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La vida humana

Sagrada por su origen

Por su naturaleza

No hay vida humana inútil
Ambos pensadores Séneca y Aristóteles son ajenos a la cultura
judeo-cristiana; con todo, intuyeron que, aun con las limitaciones y
miserias que acompañan la existencia en este mundo, la vida
humana encierra un valor inconmensurable, prácticamente divino,
desde su comienzo hasta su natural término.

Sin embargo, será necesaria la revelación cristiana para hallar el
fundamento claro y sólido de tal aserto. La sacralidad de la vida
humana hace acto de presencia al menos por tres razones: la razón
del origen, de la naturaleza y del destino.
• En la primera página del Génesis, bajo un ropaje en apariencia
  ingenuo y místico, se narran acontecimientos históricos: la creación
  del universo y del hombre.
• Dios modela una porción de arcilla -semejando en su quehacer al
  alfarero-, sopla y le infunde un aliento de vida, el espíritu inmortal.
• La materia se anima de un modo nuevo, superior: nace la primera
  criatura humana, a imagen y semejanza del Creador.
• El hombre no es cabalmente un producto de la materia, aunque la
  materia sea uno de sus componentes; goza de alma espiritual,
  irreductible a lo corpóreo. Las almas son creadas directamente por
  Dios, sin intermediarios. Por esto cabe decir con todo rigor que
  cada vida humana es sagrada, pues desde su comienzo
  compromete la acción del Creador.
Con todo, el origen de cada persona humana es muy singular, pues aunque en su
génesis intervienen los padres, poniendo la base material, biológica, a la vez Dios
interviene produciendo de la nada el alma espiritual y la infunde en el minúsculo
cuerpo engendrado por los padres.

La espiritualidad del alma distingue esencialmente al hombre de las demás criaturas
de este mundo, hace que el cuerpo humano no sea como los demás cuerpos, sino un
cuerpo personal, con características específicas muy netas, apto para ser convertido
por la gracia santificante en templo del Espíritu Santo.

Pero ya desde el momento de la concepción, el alma rige todo el desarrollo del
embrión y, salvo accidentes o atentados, lo llevará a la relativa perfección que cabe
alcanzar en la tierra.
El hombre engendra y, simultáneamente, Dios crea; de tal modo que, en la
generación, es muchísimo mayor la obra de Dios que la obra del hombre.

Dice San Agustín que Dios es quien da vigor a la semilla y fecundidad a la
madre, y sólo Él pone -creándola- el alma. Por eso, otro padre de la Iglesia
nos hace esta sugerencia bellísima: Cuando alguno de nosotros besa a un
niño, en virtud de la religión debe descubrir las manos de Dios que lo
acaban de formar, pues es una obra aún reciente (de Dios), al cual, de algún
modo, besamos, ya que lo hacemos con lo que Él ha hecho.

Así pues, la vida humana, desde su concepción posee valor divino y sagrado.
¿Qué resulta de la acción creadora de Dios con la participación de los
padres, en la generación? Una imagen de Dios.

Esta es la gran revelación sobre la naturaleza humana: Dios creó al
hombre a su imagen (… ), varón y mujer los creó (Gen 1, 27). Esto -
explica Juan Pablo II- es lo que se quiere recordar cuando se afirma que
la vida humana es sagrada. Explica también que el Concilio Vaticano II
afirme que el hombre es la única criatura que Dios ha querido por sí
misma. Para Dios, todos y cada uno de los seres humanos poseen un
valor excepcional, único, irrepetible e insustituible.
Excepcional




Insustituible                 Unico




                Irrepetible
Desde el momento en que es concebido en el seno de la madre (Juan
Pablo II, Encíclica. Redemptor hominis, nº. 13).

Nuestra vida -enseña el Papa- es un don que brota del amor de un
Padre, que reserva a todo ser humano, desde su concepción, un lugar
especial en su corazón, llamándolo a la comunión gozosa de su casa.

En toda vida, aún la recién concebida, como también incluso en la
débil y sufriente, el cristiano sabe reconocer el Sí que Dios le ha
dirigido de una vez para siempre, y sabe comprometerse para hacer de
este Sí la norma de la propia actitud hacia cada uno de sus prójimos,
en cualquier situación en que se encuentre.
Hoy, tras importantes hallazgos de la
genética experimental y de la investigación
filosófica y teológica, podemos y debemos
mejorar aquella sentencia de Aristóteles -que
hizo suya Santo Tomás- del siguiente modo:
el embrión humano es algo divino en tanto
que es ya un hombre en acto.

Por minúsculo que resulte a nuestra mirada,
encierra una estructura grandiosa,
admirable, completísima, animada por un
alma inmortal, que constituye un
macrocosmos sagrado.
Estamos en peligro de perder la sensibilidad ante lo grandioso de la
maternidad/paternidad. Cooperar con Dios en la procreación es intervenir
activamente en un portentoso milagro, porque, en cierto sentido, es más milagro -dice
Tomás de Aquino. El crear almas, aunque esto maraville menos, que iluminar a un
ciego; sin embargo, como esto es más raro, se tiene por más admirable.

San Agustín queda incluso más admirado ante la formación de un nuevo ser humano
que ante la resurrección de un muerto. Cuando Dios resucita a un muerto, recompone
huesos y cenizas; sin embargo -explica ese grande del saber teológico- tú, antes de
llegar a ser hombre, no eras ni ceniza ni huesos; y has sido hecho, no siendo antes
absolutamente nada.

Si dependiera de nosotros que Dios resucitase a un muerto (pariente, amigo o
desconocido), seguramente haríamos todo cuanto estuviera en nuestro poder, por
costoso que resultase. Si Dios nos dijera: haz esto, y este hombre volverá a la vida;
sentiríamos una emoción profunda y nos hallaríamos felices de ser cooperadores de
un hecho portentoso, divino. Pues aún de mayor relieve es la concepción de un nuevo
ser humano. De donde no había nada, surge una imagen de Dios.
Toda vida humana es fruto del amor de la
Trinidad que llama a cada hombre (varón o
mujer) a la eterna comunión gozosa con las tres
Personas divinas (Cfr. Mt 25, 21.23). Toda
persona ha sido ordenada a un fin sobrenatural,
es decir, a participar de los bienes divinos que
superan la comprensión de la mente humana
(DS 3005).
Todos los seres humanos -dice Juan Pablo II- deberían valorar
la individualidad de cada una de las personas como criatura
de Dios, llamada a ser hermano de Cristo en virtud de la
encarnación y redención universal. Para nosotros la sacralidad
de la persona se funda en estas premisas. Y sobre estas
premisas se funda nuestra celebración de la vida, de toda vida
humana.

En rigor, las actitudes hostiles a la natalidad no sólo son
deficitarias en conocimientos de matemáticas (porque no
advierten el tremendo problema que se avecina con el
envejecimiento de la población) sino que también son in-
humanas, y, por supuesto, absolutamente extrañas al
cristianismo.
Se requiere haber perdido de vista lo que el hombre es y el
sentido de la vida, para caer en esa suerte de nihilismo que
prefiere la nada al ser; o suscribir el paradójico hedonismo
que desprecia los bienes eternos por mantener, a toda costa,
algunas comodidades provisionales.

Es preciso recordar que el problema de la natalidad, como
cualquier otro referente a la vida humana, hay que
considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de
orden biológico o sociológico, a la luz de una visión integral
del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena, sino
también sobrenatural y eterna (Pablo VI, Humanae Vitae).
La vida humana es, pues, tanto por su
origen, como por su naturaleza, como
por su fin o sentido, una criatura muy de
Dios, muy especialmente suya. Atentar
contra esa vida es atentar contra Dios,
como desafiarle cara a cara. Dios respeta
infinitamente nuestra libertad, pero
quien la use contra su imagen -varón o
mujer-, quiérase o no, la usa contra Dios
mismo. Y ante Él, más que ante
tribunales e historias humanas, habrá
que responder.
Para el cristiano no hay vida humana inútil, por
  más que las apariencias sugieran lo contrario.
    Toda persona, cualquiera que sea su estado
físico o psíquico, está eternamente llamada a ser
  eternamente feliz en el cielo. Aunque a veces
cueste entenderlo, también el dolor entra en los
 planes de Dios y lo encamina al bien de los que
                      le aman.
Una tribulación pasajera y liviana -dice el apóstol Pablo-, produce
un inmenso e incalculable tesoro de gloria (2 Cor 4, 13-15).
 ¿Qué decir, pues, de una tribulación grave y duradera, como
puede ser una vida con graves deficiencias físicas o psíquicas,
tanto para quien la sufre como para quienes han de protegerla y
mimarla? .
Somos pobres en palabras que expresen su grandeza y el honor
eterno que alcanzarán. Considero, hermanos -insiste San Pablo-,
que no se pueden comparar los sufrimientos de esta vida
presente con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros
(Rom 21, 8-18). El Apóstol se gozaba en sus sufrimientos, porque
así cumplía en su carne una porción de lo que Cristo ha querido
sufrir en su Cuerpo, que es la Iglesia, para el bien de sus
miembros y de toda la humanidad (Cfr. 1 Cor 12, 27).
Por eso, la Iglesia -afirma el Papa-
  cree firmemente que la vida humana,
aunque débil y enferma, es siempre un don
    espléndido del Dios de la bondad.
    Contra el pesimismo y el egoísmo,
          que ofuscan el mundo,
    la Iglesia está en favor de la vida.
La vida humana

Sagrada por su origen

Por su naturaleza

No hay vida humana inútil.
El valor sagrado de la vida humana.




                                                   Departamento de Catequesis Familiar
                                              Oficina de Matrimonio y Respeto a la Vida

                                              Carmen Portela, Director Asistente Departamento Catequesis Familiar
                                                                                            Teléfono: 602-354-2031
                                                                               Email: cportela@diocesephoenix.org




                                                                                Presentación Multimedia y diseño
                                                             José Antonio Martínez Jefe de tecnología de Newconn
                                                                                       jmartinez@nuconntek.com

Fuente: Por Pbro Dr. Antonio Orozco Delclós
Santa Fe Argentina
                                                                                            Versión 1.0 Copyright © 2008
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El amor sagrado de la vida humana

  • 1.
  • 2. La vida humana Sagrada por su origen Por su naturaleza No hay vida humana inútil
  • 3.
  • 4.
  • 5. Ambos pensadores Séneca y Aristóteles son ajenos a la cultura judeo-cristiana; con todo, intuyeron que, aun con las limitaciones y miserias que acompañan la existencia en este mundo, la vida humana encierra un valor inconmensurable, prácticamente divino, desde su comienzo hasta su natural término. Sin embargo, será necesaria la revelación cristiana para hallar el fundamento claro y sólido de tal aserto. La sacralidad de la vida humana hace acto de presencia al menos por tres razones: la razón del origen, de la naturaleza y del destino.
  • 6.
  • 7. • En la primera página del Génesis, bajo un ropaje en apariencia ingenuo y místico, se narran acontecimientos históricos: la creación del universo y del hombre. • Dios modela una porción de arcilla -semejando en su quehacer al alfarero-, sopla y le infunde un aliento de vida, el espíritu inmortal. • La materia se anima de un modo nuevo, superior: nace la primera criatura humana, a imagen y semejanza del Creador. • El hombre no es cabalmente un producto de la materia, aunque la materia sea uno de sus componentes; goza de alma espiritual, irreductible a lo corpóreo. Las almas son creadas directamente por Dios, sin intermediarios. Por esto cabe decir con todo rigor que cada vida humana es sagrada, pues desde su comienzo compromete la acción del Creador.
  • 8. Con todo, el origen de cada persona humana es muy singular, pues aunque en su génesis intervienen los padres, poniendo la base material, biológica, a la vez Dios interviene produciendo de la nada el alma espiritual y la infunde en el minúsculo cuerpo engendrado por los padres. La espiritualidad del alma distingue esencialmente al hombre de las demás criaturas de este mundo, hace que el cuerpo humano no sea como los demás cuerpos, sino un cuerpo personal, con características específicas muy netas, apto para ser convertido por la gracia santificante en templo del Espíritu Santo. Pero ya desde el momento de la concepción, el alma rige todo el desarrollo del embrión y, salvo accidentes o atentados, lo llevará a la relativa perfección que cabe alcanzar en la tierra.
  • 9. El hombre engendra y, simultáneamente, Dios crea; de tal modo que, en la generación, es muchísimo mayor la obra de Dios que la obra del hombre. Dice San Agustín que Dios es quien da vigor a la semilla y fecundidad a la madre, y sólo Él pone -creándola- el alma. Por eso, otro padre de la Iglesia nos hace esta sugerencia bellísima: Cuando alguno de nosotros besa a un niño, en virtud de la religión debe descubrir las manos de Dios que lo acaban de formar, pues es una obra aún reciente (de Dios), al cual, de algún modo, besamos, ya que lo hacemos con lo que Él ha hecho. Así pues, la vida humana, desde su concepción posee valor divino y sagrado.
  • 10.
  • 11. ¿Qué resulta de la acción creadora de Dios con la participación de los padres, en la generación? Una imagen de Dios. Esta es la gran revelación sobre la naturaleza humana: Dios creó al hombre a su imagen (… ), varón y mujer los creó (Gen 1, 27). Esto - explica Juan Pablo II- es lo que se quiere recordar cuando se afirma que la vida humana es sagrada. Explica también que el Concilio Vaticano II afirme que el hombre es la única criatura que Dios ha querido por sí misma. Para Dios, todos y cada uno de los seres humanos poseen un valor excepcional, único, irrepetible e insustituible.
  • 12. Excepcional Insustituible Unico Irrepetible
  • 13. Desde el momento en que es concebido en el seno de la madre (Juan Pablo II, Encíclica. Redemptor hominis, nº. 13). Nuestra vida -enseña el Papa- es un don que brota del amor de un Padre, que reserva a todo ser humano, desde su concepción, un lugar especial en su corazón, llamándolo a la comunión gozosa de su casa. En toda vida, aún la recién concebida, como también incluso en la débil y sufriente, el cristiano sabe reconocer el Sí que Dios le ha dirigido de una vez para siempre, y sabe comprometerse para hacer de este Sí la norma de la propia actitud hacia cada uno de sus prójimos, en cualquier situación en que se encuentre.
  • 14. Hoy, tras importantes hallazgos de la genética experimental y de la investigación filosófica y teológica, podemos y debemos mejorar aquella sentencia de Aristóteles -que hizo suya Santo Tomás- del siguiente modo: el embrión humano es algo divino en tanto que es ya un hombre en acto. Por minúsculo que resulte a nuestra mirada, encierra una estructura grandiosa, admirable, completísima, animada por un alma inmortal, que constituye un macrocosmos sagrado.
  • 15. Estamos en peligro de perder la sensibilidad ante lo grandioso de la maternidad/paternidad. Cooperar con Dios en la procreación es intervenir activamente en un portentoso milagro, porque, en cierto sentido, es más milagro -dice Tomás de Aquino. El crear almas, aunque esto maraville menos, que iluminar a un ciego; sin embargo, como esto es más raro, se tiene por más admirable. San Agustín queda incluso más admirado ante la formación de un nuevo ser humano que ante la resurrección de un muerto. Cuando Dios resucita a un muerto, recompone huesos y cenizas; sin embargo -explica ese grande del saber teológico- tú, antes de llegar a ser hombre, no eras ni ceniza ni huesos; y has sido hecho, no siendo antes absolutamente nada. Si dependiera de nosotros que Dios resucitase a un muerto (pariente, amigo o desconocido), seguramente haríamos todo cuanto estuviera en nuestro poder, por costoso que resultase. Si Dios nos dijera: haz esto, y este hombre volverá a la vida; sentiríamos una emoción profunda y nos hallaríamos felices de ser cooperadores de un hecho portentoso, divino. Pues aún de mayor relieve es la concepción de un nuevo ser humano. De donde no había nada, surge una imagen de Dios.
  • 16.
  • 17. Toda vida humana es fruto del amor de la Trinidad que llama a cada hombre (varón o mujer) a la eterna comunión gozosa con las tres Personas divinas (Cfr. Mt 25, 21.23). Toda persona ha sido ordenada a un fin sobrenatural, es decir, a participar de los bienes divinos que superan la comprensión de la mente humana (DS 3005).
  • 18. Todos los seres humanos -dice Juan Pablo II- deberían valorar la individualidad de cada una de las personas como criatura de Dios, llamada a ser hermano de Cristo en virtud de la encarnación y redención universal. Para nosotros la sacralidad de la persona se funda en estas premisas. Y sobre estas premisas se funda nuestra celebración de la vida, de toda vida humana. En rigor, las actitudes hostiles a la natalidad no sólo son deficitarias en conocimientos de matemáticas (porque no advierten el tremendo problema que se avecina con el envejecimiento de la población) sino que también son in- humanas, y, por supuesto, absolutamente extrañas al cristianismo.
  • 19. Se requiere haber perdido de vista lo que el hombre es y el sentido de la vida, para caer en esa suerte de nihilismo que prefiere la nada al ser; o suscribir el paradójico hedonismo que desprecia los bienes eternos por mantener, a toda costa, algunas comodidades provisionales. Es preciso recordar que el problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna (Pablo VI, Humanae Vitae).
  • 20. La vida humana es, pues, tanto por su origen, como por su naturaleza, como por su fin o sentido, una criatura muy de Dios, muy especialmente suya. Atentar contra esa vida es atentar contra Dios, como desafiarle cara a cara. Dios respeta infinitamente nuestra libertad, pero quien la use contra su imagen -varón o mujer-, quiérase o no, la usa contra Dios mismo. Y ante Él, más que ante tribunales e historias humanas, habrá que responder.
  • 21.
  • 22. Para el cristiano no hay vida humana inútil, por más que las apariencias sugieran lo contrario. Toda persona, cualquiera que sea su estado físico o psíquico, está eternamente llamada a ser eternamente feliz en el cielo. Aunque a veces cueste entenderlo, también el dolor entra en los planes de Dios y lo encamina al bien de los que le aman.
  • 23. Una tribulación pasajera y liviana -dice el apóstol Pablo-, produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria (2 Cor 4, 13-15). ¿Qué decir, pues, de una tribulación grave y duradera, como puede ser una vida con graves deficiencias físicas o psíquicas, tanto para quien la sufre como para quienes han de protegerla y mimarla? . Somos pobres en palabras que expresen su grandeza y el honor eterno que alcanzarán. Considero, hermanos -insiste San Pablo-, que no se pueden comparar los sufrimientos de esta vida presente con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros (Rom 21, 8-18). El Apóstol se gozaba en sus sufrimientos, porque así cumplía en su carne una porción de lo que Cristo ha querido sufrir en su Cuerpo, que es la Iglesia, para el bien de sus miembros y de toda la humanidad (Cfr. 1 Cor 12, 27).
  • 24. Por eso, la Iglesia -afirma el Papa- cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está en favor de la vida.
  • 25. La vida humana Sagrada por su origen Por su naturaleza No hay vida humana inútil.
  • 26. El valor sagrado de la vida humana. Departamento de Catequesis Familiar Oficina de Matrimonio y Respeto a la Vida Carmen Portela, Director Asistente Departamento Catequesis Familiar Teléfono: 602-354-2031 Email: cportela@diocesephoenix.org Presentación Multimedia y diseño José Antonio Martínez Jefe de tecnología de Newconn jmartinez@nuconntek.com Fuente: Por Pbro Dr. Antonio Orozco Delclós Santa Fe Argentina Versión 1.0 Copyright © 2008 Módulo II: Respeto a la Vida