TRATADO EL MAESTRO SILENCIOSO "LA MARAVILLA DE LA GRACIA DE DIOS "No. 195"
1. La Maravilla de La
Gracia…
(No. 195)
(Un recuerdo de Ramón
Sequera)
Ese barrio tenía por nombre “La luz” pero ni
siquiera tenía luz, todo era tinieblas incluso en el
corazón de Chicho. ¡Inolvidable aquel día! Cuando
la Señora Eunice de Alves se encontró por vez
primera con él. Era Semana Santa de 1974 y ella,
acompañada de otros hermanos, visitaba de puerta
en puerta buscando niños y adultos para asistir a las
reuniones en el local de Bárbula y lo encontró, se
veía muy desesperado, estaba como loco,
recientemente había tratado de colgarse en la sala
para terminar con su vida y un rayo de la luz del
evangelio comenzó a alumbrar allí…
Realmente milagroso pero en el año 1978 se
celebró una serie especial de clases bíblicas para
niños en el barrio “La Luz” que hermanos de Bárbula realizaron, quienes predicaron fueron dos
jóvenes: Hedras Martínez y David Alves (para él era su primera serie), y quien prestó su casa
fue un creyente relativamente nuevo de nombre Ramón Sequera, conocido por años como
Chicho, era realmente un trofeo de la gracia de Dios, su pasado y el milagro de su conversión nos
hace cantar “el pasado nos causa loor...”.
Cercanos los momentos de morir Don Manuel, él vio a Ramón tirado en el suelo y dijo:
“Pobre Chicho... ya mi hijo no sirve para nada” Se había alcoholizado, todo lo que pasaba por
sus manos lo malgastaba en el vicio, Don Manuel le dejó de herencia un terreno con una casa, la
cual inmediatamente vendió y se lo tomó en licor, sólo le quedó un sombrero “pelo ´e guama” y
un reloj, que al poco tiempo empeñó para seguir tomando, verlo en la calle era como ver al
2. endemoniado gadareno, perdido y arruinado por el pecado, el pobre vivía desesperado y sin paz.
Varias hermanas de él ya habían oído la palabra de Dios y la habían creído, eran salvas, pero él
no daba mayores esperanzas, hasta que llegó aquella noche inolvidable meses después, durante
una serie de predicaciones en una carpa colocada en la calle principal de Malagón, la Sra. Eunice
con David, nuevamente en su ejercicio en trabajar en el barrio la luz, habían hecho ya varios
viajes en su camioneta ranchera llevando muchos inconversos a la predicación. Ya era tarde,
hacían el último viaje y querían llegar a buen tiempo a la reunión pero… a un lado del camino
ahí iba Chicho, algo ebrio, venía de un patio de bolas, sorprendente, pero la Sra. Eunice se
detuvo y le insistió a que les acompañara. Chicho lanzó su botella de cerveza a un terreno baldío
(¡Para no volver a tomar jamás!) y se subió a la camioneta. Esa noche, sentado en la silla
meditaba sobre la condición miserable de sus pecados y la necesidad de ser salvo del juicio y de
la condenación del infierno, mientras el Doctor Luís Silva predicaba, su mensaje se basaba en “el
carcelero de Filipos” en (Hechos 16), aquel distinguido versículo “¿Qué debo hacer para ser
salvo?” Chicho interrumpió la reunión y, puesto de pie preguntó al predicador las mismas
palabras: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” a lo que el hermano Luís Silva inmediatamente
respondió desde el pulpito: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo” y él dijo: “Creo” y se
sentó… Había confesado públicamente haber recibido a Cristo como su Salvador, eso era
suficiente para el perdón de todos sus pecados y la salvación eterna de su alma. Como
tambaleaba tanto mientras lo decía, los hermanos no le hicieron mucho caso. Pero Dios había
obrado un tremendo cambio en la vida de aquel hombre, el milagro de la salvación y la
transformación que sólo Cristo puede dar. Fue jardinero de la Universidad de Carabobo hasta el
día de su jubilación, y hasta el día de hoy no hemos conocido a otro creyente que haya regalado
más folletos evangélicos que él.
La última vez que le vimos con vida, su palabra era firme, nos comenzó a contar su
testimonio “Yo venía de un patio de bolas...” se le cansó el pecho y no pudo hablar más, pero ya
sabíamos aquella historia, leímos con él acerca del cielo y del día cuando el Señor le llamara y le
tocara entrar allá. Por la noche el Señor lo llamó, y subió a su presencia, al eterno hogar de los
redimidos. Fue solemne, pero grato, ese día nos pidió cantar su himno favorito, y con él allí,
cantamos aquellas hermosas palabras:
¡Digno, digno, digno! Señor Jesús tu eres;
Cuando nadie al Padre podía contentar,
Tú viniste al mundo, y en la cruz muriendo,
La obra redentora pudiste consumar
¡Digno, digno, digno! Un cántico celeste
Todos los salvados darán a una voz:
“Inmolado fuiste, y los has redimido
De los pueblos todos y lenguas para Dios”
Escrito en su memoria, el sábado 03 de Junio de 2006, horas después de su partida, por:
Marcos Tulio Sequera M.V.