SlideShare a Scribd company logo
1 of 346
Download to read offline
1'
Formaci6n y crisis de la sociedad
,ZAR VERGARA
EDICIONES SUR
COLECCION
ESTUD10s HISTOR ICOS
Publicado por Ediciones Sur
Colecci6n Estudios Hist6ricos
Romh Diaz 199 - Santiago, Chile
Inscripci6n No 63.170 - Septiembre 1985
Fotografia Portada: “3 Rotitos” (ca. 1905)
Tomada de: R. Lloyd, Impresiones de la
Repiiblicade Chile,Londres, 1915.
Diseiio Portada y Diagramaci6n: Juan Silva R.
Impresih: Imp. Editorial Interamericana Ltda.
Conferencia 1140 - Fono 98157
Santiago - Chile
INTRODUCCION
0Desde que, a comienzos de siglo, el neonaje y el proletariado industrial I
chilenos irrumpieron en la historia nacional demostrando con hechos que
constituian ya un interlocutor y un protagonista insoslayables para la
clase dominante, se sintib una necesidad creciente de elaborar la ‘teoria’
de las clases populares.
Per0 hasta, aproximadamente, 1948, s610 se habia escrito la historia
del ‘patriciado’, proclamada por sus autores como la historia general ‘de
Chile’. Y era por eso que, entre 1910 y 1948,la teoria de las clases popu-
lares no fue mis que un borrador marginal adosado a1autorretrato poli-
tico de la clase dominante que, durante esos aiios, se habia procurado
mejorar con la adicibn de ideas dernocratizantes y proyectos de ley sobre
c6mo paliar 10s efectos mis repulsivos de la “cuestibn social” (1). Tam-
biCn, en ese tiempo, una camada de poetas y novelistas, no encontrando
inspiracibn en la decadencia aristocriitica, busc6 vigor expresivo en el
colorido de ‘lo criollo’, bocetando retratos y escenas costumbristas de la
sociedad popular. Contemporaneamente, y como por contraste, 10s pri-
meros lideres del movimiento obrero caracterizaban el proletariado chile-
no echando mano de 10s t6rminos en us0 en el movimiento revoluciona-
rio europeo de entonces (2). Se dio, pues, el extraiio cas0 que, mientras
las clases populares incrementaban de modo sustancial su poderio histb-
rico y politico, el movimiento intelectual del que, supuestamente, debia
surgir la ‘teoria’ de esas clases, se rezagaba, alargandose en una etapa
precientifica.
’
So10 en 1948 el historiador J.C. Jobet abrio una vilvula de escape a
semejante empantanamiento, a1 denunciar que la Historia de Chile se
habia escrito solo “en funcibn de la pequeiia oligarquia gobernante”, con
descuido del “papel primordial” jugado por las clases populares (3). Eso
equivalia a una invitacibn para hacer ciencia. Desafortunadamente, el
1. El mejor estudio a este respecto sigue siendo el de J. Morris, Elites, Intellectualsand Consen-
sas. A Study of the SocialQuestion and the Industrial Relationsin Chile (Ithaca, 1966).
2. Ver, de este autor, “El movimiento te6rico sobre desarrollo y dependencia en Chile.
1950-75”, Nueva Historia, 1:4 (1982), Tcrccra Partc.
3. J. C. Jobet, “Notas sobre la historiografiachilcna”, Atenea, 26:95 (1948), 357 y 359.
profesor Jobet, que discuti6 con cierto detalle ese vacio particular de la
historiografia Patricia, no se refiri6 a1 largo silencio cientifico de 10s pri-
meros intelectuales ‘del pueblo’, ni a las consecuencias que de alli pudie-
ron derivarse.
DespuCs de 1948, numerosos historihdores y cientistas sociales
-nacionales y extranjeros de diferente confesion ideologica- fueron lle-
nando 10s vacios. Algunos se abocaron a1 estudio de las instituciones
laborales del period0 colonial; otros, a1 analisis del movimiento politico
del proletariado contemporineo (4). Asi fue posible que, en 1974, un
gmpo de cientistas sociales norteamericanos hiciera un balance de lo
hecho. Concluyeron que, salvo por algunas pocas lagunas, el avance habia
sido satisfactorio (5).
Sin embargo, la ruptura hist6rica de 1973 quebr6 la espina dorsal de
varias tendencias hist6ricas que habian cobijado el desarrollo del primer
movimiento popular chileno. Eso implic6 la modificacion del basamento
fundamental sobre el que se constmyeron 10s sistemas te6ricos de la fase
1948-73 (6). Hoy, las clases populares parecen reclamar no solo la reno-
vaci6n del impulso cientifico inaugurado por J.C. Jobet en 1948, sino
tambikn la apertura de 10s esquemas de andisis que, un tanto rigidamen-
te, habian prevalecido durante esa fase.
Per0 desarrollar la ciencia ‘del pueblo: puede ser un objetivo mds
complejo y mutante de lo que parece a primera vista. Asi, por ejemplo,
si se adopta mecrinicamente el materialism0 historico, puede ocurrir
-como ha ocurrido- que, por dar curso forzoso a determinados proce-
dimientos metodol6gicos, se conduzca la investigacibn por un camino
lateral a1 planeado originalmente. Tal ocurre cuando, pongamos por
caso, a1 intentar reducir la multiplicidad real-concreta a un ncmero mane-
jable de categorias simples y abstractas, se desechan conceptos concretos
o inclusivos (como ‘clases populares’ o ‘pueblo’) para trabajar s610 10s
4. Los trabajos mds importantes fueron: hl. Gbngora, Origen de 10s inquilinos en Chile Central
(Santiago, 1960); M. Carmagnani, El sakriado minero en Chile. Su desarrollo en una socie-
dad provincial: el Node Chico, 1690-1800(Santiago, 1963); A. Jara, Los asientos de trabajo
y la provisih de mano de obra para 10s no encomenderos en la ciudad de Santiago (Santia-
go, 1959); H. Ramfrez, Historia del Movimiento Obrero en Chile. Siglo XD( (Santiago,
1956); L. Vitale, Historia del movimiento obrero (Santiago, 1962); J. C. Jobet, “Movimien-
to social obrero”, Desarrollo de Chile en la primera mitad del siglo XX (Santiago, 19531, I;
P. De Shazo, “Urban Workers and Labour Unions in Chile: 1902-27” (University of Wis-
consin, 19771, tesis doctoral inbdita; A. Angell, Politics and the Labour Movement in Chile
(Oxford, 1972); B. Loveman, Strugglein the Countryside. Politicsand Rural Labor in Chile.
1919-73 (Indiana, 1976), y P. Peppe, “Working ClassPolitics in Chile” (Columbia Universi-
ty, 1971), tesis doctoral in6dita Obdrvese que 10s autores nacionales trabajaron este tema,
sobre todo, entre 1953 y 1963, rnientras que 10s extranjeros lo hicieron entre 1966 y 1977
(ver Nota 1).
5. K.P. Erickson et al., “Research on the Urban WorkingClass and Organized Labor in Argen-
tina, Brazil, and Chile: What is left to be done?”, Latin America Research Review (LARR),
9:2 (1974).
6. Acerca del concept0 de ‘ruptura histbrica de 1973’, ver A.R. and I., “Hacia una nueva pr8c-
tica politica en la izquierda: anasis y perspectivas”, Renovacih, 1:l (1982), 10-14.
8
que son esenciales o univocos (como ‘proletariado industrial’ o ‘clase
para si’). 0 cuando, por dar plena vigencia a1imperativo gemelo de totali-
zaci6n analitica, se diluye la historia existencial de las masas populares en
la historia esencial del capitalismo nacional o internacional.
Pero, hasta 1949, la historia del capitalismo no habia sido aun escrita
(entre otras razones, porque se creia que la historia del feudalism0 criollo
era mis importante). Los asun9Foliticos, militares y diplomiticos
llenaban, por entonces,(la coxciencia tebrica de 10s chilenos (7). No es
extrafio, pues, que, cugndo la crisis de 10s afios 50 desnudo la “frustra-
ci6n” del desarrollo ec bmico nacional, 10s intelectuales democriticos
sus dimensiones. Y se hizo evidente que &a era una tarea de mixima ur-
gencia, no tanto por su caricter introductorio a la teoria de las clases
populares, sino como guia estrategica para la implementacibn de
reformas econ6micas de tipo estructural y como detector de 10s objetivos
gruesos a atacar politicamente. Favorecidos por la coyuntura general,
10s imperativos metodolbgicos mencionados en el pirrafo anterior entra-
ron‘en plena vigencia. Y entre 1948 y 1978 se vieron intelectuales de iz-
quierda laborando afanosamente en la teoria del capitalismo mundial y
nacional. El estudio hist6rico de las clases populares devino un objetivo
intelectual de segunda urgencia. Per0 el campo donde operaban 10s estu-
dios de mixima prioridad result6 estar minado por toda clase de trampas
tebricas, metodol6gicas, politicas y, aun, estilisticas. Hacia 1978 ya
estaba claro que las teorias sobre desarrollo y dependencia -que fueron
el product0 principal del trabajo urgente- se sostenian con dificultad,
no s610 formalmente sobre si mismas, sino tambiCn sobre 10s hechos
se apresuraron a consumYr la viviseccibn del capitalismo local, en todas
El conocimiento cientifico de las ‘clases populares’ qued6 por tanto
suspendido del esfuerzo historiogrifico de 10s pioneros del ciclo 1948-63
y de 10s coqceptos econbmico-politicos acufiados por 10s tebricos del
period0 siguiente. Eso pudo ser mucho o poco, per0 lo cierto es que,
hasta por lo menos 1978, las clases populares se definian bisicamente
por: 1) la explotacibn econ6mica y la represibn politico-policial de que
eran objeto, y 2) 10s esfuerzos de 10s partidos proletarios para la conquis-
ta del poder (9). La clase en si y para si, el militante, el partido y el sindi-
cato, fueron, junto a sus cr6nicas respectivas, 10s atributos definitorios
del ‘pueblo’ (10). Significativamente, un numero creciente de investiga-
dores extranjeros se inter&, desde 1966, por la historia social integral
de las clases populares chilenas (11).
8. Ver nota2.
M. Segall, Desamollo del capkalismoen Chile (Santiago, 1953). ConsiderableinfIuencia ejer-
ciemn en este sentido, 10s trabajos ya citados de H. Ramirez, J. C. Jobet y L. Vitale. Ver
Un resumen de este tipo de ana’lisispuede hallarse en A. Angell, op. cit., y P. O‘Brien et al.,
W e , the State& Revolution(Londres, 1977).
En suma, se podria decir que el proceso de construcci6n de la ciencia
‘del pueblo’, inaugurada en 1948, se estancb despuCs de 1963,entrabado
por la mutacibn de 10s contenidos iniciales de la investigacibn. Porque, en
lugar de la historia social del ‘pueblo’, se habia enfatizado mis la historia
de sus enemigos estructurales. Y en vez de sus relaciones econ6micas,
sociales, culturales, y politicas internas (ingredientes primordiales de su
ensimismidad de clase) se retratb el nudo gordiano de 10s monopolios
nacionales e internacionales. Y a cambio del tejido solidario por el que
circula ‘su poder histbrico, se describib el paisaje amurallado de la clase
dominante. Sin duda, entre 1967 y 1973, el tiempo histiprico se acelerb,
acortando 10s plazos y dicotomizando las opciones. Ello explica el rumbo
tomado por el movimiento intelectual. Per0 la consecuencia neta fue
-segfin hoy se ve- que las ‘estructuras totales’ del capitalism0 y 10s
‘principios generales’ de la via a1socialismo (0a la revolucibn) desarrolla-
ron tal fuerza gravitacional, que absorbieron no s610 la mayor parte del
tiempo laboral de 10s intelectuales y la conciencia politica de las masas,
sino tambien la historicidad disponible a unos y a otras. Hasta cierto pun-
to, la alienacibn en que se hallaba el ‘pueblo’ con relacibnal Capital y a1
Estado se duplicb inadvertidamente en el plano de la elaboracibn te6rica.
Perseverar hoy en el estudio de las clases populares -como aqui que-
remos- implica, por lo tanto, apertrecharse con un cierto numero de de-
finiciones minimas, de base o sustentacih, respecto de lo que se quiere
decir con ‘historia de las clases populares en’tanto que tales’. Por un lado,
la mptura de 1973 ha retrotraido la situacibn a un punto hi7t6rico ‘de
partida’. Por otro lado, a1perder las ideas, con esa ruptura, 10s significados
precisos que les daban 10s actores sociales del periodo anterior a 1973,
se enfrentan hoy al problema -algo esquizofr6nico- de que sus signi-
ficados tienden a regirse mis por las acepciones multiples de 10s dic-
cionarios que por la fuerza de us0 social. Y este fenomeno afecta de un
modo especial a tCrminos particularmente inclusivos, como ‘pueblo’.
Porque ‘pueblo’ puede ser un tCrmino voiante que se podria aplicar a
muchas situaciones. VCase, por ejeniplo, el siguiente recuento. En el
tiempo colonial, el ‘pueblo’ no era otro que el gmpo de terratenientes-
conquistadores que, habiendo fundado una ciudad, residian en ella para
discutir comunalmente sus negocios. Y en el Chile de Portales, 10s cons-
tituyentes-mercaderes de 1833 impusieron la idea de que el ‘pueblo’ lo
formaban 10s ciudadanos que, habiendo logrado acumular riqueza mobi-
liaria e inmobiliaria hasta mds arriba de un cierto minimo, se ganaban el
derecho a votar. Y por 1915 se creia que el ‘pueblo’ no era sino el con-
junto de la ‘nacibn’, que ambos constituian un sujeto hist6rico Gnico
fundado sobre el sentimiento com6n del patriotismo. Per0 mis tarde se
estimb que el ‘pueblo’ no podia ser mris que la ‘clase trabajadora’, esto
es, la que producia la riqueza econ6mica de la naci6n. Y no pocas veces’
se reservb la palabra ‘pueblo’ para designar las masas indigentes del pais,
es decir, lo que 10s patricios de 1830 habian llamado “el bajo pueblo”.
10
Es claro que la busqueua ue una definicion historica (bisica) uei pue-
blo’ chileno no puede llevarse a cab0 redondeando el balance de sus acep-
ciones histbricas. Ni afinando el bisturi semintico hasta la tautologia in-
finitesimal. Ni siquiera haciendo girar politicamente la aguja ideolbgica
personal sobre las acepciones multiples del diccionario. Pues la defincion
hist6rica de ‘pueblo’ es m8s una cuestion de sentido comun -0, si se
quiere, de impulso vital colectivo- que de virtuosismo intelectual. Meto-
dolbgicamente, es-.elpFblwa de como discernir las condicionantes fun-
damentales e hacen de un colectivo social un sujeto historic0 signifi-
cativo. Dicho e otro modo: es el problema de como caracterizar lo que
deraria como el sujeto hist6rico realmente dindmico y socialmente signi-
ficativo de la nacibn.
cualquier chile1o de hoy, dotado de un minimo sentido solidario, consi-
El sentido historic0 comdn de 10s chilenos ha trabajado en 10s Glti-
mos afios con, por lo menos, dos acepciones bisicas de ‘pueblo’. Una de
ellas -que aqui denominaremos ‘monists'- es la que ha predominado en
la intelligentsia Patricia y entre 10s historiadores academicistas, y es la
que define ‘pueblo’ identificandolo historicamente con ‘naci6n’. Aunque
ninguno de 10s autores que ha suscrito esta tesis ha llegado a desenvolver
de un modo sistemitico el total de sus implicaciones logicas e historicas,
es posible configurar un esquema general de la misma.
Su idea matriz es que el sujeto central de la historia de Chile es una
entidad socio-espiritual congregada por la existencia de un sentimiento
de homogenizacion interna: el de “patria”. Este sujeto es, pues, una enti-
dad imica e indivisa, que porta en si misma la historicidad nacional. Las
acciones de 10s chilenos adquieren caracter histbrico solo si estan positi-
vamente enlazadas con el ‘inter& general de la nacion’ e inspiradas en el
sentimiento supra-individual de ‘patria’. La condicion historico-social del
individuo no vale, por tanto, por si misma: carece de historicidad pro-
pia. La situacibn concretg del individuo esti trascendida por significa-
dos que no son atingentes a ella misma, sino a la entidad socio-espiritual
superior. Es que el ‘pueblo-naci6n’no es un sujeto historic0 pasivo, mer0
receptor de acontecimientos que acaecen (y que, por tanto, padece).
Aunque es cierto que el ‘pueblo-naci6n’ padece 10s actos anti-patribti-
cos de algunos chilenos, las catastrofes naturales y !os movimientos
descomedidos de otros pueblos-naciones, tales acaecimientos constituyen
s610 el desafio o pretext0 para el despliegue de su verdadera historicidad.
Porque, en dltima instancia, el ‘pueblo-nacion’ es un sujeto hist6rico
esencialmente activo. Esto es, el autor direct0 de su res gestae significa-
tiva. Y su historicidad no es otra cosa que el proceso de htitucionaliza-
cion de las ‘ideas matrices’ que configuran.el ‘inter& general de la
naci6na. El plexo hist6rico del pueblo-naci6n es, p e s , un ‘espiritu nacio-
nal’, cuyas ideas componentes configuran el “estado nacional” en forma,
la ‘lierarquia social” adecuada, la “moral republicana” ideal, etc. La tra-
11
ma de la historia nacional consiste, por lo tanto, en la dialkctica de inte-
lecci6n y ejecuci6n de esas ideas nacionales de configuracion.
El rol hist6rico de 10s chilenos consiste en contribuir a la realization
de esas ideas. Sin embargo, el ‘espiritu nacional’ no se manifiesta en 10s
individuos de un modo regular y equitativo. A veces, democriticamente,
se manifiesta a traves de todos 10s chilenos, como ocurri6, por ejemplo,
durante la Guerra del Pacifico, Cpoca en que la aristocracia nacional des-
cubrici, algo a su pesar, que 10s “rotos” tambiCn podian inflamarse de pa-
triotismo y glorificar la naci6n. Otras veces -y es lo mhs frecuente- el
‘espiritu nacional’ se manifiesta s610 a traves de algunos chilenos, aristo-
criticamente. En general, las ‘ideas nacionales’ no son aprehendidas por
10s hombres ordinarios, sino por 10s ciudadanos responsables y 10s proce-
res de clarividencia excepcional que, imbuidos de patriotismo, son capa-
ces de realizar una gesti6n pcblica “impersonal”. Vale decir, anonadin-
dose como individuos frente a la vigencia de las ‘ideas nacionales’. Un
ejemplo perfecto de este tip0 de manifestaci6n se dio, hacia 1830, en el
cas0 del Ministro Diego Portales, quien intuy6 e implementb “imperso-
nahente” la idea configuradora de “estado en forma”. La parusia porta-
liana constituye -en la perspectiva que estamos resumiendo- el eje
supremo de la historia nacional, puesto que nunca antes ni despues se
alcanz6 tan perfecta identidad entre el ‘espiritu nacional’ y un chileno
particular. Es por ello que, para muchos intkrpretes de la historia chile-
na, el argument0 politico profundo que s? debate en Chile es el destino
de las “ideas portaliam” en la mente y las acciones de 10s compatriotas
posteriores a1gran ministro (1 2).
Sin embargo, aunque la historicidad del ‘pueblo-naci6n’ consiste en la
automanifestaci6n del ‘espiritu nacional’, el Ambit0 de su resonancia no
es el espacio interior mismo de la nacibn, sino aquel donde se proyectan
otros pueblos-naciones: el de la historia universal. h e s la historia nacio-
nal es, en ultimo anilisis, extravertida. Si el individuo esti trascendido
por el desenvolvimiento del ‘espiritu nacional’, Cste lo esti, a su vez, por
“el sentido” de la historia universal. Es en Csta donde se produce la
comuni6n hist6rica de 10s diferentes ‘espiritus-nacionales’ y la articula-
ci6n dei sentido trascendente de la humanidad. Por lo tanto, si para rea-
lizar las ‘ideas nacionales’ se requiere una heroica clarividencia “imper-
12. Esta concepci6n est6 presente,de un modo u otro, en 10s historiadoresde fines del siglo XIX
y en la mayoria de 10s historiadores‘acadthicos’ de Chile. Desafortunadamente, aparte de
J. V. Lastarria, n i y n o de cllos cuidb de explicitarsistemiticamente su concepcibn te6rica
sobre la historia. S610 A. Edwards, en su ensayo sobre La fronda aristocrstica(Sahtiago,
1927), y mis recientemente el historiador M. G6ngora en su Ensayo histbrim sobre la
nocibn de Estado en Chile en 10s siglos X M y XX (Santiago, 1981), hicieron m6s explicita
esa concepcibn. La mayoria de 10s historiadoresacadhicos (a1menos dc las Universidades
de Chile y Catblica) revelan influenciasde fil6sofos como 0.Spengler, B. Croce, G. F. Hegel,
R. C. Collingwood, W. Dilthey, K. Jaspers, J. Burckhardt y tambikn de algunosteblogos de
la historia. Vcr de G. Salazar “Historiadores, historia, estadoy sociedad.Comentarioscriti-
cos”, Nueva Historia, 2:7 (1983).
sonal’ ,para-aprehender el sentiao ultimo de la historia universal se nece-
un organ0 supra-sensorial, sea de tip0 religioso, o filosofico-profesio-
rial. Es por esto que 10s historiadores que suscriben la tesis del ‘pueblo-
naci ’n’ practican, generalmente,dos tipos diferentes de analisis histori-
c ~ :1 reconstruction erudita de la morfologia hist6rica del “pueblo chi-
leno’,y la interpretacion filosbfica de la historia universal (1 3).
1-J
No haremos aqui la critica teorica o historica detallada de este con-
cepto ‘monista’ de pueblo. Digamos sblo que 10s dos tQminos sobre cuya
identificaci6n se hace descansar la unidad indivisa del sujeto hist6rico
nacional (‘pueblo’ y ‘nacion’) son, ya fuera de esa identification, formal
Y cualitativamente distintos. Porque ‘nacion’, aunque es cierto que, por
un lado, alude a un colectivo social diferenciado que tiene conciencia y
sentimiento de identidad frente a otras naciones, por otro esti esencial-
mente definido por una cualidad tCcnico-general(‘pertenecer a...’) que se
distribuye homogCneamente sobre todos 10s individuos que componen
el colectivo. El tkrmino ‘nacibn’ alude a un proceso historico pasado,
concluido en el presente, sobre el que se sustenta un sentimiento comun
de mera identidad. En cambio, el tkrmino ‘pueblo’ sugiere de inmediato
un colectivo social de cara a1 futuro, duefio de un caudal historico vivo,
y con el potencial necesario para transformar especificamente las situa-
ciones dadas, o heredadas del pasado. Como tal, esti capacitado para re-
basar el marco de las identidades histbricas. Si ‘la naci6n’ es un marco ge-
neral de identidad, ‘el pueblo’ es un potencial de diferenciamiento
especifico. Es por ello que la morfologia historica de ‘la nacion’ define a1
‘pueblo’ so10 por sus rasgos genkricos, por su pasado, y sus cualidades
estiticas. El pueblo es una realidad interior de la nacion, la sustancia viva
y cambiante en la cual radica su historicidad.
En Chile -y sobre todo despuCs de la ruptura de 1973- el concept0
de ‘pueblo’ s610 se puede definir por referencia a la historicidad involu-
crada en el drama interior de la naci6n.
Esto nos pone frente a otra acepcion de ‘pueblo’ que ha sido de us0
corriente entre 10s chilenos, a saber: la que esti focalizada, no sobre la
howgeneidad interior del espiritu nacional indiviso, sino sobre el drama
de alienacion padecido por una parte de la naci6n a consecuencia del ac-
cionar hist6rico de la otra parte, y/o de otras naciones. A diferencia de la
tesis ‘monista’ de pueblo, que conduce a1historiador a contemplar Cpica
o filosoficamente la res gestae nacional, esta perspectiva promueve en el
historiador el desarrolo de una percepcibn introvertida y patCtica del des-
garramiento interno del cuerpo social de Chile.
Por cierto, semejante perspectiva no fue asequible para 10s cronistas
del period0 de fundacih de la naci6n. Y no fue sino marginalmente con-
13. Ver, en especial, M. Gbngora, Ensayo...,op. cit.
13
siderada por 10s fundadores del ‘estado’ y el ‘capitalismo’ chilenos. Por
un tiempo -desde 1850 a 1930, aproximadamente- la aristocracia no
sintib mis que su propio desgarramiento interno, hecho que la oblig6 a
eccionarse teorico-politicamente. Como se sa6e7su diagnostic0
estaba aquejada de ‘“fronda aristocritica”, es decir, no de un
tbrico propiamente nacional, sino de una tragicomedia de clase,
en su propia alienacibn, o paranoia auto-provocada (14).
ue introvertido y patktico del ‘drama interno de la naci6n’
camino por si mismo desde que 10spropiok alienados hicie-
o sblo la crudeza de su alienacibn, sino tambih la historici-
e de sus esfuerzos por escapar de ella. La creciente legitha-
ste enfoyue no ha impedido, sin embargo, que siga subsistiendo
aristocr5tico-academicista de que es sblo el punto de vista
y unilateral de 10s sectores m5s bajos y civicamente irres-
severancia con que, pese a esa sospecha, algunos historiadores
o-sociales continGan trabajando dentro de la perspectiva pate-
‘pueblo’, se explica por la presencia de otro sentimiento b&sico,
ecifico que el de ‘patria’: el de solidaridad. Si el sentimiento pa-
pone a 10s historiadores ‘monistas’ en comunicacibn con ciertas
supra-individuales de identificacibn espititual, el de solidaridad
la comunicacibn viva con otros chilenos de carne y hueso. Es
e ‘la patria’ sblo puede ser real, -est0 es, susceptible de his-
ativa- si las relaciones de solidaridad entre 10s chilenos lo
son, previamente.
Si se asume esta perspectiva, surge de inmediato la necesidad de bus-
car una definicih de ‘tlueblo’ aue incortlore. tlor un lado. la ewecifici-
el drama nacional, y por otro, el tip0 de historicidad que se deriva
Sin duda, aun cuando es imprescindible mantener la idea de ‘histo-
ria nacional’ como continente natural del analisis, no es posible con-
’ la tesis monista del sujeto hi6t6rko nacional ‘indiviso’,
ente homogheo y valbricamente irrenunciable. Descartar
sujeto histbrico no significa, por supuvto, que se asume ma-
nte la tesis metafisica opuesta, del sujeto nacional dividido,
‘principio’ de la lucha de clases. El drama histbrico nacional es
o tangible para ser una mera cuestibn ‘de principio’. Y seria des-
su inexistencia por el solo hecho de que muchos chile-
o importa desde que flanco- la lucha de clases como
el drama histbrico nacional no &lo es anterior a la enun-
ante principio, sino que va mds profundo que la mecini-
ca ideolbgica ligada normalmente a las discusiones ‘de principios’. A decir
verdad, el drama interno de Chile ha llegado a un puntal tal de auto-evi-
14. A. Edwards, op. cit. Sobre el conflict0 interno de la clase dominante. Ver G. Salazar, “Dife-
ren&cicjn y conflict0 en la clase dominante chilena (1820-1973)” (Hull, 1983), documen
tos de trabajo.
aenclacibn, que ya no parece necesario ayudarse de exageraciones meta-
f f ~ c a so de mecanizaciones 16gicas para identificar (0agudizar) la angus-
social propia o ajena. En su conjunto, la situaci6n histbrica sefiala la
necesidad de descolgarse de las b6vedas abstractas para sumergirse de
limo en 10s hechos cotidianos, o en las relaciones sociales de todos 10s
dias. Cualquier chileno corriente de hoy -aunque, como se veri, algunos
m&sque otros- conlleva dentro de si una ‘carga hist6rica’ mis compleja,
concreta, valiosa y significativa que ningfin sujeto (u objeto) metafisico
podria, aun estirando su definicih, jamis contener.
En una sociedad desgarrada por una mecinica interior de alienacibn,
el drama no es vivido por toda la nacion, sino s610 por una parte. Pues la
alienaci6n es una corriente de fuerza unidireccional que, dirigida desde
un sector social, oprime otros sectores sociales a1 extremo de producir la
encarnaci6n viva de anti-valores humanos. A la inversa del sentimiento
patribtico, el poder social opresor y la fuerza hist6rico-social no estin h e
mogCneamente distribuidos, ni marchan unisonamente. Es que la fuerza
alienadora, auil cuando demuestra su potencia oprimiendo una parte de
la nacibn hasta su negaci6n humana, no transmite a 10s oprimidos su
energia material o fisica, y otra puramente hist6rica. La primera la retie-
ne y la multiplica, per0 la segunda la transfiere a 10s alienados, irreversi-
blemente. Y este proceso de transferencia no puede ser, a su vez, oprimi-
do. Es por ello que las masas alienadas despojan a 10s alienadores de su
historicidad, precisamente a travCs de 10s mecanismos de opresibn, y mis
mientras mis alienantes Sean Cstos. Per0 ic6mo se explica esa transferen-
cia de energia histbrica?
F’ues, si el proceso histbrico es -conforme indica el sentido cornfin-
no otra cosa que la energia social aplicada a1 desenvolvimiento pleno de
la naturaleza humana, es decir, un proceso de humanizaci6n permanen-
te, entonces la ‘historicidad significativa’radica principalmente en aque-
110s hombres que buscan con mayor intensidad e inmediatez su propia
humanizacibn, y/o la de otros. La compulsi6n humanizante -que es uno
de 10s caracteres distintivos de 10shombres y mujeres de base- se exacer-
ba, se acumula y se desarrolla precisamente cuando 10s factores alienan-
tes incrementan su presi6n. Es por esto que la historicidad se concentra
progresivamente en las masas alienadas, y si el ‘pueblo’ es a la ‘nacibn’ lo
que la dinimica a la estitica y lo especifico a lo general, entonces ‘el
pueblo’ no es sino la parte alienada de ‘la naci6n’. El ‘pueblo’ es la parte
de la naci6n que detenta el poder histbrico.
Per0 asumir el enfoque introvertido y patCtico de la historia nacional
no s610 involucra especificar el sentido hist6rico del tCrmino ‘pueblo’ con
respecto a1 de ‘naci6n’. TambiCn -y no menos riesgosamente- obliga a
especificar el sentido histbrico de la idea ‘sociedad desalienada,
15
partida, es conveniente es lecer que la idea
nizacibn’ es evidentemente m6s amplia que la
cibn’, ya que, inientras la segunda alude a
acia las etapas finales de un ’drama nacio-
a pnmera alude a un proceso histbrico que rebasa sig-
oralmente 10s periodos superpuestos de alienacibn-desa-
toricidad del proceso de humanizacibn trasciende, por
a mec6nica de alienacibn, y por amplitud, la
contraalienadora. En consecuencia, el concep
umanizada’ no podria sustentarse, por principio, sobre la dictadura de
poderes alienantes; ni tampoco sobre la pura exyansibn de 10s poderes
Bqantes, por constituir Cstos solo una expresibn transitoria y
e la fuerza central de humanizacicin. S610 esta idtima ppede ofre-
amentos solidos, de alcance estrategico, para la construccibn de
una sociedad desalienada y, sobre todo, humanizada.
No disimulemos el problema: la definicibn histbrica especifica de la
precisar el alcan-
dora, es decir, la
desde el punto de vista de las masas ogrimidas. A decir
a de alienacidn incluye no s5lo la opresibn alienadora,
tambih la reacci6n liberadora; es decir, la negaci6n del pueblo por
ores, y la destruccibn de 10s poderes alienantes por el pueblo
h#smo. La confrontacibn directa entre alienados y alienadores est6 regida
par el juego fluctuante de las negaciones r&ciprocas,y lidereada por 10s
poderes sociales construidos por unos y otros a fin de producir una
negacibn. Aunque este antagonismo constituye un campo histbrico insos-
layable para toda observaci6n cientifica de la sociedad, y aun, en ciertas
circunstancias, un desfiladero necesario pos el que 10s protagonistas creen
indispensable cruzar a fin de desenvolver sus proyectos de largo plazo, es
evklente que, en 61, lasnegaciones reciprocas tienden a fortalecerse mutua-
no plazo, a producir resultados
o desarrollo y la tardia madura-
es’ iacianales y 10s ‘valores’ en
popular humanizada plantea la tarea lateral
ue, en este sentido, tiene la lucha contra-ali
mo negaciones y3 en el
la accibn social tienden a +minuir su capacidad mo
a la acerada supremacia que %tlquieren,a1 interior de ese
‘medios’ utilizados para negar. Es por ello que, aunque
de humanizacibn en marcha, sw‘ naturaleza especifica puede hipertro€i
$e a tal grado que puede alter& el sentido del proceso central de huma
ztfcibn. El antagonismo contenido en un drama cional de alienacibn
est6 hecho de la misma sustancia val6rica e st6rica que el pr
central de humanizacibn, aunque si constituye su ribera dialectics.
tancia histbrica que nutre la corriente central de desarro
ses’ puede ser declarada y eecutada desde el interior de un proceso:
desalienada y humanizada sblo puede derivarse, primero,
de solidaridad reciproca e s alienados mismos, y, d
relaciones desalienadas ent s 10s que persisten en
aciiin de la sociedad.
la ruptura hist6rica de 1973 ha intensificado la presion alienadora
(Y por consiguiente, la mecinica acumulativa de las negaciones recipro-
cas) a1 grado que ha hecho autoevidente su oontenido deshumanizante.
Es una prueba palpable de la futilidad hist6rica a que se llega por la via
de absolutizar el juego de la negacion. IdCntica futilidad podria observar-
se en otras ireas, por ejemplo, en la acumulacion de poder negativo a
escala mundial. Hoy, mis que nunca, parece necesario poner de relieve la
sustancia social contenida en la solidaridad reciproca de 10s alienados, y
el poder hist6rico que le es inherente.
Hacer eso, sin embargo, equivale a entrar en otra ronda de ‘riesgosas’
definiciones. Apegarse a la ruta de humanizacion es una decisi6n menos
ingenua de lo que parece, y considerablemente mis expuesta a la
sospecha ideologica que otras opciones. Es que ‘lo politico’ tiende a
identificarse cada vez mis con la estrategia de 10s antagonismos que con
la del desarrollo social. Aludimos a esto porque, a1 tomar la opci6n indi-
cada en el pirrafo anterior, se llega de inmediato a1 problema de c6mo
definir el tiempo hist6rico del proceso de construcci6n de una sociedad
popular desalienada. Pues, a1aceptar que la sustancia fundamental de ese
proceso no es el juego de las negaciones reciprocas sin0 las relaciones de
solidaridad entre 10s alienados, es preciso aceptar tambiCn que la ‘socie-
dad popular desalienada’ no podria advenir en un MARANA indetermi-
nado, es decir, s610 -y tan s610- despues que se consumara la revolucibn
anti-capitalista, anti-burguesa y anti-imperialista. Tampoco podria adve-
nir, en ese ‘mafiana’, como una mera reproducci6n (es decir, como fruto
de un esfuerzo de intelecto y voluntad) de alguna desalienaci6n ‘clisica’
consumada exitosamente por algun otro pueblo en su propio AYER. No,
porque la sustancia primordial de la sociedad desalienada existe en todo
momento a1 interior de 10s desalienados mismos, y entre ellos mismos; es
decir, se identifica con ‘el pueblo’ en tanto que tal. La sociedad popular
desalienada no es otra cosa que el pueblo ocupando su propio HOY, o
sea, toda la latitud y longitud de su solidaridad desalienante, no s610 para
negar a susenemigos, sino,principalmente, para desarrollarsu propia socie-
dad. Porque la historicidad inherente a1 ‘pueblo’ (como aqui lo hemos
definido) no habla de mafianas o de ayeres, sino de ‘hoy mismo, ahora
mismo’. Asumir esto involucra re-introducir la historicidad del pueblo
(hoy delegada en sus intelectuales y vanguardias) a1 interior de las bases
mismas, subordinando todos 10s tiempos a1 presente cotidiano, y 6ste a
10s hombres y mujeres de carne y hueso. So10 asi las formas catastrofistas
que se ligan a 10s ‘mafianas’indeterminados, a 10s ‘ayeres’clisicos y a las
‘negaciones’ absolutizadas, pueden diluirse en sus lugares naturales, per-
mitiendo el reflorecimiento de las formas cotidianas, la re-humanizacih
de 10s procesos politicos, y el desarrollo del poder hist6rico del pue-
blo (15).
.
15. Un mayor demrollo de estas ideas en A.R. y G.S., “Notas acerca del nuevo proyecto h i s 6
rico del pueblo de Chile” (Mimeo, 1982).
17
esto, no se hace ‘tCcnicamente’ necesario desgarrar a1 ‘pue-
010 por facetas, dividihdolo entre un hombre dom6stico y
KO, entre uno conciente y otro inconciente, entre un pueblo
ado y otro desorganizado, entre un proletariado industrial orga-
otro desorganizado, entre un proletariado industrial y una
ginal, o entre la vanguardia y la clase. La auteliberaci6n no re-
una desintegracibn social, sino de lo contrario. La historicidad
del pueblo no se acelera dividiendo las masas populares, sino sumandolas
y, sobre todo, potenci6ndolas. Porque cuando el hombre de pueblo ac-
t6a histbricamente, es decir, en linea directa hacia su humanizacibn so-
lidaria, no moviliza una sino todas las facetas de su ser social. La poten-
ciaci6n del sujeto histbrico popular tiene lugar en el 6mbito de su pro-
pia cotidianeidad, ya que la humanizaci6n de la sociedad est6 regida por
la validation permanente de sus formas convivenciales de paz, aun dentro
del campo marginal de las negaciones.
Son Bsas las ideas generales que definen la orientacibn te6rica de este
estudio sobre la sociedad popular chilena del siglo XIX. Ellas explican
por qui no est6 centrad0 ni en el proceso de explotaci6n del trabajo, ni
en la opresibn institucional de 10s desposeidos, ni en la lucha revolucio-
ria del proletariado. Aunque esos problemas son examinados cuando
corresponde, ello se hace en la perspectiva de la ‘sociedad popular’ en
desarrollo. El esfuerzo se ha concentrado en la observacibn de 10s hechos
y rocesos desde la perspectiva del pueblo ‘en tanto que tal’. No se inten-
/a refutar hs perspectivas que focalizan el“desarrollo del capitalism0 en
Chile’, o 10s progresos revolucionarios del ‘movimiento obrero’. Mas bien,
lo que se pretende es trabajar una perspectiva complementaria que, a1dia
de hoy, parece ser indispensable. En cuanto a las conclusiones generales,
ellas se exponen a1 final de este trabajo.
,
Este estudio no es el praducto de upa elaboracibn tebrico-especulati-
va individual, inspirada, sostenida y pur lo tanto explicada por la tensa
autosuficiencia interna del mundo Ifiteleclual-acadkmico. Aunque s&
autor tiene con ese mundo una sustancial deuda formativa, este trabajo
es, en gran medida, el product0 de u‘na intensa experiencia histbrica indi-
vidual, y de una serie acumuiativa de interacciones socieintelectuales
con una sucesibn de camaradas, a lo largo de un cambiante proceso hist6
rico.
En el comienzo, no se .podria ignorar la fuerza radiante de las imb-
genes que Benito, mi padre, y Laura, mi madre, grabaron en mi concien-
cia social originaria. Porque el, h$o de inquilinos, pe6n de fundo
viente dombtico, chofer particular, autodidacta y mecanico de
mbviles, ha perseverado en toda circunstancia en la oracibn que d
su relacibn rnistica con Dios: el mego porque se imponga la paz y 1
Gdnferido por “sus” propios pobres, “visitadora social”, prwiic6 su fe
-&?tiana ‘en el terreno’, invirtiendo la mayor parte de sus tardes y no
:as de sus mafianas en la tarea de solidarizar con “10s pobres” que
habitaban por entonces en ambas margenes dcl Mapocho. Es que Beni-
to y Laura llenaron, sin proponCrselo, con hechos, lo que 10s ojos de
un niiio podian ver como espacio de solidaridad.
No se deberia tampoco olvidar las cuatro “poblaciones callampas”
que rodearon, por casi veinticinco afios, nuestra Poblaci6n Manuel
Montt (barrio de Las Hornillas), ni la sociedad popular espontinea
que se constituy6 en la esquina de nuestra cas. Mi infancia se pobl6
densamente de las imligenes proyectadas por la sociedad “de la esqui-
na”: hombres, mujeres, nifios, perros, harapos, tarros, hambre, frio,
rifias, heridas, alcohol, per0 sobre todo, calor humano. Calor huma-
no que emanaban esos hombres y mujeres cada vez que percibian cer-
Ca de ellos el aliento inconfundible de la solidaridad.
Ni se podria consumar el eclipse de esos camaradas de barrio (Pedro,
RubCn, Florentino...) que, atrapados por la opresion, o por sus dudas,
o por el magnetism0 de la desesperacion o el escapismo, no se aden-
traron por la ruta semi-liberadora de ‘10s estudios’. Hoy, su recuer-
do remueve un extra0 pesar de desclasamiento.
Pero luego surgieron esos alumnos-camaradas que, yendo mis ri-
pido que 10s descubrimientos lentos de su profesor, proclamaron que
“el Gnico modo, hoy, de hacer historia, es negar la negation" y, ge-
nerosamen te, lo dejaron todo, negindose, incluso, ellos mismos. Y
surgieron tambiCn esos estudiantes-camaradas que, habiendo halla-
do el sentido real de la historia popular, ofrecieron su tiempo e inte-
ligencia para colaborar en su investigacion. La recoleccion de 10s pri-
meros materiales y el decantamianto de las primeras hipotesis de este
estudio fue posible gracias a su camaraderia. Ellos fueron: Carmen Lara,
Elizabeth Guevara, Cecilia Valdks, Svetlana Tscherebilo, Loreto Egaiia,
Emiliano Pavez, Germin Silva, y Jose MorandC.
La citedra fue, durante un tiempo, la principal fuente de apren-
dizaje y un medio casi unico para alcanzar la ‘teoria’ de las clases popu-
lares. Y fue posible beneficiarse de la palabra de maestros como M.
Ghgora, H. Herrera, H. Ramirez, J. Rivano, E. Faletto, F. H. Car7
doso y A. G. Frank. Per0 aun mis fkrtil result6 la relacion de trabajo
que se establecio con colegas como Jaime Torres, Armando de Ramon,
C. S. Assadourian, C. Castillo y C. Bustos, especialmente en cuanto a la
dificil tarea de asimilar critica - no mecinicamente - la teoria ‘general’
del capitalism0 y el proletariado.
Durante ese tiempo, la prictica politica de 10s intelectuales ‘del pue-
blo’ consistia, en el mejor de 10s casos, en el ejercicio de un liderazgo
19
ico wbre las masas populares, y en el peor, en un
entre 10s intelectual OS. En el fondo, flotab
entimiento de insuficienc ufragio vag0 de historici
e entonces que, con Juanit
,JosC, y tantos otros, re-pensamos todo esto, sintiendonosex-
te fuertes, esto es, irreversiblemente unigos.
laterra ha sido la ‘situaci6n 1
ar h s ideas. Y tarnbien
ite’ ideal para revivir las experien-
ra procesar, por fin, 10s materi
y cotejar el balance con otros puntos de vista. Nuevos
in, S. Brett, B. Fearnley, .Booth y T. Kemp, hiciero
le concluir mas tareas.
Es precis0 mencionar tambiCn el ndo de Investigaciones de la Uni-
versidad Cat6lica de Santiago, la Fundaci6n Friedrich Ebert, el World
University Service, y el Department of Social Security del Reino Unido,
para dar cuenta del origen de 10s fondos que, en distintos periodos y cirr
cunstancias, permitieron financiar 10s gastos de investigacih y, tambien,
en 10s filtimos tres casos, la subsistencia del investigador. Y asi se pudo
concluir este estudio, tan frecuentemente interrumpido, para bien o pars
mal, por las erupciones del proceso hist6rico mismo.
Hull. Agosto, 1984.
20
F
T
P ‘ & C < ?
CAPITULO I
LOS LABRADORES: CAMPESINIZACION
Y DESCAMPESINIZACION (1750 - 1860)
,I. FORMACION COLONIAL DE UNA CLASE TRABAJADORA:
DESDE EL SOMETIMIENTO LABORAL DE UNA NACION AL
. SURGIMIENTO DE CAMPESINOSY PEONES LIBRES (1541-1750)
. En una sociedad colonial en fundacibn, el proceso de formacion de la
se trabajadora puede ser particularmente lento, tortuoso y dificil. En
primer lugar, porque el material social basico reacciona mal frente a la
gresi6n conformadora. Luego, porque la clase patronal esta tambi6n en
(ormaci6n y carece de suficientes elementos de juicio para identificar,
p r un lado, la mejor via para acumular riqueza, y por otro, el sistema
@bora16ptimo para el desarrollo de esa via.
4n
~
En una sociedad colonial en fundacibn, sobre el drama de las masas
;ociales que son forzadas a disciplinarse dentro de cambiantes y opresi-
vos sistemas de trabajo, se superpone el itinerario de torpezas trazado
por 10s colonos que, a ciegas, tantean su auto-transformacih en burgue-
$a capitalista.
En Espafia, 10s futuros patrones coloniales americanos y chilenos
habian sido un conglomerado de campesinos y artesanos pobres, a quie-
nes la bancarrota financiera simultanea del feudalism0 y del absolutismo
ponzirquico (desencadenada por su descontrolado endeudamiento con
10s mercaderes de GCnova y Sevilla) habian obligado a emigrar. En su
&a americana, 10s ernigrantes lucharon por el mejoramiento de su con-
dici6n socioecon6mica de origen,a1mismo tiempo que aprendian las tec-
nkas del empresariado colonial. En el context0 del siglo XVI, 10s emi-
mantes pobres buscaron su liberaci6n transformandose en la clase patro-
rsal de 10s indigenas americanos. Desarrollaron, pues, una ‘revoluci6n’
hacia abajo, servilizando a otros a medida que se sefioreaban a si mismos.
Eso envolvia el desafio doble de fundar las dos clases fundamentales de
una nueva sociedad.
En America, 10s emigrantes pobres desarrollaron un tip0 de poder:
el de exploraci6n y conquista, mas no otros: el econ6mico y el poli-
tico. Por un largo tiempo, el poder econbmico colonial estuvo monopo-
21
lizado por 10s mercaderes que controlaban el comercio con Espafia. Bajo
$se monopolio, 10s precios de importaci6n fueron desmesuradamente al-
zados, mientras la tasa de inter& se manipulaba a niveles de usura. Los
mercaderes-banqueros de Sevilla, GCnova y de otras plazas europeas ma-
nejaban, en la cdspide, las principales cornpailia mercantiles del naciente
sistema comercial americano. Per0 eso no era todo. Los reyes de Espaiia,
absolutistas como eran, se esmeraron en administrar ‘politicamente’ el
acceso de 10s colones a la tierra, las minas, y 10s indios; es decir, el acce-
so colonial a 10s medios de produccibn. En la colonizaci6n americana, la
iniciativa empresarial de exploracibn y conquista era libre, privada, y
abierta, per0 el subsecuente proceso empresarial de “acumulacibn primi-
tiva” era regulado, pdblico, y selectivo.
Por eso, 10s colonos que, pese a todo, lograron reunir bajo su,coman-
do un haz de medios de producci6n, hallaron que la coyuntura econ6mi-
ca estaba monop6licamente asentada sobre ellos; que 10s poderes extra-
econ6micos (la Corona, la Iglesia) acosaban desde todos 10s flancos, y
que las expectativas de enriquecimiento (ilimitadas, para la mente con-
quistadora), hallindose comprimidas en tal situacibn, se volcaban sobre
el haz de medios productivos, estrujindolos a1 mdximo, S610 habia una
tdctica de salida: aumentar geomCtricamente la ganancia monetaria de
conquista, en el mds corto plazo posible. El colono que queria prosperar
-y en verdad, para eso habian viajado todos a AmCrica- no tenia otra,
via de enriquecimiento que oprimir sus progios medios e producci6n.
Sajo esta cdpula tensa germinaria el primer sistema,de trabajo colo-
/
nial.
En el context0 del siglo XVI, incrementar la ganancia monetaria de
conquista significaba producir en gran escala una mercancia exportable.
A la inversa de las compaiiias inglesas y holandesas de colonizaci6n mo-
nopblica, que operaban ‘masificando’ el comercio ultramarino de produe.
tos exbticos, las pequefias compailias populares de colonizacibn hispano-
americanas tuvieron que operar (anti-monop6licamente) ‘masificando’ la
producci6n de oro, plata, azdcar, cueros y otros productos. Esto signifi-
caba descartar la ‘pequefia’ producci6n artesanal de lujo, que habia d e
minado, hasta entonces, la “revoluci6n comercial” del sur de Europa. La
producci6n masificada constituy6 un aporte significativo de las coloniM
hispano-americanas a la economia mundial, y aun una inyecci6n estinw
lante para el desarrollo del capitalism0 europeo, per0 eso no condujo
formacibn, en Hispano-Am&ica, de un ndcleo mercantil-financier0 d
mensiones iguahnente masivas, esto es, equivalente a1 esfuerzo hech
:1 terreno productivo. No hubo, pues, una ‘acumulaci6n’ equivalente. bii
nasificaci6n productiva sin masificaci6n acumulativa convirti6 la cuota
de ganancia colonial en un factor inverso de las fuerzas productivas; es
decir, a mayor incremento de la ganancia correspondia una mayor c
presi6n (sin desarrollo) sobre las fuerzas productivas. Las empresas c
22
zada tanto en et sent
disponibles. Para 10s calonos del sigh XVf, que disponian de
tencial laboral de la naci6n
Europa (1 ). No es ex
y, finalmente, e1 R
Aunque tal sistema implicaba la promulgacion de una revolucionaria
“legislaci6n social” que no tuvo parangon en el colonialismo saj6n y
protestante -so10 lo tendria en 71 capitalism0 industrial-, 10s colanos
productores no estaban preparados para embutir semejante revolu-
cibn en sus nacientes cumulos de ‘riqueza originaria’, y se rebelaron
frente a ella. La oposicibn de 10s empresarios coloniales a las imposicio-
nes laborales de la Corona constituiria uno de 10s componentes centr
les de la evoluci6n histbrica del sistema de encomienda.
Como institucih, la ‘encomienda’ ha sido abundante y erudita
expuesta por numerosos autores. No intentaremos aqui repetir lo
dios ya realizados, sino s610 poner de relieve aquellos aspectos que
cidieron en la transformacih histbrica de la encomienda en tant
ma laboral. Comosesabe, el Rey de EspaRa decidib reconocer a 10s
americanos como subditos legitimos. Esto equivalia a desconocer
edicto, su soberania propia, y a conferirles, por el mismo edicto,
sujecibn ‘europea’ que impedia a 10s colonos conquistadores adm
trar por si mismos la soberania ‘conquistada’ a 10s indigenas en e
rreno. La decisi6n del Rey no resolvia cualitativamente --sin0 s610
grado- el problema de la sujecibn indigena, pero,en cambio, aume
ba la sujecgn de 10s colonos aI Rey. La Corona fortalecia su dom
soberano, a costa de la indTpendencia empresarial de 10s colonos.
berano’ un cie
Los flamantes4s ditos quedaron obligados, pues, a pagar a su ‘
uto anual, que podia’ser cancelado en dinero, o
0. Per0 el Rey, que ademlis de soberano era j
iar a 10s conquistadores que m b se distinguia
.A ese efecto, cedib, por periodos determin
la recoleecion de 10s tributos indigenas a 10s Conquistadores mlis di
i’a, en 10s hechos, a ejercitar la administrac
1trabajo. Habiendo monopolizado la ‘sobera
dhna, el Rey devino en el Ban suministrador y regulador de la fue
trabajo colonial. Ni la oferta y la demanda, ni la ley de 10s a
tronales, constituyeron el mecanismo, recto; del mercado la
la mente politica y cristiana del Rey. El modo de produccion
tendia a consolidarse, asi, de tal f o T a , que 10s poderes extraecon6
roian e$ el coraztjn de la acumulacibn colonial. Los factores produ
se asignaron, fundamentalmente onforme a criterios aristocratic
la 6lite conquistadora asi priv da (la encornendera) no sin
por ello, la necesidad de estpijar sus factores productivos a1m
dios encomendados inclu a fin de masificar la produc *
la mente de 10s colonos eaba el concept0 empres
masa’. En la prtictica, el sistema de encomienda no fue
brio en el que transaron, localmente, 10s empre
ncionarios del Rey (4).
4. M.Gbngora, Et Egtado en elberecho Indiana Epocade Fundaci6n(1492-
j 1951), y A. Jara, Fuentes para
padim.
24
anm en su favor
nda pmpiarnente
ln$ios pagaban e
esos socio-econbmicos de base impusieran, sobre la mente c
politica del Rey, su fuerza histbrico-local mayor. La cre
cabilidad del sistema de encomienda debilito de hecho el
de la mente cristiana del Rey, creandose asi un vacio don
laborales surgidas de 10s procesos locales de ajuste pu
llarse y prosperar.
En Chile, s610 un 40 por ciento de 10s conquistadores fueron agr
dos con encomiendas en la primera distribucion. Este
un 30 por ciento con la segunda. Y en 1575, en el Obispado de Sa
habia sblo 84 encomenderos sobre un total de 5 15 colonos “con casa
blada” (16,3 por ciento). Por la misma fecha, se contaban 275 enco
deros en el
ciento) (9).
Obispado de La Imperial, sobre un total de 1.040
El mismo fenbmeno es visible desde otro Pnnulo;. . .
go, 1614, un funcionario real contabilizb 2.01 4 indios
sobre un total de 5.5 14 trabajadores indigenas; esto es: 3
Per0 debe considerarse que, por entonces, existian en el ire
sobre 3.000 esclavos africanos y un nlimero indeterminado de me
espafioles pobres que trabajaban para 10s colonos, de manera que e
centaje de indios encbmendados sobre el total de la fuerza de tr
debib ser apenas superior a1 20 por ciento (10). Estos datos permiten
poner que, a comienzos del siglo XVII, no mis de un 25 por ciento
patrones de Santiago eran encomenderos. Si esto fue asi, las rela
predominantes de produccibn eran aquellas,que se desenvolvian a1 mar
del sistema de encomienda (11).
iCbmo era eso posible? Fundamentalmente, por el hecho de
colonos no formaron la fuerza de trabajo s6lr subyugando indi
tambign discriminando colonos pobres e individuos racialmente m
dos. En un comienzo, motivados 10s colonos por la idea de someter
ralmente una nacion entera, no se preocuparon mayormente de orga
un sistema de trabajo que no fuera indigena. Esto signific6 qu
colonos pobres y mestizos -que fu n las victimas principales
mecanismos de discriminaci6n- se acumularon a1 margen del sis
laboral oficial, como una inarticulada per0 creciente reserva coloni
trabajadores. Las fuentes epocales ?os llamaron “vagamundos”.
La discriminacidn funcionb.a varios niveles. A 10s individuos
miento irregular, por ejemplv, de oscuro origen social, o de dudos
tacibn moral, o de ocupacidn deleznable, les fue prohibida la adquh
9. J. L6pa de Velasco, Geogrpfi’a y descripeiih universal de taS Indias (escrita por 15714;4
cibn consuitada:Madrid, 19711, 265-;
I per0 eso no impidi6 que el numero de “vagamundos” continuara cre-
&do. Esta circunstancia determintt que la discrirninacibn por segrega-
@&fanfundar a ese fin (19). En Chile, para evitar esercittn, se or-
el EjCrcito de La Fronteri debia estar co uesto exclusiva-
espaiioles, con exclusi6n de ”1 castas” (20). A mediados del
I ya era evidente que la ‘limpieza de nacimiento’ no preocupaba
azaron a ser definidos conforme a1 estereotipo judicial del “vagabun-
!mal entretenido”, est0 es, corn0 un delincuente potencial. No es asi
y21j. Insensiblemente, 10s bandos-dirigidos c
on tambi6n sobre 10s pobres qu
a1 “bajo pueblo”, aun cuando
a1 o se desempenase un oficio
ahi que, cuando a fines del siglo XVI 10s c
ctos semi-manufacturados al P
nos iniciaron la ex-
se descubri6 que,
entar la productividad por trabajador, se tenia que desarrohr
ia artesanal, todavia 10s indigenas fueron preferidos en el pro-
ceso de capacitacion laboral que se pus0 en marcha. Est0 explica q
comienzos del siglo XVII, un elevado porcentaje de 10s trabajadores
genas fueran computados como ‘artesanos’.Por cjemplo, en 1614,el Li
ciado Machado contabiliz6 48 1 indios “veliches” en el distrito de Sant
go; de ellos, 409 (85 por ciento) tenian un oficio artesanal (23). Por
misma Cpoca, 10s indios artesanos ganaban un salario que era, en
medio, 40 por ciento m6s alto que el ganado por 10s “peones”
indigenas (24).
El incremento de la maestria artesanal de 10s trabajadores indios in-
con desgaste’ del potencial laboral de la naci6n indigena conquista
Esto no disminuy6 su inter& por el trabajo esclavo, per0 si alter6 su co
tenido, ya que de ‘la esclavitud de conquista’ se pas6 a la ‘esclavitud c
encomendados. No pocos se arriesgaron a pagar salarios a indios-
nos libres y, mis significativamenteaun, a peones blancos y mestizo
La monetarizacih del mercado de trabajo ocurrio, pues,
del sistema de encomienda, per0 a h dentro del concepto de
digena’, que era dominante. En Santiago, el barrio popular de
artesanos independientes que, en su mayoria, eran indios (26).
que, cuando el ‘trabajo-masa’ dio paso a1concepto de ‘trabajo ar
tinuaron existiendo a1 margen del sistema oficial de trabajo.
Per0 eso no impidi6 que su nGmerq continuara aumentando. Y
1570 sumaban 17.000 individuos, es decir, 3 veces la poblaci6n de e
fioles y criollos con casa poblada. En 1620, su nGmero era ya 5 veces
yor (27).
28
que, mientras 10s bla
&?ales de la colonia, 10s patrones continuaban pagando altos precios
os de Maule y Colchagua, se contabilizaba, por 1650, que el 25
nto de la fuerza de trabajo estaba constituida por distintos tipos
validacibn del concept0 ‘artesanal’ de trabajo, que se inicib por
1590, tuvo lugar, pues, dentro de una tendencia a incrementar la
inaci6n formal” de 10strabajadores a las empresas productivas de
ia. La promocibn de la productividad laboral ocurri6 dentro del
ma esclavista, o semi-esclavista. Per0 tal tendencia no podia sostener-
muy largo tiempo. Primero, porque el suministro de esclavos indi-
pas era insuficiente y, segundo, porque la adquisicibn de esclavos afri-
1
B “de paz” remanentes (que no eran muchos) y 10s vagabundos de ma-
esclavitud con individuos proteados de ella por la legislacibn so-
Imperio y la tradici6n. En otras palabras, se trataba de encontrar
d h e o barato, ojalai masivo, y legalmente aceptable, de esclavitud.
D se veri mais adelante, 10s patrones no tuvieron mucha dificultad
contrar numerosas formas laborales intermedias, que oscilaban
la esclavitud y el trabajo a contrata. El efecto mis visible fue la
$&in de una poblaci6n laboral radicada permanentemente a1 inte-
las propiedades productivas de 10spatrones. Bajo el desarrollo de-
m a s intermedias emergerian 10s gmpos germinales de la clase tra-
nacional: 10s campesinos y 10s peones. Su primera manifesta-
:Qoncreta fueron 10s “indios de estancia” (30).
cia 1700 la coyuntura econ6mica cambib por segunda vez. De
o 10s empresarios coloniales descubrieron que podian aumentar
ente su cuota de ganancia masificando la exportaci6n de trigo
n ello, la lbgica febril de la produccibnexportaci6n ‘en masa’
io de nuevo, y con ella, no s610 las expectativas de grandes
IE. Kortl
capitulo
1, OP.
111.
cit., 178 et seq.
29
cidad fisica. Y fue asi quv las formas interm
se hicieron densas y rnasivas,
partir de ese momento, silenciosa, gradual, pero sostenidamante
as masas vagabundas comenzaron a ser re
formas laborales de ajuste local. Sin embargo, fueron
un real acceso a la tierra, di un medio pa
originario. Carecie
peonaje chilenos incluy culiar pre-lucha de cla
por 10s politicos. Con todo, subsisten divers
status econdmico, composicibn interna, y evolucibn general (31).
En primer lugar, hay fin problema de terminologia. Las fue
refieren a 10s campesinos utilizando una multiplicidad de t6rminos
cultores”, “Iabradores”, “campesinos”, “chacareros”, “huerteros”,
cheros”, “inquiIinos”, y, aun, “peonesf’ y “gaiianes”. S610 en c
ocasiones un significado preciso y univoco era dado a esos tCr
“Agricultores”, por ejemplo, se utilizzfba a veces para aludir a1conj
cheros”, en cambio, aunque tenia un significado preciso: ‘prod
trigo’, solia usarse corn0 sin6nimo de “Iabradores”. Lo mi
con “inquilinos”, que sietrdo el nombre de un grupo
campesinos, se generalizaBa con frecuencia a la totalidad.
una tendencia a apficar a1 campesinado e
mente correspondian a grupos especificos
significados tendieron a intercambiarse y
SQ
historic0 de 10s grupm Particulares se torn6 difuso. En este corrtexto, las
caracteristicas de 10s grupos mlis impactantes tendieron a ser generaliza-
das a1 conjunto. y no eS extrafio que 10s encargados de confeccionar 10s
Censa Nacionales del sigh XIX no hayan utilizado categorias particula-
res, ofunivocas,para clasificar a 10s cultivadores de la tierra. IncIuso 10s
tan conocidos y debatidos "inquilines" jamlis fueron clasificados en una
categoria censal especial, siendo subsumidos por lo comiin en la
ria general de “labradores”. No hay duda que la interpenetracibn
de%s nombres campesinos ha operado como un prisma distorsionante de
las petspectivas histbricas (32).
En segundo lugar, estli el problema planteado por la alta concentra-
cibn de estudios historicos sobre un grupo determinado de campesinos
(el de 10s “inquilinos”) en desmedro de otros y del conjunto. La explica-
cibn de esta preferencia parece radicar en el fuerte impacto que la opresi-
va situaci6n en que Vivian esos labradores produjo en 10s observadores
extranjeros del campo chileno del siglo XIX y, por reflejo, en algunos
intelectuales criollos. Ello convirtio a 10s inquilinos en el campesinado
chileno ‘tipico’ (33). Sobre la base de ese impacto y de sus reflejos, algu-
nos historiadores del sigloXX han consideradoque lasrelacionesde inquili-
naje han constituido en todo tiempo las relaciones productivas dominan-
tes en el campo chileno, Y que, por lo tanto, el gigantesco estrato peonal
(“10s gafianes”) no fue sin0 un apCndice laboral del sistema de inquili-
naje (34).
En tercer lugar, est&el problema planteado por la relacion te6rica
que se ha establecido, sobre la base de 16 anterior, entre “inquilinaje” y
“sistema de hacienda”. Pues asi como 10s inquilinos devinieron tebrica-
mente en el ‘campesinado dominante’, asi tambikn las haciendas fueron
definidas como ‘la empresa rural dominante’. Bajo el imperio de esta
doble caracterizacihn ‘por predominio: el campesinado ha sido estudiado
por referencia casi exclusiva a1marco econ6mico-social interno de las ha-
ciendas; en tanto que la empresa agricola ha sido vista principalmente
por sus relaciones productivas con el inquilinaje. Como tal, esta perspec-
tiva reciprocada no es defectuosa, pues permite observar las relaciones
productivas especificas entre hacendados e inquilinos. Per0 es ciertamen-
te insuficiente para observar a 10s labradores que no eran inquilinos, las,
empresas rurales que no eran haciendas, 10s aspectos empresariales de la
hacienda que no consistian en sus relaciones con 10s inquilinos y, sobre
todo, el conjunto de la ‘economia campesina’ (no latifundista). Si, por
ejemplo, se quiere focalizar el anilisis sobre la iiltima -como aqui que-
32 Ver 10s Censos Nacionales 1854-1920, especialmente las tablas referentes a ‘Trabajadores
con Profesibn’
” en diferentes 1
Bs nutrido del procesode
lo que 10s labradores del s
gred en una espiral critica que fue lanzando 10s hijos de 10s lab
lo targo de escapes -crecientemente transitados- de descampesiniz
Fue en este proceso critic0 donde emergi6 la multitudinaria fig
“pedn-gafiin”. Es por esto que, a la inversa de 10s inquilinos y 10s
dares independientes, que estaban definidos por el proceso de ca
zacibn, 10s peones-gaflanes lo estaban por el proceso opuesto de
pesinizaci6q que, durante la segundamitad del siglo XIX, iba a en
con el de proletarizaci6n urbano-industrial. El peonaje de ese
puede ser adscrito sin mis, por lo tanto, a1camp’esinado. En rig0
tituy6 un grupo social con historicidad propia.
Sobre la base de estas definiciones generales (cuya fundamen
factual se h a i mds adelante) es posible hacer una estimaci6n global
evoluci6n cuantitativa del campesinado del siglo XIX, y sortear, a
especulativamente, las lagunas contenidas en 10s Censos Nacio
Como se dijo, 10s censistas del siglo XIX no utilizaron categor
pecificas ni univocas para clasificar la poblaci6n campesina. En 1
en 1865, por ejemplo, se incluy6 toda clase de’cultivadores bajo el
bre de “agricultores”, desde latifundistas hasta poseedores de sitia
1907, en cambio, se diferencio entre “agricultores” (significanda
pietarios rurales’) y “labradores” (significando pequeflos arrenda
inquilinos). En 1875, 85 y 95 se hizo la misma diferencia, per0 asi
a 10s filtimos una cifra improbable con respecto a 10s “agricultor~~~~.
1920 se sum6 a la categoria “agricultoreq” incluso el numero de ‘fa
nes”. Tal como fue publicada, Ia informaci6n censal carece de pt3
directa.
Sin embargo, reelaborada, es posible obtener de ella cierta ut
Y eso es posible porque, en primer lugar, durante el siglo XIX 10s 1
narios publicos trabajaron con un concept0 relativamente claro ac
lo que se entendia por “propiedad rural”, llevaron a1 mdsmo ti
registro mis o menos minucioso de ellas, y a partir de cierta
anot6 el ingreso anual aproximado de las mismas (39). Con esto
tos, es posible estimar el nfimero fotal de 10s ‘grandes terratenie
a1menos, de las empresas agricolas mds lucrativas.
Ahoqa bien, si se resta del numero de “agricultores’ydado por
sos el numero estimado de ‘grandes terratenientes’, se deberia ob
nfimero estimado de ‘labradores’, es decir, el nGmero de inquilinos
de 10s pequefios propietariw rurales. Esta segunda estimaci6n p
su vez, determinar el peso relativo del campesinado en el conju
clase trabajadora del siglo XIX, asi como su evoluci6n cu
general.
Durante ese siglo se acostumbr6 definir “propiedad rural”
aquella que, estando destinada a la produccibn agricola -aun si
39.Censo Nacional de 1907 (CN), y Anuarios Estadisticos de Chile (AECH). De 1911,
Hacienda, 99. G. Salazar, loc. cit., capitulo 10.
,
bn los suburbios de las ciudades- generaba un ingreso anual superior a
40. Esta definici6n se estableci6 con vistas a la confecci6n del censo de
fimpiedades mrales y a la recoleccih de impuestos. Cabe sefialar que un
SO anual de $ 40 era, a mediados de siglo, una suma inferior a la ga-
un pe6n urbano en un aAo de trabajo continuado (que fluctua-
$ 60 y $ 90) (40). Pues bien, si se toma como indicador de pro-
ampesina’ el escal6n m& bajo de 10s ingresos anuales de las pro-
p&dades rurales, a saber, el que va del minimo oficial ($ 40) al maxim0
ganado por un pe6n urbano ($ 901, se constata que, a mediados de siglo,
m&srdel90 por ciento de las propiedades rurales chilenas pertenecian a1
estrgto ‘camuesino’. VCase el Cuadro 1.
CUADRO 1
LAS PROPIEDADESRURALES, UE ACUERDO AL
INGRESO M A L PRODUCIDO (1861)
Niunero Porcentaje Ingreso Medio Anual
b
ies 316 1,o % $7.498
mas 1.991 696 1.200
%as 27.551 92,2 89
r-7
’ hotales = 29.858 99,s Yo I.M.A. $ 242
En verdad, la proporci6n de propiedades “campesinas” en el total de
las propiedades rurales chilenas pudo haber sido aun mayor que el 92 por
ciento indicado en el Cuadro 1, puesto que alli no estan registradas las
propiedades rurales que producian un ingreso anual inferior a $ 40, pese
6 estar destinadas a la producci6n agricola.
Existe una significativa coincidencia entre el nhmero de “agriculto-
res” anotado en 10s censos y el de las “propiedades rurales” (comparar,
por ejemplo, el Censo de 1907 con el de Propiedades Rurales de 1911).
Est0 permite estimar, con un minimo de riesgo, el numero de propieda-
des rurales de tip0 campesino (conservadoramente, puede utilizarse el
porcentaje de 85 por ciento). Si a las cifras resultantes se les agrega el nu-
hero censal de “labradores” (que, generalmente, incluy6 inquilinos y
arrendatarios pobres) es posible obtener una estimaci6n gruesa del nume-
1-0de campesinos durante la segunda mitad del siglo.
.
40. Sobrc salarios de peones urbanos, G. Salazar, loc. cit., Apkndice No9 n f; 19.
41. R. Tornero, Chile Ilustrado (Santiago, 1872), p. 424.
35
CUADRO 2
ESTIMACION DEL NUMERO TOTAL DE
LABRADORES(1854 - 1907)
Censos Agricultores Propiedades Terratenientes Labradores Labrad
(1 - 3) como o/~* Rurales **
1875 173.746 48.648 (”) 7.298
1885 239.387 69.422 (”) 10.414 243.239 (x) 27,
1895 243.OS0 71.465 (”) 10.720 241.418 (x) 28,
(”) Estimacioncs s e g h tasa de creeimiento cntre 1854 y 1907.
(x) Se agega el nbmero censal de “labradores”
(42)
del Bio-Bio (44).
Entre 1850 y 1873, aproximadamente, el numero delabra
(45). AI parecer, el desarrollo de tipo capitalista que experim
crisis de 1516,sn embargo, pareci6 revcriir, por algun tiempo, esa
tendencia. La incierta evoluci6n de la agricultura chilena despuks de
1885 el relativamente lent0 desarrollo industrial paralelo,bloquearon el
desanollo capitalista iniciado por las grandes empresas agricolas, .y con
ello se paraliz6 la proletarizaci6n ‘industrial’ del peonaje de funds. Es
por ello que, pese a laS SignifiCatiVaS transformaciones iniciadas hacia
1850, el sector agricola y el campesinado no eran, hacia 1900, sustancial-
mente diferentes a lo que habian sido medio siglo antes (46).
3. EL PROCESO DE CAMPESINIZACIoN
a) A1interior de las grandes propiedades rurales
Aunque 10s trabajadores indigenas estaban oficialmente domiciliados
en sus “pueblos”, la mayor parte del aiio no Vivian en ellos. Es que, por
largas temporadas, 10s encomenderos 10s empleaban en llevar a cab0 una
multiplicidad de tareas distintas, situaci6n que 10s obligaba a residir
provisoriamente -en general, sin sus familias- en las estancias o mi-
nas u obrajes de sus amos. Aunque desde 1600 los patrones se interesa-
ron por desarrollar la maestria artesanal de 10s indios, domin6 la tenden-
cia tipicamente colonial de emplear a 10s trabajadores ‘dependientes’en
toda clase de trabajos. De ahi que 10s artesanos indios, cuando se les pre-
guntaba por su ocupacion, solian dar el noqbie de su oficio, aiiadiendo
mecinicamente la frase: “y acudo a lo que me manden” (47). Los traba-
jadores indigenas carecian de residencia fija y de especializaci6n laboral
estructurada.
Y fue por eso que el sistema de encomienda no desarroll6 pobla-
ciones laborales densas ni dentro de las grandes propiedades, ni en 10s
“pueblos de indios”, ni en torno a las ciudades patricias. S610 consolid6
un asentamiento laboral disperso y una mano de obra rudimentariamente
capacitada para todo y altamente especializada en nada. En ese contex-
to, la fuerza de trabajo indigena no se diferenci6 internamente entre un
sector artesanal, otro campesino y otro peonal. Por casi un siglo, esa fuer-
za laboral permaneci6 indiferenciada en una situaci6n protozoica.
Tampoco se diferenciaron internamente las ‘empresas encomen-
diles’ de 10s patrones. No surgi6 un sector agricola diferenciado del sec-
tor minero, ni uno artesanal-manufacturero. Las primeras empresas colo-
niales fueron normalmente multi-productivas. S610 la cGspide de ese
sistema empresarial: las compafiias mercantiles comandadas por 10s colo-
nos m8s ricos, y el sistema econ6mico-institucional disefiado por 10s
licenciados reales, exhibia un perfil nitido, diferenciado e identificable
sobre la sociedad colonial.
46. G. Salazar, loc. cit., capitulo 10.
47. M.Gbngora, Encomenderos...,35.
Semejante cuadro comenz6 a desdibujarse durante el lar
XVII. Es que las dos tendencias dominantes en ese siglo, a saber
expansion economics de largo plazo y la declinacion irrev
poblacion indigena ‘de paz’, convergieron para producir un
vacio laboral a1 interior de las propiedades patronales. El vert
glriente lanzo a10spatrones a crear asentamientoslaborales perm
Xterior de sus estancias. Cada gran propiedad rural se convirti6
Cleo de poblamiento, en una fuerza ‘apropiadora’ de trabajadore
nas y no-indigenas. Cuando ese movimiento se hizo masivo,
vas formas laborales “de Conquista” se tornaron obsoletas.
asi la diferenciacion interna de la protozoica fuerza de trabajo
encomendil. Y de aqui emergeria el estrato fundador de la modern
trabajadora chilena: el campesinado.
El proceso de campesinizacibn se desarroll6 a traves de v
les: 1)a traves del asentamiento permanente de trabajadores i
interior de Ias estancias, con vaciamiento de 10s “pueblos de i
travCs del asentamiento de colonos pobres y de mestizos
grandes propiedades; 3) a traves del arranchamiento de
en tierras vacantes, municipales, y en Areas suburbanas; y
fragmentacih de latifundios y medianas propiedades. En este
examinarin stslo 10s tres primeros ramales, con especial 6n
tercero.
En un comienzo, 10s grandes propietarios recurrieron a t
mCtodos para poblar sus propiedades. Por un lado, radicaron
a 10s mis jbvenes y capaces de 10sindios que les estaban enc
Por otro, compraron indios esclavizados a 10s traficantes de La
o africanos a 10s mercaderes. Por otro, se interesaron por adqu
precio nifios indigenas, o indigentes, a veces a sus padres, a veces
captores. Por otro, forzaron mujeres solas a asentarse como
casas patronales, o confiscaron sus hijos e hijas de corta edad
co fin (48). De todos estos mCtodos, el de mayor relevan
parece haber sido la radicacion ilicita de indios encomendados,au
dos idtimos mencionados -que se analizarin en otras seccione
trabajo- tuvieron consecuencias de largo alcance.
Lospatronesradicaron a 10sindios que les inspiraban mayor c
personal y laboral. Con ellos organizarian lo que un viajero franc
ria mis tarde “el estado mayor” del plantel laboral de las
propiedades; esto es: sus trabajadores “de confianza”. Fue en
este status que esos indios recibieron de sus patrones no s610 u
Aa tenencia para sustentarse ellos mismos -y sus familias, sills
sino tambi6n el permiso para levantar sus ranchos en las prox
de las casas patronales. Aunque fueron denominados “indios d
cia” (en oposicion a 10s “de pueblo”), su rol historic0 consisti6
48. Ibidem, 30-7,y Origen...,25-31.
38
-estancieros en la conducci6n productiva de su empresa agri-
pidi6 realizar trabajos artesanales y el consabido
mande”, per0 mis tarde se especializaron en tareas de la-
do de ganados, primer0 como simples peones, p
1 “estado mayor” del plantlel hboral de una estancia
nejo de ciertos conceptos bisicos. En un camienzo, 10s
s, de hecho, trasladaro 10s“indios de estancia” deun lugar
entero arbitrio, 10s conservaron a su servicio por 20 o mas
(especialmente 10s nifios que se habian compra-
nza”), e incluso podian retenerlos despuCs de vender la pro-
10s habia radicado (50). La necesidad patronal de consti-
lao laboral “de confianza’* s610 podia sati
iva, con la ‘apropiacibn’ fisica del trabajador, de por vida,
vida util. Esto es, confiri6ndoles el mismo status ‘apropia-
tariable’) de 10s restantes medids de produecih. Esto ex-
i6n patronal por eI enrolamiento de niiios y nifias,‘y de
ieron manejar ese proceso conforme a su
rgo, con la expansih econbmica, ese concept0 tendi6 a mo-
siglo XIX la mayoria de 10s grandes propietarios
tractuales’ para definir sus relaciones con sus respec-
es”. De hecho, durante ese siglo, el rol laboral de
mayor” ya no era desempefiado por 10s “indios de estancia” sino
rigen Ctnico especificado, que eran denominados
ntes”. Pero, a1 igual que 10s “indios de estancia”,
inos se arranchaban cerca de las casas patronales, eran usua-
cibian un salario en especie (0,mis significativa-
un porcentaje del product0 anual), y tenian el status os-
de “trabajadores de confianza”. Por ejemplo, en 1807, nume-
ciendas del distrito de La Serena registraron un gmpo de campe-
mp1eados”- que tenia una evidente funcion de
central: eran 10s mayordomos, capataces, vaqueros y cabreros.
aba evidentemente miis decantado que el de 10s “inquilinos” y
ados “peones sueltos” (52). A mediados del siglo XIX, 10sobser-
ranjeros hallaron que 10s “empleados” configuraban el gmpo
onfianza en todas las grandes haciendas (53).
en el
de La Serena (ACLS), vol. 40 (1807), lista de trabajadores de las estan-
Compaiiia, El Maiten y otras. Tambien C. Gay, op. cit., 11, capi-
Encomenderos...,64-5.
‘Latifundio y poder rural en Chile de 10s siglos XVII y XVIII”, Cuadernos de
F. de Fontpcrtuis, “Etudes sur 1’Ambique Latine: le Chili”, Journal des
,14 (4a. Scr.) (1881), 371.
de “empleados” no estaba en condiciones de llenar por
ciente dCficit laboral. Aunque -corn0 se veri- se busc
trabajo alternativos para aumentar el potencial productivo
fue un hecho que durante un siglo
mente) las grandes propiedades fuero
trigo que se exportaba. La expansion
que la potenciacibn laboral del latifu
campesinizacion interno de ese tip0 d
dieron 10s patrones exportar todo el tr
Trabajando simult6neamente en dos tipos de soluciones:
clutamiento de individuos de menor ‘confiabilidad’, a trav6s
tos (“conchavamientos”) flexibles d
2) en la compra, a bajo precio, del trig0 producido por
independientes, o por 10s pequefios arrendatarios. La p
condujo a1 surgimiento del inquilinaje y, por carambola, a
ci6n del rol de “estado mayor” del antiguo grupo de “em
segunda solucion tuvo efectos de co
dujo a1 reforzamiento de las tendencias peque
campesinos independientes y semi-indepepdientes. El por
laboral del latifundio convirtici a 10s latifundistas en propuls
pesinado libre, hecho que las obligi, a modific
niales acerca de la apropiacicin’ de trabajadores. Per0 i
conveniencia patronal en el cas0 de la soluci6n ‘2’?
I
La siguiente: para un gran propietario del per
cho mds lucrativo comerciar (0sea, exportar) el trigo pro
de trabajadores del tipo de 10s “
bora1 “de confianza” tenia un 11
sin riesgos de todo orden. Por
trabajo adicional a travCs de contratos flexibles de peon
miento, y de medieria, era un ,proceso le
sobre una zona de ‘desconfiabifidad’ que
En este contexto, era m6s S&LKO operar
pesinos ‘libres’ que como patron sobre u
temente desconfiables. Significativamente, la nueva coyu
ca y la expandida escala de negocios de
sin embargo, 10s hacenda
la y molinera. La product
sobre 10s labradores independientes y sem
ero en cambio surgi6 la necesidad de enrolas
10s inquilinas primero coma campesinos
olos, como camipesinos-peones.
carnpesina (esto es,
,pues, en 10s “pr6st
negocio cerealero. Los propietarios
es su cosecha, ni en formar con ellos
tras, pertenecib a1
r del inquilinaje, seria pre
tes” -scilo que en mayor
on en una fase expmsiva
en el cas0 de 10s prestatarios de fines del siglo X
,para prodwcir trig0
nitud y caracteristic
41
i T p (56). Entre 1720 y 1750 10sarrendatarios, o inquilinos,
jamente productores, esto es, pequeiios empresarios agric
dientes sblo en tanto tenian que
ingenuo pensai que 10s hacenda
arrmdatarios sblo porque si, o por
alguna con el boyante negocio de ex
pida multiplicacibn de 10s arre
hecho de que 10s flamantes inquilinos eran un conjunto de
con la no despreciable virtud de ser semi-dependientes. Aun
del siglo XIX, numerosos hacendados todavia mencionaban
iiias” que habian formado con sus inquilinos para produci
esta asociacibn productora inicial I
desarrolIo durante las dCca
texto, no pocos inquilinos patrimonio suficiente
independencia (57).
semejante asociacibn se deteriorb
en perjuicio del socio productivo y en benefici
til. Pues, desde 1760, aproximadament
menzaron a aumentar de un modo dramiitico su presibn s
labradores independie
alza general del precio
cdnones de arriendo. E
precios decrecientes (us
o lugar, en tanto mercade
tercio de su valor. En cuarto lugar, en tanto subastado
aplicaron mCtodos draconianos de cobranza, recol
una gran masa de productos agricolasa bajisimo cos
en tanto patrones y en vista del quiebre irreversible de sus
rioaproductores, exigieron que 10s crecientes ciinones de arrie
io peonal obligatorio;
lante) rompib la a
cambio una tensa relacibn verifical: el socio mercantil
transformado en un mer0 patrdn’. Hacia 1780 ya era evide
desconfanza patronal hacia lo’s inquiiinos se habia consolida
modo histbrico. No es extrafio, pues, que todavvia hacia
nos estuvieran asentados de‘unmod
situacibn que nunca hab’via ocurri
habia institucionalizado “el lanzamiento” de inquilinos.
Edir
57. Verseccibn
“...habiendo el grande abuso de que si algdn pobre logra, a
cuenta de su trabajo...el arriendo de alguna porcibn de terre-
no, se le duplica el valor de lo que se debe pagar a medida de
la voluntad de su duefio, y est6 expuesto a que lo arrojen de
ella con motivos muy ligeros...”(58).
y asi fue que 10s arrendatarioscomenzaron a ser expulsados sin noti-
cibn, y sus ranchos incendiados (59). Per0 Ids arrendatarios eran nor-
rite labradores casados con proyectos familiares de largo plazo, y
tanto, para ellos el “lanzamiento” constituia una cathtrofe que
a ser en lo posible evitada. Y el imico modo de evitarla era ceder
a la presi6n general y dejar aumentar la dependencia peonal. Eso
lia a desprenderse de la empresarialidad campesina (la peonizacih
mquilino se examinart4 en otro capitulo). La historia del inquilinaje
ues, la historia de un campesinado frustrado.
La evoluci6n de 10s “peones estables” fue, en cambio, menos dram&
tics y no menos ilustrativa. En rigor, en tanto campesinos, 10s “peone?
estables” s610 tenian un minimo de independencia y un minimo de
empresarialidad. Pero 6se fue, desde el principio, su status dentro de la$
aandes propiedades (60). Pues -a1 contrario de 10s inquilinos- el
contrato entre estos labradores y 10s terratenientes no fue uno de “arren-
damiento”, sino uno de “peonaje”; es decir, no fue una asociacibn pro-
ductiva sino un compromiso de trabajo remunerado. Pero tampoco fue
un contrato de peonaje “libre” porque, a la inversa de 10s “peones suel-
tos”, 10s “estables” recibian del propietario-patron una pequefia tenencia
para su manutencion, a guisa de pago. Eran residentes. La ventaja que
esto tenia para el terrateniente era que el individuo que aceptaba un con-
trato de este tipo era generalmente joven, soltero, confiable y m8s intere-
sado en aprender ‘un oficio campesino’ que en implementar un proyecto
agricola-empresarial o familiar. Es por ello que la tenencia del “peon
estable” no estaba calibrada para ser una pequefia empresa campesina
(como la del inquilino primitivo), sino so10 una parte de un salario indi-
vidual. C. Gay dijo de ellos que
“10s hacendados, por propio inter&, tratan... de ligar estos
peones a sus tierras (y) les dan algunos pedazos, ya median-
te arriendo mbdico, ya a titulo de prkstamo gratuito...Su po-
sici6n tiene entonces alguna semejanza con la de 10s inquili-
nos, per0 a1 contrario de lo que con &os sucede, ellos no re-
conocen servidumbre y reciben estas tierras como una com-
pensaci6n del sacrificio que hacen abandonando sus ha‘bitos
vagabundos” (61).
58. T.P. Hacnkc, Descripcibn del Reyno de Chile (Santiago, 19421, 195.
59. M.Gbngora, Origen...,102.
60. Esta distincibn, que ticnc importancia, no fuc suficicntcrnentc cstablccida par el profcsor M.
G6ngora cn su Origen..., op. cit.
61. C. Gay, 013. cit., 11, 178 y 202-3
43
E. Poeppig comentb ademislas raz
de un liacendado, por lo cual muchos preferian la
pendientg y en cierta manera mejor retribuida de 1
Ofrendaban sus servicios al hacendado, Vivian en
en el proceso de mecanizacion
44
evidente que la situation del inquilino era la mis critica, no s610 por la
desconfiabilidad maxima que inspiraba en.los patrones, sin0 tambikn -y
10 que era mas grave- porque el inquilinaje como tal era disfuncional en
el desarrollo capitalista de las haciendas. En cualquier caso, ninguno de
ellos estim6 que la tenencia que recibian era una base segurapara niontar
prsyectds campesinos de largo plazo. Su sentimiento de precariedad se
manifesto claramente en el escaso interks que demostraron en construir
cams solidas y definitivas. Como se veri m$s adelante, 10s distritos domi-
nados por la hacienda eontuvieron, en proporcion, mis ranchos que 10s
dominados por 10s pequefios propietarios. Est0 contribuyo a fijar la ima-
gen miserable que hizo famosos a los labradores residentes en las hacien-
das. En 1827, E. Poeppig sefiahba que:
“Se explica por la misma raz6n la pobreza y el desaseo de las
viviendas de la clase inferior en el campo, p e s nadie se to-
mari la molestia ... de instalar una casa comoda y destinada
a una permanencia prolongada, cuando no puede saber cuin-
to tiempo se le dejari sin molestarlo en su posesi6n” (66).
Algo mis tarde, C. Gay observaba que “el inquilino mira la propiedad
que habita como un lugar de trinsito... un momento de pasaje, lo que le
quita toda actividad, toda iniciativa en sus trabajos de mejoramien-
to” (67).Con naturalidad, un rico terrateniente duefiode una hacienda mo-
delo, no tuvo inconveniente en describir 10s ranchos de sus inquilirios co-
mo un elemento mis del bienestar de su propiedad. Escribi6:
“Cada rancho estaba situado en tierras regodas, a1 borde de
10s caminos de la hacienda, con dos cuadras de tierra, que in-
cluian una huerta y un corral; el conjunto estaba rodeado de
una cerca a prueba de ganado” (68).
Los inquilinos.apareeieron tambiCn en propiedades menores, pero, en
este caso, su historia fue distinta, ya que tend5 a refundirse con la de la
‘comunidad campesina’ (69). En verdad, so10 10s grandes mercaderes-
hacendados manejaban suficiente tierra, volumen de negocios, capital y
poder local como para comandar masas de individuos desconfiables con
arreglo a1 opresivo sistema de inquilinaje del siglo XIX. Los inquilinos no
constituyeron la seccibn mis numerosa de la clase trabajadora, pero si la
que aparecia mis concentrada y oprimida bajo una autoridad patronal,
por lo menos hasta 1860. Es esta cualidad la que la hizo sobresaliente a
10s ojos de 10s observadores extranjeros de ese siglo.
El Cuadro 3 muestra la mayor capacidad de las haciendas, con res-
pecto a otros tipos de propiedad rurales, para absorber trabajadores.
66. E. Poeppig, ~ p .cit., 125,y C.
67. Ibidem, 157.
68. C1i. Lambert, Sweet Waters,a Chilea 1952), 1
69. Ver nota 49, tambi6nArchivo Q), Leg.
. (1780’),y Leg. 18, p”7 (1790)
45
cuenta el hecho de que las haciendas propiamente tales, es decir: las em-
presas agricolas vinculadas a1movimiento exportador y a 10s grupos mer-
cantiles de Valparaiso y Concepci6n, no eran mds de 350 a mediados de si-
glo, y que ellasno acomodaban mis de 25 familias inquilinas en promedio,
se deduce que el numero de inquilinos en todo el pais debi6 fluctuar entre
10.000 como minimo y 15.000 como mdximo. Es significativo que, en
1875, el Censo Nacional contabilizara 13.442 “labradores”, y 14.266 en
1885 (73). Cabe asi pensar que 10s inquiiinos, pese a su prominente visi-
bilidad en el cuadro laboral de las haciendas y a su rol central en el
debate sobre el feudalism0 chileno, constituyeron una secci6n minorita-
ria dentro del campesinado de ese siglo.
b) En 10s ejidos y demasiasde Cabildo
Entre 1650 y 1800 la poblaci6n ’marginal’ se multiplico rapidamen-
te (74). Eso permiti6 la densificacibn del proceso de campesinizacionalin-
terior de lasgrandespropiedades. Hacia 1760, la mayoria de las haciendas
podian contar un numero casi 6ptimo de labradores residentes, lo que
permiti6 su expansi6n empresarial. AI mismo tiempo, la multiplicaci6n
de 10s “arrendatarios-inquilinos” y de otros campesinos semi-dependien-
tes fue lo suficientemente importante como para atraer sobre si el interb
empresarial y 10s mecanismos expoliadores de todo el estrato mercantil
de la colonia. Sin la aparici6n del campesinado independiente y semide-
pendiente no habria sido posible la expansi6n triguera de la agricultura
chilena, a1menos en la escala en que lo fue.
Per0 la formaci6n de un campesinado a1 interior de las grandes pro-
piedades no trajo consigo la desaparici6n de las masas indigentes que
infestaban el campo chileno. Su numero incluso pareci6 aumentar aun
mis rdpidamente, a1 paso que su tendencia delincuencial se hizo mds y
mds evidente (75). Las autoridades coloniales se vieron asi enfrentadas a
un problema que, de ser originalmente ‘moral’, se habia hecho luego ‘cri-
minal’, para concluir planteando un desafio ‘politico’: c6mo resolver el
problema de una “super-poblaci6n relativa” que, por su volumen y desa-
rrollo, aparentaba poseer una dinimica propia mayor que la del proceso
de campesinizacibn, que era por entonces el mis grande ‘empleador’del
pais. Inspirdndose en las 6rdenes del Rey, las autoridades coloniales tra-
taron de “reducir” las masas vagabundas dentro de una red de villas cam-
pesinas (76).
73. CN, 1875 y 1885; tambikn, G. Salazar, loc. cit., capitulo 9.
74. M. Gbngora, Origen..., passim, y M. Carmagnani, “Colonial Latin American Demography:
Growth of Chilean Population, 1700-1830”, Journal of SocialHistory, 1:2 (1967), 179-91.
75. M. Gbngora, “Vagabundaje y socicdad fronteriza en Chile. Siglos XVII a XIX”, Cuader-
nos del CESO, 2 (1966). Ver tambih capitulos 2 y 3 de este trabajo.
76. El enfoque hist6rico tradicional sobrc este problcma ha sido, pox un lado, considerar la
“fundacibn de ciudades” como manifestacibn del cspiritu progresista de algunos goberna-
dores, y por otro, como sintoma de un proceso de modernizacibny urbanizacibn En rigor,
la fundaci6n de “villas” forma parte del proceso global de campesinizacih.
os grandes propietarios
escasez de trabajadores
sitio en la "villa" y una
49
con peticiones de sitios en “10s propios de ciudad”, o bien con reclamos
por la ocupaci6n ilegal de tierras por parte de gente pobre (95). Sobre
esta presi6n desde abajo, el arrendamiento, venta, o concesion gratuita de
tierras “de prcrpios” a peticionarios pobres serian transformados en pric-
ticas habituales de 10s cabildos de las grandes ciudades durante la segunda
mitad del siglo XVIII,generando un proceso que se prolongaria hasta
mediados del siglo XIX. La multiplicaci6n de tales operaciones no se
debia s610 a un pur0 sentimiento fiIantr6pic0, ya que, como se veri lue-
go, las corporaciones descubrieron pronto que arrendar sus propios a1
detalle, esto es, a pequefios empresarios rurales, era financieramente m&
remunerativo que arrendarlos como estancias a grandes comerciantes. Es.
ta circunstancia contribuy6 a consolidar el proceso. Per0 examinemoz
esto con mis detalle.
Desde 1760, aproximadamente, el Cabildo de La Serena comenz6 a
recibir un numero cresiente de “peticiones de sitio”. En sus peticiones,
10s interesados no s610 hacian presente su indigencia y numerosa familia,
sino tambikn denunciaban la existencia de un sitio despoblado en tal o
cual parte y ofrecian pagar por 61una renta y trabajarlo para hacerlo pro-
ductivo. Por ejemplo, en 1761, Maria Albarez,
“natural de esta ciudad, dig0 que me hallo sola con tres hijos,
sin un pedacito de tierra donde poder vivir, por lo que pido a1
ilustrisimo Cabildo vivir a espaldas del convent0 del Seiior
Santo Domingo” (96).
Del mismo modo, en 1763,Joseph Nufiez,
“oficial de zapatero, morador de esta ciudad, digo: que por
cuanto soy pobre y cargado de la obligaci6n de mujer y fami-
lia, sin tener sitio donde hacer un rancho en que vivir y en
atenci6n a que a espaldas de la Capilla, para la quebrada que
se llama San Francisco se halla despoblado de inmemorial
tiempo a esta parte... el cual sitio dicen que pertenece a 10s
propios de la ciudad, y como tal pido sin0 hacCrseme merced
de consederseme a senso, que estoy pronto a pagar anual-
mente” (97).
En vista del creciente ndmero de peticiones de este tipo, el Cabildo
de La Serena decidi6 transformar una de sus estancias en una colonia de
pequeiios arrendatarios. De las 27 tenencias formadas en esta ocasibn, 16
( 0 sea, 59,2 por ciento) correspondian a mujeres solas, en una condici6n
similar a Maria Albarez (98). En una lista de arrendatarios que estaban
atrasados en el pago del arriendo por 1789,se anotaron 28 mujeres solas
95. El abandon0 se debia, en parte, a1 colapso dc la cconomi’a canipcsina en las provincias dcl
sur. Ver sccci6n 5 de estc capitulo.
96. ACLS, 27 (1761), Pcticidn de Maria Albarcz.
97. Ibidem. (1763), Peticidn de Joseph Nufiez.
98. Ibidem, 27 (1760-3) y 34-5 (1791-4). iiiformes sobre arrcndatarios de tierras dc propios.
tos que tienen en arriendo” esas tierras, por el deficiente sistema de rega-
dio (107). Parece claro que 10s arrendatarios del Alto de Santa Lucia no
habian logrado, despuks de 50 o 60 afios, obtcner la posesion efectiva de
las tierras que ocupaban (108).
Sin embargo, las masas indigentes ocuparon tambih tierras que esta-
ban situadas lejos del distrito urbano de La Serena. Es significativo que el
Cabildo no haya registrado estas tierras COMO parte de sus propios, sino
solo como “estancias de pobres”, similar a la organizada hacia 1760. En
1807 se llev6 a cab0 un empadronamiento de la poblaci6n rural, opera-
ci6n que revel6 la existencia de numerosas estancias de ese tipo. Los
empadronadores se refirieron a ellas como “estancia de Maitencillos: es
gente pobre”; o bien: “estancia de Zelada de 10s Pobres”; o “estancia
Acone: est6 dividida en muchos pobres”, o “estancia de Lontiguasi,
repartida en diversos duefios pobres”, etc. Las “estancias de pobres” esta-
baR repartidas entre 3 y 38 labradores, todos 10s cuales recibianel
calificativo de “zeladores”. En cambio, las haciendas y estancias posei-
das por un terrateniente tenian la diferenciaci6n laboral tipica del Valle
Central: empleados, inquilinos, peones. Algunas estancias eran denomina-
das como “perteneciente a1 zelador y duefio” fulano de tal, siendo califi-
cados sus labradores como “zeladores” (109). No hay indicacicin acerca
de las actividades econ6micas de 10s “zeladores”, per0 ciertos indicios
sefialan que combinaban la labranza de la tierra con la cria de ganados y
actividades mineras. Otros documentos revelan que, en Samo Alto, exis-
tian “haciendas muy cortas...que sus mismos dueilos las trabajan” (1 10).
Hacia 1817, el Cabildo de La Serena habia autorizado la formacicin
de un nuevo asentamiento de pequefios arrendatarios en “la colina terce-
ra que hace frente a la Vega del mar”. No menos de 20 individuos
arrendaban alli sitios que fluctuaban entre 1 y 6 madras, pagando entre
11 y 88 reales a1afio. De ellos, 3 eran mujeres solas (1 11). Asentamientos
similares habian surgido en “las tierras de la Pefiaflor Alta y Baja”, y en
“la segunda colina de la Pampa Baja que corre desde la quebrada de
Peiiuelas hasta la Portada de esta ciudad” (112).
En Santiago el proceso no tuvo el mismo desarrollo, y, se@n parece,
tampoco la misma intensidad. En este distrito, gran parte de las estancias
y tierras ejidales habian sido, por diversos caminos, anexadas a1 sistema
propietarial privado, es decir, solariego. Sin embargo, mucha gente des-
poseida solicit6 la posesicin o el arriendo de sitios suburbanos, u ocup6
ilegalmente tierras vacantes, o de propios. Aunque el ndmero de estos
pobladores espontaneos aumentci constantemente, 10s terratenientes,de
un lado, y 10s ediles interesados en el adelanto urbanistico de la ciudad,
107. ACLS, 15 (1800) y 17 (1810), Informes sobre arrendatarios.
108 Ibidem, 36 (1803).
109. Ibidem, 40 (1807).
110. Ibidem.
111. Ibidem, 35 (1817), Arrendatarios.
112. Ibidem.
“su miseria e infelicidad, y pide se le deje de limosna un pe-
quefio sitio que ocupa sobre la ribera del Rio que va a ser des-
pojada por la venta de 10s sitios de Petorca en que se com-
prende aquel pedazo de terreno” (I 18).
Sin duda, en el distrito de Santiago el asentamiento de masas indigen-
tes en 10s propios de ciudad fue un fenomeno menos formalizado que en
La Serena, no implic6 la formaci6n de “estancias de pobres” y fue
afectado tempranamente por desalojos masivos por parte de la autoridad
local.
En otras ciudades o villas de alguna importancia,la situation no fue
muy diferente a la descrita para La Serena o Santiago. En Valparaiso, por
ejemplo, se informaba en 1792 que en ese puerto habia “sesenta familias
nobles y tantas o mis de pleve, que todas componen 4.500 almas... segun
se manifiesta del padr6n ultimo”. Si ello fue asi, la “pleve” del puerto
pudo constituir el 70 por ciento de su poblaci6n total (1 19). Los pobres
se concentraban principalmente en el barrio del Almendral. T.P. Haenke
observ6 que en ese barrio “se cultivan hortalizas y frutas de que se
provee la poblacibn, y su terreno se fecundiza por dos arroyos que des-
cienden de las quebradas vecinas”. Seiial6 tambikn que “las cosechas de
10s pobres” del interior eran mal pagadas por 10s comerciantes, tanto,
que muchas veces debian echarlas a1mar. En cambio, 10s huerteros com-
binaban la pesca con el trabajo de sus “cortas sementeras” (120). En
general, en Valparaiso las tierras de propios fueron ocupadas pacifica y
silenciosamente por las masas indigentes antes que comenzara la expan-
sibn comercial del puerto. Hay pocos datos sobre arrendamiento de las
demasias.
En Conception se dio un proceso mAs similar a1 de La Serena que a1
de Santiago. En 1795 se inform6 que varios arrendatarios pobres, entre
ellos algunos indios, ocupaban tierras de propios, especialmente en “La
Mochita” y en “la zona Negra”. Pagaban rentas anuales de fluctuaban
entre $ 4 y $ 8 (121). Haenke observ6 que, anexos a la ciudad, esto es,
en sus arrabales, habia “extensos huertos, formando en el todo un grupo
de casas entre verdura que complacen la vista con una simetria no siem-
pre rigurosa per0 por lo mismo agradable” (1 221, Agreg6 que “aquellas
miserables gentes viven esparcidas por el campo... dependiendo del frugal
aliment0 que les proporcionan sus cebales, trigos y otras sementeras”
(123).
Por su parte, las autoridades de la villa de Petorca indicaban en 1818
que existian alli numerosos “inquilinos que ocupan 10s sitios y terrenos”
118. ACS, 83 (1819), fs. 18 y 21.
119. Archivo del Cabildo de Valparaiso (ACV), 3 (1792), 47.
120. T. P. Hacnkc, op. cit., 81-2 y 199-200.
121. Archivo del Cabildo dc Conccpcih (ACC), vol. (1795), f. 35.
122. T. P. Hacnkc, op. cit., 172.
123. Ibidem, 178-9.
de propios, cuyasrentas “son incobrables por su indigencia” (124). El Te-
niente-Cobernador de La Ligua informaba en el mismo afio que 10s fon-
dos del Cabildo dependian “de unos infelices que tienen hecho arriendo
en sus cortos 6jidos para morada en ellos por su miseria” (125). En el
mismo afio, el Cobernador de Los Andes decia que 10s “6jidos” de la
villa se hallaban arrendados, per0 que “10s pobres” no tenian con quC
sembrar y que se necesitaba un “dep6sito de trigo” administrado por el
Cabildo para ayudarlos (1 26).
En verdad, 10s cuerpos edilicios del period0 1750-1820 recurrieron a1
arrendamiento de “tierras de propios” tanto para satisfacer la creciente
hambre de tierras de las masas indigentes como para aumentar 10s escui-
lidos recursos municipales. Aunque la concesi6n gratuita de tierras fue
una ocurrencia frecuente, la tendencia dominante fue el arrendamiento.
Es ficil comprender por qu6 est0 fue asi. Por ejemplo, de $ 390 que su-
maron las entradas del Cabildo de La Serena en 1793, $ 255 (0sea, 65,3
por ciento) provenian del arriendo a1 detalle de 10s propios de ciudad. En
cambio, el arriendo de la hacienda de Socos a Don Fernando Carballo,
que ascendia a $ 10, no fue pagado ese afio (127). En 1790, el arriendo
de sitios ascendi6 a $ 186,s610 contando 10s sitios de la Barranca, la Pam-
pa, y del Alto de Santa Lucia (128). En 1804,losarriendos de sitios pro-
ducian aun el 53,7 por ciento de 10s ingresos anuales de esa ciudad (129).
Una situaci6n similar se daba en 10s pueblos de Petorca, La Ligua y Los
Andes.
En sintesis, cabe sefialar que entre 1730 y 1820, aproximadamente,
se constituyeron numerosos asentamientos campesinos en 10s ejidos de
las ciudades y villas mis importantes, que se sumaron a aquellos surgidos
en el marco de las villas nuevas. Las tierras que fueron ocupadas por esos
nuevos labradores fueron adquiridas a veces mediante contrato de arren-
damiento, otras por donaci6n gratuita, y a veces por simple ocupaci6n
ilegal o no autorizada. Aunque vagamente definido, este r6gimen de pro-
piedad permiti6 a 10s “poseedores de sitios” iniciar actividades producti-
vas independientes, en especial la producci6n de hortalizas para la venta
en 10s mercados urbanos. Como resultado de esto, las viejas ciudades pa-
tricias vieron surgir, en sus suburbios, floridos cinturones verdes, com-
puestos de huertos y chacras de todo tipo, cuyas residencias no eran ca-
sas de adobe y teja sino hacinamientos de ranchos y ramadas. Para mu-
chos observadores extranjeros, estos abiertos y floridos arrabales consti-
tuyeron el rasgo mis atractivo y tipico del paisaje chileno, en contraste
con las amuralladas e introvertidas casas patricias. No es extrafio que mu-
124 SCL,11, 104.
125. Ibidem, 99.
126. Ibidcm, 76.
127. ACLS, 42 (1795), Entradasde laCiudad.
128. Ibidem, 42 (1790), f. 313.
129. Ibidem, 33 (1804), 24 de abril.
56
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena
Formación y crisis de la sociedad chilena

More Related Content

What's hot

Populismo en América Latina o la Prudencia Ante La Polisemia - Lic.GigliBox
Populismo en América Latina o la Prudencia Ante La Polisemia - Lic.GigliBoxPopulismo en América Latina o la Prudencia Ante La Polisemia - Lic.GigliBox
Populismo en América Latina o la Prudencia Ante La Polisemia - Lic.GigliBoxCeleste Box
 
Evolucion y desarrollo de la vida y obra
Evolucion y desarrollo  de la vida y obraEvolucion y desarrollo  de la vida y obra
Evolucion y desarrollo de la vida y obraunefa
 
Enzo faletto los anos 60_y_el_tema_de_la_dependencia
Enzo faletto los anos 60_y_el_tema_de_la_dependenciaEnzo faletto los anos 60_y_el_tema_de_la_dependencia
Enzo faletto los anos 60_y_el_tema_de_la_dependenciaJosé Ledesman Diaz Mora
 
Pensamiento de haya de la torre
Pensamiento de haya de la torrePensamiento de haya de la torre
Pensamiento de haya de la torrePepe Jara Cueva
 
Los movimientos sociales en america latina
Los movimientos sociales en america latinaLos movimientos sociales en america latina
Los movimientos sociales en america latinaPaola Müller
 
Independencia del Perú
Independencia del PerúIndependencia del Perú
Independencia del PerúkarinaInes1
 
La tercera ola populista de america latina
La tercera ola populista de america latinaLa tercera ola populista de america latina
La tercera ola populista de america latinaLizeth Katherin
 
El movimiento-sindical
El movimiento-sindicalEl movimiento-sindical
El movimiento-sindicalCGTP
 
Guia movimiento ideologico
Guia movimiento ideologicoGuia movimiento ideologico
Guia movimiento ideologicoCamilo Reyes
 
LA FANTASÍA POPULISTA DE SUDAMÉRICA: ANÁLISIS BREVE DE LA MODA ACTUAL DE GOBI...
LA FANTASÍA POPULISTA DE SUDAMÉRICA: ANÁLISIS BREVE DE LA MODA ACTUAL DE GOBI...LA FANTASÍA POPULISTA DE SUDAMÉRICA: ANÁLISIS BREVE DE LA MODA ACTUAL DE GOBI...
LA FANTASÍA POPULISTA DE SUDAMÉRICA: ANÁLISIS BREVE DE LA MODA ACTUAL DE GOBI...Legalis et Politicam Prospectum
 
Revista digital - El bienestar de la humanidad aportado por sus grandes pensa...
Revista digital - El bienestar de la humanidad aportado por sus grandes pensa...Revista digital - El bienestar de la humanidad aportado por sus grandes pensa...
Revista digital - El bienestar de la humanidad aportado por sus grandes pensa...VictoriaAlcal
 
El Antimperialismo Y El Apra
El Antimperialismo Y El ApraEl Antimperialismo Y El Apra
El Antimperialismo Y El Apraomar
 
Prologo a "La patria común. Pensamiento americanista en el siglo XIX".
Prologo a "La patria común. Pensamiento americanista en el siglo XIX".Prologo a "La patria común. Pensamiento americanista en el siglo XIX".
Prologo a "La patria común. Pensamiento americanista en el siglo XIX".rilomu
 

What's hot (20)

características del discurso populista
características del discurso populista características del discurso populista
características del discurso populista
 
Populismo en América Latina o la Prudencia Ante La Polisemia - Lic.GigliBox
Populismo en América Latina o la Prudencia Ante La Polisemia - Lic.GigliBoxPopulismo en América Latina o la Prudencia Ante La Polisemia - Lic.GigliBox
Populismo en América Latina o la Prudencia Ante La Polisemia - Lic.GigliBox
 
5 guía alumnos n1
5 guía alumnos n15 guía alumnos n1
5 guía alumnos n1
 
Evolucion y desarrollo de la vida y obra
Evolucion y desarrollo  de la vida y obraEvolucion y desarrollo  de la vida y obra
Evolucion y desarrollo de la vida y obra
 
Enzo faletto los anos 60_y_el_tema_de_la_dependencia
Enzo faletto los anos 60_y_el_tema_de_la_dependenciaEnzo faletto los anos 60_y_el_tema_de_la_dependencia
Enzo faletto los anos 60_y_el_tema_de_la_dependencia
 
Pensamiento de haya de la torre
Pensamiento de haya de la torrePensamiento de haya de la torre
Pensamiento de haya de la torre
 
Significado
SignificadoSignificado
Significado
 
Los movimientos sociales en america latina
Los movimientos sociales en america latinaLos movimientos sociales en america latina
Los movimientos sociales en america latina
 
Guia didactica completa
Guia didactica completa   Guia didactica completa
Guia didactica completa
 
Independencia del Perú
Independencia del PerúIndependencia del Perú
Independencia del Perú
 
Transicion a la Democracia en Chile
Transicion a la Democracia en ChileTransicion a la Democracia en Chile
Transicion a la Democracia en Chile
 
Año magico
Año magicoAño magico
Año magico
 
La tercera ola populista de america latina
La tercera ola populista de america latinaLa tercera ola populista de america latina
La tercera ola populista de america latina
 
Populismo 2
Populismo 2Populismo 2
Populismo 2
 
El movimiento-sindical
El movimiento-sindicalEl movimiento-sindical
El movimiento-sindical
 
Guia movimiento ideologico
Guia movimiento ideologicoGuia movimiento ideologico
Guia movimiento ideologico
 
LA FANTASÍA POPULISTA DE SUDAMÉRICA: ANÁLISIS BREVE DE LA MODA ACTUAL DE GOBI...
LA FANTASÍA POPULISTA DE SUDAMÉRICA: ANÁLISIS BREVE DE LA MODA ACTUAL DE GOBI...LA FANTASÍA POPULISTA DE SUDAMÉRICA: ANÁLISIS BREVE DE LA MODA ACTUAL DE GOBI...
LA FANTASÍA POPULISTA DE SUDAMÉRICA: ANÁLISIS BREVE DE LA MODA ACTUAL DE GOBI...
 
Revista digital - El bienestar de la humanidad aportado por sus grandes pensa...
Revista digital - El bienestar de la humanidad aportado por sus grandes pensa...Revista digital - El bienestar de la humanidad aportado por sus grandes pensa...
Revista digital - El bienestar de la humanidad aportado por sus grandes pensa...
 
El Antimperialismo Y El Apra
El Antimperialismo Y El ApraEl Antimperialismo Y El Apra
El Antimperialismo Y El Apra
 
Prologo a "La patria común. Pensamiento americanista en el siglo XIX".
Prologo a "La patria común. Pensamiento americanista en el siglo XIX".Prologo a "La patria común. Pensamiento americanista en el siglo XIX".
Prologo a "La patria común. Pensamiento americanista en el siglo XIX".
 

Similar to Formación y crisis de la sociedad chilena

Guia sumativa- Historia de Chile
Guia sumativa- Historia de ChileGuia sumativa- Historia de Chile
Guia sumativa- Historia de ChileAlexander Fuentes V
 
Escrito sobre pensemos juntos que es el arte . reflexión sobre las vanguardias
Escrito sobre pensemos juntos que es el arte . reflexión sobre las vanguardiasEscrito sobre pensemos juntos que es el arte . reflexión sobre las vanguardias
Escrito sobre pensemos juntos que es el arte . reflexión sobre las vanguardiasAbelardo Elpollo
 
Debate Gabriel salazar Alfredo Jocelyn-Holt- Rolf Lüders - Centro de Estudi...
Debate Gabriel salazar  Alfredo  Jocelyn-Holt- Rolf Lüders - Centro de Estudi...Debate Gabriel salazar  Alfredo  Jocelyn-Holt- Rolf Lüders - Centro de Estudi...
Debate Gabriel salazar Alfredo Jocelyn-Holt- Rolf Lüders - Centro de Estudi...Historia Salinas Sánchez
 
Cartilla yrygoyen (2)
Cartilla yrygoyen (2)Cartilla yrygoyen (2)
Cartilla yrygoyen (2)pericomer1
 
La persistencia de_la_memoria_popular
La persistencia de_la_memoria_popularLa persistencia de_la_memoria_popular
La persistencia de_la_memoria_popularteremoreno10
 
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia una mirada desde la cult-205)
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia  una mirada desde la cult-205)(Ciencia y tecnolog 355a en colombia  una mirada desde la cult-205)
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia una mirada desde la cult-205)geanisvasco
 
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia una mirada desde la cult-205)
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia  una mirada desde la cult-205)(Ciencia y tecnolog 355a en colombia  una mirada desde la cult-205)
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia una mirada desde la cult-205)geanisvasco
 
Cultura popular héctor rosales copia
Cultura popular héctor rosales   copiaCultura popular héctor rosales   copia
Cultura popular héctor rosales copiaalbertomorenour
 
Salvador Allende y el movimiento popular chileno
Salvador Allende y el movimiento popular chilenoSalvador Allende y el movimiento popular chileno
Salvador Allende y el movimiento popular chilenoIADERE
 

Similar to Formación y crisis de la sociedad chilena (20)

Mòdulo 3
Mòdulo 3Mòdulo 3
Mòdulo 3
 
Dialnet a40 anosdelgolpe-4679586
Dialnet a40 anosdelgolpe-4679586Dialnet a40 anosdelgolpe-4679586
Dialnet a40 anosdelgolpe-4679586
 
Guia sumativa pdf
Guia sumativa pdfGuia sumativa pdf
Guia sumativa pdf
 
Guia sumativa- Historia de Chile
Guia sumativa- Historia de ChileGuia sumativa- Historia de Chile
Guia sumativa- Historia de Chile
 
Anexo bibliográfico
Anexo bibliográficoAnexo bibliográfico
Anexo bibliográfico
 
Capítulo iii
Capítulo iiiCapítulo iii
Capítulo iii
 
Escrito sobre pensemos juntos que es el arte . reflexión sobre las vanguardias
Escrito sobre pensemos juntos que es el arte . reflexión sobre las vanguardiasEscrito sobre pensemos juntos que es el arte . reflexión sobre las vanguardias
Escrito sobre pensemos juntos que es el arte . reflexión sobre las vanguardias
 
Sec de historia
Sec de historiaSec de historia
Sec de historia
 
Debate Gabriel salazar Alfredo Jocelyn-Holt- Rolf Lüders - Centro de Estudi...
Debate Gabriel salazar  Alfredo  Jocelyn-Holt- Rolf Lüders - Centro de Estudi...Debate Gabriel salazar  Alfredo  Jocelyn-Holt- Rolf Lüders - Centro de Estudi...
Debate Gabriel salazar Alfredo Jocelyn-Holt- Rolf Lüders - Centro de Estudi...
 
Cartilla yrygoyen (2)
Cartilla yrygoyen (2)Cartilla yrygoyen (2)
Cartilla yrygoyen (2)
 
010 noticiero 1
010 noticiero 1010 noticiero 1
010 noticiero 1
 
La persistencia de_la_memoria_popular
La persistencia de_la_memoria_popularLa persistencia de_la_memoria_popular
La persistencia de_la_memoria_popular
 
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia una mirada desde la cult-205)
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia  una mirada desde la cult-205)(Ciencia y tecnolog 355a en colombia  una mirada desde la cult-205)
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia una mirada desde la cult-205)
 
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia una mirada desde la cult-205)
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia  una mirada desde la cult-205)(Ciencia y tecnolog 355a en colombia  una mirada desde la cult-205)
(Ciencia y tecnolog 355a en colombia una mirada desde la cult-205)
 
Sec de historia
Sec de historiaSec de historia
Sec de historia
 
Sec de historia
Sec de historiaSec de historia
Sec de historia
 
Sec de historia
Sec de historiaSec de historia
Sec de historia
 
Cultura popular héctor rosales copia
Cultura popular héctor rosales   copiaCultura popular héctor rosales   copia
Cultura popular héctor rosales copia
 
Salvador Allende y el movimiento popular chileno
Salvador Allende y el movimiento popular chilenoSalvador Allende y el movimiento popular chileno
Salvador Allende y el movimiento popular chileno
 
Ciencias sociales libro 1
Ciencias sociales   libro 1Ciencias sociales   libro 1
Ciencias sociales libro 1
 

More from Leonardo Vera López (20)

18sept
18sept18sept
18sept
 
18sept2
18sept218sept2
18sept2
 
18sept3
18sept318sept3
18sept3
 
Cortes de carne
Cortes de carne Cortes de carne
Cortes de carne
 
Guia beef cuts espanol 09oct13
Guia beef cuts espanol 09oct13Guia beef cuts espanol 09oct13
Guia beef cuts espanol 09oct13
 
Elchileno.cl los dueños del mar chileno
Elchileno.cl los dueños del mar chilenoElchileno.cl los dueños del mar chileno
Elchileno.cl los dueños del mar chileno
 
Retro bertrán según bertrán
Retro bertrán según bertránRetro bertrán según bertrán
Retro bertrán según bertrán
 
Fifa2015
Fifa2015Fifa2015
Fifa2015
 
Elclarin.cl la querella criminal del enfant terrible del teatro chileno contr...
Elclarin.cl la querella criminal del enfant terrible del teatro chileno contr...Elclarin.cl la querella criminal del enfant terrible del teatro chileno contr...
Elclarin.cl la querella criminal del enfant terrible del teatro chileno contr...
 
Kikocasals.com los restaurantes más exclusivos del mundo el top 5 (1)
Kikocasals.com los restaurantes más exclusivos del mundo el top 5 (1)Kikocasals.com los restaurantes más exclusivos del mundo el top 5 (1)
Kikocasals.com los restaurantes más exclusivos del mundo el top 5 (1)
 
Calibracionhd.wordpress.com todo sobre el espacio de color bt2020 utilizado e...
Calibracionhd.wordpress.com todo sobre el espacio de color bt2020 utilizado e...Calibracionhd.wordpress.com todo sobre el espacio de color bt2020 utilizado e...
Calibracionhd.wordpress.com todo sobre el espacio de color bt2020 utilizado e...
 
Libro de recetas_para_encuadernar
Libro de recetas_para_encuadernarLibro de recetas_para_encuadernar
Libro de recetas_para_encuadernar
 
079
079079
079
 
078
078078
078
 
El plan andinia
El plan andiniaEl plan andinia
El plan andinia
 
Historia TV Chile
Historia TV ChileHistoria TV Chile
Historia TV Chile
 
CDF
CDFCDF
CDF
 
Spanishbeefchart
SpanishbeefchartSpanishbeefchart
Spanishbeefchart
 
Mesas
MesasMesas
Mesas
 
Seminario tv-conceptos-2015
Seminario tv-conceptos-2015Seminario tv-conceptos-2015
Seminario tv-conceptos-2015
 

Formación y crisis de la sociedad chilena

  • 1. 1'
  • 2.
  • 3.
  • 4.
  • 5. Formaci6n y crisis de la sociedad ,ZAR VERGARA EDICIONES SUR COLECCION ESTUD10s HISTOR ICOS
  • 6. Publicado por Ediciones Sur Colecci6n Estudios Hist6ricos Romh Diaz 199 - Santiago, Chile Inscripci6n No 63.170 - Septiembre 1985 Fotografia Portada: “3 Rotitos” (ca. 1905) Tomada de: R. Lloyd, Impresiones de la Repiiblicade Chile,Londres, 1915. Diseiio Portada y Diagramaci6n: Juan Silva R. Impresih: Imp. Editorial Interamericana Ltda. Conferencia 1140 - Fono 98157 Santiago - Chile
  • 7. INTRODUCCION 0Desde que, a comienzos de siglo, el neonaje y el proletariado industrial I chilenos irrumpieron en la historia nacional demostrando con hechos que constituian ya un interlocutor y un protagonista insoslayables para la clase dominante, se sintib una necesidad creciente de elaborar la ‘teoria’ de las clases populares. Per0 hasta, aproximadamente, 1948, s610 se habia escrito la historia del ‘patriciado’, proclamada por sus autores como la historia general ‘de Chile’. Y era por eso que, entre 1910 y 1948,la teoria de las clases popu- lares no fue mis que un borrador marginal adosado a1autorretrato poli- tico de la clase dominante que, durante esos aiios, se habia procurado mejorar con la adicibn de ideas dernocratizantes y proyectos de ley sobre c6mo paliar 10s efectos mis repulsivos de la “cuestibn social” (1). Tam- biCn, en ese tiempo, una camada de poetas y novelistas, no encontrando inspiracibn en la decadencia aristocriitica, busc6 vigor expresivo en el colorido de ‘lo criollo’, bocetando retratos y escenas costumbristas de la sociedad popular. Contemporaneamente, y como por contraste, 10s pri- meros lideres del movimiento obrero caracterizaban el proletariado chile- no echando mano de 10s t6rminos en us0 en el movimiento revoluciona- rio europeo de entonces (2). Se dio, pues, el extraiio cas0 que, mientras las clases populares incrementaban de modo sustancial su poderio histb- rico y politico, el movimiento intelectual del que, supuestamente, debia surgir la ‘teoria’ de esas clases, se rezagaba, alargandose en una etapa precientifica. ’ So10 en 1948 el historiador J.C. Jobet abrio una vilvula de escape a semejante empantanamiento, a1 denunciar que la Historia de Chile se habia escrito solo “en funcibn de la pequeiia oligarquia gobernante”, con descuido del “papel primordial” jugado por las clases populares (3). Eso equivalia a una invitacibn para hacer ciencia. Desafortunadamente, el 1. El mejor estudio a este respecto sigue siendo el de J. Morris, Elites, Intellectualsand Consen- sas. A Study of the SocialQuestion and the Industrial Relationsin Chile (Ithaca, 1966). 2. Ver, de este autor, “El movimiento te6rico sobre desarrollo y dependencia en Chile. 1950-75”, Nueva Historia, 1:4 (1982), Tcrccra Partc. 3. J. C. Jobet, “Notas sobre la historiografiachilcna”, Atenea, 26:95 (1948), 357 y 359.
  • 8. profesor Jobet, que discuti6 con cierto detalle ese vacio particular de la historiografia Patricia, no se refiri6 a1 largo silencio cientifico de 10s pri- meros intelectuales ‘del pueblo’, ni a las consecuencias que de alli pudie- ron derivarse. DespuCs de 1948, numerosos historihdores y cientistas sociales -nacionales y extranjeros de diferente confesion ideologica- fueron lle- nando 10s vacios. Algunos se abocaron a1 estudio de las instituciones laborales del period0 colonial; otros, a1 analisis del movimiento politico del proletariado contemporineo (4). Asi fue posible que, en 1974, un gmpo de cientistas sociales norteamericanos hiciera un balance de lo hecho. Concluyeron que, salvo por algunas pocas lagunas, el avance habia sido satisfactorio (5). Sin embargo, la ruptura hist6rica de 1973 quebr6 la espina dorsal de varias tendencias hist6ricas que habian cobijado el desarrollo del primer movimiento popular chileno. Eso implic6 la modificacion del basamento fundamental sobre el que se constmyeron 10s sistemas te6ricos de la fase 1948-73 (6). Hoy, las clases populares parecen reclamar no solo la reno- vaci6n del impulso cientifico inaugurado por J.C. Jobet en 1948, sino tambikn la apertura de 10s esquemas de andisis que, un tanto rigidamen- te, habian prevalecido durante esa fase. Per0 desarrollar la ciencia ‘del pueblo: puede ser un objetivo mds complejo y mutante de lo que parece a primera vista. Asi, por ejemplo, si se adopta mecrinicamente el materialism0 historico, puede ocurrir -como ha ocurrido- que, por dar curso forzoso a determinados proce- dimientos metodol6gicos, se conduzca la investigacibn por un camino lateral a1 planeado originalmente. Tal ocurre cuando, pongamos por caso, a1 intentar reducir la multiplicidad real-concreta a un ncmero mane- jable de categorias simples y abstractas, se desechan conceptos concretos o inclusivos (como ‘clases populares’ o ‘pueblo’) para trabajar s610 10s 4. Los trabajos mds importantes fueron: hl. Gbngora, Origen de 10s inquilinos en Chile Central (Santiago, 1960); M. Carmagnani, El sakriado minero en Chile. Su desarrollo en una socie- dad provincial: el Node Chico, 1690-1800(Santiago, 1963); A. Jara, Los asientos de trabajo y la provisih de mano de obra para 10s no encomenderos en la ciudad de Santiago (Santia- go, 1959); H. Ramfrez, Historia del Movimiento Obrero en Chile. Siglo XD( (Santiago, 1956); L. Vitale, Historia del movimiento obrero (Santiago, 1962); J. C. Jobet, “Movimien- to social obrero”, Desarrollo de Chile en la primera mitad del siglo XX (Santiago, 19531, I; P. De Shazo, “Urban Workers and Labour Unions in Chile: 1902-27” (University of Wis- consin, 19771, tesis doctoral inbdita; A. Angell, Politics and the Labour Movement in Chile (Oxford, 1972); B. Loveman, Strugglein the Countryside. Politicsand Rural Labor in Chile. 1919-73 (Indiana, 1976), y P. Peppe, “Working ClassPolitics in Chile” (Columbia Universi- ty, 1971), tesis doctoral in6dita Obdrvese que 10s autores nacionales trabajaron este tema, sobre todo, entre 1953 y 1963, rnientras que 10s extranjeros lo hicieron entre 1966 y 1977 (ver Nota 1). 5. K.P. Erickson et al., “Research on the Urban WorkingClass and Organized Labor in Argen- tina, Brazil, and Chile: What is left to be done?”, Latin America Research Review (LARR), 9:2 (1974). 6. Acerca del concept0 de ‘ruptura histbrica de 1973’, ver A.R. and I., “Hacia una nueva pr8c- tica politica en la izquierda: anasis y perspectivas”, Renovacih, 1:l (1982), 10-14. 8
  • 9. que son esenciales o univocos (como ‘proletariado industrial’ o ‘clase para si’). 0 cuando, por dar plena vigencia a1imperativo gemelo de totali- zaci6n analitica, se diluye la historia existencial de las masas populares en la historia esencial del capitalismo nacional o internacional. Pero, hasta 1949, la historia del capitalismo no habia sido aun escrita (entre otras razones, porque se creia que la historia del feudalism0 criollo era mis importante). Los asun9Foliticos, militares y diplomiticos llenaban, por entonces,(la coxciencia tebrica de 10s chilenos (7). No es extrafio, pues, que, cugndo la crisis de 10s afios 50 desnudo la “frustra- ci6n” del desarrollo ec bmico nacional, 10s intelectuales democriticos sus dimensiones. Y se hizo evidente que &a era una tarea de mixima ur- gencia, no tanto por su caricter introductorio a la teoria de las clases populares, sino como guia estrategica para la implementacibn de reformas econ6micas de tipo estructural y como detector de 10s objetivos gruesos a atacar politicamente. Favorecidos por la coyuntura general, 10s imperativos metodolbgicos mencionados en el pirrafo anterior entra- ron‘en plena vigencia. Y entre 1948 y 1978 se vieron intelectuales de iz- quierda laborando afanosamente en la teoria del capitalismo mundial y nacional. El estudio hist6rico de las clases populares devino un objetivo intelectual de segunda urgencia. Per0 el campo donde operaban 10s estu- dios de mixima prioridad result6 estar minado por toda clase de trampas tebricas, metodol6gicas, politicas y, aun, estilisticas. Hacia 1978 ya estaba claro que las teorias sobre desarrollo y dependencia -que fueron el product0 principal del trabajo urgente- se sostenian con dificultad, no s610 formalmente sobre si mismas, sino tambiCn sobre 10s hechos se apresuraron a consumYr la viviseccibn del capitalismo local, en todas El conocimiento cientifico de las ‘clases populares’ qued6 por tanto suspendido del esfuerzo historiogrifico de 10s pioneros del ciclo 1948-63 y de 10s coqceptos econbmico-politicos acufiados por 10s tebricos del period0 siguiente. Eso pudo ser mucho o poco, per0 lo cierto es que, hasta por lo menos 1978, las clases populares se definian bisicamente por: 1) la explotacibn econ6mica y la represibn politico-policial de que eran objeto, y 2) 10s esfuerzos de 10s partidos proletarios para la conquis- ta del poder (9). La clase en si y para si, el militante, el partido y el sindi- cato, fueron, junto a sus cr6nicas respectivas, 10s atributos definitorios del ‘pueblo’ (10). Significativamente, un numero creciente de investiga- dores extranjeros se inter&, desde 1966, por la historia social integral de las clases populares chilenas (11). 8. Ver nota2. M. Segall, Desamollo del capkalismoen Chile (Santiago, 1953). ConsiderableinfIuencia ejer- ciemn en este sentido, 10s trabajos ya citados de H. Ramirez, J. C. Jobet y L. Vitale. Ver Un resumen de este tipo de ana’lisispuede hallarse en A. Angell, op. cit., y P. O‘Brien et al., W e , the State& Revolution(Londres, 1977).
  • 10. En suma, se podria decir que el proceso de construcci6n de la ciencia ‘del pueblo’, inaugurada en 1948, se estancb despuCs de 1963,entrabado por la mutacibn de 10s contenidos iniciales de la investigacibn. Porque, en lugar de la historia social del ‘pueblo’, se habia enfatizado mis la historia de sus enemigos estructurales. Y en vez de sus relaciones econ6micas, sociales, culturales, y politicas internas (ingredientes primordiales de su ensimismidad de clase) se retratb el nudo gordiano de 10s monopolios nacionales e internacionales. Y a cambio del tejido solidario por el que circula ‘su poder histbrico, se describib el paisaje amurallado de la clase dominante. Sin duda, entre 1967 y 1973, el tiempo histiprico se acelerb, acortando 10s plazos y dicotomizando las opciones. Ello explica el rumbo tomado por el movimiento intelectual. Per0 la consecuencia neta fue -segfin hoy se ve- que las ‘estructuras totales’ del capitalism0 y 10s ‘principios generales’ de la via a1socialismo (0a la revolucibn) desarrolla- ron tal fuerza gravitacional, que absorbieron no s610 la mayor parte del tiempo laboral de 10s intelectuales y la conciencia politica de las masas, sino tambien la historicidad disponible a unos y a otras. Hasta cierto pun- to, la alienacibn en que se hallaba el ‘pueblo’ con relacibnal Capital y a1 Estado se duplicb inadvertidamente en el plano de la elaboracibn te6rica. Perseverar hoy en el estudio de las clases populares -como aqui que- remos- implica, por lo tanto, apertrecharse con un cierto numero de de- finiciones minimas, de base o sustentacih, respecto de lo que se quiere decir con ‘historia de las clases populares en’tanto que tales’. Por un lado, la mptura de 1973 ha retrotraido la situacibn a un punto hi7t6rico ‘de partida’. Por otro lado, a1perder las ideas, con esa ruptura, 10s significados precisos que les daban 10s actores sociales del periodo anterior a 1973, se enfrentan hoy al problema -algo esquizofr6nico- de que sus signi- ficados tienden a regirse mis por las acepciones multiples de 10s dic- cionarios que por la fuerza de us0 social. Y este fenomeno afecta de un modo especial a tCrminos particularmente inclusivos, como ‘pueblo’. Porque ‘pueblo’ puede ser un tCrmino voiante que se podria aplicar a muchas situaciones. VCase, por ejeniplo, el siguiente recuento. En el tiempo colonial, el ‘pueblo’ no era otro que el gmpo de terratenientes- conquistadores que, habiendo fundado una ciudad, residian en ella para discutir comunalmente sus negocios. Y en el Chile de Portales, 10s cons- tituyentes-mercaderes de 1833 impusieron la idea de que el ‘pueblo’ lo formaban 10s ciudadanos que, habiendo logrado acumular riqueza mobi- liaria e inmobiliaria hasta mds arriba de un cierto minimo, se ganaban el derecho a votar. Y por 1915 se creia que el ‘pueblo’ no era sino el con- junto de la ‘nacibn’, que ambos constituian un sujeto hist6rico Gnico fundado sobre el sentimiento com6n del patriotismo. Per0 mis tarde se estimb que el ‘pueblo’ no podia ser mris que la ‘clase trabajadora’, esto es, la que producia la riqueza econ6mica de la naci6n. Y no pocas veces’ se reservb la palabra ‘pueblo’ para designar las masas indigentes del pais, es decir, lo que 10s patricios de 1830 habian llamado “el bajo pueblo”. 10
  • 11. Es claro que la busqueua ue una definicion historica (bisica) uei pue- blo’ chileno no puede llevarse a cab0 redondeando el balance de sus acep- ciones histbricas. Ni afinando el bisturi semintico hasta la tautologia in- finitesimal. Ni siquiera haciendo girar politicamente la aguja ideolbgica personal sobre las acepciones multiples del diccionario. Pues la defincion hist6rica de ‘pueblo’ es m8s una cuestion de sentido comun -0, si se quiere, de impulso vital colectivo- que de virtuosismo intelectual. Meto- dolbgicamente, es-.elpFblwa de como discernir las condicionantes fun- damentales e hacen de un colectivo social un sujeto historic0 signifi- cativo. Dicho e otro modo: es el problema de como caracterizar lo que deraria como el sujeto hist6rico realmente dindmico y socialmente signi- ficativo de la nacibn. cualquier chile1o de hoy, dotado de un minimo sentido solidario, consi- El sentido historic0 comdn de 10s chilenos ha trabajado en 10s Glti- mos afios con, por lo menos, dos acepciones bisicas de ‘pueblo’. Una de ellas -que aqui denominaremos ‘monists'- es la que ha predominado en la intelligentsia Patricia y entre 10s historiadores academicistas, y es la que define ‘pueblo’ identificandolo historicamente con ‘naci6n’. Aunque ninguno de 10s autores que ha suscrito esta tesis ha llegado a desenvolver de un modo sistemitico el total de sus implicaciones logicas e historicas, es posible configurar un esquema general de la misma. Su idea matriz es que el sujeto central de la historia de Chile es una entidad socio-espiritual congregada por la existencia de un sentimiento de homogenizacion interna: el de “patria”. Este sujeto es, pues, una enti- dad imica e indivisa, que porta en si misma la historicidad nacional. Las acciones de 10s chilenos adquieren caracter histbrico solo si estan positi- vamente enlazadas con el ‘inter& general de la nacion’ e inspiradas en el sentimiento supra-individual de ‘patria’. La condicion historico-social del individuo no vale, por tanto, por si misma: carece de historicidad pro- pia. La situacibn concretg del individuo esti trascendida por significa- dos que no son atingentes a ella misma, sino a la entidad socio-espiritual superior. Es que el ‘pueblo-naci6n’no es un sujeto historic0 pasivo, mer0 receptor de acontecimientos que acaecen (y que, por tanto, padece). Aunque es cierto que el ‘pueblo-naci6n’ padece 10s actos anti-patribti- cos de algunos chilenos, las catastrofes naturales y !os movimientos descomedidos de otros pueblos-naciones, tales acaecimientos constituyen s610 el desafio o pretext0 para el despliegue de su verdadera historicidad. Porque, en dltima instancia, el ‘pueblo-nacion’ es un sujeto hist6rico esencialmente activo. Esto es, el autor direct0 de su res gestae significa- tiva. Y su historicidad no es otra cosa que el proceso de htitucionaliza- cion de las ‘ideas matrices’ que configuran.el ‘inter& general de la naci6na. El plexo hist6rico del pueblo-naci6n es, p e s , un ‘espiritu nacio- nal’, cuyas ideas componentes configuran el “estado nacional” en forma, la ‘lierarquia social” adecuada, la “moral republicana” ideal, etc. La tra- 11
  • 12. ma de la historia nacional consiste, por lo tanto, en la dialkctica de inte- lecci6n y ejecuci6n de esas ideas nacionales de configuracion. El rol hist6rico de 10s chilenos consiste en contribuir a la realization de esas ideas. Sin embargo, el ‘espiritu nacional’ no se manifiesta en 10s individuos de un modo regular y equitativo. A veces, democriticamente, se manifiesta a traves de todos 10s chilenos, como ocurri6, por ejemplo, durante la Guerra del Pacifico, Cpoca en que la aristocracia nacional des- cubrici, algo a su pesar, que 10s “rotos” tambiCn podian inflamarse de pa- triotismo y glorificar la naci6n. Otras veces -y es lo mhs frecuente- el ‘espiritu nacional’ se manifiesta s610 a traves de algunos chilenos, aristo- criticamente. En general, las ‘ideas nacionales’ no son aprehendidas por 10s hombres ordinarios, sino por 10s ciudadanos responsables y 10s proce- res de clarividencia excepcional que, imbuidos de patriotismo, son capa- ces de realizar una gesti6n pcblica “impersonal”. Vale decir, anonadin- dose como individuos frente a la vigencia de las ‘ideas nacionales’. Un ejemplo perfecto de este tip0 de manifestaci6n se dio, hacia 1830, en el cas0 del Ministro Diego Portales, quien intuy6 e implementb “imperso- nahente” la idea configuradora de “estado en forma”. La parusia porta- liana constituye -en la perspectiva que estamos resumiendo- el eje supremo de la historia nacional, puesto que nunca antes ni despues se alcanz6 tan perfecta identidad entre el ‘espiritu nacional’ y un chileno particular. Es por ello que, para muchos intkrpretes de la historia chile- na, el argument0 politico profundo que s? debate en Chile es el destino de las “ideas portaliam” en la mente y las acciones de 10s compatriotas posteriores a1gran ministro (1 2). Sin embargo, aunque la historicidad del ‘pueblo-naci6n’ consiste en la automanifestaci6n del ‘espiritu nacional’, el Ambit0 de su resonancia no es el espacio interior mismo de la nacibn, sino aquel donde se proyectan otros pueblos-naciones: el de la historia universal. h e s la historia nacio- nal es, en ultimo anilisis, extravertida. Si el individuo esti trascendido por el desenvolvimiento del ‘espiritu nacional’, Cste lo esti, a su vez, por “el sentido” de la historia universal. Es en Csta donde se produce la comuni6n hist6rica de 10s diferentes ‘espiritus-nacionales’ y la articula- ci6n dei sentido trascendente de la humanidad. Por lo tanto, si para rea- lizar las ‘ideas nacionales’ se requiere una heroica clarividencia “imper- 12. Esta concepci6n est6 presente,de un modo u otro, en 10s historiadoresde fines del siglo XIX y en la mayoria de 10s historiadores‘acadthicos’ de Chile. Desafortunadamente, aparte de J. V. Lastarria, n i y n o de cllos cuidb de explicitarsistemiticamente su concepcibn te6rica sobre la historia. S610 A. Edwards, en su ensayo sobre La fronda aristocrstica(Sahtiago, 1927), y mis recientemente el historiador M. G6ngora en su Ensayo histbrim sobre la nocibn de Estado en Chile en 10s siglos X M y XX (Santiago, 1981), hicieron m6s explicita esa concepcibn. La mayoria de 10s historiadoresacadhicos (a1menos dc las Universidades de Chile y Catblica) revelan influenciasde fil6sofos como 0.Spengler, B. Croce, G. F. Hegel, R. C. Collingwood, W. Dilthey, K. Jaspers, J. Burckhardt y tambikn de algunosteblogos de la historia. Vcr de G. Salazar “Historiadores, historia, estadoy sociedad.Comentarioscriti- cos”, Nueva Historia, 2:7 (1983).
  • 13. sonal’ ,para-aprehender el sentiao ultimo de la historia universal se nece- un organ0 supra-sensorial, sea de tip0 religioso, o filosofico-profesio- rial. Es por esto que 10s historiadores que suscriben la tesis del ‘pueblo- naci ’n’ practican, generalmente,dos tipos diferentes de analisis histori- c ~ :1 reconstruction erudita de la morfologia hist6rica del “pueblo chi- leno’,y la interpretacion filosbfica de la historia universal (1 3). 1-J No haremos aqui la critica teorica o historica detallada de este con- cepto ‘monista’ de pueblo. Digamos sblo que 10s dos tQminos sobre cuya identificaci6n se hace descansar la unidad indivisa del sujeto hist6rico nacional (‘pueblo’ y ‘nacion’) son, ya fuera de esa identification, formal Y cualitativamente distintos. Porque ‘nacion’, aunque es cierto que, por un lado, alude a un colectivo social diferenciado que tiene conciencia y sentimiento de identidad frente a otras naciones, por otro esti esencial- mente definido por una cualidad tCcnico-general(‘pertenecer a...’) que se distribuye homogCneamente sobre todos 10s individuos que componen el colectivo. El tkrmino ‘nacibn’ alude a un proceso historico pasado, concluido en el presente, sobre el que se sustenta un sentimiento comun de mera identidad. En cambio, el tkrmino ‘pueblo’ sugiere de inmediato un colectivo social de cara a1 futuro, duefio de un caudal historico vivo, y con el potencial necesario para transformar especificamente las situa- ciones dadas, o heredadas del pasado. Como tal, esti capacitado para re- basar el marco de las identidades histbricas. Si ‘la naci6n’ es un marco ge- neral de identidad, ‘el pueblo’ es un potencial de diferenciamiento especifico. Es por ello que la morfologia historica de ‘la nacion’ define a1 ‘pueblo’ so10 por sus rasgos genkricos, por su pasado, y sus cualidades estiticas. El pueblo es una realidad interior de la nacion, la sustancia viva y cambiante en la cual radica su historicidad. En Chile -y sobre todo despuCs de la ruptura de 1973- el concept0 de ‘pueblo’ s610 se puede definir por referencia a la historicidad involu- crada en el drama interior de la naci6n. Esto nos pone frente a otra acepcion de ‘pueblo’ que ha sido de us0 corriente entre 10s chilenos, a saber: la que esti focalizada, no sobre la howgeneidad interior del espiritu nacional indiviso, sino sobre el drama de alienacion padecido por una parte de la naci6n a consecuencia del ac- cionar hist6rico de la otra parte, y/o de otras naciones. A diferencia de la tesis ‘monista’ de pueblo, que conduce a1historiador a contemplar Cpica o filosoficamente la res gestae nacional, esta perspectiva promueve en el historiador el desarrolo de una percepcibn introvertida y patCtica del des- garramiento interno del cuerpo social de Chile. Por cierto, semejante perspectiva no fue asequible para 10s cronistas del period0 de fundacih de la naci6n. Y no fue sino marginalmente con- 13. Ver, en especial, M. Gbngora, Ensayo...,op. cit. 13
  • 14. siderada por 10s fundadores del ‘estado’ y el ‘capitalismo’ chilenos. Por un tiempo -desde 1850 a 1930, aproximadamente- la aristocracia no sintib mis que su propio desgarramiento interno, hecho que la oblig6 a eccionarse teorico-politicamente. Como se sa6e7su diagnostic0 estaba aquejada de ‘“fronda aristocritica”, es decir, no de un tbrico propiamente nacional, sino de una tragicomedia de clase, en su propia alienacibn, o paranoia auto-provocada (14). ue introvertido y patktico del ‘drama interno de la naci6n’ camino por si mismo desde que 10spropiok alienados hicie- o sblo la crudeza de su alienacibn, sino tambih la historici- e de sus esfuerzos por escapar de ella. La creciente legitha- ste enfoyue no ha impedido, sin embargo, que siga subsistiendo aristocr5tico-academicista de que es sblo el punto de vista y unilateral de 10s sectores m5s bajos y civicamente irres- severancia con que, pese a esa sospecha, algunos historiadores o-sociales continGan trabajando dentro de la perspectiva pate- ‘pueblo’, se explica por la presencia de otro sentimiento b&sico, ecifico que el de ‘patria’: el de solidaridad. Si el sentimiento pa- pone a 10s historiadores ‘monistas’ en comunicacibn con ciertas supra-individuales de identificacibn espititual, el de solidaridad la comunicacibn viva con otros chilenos de carne y hueso. Es e ‘la patria’ sblo puede ser real, -est0 es, susceptible de his- ativa- si las relaciones de solidaridad entre 10s chilenos lo son, previamente. Si se asume esta perspectiva, surge de inmediato la necesidad de bus- car una definicih de ‘tlueblo’ aue incortlore. tlor un lado. la ewecifici- el drama nacional, y por otro, el tip0 de historicidad que se deriva Sin duda, aun cuando es imprescindible mantener la idea de ‘histo- ria nacional’ como continente natural del analisis, no es posible con- ’ la tesis monista del sujeto hi6t6rko nacional ‘indiviso’, ente homogheo y valbricamente irrenunciable. Descartar sujeto histbrico no significa, por supuvto, que se asume ma- nte la tesis metafisica opuesta, del sujeto nacional dividido, ‘principio’ de la lucha de clases. El drama histbrico nacional es o tangible para ser una mera cuestibn ‘de principio’. Y seria des- su inexistencia por el solo hecho de que muchos chile- o importa desde que flanco- la lucha de clases como el drama histbrico nacional no &lo es anterior a la enun- ante principio, sino que va mds profundo que la mecini- ca ideolbgica ligada normalmente a las discusiones ‘de principios’. A decir verdad, el drama interno de Chile ha llegado a un puntal tal de auto-evi- 14. A. Edwards, op. cit. Sobre el conflict0 interno de la clase dominante. Ver G. Salazar, “Dife- ren&cicjn y conflict0 en la clase dominante chilena (1820-1973)” (Hull, 1983), documen tos de trabajo.
  • 15. aenclacibn, que ya no parece necesario ayudarse de exageraciones meta- f f ~ c a so de mecanizaciones 16gicas para identificar (0agudizar) la angus- social propia o ajena. En su conjunto, la situaci6n histbrica sefiala la necesidad de descolgarse de las b6vedas abstractas para sumergirse de limo en 10s hechos cotidianos, o en las relaciones sociales de todos 10s dias. Cualquier chileno corriente de hoy -aunque, como se veri, algunos m&sque otros- conlleva dentro de si una ‘carga hist6rica’ mis compleja, concreta, valiosa y significativa que ningfin sujeto (u objeto) metafisico podria, aun estirando su definicih, jamis contener. En una sociedad desgarrada por una mecinica interior de alienacibn, el drama no es vivido por toda la nacion, sino s610 por una parte. Pues la alienaci6n es una corriente de fuerza unidireccional que, dirigida desde un sector social, oprime otros sectores sociales a1 extremo de producir la encarnaci6n viva de anti-valores humanos. A la inversa del sentimiento patribtico, el poder social opresor y la fuerza hist6rico-social no estin h e mogCneamente distribuidos, ni marchan unisonamente. Es que la fuerza alienadora, auil cuando demuestra su potencia oprimiendo una parte de la nacibn hasta su negaci6n humana, no transmite a 10s oprimidos su energia material o fisica, y otra puramente hist6rica. La primera la retie- ne y la multiplica, per0 la segunda la transfiere a 10s alienados, irreversi- blemente. Y este proceso de transferencia no puede ser, a su vez, oprimi- do. Es por ello que las masas alienadas despojan a 10s alienadores de su historicidad, precisamente a travCs de 10s mecanismos de opresibn, y mis mientras mis alienantes Sean Cstos. Per0 ic6mo se explica esa transferen- cia de energia histbrica? F’ues, si el proceso histbrico es -conforme indica el sentido cornfin- no otra cosa que la energia social aplicada a1 desenvolvimiento pleno de la naturaleza humana, es decir, un proceso de humanizaci6n permanen- te, entonces la ‘historicidad significativa’radica principalmente en aque- 110s hombres que buscan con mayor intensidad e inmediatez su propia humanizacibn, y/o la de otros. La compulsi6n humanizante -que es uno de 10s caracteres distintivos de 10shombres y mujeres de base- se exacer- ba, se acumula y se desarrolla precisamente cuando 10s factores alienan- tes incrementan su presi6n. Es por esto que la historicidad se concentra progresivamente en las masas alienadas, y si el ‘pueblo’ es a la ‘nacibn’ lo que la dinimica a la estitica y lo especifico a lo general, entonces ‘el pueblo’ no es sino la parte alienada de ‘la naci6n’. El ‘pueblo’ es la parte de la naci6n que detenta el poder histbrico. Per0 asumir el enfoque introvertido y patCtico de la historia nacional no s610 involucra especificar el sentido hist6rico del tCrmino ‘pueblo’ con respecto a1 de ‘naci6n’. TambiCn -y no menos riesgosamente- obliga a especificar el sentido histbrico de la idea ‘sociedad desalienada, 15
  • 16. partida, es conveniente es lecer que la idea nizacibn’ es evidentemente m6s amplia que la cibn’, ya que, inientras la segunda alude a acia las etapas finales de un ’drama nacio- a pnmera alude a un proceso histbrico que rebasa sig- oralmente 10s periodos superpuestos de alienacibn-desa- toricidad del proceso de humanizacibn trasciende, por a mec6nica de alienacibn, y por amplitud, la contraalienadora. En consecuencia, el concep umanizada’ no podria sustentarse, por principio, sobre la dictadura de poderes alienantes; ni tampoco sobre la pura exyansibn de 10s poderes Bqantes, por constituir Cstos solo una expresibn transitoria y e la fuerza central de humanizacicin. S610 esta idtima ppede ofre- amentos solidos, de alcance estrategico, para la construccibn de una sociedad desalienada y, sobre todo, humanizada. No disimulemos el problema: la definicibn histbrica especifica de la precisar el alcan- dora, es decir, la desde el punto de vista de las masas ogrimidas. A decir a de alienacidn incluye no s5lo la opresibn alienadora, tambih la reacci6n liberadora; es decir, la negaci6n del pueblo por ores, y la destruccibn de 10s poderes alienantes por el pueblo h#smo. La confrontacibn directa entre alienados y alienadores est6 regida par el juego fluctuante de las negaciones r&ciprocas,y lidereada por 10s poderes sociales construidos por unos y otros a fin de producir una negacibn. Aunque este antagonismo constituye un campo histbrico insos- layable para toda observaci6n cientifica de la sociedad, y aun, en ciertas circunstancias, un desfiladero necesario pos el que 10s protagonistas creen indispensable cruzar a fin de desenvolver sus proyectos de largo plazo, es evklente que, en 61, lasnegaciones reciprocas tienden a fortalecerse mutua- no plazo, a producir resultados o desarrollo y la tardia madura- es’ iacianales y 10s ‘valores’ en popular humanizada plantea la tarea lateral ue, en este sentido, tiene la lucha contra-ali mo negaciones y3 en el la accibn social tienden a +minuir su capacidad mo a la acerada supremacia que %tlquieren,a1 interior de ese ‘medios’ utilizados para negar. Es por ello que, aunque de humanizacibn en marcha, sw‘ naturaleza especifica puede hipertro€i $e a tal grado que puede alter& el sentido del proceso central de huma ztfcibn. El antagonismo contenido en un drama cional de alienacibn est6 hecho de la misma sustancia val6rica e st6rica que el pr central de humanizacibn, aunque si constituye su ribera dialectics. tancia histbrica que nutre la corriente central de desarro ses’ puede ser declarada y eecutada desde el interior de un proceso: desalienada y humanizada sblo puede derivarse, primero, de solidaridad reciproca e s alienados mismos, y, d relaciones desalienadas ent s 10s que persisten en aciiin de la sociedad.
  • 17. la ruptura hist6rica de 1973 ha intensificado la presion alienadora (Y por consiguiente, la mecinica acumulativa de las negaciones recipro- cas) a1 grado que ha hecho autoevidente su oontenido deshumanizante. Es una prueba palpable de la futilidad hist6rica a que se llega por la via de absolutizar el juego de la negacion. IdCntica futilidad podria observar- se en otras ireas, por ejemplo, en la acumulacion de poder negativo a escala mundial. Hoy, mis que nunca, parece necesario poner de relieve la sustancia social contenida en la solidaridad reciproca de 10s alienados, y el poder hist6rico que le es inherente. Hacer eso, sin embargo, equivale a entrar en otra ronda de ‘riesgosas’ definiciones. Apegarse a la ruta de humanizacion es una decisi6n menos ingenua de lo que parece, y considerablemente mis expuesta a la sospecha ideologica que otras opciones. Es que ‘lo politico’ tiende a identificarse cada vez mis con la estrategia de 10s antagonismos que con la del desarrollo social. Aludimos a esto porque, a1 tomar la opci6n indi- cada en el pirrafo anterior, se llega de inmediato a1 problema de c6mo definir el tiempo hist6rico del proceso de construcci6n de una sociedad popular desalienada. Pues, a1aceptar que la sustancia fundamental de ese proceso no es el juego de las negaciones reciprocas sin0 las relaciones de solidaridad entre 10s alienados, es preciso aceptar tambiCn que la ‘socie- dad popular desalienada’ no podria advenir en un MARANA indetermi- nado, es decir, s610 -y tan s610- despues que se consumara la revolucibn anti-capitalista, anti-burguesa y anti-imperialista. Tampoco podria adve- nir, en ese ‘mafiana’, como una mera reproducci6n (es decir, como fruto de un esfuerzo de intelecto y voluntad) de alguna desalienaci6n ‘clisica’ consumada exitosamente por algun otro pueblo en su propio AYER. No, porque la sustancia primordial de la sociedad desalienada existe en todo momento a1 interior de 10s desalienados mismos, y entre ellos mismos; es decir, se identifica con ‘el pueblo’ en tanto que tal. La sociedad popular desalienada no es otra cosa que el pueblo ocupando su propio HOY, o sea, toda la latitud y longitud de su solidaridad desalienante, no s610 para negar a susenemigos, sino,principalmente, para desarrollarsu propia socie- dad. Porque la historicidad inherente a1 ‘pueblo’ (como aqui lo hemos definido) no habla de mafianas o de ayeres, sino de ‘hoy mismo, ahora mismo’. Asumir esto involucra re-introducir la historicidad del pueblo (hoy delegada en sus intelectuales y vanguardias) a1 interior de las bases mismas, subordinando todos 10s tiempos a1 presente cotidiano, y 6ste a 10s hombres y mujeres de carne y hueso. So10 asi las formas catastrofistas que se ligan a 10s ‘mafianas’indeterminados, a 10s ‘ayeres’clisicos y a las ‘negaciones’ absolutizadas, pueden diluirse en sus lugares naturales, per- mitiendo el reflorecimiento de las formas cotidianas, la re-humanizacih de 10s procesos politicos, y el desarrollo del poder hist6rico del pue- blo (15). . 15. Un mayor demrollo de estas ideas en A.R. y G.S., “Notas acerca del nuevo proyecto h i s 6 rico del pueblo de Chile” (Mimeo, 1982). 17
  • 18. esto, no se hace ‘tCcnicamente’ necesario desgarrar a1 ‘pue- 010 por facetas, dividihdolo entre un hombre dom6stico y KO, entre uno conciente y otro inconciente, entre un pueblo ado y otro desorganizado, entre un proletariado industrial orga- otro desorganizado, entre un proletariado industrial y una ginal, o entre la vanguardia y la clase. La auteliberaci6n no re- una desintegracibn social, sino de lo contrario. La historicidad del pueblo no se acelera dividiendo las masas populares, sino sumandolas y, sobre todo, potenci6ndolas. Porque cuando el hombre de pueblo ac- t6a histbricamente, es decir, en linea directa hacia su humanizacibn so- lidaria, no moviliza una sino todas las facetas de su ser social. La poten- ciaci6n del sujeto histbrico popular tiene lugar en el 6mbito de su pro- pia cotidianeidad, ya que la humanizaci6n de la sociedad est6 regida por la validation permanente de sus formas convivenciales de paz, aun dentro del campo marginal de las negaciones. Son Bsas las ideas generales que definen la orientacibn te6rica de este estudio sobre la sociedad popular chilena del siglo XIX. Ellas explican por qui no est6 centrad0 ni en el proceso de explotaci6n del trabajo, ni en la opresibn institucional de 10s desposeidos, ni en la lucha revolucio- ria del proletariado. Aunque esos problemas son examinados cuando corresponde, ello se hace en la perspectiva de la ‘sociedad popular’ en desarrollo. El esfuerzo se ha concentrado en la observacibn de 10s hechos y rocesos desde la perspectiva del pueblo ‘en tanto que tal’. No se inten- /a refutar hs perspectivas que focalizan el“desarrollo del capitalism0 en Chile’, o 10s progresos revolucionarios del ‘movimiento obrero’. Mas bien, lo que se pretende es trabajar una perspectiva complementaria que, a1dia de hoy, parece ser indispensable. En cuanto a las conclusiones generales, ellas se exponen a1 final de este trabajo. , Este estudio no es el praducto de upa elaboracibn tebrico-especulati- va individual, inspirada, sostenida y pur lo tanto explicada por la tensa autosuficiencia interna del mundo Ifiteleclual-acadkmico. Aunque s& autor tiene con ese mundo una sustancial deuda formativa, este trabajo es, en gran medida, el product0 de u‘na intensa experiencia histbrica indi- vidual, y de una serie acumuiativa de interacciones socieintelectuales con una sucesibn de camaradas, a lo largo de un cambiante proceso hist6 rico. En el comienzo, no se .podria ignorar la fuerza radiante de las imb- genes que Benito, mi padre, y Laura, mi madre, grabaron en mi concien- cia social originaria. Porque el, h$o de inquilinos, pe6n de fundo viente dombtico, chofer particular, autodidacta y mecanico de mbviles, ha perseverado en toda circunstancia en la oracibn que d su relacibn rnistica con Dios: el mego porque se imponga la paz y 1
  • 19. Gdnferido por “sus” propios pobres, “visitadora social”, prwiic6 su fe -&?tiana ‘en el terreno’, invirtiendo la mayor parte de sus tardes y no :as de sus mafianas en la tarea de solidarizar con “10s pobres” que habitaban por entonces en ambas margenes dcl Mapocho. Es que Beni- to y Laura llenaron, sin proponCrselo, con hechos, lo que 10s ojos de un niiio podian ver como espacio de solidaridad. No se deberia tampoco olvidar las cuatro “poblaciones callampas” que rodearon, por casi veinticinco afios, nuestra Poblaci6n Manuel Montt (barrio de Las Hornillas), ni la sociedad popular espontinea que se constituy6 en la esquina de nuestra cas. Mi infancia se pobl6 densamente de las imligenes proyectadas por la sociedad “de la esqui- na”: hombres, mujeres, nifios, perros, harapos, tarros, hambre, frio, rifias, heridas, alcohol, per0 sobre todo, calor humano. Calor huma- no que emanaban esos hombres y mujeres cada vez que percibian cer- Ca de ellos el aliento inconfundible de la solidaridad. Ni se podria consumar el eclipse de esos camaradas de barrio (Pedro, RubCn, Florentino...) que, atrapados por la opresion, o por sus dudas, o por el magnetism0 de la desesperacion o el escapismo, no se aden- traron por la ruta semi-liberadora de ‘10s estudios’. Hoy, su recuer- do remueve un extra0 pesar de desclasamiento. Pero luego surgieron esos alumnos-camaradas que, yendo mis ri- pido que 10s descubrimientos lentos de su profesor, proclamaron que “el Gnico modo, hoy, de hacer historia, es negar la negation" y, ge- nerosamen te, lo dejaron todo, negindose, incluso, ellos mismos. Y surgieron tambiCn esos estudiantes-camaradas que, habiendo halla- do el sentido real de la historia popular, ofrecieron su tiempo e inte- ligencia para colaborar en su investigacion. La recoleccion de 10s pri- meros materiales y el decantamianto de las primeras hipotesis de este estudio fue posible gracias a su camaraderia. Ellos fueron: Carmen Lara, Elizabeth Guevara, Cecilia Valdks, Svetlana Tscherebilo, Loreto Egaiia, Emiliano Pavez, Germin Silva, y Jose MorandC. La citedra fue, durante un tiempo, la principal fuente de apren- dizaje y un medio casi unico para alcanzar la ‘teoria’ de las clases popu- lares. Y fue posible beneficiarse de la palabra de maestros como M. Ghgora, H. Herrera, H. Ramirez, J. Rivano, E. Faletto, F. H. Car7 doso y A. G. Frank. Per0 aun mis fkrtil result6 la relacion de trabajo que se establecio con colegas como Jaime Torres, Armando de Ramon, C. S. Assadourian, C. Castillo y C. Bustos, especialmente en cuanto a la dificil tarea de asimilar critica - no mecinicamente - la teoria ‘general’ del capitalism0 y el proletariado. Durante ese tiempo, la prictica politica de 10s intelectuales ‘del pue- blo’ consistia, en el mejor de 10s casos, en el ejercicio de un liderazgo 19
  • 20. ico wbre las masas populares, y en el peor, en un entre 10s intelectual OS. En el fondo, flotab entimiento de insuficienc ufragio vag0 de historici e entonces que, con Juanit ,JosC, y tantos otros, re-pensamos todo esto, sintiendonosex- te fuertes, esto es, irreversiblemente unigos. laterra ha sido la ‘situaci6n 1 ar h s ideas. Y tarnbien ite’ ideal para revivir las experien- ra procesar, por fin, 10s materi y cotejar el balance con otros puntos de vista. Nuevos in, S. Brett, B. Fearnley, .Booth y T. Kemp, hiciero le concluir mas tareas. Es precis0 mencionar tambiCn el ndo de Investigaciones de la Uni- versidad Cat6lica de Santiago, la Fundaci6n Friedrich Ebert, el World University Service, y el Department of Social Security del Reino Unido, para dar cuenta del origen de 10s fondos que, en distintos periodos y cirr cunstancias, permitieron financiar 10s gastos de investigacih y, tambien, en 10s filtimos tres casos, la subsistencia del investigador. Y asi se pudo concluir este estudio, tan frecuentemente interrumpido, para bien o pars mal, por las erupciones del proceso hist6rico mismo. Hull. Agosto, 1984. 20
  • 21. F T P ‘ & C < ? CAPITULO I LOS LABRADORES: CAMPESINIZACION Y DESCAMPESINIZACION (1750 - 1860) ,I. FORMACION COLONIAL DE UNA CLASE TRABAJADORA: DESDE EL SOMETIMIENTO LABORAL DE UNA NACION AL . SURGIMIENTO DE CAMPESINOSY PEONES LIBRES (1541-1750) . En una sociedad colonial en fundacibn, el proceso de formacion de la se trabajadora puede ser particularmente lento, tortuoso y dificil. En primer lugar, porque el material social basico reacciona mal frente a la gresi6n conformadora. Luego, porque la clase patronal esta tambi6n en (ormaci6n y carece de suficientes elementos de juicio para identificar, p r un lado, la mejor via para acumular riqueza, y por otro, el sistema @bora16ptimo para el desarrollo de esa via. 4n ~ En una sociedad colonial en fundacibn, sobre el drama de las masas ;ociales que son forzadas a disciplinarse dentro de cambiantes y opresi- vos sistemas de trabajo, se superpone el itinerario de torpezas trazado por 10s colonos que, a ciegas, tantean su auto-transformacih en burgue- $a capitalista. En Espafia, 10s futuros patrones coloniales americanos y chilenos habian sido un conglomerado de campesinos y artesanos pobres, a quie- nes la bancarrota financiera simultanea del feudalism0 y del absolutismo ponzirquico (desencadenada por su descontrolado endeudamiento con 10s mercaderes de GCnova y Sevilla) habian obligado a emigrar. En su &a americana, 10s ernigrantes lucharon por el mejoramiento de su con- dici6n socioecon6mica de origen,a1mismo tiempo que aprendian las tec- nkas del empresariado colonial. En el context0 del siglo XVI, 10s emi- mantes pobres buscaron su liberaci6n transformandose en la clase patro- rsal de 10s indigenas americanos. Desarrollaron, pues, una ‘revoluci6n’ hacia abajo, servilizando a otros a medida que se sefioreaban a si mismos. Eso envolvia el desafio doble de fundar las dos clases fundamentales de una nueva sociedad. En America, 10s emigrantes pobres desarrollaron un tip0 de poder: el de exploraci6n y conquista, mas no otros: el econ6mico y el poli- tico. Por un largo tiempo, el poder econbmico colonial estuvo monopo- 21
  • 22. lizado por 10s mercaderes que controlaban el comercio con Espafia. Bajo $se monopolio, 10s precios de importaci6n fueron desmesuradamente al- zados, mientras la tasa de inter& se manipulaba a niveles de usura. Los mercaderes-banqueros de Sevilla, GCnova y de otras plazas europeas ma- nejaban, en la cdspide, las principales cornpailia mercantiles del naciente sistema comercial americano. Per0 eso no era todo. Los reyes de Espaiia, absolutistas como eran, se esmeraron en administrar ‘politicamente’ el acceso de 10s colones a la tierra, las minas, y 10s indios; es decir, el acce- so colonial a 10s medios de produccibn. En la colonizaci6n americana, la iniciativa empresarial de exploracibn y conquista era libre, privada, y abierta, per0 el subsecuente proceso empresarial de “acumulacibn primi- tiva” era regulado, pdblico, y selectivo. Por eso, 10s colonos que, pese a todo, lograron reunir bajo su,coman- do un haz de medios de producci6n, hallaron que la coyuntura econ6mi- ca estaba monop6licamente asentada sobre ellos; que 10s poderes extra- econ6micos (la Corona, la Iglesia) acosaban desde todos 10s flancos, y que las expectativas de enriquecimiento (ilimitadas, para la mente con- quistadora), hallindose comprimidas en tal situacibn, se volcaban sobre el haz de medios productivos, estrujindolos a1 mdximo, S610 habia una tdctica de salida: aumentar geomCtricamente la ganancia monetaria de conquista, en el mds corto plazo posible. El colono que queria prosperar -y en verdad, para eso habian viajado todos a AmCrica- no tenia otra, via de enriquecimiento que oprimir sus progios medios e producci6n. Sajo esta cdpula tensa germinaria el primer sistema,de trabajo colo- / nial. En el context0 del siglo XVI, incrementar la ganancia monetaria de conquista significaba producir en gran escala una mercancia exportable. A la inversa de las compaiiias inglesas y holandesas de colonizaci6n mo- nopblica, que operaban ‘masificando’ el comercio ultramarino de produe. tos exbticos, las pequefias compailias populares de colonizacibn hispano- americanas tuvieron que operar (anti-monop6licamente) ‘masificando’ la producci6n de oro, plata, azdcar, cueros y otros productos. Esto signifi- caba descartar la ‘pequefia’ producci6n artesanal de lujo, que habia d e minado, hasta entonces, la “revoluci6n comercial” del sur de Europa. La producci6n masificada constituy6 un aporte significativo de las coloniM hispano-americanas a la economia mundial, y aun una inyecci6n estinw lante para el desarrollo del capitalism0 europeo, per0 eso no condujo formacibn, en Hispano-Am&ica, de un ndcleo mercantil-financier0 d mensiones iguahnente masivas, esto es, equivalente a1 esfuerzo hech :1 terreno productivo. No hubo, pues, una ‘acumulaci6n’ equivalente. bii nasificaci6n productiva sin masificaci6n acumulativa convirti6 la cuota de ganancia colonial en un factor inverso de las fuerzas productivas; es decir, a mayor incremento de la ganancia correspondia una mayor c presi6n (sin desarrollo) sobre las fuerzas productivas. Las empresas c 22
  • 23. zada tanto en et sent disponibles. Para 10s calonos del sigh XVf, que disponian de tencial laboral de la naci6n Europa (1 ). No es ex y, finalmente, e1 R
  • 24. Aunque tal sistema implicaba la promulgacion de una revolucionaria “legislaci6n social” que no tuvo parangon en el colonialismo saj6n y protestante -so10 lo tendria en 71 capitalism0 industrial-, 10s colanos productores no estaban preparados para embutir semejante revolu- cibn en sus nacientes cumulos de ‘riqueza originaria’, y se rebelaron frente a ella. La oposicibn de 10s empresarios coloniales a las imposicio- nes laborales de la Corona constituiria uno de 10s componentes centr les de la evoluci6n histbrica del sistema de encomienda. Como institucih, la ‘encomienda’ ha sido abundante y erudita expuesta por numerosos autores. No intentaremos aqui repetir lo dios ya realizados, sino s610 poner de relieve aquellos aspectos que cidieron en la transformacih histbrica de la encomienda en tant ma laboral. Comosesabe, el Rey de EspaRa decidib reconocer a 10s americanos como subditos legitimos. Esto equivalia a desconocer edicto, su soberania propia, y a conferirles, por el mismo edicto, sujecibn ‘europea’ que impedia a 10s colonos conquistadores adm trar por si mismos la soberania ‘conquistada’ a 10s indigenas en e rreno. La decisi6n del Rey no resolvia cualitativamente --sin0 s610 grado- el problema de la sujecibn indigena, pero,en cambio, aume ba la sujecgn de 10s colonos aI Rey. La Corona fortalecia su dom soberano, a costa de la indTpendencia empresarial de 10s colonos. berano’ un cie Los flamantes4s ditos quedaron obligados, pues, a pagar a su ‘ uto anual, que podia’ser cancelado en dinero, o 0. Per0 el Rey, que ademlis de soberano era j iar a 10s conquistadores que m b se distinguia .A ese efecto, cedib, por periodos determin la recoleecion de 10s tributos indigenas a 10s Conquistadores mlis di i’a, en 10s hechos, a ejercitar la administrac 1trabajo. Habiendo monopolizado la ‘sobera dhna, el Rey devino en el Ban suministrador y regulador de la fue trabajo colonial. Ni la oferta y la demanda, ni la ley de 10s a tronales, constituyeron el mecanismo, recto; del mercado la la mente politica y cristiana del Rey. El modo de produccion tendia a consolidarse, asi, de tal f o T a , que 10s poderes extraecon6 roian e$ el coraztjn de la acumulacibn colonial. Los factores produ se asignaron, fundamentalmente onforme a criterios aristocratic la 6lite conquistadora asi priv da (la encornendera) no sin por ello, la necesidad de estpijar sus factores productivos a1m dios encomendados inclu a fin de masificar la produc * la mente de 10s colonos eaba el concept0 empres masa’. En la prtictica, el sistema de encomienda no fue brio en el que transaron, localmente, 10s empre ncionarios del Rey (4). 4. M.Gbngora, Et Egtado en elberecho Indiana Epocade Fundaci6n(1492- j 1951), y A. Jara, Fuentes para padim. 24
  • 25. anm en su favor nda pmpiarnente ln$ios pagaban e
  • 26. esos socio-econbmicos de base impusieran, sobre la mente c politica del Rey, su fuerza histbrico-local mayor. La cre cabilidad del sistema de encomienda debilito de hecho el de la mente cristiana del Rey, creandose asi un vacio don laborales surgidas de 10s procesos locales de ajuste pu llarse y prosperar. En Chile, s610 un 40 por ciento de 10s conquistadores fueron agr dos con encomiendas en la primera distribucion. Este un 30 por ciento con la segunda. Y en 1575, en el Obispado de Sa habia sblo 84 encomenderos sobre un total de 5 15 colonos “con casa blada” (16,3 por ciento). Por la misma fecha, se contaban 275 enco deros en el ciento) (9). Obispado de La Imperial, sobre un total de 1.040 El mismo fenbmeno es visible desde otro Pnnulo;. . . go, 1614, un funcionario real contabilizb 2.01 4 indios sobre un total de 5.5 14 trabajadores indigenas; esto es: 3 Per0 debe considerarse que, por entonces, existian en el ire sobre 3.000 esclavos africanos y un nlimero indeterminado de me espafioles pobres que trabajaban para 10s colonos, de manera que e centaje de indios encbmendados sobre el total de la fuerza de tr debib ser apenas superior a1 20 por ciento (10). Estos datos permiten poner que, a comienzos del siglo XVII, no mis de un 25 por ciento patrones de Santiago eran encomenderos. Si esto fue asi, las rela predominantes de produccibn eran aquellas,que se desenvolvian a1 mar del sistema de encomienda (11). iCbmo era eso posible? Fundamentalmente, por el hecho de colonos no formaron la fuerza de trabajo s6lr subyugando indi tambign discriminando colonos pobres e individuos racialmente m dos. En un comienzo, motivados 10s colonos por la idea de someter ralmente una nacion entera, no se preocuparon mayormente de orga un sistema de trabajo que no fuera indigena. Esto signific6 qu colonos pobres y mestizos -que fu n las victimas principales mecanismos de discriminaci6n- se acumularon a1 margen del sis laboral oficial, como una inarticulada per0 creciente reserva coloni trabajadores. Las fuentes epocales ?os llamaron “vagamundos”. La discriminacidn funcionb.a varios niveles. A 10s individuos miento irregular, por ejemplv, de oscuro origen social, o de dudos tacibn moral, o de ocupacidn deleznable, les fue prohibida la adquh 9. J. L6pa de Velasco, Geogrpfi’a y descripeiih universal de taS Indias (escrita por 15714;4 cibn consuitada:Madrid, 19711, 265-;
  • 27. I per0 eso no impidi6 que el numero de “vagamundos” continuara cre- &do. Esta circunstancia determintt que la discrirninacibn por segrega- @&fanfundar a ese fin (19). En Chile, para evitar esercittn, se or- el EjCrcito de La Fronteri debia estar co uesto exclusiva- espaiioles, con exclusi6n de ”1 castas” (20). A mediados del I ya era evidente que la ‘limpieza de nacimiento’ no preocupaba azaron a ser definidos conforme a1 estereotipo judicial del “vagabun- !mal entretenido”, est0 es, corn0 un delincuente potencial. No es asi y21j. Insensiblemente, 10s bandos-dirigidos c on tambi6n sobre 10s pobres qu a1 “bajo pueblo”, aun cuando a1 o se desempenase un oficio ahi que, cuando a fines del siglo XVI 10s c ctos semi-manufacturados al P nos iniciaron la ex- se descubri6 que, entar la productividad por trabajador, se tenia que desarrohr ia artesanal, todavia 10s indigenas fueron preferidos en el pro-
  • 28. ceso de capacitacion laboral que se pus0 en marcha. Est0 explica q comienzos del siglo XVII, un elevado porcentaje de 10s trabajadores genas fueran computados como ‘artesanos’.Por cjemplo, en 1614,el Li ciado Machado contabiliz6 48 1 indios “veliches” en el distrito de Sant go; de ellos, 409 (85 por ciento) tenian un oficio artesanal (23). Por misma Cpoca, 10s indios artesanos ganaban un salario que era, en medio, 40 por ciento m6s alto que el ganado por 10s “peones” indigenas (24). El incremento de la maestria artesanal de 10s trabajadores indios in- con desgaste’ del potencial laboral de la naci6n indigena conquista Esto no disminuy6 su inter& por el trabajo esclavo, per0 si alter6 su co tenido, ya que de ‘la esclavitud de conquista’ se pas6 a la ‘esclavitud c encomendados. No pocos se arriesgaron a pagar salarios a indios- nos libres y, mis significativamenteaun, a peones blancos y mestizo La monetarizacih del mercado de trabajo ocurrio, pues, del sistema de encomienda, per0 a h dentro del concepto de digena’, que era dominante. En Santiago, el barrio popular de artesanos independientes que, en su mayoria, eran indios (26). que, cuando el ‘trabajo-masa’ dio paso a1concepto de ‘trabajo ar tinuaron existiendo a1 margen del sistema oficial de trabajo. Per0 eso no impidi6 que su nGmerq continuara aumentando. Y 1570 sumaban 17.000 individuos, es decir, 3 veces la poblaci6n de e fioles y criollos con casa poblada. En 1620, su nGmero era ya 5 veces yor (27). 28
  • 29. que, mientras 10s bla &?ales de la colonia, 10s patrones continuaban pagando altos precios os de Maule y Colchagua, se contabilizaba, por 1650, que el 25 nto de la fuerza de trabajo estaba constituida por distintos tipos validacibn del concept0 ‘artesanal’ de trabajo, que se inicib por 1590, tuvo lugar, pues, dentro de una tendencia a incrementar la inaci6n formal” de 10strabajadores a las empresas productivas de ia. La promocibn de la productividad laboral ocurri6 dentro del ma esclavista, o semi-esclavista. Per0 tal tendencia no podia sostener- muy largo tiempo. Primero, porque el suministro de esclavos indi- pas era insuficiente y, segundo, porque la adquisicibn de esclavos afri- 1 B “de paz” remanentes (que no eran muchos) y 10s vagabundos de ma- esclavitud con individuos proteados de ella por la legislacibn so- Imperio y la tradici6n. En otras palabras, se trataba de encontrar d h e o barato, ojalai masivo, y legalmente aceptable, de esclavitud. D se veri mais adelante, 10s patrones no tuvieron mucha dificultad contrar numerosas formas laborales intermedias, que oscilaban la esclavitud y el trabajo a contrata. El efecto mis visible fue la $&in de una poblaci6n laboral radicada permanentemente a1 inte- las propiedades productivas de 10spatrones. Bajo el desarrollo de- m a s intermedias emergerian 10s gmpos germinales de la clase tra- nacional: 10s campesinos y 10s peones. Su primera manifesta- :Qoncreta fueron 10s “indios de estancia” (30). cia 1700 la coyuntura econ6mica cambib por segunda vez. De o 10s empresarios coloniales descubrieron que podian aumentar ente su cuota de ganancia masificando la exportaci6n de trigo n ello, la lbgica febril de la produccibnexportaci6n ‘en masa’ io de nuevo, y con ella, no s610 las expectativas de grandes IE. Kortl capitulo 1, OP. 111. cit., 178 et seq. 29
  • 30. cidad fisica. Y fue asi quv las formas interm se hicieron densas y rnasivas, partir de ese momento, silenciosa, gradual, pero sostenidamante as masas vagabundas comenzaron a ser re formas laborales de ajuste local. Sin embargo, fueron un real acceso a la tierra, di un medio pa originario. Carecie peonaje chilenos incluy culiar pre-lucha de cla por 10s politicos. Con todo, subsisten divers status econdmico, composicibn interna, y evolucibn general (31). En primer lugar, hay fin problema de terminologia. Las fue refieren a 10s campesinos utilizando una multiplicidad de t6rminos cultores”, “Iabradores”, “campesinos”, “chacareros”, “huerteros”, cheros”, “inquiIinos”, y, aun, “peonesf’ y “gaiianes”. S610 en c ocasiones un significado preciso y univoco era dado a esos tCr “Agricultores”, por ejemplo, se utilizzfba a veces para aludir a1conj cheros”, en cambio, aunque tenia un significado preciso: ‘prod trigo’, solia usarse corn0 sin6nimo de “Iabradores”. Lo mi con “inquilinos”, que sietrdo el nombre de un grupo campesinos, se generalizaBa con frecuencia a la totalidad. una tendencia a apficar a1 campesinado e mente correspondian a grupos especificos significados tendieron a intercambiarse y SQ
  • 31. historic0 de 10s grupm Particulares se torn6 difuso. En este corrtexto, las caracteristicas de 10s grupos mlis impactantes tendieron a ser generaliza- das a1 conjunto. y no eS extrafio que 10s encargados de confeccionar 10s Censa Nacionales del sigh XIX no hayan utilizado categorias particula- res, ofunivocas,para clasificar a 10s cultivadores de la tierra. IncIuso 10s tan conocidos y debatidos "inquilines" jamlis fueron clasificados en una categoria censal especial, siendo subsumidos por lo comiin en la ria general de “labradores”. No hay duda que la interpenetracibn de%s nombres campesinos ha operado como un prisma distorsionante de las petspectivas histbricas (32). En segundo lugar, estli el problema planteado por la alta concentra- cibn de estudios historicos sobre un grupo determinado de campesinos (el de 10s “inquilinos”) en desmedro de otros y del conjunto. La explica- cibn de esta preferencia parece radicar en el fuerte impacto que la opresi- va situaci6n en que Vivian esos labradores produjo en 10s observadores extranjeros del campo chileno del siglo XIX y, por reflejo, en algunos intelectuales criollos. Ello convirtio a 10s inquilinos en el campesinado chileno ‘tipico’ (33). Sobre la base de ese impacto y de sus reflejos, algu- nos historiadores del sigloXX han consideradoque lasrelacionesde inquili- naje han constituido en todo tiempo las relaciones productivas dominan- tes en el campo chileno, Y que, por lo tanto, el gigantesco estrato peonal (“10s gafianes”) no fue sin0 un apCndice laboral del sistema de inquili- naje (34). En tercer lugar, est&el problema planteado por la relacion te6rica que se ha establecido, sobre la base de 16 anterior, entre “inquilinaje” y “sistema de hacienda”. Pues asi como 10s inquilinos devinieron tebrica- mente en el ‘campesinado dominante’, asi tambikn las haciendas fueron definidas como ‘la empresa rural dominante’. Bajo el imperio de esta doble caracterizacihn ‘por predominio: el campesinado ha sido estudiado por referencia casi exclusiva a1marco econ6mico-social interno de las ha- ciendas; en tanto que la empresa agricola ha sido vista principalmente por sus relaciones productivas con el inquilinaje. Como tal, esta perspec- tiva reciprocada no es defectuosa, pues permite observar las relaciones productivas especificas entre hacendados e inquilinos. Per0 es ciertamen- te insuficiente para observar a 10s labradores que no eran inquilinos, las, empresas rurales que no eran haciendas, 10s aspectos empresariales de la hacienda que no consistian en sus relaciones con 10s inquilinos y, sobre todo, el conjunto de la ‘economia campesina’ (no latifundista). Si, por ejemplo, se quiere focalizar el anilisis sobre la iiltima -como aqui que- 32 Ver 10s Censos Nacionales 1854-1920, especialmente las tablas referentes a ‘Trabajadores con Profesibn’
  • 32.
  • 33. ” en diferentes 1 Bs nutrido del procesode lo que 10s labradores del s
  • 34. gred en una espiral critica que fue lanzando 10s hijos de 10s lab lo targo de escapes -crecientemente transitados- de descampesiniz Fue en este proceso critic0 donde emergi6 la multitudinaria fig “pedn-gafiin”. Es por esto que, a la inversa de 10s inquilinos y 10s dares independientes, que estaban definidos por el proceso de ca zacibn, 10s peones-gaflanes lo estaban por el proceso opuesto de pesinizaci6q que, durante la segundamitad del siglo XIX, iba a en con el de proletarizaci6n urbano-industrial. El peonaje de ese puede ser adscrito sin mis, por lo tanto, a1camp’esinado. En rig0 tituy6 un grupo social con historicidad propia. Sobre la base de estas definiciones generales (cuya fundamen factual se h a i mds adelante) es posible hacer una estimaci6n global evoluci6n cuantitativa del campesinado del siglo XIX, y sortear, a especulativamente, las lagunas contenidas en 10s Censos Nacio Como se dijo, 10s censistas del siglo XIX no utilizaron categor pecificas ni univocas para clasificar la poblaci6n campesina. En 1 en 1865, por ejemplo, se incluy6 toda clase de’cultivadores bajo el bre de “agricultores”, desde latifundistas hasta poseedores de sitia 1907, en cambio, se diferencio entre “agricultores” (significanda pietarios rurales’) y “labradores” (significando pequeflos arrenda inquilinos). En 1875, 85 y 95 se hizo la misma diferencia, per0 asi a 10s filtimos una cifra improbable con respecto a 10s “agricultor~~~~. 1920 se sum6 a la categoria “agricultoreq” incluso el numero de ‘fa nes”. Tal como fue publicada, Ia informaci6n censal carece de pt3 directa. Sin embargo, reelaborada, es posible obtener de ella cierta ut Y eso es posible porque, en primer lugar, durante el siglo XIX 10s 1 narios publicos trabajaron con un concept0 relativamente claro ac lo que se entendia por “propiedad rural”, llevaron a1 mdsmo ti registro mis o menos minucioso de ellas, y a partir de cierta anot6 el ingreso anual aproximado de las mismas (39). Con esto tos, es posible estimar el nfimero fotal de 10s ‘grandes terratenie a1menos, de las empresas agricolas mds lucrativas. Ahoqa bien, si se resta del numero de “agricultores’ydado por sos el numero estimado de ‘grandes terratenientes’, se deberia ob nfimero estimado de ‘labradores’, es decir, el nGmero de inquilinos de 10s pequefios propietariw rurales. Esta segunda estimaci6n p su vez, determinar el peso relativo del campesinado en el conju clase trabajadora del siglo XIX, asi como su evoluci6n cu general. Durante ese siglo se acostumbr6 definir “propiedad rural” aquella que, estando destinada a la produccibn agricola -aun si 39.Censo Nacional de 1907 (CN), y Anuarios Estadisticos de Chile (AECH). De 1911, Hacienda, 99. G. Salazar, loc. cit., capitulo 10.
  • 35. , bn los suburbios de las ciudades- generaba un ingreso anual superior a 40. Esta definici6n se estableci6 con vistas a la confecci6n del censo de fimpiedades mrales y a la recoleccih de impuestos. Cabe sefialar que un SO anual de $ 40 era, a mediados de siglo, una suma inferior a la ga- un pe6n urbano en un aAo de trabajo continuado (que fluctua- $ 60 y $ 90) (40). Pues bien, si se toma como indicador de pro- ampesina’ el escal6n m& bajo de 10s ingresos anuales de las pro- p&dades rurales, a saber, el que va del minimo oficial ($ 40) al maxim0 ganado por un pe6n urbano ($ 901, se constata que, a mediados de siglo, m&srdel90 por ciento de las propiedades rurales chilenas pertenecian a1 estrgto ‘camuesino’. VCase el Cuadro 1. CUADRO 1 LAS PROPIEDADESRURALES, UE ACUERDO AL INGRESO M A L PRODUCIDO (1861) Niunero Porcentaje Ingreso Medio Anual b ies 316 1,o % $7.498 mas 1.991 696 1.200 %as 27.551 92,2 89 r-7 ’ hotales = 29.858 99,s Yo I.M.A. $ 242 En verdad, la proporci6n de propiedades “campesinas” en el total de las propiedades rurales chilenas pudo haber sido aun mayor que el 92 por ciento indicado en el Cuadro 1, puesto que alli no estan registradas las propiedades rurales que producian un ingreso anual inferior a $ 40, pese 6 estar destinadas a la producci6n agricola. Existe una significativa coincidencia entre el nhmero de “agriculto- res” anotado en 10s censos y el de las “propiedades rurales” (comparar, por ejemplo, el Censo de 1907 con el de Propiedades Rurales de 1911). Est0 permite estimar, con un minimo de riesgo, el numero de propieda- des rurales de tip0 campesino (conservadoramente, puede utilizarse el porcentaje de 85 por ciento). Si a las cifras resultantes se les agrega el nu- hero censal de “labradores” (que, generalmente, incluy6 inquilinos y arrendatarios pobres) es posible obtener una estimaci6n gruesa del nume- 1-0de campesinos durante la segunda mitad del siglo. . 40. Sobrc salarios de peones urbanos, G. Salazar, loc. cit., Apkndice No9 n f; 19. 41. R. Tornero, Chile Ilustrado (Santiago, 1872), p. 424. 35
  • 36. CUADRO 2 ESTIMACION DEL NUMERO TOTAL DE LABRADORES(1854 - 1907) Censos Agricultores Propiedades Terratenientes Labradores Labrad (1 - 3) como o/~* Rurales ** 1875 173.746 48.648 (”) 7.298 1885 239.387 69.422 (”) 10.414 243.239 (x) 27, 1895 243.OS0 71.465 (”) 10.720 241.418 (x) 28, (”) Estimacioncs s e g h tasa de creeimiento cntre 1854 y 1907. (x) Se agega el nbmero censal de “labradores” (42) del Bio-Bio (44). Entre 1850 y 1873, aproximadamente, el numero delabra (45). AI parecer, el desarrollo de tipo capitalista que experim
  • 37. crisis de 1516,sn embargo, pareci6 revcriir, por algun tiempo, esa tendencia. La incierta evoluci6n de la agricultura chilena despuks de 1885 el relativamente lent0 desarrollo industrial paralelo,bloquearon el desanollo capitalista iniciado por las grandes empresas agricolas, .y con ello se paraliz6 la proletarizaci6n ‘industrial’ del peonaje de funds. Es por ello que, pese a laS SignifiCatiVaS transformaciones iniciadas hacia 1850, el sector agricola y el campesinado no eran, hacia 1900, sustancial- mente diferentes a lo que habian sido medio siglo antes (46). 3. EL PROCESO DE CAMPESINIZACIoN a) A1interior de las grandes propiedades rurales Aunque 10s trabajadores indigenas estaban oficialmente domiciliados en sus “pueblos”, la mayor parte del aiio no Vivian en ellos. Es que, por largas temporadas, 10s encomenderos 10s empleaban en llevar a cab0 una multiplicidad de tareas distintas, situaci6n que 10s obligaba a residir provisoriamente -en general, sin sus familias- en las estancias o mi- nas u obrajes de sus amos. Aunque desde 1600 los patrones se interesa- ron por desarrollar la maestria artesanal de 10s indios, domin6 la tenden- cia tipicamente colonial de emplear a 10s trabajadores ‘dependientes’en toda clase de trabajos. De ahi que 10s artesanos indios, cuando se les pre- guntaba por su ocupacion, solian dar el noqbie de su oficio, aiiadiendo mecinicamente la frase: “y acudo a lo que me manden” (47). Los traba- jadores indigenas carecian de residencia fija y de especializaci6n laboral estructurada. Y fue por eso que el sistema de encomienda no desarroll6 pobla- ciones laborales densas ni dentro de las grandes propiedades, ni en 10s “pueblos de indios”, ni en torno a las ciudades patricias. S610 consolid6 un asentamiento laboral disperso y una mano de obra rudimentariamente capacitada para todo y altamente especializada en nada. En ese contex- to, la fuerza de trabajo indigena no se diferenci6 internamente entre un sector artesanal, otro campesino y otro peonal. Por casi un siglo, esa fuer- za laboral permaneci6 indiferenciada en una situaci6n protozoica. Tampoco se diferenciaron internamente las ‘empresas encomen- diles’ de 10s patrones. No surgi6 un sector agricola diferenciado del sec- tor minero, ni uno artesanal-manufacturero. Las primeras empresas colo- niales fueron normalmente multi-productivas. S610 la cGspide de ese sistema empresarial: las compafiias mercantiles comandadas por 10s colo- nos m8s ricos, y el sistema econ6mico-institucional disefiado por 10s licenciados reales, exhibia un perfil nitido, diferenciado e identificable sobre la sociedad colonial. 46. G. Salazar, loc. cit., capitulo 10. 47. M.Gbngora, Encomenderos...,35.
  • 38. Semejante cuadro comenz6 a desdibujarse durante el lar XVII. Es que las dos tendencias dominantes en ese siglo, a saber expansion economics de largo plazo y la declinacion irrev poblacion indigena ‘de paz’, convergieron para producir un vacio laboral a1 interior de las propiedades patronales. El vert glriente lanzo a10spatrones a crear asentamientoslaborales perm Xterior de sus estancias. Cada gran propiedad rural se convirti6 Cleo de poblamiento, en una fuerza ‘apropiadora’ de trabajadore nas y no-indigenas. Cuando ese movimiento se hizo masivo, vas formas laborales “de Conquista” se tornaron obsoletas. asi la diferenciacion interna de la protozoica fuerza de trabajo encomendil. Y de aqui emergeria el estrato fundador de la modern trabajadora chilena: el campesinado. El proceso de campesinizacibn se desarroll6 a traves de v les: 1)a traves del asentamiento permanente de trabajadores i interior de Ias estancias, con vaciamiento de 10s “pueblos de i travCs del asentamiento de colonos pobres y de mestizos grandes propiedades; 3) a traves del arranchamiento de en tierras vacantes, municipales, y en Areas suburbanas; y fragmentacih de latifundios y medianas propiedades. En este examinarin stslo 10s tres primeros ramales, con especial 6n tercero. En un comienzo, 10s grandes propietarios recurrieron a t mCtodos para poblar sus propiedades. Por un lado, radicaron a 10s mis jbvenes y capaces de 10sindios que les estaban enc Por otro, compraron indios esclavizados a 10s traficantes de La o africanos a 10s mercaderes. Por otro, se interesaron por adqu precio nifios indigenas, o indigentes, a veces a sus padres, a veces captores. Por otro, forzaron mujeres solas a asentarse como casas patronales, o confiscaron sus hijos e hijas de corta edad co fin (48). De todos estos mCtodos, el de mayor relevan parece haber sido la radicacion ilicita de indios encomendados,au dos idtimos mencionados -que se analizarin en otras seccione trabajo- tuvieron consecuencias de largo alcance. Lospatronesradicaron a 10sindios que les inspiraban mayor c personal y laboral. Con ellos organizarian lo que un viajero franc ria mis tarde “el estado mayor” del plantel laboral de las propiedades; esto es: sus trabajadores “de confianza”. Fue en este status que esos indios recibieron de sus patrones no s610 u Aa tenencia para sustentarse ellos mismos -y sus familias, sills sino tambi6n el permiso para levantar sus ranchos en las prox de las casas patronales. Aunque fueron denominados “indios d cia” (en oposicion a 10s “de pueblo”), su rol historic0 consisti6 48. Ibidem, 30-7,y Origen...,25-31. 38
  • 39. -estancieros en la conducci6n productiva de su empresa agri- pidi6 realizar trabajos artesanales y el consabido mande”, per0 mis tarde se especializaron en tareas de la- do de ganados, primer0 como simples peones, p 1 “estado mayor” del plantlel hboral de una estancia nejo de ciertos conceptos bisicos. En un camienzo, 10s s, de hecho, trasladaro 10s“indios de estancia” deun lugar entero arbitrio, 10s conservaron a su servicio por 20 o mas (especialmente 10s nifios que se habian compra- nza”), e incluso podian retenerlos despuCs de vender la pro- 10s habia radicado (50). La necesidad patronal de consti- lao laboral “de confianza’* s610 podia sati iva, con la ‘apropiacibn’ fisica del trabajador, de por vida, vida util. Esto es, confiri6ndoles el mismo status ‘apropia- tariable’) de 10s restantes medids de produecih. Esto ex- i6n patronal por eI enrolamiento de niiios y nifias,‘y de ieron manejar ese proceso conforme a su rgo, con la expansih econbmica, ese concept0 tendi6 a mo- siglo XIX la mayoria de 10s grandes propietarios tractuales’ para definir sus relaciones con sus respec- es”. De hecho, durante ese siglo, el rol laboral de mayor” ya no era desempefiado por 10s “indios de estancia” sino rigen Ctnico especificado, que eran denominados ntes”. Pero, a1 igual que 10s “indios de estancia”, inos se arranchaban cerca de las casas patronales, eran usua- cibian un salario en especie (0,mis significativa- un porcentaje del product0 anual), y tenian el status os- de “trabajadores de confianza”. Por ejemplo, en 1807, nume- ciendas del distrito de La Serena registraron un gmpo de campe- mp1eados”- que tenia una evidente funcion de central: eran 10s mayordomos, capataces, vaqueros y cabreros. aba evidentemente miis decantado que el de 10s “inquilinos” y ados “peones sueltos” (52). A mediados del siglo XIX, 10sobser- ranjeros hallaron que 10s “empleados” configuraban el gmpo onfianza en todas las grandes haciendas (53). en el de La Serena (ACLS), vol. 40 (1807), lista de trabajadores de las estan- Compaiiia, El Maiten y otras. Tambien C. Gay, op. cit., 11, capi- Encomenderos...,64-5. ‘Latifundio y poder rural en Chile de 10s siglos XVII y XVIII”, Cuadernos de F. de Fontpcrtuis, “Etudes sur 1’Ambique Latine: le Chili”, Journal des ,14 (4a. Scr.) (1881), 371.
  • 40. de “empleados” no estaba en condiciones de llenar por ciente dCficit laboral. Aunque -corn0 se veri- se busc trabajo alternativos para aumentar el potencial productivo fue un hecho que durante un siglo mente) las grandes propiedades fuero trigo que se exportaba. La expansion que la potenciacibn laboral del latifu campesinizacion interno de ese tip0 d dieron 10s patrones exportar todo el tr Trabajando simult6neamente en dos tipos de soluciones: clutamiento de individuos de menor ‘confiabilidad’, a trav6s tos (“conchavamientos”) flexibles d 2) en la compra, a bajo precio, del trig0 producido por independientes, o por 10s pequefios arrendatarios. La p condujo a1 surgimiento del inquilinaje y, por carambola, a ci6n del rol de “estado mayor” del antiguo grupo de “em segunda solucion tuvo efectos de co dujo a1 reforzamiento de las tendencias peque campesinos independientes y semi-indepepdientes. El por laboral del latifundio convirtici a 10s latifundistas en propuls pesinado libre, hecho que las obligi, a modific niales acerca de la apropiacicin’ de trabajadores. Per0 i conveniencia patronal en el cas0 de la soluci6n ‘2’? I La siguiente: para un gran propietario del per cho mds lucrativo comerciar (0sea, exportar) el trigo pro de trabajadores del tipo de 10s “ bora1 “de confianza” tenia un 11 sin riesgos de todo orden. Por trabajo adicional a travCs de contratos flexibles de peon miento, y de medieria, era un ,proceso le sobre una zona de ‘desconfiabifidad’ que En este contexto, era m6s S&LKO operar pesinos ‘libres’ que como patron sobre u temente desconfiables. Significativamente, la nueva coyu ca y la expandida escala de negocios de
  • 41. sin embargo, 10s hacenda la y molinera. La product sobre 10s labradores independientes y sem ero en cambio surgi6 la necesidad de enrolas 10s inquilinas primero coma campesinos olos, como camipesinos-peones. carnpesina (esto es, ,pues, en 10s “pr6st negocio cerealero. Los propietarios es su cosecha, ni en formar con ellos tras, pertenecib a1 r del inquilinaje, seria pre tes” -scilo que en mayor on en una fase expmsiva en el cas0 de 10s prestatarios de fines del siglo X ,para prodwcir trig0 nitud y caracteristic 41
  • 42. i T p (56). Entre 1720 y 1750 10sarrendatarios, o inquilinos, jamente productores, esto es, pequeiios empresarios agric dientes sblo en tanto tenian que ingenuo pensai que 10s hacenda arrmdatarios sblo porque si, o por alguna con el boyante negocio de ex pida multiplicacibn de 10s arre hecho de que 10s flamantes inquilinos eran un conjunto de con la no despreciable virtud de ser semi-dependientes. Aun del siglo XIX, numerosos hacendados todavia mencionaban iiias” que habian formado con sus inquilinos para produci esta asociacibn productora inicial I desarrolIo durante las dCca texto, no pocos inquilinos patrimonio suficiente independencia (57). semejante asociacibn se deteriorb en perjuicio del socio productivo y en benefici til. Pues, desde 1760, aproximadament menzaron a aumentar de un modo dramiitico su presibn s labradores independie alza general del precio cdnones de arriendo. E precios decrecientes (us o lugar, en tanto mercade tercio de su valor. En cuarto lugar, en tanto subastado aplicaron mCtodos draconianos de cobranza, recol una gran masa de productos agricolasa bajisimo cos en tanto patrones y en vista del quiebre irreversible de sus rioaproductores, exigieron que 10s crecientes ciinones de arrie io peonal obligatorio; lante) rompib la a cambio una tensa relacibn verifical: el socio mercantil transformado en un mer0 patrdn’. Hacia 1780 ya era evide desconfanza patronal hacia lo’s inquiiinos se habia consolida modo histbrico. No es extrafio, pues, que todavvia hacia nos estuvieran asentados de‘unmod situacibn que nunca hab’via ocurri habia institucionalizado “el lanzamiento” de inquilinos. Edir 57. Verseccibn
  • 43. “...habiendo el grande abuso de que si algdn pobre logra, a cuenta de su trabajo...el arriendo de alguna porcibn de terre- no, se le duplica el valor de lo que se debe pagar a medida de la voluntad de su duefio, y est6 expuesto a que lo arrojen de ella con motivos muy ligeros...”(58). y asi fue que 10s arrendatarioscomenzaron a ser expulsados sin noti- cibn, y sus ranchos incendiados (59). Per0 Ids arrendatarios eran nor- rite labradores casados con proyectos familiares de largo plazo, y tanto, para ellos el “lanzamiento” constituia una cathtrofe que a ser en lo posible evitada. Y el imico modo de evitarla era ceder a la presi6n general y dejar aumentar la dependencia peonal. Eso lia a desprenderse de la empresarialidad campesina (la peonizacih mquilino se examinart4 en otro capitulo). La historia del inquilinaje ues, la historia de un campesinado frustrado. La evoluci6n de 10s “peones estables” fue, en cambio, menos dram& tics y no menos ilustrativa. En rigor, en tanto campesinos, 10s “peone? estables” s610 tenian un minimo de independencia y un minimo de empresarialidad. Pero 6se fue, desde el principio, su status dentro de la$ aandes propiedades (60). Pues -a1 contrario de 10s inquilinos- el contrato entre estos labradores y 10s terratenientes no fue uno de “arren- damiento”, sino uno de “peonaje”; es decir, no fue una asociacibn pro- ductiva sino un compromiso de trabajo remunerado. Pero tampoco fue un contrato de peonaje “libre” porque, a la inversa de 10s “peones suel- tos”, 10s “estables” recibian del propietario-patron una pequefia tenencia para su manutencion, a guisa de pago. Eran residentes. La ventaja que esto tenia para el terrateniente era que el individuo que aceptaba un con- trato de este tipo era generalmente joven, soltero, confiable y m8s intere- sado en aprender ‘un oficio campesino’ que en implementar un proyecto agricola-empresarial o familiar. Es por ello que la tenencia del “peon estable” no estaba calibrada para ser una pequefia empresa campesina (como la del inquilino primitivo), sino so10 una parte de un salario indi- vidual. C. Gay dijo de ellos que “10s hacendados, por propio inter&, tratan... de ligar estos peones a sus tierras (y) les dan algunos pedazos, ya median- te arriendo mbdico, ya a titulo de prkstamo gratuito...Su po- sici6n tiene entonces alguna semejanza con la de 10s inquili- nos, per0 a1 contrario de lo que con &os sucede, ellos no re- conocen servidumbre y reciben estas tierras como una com- pensaci6n del sacrificio que hacen abandonando sus ha‘bitos vagabundos” (61). 58. T.P. Hacnkc, Descripcibn del Reyno de Chile (Santiago, 19421, 195. 59. M.Gbngora, Origen...,102. 60. Esta distincibn, que ticnc importancia, no fuc suficicntcrnentc cstablccida par el profcsor M. G6ngora cn su Origen..., op. cit. 61. C. Gay, 013. cit., 11, 178 y 202-3 43
  • 44. E. Poeppig comentb ademislas raz de un liacendado, por lo cual muchos preferian la pendientg y en cierta manera mejor retribuida de 1 Ofrendaban sus servicios al hacendado, Vivian en en el proceso de mecanizacion 44
  • 45.
  • 46.
  • 47. evidente que la situation del inquilino era la mis critica, no s610 por la desconfiabilidad maxima que inspiraba en.los patrones, sin0 tambikn -y 10 que era mas grave- porque el inquilinaje como tal era disfuncional en el desarrollo capitalista de las haciendas. En cualquier caso, ninguno de ellos estim6 que la tenencia que recibian era una base segurapara niontar prsyectds campesinos de largo plazo. Su sentimiento de precariedad se manifesto claramente en el escaso interks que demostraron en construir cams solidas y definitivas. Como se veri m$s adelante, 10s distritos domi- nados por la hacienda eontuvieron, en proporcion, mis ranchos que 10s dominados por 10s pequefios propietarios. Est0 contribuyo a fijar la ima- gen miserable que hizo famosos a los labradores residentes en las hacien- das. En 1827, E. Poeppig sefiahba que: “Se explica por la misma raz6n la pobreza y el desaseo de las viviendas de la clase inferior en el campo, p e s nadie se to- mari la molestia ... de instalar una casa comoda y destinada a una permanencia prolongada, cuando no puede saber cuin- to tiempo se le dejari sin molestarlo en su posesi6n” (66). Algo mis tarde, C. Gay observaba que “el inquilino mira la propiedad que habita como un lugar de trinsito... un momento de pasaje, lo que le quita toda actividad, toda iniciativa en sus trabajos de mejoramien- to” (67).Con naturalidad, un rico terrateniente duefiode una hacienda mo- delo, no tuvo inconveniente en describir 10s ranchos de sus inquilirios co- mo un elemento mis del bienestar de su propiedad. Escribi6: “Cada rancho estaba situado en tierras regodas, a1 borde de 10s caminos de la hacienda, con dos cuadras de tierra, que in- cluian una huerta y un corral; el conjunto estaba rodeado de una cerca a prueba de ganado” (68). Los inquilinos.apareeieron tambiCn en propiedades menores, pero, en este caso, su historia fue distinta, ya que tend5 a refundirse con la de la ‘comunidad campesina’ (69). En verdad, so10 10s grandes mercaderes- hacendados manejaban suficiente tierra, volumen de negocios, capital y poder local como para comandar masas de individuos desconfiables con arreglo a1 opresivo sistema de inquilinaje del siglo XIX. Los inquilinos no constituyeron la seccibn mis numerosa de la clase trabajadora, pero si la que aparecia mis concentrada y oprimida bajo una autoridad patronal, por lo menos hasta 1860. Es esta cualidad la que la hizo sobresaliente a 10s ojos de 10s observadores extranjeros de ese siglo. El Cuadro 3 muestra la mayor capacidad de las haciendas, con res- pecto a otros tipos de propiedad rurales, para absorber trabajadores. 66. E. Poeppig, ~ p .cit., 125,y C. 67. Ibidem, 157. 68. C1i. Lambert, Sweet Waters,a Chilea 1952), 1 69. Ver nota 49, tambi6nArchivo Q), Leg. . (1780’),y Leg. 18, p”7 (1790) 45
  • 48.
  • 49. cuenta el hecho de que las haciendas propiamente tales, es decir: las em- presas agricolas vinculadas a1movimiento exportador y a 10s grupos mer- cantiles de Valparaiso y Concepci6n, no eran mds de 350 a mediados de si- glo, y que ellasno acomodaban mis de 25 familias inquilinas en promedio, se deduce que el numero de inquilinos en todo el pais debi6 fluctuar entre 10.000 como minimo y 15.000 como mdximo. Es significativo que, en 1875, el Censo Nacional contabilizara 13.442 “labradores”, y 14.266 en 1885 (73). Cabe asi pensar que 10s inquiiinos, pese a su prominente visi- bilidad en el cuadro laboral de las haciendas y a su rol central en el debate sobre el feudalism0 chileno, constituyeron una secci6n minorita- ria dentro del campesinado de ese siglo. b) En 10s ejidos y demasiasde Cabildo Entre 1650 y 1800 la poblaci6n ’marginal’ se multiplico rapidamen- te (74). Eso permiti6 la densificacibn del proceso de campesinizacionalin- terior de lasgrandespropiedades. Hacia 1760, la mayoria de las haciendas podian contar un numero casi 6ptimo de labradores residentes, lo que permiti6 su expansi6n empresarial. AI mismo tiempo, la multiplicaci6n de 10s “arrendatarios-inquilinos” y de otros campesinos semi-dependien- tes fue lo suficientemente importante como para atraer sobre si el interb empresarial y 10s mecanismos expoliadores de todo el estrato mercantil de la colonia. Sin la aparici6n del campesinado independiente y semide- pendiente no habria sido posible la expansi6n triguera de la agricultura chilena, a1menos en la escala en que lo fue. Per0 la formaci6n de un campesinado a1 interior de las grandes pro- piedades no trajo consigo la desaparici6n de las masas indigentes que infestaban el campo chileno. Su numero incluso pareci6 aumentar aun mis rdpidamente, a1 paso que su tendencia delincuencial se hizo mds y mds evidente (75). Las autoridades coloniales se vieron asi enfrentadas a un problema que, de ser originalmente ‘moral’, se habia hecho luego ‘cri- minal’, para concluir planteando un desafio ‘politico’: c6mo resolver el problema de una “super-poblaci6n relativa” que, por su volumen y desa- rrollo, aparentaba poseer una dinimica propia mayor que la del proceso de campesinizacibn, que era por entonces el mis grande ‘empleador’del pais. Inspirdndose en las 6rdenes del Rey, las autoridades coloniales tra- taron de “reducir” las masas vagabundas dentro de una red de villas cam- pesinas (76). 73. CN, 1875 y 1885; tambikn, G. Salazar, loc. cit., capitulo 9. 74. M. Gbngora, Origen..., passim, y M. Carmagnani, “Colonial Latin American Demography: Growth of Chilean Population, 1700-1830”, Journal of SocialHistory, 1:2 (1967), 179-91. 75. M. Gbngora, “Vagabundaje y socicdad fronteriza en Chile. Siglos XVII a XIX”, Cuader- nos del CESO, 2 (1966). Ver tambih capitulos 2 y 3 de este trabajo. 76. El enfoque hist6rico tradicional sobrc este problcma ha sido, pox un lado, considerar la “fundacibn de ciudades” como manifestacibn del cspiritu progresista de algunos goberna- dores, y por otro, como sintoma de un proceso de modernizacibny urbanizacibn En rigor, la fundaci6n de “villas” forma parte del proceso global de campesinizacih.
  • 50.
  • 51. os grandes propietarios escasez de trabajadores sitio en la "villa" y una 49
  • 52.
  • 53. con peticiones de sitios en “10s propios de ciudad”, o bien con reclamos por la ocupaci6n ilegal de tierras por parte de gente pobre (95). Sobre esta presi6n desde abajo, el arrendamiento, venta, o concesion gratuita de tierras “de prcrpios” a peticionarios pobres serian transformados en pric- ticas habituales de 10s cabildos de las grandes ciudades durante la segunda mitad del siglo XVIII,generando un proceso que se prolongaria hasta mediados del siglo XIX. La multiplicaci6n de tales operaciones no se debia s610 a un pur0 sentimiento fiIantr6pic0, ya que, como se veri lue- go, las corporaciones descubrieron pronto que arrendar sus propios a1 detalle, esto es, a pequefios empresarios rurales, era financieramente m& remunerativo que arrendarlos como estancias a grandes comerciantes. Es. ta circunstancia contribuy6 a consolidar el proceso. Per0 examinemoz esto con mis detalle. Desde 1760, aproximadamente, el Cabildo de La Serena comenz6 a recibir un numero cresiente de “peticiones de sitio”. En sus peticiones, 10s interesados no s610 hacian presente su indigencia y numerosa familia, sino tambikn denunciaban la existencia de un sitio despoblado en tal o cual parte y ofrecian pagar por 61una renta y trabajarlo para hacerlo pro- ductivo. Por ejemplo, en 1761, Maria Albarez, “natural de esta ciudad, dig0 que me hallo sola con tres hijos, sin un pedacito de tierra donde poder vivir, por lo que pido a1 ilustrisimo Cabildo vivir a espaldas del convent0 del Seiior Santo Domingo” (96). Del mismo modo, en 1763,Joseph Nufiez, “oficial de zapatero, morador de esta ciudad, digo: que por cuanto soy pobre y cargado de la obligaci6n de mujer y fami- lia, sin tener sitio donde hacer un rancho en que vivir y en atenci6n a que a espaldas de la Capilla, para la quebrada que se llama San Francisco se halla despoblado de inmemorial tiempo a esta parte... el cual sitio dicen que pertenece a 10s propios de la ciudad, y como tal pido sin0 hacCrseme merced de consederseme a senso, que estoy pronto a pagar anual- mente” (97). En vista del creciente ndmero de peticiones de este tipo, el Cabildo de La Serena decidi6 transformar una de sus estancias en una colonia de pequeiios arrendatarios. De las 27 tenencias formadas en esta ocasibn, 16 ( 0 sea, 59,2 por ciento) correspondian a mujeres solas, en una condici6n similar a Maria Albarez (98). En una lista de arrendatarios que estaban atrasados en el pago del arriendo por 1789,se anotaron 28 mujeres solas 95. El abandon0 se debia, en parte, a1 colapso dc la cconomi’a canipcsina en las provincias dcl sur. Ver sccci6n 5 de estc capitulo. 96. ACLS, 27 (1761), Pcticidn de Maria Albarcz. 97. Ibidem. (1763), Peticidn de Joseph Nufiez. 98. Ibidem, 27 (1760-3) y 34-5 (1791-4). iiiformes sobre arrcndatarios de tierras dc propios.
  • 54.
  • 55. tos que tienen en arriendo” esas tierras, por el deficiente sistema de rega- dio (107). Parece claro que 10s arrendatarios del Alto de Santa Lucia no habian logrado, despuks de 50 o 60 afios, obtcner la posesion efectiva de las tierras que ocupaban (108). Sin embargo, las masas indigentes ocuparon tambih tierras que esta- ban situadas lejos del distrito urbano de La Serena. Es significativo que el Cabildo no haya registrado estas tierras COMO parte de sus propios, sino solo como “estancias de pobres”, similar a la organizada hacia 1760. En 1807 se llev6 a cab0 un empadronamiento de la poblaci6n rural, opera- ci6n que revel6 la existencia de numerosas estancias de ese tipo. Los empadronadores se refirieron a ellas como “estancia de Maitencillos: es gente pobre”; o bien: “estancia de Zelada de 10s Pobres”; o “estancia Acone: est6 dividida en muchos pobres”, o “estancia de Lontiguasi, repartida en diversos duefios pobres”, etc. Las “estancias de pobres” esta- baR repartidas entre 3 y 38 labradores, todos 10s cuales recibianel calificativo de “zeladores”. En cambio, las haciendas y estancias posei- das por un terrateniente tenian la diferenciaci6n laboral tipica del Valle Central: empleados, inquilinos, peones. Algunas estancias eran denomina- das como “perteneciente a1 zelador y duefio” fulano de tal, siendo califi- cados sus labradores como “zeladores” (109). No hay indicacicin acerca de las actividades econ6micas de 10s “zeladores”, per0 ciertos indicios sefialan que combinaban la labranza de la tierra con la cria de ganados y actividades mineras. Otros documentos revelan que, en Samo Alto, exis- tian “haciendas muy cortas...que sus mismos dueilos las trabajan” (1 10). Hacia 1817, el Cabildo de La Serena habia autorizado la formacicin de un nuevo asentamiento de pequefios arrendatarios en “la colina terce- ra que hace frente a la Vega del mar”. No menos de 20 individuos arrendaban alli sitios que fluctuaban entre 1 y 6 madras, pagando entre 11 y 88 reales a1afio. De ellos, 3 eran mujeres solas (1 11). Asentamientos similares habian surgido en “las tierras de la Pefiaflor Alta y Baja”, y en “la segunda colina de la Pampa Baja que corre desde la quebrada de Peiiuelas hasta la Portada de esta ciudad” (112). En Santiago el proceso no tuvo el mismo desarrollo, y, se@n parece, tampoco la misma intensidad. En este distrito, gran parte de las estancias y tierras ejidales habian sido, por diversos caminos, anexadas a1 sistema propietarial privado, es decir, solariego. Sin embargo, mucha gente des- poseida solicit6 la posesicin o el arriendo de sitios suburbanos, u ocup6 ilegalmente tierras vacantes, o de propios. Aunque el ndmero de estos pobladores espontaneos aumentci constantemente, 10s terratenientes,de un lado, y 10s ediles interesados en el adelanto urbanistico de la ciudad, 107. ACLS, 15 (1800) y 17 (1810), Informes sobre arrendatarios. 108 Ibidem, 36 (1803). 109. Ibidem, 40 (1807). 110. Ibidem. 111. Ibidem, 35 (1817), Arrendatarios. 112. Ibidem.
  • 56.
  • 57. “su miseria e infelicidad, y pide se le deje de limosna un pe- quefio sitio que ocupa sobre la ribera del Rio que va a ser des- pojada por la venta de 10s sitios de Petorca en que se com- prende aquel pedazo de terreno” (I 18). Sin duda, en el distrito de Santiago el asentamiento de masas indigen- tes en 10s propios de ciudad fue un fenomeno menos formalizado que en La Serena, no implic6 la formaci6n de “estancias de pobres” y fue afectado tempranamente por desalojos masivos por parte de la autoridad local. En otras ciudades o villas de alguna importancia,la situation no fue muy diferente a la descrita para La Serena o Santiago. En Valparaiso, por ejemplo, se informaba en 1792 que en ese puerto habia “sesenta familias nobles y tantas o mis de pleve, que todas componen 4.500 almas... segun se manifiesta del padr6n ultimo”. Si ello fue asi, la “pleve” del puerto pudo constituir el 70 por ciento de su poblaci6n total (1 19). Los pobres se concentraban principalmente en el barrio del Almendral. T.P. Haenke observ6 que en ese barrio “se cultivan hortalizas y frutas de que se provee la poblacibn, y su terreno se fecundiza por dos arroyos que des- cienden de las quebradas vecinas”. Seiial6 tambikn que “las cosechas de 10s pobres” del interior eran mal pagadas por 10s comerciantes, tanto, que muchas veces debian echarlas a1mar. En cambio, 10s huerteros com- binaban la pesca con el trabajo de sus “cortas sementeras” (120). En general, en Valparaiso las tierras de propios fueron ocupadas pacifica y silenciosamente por las masas indigentes antes que comenzara la expan- sibn comercial del puerto. Hay pocos datos sobre arrendamiento de las demasias. En Conception se dio un proceso mAs similar a1 de La Serena que a1 de Santiago. En 1795 se inform6 que varios arrendatarios pobres, entre ellos algunos indios, ocupaban tierras de propios, especialmente en “La Mochita” y en “la zona Negra”. Pagaban rentas anuales de fluctuaban entre $ 4 y $ 8 (121). Haenke observ6 que, anexos a la ciudad, esto es, en sus arrabales, habia “extensos huertos, formando en el todo un grupo de casas entre verdura que complacen la vista con una simetria no siem- pre rigurosa per0 por lo mismo agradable” (1 221, Agreg6 que “aquellas miserables gentes viven esparcidas por el campo... dependiendo del frugal aliment0 que les proporcionan sus cebales, trigos y otras sementeras” (123). Por su parte, las autoridades de la villa de Petorca indicaban en 1818 que existian alli numerosos “inquilinos que ocupan 10s sitios y terrenos” 118. ACS, 83 (1819), fs. 18 y 21. 119. Archivo del Cabildo de Valparaiso (ACV), 3 (1792), 47. 120. T. P. Hacnkc, op. cit., 81-2 y 199-200. 121. Archivo del Cabildo dc Conccpcih (ACC), vol. (1795), f. 35. 122. T. P. Hacnkc, op. cit., 172. 123. Ibidem, 178-9.
  • 58. de propios, cuyasrentas “son incobrables por su indigencia” (124). El Te- niente-Cobernador de La Ligua informaba en el mismo afio que 10s fon- dos del Cabildo dependian “de unos infelices que tienen hecho arriendo en sus cortos 6jidos para morada en ellos por su miseria” (125). En el mismo afio, el Cobernador de Los Andes decia que 10s “6jidos” de la villa se hallaban arrendados, per0 que “10s pobres” no tenian con quC sembrar y que se necesitaba un “dep6sito de trigo” administrado por el Cabildo para ayudarlos (1 26). En verdad, 10s cuerpos edilicios del period0 1750-1820 recurrieron a1 arrendamiento de “tierras de propios” tanto para satisfacer la creciente hambre de tierras de las masas indigentes como para aumentar 10s escui- lidos recursos municipales. Aunque la concesi6n gratuita de tierras fue una ocurrencia frecuente, la tendencia dominante fue el arrendamiento. Es ficil comprender por qu6 est0 fue asi. Por ejemplo, de $ 390 que su- maron las entradas del Cabildo de La Serena en 1793, $ 255 (0sea, 65,3 por ciento) provenian del arriendo a1 detalle de 10s propios de ciudad. En cambio, el arriendo de la hacienda de Socos a Don Fernando Carballo, que ascendia a $ 10, no fue pagado ese afio (127). En 1790, el arriendo de sitios ascendi6 a $ 186,s610 contando 10s sitios de la Barranca, la Pam- pa, y del Alto de Santa Lucia (128). En 1804,losarriendos de sitios pro- ducian aun el 53,7 por ciento de 10s ingresos anuales de esa ciudad (129). Una situaci6n similar se daba en 10s pueblos de Petorca, La Ligua y Los Andes. En sintesis, cabe sefialar que entre 1730 y 1820, aproximadamente, se constituyeron numerosos asentamientos campesinos en 10s ejidos de las ciudades y villas mis importantes, que se sumaron a aquellos surgidos en el marco de las villas nuevas. Las tierras que fueron ocupadas por esos nuevos labradores fueron adquiridas a veces mediante contrato de arren- damiento, otras por donaci6n gratuita, y a veces por simple ocupaci6n ilegal o no autorizada. Aunque vagamente definido, este r6gimen de pro- piedad permiti6 a 10s “poseedores de sitios” iniciar actividades producti- vas independientes, en especial la producci6n de hortalizas para la venta en 10s mercados urbanos. Como resultado de esto, las viejas ciudades pa- tricias vieron surgir, en sus suburbios, floridos cinturones verdes, com- puestos de huertos y chacras de todo tipo, cuyas residencias no eran ca- sas de adobe y teja sino hacinamientos de ranchos y ramadas. Para mu- chos observadores extranjeros, estos abiertos y floridos arrabales consti- tuyeron el rasgo mis atractivo y tipico del paisaje chileno, en contraste con las amuralladas e introvertidas casas patricias. No es extrafio que mu- 124 SCL,11, 104. 125. Ibidem, 99. 126. Ibidcm, 76. 127. ACLS, 42 (1795), Entradasde laCiudad. 128. Ibidem, 42 (1790), f. 313. 129. Ibidem, 33 (1804), 24 de abril. 56