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CRÓNICA DE CUATRO
PSICOPATAS ASESINOS
por GABRIEL POMBO
ANDREI CHIKATILO
EL CARNICERO DE ROSTOV
Fotografía tomada a Andrei Chikatilo ya capturado
Andrei Romanovich Chikatilo nació el 16 de octubre de 1936 en
Ucrania, estado integrante de la antigua Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas y, con el correr del tiempo, gozó del infame
mérito de ser reputado el peor asesino en serie ruso de la época
moderna.
Su lista mortuoria incluye cincuenta y tres homicidios, y fueron
hallados cincuenta y dos cadáveres de sus víctimas.
Encontrado culpable por la referida cifra de cincuenta y tres homicidios
y también, en algún caso, por el conexo delito de violación, resultó
condenado a muerte, y finalmente ejecutado, mediante un disparo en
la nuca que le fuera propinado en su celda, en el año 1994.
Se trataba de un hombre de familia de apariencia normal, casado, y
con dos hijas.
Su asesinato primerizo lo cometió en el año 1978, cuando ya contaba
con más´de cuarenta años, y su presa humana la constituyó una niña
a la cual quiso violar, pero su natural impotencia se lo impidió, por lo
que encauzó en el apuñalamiento y en la visión de la sangre el único
desahogo posible a sus perversos instintos.
Otro individuo sobre el cual recaían antecedente penales a causa de
un anterior homicidio -Alexander Kravchenko- terminó, por trágico
error, siendo condenado a muerte en su lugar y, gracias a ello, el
verdadero culpable pudo eludir a la justicia ya en su inicial crimen.
Continuaría sumando agresiones mortales hasta llegar a perpetrar -tal
cual hemos señalado- cincuenta y tres horribles asesinatos.
Las carencias del sistema penal y policial soviético dieron alas al
trastornado, quien durante largo tiempo creyó que podía salir impune.
El sujeto varias veces fue estimado como serio sospechoso, e
indagado por las autoridades; aunque logró escapar del peligro de
captura merced a una circunstancia casi increíble.
La policía buscaba a un ejecutor con determinado grupo sanguíneo, en
atención al tipo de semen que los médicos forenses habían detectado
en los cuerpos de las víctimas, y este hombre constituía uno de esos
muy raros casos -literalmente uno en un millón- donde no concordaba
el grupo sanguíneo con el de su esperma.
Dado que lo usual consistía en obtener una muestra de sangre del
sospechoso, y compararla con las muestras seminales que disponían
del asesino, al no casar las mismas el individuo era puesto en libertad.
Su suerte cambió un día -tras otra de sus reiteradas detenciones, pues
a menudo lo sorprendían merodeando por el escenario de los
crímenes- cuando a un avispado detective se le ocurrió que, para
mayor seguridad, debía extraerse una muestra de semen de Andrei
Chikatilo.
Una vez practicado dicho examen, y ante el asombro de la policía, se
comprobó que su grupo sanguíneo y el de su esperma eran diferentes,
y que su semen efectivamente coincidía con el hallado en los
cadáveres.
La pieza que faltaba para incriminar al escurridizo depredador por fin
aparecía, y el rompecabezas había sido completado.
A la inversa de lo que podría esperarse de un marginal desorientado,
este sujeto llevaba una existencia clásica y era miembro del entonces
dominante Partido Comunista Soviético.
También fungió de maestro en varias instituciones educativas -aunque
al menos dos veces lo expulsaron por conducta indecorosa- y luego
desempeñaría el cargo de gerente en más de una fábrica.
Precisamente, su trabajo le permitía recorrer bajo las órdenes de sus
patronos el inmenso país.
Fue durante sus paradas laborales -especialmente en la ciudad de
Rostov, lo cual le valió el innoble mote de"Carnicero de Rostov"-
mientras aguardaba la salida de los trenes para volver al calor de su
hogar, donde se dedicaba a seducir con algo de dinero, o por medio
de la promesa de darles comida en su "dacha" -casa de campo
soviética- a prostitutas, vagabundos, e incluso niños, a los cuales
ultimaba con inaudita saña en los bosques de Rostov y otras
localidades.
Conforme le enseñó a los pesquisas, a través de muñecos durante las
reconstrucciones forenses de sus tropelías, su método a la hora de
finiquitar observaba una pauta regular. Siempre blandía el cuchillo con
su mano izquierda, y se conservaba a prudente distancia del objeto de
su agresión, a fin de evitar mancharse con la sangre.
Sin embargo, el depredador mutaba sus tácticas de abordaje letal de
acuerdo con la clase de presas que en cada oportunidad escogía.
Si se trataba de infantes, el asesino los tentaba con chicles, dulces o
hipotéticos regalos de sellos, videocasetes, o deliciosas comidas que
les iría a preparar en su "dacha" imaginaria, siempre situada en la otra
punta del camino del bosque.
El verdugo había tomado cursos de educación a nivel universitario y
trabajó con niños durante muchos años. Quedo claro que, pese a
haber fracasado como profesor, sabía muy bien qué cosas debía
prometer a sus víctimas para facilitar el éxito de sus ataques.
Si, por el contrario, la víctima elegida era una mujer de baja moralidad
o una meretriz, el homicida le ofrecía dinero o alcohol a efectos de que
lo acompañase a algún sitio apartado. En ocasiones se limitaba a
proponerle un encuentro sexual. La potencia viril que aparentaba tener
el matador las inducía a aceptar gustosas su propuesta sin, por cierto,
imaginarse el cruel desenlace que les estaba deparado.
Al igual que Jack el Destripador hiciera en Londres a fines del siglo
XX, el psicópata ruso también mostraba el hábito de extraer órganos a
los cuerpos de aquellos a quienes ferozmente acuchillaba.
Y sucedió que, en medio de su extraordinario proceso penal, el
ultimador serial confesó que consumía esas partes internas humanas,
cumpliendo de ese modo con un extraño y místico ritual.
Asimismo, este sanguinario maníaco puede ser asociado con el Ripper
británico por el hecho de que, cuando acometía sus desmanes, los
cuchillos configuraban su exclusiva herramienta mortal. Fue localizada
una terrorífica cantidad de estas armas blancas al requisarse su
vivienda.
De aquí que el sádico comportamiento criminal de Andrei Chikatilo nos
recuerda en este punto los ecos de la conducta del mutilador victoriano
quien, en una de sus burlonas cartas, se lamentaba por haber
extraviado uno de sus "bonitos cuchillos" en el curso de sus letales
incursiones.
ROBERT BERDELLA
EL CARNICERO DE KANSAS CITY
Sádico asesino sexual
Robert Berdella, recordado como "El Carnicero de Kansas City", nació
el 31 de enero de 1939 en el seno de una familia católica en el pueblo
de Coyuhoga, Ohio, Estados Unidos. A sus diesiseís años quedó
huérfano, pues su padre murió fulminado por un paro cardíaco.
Al poco tiempo su madre pasó a convivir en concubinato con otro
hombre, circunstancia que nunca fue superada por el adolescente.
A los veinte años habría sido objeto de una supuesta violación inferida
por un compañero de trabajo, y a partir de entonces se iniciaría en la
homosexualidad.
Años después, al defenderse en su proceso penal, pretextó que el
resentimiento hacia su padrastro y la presunta vejación sufida
conformaron las causas de su anormalidad y justificaron las
monstruosidades por él cometidas.
Y es que verdaderamente perpetró inauditas monstruosidades.
Su modus operandi delictivo consistía en captar a compañeros
homosexuales atrayéndolos hacia el interior de su finca sita en Kansas
City -de hecho, en su casa tenía montado un bazar donde vendía todo
tipo de baratijas y rarezas-.
Agredía de improviso a sus invitados y, una vez reducidos, los
trasladaba hasta el sótano donde había diseñado una rudimentaria
sala de tortuas. Mantenía a sus víctimas atadas y amordazadas con
cuerdas de piano.
Las violaba de continuo y las sometía a vejámenes casi increibles, que
incluían inyecciones de calmantes para animales y descargas
eléctricas aplicadas sobre los genitales.
La tortura solía prolongarse durante días o semanas, pero si el
organismo de los atormentados lo resistía, aquellos demoníacos
suplicios se extendían sin la menor interrupción hasta por un mes o
más.
Se regodeaba con el sufrimiento que provocaba, y en toscos
cuadernos consignó las secuencias y los repugnantes detalles de sus
"experimentos".
Igualmente, atesoraba un álbum con fotografías captadas mediante
cámara Polariod.
Allí quedaron grabadas las diversas poses y fases de las abominables
sevicias que implacablemente imponía a sus cautivos.
CRANEO DE UNA DE LAS VICTIMAS
DEL "CARNICERO DE KANSAS CITY"
Robert Berdella fue acusado y condenado por el asesinato de seis
hombres con inclinación homosexual igual que él. Sin embargo, se
desconfía que segó la existencia de muchos más.
Quedó acreditado que martirizó alrededor de veinte jóvenes aparte de
aquellos cuyos cadáveres fueron localizados.
Empero, no se saben los motivos por los cuales éstos no lo
denunciaron, ni las razones que determinaron al victimario a no matar
a esos individuos en particular.
La policía lo arrestó luego de ser alertada por una de sus víctimas, de
nombre Cris Bryson, quien aprovechó un descuido del monstruo para
saltar desde una ventana y escabullirse desnudo hacia la calle
gritando desesperadamente en demanda de auxilio.
El monstruoso Berdella bajo custodia policial
En el ulterior juicio criminal al cual fuera sometido le fue perdonada su
vida y se lo condenó a purgar reclusión perpetua, pues aceptó ofrecer
una completa confesión de sus crímenes y atentados.
Tras cuatro años en la cárcel Robert Berdella expiró el 8 de octubre de
1992, al parecer debido a un sincope cardíaco -igual que ocurriera
años atrás con su progenitor- aunque corrieron fuertes rumores de que
fue envenenado al cambiársele los medicamentos que ingería para
sus dolencias del corazón.
JOHN REGINALD CHRISTIE
EL CABALLERO ESTRANGULADOR
JOHN REGINALD CHRISTIE
UN SOBRIO CABALLERO INGLESIMPECABLEMENTE VESTIDO
John Reginald Christie aparentaba ser un típico caballero inglés del
siglo XX. Era taciturno, meticuloso, muy educado y estaba
formalmente casado. Pero detrás de su decorosa fachada se escondía
un lado oscuro y escalofriante.
Llegaba a su fin el año 1953 y el flamante arrendatario de un edificio
londinense sito en Rillington Place estaba enfrascado en las reformas
necesarias para volver confortable el apartamento número diez, que
tres días antes le fuera entregado sucio y en completo desorden.
El bajo precio del arriendo se compensaba con las refacciones que el
inquilino se comprometía a efectuar.
Sin embargo, la tarea le venía resultando más ardua de lo imaginado.
Se propuso hacer unos orificios para fijar clavos sobre la pared de la
cocina con el propósito de empotrar allí una alacena. Martillo y cincel
en mano se volcó a la tarea. Al primer golpe el falso muro cedió
dejando al descubierto un amplio boquete.
En lugar de una superficie sólida había un hueco oculto tras un
empapelado. Fastidiado por lo que creyó era una torpe treta del dueño
para hacerle creer que la vivienda no estaba en condición tan
calamitosa, arrancó de un tirón el papel para ver qué había detrás del
mismo.
Estaba muy oscuro, por lo que se sirvió de una linterna con cuyo haz
lumínico enfocó un sospechoso bulto envuelto en una sábana. El
aterrado inquilino no necesitó descorrer la tela para adivinar lo que
contenía su interior. Su olfato agredido por el fétido olor que de allí
procedía se lo anunciaba a las claras: se trataba del cadáver en
avanzado estado de descomposición de una mujer fallecida por
estrangulamiento.
Y no había sólo un cadáver. Atrás de éste, yacían otros dos cuerpos
femeninos finiquitados a través de idéntico procedimiento.
Un registro posterior localizó -aparte de esos tres- otros dos cuerpos
enterrados en el jadín trasero, y también el cadáver de la esposa del
anterior ocupante.
Puestos a investighar, los policías supieron que aquel individuo había
participado en un proceso penal de ribetes sensacionales, aunque no
en calidad de acusado sino como testigo.
Todos recordaban cómo el hombre al cual finalmente se condenó a
muerte en aquel juicio lo había, a su vez, culpado de ser el verdadero
resposable de los homicidios que allí se juzgaban.
EL MATRIMONIO EVANS
Y SU PEQUEÑA HIJA GERALDINE
TRES VICTIMAS DEL CABALLERO ASESINO
En verdad el joven matrimonio formado por Timothy y Beryl Evans, y
su bebé de poco más de un año, constituyeron las más patéticas de
las víctimas cobradas por el homicida sexual que fingía ser un perfecto
caballero.
Y es que John Reginald Christie -tal el nombre de éste- y su esposa
Ethel se habían convertido en buenos amigos de sus flamantes
vecinos los Evans, quienes se trasladaron a vivir a un apartamento del
edificio sito en el número diez de Rillington Place en Londres, donde
desde años atrás habitaban los amables Mr. y Mrs. Christie.
La esposa de Christie, Ethel Waddington, no tenía hijos y, de hecho,
veía a la graciosa Geraldine como a una hija propia. John Reginald,
por su parte, era todo educación y sobriedad, y el joven Timothy -de
muy escasa cultura e intelecto- tenía un gran respeto por sus
opiniones y consejos.
Esa sería su perdición, pues cuando Beryl quedó embarazada por
segunda vez, los Evans le confiaron a John su preocupación: ¿cómo
podrían mantener otra boca con los tan magros ingresos del marido?
El sobrio Chistie les aportó la solución. Se debía practicar un aborto, y
él se ofrecía para llevarlo a cabo en su propia vivienda, ya que cuando
estuvo en el ejército había adquirido los conocimientos médicos
precisos al efecto.
Al atarceder del 8 de noviembre de 1849 cuando Evans vuelve de su
trabajo Christie lo aguarda dándole la terrible noticia de que Beryl no
soportó la operación.
El flamante viudo queda en estado de shock y no sabe qué camino
tomar. El aborto es ilegal en Inglaterra y le espera una larga estadía en
la cárcel por su complicidad. El criminal se vale de esa turbación y le
sugiere que se aleje por un tiempo de Londres. Mientras tanto, él se
encargará de dar a la niña en adopción. Aturdido Timothy acepta el
consejo y se va de la capital, pero al día siguiente, carcomido por el
remordimiento, se presenta ante una comisaría y confiesa haber
matado a su mujer.
Aunque este hombre tenía muy escasas luces y estaba bajo la
influencia de su macabro vecino, aún hoy no se explica por qué razón
se incriminó de tan grave manera. Cuando la policía registró la finca de
los Evans hallaron el cadáver de la chica totalmente vestido y con una
corbata anudada a su cuello; a su lado yacía el cuerpecito, también
estrangulado, de la pequeña Geraldine.
Timothy Evans finalmente comprende el destino que le aguarda y
acusa a Christie del intento de aborto y de los asesinatos.
En la corte John hace el papel de ciudadano modelo y buen vecino.
Informa que el acusado es una persona violenta que con frecuencia le
pegaba a su esposa. Se trata de una mentira, pero le creen.
Cuando el abogado de Evans recuerda que Christie estuvo años atrás
cuatro veces detenido por cometer estafas y hurtos, el Fiscal sale en
su defensa (John Reginald, luchó en la guerra, fue herido por su país y
luego trabajó para la policía con correctos antecedentes) y le pide al
jurado que sea condecendiente:
¡No se está juzgando a este intachable ciudadano aunque haya
tenido algunos problemas con la ley en su pasado! ¡Aquí estamos
juzgando a un marido y padre asesino!, les advierte.
Al cabo, el jurado encontró al acusado culpable por la comisión de
doble homicidio y fue condenado a morir en la horca.
John Christie había salvado de milagro su pellejo, pero no por eso se
corrigió. Antes de asesinar a Beril y a la niña ya había abusado de dos
mujeres a las que estranguló. Luego de la injusta muerte de Evans
siguió por la senda del crimen.
El 14 de diciembre de 1952 su esposa Ethel se despierta presa de un
fuerte acceso de tos y convulsiones. Su marido finge ayudarla, pero en
vez de ello le aprieta el cuello hasta matarla. El cadáver termina oculto
tras el hueco de la pared que tiempo más tarde el nuevo inquilino
descubrirá junto con los restantes cuerpos.
EL ASESINO Y SU ESPOSA ETHEL
TAMPOCO SU CONYUGE SE LIBRARIA DE SU SADISMO.
Desorientado Christie abandona su trabajo y sale a vagar por las
calles de Londres. En marzo de 1953 un policía lo detiene cuando
miraba con intenciones aparentemente suicidas desde la barandilla del
puente Putney. Estaba requerido por los homicidios de Ethel y de las
otras mujeres cuyos cadáveres se hallaron en su antigua vivienda.En
realidad mientras vagabundeaba sumido en total desorden mental se
cobró la vida de otras tres jóvenes víctimas (una vagabunda y dos
prostitutas) a las cuales violó y estranguló.
En total asesinó a siete mujeres entre los años 1943 a 1953. Negó
haber victimado a la niña Geraldine, pero todo indica que también la
mató. El 15 de julio de 1953 fue colgado en cumplimiento de condena
dictada por el mismo tribunal que tres años antes había decretado la
muerte del inocente Timothy Evans.
Trascurrida más de una década de estos sucesos los tribunales
británicos excluparon públicamente a éste último, y su memoria fue
reivindicada. Los grupos abolicionistas contra la pena capital tomaron
el triste caso de Evans como bandera de lucha y ejemplo de los graves
peligros e injusticias que esta clase de condena irreparable conlleva.
ED GEIN: NECROFILO Y ASESINO
EL TERRIBLE DEMENTE Edward Gein
Profanaba tumbas, mutilaba cadáveres y asesinaba mujeres.
Cuando se habla de seres demenciales y monstruosos cuesta dejar de
referir la espantosa historia del denominado "Carnicero de Planfield",
un sujeto menudito e insignificante que parecía incapaz de matar a
una mosca.
No obstante, su apariencia engañaba pues se trató de uno de los
homicidas secuenciales más macabros y escalofriantes de que se
tenga memoria.
Edward Gein -pues así se llamaba- nació el 27 de agosto de 1906 en
el seno de una familia particularmente perturbada.
Su progenitora padecía de esquizofrenia, su hermana fue internada de
por vida diagnosticada como orate incurable, dos de sus tíos también
sufrían desarreglos psíquicos, y su único hermano era un alcohólico
perdido.
Este hombre siempre residió en una pequeña granja de Estados
Unidos en la localidad de Planfield, Wisconsin, y se ganaba la vida
haciendo reparaciones para sus vecinos.
Nunca se casó, y compartió su vivienda hasta ser un adulto junto con
su madre, mujer de religiosidad exacerbada que no permitía a su hijo
mantener relaciones sexuales normales.
En el año 1945 la señora falleció víctima de un ataque cardíaco, y el
ya por entonces inestable Ed caería en un declive aún más
pronunciado de su frágil razón.
Comenzó a merodear por el cementerio local con su vieja camioneta.
Los lugareños veían esa costumbre como otra de sus excentricidades.
No podían imaginarse, claró está, el vedadero motivo que lo impelía a
emprender aquellas raras excursiones: desenterrar cadáveres
femeninos para ejercitar con ellos lúgubres actos de necrofilia.
El 8 de diciembre de 1954 la apacible tranquilidad del poblado colapsó
luego de que un granjero ingresara a la más importante taberna, la
cual era regentada por una viuda de apellido Hogan.
La propietaria no se hallaba presente, pero lo que sí se observaba muy
nítido esparcido encima del piso del establecimiento comercial era un
impresionante reguero de sangre que llegaba hasta la puerta de
entrada.
Se dio rápidamente noticia al Sheriff, quien se puso a trabajar de
inmediato junto con su personal en la búsqueda de la desaparecida
mujer. Se llevó a cabo una minuciosa investigación partiendo de la
creencia que la señora había sido reducida mediante golpes que le
ocasionaron pérdida de sangre y, acto seguido, él o los atacantes la
secuestraron introduciéndola a la fuerza dentro de un vehículo que se
habría estacionado con tal propósito frente a su comercio.
A tales efectos, fueron interrogadas decenas de personas, pero a
pesar de los esfuerzos policiales nada se sabía respecto del paradero
de Mary Hogan.
El nuevo crimen de Gein se produjo el 16 de noviembre de 1957.
Entró a la ferretería del pueblo y realizó una compra. Una vez
concluida la operación mercantil, en vez de entregar el
correspondiente dinero, hizo uso de su antiguo rifle calibre veintidós y
le disparó en la cabeza a Bernice Worden, la madura dueña de ese
negocio.
Después, y tal como había hecho con su primera víctima, arrastró el
cuerpo inerte y sangrante hasta su furgoneta partiendo rumbo a su
granja.
En esta ocasión le resultaría fácil a la policía localizar al culpable
puesto que la víctima, al registrar la compra efectuada, había anotado
el nombre del asesino en la boleta.
Raudamente el Sheriff y sus subordinados se apersonaron en la granja
del principal sospechoso quien no se resistió al arresto. La intención
era sólo interrogarlo pues, pese a la delatora evidencia que habia
dejado en la ferretería, a los agentes aún les costaba concebir que el
aparentemente pacífico Gein fuera el responsable de la violenta
agresión.
La opinión de los pesquisas cambiaría abrupta y dramáticamente
cuando al revisar el galpón del solitario granjero descubrieron, con
horror, un mutilado cuerpo colgado del techo por un gancho -al
principio creyeron que se trataba de una res de tan irreconocible que
estaba el cadáver-.
A su vez, esparcidos por aquel lugar hallaron basura, revistas
pornográficas, y toda suerte de deshechos, incluidos trozos de
cadáveres, dentaduras postizas, y fundas de cuchillos fabricadas con
piel humana; a su vez en la cocina fue ubicada una colección de
cráneos aserrados que el criminal empleaba a guisa de ceniceros.
Los médicos forenses, a su turno, determinaron que únicamente
asesinó a dos mujeres. Los otros restos humanos pertenecían a varios
cadáveres que el psicópata había desenterrado tras profanar sus
tumbas.
Resultaba muy notorio, empero, que a despecho de la inaudita
crueldad exhibida el causante de tan monstruoso zafarrancho estaba -
según pretende el dicho popular- "más loco que una cabra".
El sórdido homicida Ed Gein lograría ascender a un elevado sitial
dentro de los anales del espanto y serviría de modelo para la exitosa
novela "Psicosis" debida a la inspiración literaria de Robert Bloch, la
cual fuera trasladada a la gran pantalla por el extraordinario cineasta
Alfred Hitchock.
La justicia admitió que este individuo había cometido sus crímenes en
estado de aguda demencia, y gracias a ello no fue ejecutado sino que
concluyó calmadamente su existencia tras pasar largos años recluido
en un hospital psiquiátrico.
El 26 de julio de 1984 falleció como consecuencia de insuficiencia
cardíaca.
Sus restos mortales terminaron sepultados junto a los de su querida
madre bajo la tierra del cementerio de Planfield que tiempo atrás fuera
mudo testigo de sus aberrantes incursiones.
Crónica de cuarto psicópatas asesinos,
de Gabriel Pombo, reseña las tropelías que
dieron triste fama a Andrei Chikatilo “El
carnicero de Rostov” o “El Hannibal Lecter
Ruso”, aquel gris y apacible abuelito que
bajo una honorable fachada ocultaba una
espantosa doble vida; recuerda los
desmanes de Robert Berdella, “El carnicero
de Kansas City”, pervertido y sádico
homosexual que llevó la tortura a límites
inimaginables; las andanzas de John
Reginald Christie, el falso caballero inglés
que victimó mujeres en la década del
cincuenta del pasado siglo poseído por un
frénesí sexual irrefrenable; y finalmente,
bosqueja la sórdida historia de Edward Gein,
“El carnicero de Planfield”, el demencial
necrófilo inspirador de la terrorífica novela
escrita por Robert Bloch en la cual se basó
el filme “Psicosis” dirigido por Alfred
Hitchock.

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Crónica de 4 asesinos en serie

  • 1. CRÓNICA DE CUATRO PSICOPATAS ASESINOS por GABRIEL POMBO
  • 2. ANDREI CHIKATILO EL CARNICERO DE ROSTOV Fotografía tomada a Andrei Chikatilo ya capturado Andrei Romanovich Chikatilo nació el 16 de octubre de 1936 en Ucrania, estado integrante de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y, con el correr del tiempo, gozó del infame mérito de ser reputado el peor asesino en serie ruso de la época moderna. Su lista mortuoria incluye cincuenta y tres homicidios, y fueron hallados cincuenta y dos cadáveres de sus víctimas. Encontrado culpable por la referida cifra de cincuenta y tres homicidios y también, en algún caso, por el conexo delito de violación, resultó condenado a muerte, y finalmente ejecutado, mediante un disparo en la nuca que le fuera propinado en su celda, en el año 1994. Se trataba de un hombre de familia de apariencia normal, casado, y con dos hijas.
  • 3. Su asesinato primerizo lo cometió en el año 1978, cuando ya contaba con más´de cuarenta años, y su presa humana la constituyó una niña a la cual quiso violar, pero su natural impotencia se lo impidió, por lo que encauzó en el apuñalamiento y en la visión de la sangre el único desahogo posible a sus perversos instintos. Otro individuo sobre el cual recaían antecedente penales a causa de un anterior homicidio -Alexander Kravchenko- terminó, por trágico error, siendo condenado a muerte en su lugar y, gracias a ello, el verdadero culpable pudo eludir a la justicia ya en su inicial crimen. Continuaría sumando agresiones mortales hasta llegar a perpetrar -tal cual hemos señalado- cincuenta y tres horribles asesinatos. Las carencias del sistema penal y policial soviético dieron alas al trastornado, quien durante largo tiempo creyó que podía salir impune. El sujeto varias veces fue estimado como serio sospechoso, e indagado por las autoridades; aunque logró escapar del peligro de captura merced a una circunstancia casi increíble. La policía buscaba a un ejecutor con determinado grupo sanguíneo, en atención al tipo de semen que los médicos forenses habían detectado en los cuerpos de las víctimas, y este hombre constituía uno de esos muy raros casos -literalmente uno en un millón- donde no concordaba el grupo sanguíneo con el de su esperma. Dado que lo usual consistía en obtener una muestra de sangre del sospechoso, y compararla con las muestras seminales que disponían del asesino, al no casar las mismas el individuo era puesto en libertad. Su suerte cambió un día -tras otra de sus reiteradas detenciones, pues a menudo lo sorprendían merodeando por el escenario de los crímenes- cuando a un avispado detective se le ocurrió que, para mayor seguridad, debía extraerse una muestra de semen de Andrei Chikatilo. Una vez practicado dicho examen, y ante el asombro de la policía, se comprobó que su grupo sanguíneo y el de su esperma eran diferentes, y que su semen efectivamente coincidía con el hallado en los cadáveres.
  • 4. La pieza que faltaba para incriminar al escurridizo depredador por fin aparecía, y el rompecabezas había sido completado. A la inversa de lo que podría esperarse de un marginal desorientado, este sujeto llevaba una existencia clásica y era miembro del entonces dominante Partido Comunista Soviético. También fungió de maestro en varias instituciones educativas -aunque al menos dos veces lo expulsaron por conducta indecorosa- y luego desempeñaría el cargo de gerente en más de una fábrica. Precisamente, su trabajo le permitía recorrer bajo las órdenes de sus patronos el inmenso país. Fue durante sus paradas laborales -especialmente en la ciudad de Rostov, lo cual le valió el innoble mote de"Carnicero de Rostov"- mientras aguardaba la salida de los trenes para volver al calor de su hogar, donde se dedicaba a seducir con algo de dinero, o por medio de la promesa de darles comida en su "dacha" -casa de campo soviética- a prostitutas, vagabundos, e incluso niños, a los cuales ultimaba con inaudita saña en los bosques de Rostov y otras localidades. Conforme le enseñó a los pesquisas, a través de muñecos durante las reconstrucciones forenses de sus tropelías, su método a la hora de finiquitar observaba una pauta regular. Siempre blandía el cuchillo con su mano izquierda, y se conservaba a prudente distancia del objeto de su agresión, a fin de evitar mancharse con la sangre. Sin embargo, el depredador mutaba sus tácticas de abordaje letal de acuerdo con la clase de presas que en cada oportunidad escogía. Si se trataba de infantes, el asesino los tentaba con chicles, dulces o hipotéticos regalos de sellos, videocasetes, o deliciosas comidas que les iría a preparar en su "dacha" imaginaria, siempre situada en la otra punta del camino del bosque. El verdugo había tomado cursos de educación a nivel universitario y trabajó con niños durante muchos años. Quedo claro que, pese a haber fracasado como profesor, sabía muy bien qué cosas debía prometer a sus víctimas para facilitar el éxito de sus ataques.
  • 5. Si, por el contrario, la víctima elegida era una mujer de baja moralidad o una meretriz, el homicida le ofrecía dinero o alcohol a efectos de que lo acompañase a algún sitio apartado. En ocasiones se limitaba a proponerle un encuentro sexual. La potencia viril que aparentaba tener el matador las inducía a aceptar gustosas su propuesta sin, por cierto, imaginarse el cruel desenlace que les estaba deparado. Al igual que Jack el Destripador hiciera en Londres a fines del siglo XX, el psicópata ruso también mostraba el hábito de extraer órganos a los cuerpos de aquellos a quienes ferozmente acuchillaba. Y sucedió que, en medio de su extraordinario proceso penal, el ultimador serial confesó que consumía esas partes internas humanas, cumpliendo de ese modo con un extraño y místico ritual. Asimismo, este sanguinario maníaco puede ser asociado con el Ripper británico por el hecho de que, cuando acometía sus desmanes, los cuchillos configuraban su exclusiva herramienta mortal. Fue localizada una terrorífica cantidad de estas armas blancas al requisarse su vivienda. De aquí que el sádico comportamiento criminal de Andrei Chikatilo nos recuerda en este punto los ecos de la conducta del mutilador victoriano quien, en una de sus burlonas cartas, se lamentaba por haber extraviado uno de sus "bonitos cuchillos" en el curso de sus letales incursiones.
  • 6. ROBERT BERDELLA EL CARNICERO DE KANSAS CITY Sádico asesino sexual Robert Berdella, recordado como "El Carnicero de Kansas City", nació el 31 de enero de 1939 en el seno de una familia católica en el pueblo de Coyuhoga, Ohio, Estados Unidos. A sus diesiseís años quedó huérfano, pues su padre murió fulminado por un paro cardíaco. Al poco tiempo su madre pasó a convivir en concubinato con otro hombre, circunstancia que nunca fue superada por el adolescente. A los veinte años habría sido objeto de una supuesta violación inferida por un compañero de trabajo, y a partir de entonces se iniciaría en la homosexualidad.
  • 7. Años después, al defenderse en su proceso penal, pretextó que el resentimiento hacia su padrastro y la presunta vejación sufida conformaron las causas de su anormalidad y justificaron las monstruosidades por él cometidas. Y es que verdaderamente perpetró inauditas monstruosidades. Su modus operandi delictivo consistía en captar a compañeros homosexuales atrayéndolos hacia el interior de su finca sita en Kansas City -de hecho, en su casa tenía montado un bazar donde vendía todo tipo de baratijas y rarezas-. Agredía de improviso a sus invitados y, una vez reducidos, los trasladaba hasta el sótano donde había diseñado una rudimentaria sala de tortuas. Mantenía a sus víctimas atadas y amordazadas con cuerdas de piano. Las violaba de continuo y las sometía a vejámenes casi increibles, que incluían inyecciones de calmantes para animales y descargas eléctricas aplicadas sobre los genitales. La tortura solía prolongarse durante días o semanas, pero si el organismo de los atormentados lo resistía, aquellos demoníacos suplicios se extendían sin la menor interrupción hasta por un mes o más. Se regodeaba con el sufrimiento que provocaba, y en toscos cuadernos consignó las secuencias y los repugnantes detalles de sus "experimentos". Igualmente, atesoraba un álbum con fotografías captadas mediante cámara Polariod. Allí quedaron grabadas las diversas poses y fases de las abominables sevicias que implacablemente imponía a sus cautivos.
  • 8. CRANEO DE UNA DE LAS VICTIMAS DEL "CARNICERO DE KANSAS CITY" Robert Berdella fue acusado y condenado por el asesinato de seis hombres con inclinación homosexual igual que él. Sin embargo, se desconfía que segó la existencia de muchos más. Quedó acreditado que martirizó alrededor de veinte jóvenes aparte de aquellos cuyos cadáveres fueron localizados. Empero, no se saben los motivos por los cuales éstos no lo denunciaron, ni las razones que determinaron al victimario a no matar a esos individuos en particular. La policía lo arrestó luego de ser alertada por una de sus víctimas, de nombre Cris Bryson, quien aprovechó un descuido del monstruo para saltar desde una ventana y escabullirse desnudo hacia la calle gritando desesperadamente en demanda de auxilio.
  • 9. El monstruoso Berdella bajo custodia policial En el ulterior juicio criminal al cual fuera sometido le fue perdonada su vida y se lo condenó a purgar reclusión perpetua, pues aceptó ofrecer una completa confesión de sus crímenes y atentados. Tras cuatro años en la cárcel Robert Berdella expiró el 8 de octubre de 1992, al parecer debido a un sincope cardíaco -igual que ocurriera años atrás con su progenitor- aunque corrieron fuertes rumores de que fue envenenado al cambiársele los medicamentos que ingería para sus dolencias del corazón.
  • 10. JOHN REGINALD CHRISTIE EL CABALLERO ESTRANGULADOR JOHN REGINALD CHRISTIE UN SOBRIO CABALLERO INGLESIMPECABLEMENTE VESTIDO John Reginald Christie aparentaba ser un típico caballero inglés del siglo XX. Era taciturno, meticuloso, muy educado y estaba formalmente casado. Pero detrás de su decorosa fachada se escondía un lado oscuro y escalofriante. Llegaba a su fin el año 1953 y el flamante arrendatario de un edificio londinense sito en Rillington Place estaba enfrascado en las reformas necesarias para volver confortable el apartamento número diez, que tres días antes le fuera entregado sucio y en completo desorden.
  • 11. El bajo precio del arriendo se compensaba con las refacciones que el inquilino se comprometía a efectuar. Sin embargo, la tarea le venía resultando más ardua de lo imaginado. Se propuso hacer unos orificios para fijar clavos sobre la pared de la cocina con el propósito de empotrar allí una alacena. Martillo y cincel en mano se volcó a la tarea. Al primer golpe el falso muro cedió dejando al descubierto un amplio boquete. En lugar de una superficie sólida había un hueco oculto tras un empapelado. Fastidiado por lo que creyó era una torpe treta del dueño para hacerle creer que la vivienda no estaba en condición tan calamitosa, arrancó de un tirón el papel para ver qué había detrás del mismo. Estaba muy oscuro, por lo que se sirvió de una linterna con cuyo haz lumínico enfocó un sospechoso bulto envuelto en una sábana. El aterrado inquilino no necesitó descorrer la tela para adivinar lo que contenía su interior. Su olfato agredido por el fétido olor que de allí procedía se lo anunciaba a las claras: se trataba del cadáver en avanzado estado de descomposición de una mujer fallecida por estrangulamiento. Y no había sólo un cadáver. Atrás de éste, yacían otros dos cuerpos femeninos finiquitados a través de idéntico procedimiento. Un registro posterior localizó -aparte de esos tres- otros dos cuerpos enterrados en el jadín trasero, y también el cadáver de la esposa del anterior ocupante. Puestos a investighar, los policías supieron que aquel individuo había participado en un proceso penal de ribetes sensacionales, aunque no en calidad de acusado sino como testigo. Todos recordaban cómo el hombre al cual finalmente se condenó a muerte en aquel juicio lo había, a su vez, culpado de ser el verdadero resposable de los homicidios que allí se juzgaban.
  • 12. EL MATRIMONIO EVANS Y SU PEQUEÑA HIJA GERALDINE TRES VICTIMAS DEL CABALLERO ASESINO En verdad el joven matrimonio formado por Timothy y Beryl Evans, y su bebé de poco más de un año, constituyeron las más patéticas de las víctimas cobradas por el homicida sexual que fingía ser un perfecto caballero. Y es que John Reginald Christie -tal el nombre de éste- y su esposa Ethel se habían convertido en buenos amigos de sus flamantes vecinos los Evans, quienes se trasladaron a vivir a un apartamento del edificio sito en el número diez de Rillington Place en Londres, donde desde años atrás habitaban los amables Mr. y Mrs. Christie. La esposa de Christie, Ethel Waddington, no tenía hijos y, de hecho, veía a la graciosa Geraldine como a una hija propia. John Reginald, por su parte, era todo educación y sobriedad, y el joven Timothy -de muy escasa cultura e intelecto- tenía un gran respeto por sus opiniones y consejos. Esa sería su perdición, pues cuando Beryl quedó embarazada por segunda vez, los Evans le confiaron a John su preocupación: ¿cómo podrían mantener otra boca con los tan magros ingresos del marido? El sobrio Chistie les aportó la solución. Se debía practicar un aborto, y él se ofrecía para llevarlo a cabo en su propia vivienda, ya que cuando estuvo en el ejército había adquirido los conocimientos médicos precisos al efecto.
  • 13. Al atarceder del 8 de noviembre de 1849 cuando Evans vuelve de su trabajo Christie lo aguarda dándole la terrible noticia de que Beryl no soportó la operación. El flamante viudo queda en estado de shock y no sabe qué camino tomar. El aborto es ilegal en Inglaterra y le espera una larga estadía en la cárcel por su complicidad. El criminal se vale de esa turbación y le sugiere que se aleje por un tiempo de Londres. Mientras tanto, él se encargará de dar a la niña en adopción. Aturdido Timothy acepta el consejo y se va de la capital, pero al día siguiente, carcomido por el remordimiento, se presenta ante una comisaría y confiesa haber matado a su mujer. Aunque este hombre tenía muy escasas luces y estaba bajo la influencia de su macabro vecino, aún hoy no se explica por qué razón se incriminó de tan grave manera. Cuando la policía registró la finca de los Evans hallaron el cadáver de la chica totalmente vestido y con una corbata anudada a su cuello; a su lado yacía el cuerpecito, también estrangulado, de la pequeña Geraldine. Timothy Evans finalmente comprende el destino que le aguarda y acusa a Christie del intento de aborto y de los asesinatos. En la corte John hace el papel de ciudadano modelo y buen vecino. Informa que el acusado es una persona violenta que con frecuencia le pegaba a su esposa. Se trata de una mentira, pero le creen. Cuando el abogado de Evans recuerda que Christie estuvo años atrás cuatro veces detenido por cometer estafas y hurtos, el Fiscal sale en su defensa (John Reginald, luchó en la guerra, fue herido por su país y luego trabajó para la policía con correctos antecedentes) y le pide al jurado que sea condecendiente: ¡No se está juzgando a este intachable ciudadano aunque haya tenido algunos problemas con la ley en su pasado! ¡Aquí estamos juzgando a un marido y padre asesino!, les advierte. Al cabo, el jurado encontró al acusado culpable por la comisión de doble homicidio y fue condenado a morir en la horca. John Christie había salvado de milagro su pellejo, pero no por eso se corrigió. Antes de asesinar a Beril y a la niña ya había abusado de dos mujeres a las que estranguló. Luego de la injusta muerte de Evans siguió por la senda del crimen.
  • 14. El 14 de diciembre de 1952 su esposa Ethel se despierta presa de un fuerte acceso de tos y convulsiones. Su marido finge ayudarla, pero en vez de ello le aprieta el cuello hasta matarla. El cadáver termina oculto tras el hueco de la pared que tiempo más tarde el nuevo inquilino descubrirá junto con los restantes cuerpos. EL ASESINO Y SU ESPOSA ETHEL TAMPOCO SU CONYUGE SE LIBRARIA DE SU SADISMO. Desorientado Christie abandona su trabajo y sale a vagar por las calles de Londres. En marzo de 1953 un policía lo detiene cuando miraba con intenciones aparentemente suicidas desde la barandilla del puente Putney. Estaba requerido por los homicidios de Ethel y de las otras mujeres cuyos cadáveres se hallaron en su antigua vivienda.En realidad mientras vagabundeaba sumido en total desorden mental se cobró la vida de otras tres jóvenes víctimas (una vagabunda y dos prostitutas) a las cuales violó y estranguló. En total asesinó a siete mujeres entre los años 1943 a 1953. Negó haber victimado a la niña Geraldine, pero todo indica que también la mató. El 15 de julio de 1953 fue colgado en cumplimiento de condena dictada por el mismo tribunal que tres años antes había decretado la muerte del inocente Timothy Evans. Trascurrida más de una década de estos sucesos los tribunales británicos excluparon públicamente a éste último, y su memoria fue reivindicada. Los grupos abolicionistas contra la pena capital tomaron el triste caso de Evans como bandera de lucha y ejemplo de los graves peligros e injusticias que esta clase de condena irreparable conlleva.
  • 15. ED GEIN: NECROFILO Y ASESINO EL TERRIBLE DEMENTE Edward Gein Profanaba tumbas, mutilaba cadáveres y asesinaba mujeres. Cuando se habla de seres demenciales y monstruosos cuesta dejar de referir la espantosa historia del denominado "Carnicero de Planfield", un sujeto menudito e insignificante que parecía incapaz de matar a una mosca. No obstante, su apariencia engañaba pues se trató de uno de los homicidas secuenciales más macabros y escalofriantes de que se tenga memoria.
  • 16. Edward Gein -pues así se llamaba- nació el 27 de agosto de 1906 en el seno de una familia particularmente perturbada. Su progenitora padecía de esquizofrenia, su hermana fue internada de por vida diagnosticada como orate incurable, dos de sus tíos también sufrían desarreglos psíquicos, y su único hermano era un alcohólico perdido. Este hombre siempre residió en una pequeña granja de Estados Unidos en la localidad de Planfield, Wisconsin, y se ganaba la vida haciendo reparaciones para sus vecinos. Nunca se casó, y compartió su vivienda hasta ser un adulto junto con su madre, mujer de religiosidad exacerbada que no permitía a su hijo mantener relaciones sexuales normales. En el año 1945 la señora falleció víctima de un ataque cardíaco, y el ya por entonces inestable Ed caería en un declive aún más pronunciado de su frágil razón. Comenzó a merodear por el cementerio local con su vieja camioneta. Los lugareños veían esa costumbre como otra de sus excentricidades. No podían imaginarse, claró está, el vedadero motivo que lo impelía a emprender aquellas raras excursiones: desenterrar cadáveres femeninos para ejercitar con ellos lúgubres actos de necrofilia. El 8 de diciembre de 1954 la apacible tranquilidad del poblado colapsó luego de que un granjero ingresara a la más importante taberna, la cual era regentada por una viuda de apellido Hogan. La propietaria no se hallaba presente, pero lo que sí se observaba muy nítido esparcido encima del piso del establecimiento comercial era un impresionante reguero de sangre que llegaba hasta la puerta de entrada. Se dio rápidamente noticia al Sheriff, quien se puso a trabajar de inmediato junto con su personal en la búsqueda de la desaparecida mujer. Se llevó a cabo una minuciosa investigación partiendo de la creencia que la señora había sido reducida mediante golpes que le ocasionaron pérdida de sangre y, acto seguido, él o los atacantes la secuestraron introduciéndola a la fuerza dentro de un vehículo que se habría estacionado con tal propósito frente a su comercio.
  • 17. A tales efectos, fueron interrogadas decenas de personas, pero a pesar de los esfuerzos policiales nada se sabía respecto del paradero de Mary Hogan. El nuevo crimen de Gein se produjo el 16 de noviembre de 1957. Entró a la ferretería del pueblo y realizó una compra. Una vez concluida la operación mercantil, en vez de entregar el correspondiente dinero, hizo uso de su antiguo rifle calibre veintidós y le disparó en la cabeza a Bernice Worden, la madura dueña de ese negocio. Después, y tal como había hecho con su primera víctima, arrastró el cuerpo inerte y sangrante hasta su furgoneta partiendo rumbo a su granja. En esta ocasión le resultaría fácil a la policía localizar al culpable puesto que la víctima, al registrar la compra efectuada, había anotado el nombre del asesino en la boleta. Raudamente el Sheriff y sus subordinados se apersonaron en la granja del principal sospechoso quien no se resistió al arresto. La intención era sólo interrogarlo pues, pese a la delatora evidencia que habia dejado en la ferretería, a los agentes aún les costaba concebir que el aparentemente pacífico Gein fuera el responsable de la violenta agresión. La opinión de los pesquisas cambiaría abrupta y dramáticamente cuando al revisar el galpón del solitario granjero descubrieron, con horror, un mutilado cuerpo colgado del techo por un gancho -al principio creyeron que se trataba de una res de tan irreconocible que estaba el cadáver-. A su vez, esparcidos por aquel lugar hallaron basura, revistas pornográficas, y toda suerte de deshechos, incluidos trozos de cadáveres, dentaduras postizas, y fundas de cuchillos fabricadas con piel humana; a su vez en la cocina fue ubicada una colección de cráneos aserrados que el criminal empleaba a guisa de ceniceros. Los médicos forenses, a su turno, determinaron que únicamente asesinó a dos mujeres. Los otros restos humanos pertenecían a varios
  • 18. cadáveres que el psicópata había desenterrado tras profanar sus tumbas. Resultaba muy notorio, empero, que a despecho de la inaudita crueldad exhibida el causante de tan monstruoso zafarrancho estaba - según pretende el dicho popular- "más loco que una cabra". El sórdido homicida Ed Gein lograría ascender a un elevado sitial dentro de los anales del espanto y serviría de modelo para la exitosa novela "Psicosis" debida a la inspiración literaria de Robert Bloch, la cual fuera trasladada a la gran pantalla por el extraordinario cineasta Alfred Hitchock. La justicia admitió que este individuo había cometido sus crímenes en estado de aguda demencia, y gracias a ello no fue ejecutado sino que concluyó calmadamente su existencia tras pasar largos años recluido en un hospital psiquiátrico. El 26 de julio de 1984 falleció como consecuencia de insuficiencia cardíaca. Sus restos mortales terminaron sepultados junto a los de su querida madre bajo la tierra del cementerio de Planfield que tiempo atrás fuera mudo testigo de sus aberrantes incursiones.
  • 19. Crónica de cuarto psicópatas asesinos, de Gabriel Pombo, reseña las tropelías que dieron triste fama a Andrei Chikatilo “El carnicero de Rostov” o “El Hannibal Lecter Ruso”, aquel gris y apacible abuelito que bajo una honorable fachada ocultaba una espantosa doble vida; recuerda los desmanes de Robert Berdella, “El carnicero de Kansas City”, pervertido y sádico homosexual que llevó la tortura a límites inimaginables; las andanzas de John Reginald Christie, el falso caballero inglés que victimó mujeres en la década del cincuenta del pasado siglo poseído por un frénesí sexual irrefrenable; y finalmente, bosqueja la sórdida historia de Edward Gein, “El carnicero de Planfield”, el demencial necrófilo inspirador de la terrorífica novela escrita por Robert Bloch en la cual se basó el filme “Psicosis” dirigido por Alfred Hitchock.