2. La música ha empezado a sonar, recuerdo los
pasos que han de acompañarla. La melodía
me invade. Ya alcanzo a oír las llaves en el
pasillo. Las ha introducido en la
cerradura. Está a punto de entrar. Ésta va a ser
otra noche gloriosa. Mi cuarta
noche gloriosa.
3. Escucho sus pasos dentro del piso, su jadeo
por venir corriendo por la oscura calle
bajo esta incesante lluvia. Deja las llaves en
la entrada, junto al bolso, en una
especie de mueble cuyo principal fin es
realizar esa función. Suspira, se siente
segura.
4. Cuelga el abrigo, empapado, en el perchero
que se encuentra al lado de la puerta, en
la misma entrada, a la vez que observa el
paraguas en el paragüero con cierta
incertidumbre, pensando quizás “yo calada
hasta los huesos y tú calentito dentro de
tu casita”. El mundo no siempre es justo
5. Descubro que el mueble de la entrada no
es tan sólo un mero apoyo para dejar las
llaves. Se quita los zapatos, negros, de
tacón alto, sin duda elegantes, y los mete
dentro de aquel mueble.
6. Una vez descalza se dirige hacia el salón, cuyo suelo
está recubierto por una gran
alfombra que no deja ni un resquicio para ver el
color de las baldosas, y se mete en
una de las habitaciones que comunican
directamente con aquella sala. Es un piso
pequeño. Hay dos puertas en dicho salón: una que
comunica con su habitación y otra
tras la que se encuentra el cuarto de baño.
7. Ahora la puedo observar en su habitación. Se está desvistiendo. Se quita la ropa
empapada y la va dejando encima de la cama. Primero la camisa blanca de
seda, que
ofrecen unas transparencias de las que me cuesta retenerme y esperar al momento
oportuno, después la falda negra, ajustada, marcando unas exuberantes curvas en su
cuerpo, tras ella se deshace de las medias, quedándose tan sólo en ropa interior,
blanca, por supuesto, concordando con aquella camisa despojada en primer lugar.
No
tarda en desabrocharse aquel sostén y en desprenderse del minúsculo tanga que
apenas
tapaba algo. Cada vez me resulta más difícil aguantar, pero una obra caritativa
siempre ha de hacerse en las mejores condiciones, hay que esperar al momento justo,
aunque la música se escucha cada vez más alta, con más fuerza y belleza. Abre el
armario, saca de allí ropa cómoda y se viste con ella rápidamente. Cada vez queda
menos.
8. Sale de la habitación para dirigirse esta
vez hacia el baño. Lleva el pelo
empapado
cuando se mete, pero al salir puedo ver
que su cabello negro está mucho menos
mojado, aunque no totalmente seco.
9. Vuelve a dirigirse hacia su habitación, pero
ahora sale de allí muy rápidamente y se
desplaza hacia la entrada, donde hay una
puerta que comunica con la cocina. Entra y
desde el lugar donde me encuentro puedo oír
cómo abre y cierra el frigorífico y cómo
abre y cierra el cajón de los cubiertos. Algo ha
cogido para comer.
10. Ahora regresa al salón, enciende la tele y
pone una película en el DVD. Se sienta en
el sofá y puedo ver que lleva en sus brazos
una gran tarrina de yogur de frutas
variadas y desnatado. Ella no me ha visto.
Todo está saliendo perfecto.
11. En aquel momento salgo de detrás de las densas
cortinas que están situadas a cinco o
seis metros del sofá que ella ocupaba. Me acerco
sigilosamente, cual leopardo
acechando a su presa. Un paso… dos… tres… Pero
algo se me escapó. Encima de la
televisión había una vitrina, cuyas puertas eran de
cristal. Por culpa de tales
puertas se reflejó mi rostro y ella se giró rápidamente
gritando despavorida.
12. Empezó a lanzarme todas las cosas que
encontraba por la casa, sabiendo que
nada de
lo que me lanzara detendría el destino. Su
llanto la delataba. Ella estaba preciosa
y yo sólo estaba allí para ayudarla
13. Me abalancé sobre ella con el fin de parar
sus continuas agresiones. Debo reconocer
que era una chica valiente. La tiré al suelo
y le pegué varios puñetazos en la cara,
quizá seis o siete. Se quedó inmóvil sobre
aquella alfombra. Todavía respiraba.
Todavía sufría. Aunque cada vez menos.
14. La levanté con mis brazos y la tumbé en su cama. La até, como a las
otras. Comenzaba
el ritual.
Limpié su cara llena de sangre y pude volver a ver aquel bello
rostro, aquel rostro
eterno. Su mirada estaba perdida, aún no me decía nada. Antes de
comenzar a bailar,
esperaré.
Ahora me mira, se siente asustada, pero pronto estará aliviada. Por fin
me habla su
mirada, qué sensación única vivo en estas ocasiones.
15. “Tranquila, que yo sólo he venido aquí para
ayudarte”, le dije de buenas maneras y
susurrando. Pero ella comenzó a gritar de
nuevo, como una loca histérica. No ponía
las cosas fáciles. Lo único que ganó con
eso es recibir un nuevo puñetazo y taparle
la boca con cinta aislante. Ahora el silencio
nos unía. “Ahora vuelvo”, volví a
susurrar.