1. FASES DEL DUELO
La primera reacción ante el fallecimiento suele ser de INCREDULIDAD o
de NEGACIÓN. Aunque no es lo mismo un fallecimiento tras una larga
enfermedad que uno repentino, ni es lo mismo que el difunto sea un
anciano que un niño o un joven, en todos los casos algo en nuestro interior
trata de rebelarse contra la cruda realidad, siendo expresiones de la
misma frases muy corrientes como “esto no puede ser verdad, se han
confundido” o “no es posible, si ayer estaba perfectamente cuando le vi”.
En esta fase existe una cierta incapacidad de mostrar sufrimiento ya que
nuestra mente da prioridad a los aspectos sociales y administrativos,
como la preparación del funeral, la comunicación del fallecimiento a los
familiares, vecinos o amigos.
La segunda fase es de RABIA y AGRESIVIDAD. Incapaces para volver
atrás y resucitar al fallecido, respondemos con emociones de
disconformidad dirigida contra todo y contra todos. Nos sentimos
víctimas de una injusticia (¿por qué me ha tenido que tocar precisamente
a mí?) y vemos a los demás como unos privilegiados por el simple hecho de
estar vivos. Clamamos contra la fatalidad y el destino y nos enfadamos
2. con nuestros dioses, si somos creyentes, o, en ocasiones, contra nosotros
mismos u otros familiares que nos parece que se han implicado poco en el
cuidado del difunto. Es el momento en que nos preguntamos por nuestra
conducta ante el difunto y surgen dudas sobre si le habremos atendido
correctamente, sobre si no hubiera sido mejor hacer tal cosa en lugar de
lo que se hizo, sobre si le manifestamos todo nuestro cariño por encima
de las diferencias, o sobre si hemos sido capaces de perdonarle por
decisiones que nos enfrentaron, o al menos nos distanciaron, de él en el
pasado.
La tercera etapa es de NEGOCIACIÓN. En ella la cabeza nos dice que lo
hemos perdido definitivamente, pero nuestro corazón se resiste a
aceptar la pérdida. En un intento de que la falta no sea tan dolorosa,
podemos sentir la necesidad de acudir a visitar con periodicidad al
difunto al cementerio, de hablar con su imagen plasmada en una foto o de
sentir su presencia en diferentes sitios del domicilio (la cama, su silla…).
Por otra parte, en esta fase la soledad se hace patente y manifiesta
porque las ayudas del resto de la familia, las visitas de acompañamiento…
se van distanciando cada vez más y debe ser uno el que poco a poco vaya
enfrentándose de nuevo y solo a la vida. En ocasiones en un intento de no
3. perder todos los lazos con el difunto las personas se quedan con objetos
del difunto (anillos, prendas de vestir…) o reliquias que tratan de que
persista, a pesar del paso del tiempo, sensación de unión con el fallecido,
es decir, de que sigue con nosotros.
La cuarta fase es de TRISTEZA. Admitir que la pérdida es definitiva, que
se debe seguir viviendo pero sin el difunto, provoca tristeza y falta de
interés por las cosas y por el futuro, apatía y sensación de empeoramiento
de la salud propia. Sin embargo, estos síntomas de tristeza son normales
que aparezcan y en ningún caso son signo de debilidad, sino al contrario,
nos dicen que somos personas de buen corazón y que sentimos de verdad
el fallecimiento del ser querido. Por tanto, estar triste es inseparable del
duelo y no debe alarmar salvo que se manifieste de forma excesivamente
acentuada o produzca pensamientos autodestructivos.
La quinta fase es de ACEPTACIÓN serena DE LA PÉRDIDA. En esta fase
somos conscientes de que, a pesar de la pérdida, aceptamos que la vida
sigue y somos capaces de reintegrarnos a ella recuperando
progresivamente las capacidades física y mental alteradas en las fases
anteriores. Como es lógico se siguen teniendo recuerdos del fallecido,
pero no son atenazantes ni limitantes, ni causan ansiedad o dolor,
4. predominando en el recuerdo lo que de grato tuvo la convivencia mientras
duró.
No todas las personas pasan todas las fases ni todas las personas las
viven con la misma intensidad. Existe, por tanto, una amplia variabilidad en
la forma de vivir el duelo habiendo un amplio margen para que la mayoría
de las conductas sean consideradas como “normales”. Lo que sí es cierto
es que para evitar la prolongación innecesaria de sus dolorosas
consecuencias es necesario realizar un intenso trabajo interior de
asimilación no siempre fácil y para el que puede ser necesaria la ayuda de
profesionales conocedores del tema, como médicos, psicólogos… Esto es
especialmente relevante cuando alguien se queda estancado en alguna de
las fases mencionadas sin dar pasos hacia la resolución y reincorporación
a la normalidad. Esto se complica porque, como se ha dicho, establecer la
diferencia entre lo normal y lo anormal es en ocasiones francamente
difícil, incluso para quienes están acostumbrados a atender a las personas
que han sufrido la muerte de un ser cercano.
¿Podría usted situarse en alguno de los periodos del duelo?, ¿En cuál?