Los judíos tenían una serie de historias acerca de lo que sucedería cuando llegara el reino. Una de estas era la del banquete mesiánico, en el que el leviatán, el monstruo
marino (Job_41:1 ), sería el plato de pescado y behemot (Job_40:15 ) el de carne. En este banquete estaba pensando el que dijo: «Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!»
1. Parábola De La Gran Cena
(Luc. 14:15-24)
15. Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el
que coma pan en el reino de Dios.
16. Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos.
17. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está
preparado.
18. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y
necesito ir a verla; te ruego que me excuses.
19. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses.
20. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.
21. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo
a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos,
los cojos y los ciegos.
22. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar.
23. Dijo el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que
se llene mi casa.
24. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena.
Por: Jorge Romero Díaz
2. Al oír esto (y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te
será recompensado en la resurrección de los justos. v.14), uno de los que estaban sentados
a la mesa con Jesús le dijo: —¡Dichoso, etc.—Como las palabras de nuestro Señor parecían
presentar la “recompensa” futura bajo la idea de una gran Fiesta, pasa por la cabeza de este
hombre el pensamiento de cuán bienaventurados serían los que fuesen honrados al
sentarse en aquella mesa.
Los judíos tenían una serie de historias acerca de lo que sucedería cuando llegara la
nueva era. Una de estas era la del banquete mesiánico, en el que el leviatán, el monstruo
marino (Job_41:1 ), sería el plato de pescado y behemot (Job_40:15 ) el de carne. En este
banquete estaba pensando el que dijo: «Dichoso el que coma en el banquete del reino de
Dios!» Naturalmente, estaba pensando sólo en los buenos judíos, porque los gentiles y los
pecadores no tendrían parte en la fiesta de Dios. Y por eso contó Jesús esta parábola.
En Israel, cuando se hacía una fiesta, se fijaba la fecha con mucha antelación y se
mandaban las invitaciones para que se dijera si se aceptaban. Pero no se decía la hora; así
es que, cuando llegaba el día y todo estaba preparado, iban los siervos a avisar a los
invitados. Era un grave insulto el haber aceptado la invitación y luego no asistir.
El dueño de la casa de la parábola representa a Dios. Los invitados originales eran los
judíos. A lo largo de toda su historia habían estado esperando el día en que Dios
interviniera; ese día había llegado, y ellos rechazaron la invitación. Los pordioseros y
minusválidos de la calle representan a los publicanos y pecadores que recibieron a Jesús,
mientras que los religiosos le rechazaron. Los de los caminos y las sendas del campo eran
los gentiles, para los que había sitio en la fiesta de Dios. Así que, cuando los judíos no
acudieron a la invitación de Dios, la recibieron los gentiles.
Hay una frase de esta parábola que desgraciadamente se usa mal: «Vé por los caminos y
por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa.
» Hace mucho, Agustín de Hipona usaba este texto para justificar la persecución
religiosa. Se tomaba como una orden para hacer cristianos a la fuerza, y como la razón para
la Inquisición, las torturas, los autos de fe, las campañas contra los herejes, el bautismo o
la muerte para los vencidos en supuestas guerras santas, etcétera, etcétera, cosas que son
la vergüenza de la llamada civilización cristiana. Debemos entender esa frase de acuerdo
con el contexto inmediato, en el verso 18 vemos como todos los invitados se excusaron uno
a uno, entonces el señor de la casa manda al siervo a invitar a cualquiera, y lo que le ordena
con la frase “fuérzalos a entrar” es “no aceptes excusas”, las que solo podrían ser de dos
clases:
(1). “Que no somos invitados dignos de tal fiesta.
(2). Que no estamos vestidos apropiadamente.
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3. No aceptes excusas; que entre quien sea y como esté, eso no tiene importancia,
trainganlos con ustedes para que se llene mi casa—he aquí la gracia de Dios, la cual no se
concede por méritos, todos son invitados a participar en el banquete del reino de Dios, no
importa quien eres, ni cual es tu condición, no tienes excusa, Dios te acepta.
Pero, aunque esta parábola presenta una amenaza a los judíos que rechazan la
invitación de Dios y una gloriosa oportunidad para los pecadores y los gentiles que nunca
habían soñado con recibirla, también contiene verdades de carácter permanente que son
tan actuales hoy como entonces. Los invitados presentan excusas nada diferentes de las
que se ponen hoy. William Barclay no habla de los tres invitados:
(i) El primer invitado dijo que había comprado un terreno, y que iba a verlo. Esto
sucede cuando dejamos que los negocios usurpen los derechos de Dios. Es posible estar tan
inmerso en las cosas de este mundo que no se tiene tiempo para dar culto a Dios, ni aun
para orar.
(ii) El segundo invitado dijo que había comprado cinco yuntas de bueyes y que iba a
probarlos. Esto es dejar que las novedades usurpen los derechos de Cristo. Sucede a
menudo que, cuando se entra en una nueva situación se está tan absorto que no se tiene
tiempo para ir al culto ni para orar. Es peligrosamente fácil que algo nuevo, como un juego,
un deporte, una amistad, y hasta una novedad electrónica desplacen de nuestro horario los
deberes espirituales.
(iii) El tercer invitado dijo, más enfáticamente que los otros: «Acabo de casarme.
Comprenderás que no puedo ir.» Una de las leyes maravillosamente humanitarias del
Antiguo Testamento establecía: «Cuando alguno fuere recién casado, no saldrá a la guerra,
ni en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en su casa por un año, para hacer feliz a la
mujer que tomó» (Deu_24:5 ). Sin duda esa ley era la que se aplicaba este hombre. Una de
las tragedias de la vida es que las cosas buenas hacen que nos olvidemos de Dios. No hay
nada más maravilloso que el hogar; pero no se pretende que se use de una manera egoísta.
Los que viven juntos, tienen la oportunidad de vivir todavía mejor con Dios; se sirven
mejor mutuamente si sirven también a otros; el ambiente del hogar es aún más
maravilloso cuando los que viven en él se acuerdan de que también son miembros de la
familia de Dios.
El banquete está preparado. El amo de casa no tiene la menor idea de suspenderlo.
Quiere brindar la alegría del banquete. Así pues, hay que buscar a otros que sustituyan a
los primeros invitados. A la primera invitación no halla suficientes invitados como para
llenar la sala. Se envía por segunda vez al siervo que entrega las invitaciones. El anfitrión
es generoso y magnánimo. La magnanimidad del anfitrión contrasta con la mezquindad de
los primeros invitados. Aquí se diseña la imagen de Dios. Dios es amor que da, que se da,
que se muestra condescendiente.
Dios ya ha puesto en circulación una invitación a toda la humanidad. Pero, ¿qué hará el
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4. hombre con esa invitación? La invitación de Dios es para recibir la salvación. Este
banquete de Dios es sólo por invitación. Y usted, no puede comprar una invitación a la
fiesta. Usted sólo puede venir a esa cena por medio de la gracia de Dios, como lo dice el
Apóstol Pablo escribiendo a los Efesios, capítulo 2, versículos 8 y 9: Porque por gracia sois
salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para
que nadie se gloríe. La condición para poder asistir al banquete es recibir el regalo de Dios.
Lo único que excluirá del cielo a cualquier ser humano es su negativa de recibir la
invitación. Ahora, esta invitación dice: Venid, que ya todo está preparado.
Primeramente se invita a los pobres que se hallan por las calles y plazas. No tienen casa,
pero por lo menos viven resguardados por los muros de la ciudad. Los mancos, los ciegos y
los cojos son excluidos de la comunidad cultual por los judíos (14,13). Los nuevos
convidados no han de ser sencillamente invitados: hay que traerlos. No les cabe en la
cabeza que puedan ser invitados a un banquete, ni siquiera se atreven a ir cuando oyen la
invitación; es preciso llevarlos. Hay que darse prisa, pues el tiempo apremia, el banquete
está preparado.
La segunda invitación va dirigida a los que vagan por los caminos en los alrededores de
la ciudad. Los caminos del campo están limitados por cercas. Los extraños que acampan
por allá, que no tienen derecho de ciudadanía en la ciudad, tienen que ser traídos a la
fuerza, esto es según la cortesía oriental, hasta los más pobres deben resistirse a toda
invitación hasta que tomados de la mano y con suave violencia (24,29) se los introduzca en
la casa. Esas gentes, que andan vagando fuera de la ciudad, ¿podrán ahora entrar a la
ciudad, a un «gran banquete»? Les parece increíble, no se creen dignos, y ciertamente
nadie lo es; pues todos hemos pecado y no alcanzamos la gloria de Dios.
«Tanto la naturaleza como la gracia aborrecen el vacío», dijo Bengel. Quizá los primeros
invitados representan a los líderes del pueblo judío. Cuando ellos rechazaron el evangelio,
Dios lo envió al común de la gente de la ciudad de Jerusalén (los mancos, los ciegos, y los
cojos). Muchos de estos respondieron al llamamiento, pero aún había lugar en la casa del
padre de familia. Y de este modo, el señor le dijo al siervo que saliese a los caminos y a los
vallados, y que los forzase a entrar (según la costumbre oriental, es impropio aceptar una
invitación a la primera, debe resistirse al menos tres veces, de allí la frase: forzarlos a
entrar). Esto indudablemente da la historia del evangelio presentado a los pueblos
gentiles. No debían ser compelidos por la fuerza de las armas (como se ha hecho en la
historia de la cristiandad) sino por la fuerza de la argumentación. Se debía emplear una
amante persuasión en un esfuerzo de hacerlos entrar, a fin de que la casa del señor se
llenase.
Por: Jorge Romero Díaz
5. EL BANQUETE DEL REINO
Antes de salir de este pasaje, conviene que nos fijemos en que los versículos 1 a 24
tratan de fiestas y banquetes. Jesús comparaba su Reino y su servicio con una fiesta. El
Reino se parecía a la ocasión más feliz que se conocía en la vida. No cabe duda de que no
hay que pensar que Dios prohíbe pasarla bien.
Siempre ha habido un tipo de cristianismo que le quita toda la gracia a la vida. Juliano
hablaba de esos cristianos paliduchos y con pecho de tabla que nunca veían que el sol
brillaba también para ellos.
Ruskin, que se crió en un hogar rígido y estrecho, cuenta que le regalaron una vez un
caballito de juguete, y que una tía suya muy «piadosa» se lo quitó, diciendo que los
juguetes no eran para los niños cristianos. Hasta un pensador tan sano como A. B. Bruce
dice que uno no se puede imaginar a Jesús jugando con los otros niños cuando era
pequeño, o sonriendo cuando era hombre(1)
.
W. M. Macgregor, en sus Conferencias Warrack, habla con su magistral ironía de uno de
los pocos errores de John Wesley, que fundó un colegio en Kingswood, cerca de Bristol, y
dispuso que no se debían permitir juegos ni en el colegio ni en sus terrenos, porque "el que
juega de niño sigue jugando de grande.» No se tenían vacaciones. Los chicos se levantaban
a las 4 de la mañana, y pasaban la primera hora del día en oración y meditación, y los
viernes ayunaban hasta las 3 de la tarde. W. M. Macgregor califica todo el sistema de
«estúpido desafío a la naturaleza.»
Tenemos que tener presente que nuestro Señor Jesús pensaba en el Reino como una
fiesta. Un cristiano sombrío es un aberración de la naturaleza. El gran filósofo Locke
definía la risa como «una gloria repentina.» Al cristiano no se le prohíbe ningún placer
sano, porque para él la vida es una fiesta de bodas.
(1) El N.T. no registra que nuestro Señor Jesús haya sonreído alguna vez, pero ello no significa que no lo
haya hecho.
Por: Jorge Romero Díaz