La llegada del ferrocarril, si bien no concluyó con los arreos, acortó las
distancias; bastaba con arrear hasta la estación más próxima y allí cargar la
hacienda en los vagones jaula del tren que estaban estacionados en el brete.
A mediados del siglo pasado aparecieron los camiones de transportar
hacienda, que van directamente y a cualquier día y hora a la puerta del
establecimiento donde se encuentra la hacienda que se desea transportar. Esto
concluyó con los arreos, con las tropas y con los troperos.
Ya no se ven pasar más por los caminos rurales las tropas en viaje, ni se oye
el grito de los troperos animando el arreo, ni el tañido de los cencerros de las
madrinas tropilleras que iban a la cabecera.
Hasta no hace muchas décadas, quienes
cortes de luz abril 2024 en la provincia de tungurahua
Camperadas 1111
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costumbres y tradiciones
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Bernardo Alemán
Arreos en tiempos históricos.
Durante todo el siglo XIX continuaron los arreos que eran la única forma de
transportar el ganado de un lugar a otro, de una provincia a otra provincia, del
Río de la Plata o a otro país vecino como Chile, al Alto Perú, la Banda Oriental o
Río Grande del Sur.
Entre estos arreos del siglo XIX quizás los más famosos y notables por sus
implicancias políticas y económicas, fueron los que se concertaron y cumplieron
a raíz del Tratado de Benegas celebrado en el año 1820, entre el gobierno de
Buenos Aires y el de Santa Fe. Este tratado puso fin a la guerra entre ambas
provincias que comenzara con la batalla de Cepeda, a la que se sucedieron las de
Cañada de la Cruz, San Nicolás, Pavón y El Gamonal.
El gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y el de Buenos Aires, Martín
Rodríguez, se reunieron en la Estancia de Benegas, sobre el arroyo del Medio.
Estaban adelantas las tratativas para llegar a un acuerdo, pero el Brigadier López
exigía que se resarciera a los santafesinos con 25000 cabezas de ganado vacuno,
por las exacciones producidas en las distintas invasiones a su territorio de los
ejércitos porteños.
Martín Rodríguez se manifestó inflexible ante las pretensiones del
gobernador santafesino, rechazándolas de plano. A punto de fracasa el acuerdo
por esta disidencia, cuando el Coronel Juan Manuel de Rosas del ejército de
Buenos Aires, se ofreció para gestionar entre los ganaderos de la provincia las
25000 cabezas que pretendía el Brigadier López.
De esta manera y gracias a la oportuna intervención del Coronel Rosas se
celebró y firmó el tratado de la Estancia de Benegas, concluyendo con la guerra
entre Santa Fe y Buenos Aires.
Las 25000 cabezas estipuladas no pudieron ser entregadas todas juntas,
sino en varias tropas. Podemos suponer que, unas con otras, rondarían las cinco
mil cabezas cada una, máxime si se tiene en cuenta tres mil y pico de cabezas de
excedente que recibió Santa Fe, por sobre las 25000 acordadas.
Durante varios meses en el norte de Buenos Aires y sur de Santa Fe, hubo
un movimiento inusitado de tropas y arreos. El personal de troperos contratados
por Rosas al efecto, debía retirar de las estancias asignadas las distintas partidas
de ganado, concentrarlas posiblemente en una de tales estancias y cuando
llegaban a la cantidad suficiente que conformaba una tropa, recién emprender el
arreo hacia la frontera santafesina.
En esa época de campos abiertos, sin alambrados ni caminos establecidos,
las tropas marchaban siguiendo el rumbo elegido, buscando las aguadas, los
pastoreos y los pasos para vadear ríos y arroyos. Las primeras que emprendieron
viaje fueron dejando la “rastrilladas”, como se denomina al rastro que dejan miles
de cabezas con el pisoteo, crines y bosterío. Por sobre esas rastrilladas que
enseñaba el camino, se iban viniendo las otras tropas hasta completar el número
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de cabezas estipulado. Al terminar de transitar las cerca de 30.000 cabezas de
ganado, la tal rastrillada se habría convertido en una verdadera zanja; tal como
se puede apreciar aún con la famosa rastrillada de los arreos aborígenes que
llevaban a Chile las haciendas robadas por los malones de la zona pampeana,
que abarca muchos metros de ancho y uno o dos de profundidad.
Arrear por campos abiertos como eran los de ese entonces, tenían la ventaja
de poder hacer más rápido el viaje, pues se cortaba camino atravesando campos
y estancias, pero se corría el riesgo de un desbande de la hacienda que porfiaba
por retornar a la querencia. Ese riesgo era mayormente peligroso durante la
noche, cuando se hacía alto para descansar. Como no existían potreros ni
corrales donde encerrar la hacienda, era necesario rondar a campo abierto. Las
rondas consistían en grupos de troperos que se relevaban por turnos y daban
vueltas alrededor del rodeo sosegando los animales y procurando evitar una
disparada. Cuando la tropa mostraba un grado de excitación peligroso,
provocado por distintas causas, se hacían rondas cruzadas; estas consistían en
que mientras unos troperos giraban en un sentido, otros lo hacían en sentido
inverso, de tal manera se duplicaba el número de rondadores y se ejercía una
mayor y mejor vigilancia sobre el rodeo. El resto del personal que no le tocaba
rondar descansaba, pero con el caballo atado a soga, listo para saltar sobre él en
un apuro. Las tropillas también se aseguraban trabando las yeguas madrinas
para que no pudieran disparar y llevarse consigo los montados de los peones. Los
arreos a que dieron lugar el Tratado de Benegas se efectuaron durante casi todo el
año 1821 hasta que se completó, con exceso, la cuota establecida.