Folleto informativo que recoge testimonios de personas de todo el mundo que han encontrado a Jesucristo a través de las enseñanzas de san Josemaría, fundador del Opus Dei.
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2. Miles de hombres y mujeres de todas las edades y de los más variados ambientes
han encontrado a Jesucristo a través de las enseñanzas del fundador del Opus Dei.
El origen de los relatos siguientes es el deseo de sus autores de compartir con otros
la alegría de saberse hijos de Dios.
Sueño —y el sueño se ha hecho realidad— con muchedumbres de hijos de Dios,
santificándose en su vida de ciudadanos corrientes, compartiendo afanes, ilusiones
y esfuerzos con las demás criaturas. Necesito gritarles esta verdad divina: si perma-
necéis en medio del mundo, no es porque Dios se haya olvidado de vosotros, no es
porque el Señor no os haya llamado. Os ha invitado a que continuéis en las activida-
des y en las ansiedades de la tierra, porque os ha hecho saber que vuestra vocación
humana, vuestra profesión, vuestras cualidades, no sólo no son ajenas a sus desig-
nios divinos, sino que Él las ha santificado como ofrenda gratísima al Padre.
San Josemaría Escrivá
Es Cristo que pasa, 20
3. Preguntar a un catecúmeno, “¿quieres recibir el Bautismo?”,
significa al mismo tiempo preguntarle, “¿quieres ser santo?”.
Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña:
“Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48).
Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido,
como si implicase una especie de vida extraordinaria,
practicable sólo por algunos “genios” de la santidad.
Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocaciónde cada uno.
Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años
a tantos cristianos y, entre ellos, a muchos laicos
que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida.
Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este “alto grado”
de la vida cristiana ordinaria.
Juan Pablo II
Carta apost. Novo millennio ineunte, 6-I-2001, n. 31.
Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque Él mismo
nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos
y sin mancha en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos
adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad (Ef 1, 4-5).
Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor,
nos marca un fin bien determinado: la santidad personal,
como nos lo repite insistentemente San Pablo: hæc est voluntas Dei: sanctificatio
vestra (1 Ts 4, 3), ésta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación. (...)
La meta que os propongo –mejor, la que nos señala Dios a todos– no es un
espejismo o un ideal inalcanzable: podría relataros tantos ejemplos concretos
de mujeres y hombres de la calle, como vosotros y como yo,
que han encontrado a Jesús que pasa quasi in occulto (Jn 7, 10)
por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han decidido a seguirle,
abrazados con amor a la cruz de cada día (cfr. Mt 16, 24).
San Josemaría Escrivá
Amigos de Dios, nn. 2-4.
Llamados a ser santos...
4. Son las 6.35 de la tarde. De regreso a
casa pienso en lo que debo escribir. Llego
a la puerta y mientras hurgo en el bolso
para buscar la llave, caigo en la cuenta
de que la colada todavía está tendida...
Entro en casa anhelando acostarme
un ratito. Estoy recuperándome de una
enfermedad vírica y aún me siento débil.
Los niños están haciendo los deberes.
Llamo: “¡Hola! Álvaro, por favor cierra
la ventana”. Dejo el bolso encima de la
cama y llevo a la cocina las verduras que
acabo de comprar. Inmediatamente me
lavo las manos y empiezo a preparar la
cena.
“¿A quién le toca bañarse?”
“¡A mí!”, dice Joe.
“Álvaro, ¿te has bañado? ¡Caray!
¡Qué desastre de mesa! ¡Límpiala! Glo-
ria, corre las cortinas”.
“Mamá”, dice Lisa, “el profesor nos
ha dado un trabajo de kiswahili para
que lo leamos a nuestros padres”.
“Bien”, contesto. “Guárdalo, ya se lo
leerás a papá”.
No siempre es fácil llevar una familia,
pero ponerme en contacto con el espí-
ritu del Opus Dei me ha dado un punto
de referencia para saber qué hacer en
cada momento. ¿Qué dice san Josema-
ría sobre esto? Un hijo da un portazo.
Le hago volver: “Abre la puerta y cié-
rrala con cuidado y di Jesús, te quiero”.
O se hace daño y le digo: “Ofrece esto
a Jesús por...” Eso no es algo mío...: ¡lo
he copiado del fundador del Opus Dei!
Poned amor en las pequeñas activi-
dades de la jornada, decía, y nos ani-
maba a descubrir ese algo divino que
en los detalles se encierra.
Finalmente la cena está lista, los ni-
ños comen y rezan el Rosario. Entonces
decido revisar el uniforme de los chicos
para el día siguiente. El pantalón cor-
to de Joe está lleno de desgarrones. Lo
pongo aparte para zurcirlo –el montón
crece...– y pienso que algo tan trivial
como buscar el hilo de color exacto
para zurcir un desgarrón puede ser im-
portante. Y otros tantos detalles: estoy
a punto de tirar un papel y recuerdo
que el reverso en blanco se podría utili-
zar como borrador..., y ahí descubro lo
que es la pobreza cristiana. La lista es
interminable.
Mi primer encuentro con san Josema-
ría fue a través de una película. Me im-
presionó su alegría, su gran bondad, e
lsentido del humor... Han sido sus pala-
bras y enseñanzas, su modo de vida, las
que han configurado todo mi ser y es
de esperar que también el de mi familia
y el de muchas personas más.
Vickie Amulega
Nairobi, Kenia.
Es madre de cinco hijos. Tiene dos trabajos a tiempo completo:
profesora/tutora de un colegio y ama de casa.
“Un niño da un portazo. Le hago volver: abre la puerta
y ciérrala con cuidado y di Jesús, te quiero”.
Roger Bissonnette
Québec, Canadá.
Es mecánico de automóviles y conductor
de autobuses. Vive con su mujer
en Côteau-du-Lac. Tienen dos hijos adultos.
“Tomé la resolución de sonreir más yo también”.
Vi tertulias filmadas de
san Josemaría y una cosa
que me impresionó fue su
sonrisa alegre y contagio-
sa. Después, conocí a gen-
te que tenía también una
sonrisa auténtica. Tomé la
resolución de sonreír más,
a pesar de las contrarie-
dades que a veces me en-
contraba en el trabajo. Un
amigo me preguntó cómo
hacía para estar siempre de
buen humor. Yo no sabía
qué contestarle y le dije
que había aprendido esto de Josemaría Escrivá. Mi mujer dice
que mi carácter se ha suavizado, que ha perdido algunas aspe-
rezas típicas de los mecánicos.
Practicaba mi fe, iba a misa todos los domingos pero jamás
se me ocurrió que podía buscar la santidad. Eso, pensaba, es
sólo para sacerdotes y religiosos. Pero cuando mi mujer me dio
a leer algunas de las homilías de san Josemaría, descubrí que yo
también podía llegar a ser santo. Fue una gran novedad.
Tenía la mala costumbre de decir groserías cuando me topaba
con contrariedades a lo largo del día, pero me di cuenta de que
tenía que dar buen ejemplo, y cambié mis hábitos. Como en
muchos garajes mecánicos en la región, en las paredes del mío
había ciertos calendarios no muy apropiados. Decidí quitarlos.
Al principio no fue fácil poner en práctica lo que iba oyendo.
Pero aprendí que Dios es un Padre que nos ama a pesar de
nuestras flaquezas, y que debía procurar continuamente co-
menzar y recomenzar.
Bobo Lee Yuen Chun
Hong Kong, China.
Es agente de seguros. Su esposo Brian
trabaja como administrador de propiedades.
“Me han enseñado cómo rezar,
cómo tener amistad íntima con Jesucristo”.
La primera vez que oí hablar de Josemaría Escrivá fue mientras
realizaba mis estudios universitarios. En aquella época, estaba
recibiendo clases de Catecismo en preparación para el bautis-
mo. Han transcurrido más de doce años desde entonces.
Sus enseñanzas son una invitación a vivir de fe. Luchar por
alcanzar la santidad es sencillo: se trata de hacer bien nuestro
propio trabajo, de desempeñar a conciencia nuestros deberes
y responsabilidades y hacer de todo una ofrenda para Dios.
San Josemaría me ha enseñado cómo rezar, cómo tener
amistad íntima con Jesu-
cristo.
En Amigos de Dios nos
dice: No es cristiano pen-
sar en la amistad divina
exclusivamente como
en un recurso extremo
(...) A los que amamos
van constantemente las
palabras, los deseos, los
pensamientos:haycomo
una continua presencia.
Pues así con Dios.
En mis relaciones con
los demás, especialmente
con mi esposo y mis hijas,
me recuerda que debo ser
generosa y estar dispues-
ta a hacer sacrificios que
nadie note. Estoy segura
de que si los ofrezco con
amor serán muy aprecia-
dos por Dios.
5. Petra Herold
Forchheim, Alemania.
Estudió Física y Matemáticas.
Casada con Rolf, tienen cuatro hijos.
“Se notaba que estaba muy enamorado de la Iglesia:
su entusiasmo me contagió”.
Estaba bastante distanciada de la Igle-
sia. Cuando leí aquella biografía sobre el
fundador del Opus Dei, percibí su gran
entusiasmo. Se notaba que estaba muy
enamorado de la Iglesia y a mí me con-
tagió. Pude decir entonces de todo cora-
zón “sí” a la Iglesia, “sí” al Papa.
Se grabó también a fondo en mi me-
moria la exigencia de que debemos ser
cristianos de una pieza: No nos confor-
memos con las etiquetas: os quiero
cristianos de cuerpo entero. Entonces
yo estaba interiormente dividida. La vida
religiosa por un lado y lo cotidiano por
otro, eran dos ámbitos entre los cua-
les había poco en común. Pero enten-
dí cómo puedo unificar esos aspectos,
cómo puedo santificar el trabajo, conver-
tirlo en oración, al darme cuenta de que
no importa que tenga o no un relieve es-
pecial, sino que lo que importa es cómo
lo hago, con qué amor, con qué entrega.
No importa tampoco que el trabajo se
vea coronado por el éxito, sino que esté
ofrecido a Dios. Descubrí que no es tan
importante que los niños deshagan rá-
pidamente el trabajo recién terminado
en casa –por ejemplo la limpieza–, por-
que sé que no he trabajado inútilmente.
Ahora hago lo mismo de antes, pero de
modo unitario, coherente. Soy capaz de
reaccionar con más serenidad.
Había otro punto que me preocupaba.
Mi esposo era protestante y yo tenía un
plan de cómo podría llevarle a la conver-
sión, pero a veces tenía la impresión de
que todo iba demasiado lento. Y la rea-
lidad ha sido bien diferente a lo que yo
había planeado. Hay que confiar más en
Dios, ponerlo todo en sus manos. Un día
le pregunté a un sacerdote del Opus Dei
que me orienta en la dirección espiritual
qué podría hacer para ayudar a mi espo-
so en su conversión, y me dio este conse-
jo: “Ame a su esposo de todo corazón”.
Ahora me digo siempre: no podía haber-
me dado un consejo mejor, puesto que
sólo con amor podemos ayudar a los
hombres a acercarse más a Cristo.
La alegría que irradiaba san Josemaría
me ha impresionado siempre. Él había
tenido muchos problemas, de salud, fi-
nancieros y todos los que encontró para
fundar el Opus Dei. Era joven y, sin duda,
esos problemas tuvieron que afectarle
mucho. Pero nunca perdió la alegría.
Esto se ve claramente en las filmaciones
de sus encuentros con grupos de per-
sonas. Sus palabras transmiten alegría.
Después de conocerle, siempre que me
viene un bajón, pienso en él y me sien-
to de nuevo en forma y motiva-da para
continuar trabajando.
Rolf Herold
Forchheim, Alemania.
Casado con Petra, es profesor en un colegio
de enseñanza secundaria y autor de libros escolares.
“Me mostró que en la Iglesia católica hay libertad”.
Era evangélico, protestante, pero no vi-
vía la religión en serio. Nunca me había
interesado de modo intenso por la fe. A
través de Petra, conocí a Josemaría Es-
crivá y fui comprendiendo algunas de
sus afirmaciones, que resultaban muy
provocativas para mí. Por ejemplo: “tú
tienes que ser santo”. Yo no había con-
templado nunca laposibilidad de llegar a
ser santo. Esa fue para mí la razón para
enfrentarme con el tema de la fe.
Leí cosas con enfoques totalmente di-
ferentes; empecé con san Francisco de
Sales, luego Teresa de Lisieux, después
leí al Cardenal Newman. El que más me
impresionó fue C.S. Lewis, el anglicano.
Leía paralelamente palabras de Escrivá.
Y todos esos diferentes autores con-
vergen en lo que Escrivá dice: que, con
la fe, todo se dirige hacia la unidad. Él
ha logrado hacer comprensible para mí
esa unidad. Esa fue la última razón por
la que yo también pude decir “sí” a la
Iglesia católica, porque me dije: la Iglesia
católica es donde se realiza esa unidad.
Hacia allá voy, a ella pertenezco de algu-
na manera. No porque Petra sea católi-
ca, sino porque percibo que allí hay algo
detrás, una Verdad. Ese fue un punto.
Y el segundo punto: Escrivá me mos-
tró algo que yo nunca hubiera creído,
que en la Iglesia católica hay libertad.
Lo que yo había pensado antes de la
Iglesia católica correspondía a clichés
habituales: coacción, estrechez, “debes
hacer”... A través de los escritos de Es-
crivá y también de vídeos de reuniones
con él, percibí lo que después he visto:
el amor a la libertad que subyace en sus
palabras. Escrivá amaba la libertad del
modo como Dios la ama.
La verdadera libertad me parece tan
atractiva porque me he dado cuenta de
que, en nuestra sociedad, estamos so-
metidos a muchas influencias: influen-
cias de los medios de comunicación,
de grupos de presión, del vecindario,
etc. Hay muchas presiones de las que
no nos liberamos o de las que sólo con
gran dificultad conseguimos liberar-
nos.
Para lograrlo, necesito un fundamen-
to, y ese fundamento, a partir del cual
se puede ir en muy diferentes direccio-
nes, cada uno según su camino, es la
Iglesia católica.
6. La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que
la vida según el Espíritu se exprese particularmente en su
inserción en las realidades temporales y en su
participación en las actividades terrenas. (...)
La unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran
importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida
profesional y social ordinaria. Por tanto, para que puedan
responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar
las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión
con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como
también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la
comunión con Dios en Cristo.
Juan Pablo II
Exhort. apost. Christifideles laici, 30-XII-1988, n. 17.
Sois todos hombres dedicados al trabajo en diversas profesiones humanas, formáis diversos hogares,
pertenecéis a tan distintas naciones, razas y lenguas. Os habéis educado en
aulas de centros docentes o en talleres y oficinas, habéis ejercido durante años vuestra profesión,
habéis entablado relaciones profesionales y personales con vuestros compañeros,
habéis participado en la solución de los problemas colectivos
de vuestras empresas y de vuestra sociedad.
Pues bien: os recuerdo, una vez más, que todo eso no es ajeno a los planes divinos.
Vuestra vocación humana es parte, y parte importante, de vuestra vocación divina.
Esta es la razón por la cual os tenéis que santificar, contribuyendo al mismo tiempo a la
santificación de los demás, de vuestros iguales, precisamente santificando vuestro trabajo y vuestro
ambiente: esa profesión u oficio que llena vuestros días, que da fisonomía peculiar a vuestra personalidad
humana, que es vuestra manera de estar en el mundo; ese hogar, esa
familia vuestra; y esa nación, en la que habéis nacido y a la que amáis.
San Josemaría Escrivá
Es Cristo que pasa, n. 46
en medio del mundo...
7. Evgeni Pazukhin
San Petersburgo, Rusia.
Filósofo y escritor. Es el autor de la primera
biografía de san Josemaría Escrivá en ruso.
“La enseñanza de Josemaría Escrivá es,
en su esencia, ecuménica”.
Irene de Santos
San Antonio Aguas Calientes, Guatemala.
Es artesana. Tiene 9 hijos y se dedica a fabricar tejidos
a mano que luego comercia en el mercado y a atender
una tortillería. Su lengua materna es el kaqchikel.
“Fui enterándome de muchas cosas de mi vida
como católica, que no sabía”.
El occidente cristiano no puede existir sin el oriente cristiano
y viceversa. El Papa Juan Pablo II habla por eso de los “dos
pulmones de Europa”. Escrivá, pregonando la idea de un ma-
terialismo cristiano, une los dos pulmones: espiritualiza la ma-
teria, entendida en occidente de una forma tan pragmática, y
materializa el espíritu, demasiado espiritualizado en oriente.
Por eso digo que la enseñanza de Josemaría Escrivá es, en su
esencia, ecuménica.
Cuando mi mujer y yo estábamos traduciendo la colección
de homilías de Amigos de Dios, que en la versión rusa se titula
Los más cercanos al Señor, la primera homilía con la que nos
enfrentamos fue la dedicada al trabajo hecho en presencia
de Dios.
Mientras avanzábamos en la traducción, nos dábamos
cuenta de que el trabajo realizado con la intención de hacer-
lo del mejor modo a los
ojos de Dios, era precisa-
mente el trabajo del que
hablaba Josemaría, y que
la traducción que estába-
mos haciendo era obra
de Dios.
Así, gracias a Escrivá,
y lo digo como ortodoxo
y por tanto ligado a una
tradición de misticismo,
me he dado cuenta de
que Dios está presente
en todas las situaciones
de todos los días.
Conocí el Opus Dei por
medio de una carta que lle-
gó a la escuela del pueblo
sobre la Escuela de Hotele-
ría y Hogar Zunil. A mi hija
Mirna le interesó. Fuimos
a conocerla, nos gustó y
decidió estudiar allí. Enton-
ces comenzó la renovación
cristianade toda mi familia.
Mi hija me contaba lo
que aprendía. Un día me
dijo: “Mamá, ustedes no
pueden seguir viviendo así,
sin casarse”. Yo, por ignorancia, no había recibido el sacramen-
to del matrimonio y nunca había pensado que fuera necesario.
Pero mi hija insistió y me facilitó que asistiera a unas clases de
doctrina. Así fui conociendo más a Dios y enterándome de mu-
chas cosas de mi vida como católica que no sabía. Me preparé,
y ese año nos casamos por la Iglesia.
Nunca pensé que podría ser del Opus Dei. Veía cómo el Se-
ñor iba llamando a cada una de mis hijas y para mí aquello
era como un sueño. Las veía alegres, serviciales, trabajadoras...
Hasta que un día, también yo recibí del Señor el regalo de la
vocación. Porque las personas que estamos en el Opus Dei, so-
mos personas llamadas por Dios. Yo me he entregado a Dios y
me cuesta vivir esta entrega cada día; pero he aprendido de san
Josemaría que es aquí en el mundo, en los quehaceres del día,
donde estamos ganando nuestra santificación: porque ganar el
cielo no es fácil, es difícil, pero Dios nos ayuda.
Una simple observación, en la que mu-
chos no piensan, es que una de las claves
para el éxito en el matrimonio es escoger
la pareja adecuada. Las enseñanzas de
Josemaría Escrivá me llevaron a tomar
esta responsabilidad muy en serio. Vi-
viendo en Warrane College cuando era
estudiante, pude relacionarme con un
buen grupo de personas y estoy muy
contento de decir que, gracias a la ayu-
da de San José, encontré una maravillosa
esposa, Anne. Tenemos ahora doce hijos
entre las edades de 21 y 3. Este es mi
mayor tesoro en la tierra y nunca habría
pensado que sería posible, si no fuera por
san Josemaría. Es resultado de sus ense-
ñanzas sobre la vocación matrimonial
y la generosidad con nuestro Señor
en la transmisión de la vida.
Con una familia tan grande
siempre hay retos, especial-
mente con tantos niños
tan cercanos en edad. En
estos tiempos, la gente
tiene que ver que
tener una familia
grande da bas-
tante trabajo,
pero que
es también
inmensa-
mente gra-
tificante y
puede ser
muy di-
vertido.
E n -
s e ñ a r
a los niños a ser
generosos es difícil, pero en una familia
numerosa se convierte en una necesidad.
Uno de los regalos que hemos recibido
en este sentido es que uno de nuestros
hijos es también del Opus Dei. Espero
que su ejemplo lleve a alguno más de
sus hermanos y hermanas a entregar su
vida a Dios. Nos daría una gran alegría
que recibieran ese don del celibato que
impulsa a entregar el cuerpo y el
alma al Señor, a ofrecerle el corazón
indiviso, sin la mediación del amor
terreno.
El ejemplo de la constante visión so-
brenatural de san Josemaría ha sido muy
importante para nosotros en momentos
de prueba. Económicamente ha habido
muchos, pero el Señor sabe hasta dónde
apretar para que no perdamos nuestra
confianzaenÉl.Quizánuestromayorreto
haya sido la pérdida de uno de nuestros
hijos. Poco después de saber que Anne
estaba esperando, descubrimos que Jo-
seph tenía una condición congénita que
hacía imposible la supervivencia. Con
mucha gracia de Dios, pudimos ofrecerle
nuestro bebé a Jesús el mismo día que
nació. El Señor nos dio gran serenidad
en este tiempo y finalmente el regalo de
tener un hijo en el Cielo.
Sidney, Australia.
Tiene 46 años y está casado con Anne.
Trabaja en la industria del turismo.
“Tener una familia grande da bastante trabajo, pero es
inmensamente gratificante y puede ser muy divertido”.
John Perrottet
8. Mi trabajo me da ocasión de conocer a
gente que tiene a su cargo la gestión o
la dirección de proyectos importantes.
Es bonito ver cómo se puede aportar un
punto de vista cristiano que incide en las
decisiones que se toman. Por ejemplo, al
hacer centros comerciales buscamos que
los proyectos incluyan siempre un espa-
cio dedicado al ocio familiar, y que haya
viviendas con más de cuatro habitacio-
nes, para que las familias que tienen más
hijos no se sientan agobiadas.
Todas las mañanas tengo que prever
cómo me voy a organizar y cuándo voy
a rezar, porque es del trato y la conver-
sación con Dios, de donde saco fuerza
e ilusión para enfocar lo que tengo por
delante. He visto la realidad de aquellas-
palabras: Una costumbre eficaz para
lograr presencia de Dios: cada día, la
primera audiencia, para Jesucristo.
A veces me cuesta encontrar el tiempo
para hacer un rato de oración mental.
Entonces, aprovecho el viaje en coche.
Saco una cinta de puntos de meditacio-
nes de Forja que me ayuda a concen-
trarme, y logro hablar con Dios mientras
ruedo por las calles de Madrid.
Por las tardes suelo llegar cansada a
casa, cansadísima. Y sé que la jornada-
de las madres no acaba cuando se mete
la llave en la puerta. ¡Ahí empieza otra!
A veces pienso ¡no puedo más!, y en-
tonces busco mi fortaleza en el Señor y
procuro sonreír todo lo que puedo –es,
como decía san Josemaría, la mejor
mortificación– y me esfuerzo por de-
dicarles un ratito a cada uno de mis hi-
jos para que me cuenten sus aventuras
del colegio. No querría aparecer como
la madre que ya no puede más a esas
horas del día. Aunque hay veces que
me cuesta, esa es la verdad.
Con José Manuel durante el día ape-
nas nos vemos, pero todas las noches
procuramos encontrar un momento
para contarnos nuestras cosas. Habla-
mos de nuestros hijos, de cómo les han
ido las cosas en el colegio, de sus mé-
dicos. Cuidamos nuestra relación con
especial esmero porque somos cons-
cientes de que tenemos que ayudarnos
mutuamente a llegar al Cielo. Yo pienso
–así lo enseñaba san Josemaría– que
para míel camino para ir al Cielo tiene
el nombre de mi marido.
Madrid, España.
Trabaja en el campo de la promoción inmobiliaria.
Está casada y tiene seis hijos.
“Sé que la jornada de las madres no acaba cuando se mete la llave en
la puerta de la casa al volver del trabajo ¡Ahí empieza otra!”
Cristina Rubio
Alberite, España.
Se ordenó en 1990. Es párroco de Alberite,
un pueblo de 2.000 habitantes en La Rioja.
“Entregar la vida al sacerdocio es una cosa estupenda, maravillosa”.
Rev. Armando Lasanta
Me ha hecho un gran bien el ejemplo
del fundador del Opus Dei que siempre
decía: lo primero, las normas de piedad,
el trato con el Señor en la oración, la
celebración de la Santa Misa, el cuidar
los pequeños detalles en el trato con las
personas, la asistencia a losenfermos...
He aprendido de él la importancia de
estar siempre alegre, de transmitir op-
timismo, de ser positivo en medio de
las contradicciones de la vida. Todo es
para bien, decía y él mismo era maes-
tro del buen humor.
Otra gran inquietud que también he
heredado de su experiencia es buscar
vocaciones sacerdotales. Ayudar a que
los chavales, los jóvenes, descubran
que, si Dios les llama, lo que dé sen-
tido a su vida puede ser entregarse a
Dios a través del sacerdocio. Hacerles
ver que entregar la vida al sacerdocio
es una cosa estupenda, maravillosa. Yo
mismo fui fruto en cierto modo de la
inquietud apostólica del sacerdote de
mi pueblo...
También he aprendido del fundador
del Opus Dei que la formación tiene
que ir encaminada al trato con Jesucris-
to. Que la gente ame a Jesucristo, que
se acerque a Él. Para eso, el Sagrario de
la iglesia tiene que ser el centro de la
vida, no sólo del sacerdote, sino tam-
bién del pueblo; que sientan al Señor
en el Sagrario como una referencia, Al-
guien a quien pueden visitar y acudir.
Procuro recordar a todos que debemos
recibir la Comunión con el alma limpia,
después de haberle pedido perdón en
el sacramento de la confesión, cuando
es necesario. Y luego, el trato con nues-
tra Madre la Virgen. En una tierra como
ésta de La Rioja, que es tan amante de
nuestra Madre, les animo a ponerla
también a Ella como centro de sus vi-
das, junto al Señor en el Sagrario.
Por mi parte, gracias a los medios de
formación que recibo en la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz he ido ad-
quiriendo un amor cada vez mayor a la
Iglesia, al Papa y al magisterio. Me con-
mueve descubrir la gran fidelidad del
Papa a Jesucristo. Es un hombre que se
gasta por la Iglesia.
La Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz es una Asociación inseparable
de la Prelatura del Opus Dei. Los
sacerdotes diocesanos que se ads-
criben a ella –que continúan per-
teneciendo al clero de su diócesis
y dependen exclusivamente de su
Obispo– reciben atención espiritual
según el espíritu del Opus Dei.
9. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede
tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. (...) La propuesta de
Cristo se ha de hacer a todos con confianza. Se ha de
dirigir a los adultos, a las familias, a los jóvenes, a los
niños, sin esconder nunca las exigencias más radicales del
mensaje evangélico.
Juan Pablo II
Carta apost. Novo millennio ineunte, 6-I-2001, n. 40.
Quizás alguno se pregunte cómo, de qué manera puede dar este conocimiento a las gentes.
Y os respondo: con naturalidad, con sencillez, viviendo como vivís en medio
del mundo, entregados a vuestro trabajo profesional y al cuidado de vuestra
familia, participando en los afanes nobles de los hombres, respetando la legítima libertad de cada uno. (...)
Actuando así daremos a quienes nos rodean el testimonio de una vida sencilla y normal, con las limitaciones
y con los defectos propios de nuestra condición humana, pero coherente.
Y, al vernos iguales a ellos en todas las cosas, se sentirán los demás invitados a preguntarnos:
¿cómo se explica vuestra alegría?, ¿de dónde sacáis las fuerzas para vencer el egoísmo y la comodidad?,
¿quién os enseña a vivir la comprensión, la limpia convivencia y la entrega, el servicio a los demás?
Es entonces el momento de descubrirles el secreto divino de la existencia cristiana: de hablarles de Dios, de Cristo,
del Espíritu Santo, de María. El momento de procurar transmitir, a través de las pobres palabras nuestras,
esa locura del amor de Dios que la gracia ha derramado en nuestros corazones.
San Josemaría Escrivá
Es Cristo que pasa, n. 148.
para iluminar los caminos de la tierra
10. Sidney, Australia.
Es profesora de francés y de educación física. Su esposo James
también es profesor. Tienen siete hijos.
“Cuando descubrí que podía mantener una relación personal con Jesucristo
a través de las cosas de cada día, mi vida adquirió su sentido real”.
Julia Burfitt
Los círculos en los que me movía eran
muy materialistas. Siempre tenía la sen-
sación de que debía elegir entre amar el
mundo o amar mi fe. Tenía la impresión
de que quienes se tomaban en serio la
religión –cualquiera que ésta fuera– no
estaban muy interesados en empeños
humanos. Cuando conocí el mensaje del
fundador del Opus Dei, mi visión cambió
totalmente. Encontré personas extrover-
tidas y alegres, que estaban aldía de las
últimas tendencias y que eran creyen-
tes. ¡Eran tan positivas frente a la vida!
Empecé a entender que era justamente
amando las cosas del mundo, como pode-
mos poner en práctica plenamente la fe.
¡Dios nos quiere viviendo en el medio
del mundo! Como los primeros cristia-
nos, debemos respirar el mismo aire que
respiran todos, sin formar camarillas ca-
tólicas. Después de todo, ¿cómo podría-
mos llevar el mundo a Dios si no estuvié-
ramos en contacto con ese mundo?
Cuando leí el primer punto de Cami-
no: Que tu vida no sea una vida es-
téril... me di cuenta de que hasta ese
momento había estado desperdiciando
el tiempo. Y cuando descubrí que podía
mantener una relación personal con Je-
sucristo a través de las cosas de cada día,
mi vida adquirió su sentido real.
Busco la amistad con cada uno de
mishijos para hablar de su mundo y,
sobre todo, escucharles y responder a
lo que preguntan. Un día, mi marido
y yo nosdecidimos a fomentar en casa
un tiem-po de silencio. Durante media
hora, antes de la cena, los niños hacen
algo por su cuenta: leer, dibujar, armar
un puzzle, etc. Les animamos a que no
hablen entre ellos durante esos minutos.
¡Los niños encuentran muy pocas opor-
tunidades de estar en silencio! ¿Cómo
llegarán a tener una relación personal
con Dios si no saben retirarse del ruido
para meterse en sí mismos?
Sé que si mi familia está en primer
lugar, tengo toda la libertad para esfor-
zarme por alcanzar metas profesionales.
Gracias a esta convicción, logré comple-
tar una maestría en literatura francesa,
mientras tenía cuatro niños en casa. Iba
a la universidad una noche a la semana
y hacía los trabajos mientras los niños
dormían o jugaban fuera. Los medios
de formación me ayudaron a ser más
disciplinada en el uso del escaso tiempo
que tenía.
Ahora la vida me parece una aventu-
ra extraordinaria. Sé que mi personali-
dad, las circunstancias en las que estoy,
mis talentos, mis amistades, la carrera
profesional, etc. interesan a Dios. Lo
que haga con ellos, las decisiones que
tome, son la arena en la que debo ejer-
citar mi fe.
Sidney, Australia.
Es profesor desde hace casi 20 años.
Trabaja en la sección de cine de una revista dirigida a la familia.
“En primer lugar, soy esposo y padre de familia”.
James Burfitt
Nací en una familia católica y aunque co-
nocí el Opus Dei cuando era joven, nunca
me había interesado demasiado. Ya ha-
bía empezado a trabajar cuando, gracias
a un hermano mío, hice un reti-ro espiri-
tual. Empecé a frecuentar unas clases de
formación cristiana y redes-cubrí la po-
sibilidad de tener una vida de trato con
Dios. Me di cuenta de queDios me había
dado mucho y que yo tenía que respon-
der. Mi maestro fue san Josemaría. Al
leer sus libros me parecía que estaban
dirigidos a mí, y fui descubriendo que
no podía permanecer pasivo. Empecé a
desear amar a Dios apasionadamente y
descubrí mi vocación al Opus Dei.
Actualmente soy, en primer lugar, es-
poso y padre de familia. Luego, soy pro-
fesor. Mi esposa y yo nos esforzamos
por mantener nuestro matrimonio jo-
ven y por hacernos amigos de nuestros
siete hijos. Esto sólo se logra gastando
tiempo con ellos, hablando y, sobre
todo, escuchándoles. Soy su entrena-
dor de rugby y dedico mucho tiempo
a enseñar a los mayores otros deportes.
Me parece importante que no nos vean
como personas que les contemplan
mientras crecen y adquieren experien-
cias, sino como quien quiere adquirir
esas experiencias a la vez que ellos.
En nuestra familia hemos pasado por
muchos momentos duros: tanto mi es-
posa como yo tenemos un carácter tes-
tarudo que a veces hace difícil la vida
matrimonial, los dos hemos perdido
a nuestros padres y a otros parientes,
hemos sufrido enfermedades serias y
otras cosas de ese estilo. El espíritu de
filiación divina nos ha ayudado a ver
todo esto como una caricia de Dios y a
entender el sentido positivo que tienen
las dificultades.
La escasez de recursos, por ejemplo,
es uno de los grandes regalos que po-
demos dar a nuestros hijos. Aunque
están rodeados de materialismo y con-
sumismo, en casa vivimos con un presu-
puesto muy ajustado. Nos gustaría que
esto les ayude a descubrir a Jesucristo
como amigo, y a darse cuenta de que
lo que les dará la felicidad es hacer la
voluntad de Dios.
11. Verónica Montiel
Buenos Aires, Argentina.
Estudia filosofía y trabaja en la biblioteca
de la Universidad Nacional de la Plata.
“Redescubrí el valor de la confesión, una
herramienta indispensable para seguir
de cerca a Jesús”.
Raul C. Hernandez
Quezon City, Filipinas.
Empresario. Desde que se jubiló, se dedica a la
promoción de cooperativas y programas de formación
empresarial para jóvenes.
“Teníamos que reorganizar la empresa de modo que
los afectados pudieran mantener sus familias”.
Siempre había tomado la religión como una materia más,
como filosofía, geografía o historia. Tenía concepciones mate-
rialistas muy arraigadas y estaba convencida de que la justicia
social y la libertad de los trabajadores llegarían por medio de
una revolución que aboliría las clases sociales.
Conocer las enseñanzas de san Josemaría fue dar un giro
de 180º. Entendí que ninguna revolución es posible sin ese sí
libérrimo que cada uno puede dar a Dios.
Cuando empecé a asistir a medios de formación cristiana,
una de las cosas que más me llamaron la atención fue la ale-
gría y buen humor de las personas que encontraba; me re-
sultaba bastante incomprensible. Con el tiempo redescubrí el
valor de la confesión, una “herramienta” indispensable para
seguir de cerca a Jesús, reconciliarnos con Él y mantener en el
corazón esa alegría que proviene de Dios. Me llené de deseos
de mostrar que –con la gracia de Dios y mi esfuerzo– es posi-
ble cambiar esta sociedad por otra más justa.
El fundador del Opus Dei ha tenido mucho que ver con mi
modo de afrontar problemas en el trabajo. Un ejemplo claro
fue cuando mi empresa necesitó un plan para ser más compe-
titiva. La estrategia forzosa era la jubilación anticipada y, en
algún caso, el despido de empleados.
Ante este desafío, recé y me di cuenta de que la vida de
san Josemaría estaba fundamentada en el amor a Cristo y a
la gente. Pensé que esa perspectiva era muy aplicable en el
mundo empresarial. Esto nos llevó a diseñar la reorganización
de la empresa de acuerdo con un planteamiento que tuviera
en cuenta que los afectados pudieran convertirse en empre-
sarios y, de este modo, seguir teniendo entradas económicas
para mantener a sus familias.
Québec, Canadá.
Estudió medicina. Duante cuatro años
estuvo en las fuerzas armadas canadienses como clarinetista.
“Mis relaciones de amistad han tomado un sentido nuevo:
ahora comprendo mejor mi responsabilidad
de compartir con mis amigos este tesoro de alegría”.
Marie Cantin
Hace unos diez años, cuando hice la
elección de dedicarme totalmente a
mi familia y dejar por algún tiempo mi
profesión de médico, sentí la necesidad
de alimentar mi fe. Me acordé entonces
del Opus Dei. Decidí ponerme en con-
tacto con un centro de la Prelatura, y
¡eureka!, lo que oía saciaba mi sed de
amar a Cristo.
Desde el comienzo, me cautivó el
mensaje sobre el trabajo. Aprecié mu-
cho descubrir que lo que da valor a
nuestras tareas era el amor de Dios que
se pone al realizarlas. Es, en medio de
las cosasmás materiales de la tierra,
donde debemos santificarnos, sir-
viendo a Dios y todos los hombres,
decía el fundador del Opus Dei. Bajo
esta luz, el simple hecho de preparar
una comida o de bañar a un niño ad-
quiere un valor infinito.
Mi vida espiritual se ha enriquecido
con el estudio de los escritos de san
Josemaría. He comprendido que mi
bautismo me confiere una vocación –la
santidad– y que es posible alcanzarla
gracias a la frecuencia de sacramentos,
la oración, la dirección espiritual, el co-
nocimiento de la doctrina cristiana.
Me impresionó el amor de san Jose-
maría a esa fuente de gracias que son los
sacramentos. La misa, centro y raíz de la
vida cristiana, es cada vez más para mí,
como lo fue para él, el eje alrededor del
que giran mis días. Además, la frecuen-
cia asidua del sacramento de la alegría,
o sea la confesión, me ayuda a conocer-
me mejor y a discernir más claramente
la voluntad de Dios; ese encuentro de
corazón a corazón entre Padre e hija me
permite experimentar aún más la reali-
dad de la filiación divina, fundamento
del espíritu del Opus Dei.
Una vez que mi vida interior cre-
ció, descubrí la posibilidad de ver con
la mirada de Dios, de desarrollar un
“alma contemplativa” que me ayude
en el esfuerzo por captar la voluntad
de Dios en esos detalles pequeños
y grandes de la vida. Pero el pano-
rama que me abrieron los escritos de
san Josemaría no se limita a mi santi-
ficación, sino que desborda hacia los
demás: mis relaciones de amistad han
tomado un sentido nuevo, porque
comprendo mejor mi responsabilidad
de compartir con mis amigos este te-
soro de alegría.
Desde que conozco todo esto, no
pasa un día sin que agradezca a Dios
que haya abierto este nuevo camino de
santidad en su Iglesia y que nos haya
invitado a mi esposo y a mí a seguirle
en él.
12. San Josemaría
San Josemaría Escrivá nació
en Barbastro (España) el 9-I-1902.
Fue ordenado sacerdote
en Zaragoza el 28-III-1925.
El 2-X-1928 fundó,
por inspiración divina, el Opus Dei.
El 26-VI-1975 falleció repentinamente en Roma,
después de haber mirado con inmenso cariño
por última vez una imagen de la Virgen
que presidía el cuarto de trabajo.
En ese momento el Opus Dei
estaba extendido por los cinco continentes,
y contaba con más de 60.000 miembros
de 80 nacionalidades, al servicio de la Iglesia
con el mismo espíritu de plena unión al Papa
y a los Obispos que vivió siempre san Josemaría Escrivá.
El Santo Padre Juan Pablo II canonizó al fundador
del Opus Dei en Roma, el 6-X-2002.
Su fiesta litúrgica se celebra el 26 de junio.
El cuerpo de san Josemaría Escrivá reposa
en la Iglesia prelaticia de Santa María de la Paz.
Viale Bruno Buozzi 75, Roma.
“En honor de la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento
de la vida cristiana,... declaramos y definimos Santo al Beato Josemaría Escrivá
de Balaguer y lo inscribimos en el Catálogo de los Santos...”
El trabajo y cualquier otra actividad, llevada a cabo con la ayuda de la gracia,
se convierten en medios de santificación cotidiana.
“La vida habitual de un cristiano que tiene fe –solía afirmar Josemaría Escrivá–,
cuando trabaja o descansa, cuando reza o cuando duerme, en todo momento,
es una vida en la que Dios siempre está presente” (...)
Siguiendo sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase,
cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad.
Juan Pablo II
De la homilía del 6-X-2002
Oh, Dios, que has elegido a San Josemaría, sacerdote,
para anunciar la vocación universal a la santidad
y al apostolado en la Iglesia,
infunde tu bendición sobre esta imagen
y haz que todos aquellos que la contemplen
sean alentados a cumplir fielmente el trabajo cotidiano
en el espíritu de Cristo
y a servir con ardiente amor a la obra de la redención.
Por Cristo nuestro Señor.
Benedicto XVI
Oración recitada en la bendición de la estatua
de San Josemaría en la Basílica de San Pedro.