversación con un hombre ausente. Bogotá.
  • 48. [48] Blanca Elisa Cabral De manera que si el sexo es la expresión fundante de las di- ferencias sexuales, destacando el hecho “de que las diferencias físicas no generan la desigualdad social, sino que la soportan”,22 el género deviene en el ejercicio de un diferencial de poder verte- brado a las relaciones sociales desiguales entre los sexos. Lo que quiere decir entonces que el género como diferenciación y distin- ción cultural pasa (y este pasaje no es nada neutro, ni inocente o errático) al género como ejercicio de control y dominación bajo la supremacía del modelo masculino. Hombres y mujeres somos copartícipes23 de esta concepción y modo de vida que nos separa en desigualdades y discrimina- ciones de género, la cual opera como construcción simbólica de las diferencias sexuales bajo condiciones sociohistóricas que no sólo hacen posible estas desigualdades, sino que la mantienen, re- producen y legitiman en relaciones de poder. Entendido el poder (como hemos visto, en el sentido que le da Foucault) como “un modo de acción sobre las acciones de los otros”, el poder se repro- duce como tal en el ejercicio del poder, en sus múltiples dispositi- vos irradiados a todos los espacios sociales y humanos. Es la “microfísica del poder” (según el filósofo francés), tras- pasando tiempos, lugares, espacios, instituciones, personas, com- portamientos, mentalidades, intimidades, relaciones, prácticas… en lo cultural, político, económico, religioso… y en lo simbólico. Lo que implica, por tanto, formas de relación (relaciones de poder), y como afirma García, Canal (1996:146)24 : 22 María Izquierdo (ob. cit., 1998). Además, esta autora reafirma en el análisis de este problema, que precisamente la diferencia de la que se parte para realizar el análisis es el sexo, que a su vez es una construcción conceptual, tal como lo expusimos en el Tomo I. 23 Copartícipes por cuanto en las relaciones de dominación se cuenta con su consentimiento (inclusive inconsciente e involuntario) del sujeto dominado, aunque no precisamente con su participación voluntaria. 24 García Canal, M. .(1996). “Género y dinero en la vieja ecuación del poder”. En Revista La Ventana, No. 3, Universidad de Guadalajara, México.
  • 49. [49] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… Nadie escapa a las relaciones de poder, y éstas no son únicamente violentasnitampocorequierenconsenso.Elpodernosóloreprime, también incita, seduce, induce, facilita o dificulta, amplía o limita, hace más o menos posible una acción, constriñe o prohíbe, pero siempre es una manera de actuar sobre la acción de otros sujetos. En la relación hombre-mujer, es el hombre quien ejerce el poder en su condición de género masculino como dominante dentro de una concepción del mundo en torno a los valores de la masculinidad. Sin embargo, esta relación no es siempre pasiva ni necesaria- mente pacífica, se forma entre resistencias, oposiciones, luchas… a las que el mismo Foucault se refiere cuando dice que donde hay poder, hay resistencia. Llevamos, por tanto, la impronta de una estructura jerárqui- ca de relaciones de dominación que interviene desde el interior mismo de nuestro proceso de desarrollo cognitivo-afectivo y conductual en la construcción de la masculinidad y la feminidad y, en consecuencia, en la forma de concebir y vivir la sexualidad. Quedamos así anudados y anudadas a la red sexo-género-sexua- lidad; lo que implica, desde la opción de la reflexión crítica, el cuestionamiento a la oposición binaria del sistema sexo-género, porque en la medida en que se entretejen sexo y género, o incluso género y sexo, se construye así mismo esa instancia de interac- ción biológica, psicológica y sociocultural que organiza nuestros deseos y placeres en vivencias y comportamientos, en relación consigo mismo y con el otro o la otra. Red sexo-género-sexualidad A través del siguiente cuadro, en apretada síntesis, intento mostrar una especie de cartografía de la cultura de la red sexo- género-sexualidad que se entreteje bajo la visión dicotómica y fragmentada del mundo. Con base en la concepción de un sexo- sexus (cortado-dividido en dos mitades) que se ha convertido
  • 50. [50] Blanca Elisa Cabral en la mayor excusa biohistórica de virilización de la cultura, a partir de la cual se organiza un conjunto de categorías mutua- mente excluyentes para establecer las diferencias sexuales, como hecho biológico fundante, en el que se asientan las diferencias que dividen y separan a los seres humanos en macho y hembra; lo que convierte y trastoca las diferencias sexuales en dos clases sexuales —sociales— varón y mujer, las cuales son interpretadas culturalmente mediante el género. Uno de los ejes ordenadores de lo simbólico cultural que se asigna y clasifica en torno a las polaridades de lo masculino y lo femenino mediante una estruc- tura jerárquica de valores que escinde a hombres y mujeres en coherencia con el orden del discurso social dominante, que re- produce y circula un conjunto de condiciones sociales (prácticas, relaciones, modos de vida, etc.) que separan y oponen a hombres y mujeres, delimitando diferencialmente la construcción de la masculinidad y la feminidad (identidades y subjetividades). Estamos así, hombres y mujeres subsumidos en un mundo de desigualdades e injusticias sociales, cuyo devenir sociocultural delata una historia de relaciones androcéntricas de domina- ción, a las que subyace una lógica de género que es una lógica de poder, es decir, opera mediante una razón sexual de género. Y en la interacción de este proceso, como parte de la historia y de la experiencia personal-sexual se va configurando el dispositivo sexualidad para devenir en sujetos de sexualidad, de una sexua- lidad anudada al género e intervenida por la razón sexual, que es logofalocéntrica.
  • 51. [51] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… Blanca Elisa Cabral (Versión en desarrollo… (2004) Con la propensión a marcar las diferencias entre los sexos (puesto que el concepto de sexo presupone diferencia) se revela el anclaje en la di-visión dicotómica del mundo larvada en torno al hombre y a la mujer, y la forma en que estas diferencias son
  • 52. [52] Blanca Elisa Cabral condensadas en jerarquías y oposiciones en las relaciones de género, donde vamos quedando “fijados/as” al doble tablero de las dicotomías, que establece e instaura, por ejemplo, lo que es natural y lo que es cultural, reservándonos el nicho semiótico y existencial de la naturaleza a las mujeres y el de la cultura a los varones (con toda la carga sociosimbólica y en la experiencia de vida acerca de lo que significa ser mujer u hombre codificados genéricamente), lo que psicológica y socioculturalmente va definiendo la construcción de las subjetividades, alcanzando su concreción tal magnitud y trascendencia que… …la oposición binaria hombre-mujer, clave en la trama de los pro- cesos de significación, instaura una simbolización de todos los as- pectos de la vida: el género. Esta simbolización cultural de la dife- rencia anatómica toma forma en un conjunto de prácticas, ideas, discursos y representaciones sociales que dan atribuciones a la conducta objetiva y subjetiva de las personas en función de su sexo (Marta Lamas, ob. cit.:62). Recapitulemos entonces, el sexo alude a la expresión fundante de las diferencias sexuales, mientras que el género deviene en el ejercicio de un diferencial de poder vertebrado a las relaciones sociales. Llevamos, por tanto, la impronta de una estructura jerárquica de relaciones de dominación que interviene desde el interior mismo de nuestro proceso de desarrollo cognitivo- afectivo y conductual en la construcción de la masculinidad y la feminidad, mediante la cual nos constituimos en sujetos de una sexualidad anudada al género en su doble efecto de asignación- atribución. Es por tanto, una sexualidad ya intervenida por la razón sexual, en cuya confluencia, se van organizando deseos, sensaciones, vivencias, placeres, displaceres, imaginarios y dis- cursos relativos a la sexualidad, en la que por lo general, también se acomodan las expectativas e imperativos socioculturales de una expresión sexual identificada con la heterosexualidad como
  • 53. [53] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… norma o con la homosexualidad como desviación o alternativa a la norma establecida, así como otros tantos comportamientos y relaciones sexuales considerados periféricos, por estar fuera del orden del discurso social dominante. Y al parecer nadie se entera, como dice el antipsiquiatra Laing, en su libro Nudos (1970), que en el fondo están jugando un juego. Están jugando a que no juegan un juego... Estamos jugando un juego en el doble tablero de las dicotomías que hemos tomado demasiado en serio, y hemos olvidado que convivimos en un mundo de imágenes, signos, palabras, números, conceptos, representaciones... como si fuera el mundo real y no una manera de aprehender la realidad, a través de abstracciones que represen- tan-demarcan la experiencia simbólicamente, y persistimos en la confusión atrapados entre demarcaciones y fronteras, como si hiciéramos ataduras con la línea del horizonte, no alcanzamos a ver el horizonte, que al fin y al cabo es una línea ilusoria. De modo que la relación hombre-mujer deviene histórica- mente en el amasijo sociocultural privilegiado, donde se entrete- jenredesderelacionessexo-género-sexualidadentreelpoderylos saberes al interior mismo de nuestras representaciones generadas en las prácticas discursivas cargadas de sentido. Sin embargo, nos queda la capacidad de resistencia, la interacción del comporta- miento humano en la dialéctica y complejidad de la vida misma, sus diferencias individuales, sus específicas experiencias de vida e historia personal-social, así como la capacidad heurística e in- agotables formas de interpretación, lo que nos abre a las posibili- dades hermenéuticas de transformación, diversidad, complejidad y cambio, y nos incita a darnos cuenta de lo que acontece y nos acontece, a avivar la conciencia que, de tanto en tanto, se agita, se remueve y despierta.
  • 54.
  • 55. [ 55 ] La biologización del sexo en el discurso de la razón sexual La investigación biológica del sexo proporcionó la clave para legitimar la sexología y su reafirmación de ésta como una rigurosa ciencia sexual Janice Irvine (1990) La categoría sexo pertenece a un modelo primario de di-vi- sión del mundo que asume que hombres y mujeres son opuestos, dibujándose el transcurrir de nuestras vidas en una trama de relaciones de dominación, y ello, ya de por sí, muestra que si hay algo en este mundo mal enfocado eso indudablemente es el sexo. Incluso las primeras acepciones dadas a la palabra sexo caen por lo general dentro de una óptica específica que fija la mirada en aspectos parciales y simplificadores de la realidad determinada por una visión fragmentaria del cuerpo en la cultura occidental. Al preguntar ¿qué entendemos por sexo?, nos encontramos con que la gente suele vincularlo a sus aspectos anatómicos y
  • 56. [56] Blanca Elisa Cabral fisiológicos, siendo esta aproximación al sexo, asociada a su condición biológica, una de las más generalizadas. Cualquier definición de diccionario de la palabra sexo, no sólo la refiere al sexo biológico, sino al hecho natural de la división sexual en macho y hembra, como lo muestra una de las definiciones más comunes del sexo: la condición orgánica que distingue al macho de la hembra en los seres humanos, en los animales y en las plantas. Estamos ante una visión del sexo biologicista y organicista que prevalece, incluso, en los libros de sexología y es ampliamente asumida por la comunidad científica, aun hoy en día25 . Entre los estudios sexológicos, Katchadourian 25 A riesgo de parecer reiterativa, vuelvo una vez más sobre las acepciones biológicas dadas al sexo, por cuanto la cultura en sí misma es reiterativa al establecer las diferencias sexuales como base natural para la concepción bio- logicista del sexo, convertidas en scientia sexualis dominantes la biología y la medicina ocupadas del sexo y de la sexualidad, e implantando hasta nuestros días la biologización y medicalización del sexo. Por otra parte, es interesante destacar que, aun cuando estas concepciones prevalecen en diferentes co- rrientes teóricas, incluso la misma sexología, o la sociobiología, corrientes que postulan y defienden las jerarquías entre los sexos sobre la base de capa- cidades (supuestamente) heredadas biológicamente, posición que es compar- tida por algunos estudiosos del comportamiento sexual; no obstante, en la misma biología, como ya señalara en el punto anterior, desde hace ya algunas décadas se han operado cambios en la perspectiva de estudio y análisis sobre lo relativo al sexo y a la sexualidad. Ejemplo de ello son los estudios ontoge- néticos y embriológicos de la sexualidad, lo que de por sí comienza a mostrar una visión distinta de la biología de concepción tradicionalista. Al respecto Czyba, Cosnier y otros, en Ontogénesis de la Sexualidad Humana (1978), reportan en sus estudios sobre el desarrollo de los aparatos genitales y del comportamiento sexual, la influencia recíproca del código genético y del código lingüístico en el desarrollo y diferenciación del sexo, señalando que ambos códigos profundizan y complejizan las nociones de sexo. Por ejemplo, para estos autores “la orientación hombre-mujer no se efectúa en cada etapa según un proceso binario que permitiría colocar la embriogénesis femenina en paralelo con la masculina” (el subrayado es mío, obviamente para resaltar los elementos que son clave en el modelo tradicionalista de diferenciación sexual). Por otro lado, para ellos, “la sexualidad viene a ser un hecho del lenguaje y su forma es el resultado de lo que una cultura social dada permite a
  • 57. [57] Sexo, poder y género: un juego con las cartas marcadas Capítulo III. Del asunto del sexo al asunto… (1983:16)26 ofrece una conceptualización ilustrativa de lo que se ha designado biológicamente con el término sexo, el cual: refiere al macho o a la hembra como seres determinados por carac- terísticas estructurales y funcionales. Así pues, el sexo es un hecho biológico que, por lo común, tiene una presencia imperativa entre lossereshumanosyunadicotomíaqueesmutuamenteexcluyente27 : unapersonaesmachoohembraysólodebeserunacosaolaotra. laexpresióndelcódigogenético.Laarbitrariedadquecarácterizalossistemas de lenguaje se traduce en el relativismo de las actitudes, de las instituciones y de los juicios sociales, a la consideración, por ejemplo de la homosexualidad, de la familia, del matrimonio, de la “feminidad” de la “virilidad”, ect. Final- mente agregan (p, 9) que “…no puede olvidarse que se ha podido decir que la especie humana es una creación 100% cultural, es también un acontecimien- to 100% biológico” el subrayado es mío por las mismas razones). Nos dicen tambiénrefiriendosealdesarrolloembrionariodelaparatogenital,que“Nada en la morfología de este aparato genital nos permite preveer su orientación ulterior masculino o femenino, aunque ello este determinado genéticamente después de la fecundación” (Ob. cit.:13) Todo ello, ya nos habla de una nueva biología desde la embriogénesiscomo una de sus disciplinas encargadas de estudiar, nada más y nada menos, que los orígenes del desarrollo humano, y, específicamente con relación a los ejemplos mencionados, el origen, desarro- llo y diferenciación del sexo. 26 Resulta interesante también señalar que en el libro de Katchadourian Herant: (1983, comp.) La sexualidad humana. Un estudio comparativo de su evolu- ción, concurren posiciones multi e interdisciplinarias (biólogos, embriólogos, fisiólogos, psicofisiólogos, sociólogos, psicólogos, psiquiatras y antropólogos), presentando una visión de conjunto de lo que han llamado un estudio com- parativo de la sexualidad humana, incluyendo aportes de las investigaciones respecto a la identidad de género y los papeles sexuales. El libro formó parte del Programa Especial de Estudios en el Proyecto sobre Desarrollo Sexual Humano, el cual “se basa en la creencia de que la sexualidad y las formas en que la expresamos no son totalmente innatas, sino que la masculinidad y la femineidad se forman sobre una compleja red de comportamientos, papeles y actitudes que en gran medida son aprendidos, desarrollados y limitados por la familia, la sociedad y la cultura” (Elizabeth J. Roberts, directora ejecutiva del proyecto).
  • 58. [58] Blanca Elisa Cabral Alejada de la dialéctica y complejidad de la vida misma y del conocimiento humano, este tipo de concepción determinista del sexo deriva del modelo dicotómico del mundo que opone a varones y mujeres como portadores de la presencia imperativa de un sexus-sexo que nos di-vi-di-de y desgarra en diferenciaciones, jerarquías y desigualdades. Por otro lado, como señala Leonore Tiefer (1996), el efecto biologización es fácilmente constatado por cualquiera que abra un libro de sexualidad, el cual usualmente comenzará por un capítulo sobre anatomía y fisiología del cuerpo humano. Yo misma, incluso, en mis charlas y cursos sobre comportamiento sexual, comienzo por hacer referencia a sus bases biológicas28 , es como si realmente la biología es la que sienta las bases de la sexualidad, y si no habláramos de la naturaleza del cuerpo humano sería como hablar sin base. Y lo fundamental, entonces, para sentar tal base, es la recurrencia a la anatomía y la fisiología de los órganos genitales29 . Y, como dice Foucault (1986), “todo a 27 Sigo insistiendo en los destacados para mostrar los aspectos relevantes característicos de la posición biologicista-organicista y determinista. Segui- damente Katchadourian incluye los componentes que se han logrado dife- renciar bajo la expresión sexo biológico (sexo genético, hormonal, gonádico, morfología interna y externa) ya reseñados anteriormente. Y agrega otros usos derivados de esta concepción del sexo, basada en evidencias biológicas, tales como el sexo utilizado como variable demográfica e índice de estatus social y jurídico, así como usos referidos a tipología sexual, identidad sexual y papel sexual, señalando también que lo mismo ocurre con la incorporación del sexismo bajo la influencia de términos como racismo. 28 Y esta práctica la adquirí durante mi formación como psicóloga, ya que, en nuestra disciplina cuando abordamos el comportamiento humano (en general, cualquier texto de psicología del comportamiento humano comienza por allí) lo hacemos desde las bases biológicas de la conducta, y nos adentramos en los llamados componentes fisiológicos, neuroanatómicos y neurofisiológicos. Se considera, por tanto, que una formación psicológica sin el conocimiento de estos aspectos neurofisiológicos y psicofisiológicos resul- taría absolutamente deficiente e inconsistente. 29 Lo que no quiere decir que esté abogando por una concepción del sexo sin su connotación biológica o que desconozca o minimice la importancia del