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      FRITZ PETERS

MI INFANCIA CON GURDJIEFF
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                                    CAPÍTULO 1


Conocí y hablé por primera vez con Jorge Gurdjiéff en 1924, la tarde de un sábado de
junio, en el Chateau du Prieuré en Fointainebleau Avon en Francia. Aunque las razones
de mi estancia no estaban muy claras para mí (tenía once años de edad), mi recuerdo del
encuentro permanece brillantemente claro.
Era un día brillante y soleado. Gurdjiéff estaba sentado al lado de una mesa con cubierta
de mármol, sombreada con un parasol y daba espalda al chateau, de cara a una gran
extensión de prados y lechos de flores. Tuve que sentarme un rato en la terraza del
chateau, detrás de él, antes de ser llamado a su presencia para una entrevista. De hecho,
lo había visto una vez antes, en el invierno anterior, en Nueva York, pero no sentía que
lo había 'conocido'. El único recuerdo de esa primera vez es que le había tenido miedo;
en parte por la forma en que vió hacia (o a través) de mí y en parte por su reputación.
Me habían dicho que era por lo menos un 'profeta' y lo más, algo muy cercano a la
'segunda venida de Cristo'.
Conocer cualquier versión de un 'Cristo' es un acontecimiento y ese tipo de evento no
era algo que yo estuviera esperando. Confrontar su presencia no solo no me llamaba la
atención, sino que me aterrorizaba.
El encuentro en sí, no llegó a la medida de mis temores. 'Mesías' o nó, a mi me pareció
un hombre franco y sencillo. No estaba rodeado por ningún halo y, si bién su inglés
tenía un fuerte acento, hablaba de una manera mucho más simple que lo que la Biblia
me habría hecho sospechar. Hizo un vago gesto en mi dirección, me dijo que me
sentara, pidió café y luego me preguntó porque estaba ahí. Sentí alivio al encontrar que
parecía ser un ser humano normal, pero me inquieté por la pregunta. Me sentí seguro de
que tenía que darle una respuesta importante; que debía tener una excelente razón.
Como no la tenía, le dije la verdad: que estaba ahí porque me habían llevado.
Luego me preguntó porque quería estar ahí, para estudiar en su escuela. Otra vez lo
único que pude responder es que ello estaba fuera de mi control; no me habían
consultado; había sido transportado a ese lugar, por así decirlo. Recuerdo el fuerte
impulso que tuve de mentirle y el sentimiento, igual de fuerte, de que no podía hacerlo
con el. Me sentía seguro de que él sabía la verdad de antemano. La única pregunta que
respondí menos honestamente, fué cuando me preguntó si quería permanecer ahí y
estudiar con el. Respondí que si, lo que no era esencialmente cierto. Lo dije porque
sabía que se esperaba de mi. Me parece ahora que cualquier niño habría respondido
igual. Lo que fuera que el prieuré pudiera representar para los adultos, (y el nombre
literal de la escuela era 'El Instituto Gurdjiéff para el Desarrollo Armónico del
Hombre'), yo sentía que experimentaba el equivalente a ser entrevistado por el Director
de una escuela secundaria. Los niños van a la escuela y yo estaba en el acuerdo general
de que ningún niño le diría a su próximo maestro que no quiere ir a la escuela. Lo único
que me sorprendió es que se me haya preguntado.
Gurdjiéff me hizo entonces otras dos preguntas:
1. ? Qué crees que es la vida ? y
2. ? Qué quieres saber ?
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Respondí a la primera diciendo: 'Creo que la vida es algo que se nos da en charola de
plata y que a uno le corresponde hacer algo con ella'. Esta respuesta provoco una larga
discusión acerca de la frase 'en charola de plata', incluyendo una referencia de Gurdjiéff
a la cabeza de Juan el Bautista. Yo me retracte, sintiendo que me batía en retirada, y
modifique la frase para dar a entender que la vida es un 'regalo' y eso pareció
satisfacerle.
La segunda pregunta (? Que quieres saber ?) era más fácil de responder. Mis palabras
fueron: 'Quiero saberlo todo'.
Gurdjiéff replicó inmediatamente: 'No puedes saberlo todo. ? Todo acerca de que ?
Yo dije: 'Todo acerca del hombre' y agregué: 'En inglés se le llama sicología o tal vez
filosofía.'
Entonces suspiro y después de un breve silencio dijo: 'Puedes quedarte. Pero tu
respuesta hace la vida difícil para mí. Yo soy el único que enseña lo que tu pides. Tu
haces que tenga más trabajo.'
Como mis metas infantiles eran adaptarme y agradar, me sentí desconcertado por su
respuesta. La último que yo quería era hacerle la vida mas difícil a alguien; me parecía
que ya era suficientemente difícil. No respondí nada a eso y él continuo diciéndome que
ademas de aprender 'todo', tendría también la oportunidad de estudiar temas menores
como lenguajes, matemáticas, diversas ciencias, etc. También dijo que yo notaría que
esa no era una escuela usual: 'Puedes aprender muchas cosas aquí que no enseñan en
otras escuelas'. Luego me dió unas palmadas en el hombro, con benevolencia
Uso la palabra 'benevolencia' porque su gesto fué de gran importancia para mi en ese
momento. Ansiaba la aprobación de alguna autoridad superior. Recibir esa 'aprobación'
de este hombre al que los adultos consideraban como un 'profeta', un 'vidente' y/o un
'Mesías' y, ademas, en un gesto amistoso tan sencillo, resultaba inesperado y
enternecedor. Yo sonreí radiante. Su actitud cambio abruptamente. Golpeo la mesa con
uno de sus puños, se me quedo viendo con gran intensidad y me dijo: '? Puedes
prometer que harás algo para mí ?'
Su voz y la forma en que me había visto eran atemorizantes y excitantes, a la vez. Al
mismo tiempo me sentí acorralado y retado. Le respondí con una palabra, un firme 'Si'.
Hizo un gesto en dirección a la extensión de prados que estaba ante nosotros: '? Ves ese
pasto ?' 'Si.' 'Te doy trabajo. Debes cortar ese pasto, con maquina, cada semana.'
Mire los prados, el pasto extendiéndose frente a nosotros en lo que me pareció una
infinitud. Sin duda era el prospecto de mayor trabajo que jamas en mi vida hubiera
contemplado para una semana. Otra vez dije: 'Si'.
Por segunda vez golpeo la mesa con el puño. 'Debes prometerlo por tu Dios'. Su voz era
mortalmente seria. 'Debes prometer que harás esto pase lo que pase.'
Mire hacia el, interrogante, respetuoso y con temor considerable. Ningún prado, ni esos
(había cuatro), me había parecido antes tan importante. 'Lo prometo', dije con
sinceridad.
'No solo prometas'. reitero. 'Debes prometer que lo harás pase lo que pase, sin importar
quien quiera evitarlo. Muchas cosas pueden pasar en la vida.'
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Por un momento sus palabras conjuraron una visión de pleitos terribles sobre si podar o
no los prados. Pude entrever grandes dramas emocionales que ocurrirían en el futuro
con relación a los prados y yo. Prometí otra vez. Yo estaba tan serio como el. Hubiera
muerto, de ser necesario, en el acto de podar los prados.
Mi sentimiento de dedicación era obvio y él pareció satisfecho. Me dijo que empezara a
trabajar el lunes y luego me despidió. Creo que entonces no me di cuenta, es decir, la
sensación era nueva para mí, pero me aparte de él con el sentimiento de haberme
enamorado; de él, de los prados o de mi mismo, no importaba. Mi pecho se expandió
mucho más allá de su capacidad normal. A mi, un niño, una pieza sin importancia en el
mundo que pertenecía a los adultos, se me había pedido que llevara a cabo algo que
parecía ser vital.
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                                     CAPÍTULO 2


? Que era 'El prieuré', que es el nombre que le dábamos la mayoría, o el 'Instituto para el
Desarrollo Armónico del Hombre'?
A la edad de once años yo entendí que era simplemente cierto tipo de escuela especial,
dirigida, como ya lo he dicho, por un hombre que era considerado por mucha gente
como un visionario, un nuevo profeta, un gran filosofo. El mismo Gurdjiéff lo definió
una vez como un lugar en donde él intentaba, entre otras cosas, crear un pequeño mundo
que reproduciría las condiciones de otro más grande, el mundo exterior; siendo el
propósito principal preparar a los estudiantes para una experiencia o una vida humana.
En otras palabras, no era una escuela dedicada a una educación común que, en general,
consiste en la adquisición de varias facultades, tales como lectura, escritura o aritmética.
Una de las cosas más simples que intentaba enseñar, era una preparación para la misma
vida.
Puede ser necesario señalar aquí, especialmente para beneficio de las personas que han
tenido algún contacto con la teoría Gurdjieffiana, que estoy describiendo el 'Instituto'
como lo vi y lo comprendí siendo un niño. No intento definir su propósito o el
significado que tuvo para los individuos que estaban interesados en o atraidos hacia
Gurdjiéff, por su filosofía. Para mí era simplemente otra escuela, seguramente muy
diferente a las que había conocido, pero la diferencia esencial era que la mayoría de los
'estudiantes' eran adultos. Aparte de mi hermano y yo, el resto de los niños eran
parientes, sobrinos, sobrinas, etc. del Sr. Gurdjiéff, o sus hijos naturales. En total no
éramos muchos; solo recuerdo a diez.
La rutina de la escuela era igual para todos, excepto los más pequeños. El día empezaba
con un desayuno a base de café y pan tostado, a las seis en punto. De las siete en
adelante, cada individuo trabajaba en la tarea que se le había asignado. La ejecución de
esas tareas solo se interrumpía para comer: comida a las doce (usualmente sopa, carne,
ensalada y algún tipo de budín dulce); te a las cuatro de la tarde; una cena sencilla a las
siete de la noche. Después de la cena, a la 8:30, había gimnasia o danzas, en lo que se
llamaba la 'casa estudio'. Esta rutina era constante seis dais a la semana, excepto los
sábados por la tarde, cuando las mujeres iban al baño turco; los sábados al anochecer
había 'demostraciones' de las danzas, en la casa estudio, ejecutadas por los que lo hacían
mejor, para el resto de los estudiantes y para los visitantes que venían con frecuencia
para los fines de semana. Después de las demostraciones, los hombres iban al baño
turco y al término de este se hacia un 'festín' o comida especial. Los niños no
participaban en estas cenas como comensales, solo como meseros o ayudantes en la
cocina. El domingo era día de descanso.
Las tareas asignadas a los estudiantes eran, invariablemente, relativas al funcionamiento
en si de la escuela: jardinería, cocina, limpieza, cuidado de los animales, ordeñar, hacer
mantequilla y casi siempre se hacían como trabajo de grupo. Como supe después, el
trabajo de grupo se consideraba de real importancia: Al trabajar juntas diferentes
personalidades, se producen conflictos humanos subjetivos; esos conflictos producen
fricción y la fricción revela características que, si son observadas, podrían revelar al
'Yo'. Una de las metas de la escuela era 'vete a ti mismo como te ven los demás'; verse a
sí mismo desde lejos, por así decirlo y ser capaz de criticar a ese 'Yo' en forma objetiva;
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pero al principio simplemente 'verlo'. Un ejercicio que debería hacerse todo el tiempo,
independientemente de la actividad física, era llamado 'observación de sí mismo' u
'oponer Yo a ello', siendo 'Yo' la conciencia (potencial) y 'ello' el cuerpo, el instrumento.
Al principio, antes de que comprendiera alguna de esas teorías o ejercicios, mi tarea y,
en cierto sentido, mi mundo, estaba centrado en cortar el pasto, ya que mis prados,
como llegué a llamarlos, se hicieron considerablemente más vitales que lo que pude
haber anticipado.
Al día siguiente de mi entrevista, el Sr. Gurdjiéff se fué a París. Nos habíamos dado
cuenta de que acostumbraba pasar dos dais de la semana en París, acompañado
usualmente por su secretaria, Madame de Hartmann y a veces por otros. Esta vez se fué
solo, lo que resultaba extraño.
Según recuerdo, no fué sino hasta la tarde del lunes (el Sr. Gurdjiéff se había ido el
sábado al atardecer) cuando el rumor de que había tenido un accidente automovilístico
se empezó a filtrar hasta los niños de la escuela. Escuchamos primero que había muerto,
luego que se había lastimado seriamente y que no podría vivir. La noche del lunes una
persona con autoridad hizo el anuncio formal. No había muerto, pero estaba seriamente
lastimado y moribundo en el hospital.
Es difícil describir el impacto de tal anuncio. La existencia misma del 'Instituto'
dependía totalmente de la presencia de Gurdjiéff. El asignaba el trabajo de cada
individuo y, hasta ese momento, había supervisado personalmente hasta el ultimo
detalle de la operación de la escuela. Ahora, la inminente posibilidad de su muerte llevo
todo a un estancamiento. Solo pudimos comer regularmente, gracias a la iniciativa de
algunos de los estudiantes más viejos, la mayoría de los cuales habían llegado con él de
Rusia.
Aunque no sabía que iba a pasarme a mi, personalmente, lo que aun permanecía
vívidamente en mi mente, era el hecho de que me había dicho que podara los prados
'pase lo que pase'. Era un alivio para mí tener algo concreto que hacer; una tarea
definida que él me había encomendado. También fué la primera vez en que tuve el
sentimiento de que a lo mejor si era un ser extraordinario. El me había dicho 'pase lo
que pase' y su accidente paso. Su mandato se hizo aún más fuerte. Yo estaba convencido
de que él sabía de antemano que 'algo' iba a pasar, aunque no necesariamente un
accidente automovilístico.
No fuí el único que sintió que su accidente estaba predestinado. El hecho de que se haya
ido solo a París (supe que era la primera vez que lo hacia) era prueba suficiente para la
mayoría de los estudiantes. En todo caso, mi reacción fué que se hizo absolutamente
esencial podar el pasto; estaba convencido de que, por lo menos en parte, su vida podría
depender de mi dedicación a la tarea que me había encomendado.
Esos sentimientos que tenía asumieron una importancia especial cuando, unos días más
tarde trajeron al Sr. Gurdjiéff de regreso al Prieuré, a su habitación, que tenía una
ventana a 'mis' prados. Se nos dijo que estaba en estado de coma y lo mantenían vivo a
base de oxigeno. Iban y venían doctores, a intervalos; se instalaban y quitaban tanques
de oxigeno; una atmósfera de silencio descendió en el lugar; era como si todos
estuvieran envueltos en una oración silenciosa y permanente por el.
Fué uno o dos días después de su regreso cuando se me dijo (probablemente fué
Madame de Hartmann) que el ruido de la podadora debía cesar. La decisión que me vi
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forzado a tomar resulto de gran trascendencia para mi. Por mucho que respetara a
Madame de Hartmann, no podía olvidar la fuerza con la que él me había hecho prometer
que haría mi trabajo. Estábamos parados en el borde del prado, directamente debajo de
las ventanas de su cuarto, cuando tuve que darle mi respuesta. No pense por mucho
tiempo, según recuerdo, y me rehuse con toda la fuerza que tengo. Se me dijo entonces
que su vida podría depender de hecho de mi decisión y seguí rehusándome. Lo que me
sorprende ahora es que no se me haya prohibido categóricamente continuar, o aún que
se me hubiera reprimido a la fuerza. La única explicación que puedo encontrar a esto, es
que el poder que tenía sobre sus discípulos era tal, que ningún individuo estaba
dispuesto a asumir la responsabilidad de negar totalmente mi versión de lo que él me
había dicho. En todo caso, no se me reprimió; simplemente se me prohibió podar el
pasto. Yo seguí haciéndolo.
Este rechazo a la autoridad, nada menos que a la máxima autoridad, fué algo
mortalmente serio y pienso que lo único que me sostuvo fué la convicción de que el
ruido de una podadora no podía matar a nadie; también, aunque no tan lógico, sentía
entonces que, inexplicablemente, su vida podría depender de mi ejecución de la tarea
que me había dado. Sin embargo, esas razones no me defendían de los sentimientos de
otros estudiantes (en esa época había unos ciento cincuenta, la mayoría adultos) que
estaban convencidos por igual de que el ruido que yo hacia todos los días, era mortal.
El conflicto continuo por varias semanas y cada vez que se reportaba que su condición
estaba 'sin cambio', se me hacia más difícil iniciar mi tarea. Recuerdo que todas las
mañanas tenía que rechinar los dientes y superar mi temor por lo que podía estar
haciendo. Mi resolución se fortalecía o se debilitaba por las actitudes de otros
estudiantes. Me encerraron en un ostracismo, me excluyeron de toda actividad; nadie se
sentaba conmigo a comer en la misma mesa, si me sentaba en una mesa ocupada todos
se iban y no puedo recordar a una persona que me haya hablado o sonreído durante esas
semanas, con excepción de unos pocos de los adultos más importantes quienes, de vez
en cuando, me exhortaban a que dejara de podar.
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                                    CAPÍTULO 3


A medio verano de 1924 mi vida estaba centrada en el pasto. Para entonces ya podía
podar el pasto de mis cuatro prados en un total de cuatro días. Las otras cosas que hacia
no eran importantes: ocupar mi lugar como ayudante de cocina o portero, en la pequeña
caseta de la reja a la que llamábamos 'portería'. Pocas cosas hay que recuerde, ademas
del ruido de esa maquina podadora.
Mi pesadilla terminó repentinamente. Una mañana temprano, mientras empujaba la
podadora hacia el frente del chateau, voltee hacia las ventanas del cuarto del Sr.
Gurdjiéff. Siempre hacia eso, como si esperara un signo milagroso. Esa mañana en
particular, lo vi por fin. Estaba parado frente a la ventana abierta, viendo hacia mi. Me
detuve y lo vi fijamente, inundado de una sensación de alivio. No hizo nada por lo que
me pareció un largo rato. Luego, con un movimiento muy lento, llevo su mano derecha
a sus labios para hacer un gesto que le era característico (lo que supe después): usando
sus dedos índice y pulgar peinaba su bigote, partiendo del centro; después dejo caer su
mano a un lado y sonrió. El gesto lo hizo real; sin el, podría haber pensado que la figura
que veía era solo una alucinación o el producto de mi imaginación.
La sensación de alivio fué tan intensa que explote en llanto, mientras aferraba la
podadora con ambas manos. Seguí viéndolo, a través de mis lagrimas, hasta que se alejo
lentamente de la ventana. Entonces empece a podar otra vez. El ruido de la maquina,
que resultaba horrible antes, se convirtió en un sonido gozoso para mí. Empuje la
podadora para uno y otro lado, para acá y para alla, con todas mis fuerzas.
Decidí esperar a mediodía para anunciar mi triunfo, pero para la hora en que fuí al
almuerzo, me di cuenta de que no tenía pruebas, nada que anunciar y, con lo que ahora
me parece una sabiduría sorprendente, no dije una palabra, aunque no podía contener mi
alegría.
Para en la noche todos sabían que el Sr. Gurdjiéff estaba fuera de peligro y la atmósfera,
a la hora de la cena, era de gratitud y acción de gracias. La parte que tuve en su
recuperación (había llegado a convencerme de que solo yo sería responsable, en parte,
de lo que le sucediera) se perdió enmedio del regocijo general. Lo único que ocurrió es
que el rechazo que me manifestaban desapareció tan repentinamente como había
surgido. Si no se me hubiera prohibido, realmente, hacer ruido cerca de su ventana unas
semanas antes, habría pensado que todo ocurrió solo en mi cabeza. Para mí fué un golpe
el no recibir algún reconocimiento o triunfo.
Sin embargo el incidente no quedo cerrado entonces. El Sr. Gurdjiéff apareció unos días
después, cuidadosamente vestido y caminando lentamente. Vino a sentarse ante la
mesita en la que me había entrevistado por primera vez. Yo estaba, como de costumbre,
batallando de un lado a otro con mi podadora. Se sentó ahí, aparentemente ausente de
todo lo que le rodeaba, hasta que termine el prado que había estado podando esa
mañana. Era el cuarto y, gracias al ímpetu que me dió su recuperación, había reducido el
tiempo para podar, a tres días. Mientras empujaba la maquina frente a mi, llevándola de
regreso al cobertizo donde se guardaba, él volteo hacia mi y me llamo con una seña.
Deje caer la podadora y fuí a pararme a su lado. Sonrió, diría otra vez que con
'benevolencia' y me preguntó cuanto tiempo me llevaba podar los prados. Respondí
orgullosamente que podía podarlos en tres días. Suspiro, fijando la vista frente a él en
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dirección a la extensión de pasto y se puso de pie. 'Debes poder hacerlo en un día', dijo.
'Eso es importante'.
! Un día ! me sentí asombrado y lleno de emociones mezcladas. No solo no se me dió
crédito por mi logro; al menos por haber sostenido, a pesar de todo, mi promesa, sino
que prácticamente fuí castigado por ello.
Gurdjiéff no presto atención a mi reacción, que debe haber sido visible en mis muecas,
sino que puso una mano en mi hombro y se apoyo pesadamente en mi. 'Esto es
importante', repitió, 'porque cuando puedas podar los prados en un día, tendré otro
trabajo para tí'. Luego me pidió acompañarlo a una área en particular no lejos de ahí,
explicándome que no podía caminar bién y por eso me pedía ayuda.
Caminamos juntos lentamente y, con dificultad considerable aún con mi ayuda, subimos
por un sendero hacia el área que había mencionado. Era una colina inclinada llena de
rocas, cerca del gallinero. Me mando a un cobertizo de herramienta cercano al gallinero
y me pidió le llevara la guadaña. Luego me guío al terreno, retiró su mano de mi
hombro, tomo la guadaña con ambas manos e hizo un movimiento como si cortara, de
un lado a otro. Al verlo sentí que el esfuerzo que hacia era muy grande; temía debido a
su palidez y su evidente debilidad. Luego me regreso la guadaña y me dijo que la
guardara. Ya que lo hice regrese a pararme junto a él y otra vez se apoyo pesadamente
en mi hombro.
'Cuando puedas podar todos los prados en un día, este será tu nuevo trabajo. Siega este
terreno cada semana'.
Voltee a ver la pendiente; la larga hierba, las rocas, los arbustos y los árboles. También
estaba consciente de mi tamaño; era pequeño para mi edad y la guadaña me había
parecido muy grande. Todo lo que pude hacer fué quedarme viéndolo fijamente,
asombrado. Fué solo su mirada, sería y adolorida, lo que me impidió hacer una protesta
inmediata, con llanto y furia. Solo baje la cabeza y asentí. Luego camine con el,
lentamente, de regreso a la casa principal, por las escaleras, hasta la puerta de su
habitación.
A los once años la auto compasión no me era ajena, pero lo que había pasado era
demasiado para mí. De hecho, la auto compasión ocupaba poco lugar en mis
sentimientos. También sentía ira y resentimiento. No solo no había recibido
reconocimiento, no se me dieron las gracias; había sido castigado, prácticamente. ? Que
tipo de lugar era esta escuela y, después de todo, que clase de hombre era él ?
Amargamente, pero lleno de orgullo, recordé que regresaría a América en el otoño. Yo
le enseñaría. ! Todo lo que tenía que hacer era no arreglármelas para podar el pasto en
un día !
Curiosamente, cuando mis emociones cedieron y empece a aceptar lo que parecía ser
inevitable, encontré que mi ira y mi resentimiento, aunque seguían ahí, no se dirigían
personalmente contra el Sr. Gurdjiéff. Había notado una mirada de tristeza en sus ojos
cuando camine con él y me había sentido preocupado por el, por su salud; una vez más,
aunque no se me había advertido que era absolutamente necesario que hiciera ese
trabajo, sentí que había tomado cierta responsabilidad y que tendría que hacerlo por el.
Al día siguiente tuve otra sorpresa. Me mando llamar a su habitación en la mañana y me
dijo severamente que si era capaz de guardar un secreto ante todos. Al hacerme la
pregunta, había una firmeza y una fiereza en su mirada que contradecían la debilidad del
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día anterior. Le asegure, valientemente, que podía hacerlo. Otra vez sentí un gran reto. !
Guardaría el secreto pasara lo que pasara !
Me dijo entonces que no quería preocupar a los otros estudiantes y, particularmente a su
secretaria, Madame de Hartmann, pero que estaba casi ciego y que yo era el único que
lo sabia. Me describió un plan intrigante: había decidido reorganizar todo el trabajo que
se hacia en el prieuré. Yo tendría que acompañarlo a todas partes, cargando un sillón; el
pretexto para eso sería que aún estaba débil y tendría que descansar a ratos. Sin
embargo, la verdadera razón era parte del secreto; yo debería seguirlo porque en
realidad no podía ver por donde iba. Abreviando, yo sería su guía y guarda; me haría
cargo de su persona.
Sentí que mi recompensa había llegado finalmente; que mi convicción no había sido
falsa y que el mantener mi promesa había sido tan importante como lo había esperado.
El triunfo era solitario puesto que no podía compartirlo, pero era genuino.
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                                    CAPÍTULO 4


Mi nuevo trabajo de 'carga sillas' o, como yo me lo decía de 'guardián', me tomaba
mucho tiempo. Se me excuso de todas las tareas, con excepción de los interminables
prados. Podía seguir con mi podadora, pero tenía que hacer la mayor parte antes de que
el Sr. Gurdjiéff apareciera en la mañana, o después de que se retiraba a su habitación
cerca del anochecer.
Nunca he sabido que había de cierto en su historia de ceguera parcial. Asumí que lo era
porque siempre creía implícitamente en el; parecía que solo podía decir la verdad,
aunque su forma de hacerlo no fuera directa siempre. Se me ha sugerido y también lo he
pensado, que ese trabajo de carga sillas y guía fué inventado para mí y que invento la
historia de la ceguera como una excusa. Dudo que haya sido así solo porque eso
representaría darme una importancia exagerada, algo que no puedo imaginar en
Gurdjiéff. Ya era suficientemente importante por haber sido seleccionado, sin razones
adicionales.
En las semanas siguientes, probablemente un mes, más o menos, cargue esa silla por
millas cada día, siguiéndolo a una distancia respetable. Estaba convencido de su ceguera
ya que con frecuencia se salia del camino; yo tenía que soltar la silla, correr a su lado,
advertirle de cualquier peligro que corriera, como la posibilidad, a veces inminente, de
caminar directamente hacia una pequeña zanja que cruzaba toda la propiedad, para
correr de regreso por la silla para recogerla y seguirlo otra vez.
El trabajo que dirigia entonces involucraba a todos en la escuela. Había varios proyectos
que se realizaban al mismo tiempo: se construia un camino, lo que implicaba romper
rocas con un marro, para darles el tamaño adecuado; limpiar una area boscosa quitando
varios acres de árboles, quitando troncos y raiz con pico y pala. Aparte de ese proyecto
especial, continuaban incesantemente las tareas usuales; jardinería, siembra, cosecha de
verduras, cocina, limpieza, etc. Siempre que el Sr. Gurdjiéff inspeccionaba un proyecto
dado por un rato, yo me unia al trabajo con los demas, hasta que él decidía inspeccionar
otro o regresar a la casa.
Cerca de un mes despues se me relevo de mi asignación de carga sillas y regrese a mi
trabajo regular de podar los prados y a otras ac- tividades: ayudante de cocina una vez a
la semana y portero a cargo de abrir la puerta y responder el telefono.
Durante el periodo en que tenía que seguirlo, había tenido que ajustar mi tiempo de
podar cuando podía, como dije antes y fué con cierta consternación que encontre al
regresar a mi actividad normal que, sin esfuerzo perceptible, había llegado a la meta que
se me había propuesto; por un tiempo había olvidado la colina que eventualmente debia
segar cada semana. En el momento en que hice ese descubrimiento, una tarde despues
de la hora del te, al terminar el cuarto prado del dia, el Sr. Gurdjiéff estaba sentado en
una banca, no en su mesa, de cara a los prados. Deje a un lado la podadora, me fuí a la
terraza y camine desconsoladamente en su dirección. Aunque nunca ame los prados, el
prospecto de mi siguiente trabajo me ponía sentimental respecto a ellos. Me detuve a
una distancia que considere respetuosa y espere. Estaba dudando si decirle o dejar las
cosas para otro dia.
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Paso un tiempo antes de que volteara hacia mi, como si estuviera molesto por mi
presencia y me preguntara con aspereza si se me ofrecía algo. Asenti con la cabeza y me
pare a su lado. Dije rapidamente: 'Sr. Gurdjiéff, ya puedo podar todos los prados en un
solo dia'. Me vió frunciendo el ceño, sacudio su cabeza, desconcertado y me dijo: '?
Porque me dices eso ?'. aún parecía molesto conmigo.
Le recorde de mi nueva 'tarea' y luego pregunte, al borde del llanto, si debería empezar
al día siguiente.
Me vió fijamente durante mucho tiempo, como si no pudiera recordar o hasta
comprender lo que yo le decía. Finalmente, con un gesto brusco y afectuoso me jalo
hacia él y me hizo sentarme a su lado, apoyando su mano en mi hombro. Otra vez me
sonrió con esa increíble y distante sonrisa que califique antes de 'benevolente' y dijo,
sacudiendo la cabeza: 'No es necesario trabajar en el campo. Ya has hecho ese traba- jo.'
Me quede viéndolo, confundido y lleno de alivio. Pero tenía que saber que iba a hacer; ?
continuar con los prados ?
Penso un rato en ello y luego me preguntó cuanto tiempo más iba a estar ahí.Le dije que
se suponía que debía regresar a America, a pasar el invierno, el siguiente mes. Penso en
esto y, dando por terminado el asunto como si ya no tuviera importancia, dijo que
continuara trabajando en grupo en las tareas usuales; jardinería cuando no estuviera en
cocina o portería. 'Tendre otro trabajo para tí, si regresas el proximo año', me dijo.
Aunque estuve un mes más ese año, a mi me pareció como que el verano terminó en ese
momento. El resto del tiempo fué como un vacio: sin eventos ni dramas. Aquellos de
nosotros, los niños que trabajabamos con adultos en los jardines, podíamos disfrutar de
juegos agradables tales como recoger frutas o legumbres, atrapar grillos, caracoles y
babosas, quitando hierba de aqui o alla con poco interés o devoción por nuestro trabajo.
Era un lugar alegre para los niños: vivíamos con seguridad dentro de los limites de una
rigurosa disciplina, pero la estructura, excepto por ser casi todo el dia, no resultaba
pesada para nosotros. Nos las arreglabamos para jugar bastante y hacer nuestras intrigas,
mientras los infatigables adultos nos veían indulgentemente, con ojos entrecerra- dos.
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                                    CAPÍTULO 5


Dejamos el prieuré en octubre de 1924 para regresar a Nueva York y pasar ahí el
invierno. En esa epoca yo era miembro de un 'grupo familiar muy inusual'. Mi hermano
Tom y yo vivimos varios años en un mundo extrano y errante. Mi madre, Lois, se
divorcio de mi padre cuando yo tenía unos diez y ocho meses de edad; durante varios
años tuvimos un padrastro, pero en 1923, cuando mi madre fué hospitalizada por casi un
año, Jane Heap y Margaret Anderson (Margaret es hermana de mi madre), se hicieron
cargo de nosotros. Ellas eran coeditoras de la notoria, si no famosa publicación 'Little
Review'. Hasta la fecha no estoy seguro de haber comprendido porque Jane y Margaret
asumieron esa responsabilidad. Era una extraña forma de 'paternidad planeada' para dos
mujeres que, me parecía, no querían tener hijos propios y, desde todo punto de vista,
esto era una 'bendición' mixta. Como Margaret no había regresado de Francia con
nosotros, la verdadera responsabilidad recayó en Jane.
Solo puedo describir nuestro hogar como me parecía entonces: Tom y yo ibamos a una
escuela particular en Nueva York; teníamos también varios deberes en casa, ayudar con
la comida, lavar trastes, etc., y, a la vez que estabamos expuestos a muchas influencias
inusuales, tenían menos efecto en mi que lo que pudiera esperarse. En un hogar, si esa
es la palabra adecuada, en el que se editaba una revista y que era visitada
exclusivamente por artistas, escritores y, a falta de una palabra mejor, intelectuales, me
las arregle para vivir mi propia vida privada. La rutina diaria de la escuela, que
implicaba, naturalmente, a otros niños y actividades ordinarias y comprensibles, era
mucho más importante para mí que la vida 'interesante' y temperamental que formaba,
de hecho, el trasfondo de nuestra vida. El mundo del arte no era un sustituto de la
infancia; incluso la vida familiar con mi madre y mi padrastro era mas 'normal' para mi,
que vivir en Nueva York lejos de mi familia que giraba, basicamente, alrededor de mi
mama.
El evento exterior más importante de ese invierno, fué la aparición repentina de mi
padre. Jane había decidido, por razones que nunca comprendí plenamente, que ella (o tal
vez Margaret y ella) debian adoptarnos a Tom y a mi, legalmente. Los procedimientos
de adopción fueron la causa de que mi padre regresara a escena, despues de unos diez
años de ausencia total. Al principio no se presento personalmente. Simplemente se nos
dijo que no quería la adopción y que quería hacerse cargo de nosotros.
Segun lo comprendí entonces, Jane, ayudada por A. R. Orage y otras 'gentes de
Gurdjiéff', despues de consultarnos, pudo convencer a mi padre de que permitiera la
adopción legal.
Fué un invierno aterrador para mí, en varios sentidos. Creo que es imposible que un
adulto comprenda los sentimientos de un niño al que se le dice, en un lenguaje
perfectamente claro, que puede o no ser adoptado por tal o cual persona. No creo que al
consultar a un niño sobre estas cosas, pueda tener una 'opinión'; naturalmente se aferrara
a la situa- ción conocida y relativamente segura. Mi relación con Jane, como la senti y
experimente, era sumamente volatil y explosiva. En ocasiones había mucha emoción y
amor entre nosotros, pero precisamente esa inten- sidad emocional era lo que me
atemorizaba. Cada vez más caia en la tendencia a cerrarme a todo lo exterior. Para mí
las personas eran algo con lo que tenía que vivir, algo que soportar. Vivía solo el mayor
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tiempo posible, ensoñando en mi propio mundo, anhelando el tiempo en que podría
escapar del mundo, complejo y a veces totalmente incomprensible para mí. Quería
crecer y estar solo; lejos de todos. Debido a ello, casi siempre andaba en problemas. Era
perezoso en mis obligaciones en casa, resentía cualquier demanda que se me hiciera y
cualquier tarea que se suponía debía llevar a cabo. Obstinado e independiente debido a
mi sentimiento de soledad, tenía usualmente problemas y con frecuencia me castigaban.
Ese invierno, poco a poco al principio pero con firmeza, empece a despreciar mi
ambiente y a odiar a Jane y a Tom, principalmente porque eran parte de la vida que
estaba viviendo. En la escuela iba bién pero, como me resultaba muy fácil,tenía poco
interés en lo que hacia. Mas y más me fuí retirando a un mundo de sueños fabricado por
mi mismo.
En ese mundo propio había dos personas que no eran enemigos y que se destacaban
como faros brillantes; sin embargo no había forma de comuni- carme con ellas. Eran mi
madre y, desde luego, el Sr. Gurdjiéff. ? Porque 'desde luego' ? La simple realidad de
Gurdjiéff como ser humano, lo que para mi fué una relación sin complicaciones durante
los meses del verano anterior, se convirtió en una tabla de salvación para mí.
Cuando se me consulto sobre la posibilidad de ser 'cuidado' por mi padre (quien para mí
era simplemente otro adulto hostil) exprese en alta voz mi oposición, aunque no
esperaba que mis palabras tuvieran algun peso. Mi mayor temor era que no me sentía
capaz de enfrentar otro mundo nuevo, extraño y desconocido. También, y esto era muy
importante enton- ces para mí, estaba seguro de que ese cambio eliminaría toda
posibilidad de volver a ver a mi madre o al Sr. Gurdjiéff otra vez.
Para complicar las cosas todavia más, mi madre llegó a Nueva York con otro hombre,
no mi padrastro y Jane la rechazo sin preambulos. Recuerdo que me permitieron
hablarle en las escaleras del departamento; solo eso. Me resulta imposible juzgar ahora
los motivos o propósitos de Jane, en aquella epoca. Estoy convencido de que, en su
mente, estaba motivada por las mejores intenciones. Pero el resultado fué que, a partir
de ese momento, la considere como un enemigo mortal. Me parece que la relación entre
un niño promedio y su madre, especialmente cuando el padre no ha vivido por años con
ellos, es suficientemente fuerte. En mi caso, era violenta y obsesiva.
Las cosas no mejoraron cuando apareció mi padre, en persona, poco antes de la
Navidad. Fué una reunion incomoda y difícil; había poca comunicación (hablo solo por
mi). No podía comunicarse sin revelar su verguenza, siendo un hombre timido y 'bién
educado'. Una cosa que logro comunicar fué que, antes de que tomaramos una decisión
final sobre la adopción, pasaramos un fin de semana con él y su esposa (yo tenía la
impresión de que lo de la adopción era un hecho consumado y que usaban a mi padre
solo como una amenaza).
Me pareció que lo justo era darle una oportunidad. Si parece que la frase esta dicha 'a
sangre fria', solo puedo decir que la mayoría de las decisiones infantiles son asi y
lógicas, ademas' o por lo menos la mia lo fué. Se tomo la decisión, presumiblemente
entre Jane y mi padre (y con el consentimiento de Tom y mio), de que iríamos a
visitarlo a Long Island durante una semana.
Desde mi punto de vista, la visita fué un desastre. Pudo ser menos molesta si mi padre
no nos hubiera avisado casi al llegar que, en el caso de que decidieramos vivir con el, no
podríamos hacerlo en su casa, sino que seríamos enviados a Washington, D. C., con dos
de sus tias solteras. Supongo que es inevitable que los adultos deban explicar a los niños
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los hechos y circunstancias que estan enfrentando. Sin embargo, ese anuncio, hecho sin
'sentimiento' o emoción (no sugirió que nos amaba o nos quería, o que las tias en
cuestion necesitaran a dos niños en casa), me pareció totalmente ilógico e incluso, al
final, hilarante. Empece a sentirme aún más solo que antes; como una pieza de equipaje
abandonada para la que se necesitaba un lugar donde almacenarla. Como mi gentil
padre parecía estar buscando constantemente nuestra aprobación y siempre estaba
haciendonos preguntas, declare firmemente, a los dos dias de estar en su casa, que no
quería vivir con él o con sus tias y que quería regresar a Nueva York. Tom se quedo el
resto de la semana; yo no. Sin embargo, para poder irme se me puso como condición
que pensara la posibilidad de regresar en Navidad. Acepte, friamente, considerarlo. No
recuerdo ahora, pero puede ser que haya aceptado sin reservas. Hubiera hecho cualquier
cosa por irme de ahí.Hasta Jane, a pesar de que rechazo a mi madre, era terreno familiar
y lo que yo temia era lo desconocido, lo inusual.
De alguna manera paso el invierno. De alguna manera también, aunque tenía pesadillas
frecuentes sobre la posibilidad de no volver a ver el Prieure, se decidio que iríamos en la
proxima primavera. Para ese tiempo, Gurdjiéff se había convertido en el único faro en el
horizonte, la unica isla de seguridad en un futuro impredecible y atemorizante.
Durante el invierno, la primera pregunta que me hiciera el Sr. Gurdjiéff: '? Porque has
venido a Fontainebleu ?', asumio una tremenda importancia. Al evocar esos meses,
recuerdo como Gurdjiéff asumio un gran valor en mi mente y mi corazón. A diferencia
de todos los adultos que conocí, su conducta era absolutamente sensata. Era
completamente positivo; me había ordenado hacer cosas y yo las había hecho. No me
había interrogado, no me había obligado a tomar decisiones para las que estaba
totalmente incapacitado. Empece a anhelar tener a alguien que hiciera algo tan sencillo
como 'ordenarme' podar un prado, que me hiciera una demanda que fuera realmente 'una
demanda', sin importar que tan incomprensibles fueran sus motivos (despues de todo,
todos los adultos son 'incomprensibles'). Empece a considerarlo como el único
individuo maduro y lógico que había conocido. Por ser un niño, no estaba preocupado
por, ni quería saber, el porque de la conducta de los adul- tos. Necesitaba
desesperadamente y quería por encima de todas las cosas estar bajo una autoridad. Para
mi edad, una autoridad era cualquier persona que supiera lo que estaba haciendo.
Pedirle opinión a un niño de once años, pedirle que tome desiciones vitales sobre su
futuro (y eso parecía haber ocurrido todo el invierno), no solo era imposible de
comprender sino también muy atemorizante.
Aquella pregunta se convirtió en '? Porque quiero regresar a Fon- tainbleu ?' y era muy
fácil de responder. Quería regresar y vivir cerca de un ser humano que sabía lo que
estaba haciendo; el que yo entendiera o no lo que hacia, no tenía importancia alguna.
Sin embargo no deseche la formulación original de la pregunta; una de las razones por
la que permanecía viva en mi mente, era que no había tenido nada especifico que hacer
yendo ahí.Solo podía agradecer a la fuerza (la idea de 'Dios' era muy vaga para mí) que
me había permitido estar ahí.Un año antes, el mayor atractivo de ir a Fontainbleu había
sido que teníamos que cruzar el oceano y yo amaba los barcos.
En el transcurso del invierno y debido a la importancia que Gurdjiéff había cobrado en
mi mente, me sentí fuertemente tentado por el sen- timiento de que mi presencia en ese
lugar había sido 'inevitable'; como si hubiera habido una lógica mística e inexplicable
que había hecho que fuera necesario que yo, personalmente, arrivara a ese lugar en par-
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ticular y precisamente en ese momento; que había existido un propósito real en el hecho
de que yo estuviera ahí.El hecho de que en la mayoría de las conversaciones de los
adultos que me rodeaban, se asociara a Gurdjiéff con actividades metafísicas, religion,
filosofía y misticismo, parecía aumentar la posibilidad de que hubiera habido algun tipo
de predestinación en nuestro encuentro.
Pero a fin de cuentas no sucumbi a la idea de que mi asociación con el estaba
'predestinada'. El recuerdo del mismo Sr. Gurdjiéff era lo que me impedia entregarme a
tales sueños. Yo no estaba en posición de negar la posibilidad de que fuera clarividente,
místico, un hipnotizador o hasta un 'ser divino'. Lo importante es que ninguna de esas
cosas tenían valor. Lo que importaba es que él era un ser humano positivo, práctico,
sensato y lógico. En mi pequeña mente, el prieuré parecía la institución mas sensata de
todo el mundo. Como yo lo veía, era un lugar que alber- gaba a un gran número de
personas extremadamente ocupadas en el trabajo físico necesario para mantener su
existencia. ? Que podía ser más sencillo y práctico ? Estaba conciente de que podía
haber otros beneficios por estar ahí.Pero, a mi edad y en mis terminos, solo había una
meta y una meta muy sencilla. Ser como Gurdjiéff. Era fuerte, honesto, directo, sin
complicaciones, un individuo libre por completo de 'tonterías'. Podía recordar, con toda
honestidad, que me había sentido aterrorizado por el trabajo que implicaba podar los
prados; pero me resultaba evidente que una de las razones para ello era mi pereza.
Gurdjiéff 'me hizo' que podara los prados. No lo hizo con amenazas, no me prometio
premios por ello, ni me preguntó si quería hacerlo. El me 'dijo' que lo hiciera. Me dijo
que era importante y yo lo hice. Un resultado evidente, obvio para mi a los once años,
fué que perdi el miedo al trabajo (simple trabajo físico normal). También comprendí,
aunque tal vez no intelectualmente, porque no había tenido que segar la colina y porque
él me dijo que 'ya lo había hecho'.
El efecto total del invierno de 1924 a 1925 en Nueva York, fué que anhele mi regreso a
Francia. La primera visita había 'sucedido', como resultado de una cadena de eventos
inconexos y sin propósito que resul- taron del divorcio de mi madre, de su enfermedad,
de la existencia de Margaret y Jane y de su interes por nosotros. El regreso, en la prima-
vera de 1925, parecía predestinado. Yo sentía que, de ser necesario, iría solo.
En navidad llegó a su climax mi desencanto e incomprensión de la vida de los adultos.
Me converti en algo asi como un hueso por el que se pelean dos perros (asi lo senti). La
lucha de voluntades, al quedar fuera del pleito mi madre, se siguio manifestando entre
Jane y mi padre, luchando por custodiarnos a Tom y a mi. Ahora estoy seguro de que
ambos actuaban solo para 'salvar las apariencias'. No puedo creer que ningún bando nos
quisiera por alguna razón especial; yo me portaba suficien- temente mal como para no
ser particularmente deseable. De cualquier manera, había aceptado por lo menos
considerar la posibilidad de visitar a mi padre en navidad. Cuando llegó la hora, decidí
rehusarme. La invitación de Jane de pasar una navidad 'de adulto', glamorosa, con
muchas fiestas, visitas al teatro, etc., fué mi mejor y ostensible pretexto para rehusar la
visita a mi padre. Sin embargo, la verdadera razón siguio siendo la de siempre: tan
difícil como pudiera parecerme la relación con Jane, era de cualquier manera mi
pasaporte para ir con Gurdjiéff y yo hice todo lo posible por lograr algo de armonía
entre nosotros. A ella le agrado mi decisión, no siendo inhumana ni infalible, sintió una
aparente preferencia de mi parte por ella.
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Mi padre se puso muy triste. No pude comprender porque, si se me había dicho que la
decisión era mia. Vino a Nueva York a recoger a Tom, quien había aceptado pasar la
navidad con el, y me trajo varios regalos. Me sentí apenado con eso, pero, cuando me
pidió reconsiderar mi deci- sión, sobornandome en apariencia con los regalos, me sentí
herido y furioso. Sentí que la suciedad y la injusticia del mundo adulto se sintetizaba en
ese acto. Le dije, con lagrimas de furia, que a mi no se me podía comprar y que siempre
lo odiaría por lo que me estaba haciendo.
Quisiera, en favor de la memoria de mi padre, desviarme lo suficiente como para aclarar
que estoy totalmente conciente de sus buenas inten- ciones y que me doy cuenta de que
fué un terrible golpe emocional el que le produje esa vez. Posiblemente lo que fué más
triste o doloroso para el, fué que no tenía idea de lo que realmente estaba pasando. En su
mundo los niños no rechazaban a sus padres.
Finalmente terminó el invierno; a la fecha me parece que fué intermi- nable. Pero
terminó y mi anhelo por ir al prieuré se intensifico con la llegada de la primavera. Solo
cuando subi al barco que me llevaría a Francia, pude creer que realmente regresaría. Y
solo al cruzar la reja del prieuré, una vez más, pude dejar de soñar, creer y alimentar mi
esperanza.
Cuando lo vi otra vez, Gurdjiéff puso su mano en mi cabeza; yo levante la vista hacia su
fiero bigote y la grande y abierta sonrisa que apareció bajo su calva y brillante cabeza.
Me atrajo hacia si, como un gran y calido animal, apretandome afectuosamente con su
brazo y su mano, diciendome: 'Asi que ... ? regresaste ?' Lo dijo en forma de pregunta;
un poco más que la declaración de un hecho. Lo único que pude hacer fué recargar mi
cabeza contra él y contener mi explosiva alegria.
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                                     CAPÍTULO 6


El segundo verano, el verano de 1925, fué como venir a casa. Encon- tre, como lo había
soñado, que nada había cambiado esencialmente. Faltaban algunas personas del verano
anterior y había otras nuevas, pero el ir y venir de individuos era poco importante. Una
vez más me absorbio el lugar y me converti en un engrane en el funcionamiento de la
escuela. Con excepción del trabajo de podar, que era entonces responsabilidad de otro,
me integre a las actividades rutinarias y habituales, junto con todos los demas.
Para un niño, la gran sensación de seguridad que daba el Instituto, a diferencia, por
ejemplo, de un internado, era que de inmediato se sentía uno integrado en el. Puede ser
cierto que había una meta más alta en el trabajo comun de mantenimiento de la escuela,
que es a lo que nos dedicabamos todos, pero, a mi nivel, me hacian sentir que era un
pequeño eslabon esencial en el trabajo, independientemente de mi importancia como
individuo. A todos nos daba la sensación de ser utiles, de valer. Encuentro ahora difícil
imaginar cualquier cosa que pueda ser más estimulante para el ego de un niño. Todos
sentíamos que teníamos un lugar en el mundo; se nos necesitaba por la simple razón de
que realizabamos actividades que tenían que hacerse. No haciamos cualquier cosa,
como sería estudiar para el propio beneficio, sino que lo que haciamos era para
beneficio de todos.
No teníamos lecciones ni 'aprendíamos' nada, en el sentido usual. Sin embargo, si
aprendíamos a lavar y planchar nuestra ropa, a cocinar, ordeñar, cortar leña, pulir pisos,
pintar casas, reparar techos, remen- dar nuestra ropa y cuidar animales; todo eso ademas
de trabajar en grandes grupos para los proyectos mayores: construcción de caminos,
limpieza de areas boscosas, siembra y cosecha, etc.
Ese verano hubo dos cambios en el Instituto, aunque no los percibi de inmediato. La
madre de Gurdjiéff había muerto en el invierno, lo que produjo un sutil cambio
emocional en la atmosfera del lugar; ella nunca participo en las actividades, pero
siempre estabamos concientes de su presencia. El otro cambio, mucho más importante,
es que Gurdjiéff empezo a escribir. Apenas había pasado un mes, cuando se anuncio que
se haría una reorganización completa del funcionamiento del Instituto y que, para
alarma general, no todos podrían permanecer ahí,ya que Gurdjiéff no tendría el tiempo o
la energía necesaria para supervisar personalmente a sus discípulos. Se nos dijo también
que en los siguientes dos o tres dias, Gurdjiéff entrevistaría a cada persona y decidiría si
se le permitiría quedarse y, en ese caso, le diría que iba a hacer.
La reacción general fué parar toda actividad y esperar hasta que se decidiera el destino
de cada quien. A la mañana siguiente, despues del desayuno, los edificios hacian eco a
los murmullos y especulaciones; todos expresaban sus dudas y temores por el futuro.
Para muchos de los estudiantes más viejos, el anuncio significaba que la escuela ya no
tendría valor para ellos, ya que las energías de Gurdjiéff se concentra- rian en sus
escritos y no en la enseñanza personal. Yo me puse nervioso con tanta especulación y
expresión de temores. Como no tenía idea de lo que Gurdjiéff podría decidir sobre mi
destino, me pareció más sencillo seguir con el trabajo que tenía asignado: limpieza de
terreno y sacar troncos. Muchos habían sido asignados a ese trabajo, pero esa mañana
solo fuimos dos o tres. Para el final del día ya se habían hecho varias entrevistas y se
había pedido a algunas personas que abandonaran el lugar.
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Al día siguiente me fuí a trabajar como de costumbre, pero despues de la hora de la
comida me toco turno de ser entrevistado.
Gurdjiéff estaba sentado en el exterior, en una banca frente al edificio principal; me
acerque y me sente a su lado. Me vió como sor- prendido de que yo existiera. Me
preguntó que había estado haciendo y, en particular, que había hecho desde que se hizo
el anuncio. Le respondí y me preguntó entonces si quería permanecer en el prieuré.
Desde luego dije que si. Dijo, con sencillez, que le daba gusto, porque tenía un nuevo
trabajo para mí. A partir del día siguiente me haría cargo de sus cosas personales; su
habitación, su vestidor y su baño. Me dió una llave, insistiendo firmemente que solo yo
tendría llave, ademas de él, y me explicó que tendría que tender la cama, barrer, limpiar,
pulir, sacudir y, en general, mantener el orden. Cuando cambiara el clima, debería
encender las chimeneas, cuidando que no se apagaran; una respon- sabilidad adicional
sería que me convirtiera en su 'serviente' o 'mese- ro', lo que implicaba que si quería
cafe, licor, comida o lo que fuera, yo debía llevarselo a la hora que fuera, de día o de
noche. Debería instalarse una chicharra en su habitación, para ese propósito.
También me dijo que no participaría más en proyectos generales, pero que cubriría las
actividades usuales de cocina y portería, dependiendo del tiempo que necesitara para la
limpieza de su cuarto. Otra actividad nueva sería el cuidado del gallinero; alimentar a
los pollos, recoger los huevos, matar a los patos o gallinas que me pidieran, etc.
Yo estaba muy orgulloso de haber sido seleccionado como su 'guarda' y el se sonrió ante
mi gozosa reacción. Me informo, muy seriamente, que la selección se había hecho sin
pensarlo; había despedido a la persona que hacia eso y, cuando apareci para la
entrevista, se dió cuenta de que yo no era esencial en alguna de las funciones generales
y estaba disponible para ese trabajo. Me sentí avergonzado por mi orgullo, pero no
menos feliz. Seguía sintiendo que era un honor.
Al principio no tuve mas contacto que antes con Gurdjiéff. Temprano en la mañana
soltaba a las gallinas, las alimentaba, recogia huevos y los llevaba a la cocina. Para esa
hora Gurfjieff ya estaba listo para su cafe matutino; se vestía y se sentaba en una de las
mesitas que estaban cerca de la terraza y ahí se pasaba la mañana escribiéndo. Yo
limpiaba su cuarto a esa hora, lo cual me llevaba mucho tiempo. La cama era enorme y
siempre estaba en un gran desorden. ! Y el baño ! Lo que podía hacer con su vestidor y
su baño no puede describirse sin invadir su privacidad; solo dire que, físicamente, el Sr.
Gurdjiéff vivía como un animal; por lo menos hasta donde pude darme cuenta. La
simple limpieza de esos dos cuartos era un proyecto mayor, cada dia. A veces el
desorden era tan grande que yo imaginaba grandes dramas nocturnos en el baño y el
ves- tidor. Con frecuencia pensaba que tenía alguna meta conciente por destruir esos
cuartos. En ocasiones tuve que usar una escalera para limpiar las paredes.
A medio verano mi tarea de guarda empezo a tomar proporciones real- mente grandes.
Debido a que estaba escribiéndo, Gurdjiéff recibía muchas visitas en su habitación;
personas que estaban traduciendo sus libros, conforme él escribía, pasandolos al Ingles,
Frances, Ruso y posiblemente a otros lenguajes. Me entere de que el original era una
combinación de Armenio y Ruso; porque decía que no podía encontrar un solo lenguaje
que le diera la libertad de expresar sus complicadas ideas y teorías. Mi trabajo adicional
era basicamente de 'mesero'; todas las personas que se entrevistaban con Gurdjiéff lo
hacian en su habitación lo que implicaba servir café y Armagnac y retirar todo despues
de la reunion. Gurdjiéff prefería recostarse en la cama durante esas reuniones. De hecho,
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excepto al entrar o salir de la habitación, lo recuerdo siempre tendido en la cama. Algo
tan sencillo como tomar café podía convertirse en un holocausto; habría café por toda la
habitación y en la cama, la que tenía que tenderse con sabanas limpias cada vez.
En ese tiempo había rumores, y no estoy en posición para negarlos, de que en esa
habitación pasaban muchas cosas, aparte de tomar café y Armagnac. El estado normal
de su habitación despues de la noche indicaba que podía haber ocurrido casi cualquier
actividad humana ahí.No hay duda de que se vivía en sus habitaciones, en el sentido
más pleno de esa palabra.
Nunca he olvidado la primera vez en que me vi envuelto en un inci- dente que fuera mas
que el desempeño de mis actividades de limpieza de su cuarto. Ese día tuvo un
distinguido visitante, A. R. Orage; un hombre bién conocido por todos nosotros y
aceptado como un acreditado maestro de la teoría de Gurdjiéff. Despues de la comida
ambos se retiraron a las habitaciones de Gurdjiéff y se me pidió llevara el acostumbrado
cafe. Era tal la estatura de Orage que todos lo tratabamos con gran respeto. No había
duda sobre su inteligencia, su dedicación y su integridad. Era ademas un hombre calido
y compasivo, por el que sentía un gran afecto personal. Cuando llegué al quicio de la
puerta de la habitación me quede parado dudando, debido a lo violento de unos gritos
que daba Gurdjiéff. Toque y, al no recibir respuesta, entre. Gurdjiéff estaba parado
cerca de su cama en un estado que me pareció de furia totalmente incontrolada. Estaba
enfurecido contra Orage, quien estaba de pie, impasible y muy palido, enmarcado por
una de las ventanas. Tuve que caminar entre los dos para poner la charola en la mesa.
Lo hice sintien- dome desollado por la furia de la voz de Gurdjiéff y luego retrocedi,
tratando de hacerme invisible. Cuando llegué a la puerta, no pude reprimir el deseo de
verlos: Orage, un hombre alto, se veía marchito y arrugado mientras se doblaba en la
ventana y Gurdjiéff, que no era muy alto, se veía inmenso; una encarnación completa de
la ira. Aunque la perorata era en ingles, no podía escuchar las palabras; el flujo de rabia
era demasiado enorme. De pronto, en el espacio de un instante, me dedico una amplia
sonrisa; se veía increiblemente pacifico y callado interiormente. Me hizo seña de que
me retirara y siguio con su perorata con la misma fuerza de antes. Esto ocurrió tan
rapido, que no creo que el Sr. Orage haya notado siquiera el cambio de ritmo.
Cuando recien escuche el sonido de la voz del Sr. Gurdjiéff, desde afuera del cuarto,
quede horrorizado. Que este hombre, al que yo respe- taba más que a cualquier otro ser
humano, pudiera perder el control tan totalmente, fué un golpe terrible para mis
sentimientos de respeto y admiración por el. Cuando pase entre ellos para poner la
charola, solo había sentido piedad y compasión por el Sr. Orage.
Ahora, al abandonar la habitación, mis sentimientos se invirtieron completamente. aún
estaba impresionado por la furia que había visto en Gurdjiéff, aterrado por ella. En
cierto sentido, estaba más aterrado aun al salir, porque me había dado cuenta de que no
solo no era 'incontrol- ada', sino que en realidad era totalmente conciente y tenía control
total de ella. aún sentía lastima por el Sr. Orage, pero estaba conven- cido de que debía
haber hecho algo terrible, a los ojos de Gurdjiéff, que produjera esa conducta. No me
paso por la mente que Gurdjiéff pudiera estar equivocado en ningún sentido. Creía en él
con todo mi ser, en forma absoluta. El no podía hacer algo mal. Por extraño que
parezca, y no he podido explicar esto a personas que no lo conocieron personal- mente,
mi devoción a él no era fanatica. No creía en él como se cree en un dios. Para mí él
siempre estaba en lo correcto, por razones lógicas y sencillas. Su extraño estilo de vida,
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incluso cosas como el desorden de sus cuartos, el pedir café a todas horas del día y de la
noche, parecían mucho más lógicas que lo que llaman un modo de vida normal. Todo lo
que hacia era porque quería o necesitaba hacerlo. Invariablemente se preocupaba por los
demas y los consideraba. Por ejemplo, nunca dejaba de agradecerme y pedirme
disculpas cuando tenía que llevarle cafe, medio dormido, a las tres de la mañana. Sabia
instintivamente que tal consideración era mucho más que una cortesia comun adquirida.
Tal vez esa sea la clave; él se interesaba. Siempre que lo veía, siempre que me ordenaba
algo, estaba totalmente atento a mi, completamente concentrado en las palabras que me
decía; su atención no variaba cuando yo le hablaba. sabía siempre, con exactitud, lo que
yo estaba haciendo y lo que había hecho. Creo que todos sentían, como yo, como
recibían su atención total. No creo que haya algo más halagador en las relaciones
humanas.
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                                     CAPÍTULO 7


Fué a la mitad de ese atareado verano cuando Gurdjiéff me preguntó, con brusquedad, si
aún quería estudiar. Me recordo, con gran sarcasmo, que yo quería aprenderlo 'todo' y
preguntó si había cambiado de opinión. Le dije que no.
'? Entonces, si no has cambiado de opinión, porque no preguntas ?' Respondi,
avergonzado e incomodo, que no lo había hecho por varias razones. Una era que ya le
había pedido aprender y asumia que él no lo había olvidado, otra, que estaba tan
ocupado escribiéndo y conferencian- do con otros que pensaba no tenía tiempo.
Me dijo que tenía que aprender sobre el mundo. 'Si quieres algo, debes pedir. Debes
trabajar. Esperas que yo recuerde por ti; ya trabajo mucho, más de lo que puedas
siquiera imaginar; estas mal si esperas que recuerde también lo que tu quieres'. Luego
agrego que cometia yo un error al asumir que estaba demasiado ocupado. 'Si estoy
ocupado es asunto mio, no tuyo. Si digo que te enseñare, debes recordarmelo, ayudarme
pidiéndolo otra vez. Eso muestra que quieres aprender'.
Acepte mansamente que estaba en un error y pregunte cuando empezaría- mos las
'lecciones'. Esto ocurrió un lunes en la mañana; me dijo que lo buscara en su cuarto a las
10 de la mañana siguiente, martes. Al dia siguiente me puse a escuchar trás la puerta
para asegurarme de que se había levantado, toque y entre a la habitación. Estaba de pié a
la mitad del cuarto, perfectamente vestido. Me vió, como asombrado. '? Quieres algo ?'
me preguntó, sin rudeza. Le explique que estaba ahí para mi lección. Me vió, como lo
había hecho en otras ocasiones, como si jamas me hubiera visto. '? Se suponía que
vinieras esta mañana ?' preguntó, como si lo hubiera olvidado por completo. 'Si',
respondí, 'a las diez de la mañana'.
Volteo a ver el reloj que tenía junto a la cama. Marcaba las diez con dos minutos y yo
ya tenía un minuto ahí.Volteo a verme como si mi explicación lo hubiera aliviado
mucho.: 'Recordaba que tenía algo esta mañana a las diez, pero olvide que. ? Porque no
estuviste aqui a las diez ?'
Vi mi propio reloj y le dije que había llegado a las diez en punto.
Sacudio la cabeza. 'Llegaste diez segundos tarde. Un hombre puede morir en diez
segundos. Yo vivo por mi reloj, no por el tuyo. Si quieres aprender de mi, debes estar
aqui cuando mi reloj marque las diez en punto. Hoy no hay lección'.
No discuti con el, pero logre reunir el coraje suficiente para preguntarle si eso
significaba que nunca me daría 'lecciones'. Me despidió con la mano. 'Claro que habra
lecciones. Ven el proximo martes a las diez en punto. Si es necesario llega más
temprano y espera; es una forma de no llegar tarde', y agrego con cierta malicia, 'a
menos que estes muy ocupado como para esperar a tu maestro.'
El siguiente martes llegué a las nueve y cuarto. Salio de la habita- ción en el momento
en que iba yo a tocar, unos cuantos minutos antes de las diez; sonrió y me dijo que se
alegraba por mi puntualidad. Luego me pregunto cuanto tiempo había estado afuera. Le
dije y él sacudio la cabeza, irritado. Me dijo: 'la semana pasada te dije que si no estabas
ocupado podías venir temprano y esperar. No te dije que desperdiciaras casi una hora.
Ahora vamonos'. Me dijo que trajera un termo con café de la cocina y lo alcanzara en su
automóvil.
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Recorrimos una corta distancia por un camino estrecho, casi sin trafico y se detuvo.
Descendimos y me dijo que me llevara el cafe; él se sento en un árbol caido, cerca del
borde del camino. Se había detenido a unos noventa metros de un grupo de trabajadores
que construian un desague de piedra al lado del camino. Su trabajo consistía en acarrear
piedras de uno de dos montones que estaban a un lado, llevandolas a la sección
incompleta del desague, en donde otros las colocaban en el lodo. Los observamos en
silencio, mientras Gurdjiéff fumaba y tomaba cafe. Despues de mucho tiempo, por lo
menos media hora, pregunte por fin a que hora sería la lección.
Me vió con una sonrisa tolerante. 'La lección empieza a las diez en punto', dijo. '? Que
ves ? ? notas algo ?'
Le dije que había estado observando a los hombres y que lo único extraño que había
notado era que uno de ellos traia las piedras del monton más lejano.
'? Porque crees que hace eso ?'
Dije que no sabia, pero que parecía que se estaba haciendo el trabajo mas difícil ya que
tenía que acarrear pesadas piedras desde más lejos. Sería tan fácil tomarlas del monton
cercano.
Gurdjiéff dijo, 'es verdad, pero siempre hay que ver todos los lados antes de hacer un
juicio. Este hombre tiene también un breve pero agradable paseo, en la sombra que hay
a lo largo del camino, cada vez que regresa por más. Ademas, no es estupido, en un día
no acarrea tantas piedras. Siempre hay una razón lógica en porque las personas hacen
las cosas de cierta manera; es necesario encontrar todas las razones posi- bles, antes de
juzgar a la gente'.
El lenguaje de Gurdjiéff, aunque no usaba el tiempo correcto de los verbos, era siempre
preciso y claro sin dejar lugar a dudas. No decía una palabra de mas y siento que eso se
debía en parte a su con- centración, con lo que me forzaba a observar lo que ocurría
alrededor mio, con toda la concentración que me era posible. El resto de la hora
transcurrió rapidamente y regresamos al prieuré; él a sus escritos y yo a mi limpieza.
debía regresar el siguiente martes para la proxima lección. No estuve pensando en lo
que aprendi o no; empezaba a comprender que 'aprender' en el sentido de Gurdjiéff, no
dependía de resultados obvios o repentinos y que no se podía esperar que hubiera
borbotones de conocimiento o comprensión. Empece a tener la sensación de que
repartia su conocimiento mientras vivía, indiferente a si se acep- taba o no, o si se usaba
o no.
La siguiente lección fué totalmente diferente a la primera. Se recosto en su cama y me
dijo que limpiara el resto de la habitación. Me estuvo viendo todo el tiempo, sin hacer
comentarios, hasta que encendi la chimenea; era una mañana lluviosa y humeda y el
cuarto estaba frio, por lo que despues de prenderla empezo a echar mucho humo.
Agregué leña seca y estuve soplando afanoso a las brasas, pero con poco exito. No
siguio observando mis esfuerzos por mucho rato. Repentinamente se paro, tomo una
botella de cognac, me empujo a un lado y vacio un chorro de cognac en la pequeña
flama; se hizo una gran llamarada y luego se estabilizo. Sin hacer comentarios se fué al
vestidor y se arreglo, mientras que yo hacia la cama. Fué hasta que estaba listo para salir
del cuarto cuando me dijo en forma casual: 'Si quieres un resultado necesa- rio de
inmediato, debes usar cualquier medio'. Luego sonrió. 'Cuando no estoy aqui, tienes
tiempo; no es necesario usar fino Armagnac añejo'.
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Y ese fué el final de la lección. Me llevo el resto de la mañana limpiar el vestidor, al que
había demolido silenciosamente en unos cuantos minutos.
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                                    CAPÍTULO 8


Como parte de la 'reorganización completa' de la escuela. el Sr. Gurdjiéff nos dijo que
iba a nombrar un 'director' que supervisara a los estudiantes y sus actividades. Nos hizo
ver claramente que ese director debería reportarle regularmente y que asi él seguiría
perfectamente informado de todo lo que ocurría en el prieuré. Sin embargo, su tiempo
sería dedicado casi totalmente a sus escritos y pasaría mucho más tiempo en Paris.
El director resulto ser una tal Sra. Madison, una dama inglesa solterona (como la
llamaban los niños), quien hasta entonces había estado a cargo de los jardines de flores.
Para la mayoría de los niños siempre había sido una figura un tanto comica. Era alta, de
edad indefi- nida, con una forma huesuda y angulosa rematada por algo parecido a un
nido sucio de pelo rojizo entrecano. Hasta ese dia, se dedicaba a acechar entre los
jardines de flores cargando una palita; se adornaba con listones de rafia amarrados al
cinturon que fluian como ondas desde su cintura, al caminar. Asumio la dirección con
celo y entusiasmo.
Aunque el Sr. Gurdjiéff nos había pedido responder a la Sra. Madison en todo 'como si
se tratara de mi mismo', yo me preguntaba si merecería tal respeto; también sospechaba
que no estaría tan bién informado como cuando él mismo supervisaba el trabajo. De
cualquier manera, la Sra. Madison paso a ser una figura muy importante en nuestras
vidas. Empezo por imponer una serie de reglas y reglamentos (con frecuencia me
pregun- taba si no vendría de una familia de la Armada Inglesa), que eran,
ostensiblemente, para simplificar el trabajo y, en general, para intro- ducir
procedimientos eficientes, en lo que llamaba el funcionamiento azaroso de la escuela.
Como el Sr. Gurdjiéff estaba fuera casi la mitad de la semana, la Sra. Madison sintió
que yo no tenía suficiente que hacer con solo el cuidado del gallinero y la limpieza de
las habitaciones. Se me asigno el cuidado de nuestro único caballo y el burro y algo de
trabajo en los lechos de flores, bajo la supervisión inmediata y personal de la Sra.
Madison. Ademas de esas actividades especificas, estaba sujeto, como los demas, a una
gran cantidad de reglas generales. Nadie podía salir de la propiedad sin el permiso de la
Sra. Madison; nuestras habitaciones debian ser inspeccionadas a intervalos regulares; en
fin, debía seguirse una disciplina general de tipo militar.
Otro cambio que resulto de la 'reorganización' de la escuela, fué que se descontinuaron
las demostraciones nocturnas de movimientos o danzas. Seguían las clases por la tarde,
pero solo duraban una hora y, en raras ocasiones, cuando Gurdjiéff traia visitantes el fin
de semana, se daban demostraciones. Debido a esto teníamos todas las tardes libres y
muchos de nosotros nos ibamos al poblado de Fontainbleue, una caminata de dos millas.
Los niños no teníamos mucho que hacer en el pueblo, excepto ir ocasionalmente al cine
o, a veces, a una feria o carnaval del pueblo. Ese pequeño privilegio, que no estaba
supervisado (de hecho ni se había mencionado), era muy importante para nosotros.
Hasta entonces a nadie le había preocupado lo que hicieramos con nuestro tiempo libre,
en tanto estuvieramos presentes y listos para trabajar en la mañana. Nos rebela- mos
cuando nos vimos confrontados con la orden de que necesitariamos algo asi como
'pases' para poder ir al pueblo y que tendríamos que dar una 'buena razón' para poder
salir de los limites de la escuela. No hubo un acuerdo comun para rebelarse o ignorar
esa regla en particular. Individualmente nadie la obedeció; nunca se pidió un 'pase'.
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No solo no pediamos permiso para salir de la propiedad, sino que ibamos al pueblo
aunque no tuvieramos una razón o ganas de hacerlo. Desde luego no saliamos por la reja
del frente, en donde tenían que enseñarse los pases al que estuviera de portero, sino que
simplemente saltabamos las bardas, al salir y al entrar. No hubo una reacción inmediata
de la Sra. Madison, pero pronto nos enteramos de que, aunque no concebia como pudo
hacerlo, llevaba un registro exacto de las ausen- cias de cada uno. Supimos de la
existencia de ese registro a través del Sr. Gurdjiéff cuando, al regresar al prieuré
despues de una ausencia de varios dias, nos anuncio que la Sra. Madison tenía un'
'pequeño libro negro' en el que registraba todas las 'fechorias' de los estudiantes.
También nos dijo que se reservaba su opinión por el momento, acerca de nuestra
conducta, pero nos recordo que había nombrado a la Sra. Madison como directora y que
se suponía que debiamos obedecerla. Aunque parecía una victoria técnica para la Sra.
Madison, resultaba hueca; nada hizo el para fomentar su disciplina.
Mi primer problema con la Sra. Madison apareció debido a las galli- nas. Una tarde,
cuando acababa de irse Gurdjiéff a Paris y yo limpiaba su cuarto, me entere por otros de
los niños de que mis gallinas, por lo menos varias de ellas, habían encontrado una salida
en el gallinero y que estaban desgarrando alegremente los jardines de flores de la Sra.
Madison. Cuando llegué a la escena de destrucción, la Sra. Madison correteaba gallinas,
furiosamente, por todo el jardín; juntos nos las arreglamos para regresarlas al gallinero.
No se había hecho mucho daño a las flores y, por orden de la Sra. Madison, ayude a
dejar las cosas como estaban. Luego me dijo que era mi culpa que las gallinas
escaparan, debido a que no tenía en orden la cerca; también me prohibio salir del
Instituto por una semana. Agrego que si encontraba una gallina en los jardines, la
mataría con sus propias manos.
Arregle la cerca, pero aparentemente no hice un buen trabajo. Una o dos gallinas
escaparon al día siguiente y regresaron a los jardines de flores. La Sra. Madison cumplio
su promesa y retorcio el pezcueso a la primera gallina que pudo atrapar. Como yo me
había encariñado mucho con las gallinas (tenía una relación personal con cada una y
hasta les había puesto nombre) me vengue de la Sra. Madison destruyendo una de sus
plantas favoritas. Ademas, por pura satisfacción personal, sali de la propiedad y me fuí a
Fointenbleu.
La Sra. Madison me hablo seriamente la siguiente mañana. Dijo que si no podíamos
llegar a un entendimiento juntos tendría que llevar el asunto hasta el Sr. Gurdjiéff; que
sabía que él no toleraría ninguna burla contra su autoridad. También me dijo que, para
entonces, yo encabezaba la lista de infractores en su librito negro. Mi defensa consistió
en decirle que las gallinas eran utiles y el jardín no; que no tenía derecho a matar a mi
gallina. Ella respodió que yo no estaba en posición de juzgar a que tenía o no derecho y
también que el Sr. Gurd- jieff había hecho claro que deberíamos obedecerla.
Como no llegamos a un acuerdo o tregua, el incidente fué llevado a la atención del Sr.
Gurdjiéff a su regreso de Paris, al finalizar la semana. En cuanto llegó fué asaltado, por
decirlo asi, por la Sra. Madison y encerrado en su habitación, por largo rato. Si llegué a
ponerme ansioso durante ese tiempo. Despues de todo, cualquiera que fueran mis
razones, la había desobedecido y no tenía seguridad de que el Sr. Gurdjiéff viera las
cosas a mi manera.
Pidió café ya al atardecer, despues de la cena y cuando se lo lleve me dijo que me
sentara. Luego me preguntó como me estaba llevando con la Sra. Madison y si me caia
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bién. Como no sabía que le había dicho ella, respondi cautelosamente que me llevaba
bién con ella y que suponía que ella tenía razón, pero que el prieuré era muy diferente
estando ella a cargo.
Me miro seriamente: '? Diferente como ?', preguntó.
respondí que la Sra. Madison imponía demasiadas reglas, que había demasiada
disciplina.
No hizo comentarios a esto, sino que me dijo que la Sra. Madison le había platicado
acerca del pleito en los jardines y de que había matado una gallina y quería conocer mi
versión de la historia. Le dije como me había sentido al respecto y que, en especial,
sentía que la Sra. Madison no tenía derecho a matar a la gallina.
'? Que hiciste con la gallina muerta ?' me preguntó.
Le dije que la había limpiado y la había llevado a la cocina para que la guisaran.
Considero esto, afirmo con la cabeza y dijo que yo debería entender que la gallina no
fué desperdiciada despues de todo y que aunque la gallina estaba muerta había sido util,
pero la flor muerta que yo había arrancado por coraje, no servia a ningún propósito; por
ejemplo, no podía servir de comida. Luego preguntó si había arreglado la cerca. Le dije
que la repare una segunda vez despues del segundo escape de galli- nas y dijo que eso
estaba bién; luego me mando por la Sra, Madison.
fuí por ella, sintiendome alicaido. No podía negar la lógica de lo que me había dicho,
pero aún sentía, con resentimiento, que la Sra. Madison no había tenido toda la razón.
La encontre en su recamara; ella me dedico una mirada de suficiencia y superioridad y
me siguio de regreso a la habitación de Gurdjiéff. Nos dijo que nos sentaramos y luego
le dijo a ella que había platicado conmigo acerca del problema de las gallinas y el jardín
y que estaba seguro, volteo a verme al decir eso, de que no habría mas problemas.
Luego dijo, inesperadamente, que ambos le habíamos fallado. Que mi falla había sido
no ayudarlo mediante mi obediencia a la Sra. Madison, ya que él la había puesto a
cargo, y que ella le había fallado al matar a la gallina, la que, dicho sea de paso, era 'su'
gallina; no solo era su gallina sino que ademas era mi responsabilidad, algo que él había
delegado en mi y que, si bién yo debia mantenerla en el gallinero, ella no tenía derecho
a matarla.
Luego le dijo a la Sra. Madison que se fuera, pero agrego mientras ella salia que ya
había usado mucho tiempo, teniendo tanto que hacer, dedicado a la discusión de este
asunto de las gallinas y el jardín y que una de las funciones del director, era la de
aliviarlo de tales proble- mas sin importancia y que hacen perder mucho tiempo.
La Sra. Madison salio del cuarto, antes me había pedido que me quedara, y me preguntó
si sentía que estaba aprendiendo algo. Yo me sorprendi con la pregunta y no supe como
contestarla; solo dije que no sabia. Fué entonces, creo, la primera vez que mencionó
directamente una de las metas y propósitos basicos del Instituto. Haciendo a un lado mi
insatisfactoria respuesta, me dijo que lo más difícil de lograr, para el futuro, y tal vez lo
más importante, era aprender a vivir con las 'manifestaciones desagradables de los
demas'. Dijo que la historia en si que ambos le habíamos platicado era totalmente
irrelevante. La gallina y la planta no importaban. Lo importante era nuestra conducta;
que si cualquiera de los dos hubiera estado 'conciente' de su conducta y no simplemente
reaccionando uno al otro, el problema se hubiera resuelto sin su intervención. Dijo que,
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en cierto sentido, lo único que había ocurrido es que la Sra. Madison y yo habíamos
cedido a nuestra mutua hostilidad. No explicó mas y yo le dije que estaba confundido.
Me respodió que tal vez lo comprendería más tarde en mi vida. Luego me dijo que
tendría mi lección al día siguiente, aunque no fuera martes y se disculpo por no poder
mantenerlas en forma regular debido a sus otras actividades.
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                                     CAPÍTULO 9


Al llegar la siguiente mañana para mi lección, Gurdjiéff se veía muy cansado. Me dijo
que había estado trabajando muy duro la mayor parte de la noche; que escribir era un
trabajo muy pesado. aún estaba en cama y ahi se quedo todo el tiempo de la lección.
Empezo por preguntarme acerca del ejercicio que nos había dado a todos, al que hice
referencia antes como 'auto observación'. Me dijo que era muy difícil de hacer y que
quería que yo lo hiciera con mi mayor concentración y lo más constante que me fuera
posible. Me dijo que la principal dificultad con este ejercicio, como con la mayoría de
los que había dado o daría en el futuro, era que para hacerlos correctamente era
necesario no esperar resultados. En este ejercicio en particular, lo importante era verse a
sí mismo, observar la propia conducta automática, mecanica y reactiva, sin hacer
comentarios y sin tratar de cambiarla. 'Si la cambias', dijo, 'entonces nunca veras la
realidad. Solo veras el cambio. Cuando empieces a conocerte, el cambio vendra o
podras hacerlo si quieres, si ese cambio es deseable'.
Continuo diciendo que este trabajo no solo era muy difícil sino que podía ser muy
peligroso para algunas personas. 'Este trabajo no es para todos', dijo. 'Por ejemplo, si
quieres aprender a ser millonario es necesario que te dediques desde la niñez a esa meta
y no te desvies. Si quieres ser sacerdote, filosofo, hombre de negocios o profesor, no
debes venir aqui. Aqui solo se enseña la 'posibilidad' de como convertirse en un hombre
de un tipo tal que no es conocido en la actualidad, especial- mente en el mundo
occidental.
Luego me pidió que me asomara por la ventana y le dijera lo que veía. Le dije que desde
esa ventana solo podía ver un roble. ? Y que ves en el roble ?, preguntó. Bellotas, le
respondí.
'? Cuantas bellotas ?'
Cuando respondí, muy inseguro, que no sabia, me dijo impaciente: 'No exacto, no digo
eso. ! Adivina cuantas hay !'
Dije que suponía que había varios miles de ellas.
Estuvo de acuerdo y luego me preguntó cuantas de ellas se conver- tirían en robles.
Respondí que suponía que solo unas cinco o seis llegarían a ser árboles, tal vez menos.
Asintió con la cabeza. 'Tal vez solo una, tal vez ninguna. Hay que aprender de la
Naturaleza. El hombre también es un organismo. La Natura- leza hace muchas bellotas,
pero la posibilidad de convertirse en árbol solo existe para algunas. Es lo mismo con el
hombre, nacen muchos pero muy pocos crecen. La gente cree que eso es un desperdicio,
cree que la Naturaleza desperdicia. Pero no es asi. El resto se convierte en ferti- lizante,
regresa a la tierra y crea la posibilidad de nuevas bellotas, nuevos hombres; de vez en
cuando más árboles, más hombres reales. La Naturaleza siempre da, pero solo da
posibilidad. Para convertirse en un roble real o un hombre real, se necesita de esfuerzo.
Comprende esto, mi trabajo, este Instituto, no es para fertilizantes. Solo para hombres
reales. Pero hay que comprender también que los fertilizantes son necesarios para la
Naturaleza. La posibilidad para ser un roble real, un hombre real, depende también de
este fertilizante'.
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Despues de un silencio muy prolongado, continuo: 'El occidente, tu mundo, hay la
creencia de que los hombres tienen un alma, dada por Dios. No es asi. Nada da Dios,
solo la Naturaleza da. Y la Naturaleza solo da la posibilidad de un alma, no da un alma.
El alma se adquiere a través de trabajo. Pero, a diferencia de un árbol, el hombre tiene
muchas posibilidades. Como existe el hombre ahora, tiene también la posibilidad de
crecer por accidente, de crecer incorrectamente. El hombre puede llegar a ser muchas
cosas, no solo fertilizante no solo hombre real: puede llegar a ser lo que ustedes llaman
'bueno' o 'malo', cosas que no son propias para el hombre. El hombre real no es bueno ni
malo; el hombre real es solo consciente, solo desea adquirir un alma para un desarrollo
adecuado.'
Lo había escuchado, tenso y concentrado y mi único sentimiento, tenía doce años
entonces, era un de confusión e incomprensión. Sentía con cuerpo y emoción la
importancia de lo que estaba diciendo, pero no lo comprendía. Como si se se diera
cuenta de ello (que lo hacia, con seguridad), me dijo: "'Piensa en lo bueno y lo malo
como en la mano derecha y la izquierda. El hombre siempre tiene dos manos, dos lados
de si mismo, el bueno y el malo. Uno puede destruir al otro El hombre debe tener la
meta de hacer que ambas manos trabajen juntas, debe adquirir una tercera cosa: la cosa
que hace la paz entre las manos, entre los impulsos de bién y de mal. El hombre que es
todo 'bueno' o todo 'malo', no es un hombre completo, es unilateral. La tercera cosa es la
concien- cia moral; la posibilidad de adquirir la conciencia moral ya existe en el hombre
al nacer; esa posibilidad es dada, gratis, por la Naturaleza. Pero solo es una posibilidad.
La verdadera conciencia solo puede ser adquirida por medio de trabajo, aprendiendo
primero a comprenderse a si mismo. Incluso tu religion, la religion occidental, tiene la
frase 'Conocete a ti mismo'. Esta frase es la más importante en todas las religiones.
Cuando se empieza a conocer a sí mismo se empieza a tener la posibilidad de
convertirse en un hombre genuino. Asi que lo primero que hay aprender es a conocerse
a sí mismo mediante este ejercicio de auto observación. Si no haces esto, entonces seras
como una bellota que no llega a ser árbol, seras fertilizante. Fertilizante que regresa a la
tierra y se convierte en posibilidad para un nuevo hombre.
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                                    CAPÍTULO 10


Como en un proceso de asentamiento, la dirección de la Sra. Madison vino
automaticamente a convertirse en algo que podíamos tolerar sin mayores dificultades.
Había demasiado trabajo ordinario que hacer para mantener la escuela, como para que
alguien se preocupara mucho por las reglas y reglamentos o por la forma en que se
realizaba el trabajo. Ademas había demasiada gente ahí y la configuración física era
demasiado grande como para que la Sra. Madison (que no dejaba su interminable
trabajo de jar- dinería) pudiera observar constantemente a cada uno de nosotros. Hubo
solo otro incidente en el que la Sra. Madison y yo entramos en conflicto ese verano;
suficientemente grande como para que se llevara a la atención del Sr. Gurdjiéff. Fué el
incidente del jardín japones.
Tiempo atrás, mucho antes de que yo fuera al prieuré, uno de los proyectos del Sr.
Gurdjiéff había sido la construcción de lo que él llamaba un 'jardín japones'. Se había
creado una isla entre los árboles, usando agua de la zanja que recorría toda la propiedad.
Se construyo en la isla un pequeño pabellon de seis u ocho paredes, con apariencia
oriental y un puente de arco, típicamente japones, que llevaba a la isla. La apariencia era
típicamente oriental y era un sitio agradable en donde retirarse los domingos, cuando no
estabamos trabajando en alguna de nuestras tareas usuales. La tarde de un domingo fuí
con un estudiante adulto, un americano; había llegado recientemente al prieuré y, si
recuerdo correctamente, la razón por la que fuimos es que yo era su guía para que
conociera las instalaciones de la escuela. Era una práctica usual, entonces, que los niños
caminaran por todos los setenta y cinco acres de terreno, acompañando a los recien
llegados, mostrandoles las hortalizas, el baño turco, la ubicación de los proyectos, etc.
Mi compañero y yo nos detuvimos a descansar en el jardín japones y el, como
burlándose del jardín, me dijo que aunque fuera 'japones' en intención, quedaba
totalmente arruinado por la presencia, justo frente a la puerta del pabellon, de dos bustos
de yeso, uno de Venus y otro de Apolo. Mi reacción fué inmediata e iracunda. También,
de una curiosa manera, sentí que la critica de los bustos era una critica personal al buen
gusto del Sr. Gurdjiéff. Con una mezcla de razones y considerable atrevimiento, le dije
que resolvería la situación y, rapidamente, lance los dos bustos al agua. Recuerdo que
senti, oscuramente, que al hacer eso estaba defendiendo el honor y buen gusto de
Gurdjiéff.
La Sra. Madison se entero de esto, por los medios de información que nunca pude
determinar. Me dijo, horrorizada, que esa destrucción voluntaria de los bustos no podía
pasar desapercibida y que se informaría al Sr. Gurd- jieff, en cuanto llegara de Paris.
Su regreso de Paris fué un fin de semana, venía acompañado por varios invitados, en su
automóvil y llegaron varios más en sus carros o en tren. Todos los estudiantes se
reunieron, despues de la cena, en el salon principal del Chateau, lo que era costumbre
cuando regresaba de sus viajes. En presencia de todos (parecía una reunion de
accionistas), recibió un reporte formal de la Sra. Madison que cubría los eventos
generales ocurridos en su ausencia. Despues de ese reporte, la Sra. Madison presentaba
un resumen de los problemas que se habían presentado y que ella consideraba requerían
de la atención de Gurdjiéff. En esa ocasión se sento a su lado, con el librito negro
abierto con firmeza sobre su regazo y le hablo seriamente, por un rato, con voz
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inaudible para nosotros. Cuando terminó, él le hizo seña de que se fuera a una silla y
pidió que se acercara aquel que había destruido las estatuas en el jardín japones.
Avergonzado por la presencia de todos los estudiantes, asi como de un buen número de
visitantes distinguidos, camine hacia el, con el corazón hundido, furioso conmigo
mismo por mi acto de abandono. En ese momento no podía pensar en una justificación
para lo que había hecho.
Gurdjiéff me preguntó, desde luego, porque había cometido ese crimen y que si me daba
cuenta de que la destrucción de propiedad es, de hecho, criminal. Dije que me daba
cuenta de que no debía haberlo hecho, pero que lo hice porque las estatuas pertenecían
al periodo y civilización incorrectos, historicamente y que, para empezar, nunca
debieron estar ahí.No involucre al americano en mi explicación.
Gurdjiéff me informo, con considerable sarcasmo, que, aunque mi conocimiento de la
historia podría ser impresionante, yo había destruido 'estatuas' que le pertenecían; que
el, personalmente había sido respon- sable de que se colocaran ahi; que, de hecho, le
gustaban las estatuas griegas en los jardines japoneses; en cualquier caso, le gustaban en
ese jardín japones en particular. Dijo que, en vista de lo que había hecho, tendría que ser
castigado y que el castigo sería no recibir mi 'dinero de chocolate' (asi llamaba al dinero
que recibían los niños para sus gastos), hasta que se reemplazaran las estatuas. Dió
instrucciónes a la Sra. Madison de que investigara el precio de reemplazos equivalentes
y de que tomara de mi dinero, por el tiempo que fuera necesario.
Basicamente debido a mi situación familiar, Jane y Margaret no disponían de mucho
dinero entonces (y menos para nosotros), yo no tenía del llamado 'dinero de chocolate';
al menos no regularmente. El único dinero que tuve para gastos fué algun envio
ocasional que hizo mi madre desde America, para navidad o mi cumpleaños o sin razón
aparente. En ese momento en particular yo no tenía dinero. Ademas, estaba seguro de
que las estatuas serían espantosamente caras. Pude preveer un eternidad en la que estaría
dando el dinero que pudiera recibir, para bién de pagar mi irreflexivo acto. Era un
prospecto horrible, especialmente porque mi cumpleaños había sido solo unos meses
atrás y la navidad estaba a muchos meses a futuro.
Mi deprimente futuro sin dinero llegó abruptamente a su fin cuando recibí,
inesperadamente, un cheque de mi madre por veinticinco dolares. Antes de llevar el
cheque a la Sra. Madison, ella me había comentado que las 'estatuas' eran comunes,
vaciados de yeso y que solo costarían unos diez dolares. Me resultaba difícil
deshacerme aún de esa cantidad. Los veinticinco dolares me hubieran durado por lo
menos hasta navidad.
En la siguiente asamblea, la Sra. Madison informo al Sr. Gurdjiéff de que yo había dado
el dinero para las nuevas 'estatuas' (el se negaba incluso a entender la palabra 'busto') y
le preguntó si debería reemplazarlas.
Gurdjiéff penso en ello por un rato y, finalmente, dijo 'No'. Me llamo a su lado, me
regreso el dinero y dijo que podía conservarlo, con la condición de que lo compartiera
con todos los demas niños. Dijo también que, aunque había sido un error destruir su
propiedad, quería que yo supiera que había pensado en toda la situación y que yo había
tenido razón acerca de lo impropio de colocar en ese sitio, esas estatuas en particular.
Sugirió que, aunque no lo hiciera por el momento, podría haberlas reemplazado con el
tipo apropiado de estatuas. Nunca más se mencionó el incidente.
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                                   CAPÍTULO 11


Hacia el final del verano, me entere de que el Sr. Gurdjiéff estaba haciendo planes de ir
a America en una prolongada visita, probablemente todo el invierno de 1925-1926. La
cuestion de que pasaría con Tom y conmigo vino automaticamente a mi mente, pero se
resolvio pronto: para mi gran alivio, Jane nos dijo que había decidido que regresaría a
Nueva York, pero que Tom y yo nos quedaríamos ese invierno en el prieuré. Nos llevo a
Paris un fin de semana y nos presento a Gertrudis Stein y a Alicia B. Toklas; de alguna
manera Jane persuadio a Alicia y Gertrudis de que, por asi decirlo, nos echaran un ojo
en su ausencia.
En nuestros ocasionales viajes a Paris habíamos conocido a muchas personas
distinguidas y controvertidas: James Joyce, Ernest Hemingway, Constantin Brancusi,
Jacques Lipschitz, Tristan Tzara y otros, la mayoría de los cuales habían colaborado en
una epoca u otra con la revista 'Little Review'. Man Ray nos tomo fotografias; Paul
Tchelitchev, despues de dos o tres dias consecutivos de trabajar en mi retrato al pastel,
me saco de su estudio, diciendo que era 'impintable'. 'Te ves como todos', dijo, 'y tu
rostro nunca esta quieto'.
Estaba yo demasiado joven, o demasiado encerrado en mi, como para tener conciencia
plena del privilegio, si esa es la palabra, de conocer o reunirme con esas personas. En
general, no producian una gran impresión en mi; no entendía su conversación y sabía de
su importancia, solo porque me habían dicho que eran importantes.
De todos ellos, Hemingway y Gertrudis Stein se destacaron como impresionantes para
mí. En nuestro primer encuentro con Hemingway, antes de que publicaran su "Adios a
las Armas", nos impresiono con sus historias de corridas de toros en España;
exhuberantemente se quito la camiseta para mostrarnos las 'heridas en batalla' y luego se
dejo caer en manos y rodillas, aún desnudo hasta la cintura, para jugar con su hijo, que
era entonces un bebe, fingiendo que era un toro.
Pero fué Gertrudis Stein la que me causo el mayor impacto. Jane me había dado algo
suyo a leer (no se que era) y yo lo había encontrado totalmente sin sentido; por esa
razón estaba ligeramente alarmado ante la perspectiva de conocerla. Pero me gusto de
inmediato. parecía sin complicaciones, directa y enormemente amistosa. Tenía también
una cualidad de no 'decir tonterías' que me atraia como niño; nos dijo que la visitaramos
cada tercer jueves durante el proximo invierno y que nuestra primera visita sería el día
de Acción de Gracias. Aunque estaba preocupado por la partida de Gurdjiéff, ya que
sentía que el prieuré no podría ser el mismo sin su presencia, el gusto inmediato que me
dió conocer a Gertrudis y el conocimiento de que la vería regularmente, era un consuelo
considerable.
Gurdjiéff solo me hablo directamente de su proximo viaje, en una ocasión. Me dijo que
dejaría a la Sra. Madison en total cargo y que sería necesario para mí (y para todos los
demas) trabajar con ella. La Sra. Madison ya no me preocupaba ni asustaba, me estaba
acostumbrando a ella, por lo que le asegure que haría lo mejor posible. Luego me dijo
que era importante aprender a llevarse bién con la gente. Importante solo en un sentido;
aprender a vivir con todo tipo de personas y en todo tipo de situaciones; vivir con ellos,
en el sentido de no reaccionar a ellos constantemente.
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
Mi infancia con Gurdjiéff
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Mi infancia con Gurdjiéff

  • 1. 1 FRITZ PETERS MI INFANCIA CON GURDJIEFF
  • 2. 2 CAPÍTULO 1 Conocí y hablé por primera vez con Jorge Gurdjiéff en 1924, la tarde de un sábado de junio, en el Chateau du Prieuré en Fointainebleau Avon en Francia. Aunque las razones de mi estancia no estaban muy claras para mí (tenía once años de edad), mi recuerdo del encuentro permanece brillantemente claro. Era un día brillante y soleado. Gurdjiéff estaba sentado al lado de una mesa con cubierta de mármol, sombreada con un parasol y daba espalda al chateau, de cara a una gran extensión de prados y lechos de flores. Tuve que sentarme un rato en la terraza del chateau, detrás de él, antes de ser llamado a su presencia para una entrevista. De hecho, lo había visto una vez antes, en el invierno anterior, en Nueva York, pero no sentía que lo había 'conocido'. El único recuerdo de esa primera vez es que le había tenido miedo; en parte por la forma en que vió hacia (o a través) de mí y en parte por su reputación. Me habían dicho que era por lo menos un 'profeta' y lo más, algo muy cercano a la 'segunda venida de Cristo'. Conocer cualquier versión de un 'Cristo' es un acontecimiento y ese tipo de evento no era algo que yo estuviera esperando. Confrontar su presencia no solo no me llamaba la atención, sino que me aterrorizaba. El encuentro en sí, no llegó a la medida de mis temores. 'Mesías' o nó, a mi me pareció un hombre franco y sencillo. No estaba rodeado por ningún halo y, si bién su inglés tenía un fuerte acento, hablaba de una manera mucho más simple que lo que la Biblia me habría hecho sospechar. Hizo un vago gesto en mi dirección, me dijo que me sentara, pidió café y luego me preguntó porque estaba ahí. Sentí alivio al encontrar que parecía ser un ser humano normal, pero me inquieté por la pregunta. Me sentí seguro de que tenía que darle una respuesta importante; que debía tener una excelente razón. Como no la tenía, le dije la verdad: que estaba ahí porque me habían llevado. Luego me preguntó porque quería estar ahí, para estudiar en su escuela. Otra vez lo único que pude responder es que ello estaba fuera de mi control; no me habían consultado; había sido transportado a ese lugar, por así decirlo. Recuerdo el fuerte impulso que tuve de mentirle y el sentimiento, igual de fuerte, de que no podía hacerlo con el. Me sentía seguro de que él sabía la verdad de antemano. La única pregunta que respondí menos honestamente, fué cuando me preguntó si quería permanecer ahí y estudiar con el. Respondí que si, lo que no era esencialmente cierto. Lo dije porque sabía que se esperaba de mi. Me parece ahora que cualquier niño habría respondido igual. Lo que fuera que el prieuré pudiera representar para los adultos, (y el nombre literal de la escuela era 'El Instituto Gurdjiéff para el Desarrollo Armónico del Hombre'), yo sentía que experimentaba el equivalente a ser entrevistado por el Director de una escuela secundaria. Los niños van a la escuela y yo estaba en el acuerdo general de que ningún niño le diría a su próximo maestro que no quiere ir a la escuela. Lo único que me sorprendió es que se me haya preguntado. Gurdjiéff me hizo entonces otras dos preguntas: 1. ? Qué crees que es la vida ? y 2. ? Qué quieres saber ?
  • 3. 3 Respondí a la primera diciendo: 'Creo que la vida es algo que se nos da en charola de plata y que a uno le corresponde hacer algo con ella'. Esta respuesta provoco una larga discusión acerca de la frase 'en charola de plata', incluyendo una referencia de Gurdjiéff a la cabeza de Juan el Bautista. Yo me retracte, sintiendo que me batía en retirada, y modifique la frase para dar a entender que la vida es un 'regalo' y eso pareció satisfacerle. La segunda pregunta (? Que quieres saber ?) era más fácil de responder. Mis palabras fueron: 'Quiero saberlo todo'. Gurdjiéff replicó inmediatamente: 'No puedes saberlo todo. ? Todo acerca de que ? Yo dije: 'Todo acerca del hombre' y agregué: 'En inglés se le llama sicología o tal vez filosofía.' Entonces suspiro y después de un breve silencio dijo: 'Puedes quedarte. Pero tu respuesta hace la vida difícil para mí. Yo soy el único que enseña lo que tu pides. Tu haces que tenga más trabajo.' Como mis metas infantiles eran adaptarme y agradar, me sentí desconcertado por su respuesta. La último que yo quería era hacerle la vida mas difícil a alguien; me parecía que ya era suficientemente difícil. No respondí nada a eso y él continuo diciéndome que ademas de aprender 'todo', tendría también la oportunidad de estudiar temas menores como lenguajes, matemáticas, diversas ciencias, etc. También dijo que yo notaría que esa no era una escuela usual: 'Puedes aprender muchas cosas aquí que no enseñan en otras escuelas'. Luego me dió unas palmadas en el hombro, con benevolencia Uso la palabra 'benevolencia' porque su gesto fué de gran importancia para mi en ese momento. Ansiaba la aprobación de alguna autoridad superior. Recibir esa 'aprobación' de este hombre al que los adultos consideraban como un 'profeta', un 'vidente' y/o un 'Mesías' y, ademas, en un gesto amistoso tan sencillo, resultaba inesperado y enternecedor. Yo sonreí radiante. Su actitud cambio abruptamente. Golpeo la mesa con uno de sus puños, se me quedo viendo con gran intensidad y me dijo: '? Puedes prometer que harás algo para mí ?' Su voz y la forma en que me había visto eran atemorizantes y excitantes, a la vez. Al mismo tiempo me sentí acorralado y retado. Le respondí con una palabra, un firme 'Si'. Hizo un gesto en dirección a la extensión de prados que estaba ante nosotros: '? Ves ese pasto ?' 'Si.' 'Te doy trabajo. Debes cortar ese pasto, con maquina, cada semana.' Mire los prados, el pasto extendiéndose frente a nosotros en lo que me pareció una infinitud. Sin duda era el prospecto de mayor trabajo que jamas en mi vida hubiera contemplado para una semana. Otra vez dije: 'Si'. Por segunda vez golpeo la mesa con el puño. 'Debes prometerlo por tu Dios'. Su voz era mortalmente seria. 'Debes prometer que harás esto pase lo que pase.' Mire hacia el, interrogante, respetuoso y con temor considerable. Ningún prado, ni esos (había cuatro), me había parecido antes tan importante. 'Lo prometo', dije con sinceridad. 'No solo prometas'. reitero. 'Debes prometer que lo harás pase lo que pase, sin importar quien quiera evitarlo. Muchas cosas pueden pasar en la vida.'
  • 4. 4 Por un momento sus palabras conjuraron una visión de pleitos terribles sobre si podar o no los prados. Pude entrever grandes dramas emocionales que ocurrirían en el futuro con relación a los prados y yo. Prometí otra vez. Yo estaba tan serio como el. Hubiera muerto, de ser necesario, en el acto de podar los prados. Mi sentimiento de dedicación era obvio y él pareció satisfecho. Me dijo que empezara a trabajar el lunes y luego me despidió. Creo que entonces no me di cuenta, es decir, la sensación era nueva para mí, pero me aparte de él con el sentimiento de haberme enamorado; de él, de los prados o de mi mismo, no importaba. Mi pecho se expandió mucho más allá de su capacidad normal. A mi, un niño, una pieza sin importancia en el mundo que pertenecía a los adultos, se me había pedido que llevara a cabo algo que parecía ser vital.
  • 5. 5 CAPÍTULO 2 ? Que era 'El prieuré', que es el nombre que le dábamos la mayoría, o el 'Instituto para el Desarrollo Armónico del Hombre'? A la edad de once años yo entendí que era simplemente cierto tipo de escuela especial, dirigida, como ya lo he dicho, por un hombre que era considerado por mucha gente como un visionario, un nuevo profeta, un gran filosofo. El mismo Gurdjiéff lo definió una vez como un lugar en donde él intentaba, entre otras cosas, crear un pequeño mundo que reproduciría las condiciones de otro más grande, el mundo exterior; siendo el propósito principal preparar a los estudiantes para una experiencia o una vida humana. En otras palabras, no era una escuela dedicada a una educación común que, en general, consiste en la adquisición de varias facultades, tales como lectura, escritura o aritmética. Una de las cosas más simples que intentaba enseñar, era una preparación para la misma vida. Puede ser necesario señalar aquí, especialmente para beneficio de las personas que han tenido algún contacto con la teoría Gurdjieffiana, que estoy describiendo el 'Instituto' como lo vi y lo comprendí siendo un niño. No intento definir su propósito o el significado que tuvo para los individuos que estaban interesados en o atraidos hacia Gurdjiéff, por su filosofía. Para mí era simplemente otra escuela, seguramente muy diferente a las que había conocido, pero la diferencia esencial era que la mayoría de los 'estudiantes' eran adultos. Aparte de mi hermano y yo, el resto de los niños eran parientes, sobrinos, sobrinas, etc. del Sr. Gurdjiéff, o sus hijos naturales. En total no éramos muchos; solo recuerdo a diez. La rutina de la escuela era igual para todos, excepto los más pequeños. El día empezaba con un desayuno a base de café y pan tostado, a las seis en punto. De las siete en adelante, cada individuo trabajaba en la tarea que se le había asignado. La ejecución de esas tareas solo se interrumpía para comer: comida a las doce (usualmente sopa, carne, ensalada y algún tipo de budín dulce); te a las cuatro de la tarde; una cena sencilla a las siete de la noche. Después de la cena, a la 8:30, había gimnasia o danzas, en lo que se llamaba la 'casa estudio'. Esta rutina era constante seis dais a la semana, excepto los sábados por la tarde, cuando las mujeres iban al baño turco; los sábados al anochecer había 'demostraciones' de las danzas, en la casa estudio, ejecutadas por los que lo hacían mejor, para el resto de los estudiantes y para los visitantes que venían con frecuencia para los fines de semana. Después de las demostraciones, los hombres iban al baño turco y al término de este se hacia un 'festín' o comida especial. Los niños no participaban en estas cenas como comensales, solo como meseros o ayudantes en la cocina. El domingo era día de descanso. Las tareas asignadas a los estudiantes eran, invariablemente, relativas al funcionamiento en si de la escuela: jardinería, cocina, limpieza, cuidado de los animales, ordeñar, hacer mantequilla y casi siempre se hacían como trabajo de grupo. Como supe después, el trabajo de grupo se consideraba de real importancia: Al trabajar juntas diferentes personalidades, se producen conflictos humanos subjetivos; esos conflictos producen fricción y la fricción revela características que, si son observadas, podrían revelar al 'Yo'. Una de las metas de la escuela era 'vete a ti mismo como te ven los demás'; verse a sí mismo desde lejos, por así decirlo y ser capaz de criticar a ese 'Yo' en forma objetiva;
  • 6. 6 pero al principio simplemente 'verlo'. Un ejercicio que debería hacerse todo el tiempo, independientemente de la actividad física, era llamado 'observación de sí mismo' u 'oponer Yo a ello', siendo 'Yo' la conciencia (potencial) y 'ello' el cuerpo, el instrumento. Al principio, antes de que comprendiera alguna de esas teorías o ejercicios, mi tarea y, en cierto sentido, mi mundo, estaba centrado en cortar el pasto, ya que mis prados, como llegué a llamarlos, se hicieron considerablemente más vitales que lo que pude haber anticipado. Al día siguiente de mi entrevista, el Sr. Gurdjiéff se fué a París. Nos habíamos dado cuenta de que acostumbraba pasar dos dais de la semana en París, acompañado usualmente por su secretaria, Madame de Hartmann y a veces por otros. Esta vez se fué solo, lo que resultaba extraño. Según recuerdo, no fué sino hasta la tarde del lunes (el Sr. Gurdjiéff se había ido el sábado al atardecer) cuando el rumor de que había tenido un accidente automovilístico se empezó a filtrar hasta los niños de la escuela. Escuchamos primero que había muerto, luego que se había lastimado seriamente y que no podría vivir. La noche del lunes una persona con autoridad hizo el anuncio formal. No había muerto, pero estaba seriamente lastimado y moribundo en el hospital. Es difícil describir el impacto de tal anuncio. La existencia misma del 'Instituto' dependía totalmente de la presencia de Gurdjiéff. El asignaba el trabajo de cada individuo y, hasta ese momento, había supervisado personalmente hasta el ultimo detalle de la operación de la escuela. Ahora, la inminente posibilidad de su muerte llevo todo a un estancamiento. Solo pudimos comer regularmente, gracias a la iniciativa de algunos de los estudiantes más viejos, la mayoría de los cuales habían llegado con él de Rusia. Aunque no sabía que iba a pasarme a mi, personalmente, lo que aun permanecía vívidamente en mi mente, era el hecho de que me había dicho que podara los prados 'pase lo que pase'. Era un alivio para mí tener algo concreto que hacer; una tarea definida que él me había encomendado. También fué la primera vez en que tuve el sentimiento de que a lo mejor si era un ser extraordinario. El me había dicho 'pase lo que pase' y su accidente paso. Su mandato se hizo aún más fuerte. Yo estaba convencido de que él sabía de antemano que 'algo' iba a pasar, aunque no necesariamente un accidente automovilístico. No fuí el único que sintió que su accidente estaba predestinado. El hecho de que se haya ido solo a París (supe que era la primera vez que lo hacia) era prueba suficiente para la mayoría de los estudiantes. En todo caso, mi reacción fué que se hizo absolutamente esencial podar el pasto; estaba convencido de que, por lo menos en parte, su vida podría depender de mi dedicación a la tarea que me había encomendado. Esos sentimientos que tenía asumieron una importancia especial cuando, unos días más tarde trajeron al Sr. Gurdjiéff de regreso al Prieuré, a su habitación, que tenía una ventana a 'mis' prados. Se nos dijo que estaba en estado de coma y lo mantenían vivo a base de oxigeno. Iban y venían doctores, a intervalos; se instalaban y quitaban tanques de oxigeno; una atmósfera de silencio descendió en el lugar; era como si todos estuvieran envueltos en una oración silenciosa y permanente por el. Fué uno o dos días después de su regreso cuando se me dijo (probablemente fué Madame de Hartmann) que el ruido de la podadora debía cesar. La decisión que me vi
  • 7. 7 forzado a tomar resulto de gran trascendencia para mi. Por mucho que respetara a Madame de Hartmann, no podía olvidar la fuerza con la que él me había hecho prometer que haría mi trabajo. Estábamos parados en el borde del prado, directamente debajo de las ventanas de su cuarto, cuando tuve que darle mi respuesta. No pense por mucho tiempo, según recuerdo, y me rehuse con toda la fuerza que tengo. Se me dijo entonces que su vida podría depender de hecho de mi decisión y seguí rehusándome. Lo que me sorprende ahora es que no se me haya prohibido categóricamente continuar, o aún que se me hubiera reprimido a la fuerza. La única explicación que puedo encontrar a esto, es que el poder que tenía sobre sus discípulos era tal, que ningún individuo estaba dispuesto a asumir la responsabilidad de negar totalmente mi versión de lo que él me había dicho. En todo caso, no se me reprimió; simplemente se me prohibió podar el pasto. Yo seguí haciéndolo. Este rechazo a la autoridad, nada menos que a la máxima autoridad, fué algo mortalmente serio y pienso que lo único que me sostuvo fué la convicción de que el ruido de una podadora no podía matar a nadie; también, aunque no tan lógico, sentía entonces que, inexplicablemente, su vida podría depender de mi ejecución de la tarea que me había dado. Sin embargo, esas razones no me defendían de los sentimientos de otros estudiantes (en esa época había unos ciento cincuenta, la mayoría adultos) que estaban convencidos por igual de que el ruido que yo hacia todos los días, era mortal. El conflicto continuo por varias semanas y cada vez que se reportaba que su condición estaba 'sin cambio', se me hacia más difícil iniciar mi tarea. Recuerdo que todas las mañanas tenía que rechinar los dientes y superar mi temor por lo que podía estar haciendo. Mi resolución se fortalecía o se debilitaba por las actitudes de otros estudiantes. Me encerraron en un ostracismo, me excluyeron de toda actividad; nadie se sentaba conmigo a comer en la misma mesa, si me sentaba en una mesa ocupada todos se iban y no puedo recordar a una persona que me haya hablado o sonreído durante esas semanas, con excepción de unos pocos de los adultos más importantes quienes, de vez en cuando, me exhortaban a que dejara de podar.
  • 8. 8 CAPÍTULO 3 A medio verano de 1924 mi vida estaba centrada en el pasto. Para entonces ya podía podar el pasto de mis cuatro prados en un total de cuatro días. Las otras cosas que hacia no eran importantes: ocupar mi lugar como ayudante de cocina o portero, en la pequeña caseta de la reja a la que llamábamos 'portería'. Pocas cosas hay que recuerde, ademas del ruido de esa maquina podadora. Mi pesadilla terminó repentinamente. Una mañana temprano, mientras empujaba la podadora hacia el frente del chateau, voltee hacia las ventanas del cuarto del Sr. Gurdjiéff. Siempre hacia eso, como si esperara un signo milagroso. Esa mañana en particular, lo vi por fin. Estaba parado frente a la ventana abierta, viendo hacia mi. Me detuve y lo vi fijamente, inundado de una sensación de alivio. No hizo nada por lo que me pareció un largo rato. Luego, con un movimiento muy lento, llevo su mano derecha a sus labios para hacer un gesto que le era característico (lo que supe después): usando sus dedos índice y pulgar peinaba su bigote, partiendo del centro; después dejo caer su mano a un lado y sonrió. El gesto lo hizo real; sin el, podría haber pensado que la figura que veía era solo una alucinación o el producto de mi imaginación. La sensación de alivio fué tan intensa que explote en llanto, mientras aferraba la podadora con ambas manos. Seguí viéndolo, a través de mis lagrimas, hasta que se alejo lentamente de la ventana. Entonces empece a podar otra vez. El ruido de la maquina, que resultaba horrible antes, se convirtió en un sonido gozoso para mí. Empuje la podadora para uno y otro lado, para acá y para alla, con todas mis fuerzas. Decidí esperar a mediodía para anunciar mi triunfo, pero para la hora en que fuí al almuerzo, me di cuenta de que no tenía pruebas, nada que anunciar y, con lo que ahora me parece una sabiduría sorprendente, no dije una palabra, aunque no podía contener mi alegría. Para en la noche todos sabían que el Sr. Gurdjiéff estaba fuera de peligro y la atmósfera, a la hora de la cena, era de gratitud y acción de gracias. La parte que tuve en su recuperación (había llegado a convencerme de que solo yo sería responsable, en parte, de lo que le sucediera) se perdió enmedio del regocijo general. Lo único que ocurrió es que el rechazo que me manifestaban desapareció tan repentinamente como había surgido. Si no se me hubiera prohibido, realmente, hacer ruido cerca de su ventana unas semanas antes, habría pensado que todo ocurrió solo en mi cabeza. Para mí fué un golpe el no recibir algún reconocimiento o triunfo. Sin embargo el incidente no quedo cerrado entonces. El Sr. Gurdjiéff apareció unos días después, cuidadosamente vestido y caminando lentamente. Vino a sentarse ante la mesita en la que me había entrevistado por primera vez. Yo estaba, como de costumbre, batallando de un lado a otro con mi podadora. Se sentó ahí, aparentemente ausente de todo lo que le rodeaba, hasta que termine el prado que había estado podando esa mañana. Era el cuarto y, gracias al ímpetu que me dió su recuperación, había reducido el tiempo para podar, a tres días. Mientras empujaba la maquina frente a mi, llevándola de regreso al cobertizo donde se guardaba, él volteo hacia mi y me llamo con una seña. Deje caer la podadora y fuí a pararme a su lado. Sonrió, diría otra vez que con 'benevolencia' y me preguntó cuanto tiempo me llevaba podar los prados. Respondí orgullosamente que podía podarlos en tres días. Suspiro, fijando la vista frente a él en
  • 9. 9 dirección a la extensión de pasto y se puso de pie. 'Debes poder hacerlo en un día', dijo. 'Eso es importante'. ! Un día ! me sentí asombrado y lleno de emociones mezcladas. No solo no se me dió crédito por mi logro; al menos por haber sostenido, a pesar de todo, mi promesa, sino que prácticamente fuí castigado por ello. Gurdjiéff no presto atención a mi reacción, que debe haber sido visible en mis muecas, sino que puso una mano en mi hombro y se apoyo pesadamente en mi. 'Esto es importante', repitió, 'porque cuando puedas podar los prados en un día, tendré otro trabajo para tí'. Luego me pidió acompañarlo a una área en particular no lejos de ahí, explicándome que no podía caminar bién y por eso me pedía ayuda. Caminamos juntos lentamente y, con dificultad considerable aún con mi ayuda, subimos por un sendero hacia el área que había mencionado. Era una colina inclinada llena de rocas, cerca del gallinero. Me mando a un cobertizo de herramienta cercano al gallinero y me pidió le llevara la guadaña. Luego me guío al terreno, retiró su mano de mi hombro, tomo la guadaña con ambas manos e hizo un movimiento como si cortara, de un lado a otro. Al verlo sentí que el esfuerzo que hacia era muy grande; temía debido a su palidez y su evidente debilidad. Luego me regreso la guadaña y me dijo que la guardara. Ya que lo hice regrese a pararme junto a él y otra vez se apoyo pesadamente en mi hombro. 'Cuando puedas podar todos los prados en un día, este será tu nuevo trabajo. Siega este terreno cada semana'. Voltee a ver la pendiente; la larga hierba, las rocas, los arbustos y los árboles. También estaba consciente de mi tamaño; era pequeño para mi edad y la guadaña me había parecido muy grande. Todo lo que pude hacer fué quedarme viéndolo fijamente, asombrado. Fué solo su mirada, sería y adolorida, lo que me impidió hacer una protesta inmediata, con llanto y furia. Solo baje la cabeza y asentí. Luego camine con el, lentamente, de regreso a la casa principal, por las escaleras, hasta la puerta de su habitación. A los once años la auto compasión no me era ajena, pero lo que había pasado era demasiado para mí. De hecho, la auto compasión ocupaba poco lugar en mis sentimientos. También sentía ira y resentimiento. No solo no había recibido reconocimiento, no se me dieron las gracias; había sido castigado, prácticamente. ? Que tipo de lugar era esta escuela y, después de todo, que clase de hombre era él ? Amargamente, pero lleno de orgullo, recordé que regresaría a América en el otoño. Yo le enseñaría. ! Todo lo que tenía que hacer era no arreglármelas para podar el pasto en un día ! Curiosamente, cuando mis emociones cedieron y empece a aceptar lo que parecía ser inevitable, encontré que mi ira y mi resentimiento, aunque seguían ahí, no se dirigían personalmente contra el Sr. Gurdjiéff. Había notado una mirada de tristeza en sus ojos cuando camine con él y me había sentido preocupado por el, por su salud; una vez más, aunque no se me había advertido que era absolutamente necesario que hiciera ese trabajo, sentí que había tomado cierta responsabilidad y que tendría que hacerlo por el. Al día siguiente tuve otra sorpresa. Me mando llamar a su habitación en la mañana y me dijo severamente que si era capaz de guardar un secreto ante todos. Al hacerme la pregunta, había una firmeza y una fiereza en su mirada que contradecían la debilidad del
  • 10. 10 día anterior. Le asegure, valientemente, que podía hacerlo. Otra vez sentí un gran reto. ! Guardaría el secreto pasara lo que pasara ! Me dijo entonces que no quería preocupar a los otros estudiantes y, particularmente a su secretaria, Madame de Hartmann, pero que estaba casi ciego y que yo era el único que lo sabia. Me describió un plan intrigante: había decidido reorganizar todo el trabajo que se hacia en el prieuré. Yo tendría que acompañarlo a todas partes, cargando un sillón; el pretexto para eso sería que aún estaba débil y tendría que descansar a ratos. Sin embargo, la verdadera razón era parte del secreto; yo debería seguirlo porque en realidad no podía ver por donde iba. Abreviando, yo sería su guía y guarda; me haría cargo de su persona. Sentí que mi recompensa había llegado finalmente; que mi convicción no había sido falsa y que el mantener mi promesa había sido tan importante como lo había esperado. El triunfo era solitario puesto que no podía compartirlo, pero era genuino.
  • 11. 11 CAPÍTULO 4 Mi nuevo trabajo de 'carga sillas' o, como yo me lo decía de 'guardián', me tomaba mucho tiempo. Se me excuso de todas las tareas, con excepción de los interminables prados. Podía seguir con mi podadora, pero tenía que hacer la mayor parte antes de que el Sr. Gurdjiéff apareciera en la mañana, o después de que se retiraba a su habitación cerca del anochecer. Nunca he sabido que había de cierto en su historia de ceguera parcial. Asumí que lo era porque siempre creía implícitamente en el; parecía que solo podía decir la verdad, aunque su forma de hacerlo no fuera directa siempre. Se me ha sugerido y también lo he pensado, que ese trabajo de carga sillas y guía fué inventado para mí y que invento la historia de la ceguera como una excusa. Dudo que haya sido así solo porque eso representaría darme una importancia exagerada, algo que no puedo imaginar en Gurdjiéff. Ya era suficientemente importante por haber sido seleccionado, sin razones adicionales. En las semanas siguientes, probablemente un mes, más o menos, cargue esa silla por millas cada día, siguiéndolo a una distancia respetable. Estaba convencido de su ceguera ya que con frecuencia se salia del camino; yo tenía que soltar la silla, correr a su lado, advertirle de cualquier peligro que corriera, como la posibilidad, a veces inminente, de caminar directamente hacia una pequeña zanja que cruzaba toda la propiedad, para correr de regreso por la silla para recogerla y seguirlo otra vez. El trabajo que dirigia entonces involucraba a todos en la escuela. Había varios proyectos que se realizaban al mismo tiempo: se construia un camino, lo que implicaba romper rocas con un marro, para darles el tamaño adecuado; limpiar una area boscosa quitando varios acres de árboles, quitando troncos y raiz con pico y pala. Aparte de ese proyecto especial, continuaban incesantemente las tareas usuales; jardinería, siembra, cosecha de verduras, cocina, limpieza, etc. Siempre que el Sr. Gurdjiéff inspeccionaba un proyecto dado por un rato, yo me unia al trabajo con los demas, hasta que él decidía inspeccionar otro o regresar a la casa. Cerca de un mes despues se me relevo de mi asignación de carga sillas y regrese a mi trabajo regular de podar los prados y a otras ac- tividades: ayudante de cocina una vez a la semana y portero a cargo de abrir la puerta y responder el telefono. Durante el periodo en que tenía que seguirlo, había tenido que ajustar mi tiempo de podar cuando podía, como dije antes y fué con cierta consternación que encontre al regresar a mi actividad normal que, sin esfuerzo perceptible, había llegado a la meta que se me había propuesto; por un tiempo había olvidado la colina que eventualmente debia segar cada semana. En el momento en que hice ese descubrimiento, una tarde despues de la hora del te, al terminar el cuarto prado del dia, el Sr. Gurdjiéff estaba sentado en una banca, no en su mesa, de cara a los prados. Deje a un lado la podadora, me fuí a la terraza y camine desconsoladamente en su dirección. Aunque nunca ame los prados, el prospecto de mi siguiente trabajo me ponía sentimental respecto a ellos. Me detuve a una distancia que considere respetuosa y espere. Estaba dudando si decirle o dejar las cosas para otro dia.
  • 12. 12 Paso un tiempo antes de que volteara hacia mi, como si estuviera molesto por mi presencia y me preguntara con aspereza si se me ofrecía algo. Asenti con la cabeza y me pare a su lado. Dije rapidamente: 'Sr. Gurdjiéff, ya puedo podar todos los prados en un solo dia'. Me vió frunciendo el ceño, sacudio su cabeza, desconcertado y me dijo: '? Porque me dices eso ?'. aún parecía molesto conmigo. Le recorde de mi nueva 'tarea' y luego pregunte, al borde del llanto, si debería empezar al día siguiente. Me vió fijamente durante mucho tiempo, como si no pudiera recordar o hasta comprender lo que yo le decía. Finalmente, con un gesto brusco y afectuoso me jalo hacia él y me hizo sentarme a su lado, apoyando su mano en mi hombro. Otra vez me sonrió con esa increíble y distante sonrisa que califique antes de 'benevolente' y dijo, sacudiendo la cabeza: 'No es necesario trabajar en el campo. Ya has hecho ese traba- jo.' Me quede viéndolo, confundido y lleno de alivio. Pero tenía que saber que iba a hacer; ? continuar con los prados ? Penso un rato en ello y luego me preguntó cuanto tiempo más iba a estar ahí.Le dije que se suponía que debía regresar a America, a pasar el invierno, el siguiente mes. Penso en esto y, dando por terminado el asunto como si ya no tuviera importancia, dijo que continuara trabajando en grupo en las tareas usuales; jardinería cuando no estuviera en cocina o portería. 'Tendre otro trabajo para tí, si regresas el proximo año', me dijo. Aunque estuve un mes más ese año, a mi me pareció como que el verano terminó en ese momento. El resto del tiempo fué como un vacio: sin eventos ni dramas. Aquellos de nosotros, los niños que trabajabamos con adultos en los jardines, podíamos disfrutar de juegos agradables tales como recoger frutas o legumbres, atrapar grillos, caracoles y babosas, quitando hierba de aqui o alla con poco interés o devoción por nuestro trabajo. Era un lugar alegre para los niños: vivíamos con seguridad dentro de los limites de una rigurosa disciplina, pero la estructura, excepto por ser casi todo el dia, no resultaba pesada para nosotros. Nos las arreglabamos para jugar bastante y hacer nuestras intrigas, mientras los infatigables adultos nos veían indulgentemente, con ojos entrecerra- dos.
  • 13. 13 CAPÍTULO 5 Dejamos el prieuré en octubre de 1924 para regresar a Nueva York y pasar ahí el invierno. En esa epoca yo era miembro de un 'grupo familiar muy inusual'. Mi hermano Tom y yo vivimos varios años en un mundo extrano y errante. Mi madre, Lois, se divorcio de mi padre cuando yo tenía unos diez y ocho meses de edad; durante varios años tuvimos un padrastro, pero en 1923, cuando mi madre fué hospitalizada por casi un año, Jane Heap y Margaret Anderson (Margaret es hermana de mi madre), se hicieron cargo de nosotros. Ellas eran coeditoras de la notoria, si no famosa publicación 'Little Review'. Hasta la fecha no estoy seguro de haber comprendido porque Jane y Margaret asumieron esa responsabilidad. Era una extraña forma de 'paternidad planeada' para dos mujeres que, me parecía, no querían tener hijos propios y, desde todo punto de vista, esto era una 'bendición' mixta. Como Margaret no había regresado de Francia con nosotros, la verdadera responsabilidad recayó en Jane. Solo puedo describir nuestro hogar como me parecía entonces: Tom y yo ibamos a una escuela particular en Nueva York; teníamos también varios deberes en casa, ayudar con la comida, lavar trastes, etc., y, a la vez que estabamos expuestos a muchas influencias inusuales, tenían menos efecto en mi que lo que pudiera esperarse. En un hogar, si esa es la palabra adecuada, en el que se editaba una revista y que era visitada exclusivamente por artistas, escritores y, a falta de una palabra mejor, intelectuales, me las arregle para vivir mi propia vida privada. La rutina diaria de la escuela, que implicaba, naturalmente, a otros niños y actividades ordinarias y comprensibles, era mucho más importante para mí que la vida 'interesante' y temperamental que formaba, de hecho, el trasfondo de nuestra vida. El mundo del arte no era un sustituto de la infancia; incluso la vida familiar con mi madre y mi padrastro era mas 'normal' para mi, que vivir en Nueva York lejos de mi familia que giraba, basicamente, alrededor de mi mama. El evento exterior más importante de ese invierno, fué la aparición repentina de mi padre. Jane había decidido, por razones que nunca comprendí plenamente, que ella (o tal vez Margaret y ella) debian adoptarnos a Tom y a mi, legalmente. Los procedimientos de adopción fueron la causa de que mi padre regresara a escena, despues de unos diez años de ausencia total. Al principio no se presento personalmente. Simplemente se nos dijo que no quería la adopción y que quería hacerse cargo de nosotros. Segun lo comprendí entonces, Jane, ayudada por A. R. Orage y otras 'gentes de Gurdjiéff', despues de consultarnos, pudo convencer a mi padre de que permitiera la adopción legal. Fué un invierno aterrador para mí, en varios sentidos. Creo que es imposible que un adulto comprenda los sentimientos de un niño al que se le dice, en un lenguaje perfectamente claro, que puede o no ser adoptado por tal o cual persona. No creo que al consultar a un niño sobre estas cosas, pueda tener una 'opinión'; naturalmente se aferrara a la situa- ción conocida y relativamente segura. Mi relación con Jane, como la senti y experimente, era sumamente volatil y explosiva. En ocasiones había mucha emoción y amor entre nosotros, pero precisamente esa inten- sidad emocional era lo que me atemorizaba. Cada vez más caia en la tendencia a cerrarme a todo lo exterior. Para mí las personas eran algo con lo que tenía que vivir, algo que soportar. Vivía solo el mayor
  • 14. 14 tiempo posible, ensoñando en mi propio mundo, anhelando el tiempo en que podría escapar del mundo, complejo y a veces totalmente incomprensible para mí. Quería crecer y estar solo; lejos de todos. Debido a ello, casi siempre andaba en problemas. Era perezoso en mis obligaciones en casa, resentía cualquier demanda que se me hiciera y cualquier tarea que se suponía debía llevar a cabo. Obstinado e independiente debido a mi sentimiento de soledad, tenía usualmente problemas y con frecuencia me castigaban. Ese invierno, poco a poco al principio pero con firmeza, empece a despreciar mi ambiente y a odiar a Jane y a Tom, principalmente porque eran parte de la vida que estaba viviendo. En la escuela iba bién pero, como me resultaba muy fácil,tenía poco interés en lo que hacia. Mas y más me fuí retirando a un mundo de sueños fabricado por mi mismo. En ese mundo propio había dos personas que no eran enemigos y que se destacaban como faros brillantes; sin embargo no había forma de comuni- carme con ellas. Eran mi madre y, desde luego, el Sr. Gurdjiéff. ? Porque 'desde luego' ? La simple realidad de Gurdjiéff como ser humano, lo que para mi fué una relación sin complicaciones durante los meses del verano anterior, se convirtió en una tabla de salvación para mí. Cuando se me consulto sobre la posibilidad de ser 'cuidado' por mi padre (quien para mí era simplemente otro adulto hostil) exprese en alta voz mi oposición, aunque no esperaba que mis palabras tuvieran algun peso. Mi mayor temor era que no me sentía capaz de enfrentar otro mundo nuevo, extraño y desconocido. También, y esto era muy importante enton- ces para mí, estaba seguro de que ese cambio eliminaría toda posibilidad de volver a ver a mi madre o al Sr. Gurdjiéff otra vez. Para complicar las cosas todavia más, mi madre llegó a Nueva York con otro hombre, no mi padrastro y Jane la rechazo sin preambulos. Recuerdo que me permitieron hablarle en las escaleras del departamento; solo eso. Me resulta imposible juzgar ahora los motivos o propósitos de Jane, en aquella epoca. Estoy convencido de que, en su mente, estaba motivada por las mejores intenciones. Pero el resultado fué que, a partir de ese momento, la considere como un enemigo mortal. Me parece que la relación entre un niño promedio y su madre, especialmente cuando el padre no ha vivido por años con ellos, es suficientemente fuerte. En mi caso, era violenta y obsesiva. Las cosas no mejoraron cuando apareció mi padre, en persona, poco antes de la Navidad. Fué una reunion incomoda y difícil; había poca comunicación (hablo solo por mi). No podía comunicarse sin revelar su verguenza, siendo un hombre timido y 'bién educado'. Una cosa que logro comunicar fué que, antes de que tomaramos una decisión final sobre la adopción, pasaramos un fin de semana con él y su esposa (yo tenía la impresión de que lo de la adopción era un hecho consumado y que usaban a mi padre solo como una amenaza). Me pareció que lo justo era darle una oportunidad. Si parece que la frase esta dicha 'a sangre fria', solo puedo decir que la mayoría de las decisiones infantiles son asi y lógicas, ademas' o por lo menos la mia lo fué. Se tomo la decisión, presumiblemente entre Jane y mi padre (y con el consentimiento de Tom y mio), de que iríamos a visitarlo a Long Island durante una semana. Desde mi punto de vista, la visita fué un desastre. Pudo ser menos molesta si mi padre no nos hubiera avisado casi al llegar que, en el caso de que decidieramos vivir con el, no podríamos hacerlo en su casa, sino que seríamos enviados a Washington, D. C., con dos de sus tias solteras. Supongo que es inevitable que los adultos deban explicar a los niños
  • 15. 15 los hechos y circunstancias que estan enfrentando. Sin embargo, ese anuncio, hecho sin 'sentimiento' o emoción (no sugirió que nos amaba o nos quería, o que las tias en cuestion necesitaran a dos niños en casa), me pareció totalmente ilógico e incluso, al final, hilarante. Empece a sentirme aún más solo que antes; como una pieza de equipaje abandonada para la que se necesitaba un lugar donde almacenarla. Como mi gentil padre parecía estar buscando constantemente nuestra aprobación y siempre estaba haciendonos preguntas, declare firmemente, a los dos dias de estar en su casa, que no quería vivir con él o con sus tias y que quería regresar a Nueva York. Tom se quedo el resto de la semana; yo no. Sin embargo, para poder irme se me puso como condición que pensara la posibilidad de regresar en Navidad. Acepte, friamente, considerarlo. No recuerdo ahora, pero puede ser que haya aceptado sin reservas. Hubiera hecho cualquier cosa por irme de ahí.Hasta Jane, a pesar de que rechazo a mi madre, era terreno familiar y lo que yo temia era lo desconocido, lo inusual. De alguna manera paso el invierno. De alguna manera también, aunque tenía pesadillas frecuentes sobre la posibilidad de no volver a ver el Prieure, se decidio que iríamos en la proxima primavera. Para ese tiempo, Gurdjiéff se había convertido en el único faro en el horizonte, la unica isla de seguridad en un futuro impredecible y atemorizante. Durante el invierno, la primera pregunta que me hiciera el Sr. Gurdjiéff: '? Porque has venido a Fontainebleu ?', asumio una tremenda importancia. Al evocar esos meses, recuerdo como Gurdjiéff asumio un gran valor en mi mente y mi corazón. A diferencia de todos los adultos que conocí, su conducta era absolutamente sensata. Era completamente positivo; me había ordenado hacer cosas y yo las había hecho. No me había interrogado, no me había obligado a tomar decisiones para las que estaba totalmente incapacitado. Empece a anhelar tener a alguien que hiciera algo tan sencillo como 'ordenarme' podar un prado, que me hiciera una demanda que fuera realmente 'una demanda', sin importar que tan incomprensibles fueran sus motivos (despues de todo, todos los adultos son 'incomprensibles'). Empece a considerarlo como el único individuo maduro y lógico que había conocido. Por ser un niño, no estaba preocupado por, ni quería saber, el porque de la conducta de los adul- tos. Necesitaba desesperadamente y quería por encima de todas las cosas estar bajo una autoridad. Para mi edad, una autoridad era cualquier persona que supiera lo que estaba haciendo. Pedirle opinión a un niño de once años, pedirle que tome desiciones vitales sobre su futuro (y eso parecía haber ocurrido todo el invierno), no solo era imposible de comprender sino también muy atemorizante. Aquella pregunta se convirtió en '? Porque quiero regresar a Fon- tainbleu ?' y era muy fácil de responder. Quería regresar y vivir cerca de un ser humano que sabía lo que estaba haciendo; el que yo entendiera o no lo que hacia, no tenía importancia alguna. Sin embargo no deseche la formulación original de la pregunta; una de las razones por la que permanecía viva en mi mente, era que no había tenido nada especifico que hacer yendo ahí.Solo podía agradecer a la fuerza (la idea de 'Dios' era muy vaga para mí) que me había permitido estar ahí.Un año antes, el mayor atractivo de ir a Fontainbleu había sido que teníamos que cruzar el oceano y yo amaba los barcos. En el transcurso del invierno y debido a la importancia que Gurdjiéff había cobrado en mi mente, me sentí fuertemente tentado por el sen- timiento de que mi presencia en ese lugar había sido 'inevitable'; como si hubiera habido una lógica mística e inexplicable que había hecho que fuera necesario que yo, personalmente, arrivara a ese lugar en par-
  • 16. 16 ticular y precisamente en ese momento; que había existido un propósito real en el hecho de que yo estuviera ahí.El hecho de que en la mayoría de las conversaciones de los adultos que me rodeaban, se asociara a Gurdjiéff con actividades metafísicas, religion, filosofía y misticismo, parecía aumentar la posibilidad de que hubiera habido algun tipo de predestinación en nuestro encuentro. Pero a fin de cuentas no sucumbi a la idea de que mi asociación con el estaba 'predestinada'. El recuerdo del mismo Sr. Gurdjiéff era lo que me impedia entregarme a tales sueños. Yo no estaba en posición de negar la posibilidad de que fuera clarividente, místico, un hipnotizador o hasta un 'ser divino'. Lo importante es que ninguna de esas cosas tenían valor. Lo que importaba es que él era un ser humano positivo, práctico, sensato y lógico. En mi pequeña mente, el prieuré parecía la institución mas sensata de todo el mundo. Como yo lo veía, era un lugar que alber- gaba a un gran número de personas extremadamente ocupadas en el trabajo físico necesario para mantener su existencia. ? Que podía ser más sencillo y práctico ? Estaba conciente de que podía haber otros beneficios por estar ahí.Pero, a mi edad y en mis terminos, solo había una meta y una meta muy sencilla. Ser como Gurdjiéff. Era fuerte, honesto, directo, sin complicaciones, un individuo libre por completo de 'tonterías'. Podía recordar, con toda honestidad, que me había sentido aterrorizado por el trabajo que implicaba podar los prados; pero me resultaba evidente que una de las razones para ello era mi pereza. Gurdjiéff 'me hizo' que podara los prados. No lo hizo con amenazas, no me prometio premios por ello, ni me preguntó si quería hacerlo. El me 'dijo' que lo hiciera. Me dijo que era importante y yo lo hice. Un resultado evidente, obvio para mi a los once años, fué que perdi el miedo al trabajo (simple trabajo físico normal). También comprendí, aunque tal vez no intelectualmente, porque no había tenido que segar la colina y porque él me dijo que 'ya lo había hecho'. El efecto total del invierno de 1924 a 1925 en Nueva York, fué que anhele mi regreso a Francia. La primera visita había 'sucedido', como resultado de una cadena de eventos inconexos y sin propósito que resul- taron del divorcio de mi madre, de su enfermedad, de la existencia de Margaret y Jane y de su interes por nosotros. El regreso, en la prima- vera de 1925, parecía predestinado. Yo sentía que, de ser necesario, iría solo. En navidad llegó a su climax mi desencanto e incomprensión de la vida de los adultos. Me converti en algo asi como un hueso por el que se pelean dos perros (asi lo senti). La lucha de voluntades, al quedar fuera del pleito mi madre, se siguio manifestando entre Jane y mi padre, luchando por custodiarnos a Tom y a mi. Ahora estoy seguro de que ambos actuaban solo para 'salvar las apariencias'. No puedo creer que ningún bando nos quisiera por alguna razón especial; yo me portaba suficien- temente mal como para no ser particularmente deseable. De cualquier manera, había aceptado por lo menos considerar la posibilidad de visitar a mi padre en navidad. Cuando llegó la hora, decidí rehusarme. La invitación de Jane de pasar una navidad 'de adulto', glamorosa, con muchas fiestas, visitas al teatro, etc., fué mi mejor y ostensible pretexto para rehusar la visita a mi padre. Sin embargo, la verdadera razón siguio siendo la de siempre: tan difícil como pudiera parecerme la relación con Jane, era de cualquier manera mi pasaporte para ir con Gurdjiéff y yo hice todo lo posible por lograr algo de armonía entre nosotros. A ella le agrado mi decisión, no siendo inhumana ni infalible, sintió una aparente preferencia de mi parte por ella.
  • 17. 17 Mi padre se puso muy triste. No pude comprender porque, si se me había dicho que la decisión era mia. Vino a Nueva York a recoger a Tom, quien había aceptado pasar la navidad con el, y me trajo varios regalos. Me sentí apenado con eso, pero, cuando me pidió reconsiderar mi deci- sión, sobornandome en apariencia con los regalos, me sentí herido y furioso. Sentí que la suciedad y la injusticia del mundo adulto se sintetizaba en ese acto. Le dije, con lagrimas de furia, que a mi no se me podía comprar y que siempre lo odiaría por lo que me estaba haciendo. Quisiera, en favor de la memoria de mi padre, desviarme lo suficiente como para aclarar que estoy totalmente conciente de sus buenas inten- ciones y que me doy cuenta de que fué un terrible golpe emocional el que le produje esa vez. Posiblemente lo que fué más triste o doloroso para el, fué que no tenía idea de lo que realmente estaba pasando. En su mundo los niños no rechazaban a sus padres. Finalmente terminó el invierno; a la fecha me parece que fué intermi- nable. Pero terminó y mi anhelo por ir al prieuré se intensifico con la llegada de la primavera. Solo cuando subi al barco que me llevaría a Francia, pude creer que realmente regresaría. Y solo al cruzar la reja del prieuré, una vez más, pude dejar de soñar, creer y alimentar mi esperanza. Cuando lo vi otra vez, Gurdjiéff puso su mano en mi cabeza; yo levante la vista hacia su fiero bigote y la grande y abierta sonrisa que apareció bajo su calva y brillante cabeza. Me atrajo hacia si, como un gran y calido animal, apretandome afectuosamente con su brazo y su mano, diciendome: 'Asi que ... ? regresaste ?' Lo dijo en forma de pregunta; un poco más que la declaración de un hecho. Lo único que pude hacer fué recargar mi cabeza contra él y contener mi explosiva alegria.
  • 18. 18 CAPÍTULO 6 El segundo verano, el verano de 1925, fué como venir a casa. Encon- tre, como lo había soñado, que nada había cambiado esencialmente. Faltaban algunas personas del verano anterior y había otras nuevas, pero el ir y venir de individuos era poco importante. Una vez más me absorbio el lugar y me converti en un engrane en el funcionamiento de la escuela. Con excepción del trabajo de podar, que era entonces responsabilidad de otro, me integre a las actividades rutinarias y habituales, junto con todos los demas. Para un niño, la gran sensación de seguridad que daba el Instituto, a diferencia, por ejemplo, de un internado, era que de inmediato se sentía uno integrado en el. Puede ser cierto que había una meta más alta en el trabajo comun de mantenimiento de la escuela, que es a lo que nos dedicabamos todos, pero, a mi nivel, me hacian sentir que era un pequeño eslabon esencial en el trabajo, independientemente de mi importancia como individuo. A todos nos daba la sensación de ser utiles, de valer. Encuentro ahora difícil imaginar cualquier cosa que pueda ser más estimulante para el ego de un niño. Todos sentíamos que teníamos un lugar en el mundo; se nos necesitaba por la simple razón de que realizabamos actividades que tenían que hacerse. No haciamos cualquier cosa, como sería estudiar para el propio beneficio, sino que lo que haciamos era para beneficio de todos. No teníamos lecciones ni 'aprendíamos' nada, en el sentido usual. Sin embargo, si aprendíamos a lavar y planchar nuestra ropa, a cocinar, ordeñar, cortar leña, pulir pisos, pintar casas, reparar techos, remen- dar nuestra ropa y cuidar animales; todo eso ademas de trabajar en grandes grupos para los proyectos mayores: construcción de caminos, limpieza de areas boscosas, siembra y cosecha, etc. Ese verano hubo dos cambios en el Instituto, aunque no los percibi de inmediato. La madre de Gurdjiéff había muerto en el invierno, lo que produjo un sutil cambio emocional en la atmosfera del lugar; ella nunca participo en las actividades, pero siempre estabamos concientes de su presencia. El otro cambio, mucho más importante, es que Gurdjiéff empezo a escribir. Apenas había pasado un mes, cuando se anuncio que se haría una reorganización completa del funcionamiento del Instituto y que, para alarma general, no todos podrían permanecer ahí,ya que Gurdjiéff no tendría el tiempo o la energía necesaria para supervisar personalmente a sus discípulos. Se nos dijo también que en los siguientes dos o tres dias, Gurdjiéff entrevistaría a cada persona y decidiría si se le permitiría quedarse y, en ese caso, le diría que iba a hacer. La reacción general fué parar toda actividad y esperar hasta que se decidiera el destino de cada quien. A la mañana siguiente, despues del desayuno, los edificios hacian eco a los murmullos y especulaciones; todos expresaban sus dudas y temores por el futuro. Para muchos de los estudiantes más viejos, el anuncio significaba que la escuela ya no tendría valor para ellos, ya que las energías de Gurdjiéff se concentra- rian en sus escritos y no en la enseñanza personal. Yo me puse nervioso con tanta especulación y expresión de temores. Como no tenía idea de lo que Gurdjiéff podría decidir sobre mi destino, me pareció más sencillo seguir con el trabajo que tenía asignado: limpieza de terreno y sacar troncos. Muchos habían sido asignados a ese trabajo, pero esa mañana solo fuimos dos o tres. Para el final del día ya se habían hecho varias entrevistas y se había pedido a algunas personas que abandonaran el lugar.
  • 19. 19 Al día siguiente me fuí a trabajar como de costumbre, pero despues de la hora de la comida me toco turno de ser entrevistado. Gurdjiéff estaba sentado en el exterior, en una banca frente al edificio principal; me acerque y me sente a su lado. Me vió como sor- prendido de que yo existiera. Me preguntó que había estado haciendo y, en particular, que había hecho desde que se hizo el anuncio. Le respondí y me preguntó entonces si quería permanecer en el prieuré. Desde luego dije que si. Dijo, con sencillez, que le daba gusto, porque tenía un nuevo trabajo para mí. A partir del día siguiente me haría cargo de sus cosas personales; su habitación, su vestidor y su baño. Me dió una llave, insistiendo firmemente que solo yo tendría llave, ademas de él, y me explicó que tendría que tender la cama, barrer, limpiar, pulir, sacudir y, en general, mantener el orden. Cuando cambiara el clima, debería encender las chimeneas, cuidando que no se apagaran; una respon- sabilidad adicional sería que me convirtiera en su 'serviente' o 'mese- ro', lo que implicaba que si quería cafe, licor, comida o lo que fuera, yo debía llevarselo a la hora que fuera, de día o de noche. Debería instalarse una chicharra en su habitación, para ese propósito. También me dijo que no participaría más en proyectos generales, pero que cubriría las actividades usuales de cocina y portería, dependiendo del tiempo que necesitara para la limpieza de su cuarto. Otra actividad nueva sería el cuidado del gallinero; alimentar a los pollos, recoger los huevos, matar a los patos o gallinas que me pidieran, etc. Yo estaba muy orgulloso de haber sido seleccionado como su 'guarda' y el se sonrió ante mi gozosa reacción. Me informo, muy seriamente, que la selección se había hecho sin pensarlo; había despedido a la persona que hacia eso y, cuando apareci para la entrevista, se dió cuenta de que yo no era esencial en alguna de las funciones generales y estaba disponible para ese trabajo. Me sentí avergonzado por mi orgullo, pero no menos feliz. Seguía sintiendo que era un honor. Al principio no tuve mas contacto que antes con Gurdjiéff. Temprano en la mañana soltaba a las gallinas, las alimentaba, recogia huevos y los llevaba a la cocina. Para esa hora Gurfjieff ya estaba listo para su cafe matutino; se vestía y se sentaba en una de las mesitas que estaban cerca de la terraza y ahí se pasaba la mañana escribiéndo. Yo limpiaba su cuarto a esa hora, lo cual me llevaba mucho tiempo. La cama era enorme y siempre estaba en un gran desorden. ! Y el baño ! Lo que podía hacer con su vestidor y su baño no puede describirse sin invadir su privacidad; solo dire que, físicamente, el Sr. Gurdjiéff vivía como un animal; por lo menos hasta donde pude darme cuenta. La simple limpieza de esos dos cuartos era un proyecto mayor, cada dia. A veces el desorden era tan grande que yo imaginaba grandes dramas nocturnos en el baño y el ves- tidor. Con frecuencia pensaba que tenía alguna meta conciente por destruir esos cuartos. En ocasiones tuve que usar una escalera para limpiar las paredes. A medio verano mi tarea de guarda empezo a tomar proporciones real- mente grandes. Debido a que estaba escribiéndo, Gurdjiéff recibía muchas visitas en su habitación; personas que estaban traduciendo sus libros, conforme él escribía, pasandolos al Ingles, Frances, Ruso y posiblemente a otros lenguajes. Me entere de que el original era una combinación de Armenio y Ruso; porque decía que no podía encontrar un solo lenguaje que le diera la libertad de expresar sus complicadas ideas y teorías. Mi trabajo adicional era basicamente de 'mesero'; todas las personas que se entrevistaban con Gurdjiéff lo hacian en su habitación lo que implicaba servir café y Armagnac y retirar todo despues de la reunion. Gurdjiéff prefería recostarse en la cama durante esas reuniones. De hecho,
  • 20. 20 excepto al entrar o salir de la habitación, lo recuerdo siempre tendido en la cama. Algo tan sencillo como tomar café podía convertirse en un holocausto; habría café por toda la habitación y en la cama, la que tenía que tenderse con sabanas limpias cada vez. En ese tiempo había rumores, y no estoy en posición para negarlos, de que en esa habitación pasaban muchas cosas, aparte de tomar café y Armagnac. El estado normal de su habitación despues de la noche indicaba que podía haber ocurrido casi cualquier actividad humana ahí.No hay duda de que se vivía en sus habitaciones, en el sentido más pleno de esa palabra. Nunca he olvidado la primera vez en que me vi envuelto en un inci- dente que fuera mas que el desempeño de mis actividades de limpieza de su cuarto. Ese día tuvo un distinguido visitante, A. R. Orage; un hombre bién conocido por todos nosotros y aceptado como un acreditado maestro de la teoría de Gurdjiéff. Despues de la comida ambos se retiraron a las habitaciones de Gurdjiéff y se me pidió llevara el acostumbrado cafe. Era tal la estatura de Orage que todos lo tratabamos con gran respeto. No había duda sobre su inteligencia, su dedicación y su integridad. Era ademas un hombre calido y compasivo, por el que sentía un gran afecto personal. Cuando llegué al quicio de la puerta de la habitación me quede parado dudando, debido a lo violento de unos gritos que daba Gurdjiéff. Toque y, al no recibir respuesta, entre. Gurdjiéff estaba parado cerca de su cama en un estado que me pareció de furia totalmente incontrolada. Estaba enfurecido contra Orage, quien estaba de pie, impasible y muy palido, enmarcado por una de las ventanas. Tuve que caminar entre los dos para poner la charola en la mesa. Lo hice sintien- dome desollado por la furia de la voz de Gurdjiéff y luego retrocedi, tratando de hacerme invisible. Cuando llegué a la puerta, no pude reprimir el deseo de verlos: Orage, un hombre alto, se veía marchito y arrugado mientras se doblaba en la ventana y Gurdjiéff, que no era muy alto, se veía inmenso; una encarnación completa de la ira. Aunque la perorata era en ingles, no podía escuchar las palabras; el flujo de rabia era demasiado enorme. De pronto, en el espacio de un instante, me dedico una amplia sonrisa; se veía increiblemente pacifico y callado interiormente. Me hizo seña de que me retirara y siguio con su perorata con la misma fuerza de antes. Esto ocurrió tan rapido, que no creo que el Sr. Orage haya notado siquiera el cambio de ritmo. Cuando recien escuche el sonido de la voz del Sr. Gurdjiéff, desde afuera del cuarto, quede horrorizado. Que este hombre, al que yo respe- taba más que a cualquier otro ser humano, pudiera perder el control tan totalmente, fué un golpe terrible para mis sentimientos de respeto y admiración por el. Cuando pase entre ellos para poner la charola, solo había sentido piedad y compasión por el Sr. Orage. Ahora, al abandonar la habitación, mis sentimientos se invirtieron completamente. aún estaba impresionado por la furia que había visto en Gurdjiéff, aterrado por ella. En cierto sentido, estaba más aterrado aun al salir, porque me había dado cuenta de que no solo no era 'incontrol- ada', sino que en realidad era totalmente conciente y tenía control total de ella. aún sentía lastima por el Sr. Orage, pero estaba conven- cido de que debía haber hecho algo terrible, a los ojos de Gurdjiéff, que produjera esa conducta. No me paso por la mente que Gurdjiéff pudiera estar equivocado en ningún sentido. Creía en él con todo mi ser, en forma absoluta. El no podía hacer algo mal. Por extraño que parezca, y no he podido explicar esto a personas que no lo conocieron personal- mente, mi devoción a él no era fanatica. No creía en él como se cree en un dios. Para mí él siempre estaba en lo correcto, por razones lógicas y sencillas. Su extraño estilo de vida,
  • 21. 21 incluso cosas como el desorden de sus cuartos, el pedir café a todas horas del día y de la noche, parecían mucho más lógicas que lo que llaman un modo de vida normal. Todo lo que hacia era porque quería o necesitaba hacerlo. Invariablemente se preocupaba por los demas y los consideraba. Por ejemplo, nunca dejaba de agradecerme y pedirme disculpas cuando tenía que llevarle cafe, medio dormido, a las tres de la mañana. Sabia instintivamente que tal consideración era mucho más que una cortesia comun adquirida. Tal vez esa sea la clave; él se interesaba. Siempre que lo veía, siempre que me ordenaba algo, estaba totalmente atento a mi, completamente concentrado en las palabras que me decía; su atención no variaba cuando yo le hablaba. sabía siempre, con exactitud, lo que yo estaba haciendo y lo que había hecho. Creo que todos sentían, como yo, como recibían su atención total. No creo que haya algo más halagador en las relaciones humanas.
  • 22. 22 CAPÍTULO 7 Fué a la mitad de ese atareado verano cuando Gurdjiéff me preguntó, con brusquedad, si aún quería estudiar. Me recordo, con gran sarcasmo, que yo quería aprenderlo 'todo' y preguntó si había cambiado de opinión. Le dije que no. '? Entonces, si no has cambiado de opinión, porque no preguntas ?' Respondi, avergonzado e incomodo, que no lo había hecho por varias razones. Una era que ya le había pedido aprender y asumia que él no lo había olvidado, otra, que estaba tan ocupado escribiéndo y conferencian- do con otros que pensaba no tenía tiempo. Me dijo que tenía que aprender sobre el mundo. 'Si quieres algo, debes pedir. Debes trabajar. Esperas que yo recuerde por ti; ya trabajo mucho, más de lo que puedas siquiera imaginar; estas mal si esperas que recuerde también lo que tu quieres'. Luego agrego que cometia yo un error al asumir que estaba demasiado ocupado. 'Si estoy ocupado es asunto mio, no tuyo. Si digo que te enseñare, debes recordarmelo, ayudarme pidiéndolo otra vez. Eso muestra que quieres aprender'. Acepte mansamente que estaba en un error y pregunte cuando empezaría- mos las 'lecciones'. Esto ocurrió un lunes en la mañana; me dijo que lo buscara en su cuarto a las 10 de la mañana siguiente, martes. Al dia siguiente me puse a escuchar trás la puerta para asegurarme de que se había levantado, toque y entre a la habitación. Estaba de pié a la mitad del cuarto, perfectamente vestido. Me vió, como asombrado. '? Quieres algo ?' me preguntó, sin rudeza. Le explique que estaba ahí para mi lección. Me vió, como lo había hecho en otras ocasiones, como si jamas me hubiera visto. '? Se suponía que vinieras esta mañana ?' preguntó, como si lo hubiera olvidado por completo. 'Si', respondí, 'a las diez de la mañana'. Volteo a ver el reloj que tenía junto a la cama. Marcaba las diez con dos minutos y yo ya tenía un minuto ahí.Volteo a verme como si mi explicación lo hubiera aliviado mucho.: 'Recordaba que tenía algo esta mañana a las diez, pero olvide que. ? Porque no estuviste aqui a las diez ?' Vi mi propio reloj y le dije que había llegado a las diez en punto. Sacudio la cabeza. 'Llegaste diez segundos tarde. Un hombre puede morir en diez segundos. Yo vivo por mi reloj, no por el tuyo. Si quieres aprender de mi, debes estar aqui cuando mi reloj marque las diez en punto. Hoy no hay lección'. No discuti con el, pero logre reunir el coraje suficiente para preguntarle si eso significaba que nunca me daría 'lecciones'. Me despidió con la mano. 'Claro que habra lecciones. Ven el proximo martes a las diez en punto. Si es necesario llega más temprano y espera; es una forma de no llegar tarde', y agrego con cierta malicia, 'a menos que estes muy ocupado como para esperar a tu maestro.' El siguiente martes llegué a las nueve y cuarto. Salio de la habita- ción en el momento en que iba yo a tocar, unos cuantos minutos antes de las diez; sonrió y me dijo que se alegraba por mi puntualidad. Luego me pregunto cuanto tiempo había estado afuera. Le dije y él sacudio la cabeza, irritado. Me dijo: 'la semana pasada te dije que si no estabas ocupado podías venir temprano y esperar. No te dije que desperdiciaras casi una hora. Ahora vamonos'. Me dijo que trajera un termo con café de la cocina y lo alcanzara en su automóvil.
  • 23. 23 Recorrimos una corta distancia por un camino estrecho, casi sin trafico y se detuvo. Descendimos y me dijo que me llevara el cafe; él se sento en un árbol caido, cerca del borde del camino. Se había detenido a unos noventa metros de un grupo de trabajadores que construian un desague de piedra al lado del camino. Su trabajo consistía en acarrear piedras de uno de dos montones que estaban a un lado, llevandolas a la sección incompleta del desague, en donde otros las colocaban en el lodo. Los observamos en silencio, mientras Gurdjiéff fumaba y tomaba cafe. Despues de mucho tiempo, por lo menos media hora, pregunte por fin a que hora sería la lección. Me vió con una sonrisa tolerante. 'La lección empieza a las diez en punto', dijo. '? Que ves ? ? notas algo ?' Le dije que había estado observando a los hombres y que lo único extraño que había notado era que uno de ellos traia las piedras del monton más lejano. '? Porque crees que hace eso ?' Dije que no sabia, pero que parecía que se estaba haciendo el trabajo mas difícil ya que tenía que acarrear pesadas piedras desde más lejos. Sería tan fácil tomarlas del monton cercano. Gurdjiéff dijo, 'es verdad, pero siempre hay que ver todos los lados antes de hacer un juicio. Este hombre tiene también un breve pero agradable paseo, en la sombra que hay a lo largo del camino, cada vez que regresa por más. Ademas, no es estupido, en un día no acarrea tantas piedras. Siempre hay una razón lógica en porque las personas hacen las cosas de cierta manera; es necesario encontrar todas las razones posi- bles, antes de juzgar a la gente'. El lenguaje de Gurdjiéff, aunque no usaba el tiempo correcto de los verbos, era siempre preciso y claro sin dejar lugar a dudas. No decía una palabra de mas y siento que eso se debía en parte a su con- centración, con lo que me forzaba a observar lo que ocurría alrededor mio, con toda la concentración que me era posible. El resto de la hora transcurrió rapidamente y regresamos al prieuré; él a sus escritos y yo a mi limpieza. debía regresar el siguiente martes para la proxima lección. No estuve pensando en lo que aprendi o no; empezaba a comprender que 'aprender' en el sentido de Gurdjiéff, no dependía de resultados obvios o repentinos y que no se podía esperar que hubiera borbotones de conocimiento o comprensión. Empece a tener la sensación de que repartia su conocimiento mientras vivía, indiferente a si se acep- taba o no, o si se usaba o no. La siguiente lección fué totalmente diferente a la primera. Se recosto en su cama y me dijo que limpiara el resto de la habitación. Me estuvo viendo todo el tiempo, sin hacer comentarios, hasta que encendi la chimenea; era una mañana lluviosa y humeda y el cuarto estaba frio, por lo que despues de prenderla empezo a echar mucho humo. Agregué leña seca y estuve soplando afanoso a las brasas, pero con poco exito. No siguio observando mis esfuerzos por mucho rato. Repentinamente se paro, tomo una botella de cognac, me empujo a un lado y vacio un chorro de cognac en la pequeña flama; se hizo una gran llamarada y luego se estabilizo. Sin hacer comentarios se fué al vestidor y se arreglo, mientras que yo hacia la cama. Fué hasta que estaba listo para salir del cuarto cuando me dijo en forma casual: 'Si quieres un resultado necesa- rio de inmediato, debes usar cualquier medio'. Luego sonrió. 'Cuando no estoy aqui, tienes tiempo; no es necesario usar fino Armagnac añejo'.
  • 24. 24 Y ese fué el final de la lección. Me llevo el resto de la mañana limpiar el vestidor, al que había demolido silenciosamente en unos cuantos minutos.
  • 25. 25 CAPÍTULO 8 Como parte de la 'reorganización completa' de la escuela. el Sr. Gurdjiéff nos dijo que iba a nombrar un 'director' que supervisara a los estudiantes y sus actividades. Nos hizo ver claramente que ese director debería reportarle regularmente y que asi él seguiría perfectamente informado de todo lo que ocurría en el prieuré. Sin embargo, su tiempo sería dedicado casi totalmente a sus escritos y pasaría mucho más tiempo en Paris. El director resulto ser una tal Sra. Madison, una dama inglesa solterona (como la llamaban los niños), quien hasta entonces había estado a cargo de los jardines de flores. Para la mayoría de los niños siempre había sido una figura un tanto comica. Era alta, de edad indefi- nida, con una forma huesuda y angulosa rematada por algo parecido a un nido sucio de pelo rojizo entrecano. Hasta ese dia, se dedicaba a acechar entre los jardines de flores cargando una palita; se adornaba con listones de rafia amarrados al cinturon que fluian como ondas desde su cintura, al caminar. Asumio la dirección con celo y entusiasmo. Aunque el Sr. Gurdjiéff nos había pedido responder a la Sra. Madison en todo 'como si se tratara de mi mismo', yo me preguntaba si merecería tal respeto; también sospechaba que no estaría tan bién informado como cuando él mismo supervisaba el trabajo. De cualquier manera, la Sra. Madison paso a ser una figura muy importante en nuestras vidas. Empezo por imponer una serie de reglas y reglamentos (con frecuencia me pregun- taba si no vendría de una familia de la Armada Inglesa), que eran, ostensiblemente, para simplificar el trabajo y, en general, para intro- ducir procedimientos eficientes, en lo que llamaba el funcionamiento azaroso de la escuela. Como el Sr. Gurdjiéff estaba fuera casi la mitad de la semana, la Sra. Madison sintió que yo no tenía suficiente que hacer con solo el cuidado del gallinero y la limpieza de las habitaciones. Se me asigno el cuidado de nuestro único caballo y el burro y algo de trabajo en los lechos de flores, bajo la supervisión inmediata y personal de la Sra. Madison. Ademas de esas actividades especificas, estaba sujeto, como los demas, a una gran cantidad de reglas generales. Nadie podía salir de la propiedad sin el permiso de la Sra. Madison; nuestras habitaciones debian ser inspeccionadas a intervalos regulares; en fin, debía seguirse una disciplina general de tipo militar. Otro cambio que resulto de la 'reorganización' de la escuela, fué que se descontinuaron las demostraciones nocturnas de movimientos o danzas. Seguían las clases por la tarde, pero solo duraban una hora y, en raras ocasiones, cuando Gurdjiéff traia visitantes el fin de semana, se daban demostraciones. Debido a esto teníamos todas las tardes libres y muchos de nosotros nos ibamos al poblado de Fontainbleue, una caminata de dos millas. Los niños no teníamos mucho que hacer en el pueblo, excepto ir ocasionalmente al cine o, a veces, a una feria o carnaval del pueblo. Ese pequeño privilegio, que no estaba supervisado (de hecho ni se había mencionado), era muy importante para nosotros. Hasta entonces a nadie le había preocupado lo que hicieramos con nuestro tiempo libre, en tanto estuvieramos presentes y listos para trabajar en la mañana. Nos rebela- mos cuando nos vimos confrontados con la orden de que necesitariamos algo asi como 'pases' para poder ir al pueblo y que tendríamos que dar una 'buena razón' para poder salir de los limites de la escuela. No hubo un acuerdo comun para rebelarse o ignorar esa regla en particular. Individualmente nadie la obedeció; nunca se pidió un 'pase'.
  • 26. 26 No solo no pediamos permiso para salir de la propiedad, sino que ibamos al pueblo aunque no tuvieramos una razón o ganas de hacerlo. Desde luego no saliamos por la reja del frente, en donde tenían que enseñarse los pases al que estuviera de portero, sino que simplemente saltabamos las bardas, al salir y al entrar. No hubo una reacción inmediata de la Sra. Madison, pero pronto nos enteramos de que, aunque no concebia como pudo hacerlo, llevaba un registro exacto de las ausen- cias de cada uno. Supimos de la existencia de ese registro a través del Sr. Gurdjiéff cuando, al regresar al prieuré despues de una ausencia de varios dias, nos anuncio que la Sra. Madison tenía un' 'pequeño libro negro' en el que registraba todas las 'fechorias' de los estudiantes. También nos dijo que se reservaba su opinión por el momento, acerca de nuestra conducta, pero nos recordo que había nombrado a la Sra. Madison como directora y que se suponía que debiamos obedecerla. Aunque parecía una victoria técnica para la Sra. Madison, resultaba hueca; nada hizo el para fomentar su disciplina. Mi primer problema con la Sra. Madison apareció debido a las galli- nas. Una tarde, cuando acababa de irse Gurdjiéff a Paris y yo limpiaba su cuarto, me entere por otros de los niños de que mis gallinas, por lo menos varias de ellas, habían encontrado una salida en el gallinero y que estaban desgarrando alegremente los jardines de flores de la Sra. Madison. Cuando llegué a la escena de destrucción, la Sra. Madison correteaba gallinas, furiosamente, por todo el jardín; juntos nos las arreglamos para regresarlas al gallinero. No se había hecho mucho daño a las flores y, por orden de la Sra. Madison, ayude a dejar las cosas como estaban. Luego me dijo que era mi culpa que las gallinas escaparan, debido a que no tenía en orden la cerca; también me prohibio salir del Instituto por una semana. Agrego que si encontraba una gallina en los jardines, la mataría con sus propias manos. Arregle la cerca, pero aparentemente no hice un buen trabajo. Una o dos gallinas escaparon al día siguiente y regresaron a los jardines de flores. La Sra. Madison cumplio su promesa y retorcio el pezcueso a la primera gallina que pudo atrapar. Como yo me había encariñado mucho con las gallinas (tenía una relación personal con cada una y hasta les había puesto nombre) me vengue de la Sra. Madison destruyendo una de sus plantas favoritas. Ademas, por pura satisfacción personal, sali de la propiedad y me fuí a Fointenbleu. La Sra. Madison me hablo seriamente la siguiente mañana. Dijo que si no podíamos llegar a un entendimiento juntos tendría que llevar el asunto hasta el Sr. Gurdjiéff; que sabía que él no toleraría ninguna burla contra su autoridad. También me dijo que, para entonces, yo encabezaba la lista de infractores en su librito negro. Mi defensa consistió en decirle que las gallinas eran utiles y el jardín no; que no tenía derecho a matar a mi gallina. Ella respodió que yo no estaba en posición de juzgar a que tenía o no derecho y también que el Sr. Gurd- jieff había hecho claro que deberíamos obedecerla. Como no llegamos a un acuerdo o tregua, el incidente fué llevado a la atención del Sr. Gurdjiéff a su regreso de Paris, al finalizar la semana. En cuanto llegó fué asaltado, por decirlo asi, por la Sra. Madison y encerrado en su habitación, por largo rato. Si llegué a ponerme ansioso durante ese tiempo. Despues de todo, cualquiera que fueran mis razones, la había desobedecido y no tenía seguridad de que el Sr. Gurdjiéff viera las cosas a mi manera. Pidió café ya al atardecer, despues de la cena y cuando se lo lleve me dijo que me sentara. Luego me preguntó como me estaba llevando con la Sra. Madison y si me caia
  • 27. 27 bién. Como no sabía que le había dicho ella, respondi cautelosamente que me llevaba bién con ella y que suponía que ella tenía razón, pero que el prieuré era muy diferente estando ella a cargo. Me miro seriamente: '? Diferente como ?', preguntó. respondí que la Sra. Madison imponía demasiadas reglas, que había demasiada disciplina. No hizo comentarios a esto, sino que me dijo que la Sra. Madison le había platicado acerca del pleito en los jardines y de que había matado una gallina y quería conocer mi versión de la historia. Le dije como me había sentido al respecto y que, en especial, sentía que la Sra. Madison no tenía derecho a matar a la gallina. '? Que hiciste con la gallina muerta ?' me preguntó. Le dije que la había limpiado y la había llevado a la cocina para que la guisaran. Considero esto, afirmo con la cabeza y dijo que yo debería entender que la gallina no fué desperdiciada despues de todo y que aunque la gallina estaba muerta había sido util, pero la flor muerta que yo había arrancado por coraje, no servia a ningún propósito; por ejemplo, no podía servir de comida. Luego preguntó si había arreglado la cerca. Le dije que la repare una segunda vez despues del segundo escape de galli- nas y dijo que eso estaba bién; luego me mando por la Sra, Madison. fuí por ella, sintiendome alicaido. No podía negar la lógica de lo que me había dicho, pero aún sentía, con resentimiento, que la Sra. Madison no había tenido toda la razón. La encontre en su recamara; ella me dedico una mirada de suficiencia y superioridad y me siguio de regreso a la habitación de Gurdjiéff. Nos dijo que nos sentaramos y luego le dijo a ella que había platicado conmigo acerca del problema de las gallinas y el jardín y que estaba seguro, volteo a verme al decir eso, de que no habría mas problemas. Luego dijo, inesperadamente, que ambos le habíamos fallado. Que mi falla había sido no ayudarlo mediante mi obediencia a la Sra. Madison, ya que él la había puesto a cargo, y que ella le había fallado al matar a la gallina, la que, dicho sea de paso, era 'su' gallina; no solo era su gallina sino que ademas era mi responsabilidad, algo que él había delegado en mi y que, si bién yo debia mantenerla en el gallinero, ella no tenía derecho a matarla. Luego le dijo a la Sra. Madison que se fuera, pero agrego mientras ella salia que ya había usado mucho tiempo, teniendo tanto que hacer, dedicado a la discusión de este asunto de las gallinas y el jardín y que una de las funciones del director, era la de aliviarlo de tales proble- mas sin importancia y que hacen perder mucho tiempo. La Sra. Madison salio del cuarto, antes me había pedido que me quedara, y me preguntó si sentía que estaba aprendiendo algo. Yo me sorprendi con la pregunta y no supe como contestarla; solo dije que no sabia. Fué entonces, creo, la primera vez que mencionó directamente una de las metas y propósitos basicos del Instituto. Haciendo a un lado mi insatisfactoria respuesta, me dijo que lo más difícil de lograr, para el futuro, y tal vez lo más importante, era aprender a vivir con las 'manifestaciones desagradables de los demas'. Dijo que la historia en si que ambos le habíamos platicado era totalmente irrelevante. La gallina y la planta no importaban. Lo importante era nuestra conducta; que si cualquiera de los dos hubiera estado 'conciente' de su conducta y no simplemente reaccionando uno al otro, el problema se hubiera resuelto sin su intervención. Dijo que,
  • 28. 28 en cierto sentido, lo único que había ocurrido es que la Sra. Madison y yo habíamos cedido a nuestra mutua hostilidad. No explicó mas y yo le dije que estaba confundido. Me respodió que tal vez lo comprendería más tarde en mi vida. Luego me dijo que tendría mi lección al día siguiente, aunque no fuera martes y se disculpo por no poder mantenerlas en forma regular debido a sus otras actividades.
  • 29. 29 CAPÍTULO 9 Al llegar la siguiente mañana para mi lección, Gurdjiéff se veía muy cansado. Me dijo que había estado trabajando muy duro la mayor parte de la noche; que escribir era un trabajo muy pesado. aún estaba en cama y ahi se quedo todo el tiempo de la lección. Empezo por preguntarme acerca del ejercicio que nos había dado a todos, al que hice referencia antes como 'auto observación'. Me dijo que era muy difícil de hacer y que quería que yo lo hiciera con mi mayor concentración y lo más constante que me fuera posible. Me dijo que la principal dificultad con este ejercicio, como con la mayoría de los que había dado o daría en el futuro, era que para hacerlos correctamente era necesario no esperar resultados. En este ejercicio en particular, lo importante era verse a sí mismo, observar la propia conducta automática, mecanica y reactiva, sin hacer comentarios y sin tratar de cambiarla. 'Si la cambias', dijo, 'entonces nunca veras la realidad. Solo veras el cambio. Cuando empieces a conocerte, el cambio vendra o podras hacerlo si quieres, si ese cambio es deseable'. Continuo diciendo que este trabajo no solo era muy difícil sino que podía ser muy peligroso para algunas personas. 'Este trabajo no es para todos', dijo. 'Por ejemplo, si quieres aprender a ser millonario es necesario que te dediques desde la niñez a esa meta y no te desvies. Si quieres ser sacerdote, filosofo, hombre de negocios o profesor, no debes venir aqui. Aqui solo se enseña la 'posibilidad' de como convertirse en un hombre de un tipo tal que no es conocido en la actualidad, especial- mente en el mundo occidental. Luego me pidió que me asomara por la ventana y le dijera lo que veía. Le dije que desde esa ventana solo podía ver un roble. ? Y que ves en el roble ?, preguntó. Bellotas, le respondí. '? Cuantas bellotas ?' Cuando respondí, muy inseguro, que no sabia, me dijo impaciente: 'No exacto, no digo eso. ! Adivina cuantas hay !' Dije que suponía que había varios miles de ellas. Estuvo de acuerdo y luego me preguntó cuantas de ellas se conver- tirían en robles. Respondí que suponía que solo unas cinco o seis llegarían a ser árboles, tal vez menos. Asintió con la cabeza. 'Tal vez solo una, tal vez ninguna. Hay que aprender de la Naturaleza. El hombre también es un organismo. La Natura- leza hace muchas bellotas, pero la posibilidad de convertirse en árbol solo existe para algunas. Es lo mismo con el hombre, nacen muchos pero muy pocos crecen. La gente cree que eso es un desperdicio, cree que la Naturaleza desperdicia. Pero no es asi. El resto se convierte en ferti- lizante, regresa a la tierra y crea la posibilidad de nuevas bellotas, nuevos hombres; de vez en cuando más árboles, más hombres reales. La Naturaleza siempre da, pero solo da posibilidad. Para convertirse en un roble real o un hombre real, se necesita de esfuerzo. Comprende esto, mi trabajo, este Instituto, no es para fertilizantes. Solo para hombres reales. Pero hay que comprender también que los fertilizantes son necesarios para la Naturaleza. La posibilidad para ser un roble real, un hombre real, depende también de este fertilizante'.
  • 30. 30 Despues de un silencio muy prolongado, continuo: 'El occidente, tu mundo, hay la creencia de que los hombres tienen un alma, dada por Dios. No es asi. Nada da Dios, solo la Naturaleza da. Y la Naturaleza solo da la posibilidad de un alma, no da un alma. El alma se adquiere a través de trabajo. Pero, a diferencia de un árbol, el hombre tiene muchas posibilidades. Como existe el hombre ahora, tiene también la posibilidad de crecer por accidente, de crecer incorrectamente. El hombre puede llegar a ser muchas cosas, no solo fertilizante no solo hombre real: puede llegar a ser lo que ustedes llaman 'bueno' o 'malo', cosas que no son propias para el hombre. El hombre real no es bueno ni malo; el hombre real es solo consciente, solo desea adquirir un alma para un desarrollo adecuado.' Lo había escuchado, tenso y concentrado y mi único sentimiento, tenía doce años entonces, era un de confusión e incomprensión. Sentía con cuerpo y emoción la importancia de lo que estaba diciendo, pero no lo comprendía. Como si se se diera cuenta de ello (que lo hacia, con seguridad), me dijo: "'Piensa en lo bueno y lo malo como en la mano derecha y la izquierda. El hombre siempre tiene dos manos, dos lados de si mismo, el bueno y el malo. Uno puede destruir al otro El hombre debe tener la meta de hacer que ambas manos trabajen juntas, debe adquirir una tercera cosa: la cosa que hace la paz entre las manos, entre los impulsos de bién y de mal. El hombre que es todo 'bueno' o todo 'malo', no es un hombre completo, es unilateral. La tercera cosa es la concien- cia moral; la posibilidad de adquirir la conciencia moral ya existe en el hombre al nacer; esa posibilidad es dada, gratis, por la Naturaleza. Pero solo es una posibilidad. La verdadera conciencia solo puede ser adquirida por medio de trabajo, aprendiendo primero a comprenderse a si mismo. Incluso tu religion, la religion occidental, tiene la frase 'Conocete a ti mismo'. Esta frase es la más importante en todas las religiones. Cuando se empieza a conocer a sí mismo se empieza a tener la posibilidad de convertirse en un hombre genuino. Asi que lo primero que hay aprender es a conocerse a sí mismo mediante este ejercicio de auto observación. Si no haces esto, entonces seras como una bellota que no llega a ser árbol, seras fertilizante. Fertilizante que regresa a la tierra y se convierte en posibilidad para un nuevo hombre.
  • 31. 31 CAPÍTULO 10 Como en un proceso de asentamiento, la dirección de la Sra. Madison vino automaticamente a convertirse en algo que podíamos tolerar sin mayores dificultades. Había demasiado trabajo ordinario que hacer para mantener la escuela, como para que alguien se preocupara mucho por las reglas y reglamentos o por la forma en que se realizaba el trabajo. Ademas había demasiada gente ahí y la configuración física era demasiado grande como para que la Sra. Madison (que no dejaba su interminable trabajo de jar- dinería) pudiera observar constantemente a cada uno de nosotros. Hubo solo otro incidente en el que la Sra. Madison y yo entramos en conflicto ese verano; suficientemente grande como para que se llevara a la atención del Sr. Gurdjiéff. Fué el incidente del jardín japones. Tiempo atrás, mucho antes de que yo fuera al prieuré, uno de los proyectos del Sr. Gurdjiéff había sido la construcción de lo que él llamaba un 'jardín japones'. Se había creado una isla entre los árboles, usando agua de la zanja que recorría toda la propiedad. Se construyo en la isla un pequeño pabellon de seis u ocho paredes, con apariencia oriental y un puente de arco, típicamente japones, que llevaba a la isla. La apariencia era típicamente oriental y era un sitio agradable en donde retirarse los domingos, cuando no estabamos trabajando en alguna de nuestras tareas usuales. La tarde de un domingo fuí con un estudiante adulto, un americano; había llegado recientemente al prieuré y, si recuerdo correctamente, la razón por la que fuimos es que yo era su guía para que conociera las instalaciones de la escuela. Era una práctica usual, entonces, que los niños caminaran por todos los setenta y cinco acres de terreno, acompañando a los recien llegados, mostrandoles las hortalizas, el baño turco, la ubicación de los proyectos, etc. Mi compañero y yo nos detuvimos a descansar en el jardín japones y el, como burlándose del jardín, me dijo que aunque fuera 'japones' en intención, quedaba totalmente arruinado por la presencia, justo frente a la puerta del pabellon, de dos bustos de yeso, uno de Venus y otro de Apolo. Mi reacción fué inmediata e iracunda. También, de una curiosa manera, sentí que la critica de los bustos era una critica personal al buen gusto del Sr. Gurdjiéff. Con una mezcla de razones y considerable atrevimiento, le dije que resolvería la situación y, rapidamente, lance los dos bustos al agua. Recuerdo que senti, oscuramente, que al hacer eso estaba defendiendo el honor y buen gusto de Gurdjiéff. La Sra. Madison se entero de esto, por los medios de información que nunca pude determinar. Me dijo, horrorizada, que esa destrucción voluntaria de los bustos no podía pasar desapercibida y que se informaría al Sr. Gurd- jieff, en cuanto llegara de Paris. Su regreso de Paris fué un fin de semana, venía acompañado por varios invitados, en su automóvil y llegaron varios más en sus carros o en tren. Todos los estudiantes se reunieron, despues de la cena, en el salon principal del Chateau, lo que era costumbre cuando regresaba de sus viajes. En presencia de todos (parecía una reunion de accionistas), recibió un reporte formal de la Sra. Madison que cubría los eventos generales ocurridos en su ausencia. Despues de ese reporte, la Sra. Madison presentaba un resumen de los problemas que se habían presentado y que ella consideraba requerían de la atención de Gurdjiéff. En esa ocasión se sento a su lado, con el librito negro abierto con firmeza sobre su regazo y le hablo seriamente, por un rato, con voz
  • 32. 32 inaudible para nosotros. Cuando terminó, él le hizo seña de que se fuera a una silla y pidió que se acercara aquel que había destruido las estatuas en el jardín japones. Avergonzado por la presencia de todos los estudiantes, asi como de un buen número de visitantes distinguidos, camine hacia el, con el corazón hundido, furioso conmigo mismo por mi acto de abandono. En ese momento no podía pensar en una justificación para lo que había hecho. Gurdjiéff me preguntó, desde luego, porque había cometido ese crimen y que si me daba cuenta de que la destrucción de propiedad es, de hecho, criminal. Dije que me daba cuenta de que no debía haberlo hecho, pero que lo hice porque las estatuas pertenecían al periodo y civilización incorrectos, historicamente y que, para empezar, nunca debieron estar ahí.No involucre al americano en mi explicación. Gurdjiéff me informo, con considerable sarcasmo, que, aunque mi conocimiento de la historia podría ser impresionante, yo había destruido 'estatuas' que le pertenecían; que el, personalmente había sido respon- sable de que se colocaran ahi; que, de hecho, le gustaban las estatuas griegas en los jardines japoneses; en cualquier caso, le gustaban en ese jardín japones en particular. Dijo que, en vista de lo que había hecho, tendría que ser castigado y que el castigo sería no recibir mi 'dinero de chocolate' (asi llamaba al dinero que recibían los niños para sus gastos), hasta que se reemplazaran las estatuas. Dió instrucciónes a la Sra. Madison de que investigara el precio de reemplazos equivalentes y de que tomara de mi dinero, por el tiempo que fuera necesario. Basicamente debido a mi situación familiar, Jane y Margaret no disponían de mucho dinero entonces (y menos para nosotros), yo no tenía del llamado 'dinero de chocolate'; al menos no regularmente. El único dinero que tuve para gastos fué algun envio ocasional que hizo mi madre desde America, para navidad o mi cumpleaños o sin razón aparente. En ese momento en particular yo no tenía dinero. Ademas, estaba seguro de que las estatuas serían espantosamente caras. Pude preveer un eternidad en la que estaría dando el dinero que pudiera recibir, para bién de pagar mi irreflexivo acto. Era un prospecto horrible, especialmente porque mi cumpleaños había sido solo unos meses atrás y la navidad estaba a muchos meses a futuro. Mi deprimente futuro sin dinero llegó abruptamente a su fin cuando recibí, inesperadamente, un cheque de mi madre por veinticinco dolares. Antes de llevar el cheque a la Sra. Madison, ella me había comentado que las 'estatuas' eran comunes, vaciados de yeso y que solo costarían unos diez dolares. Me resultaba difícil deshacerme aún de esa cantidad. Los veinticinco dolares me hubieran durado por lo menos hasta navidad. En la siguiente asamblea, la Sra. Madison informo al Sr. Gurdjiéff de que yo había dado el dinero para las nuevas 'estatuas' (el se negaba incluso a entender la palabra 'busto') y le preguntó si debería reemplazarlas. Gurdjiéff penso en ello por un rato y, finalmente, dijo 'No'. Me llamo a su lado, me regreso el dinero y dijo que podía conservarlo, con la condición de que lo compartiera con todos los demas niños. Dijo también que, aunque había sido un error destruir su propiedad, quería que yo supiera que había pensado en toda la situación y que yo había tenido razón acerca de lo impropio de colocar en ese sitio, esas estatuas en particular. Sugirió que, aunque no lo hiciera por el momento, podría haberlas reemplazado con el tipo apropiado de estatuas. Nunca más se mencionó el incidente.
  • 33. 33 CAPÍTULO 11 Hacia el final del verano, me entere de que el Sr. Gurdjiéff estaba haciendo planes de ir a America en una prolongada visita, probablemente todo el invierno de 1925-1926. La cuestion de que pasaría con Tom y conmigo vino automaticamente a mi mente, pero se resolvio pronto: para mi gran alivio, Jane nos dijo que había decidido que regresaría a Nueva York, pero que Tom y yo nos quedaríamos ese invierno en el prieuré. Nos llevo a Paris un fin de semana y nos presento a Gertrudis Stein y a Alicia B. Toklas; de alguna manera Jane persuadio a Alicia y Gertrudis de que, por asi decirlo, nos echaran un ojo en su ausencia. En nuestros ocasionales viajes a Paris habíamos conocido a muchas personas distinguidas y controvertidas: James Joyce, Ernest Hemingway, Constantin Brancusi, Jacques Lipschitz, Tristan Tzara y otros, la mayoría de los cuales habían colaborado en una epoca u otra con la revista 'Little Review'. Man Ray nos tomo fotografias; Paul Tchelitchev, despues de dos o tres dias consecutivos de trabajar en mi retrato al pastel, me saco de su estudio, diciendo que era 'impintable'. 'Te ves como todos', dijo, 'y tu rostro nunca esta quieto'. Estaba yo demasiado joven, o demasiado encerrado en mi, como para tener conciencia plena del privilegio, si esa es la palabra, de conocer o reunirme con esas personas. En general, no producian una gran impresión en mi; no entendía su conversación y sabía de su importancia, solo porque me habían dicho que eran importantes. De todos ellos, Hemingway y Gertrudis Stein se destacaron como impresionantes para mí. En nuestro primer encuentro con Hemingway, antes de que publicaran su "Adios a las Armas", nos impresiono con sus historias de corridas de toros en España; exhuberantemente se quito la camiseta para mostrarnos las 'heridas en batalla' y luego se dejo caer en manos y rodillas, aún desnudo hasta la cintura, para jugar con su hijo, que era entonces un bebe, fingiendo que era un toro. Pero fué Gertrudis Stein la que me causo el mayor impacto. Jane me había dado algo suyo a leer (no se que era) y yo lo había encontrado totalmente sin sentido; por esa razón estaba ligeramente alarmado ante la perspectiva de conocerla. Pero me gusto de inmediato. parecía sin complicaciones, directa y enormemente amistosa. Tenía también una cualidad de no 'decir tonterías' que me atraia como niño; nos dijo que la visitaramos cada tercer jueves durante el proximo invierno y que nuestra primera visita sería el día de Acción de Gracias. Aunque estaba preocupado por la partida de Gurdjiéff, ya que sentía que el prieuré no podría ser el mismo sin su presencia, el gusto inmediato que me dió conocer a Gertrudis y el conocimiento de que la vería regularmente, era un consuelo considerable. Gurdjiéff solo me hablo directamente de su proximo viaje, en una ocasión. Me dijo que dejaría a la Sra. Madison en total cargo y que sería necesario para mí (y para todos los demas) trabajar con ella. La Sra. Madison ya no me preocupaba ni asustaba, me estaba acostumbrando a ella, por lo que le asegure que haría lo mejor posible. Luego me dijo que era importante aprender a llevarse bién con la gente. Importante solo en un sentido; aprender a vivir con todo tipo de personas y en todo tipo de situaciones; vivir con ellos, en el sentido de no reaccionar a ellos constantemente.