Lección 10 | Notas de Elena | Cristo, la Ley y los Pactos | Escuela Sabática
1. Lección 10
Cristo, la Ley y
los pactos
Sábado 31 de mayo
La ley revela al hombre sus pecados, pero no dispone ningún reme
dio. Mientras promete vida al que obedece, declara que la muerte es lo
que le toca al transgresor. Solo el evangelio de Cristo puede librarlo de
la condenación o de la mancha del pecado. Debe arrepentirse ante
Dios, cuya ley transgredió, y tener fe en Cristo y en su sacrificio expia
torio. Así obtiene remisión de “los pecados pasados”, y se hace partí
cipe de la naturaleza divina. Es un hijo de Dios, pues ha recibido el
espíritu de adopción, por el cual exclama: “¡Abba, Padre!”
¿Está entonces libre para violar la ley de Dios? El apóstol Pablo
dice: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino
que confirmamos la ley”. “Porque los que hemos muerto al pecado,
¿cómo viviremos aun en él?” Y San Juan dice también: “Pues este es
el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamien
tos no son gravosos” (Romanos 3:31; 6:2; 1 Juan 5:3). En el nuevo
nacimiento el corazón viene a quedar en armonía con Dios, al estarlo
con su ley. Cuando se ha efectuado este gran cambio en el pecador,
entonces ha pasado de la muerte a la vida, del pecado a la santidad,
de la transgresión y rebelión a la obediencia y a la lealtad. Terminó
su antigua vida de separación con Dios; y comenzó la nueva vida de
reconciliación, fe y amor. Entonces “la justicia de la ley” se cumplirá
en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu”. Y el lenguaje del alma será: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley!
Todo el día es ella mi meditación” (Salmo 119:97).
“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma” (Salmo
19:7). Sin la ley, los hombres no pueden formarse un justo concepto
de la pureza y santidad de Dios ni de su propia culpabilidad e impu
reza. No tienen verdadera convicción de pecado, y no sienten necesi
2. dad de arrepentirse. Como no ven su condición perdida como viola
dores de la ley de Dios, no se dan cuenta tampoco de la necesidad
que tienen de la sangre expiatoria de Cristo. Aceptan la esperanza de
salvación sin que se realice un cambio radical en su corazón ni una
reforma en su vida. Así abundan las conversiones superficiales, y
multitudes se unen a la iglesia sin haberse unido jamás con Cristo...
Por la Palabra y el Espíritu de Dios quedan de manifiesto ante los
hombres los grandes principios de justicia encerrados en la ley divina
{Reflejemos a Jesús, p. 39).
Domingo 1 de junio: Señales del pacto (Génesis 9:12-17)
Cuando contemplamos el arco iris —sello y señal de la promesa
de Dios para el hombre de que la tempestad de su ira no asolará más
nuestro mundo con las aguas de un diluvio— deducimos que hay
otros ojos que no son los finitos que están contemplando esta glorio
sa escena. Los ángeles se regocijan viendo esta preciosa señal del
amor de Dios para el hombre. El Redentor del mundo contempla ese
arco, pues Cristo lo hizo aparecer en los cielos como una señal o
pacto de promesa para el hombre. Dios mismo observa el arco en las
nubes, y recuerda su pacto eterno entre él y el hombre.
Después de la terrible demostración del poder castigador de Dios,
manifestado en la destrucción del mundo antiguo mediante el diluvio,
Dios sabía que en los que se habían salvado de la destrucción se desper
tarían temores cada vez que se acumularan nubes, redoblara el tambor
de los truenos y fulguraran los relámpagos; y que el sonido de la tem
pestad y el derramarse de las aguas de los cielos provocaría terror en sus
corazones, por temor de que viniera otro diluvio sobre ellos. Pero he
aquí el amor de Dios en la promesa: [se cita Génesis 9:12-15],
La familia de Noé observó con admiración y temor reverente,
mezclados con gozo, esa señal de la misericordia de Dios que atrave
saba los cielos. El arco representa el amor de Cristo que rodea la
tierra y llega hasta los cielos más elevados, poniendo en comunica
ción a los hombres con Dios y vinculando la tierra con el cielo.
Cuando contemplemos el bello espectáculo, podremos regocija
mos en Dios, seguros de que él mismo está contemplando esa señal
de su pacto, y que al hacerlo recuerda a sus hijos de la tierra, para
quienes fue dada. El no desconoce las aflicciones de ellos, sus peli
3. gros y pruebas. Podemos regocijamos esperanzados, pues el arco iris
del pacto de Dios está sobre nosotros. Nunca olvidará a los hijos a
quienes cuida. Cuán difícil es que la mente finita del hombre entien
da el amor peculiar y la ternura de Dios y su incomparable condes
cendencia cuando dijo: “Veré el arco en las nubes, y me acordaré de
ti” (Comentario bíblico adventista, tomo 1, p. 1105).
Si el hombre hubiera guardado la ley de Dios, tal como le fue dada a
Adán después de su caída, preservada por Noé y observada por
Abrahán, no habría habido necesidad del rito de la circuncisión. Y si los
descendientes de Abrahán hubieran guardado el pacto del cual la cir
cuncisión era una señal, jamás habrían sido inducidos a la idolatría, ni
habría sido necesario que sufrieran una vida de esclavitud en Egipto;
habrían conservado el conocimiento de la ley de Dios y no habría sido
necesario proclamarla desde el Sinaí, o grabarla sobre tablas de piedra.
Y si el pueblo hubiera practicado los principios de los diez mandamien
tos, no habría habido necesidad de las instrucciones adicionales que se
le dieron a Moisés (Patriarcas y profetas, pp. 379, 380).
Mediante el acto de la circuncisión aceptaban solemnemente
cumplir su parte de las condiciones del pacto hecho con Abrahán, es
a saber, mantenerse separados de todas las naciones y ser perfectos.
Si los descendientes de Abrahán se hubieran mantenido separados de
las otras naciones, no habrían caído en la idolatría. Al mantenerse
separados de las otras naciones, la gran tentación de participar de sus
costumbres pecaminosas y de revelarse contra Dios no hubiera exis
tido para ellos {La historia de la redención, p. 150).
Lunes 2 de junio: Promesas del pacto
Entonces Labán aseguró a Jacob que tenía interés en sus hijas y en
sus nietos, y que no les haría ningún mal. Propuso que formalizaran
un pacto. En ese momento dijo Labán: “Ven, pues, ahora y hagamos
pacto tú y yo, y sea por testimonio entre tú y yo. Entonces Jacob to
mó una piedra, y la levantó por señal”... Y Labán dijo: “Atalaye
Jehová entre tú y yo, cuando nos apartemos el uno del otro” (La his
toria de la redención, p. 94).
Otro pacto, llamado en la Escritura el pacto “antiguo”, se estableció
entre Dios e Israel en el Sinaí, y en aquel entonces fue ratificado me
diante la sangre de un sacrificio. El pacto hecho con Abrahán fue ratifi
4. cado mediante la sangre de Cristo, y es llamado el “segundo” pacto o
“nuevo” pacto, porque la sangre con la cual fue sellado se derramó des
pués de la sangre del primer pacto. Es evidente que el nuevo pacto esta
ba en vigor en los días de Abrahán, puesto que entonces fue confirmado
tanto por la promesa como por el juramento de Dios, “dos cosas inmu
tables, en las cuales es imposible que Dios mienta” (Hebreos 6:18).
Pero si el pacto confirmado a Abrahán contenía la promesa de la re
dención, ¿por qué se hizo otro pacto en el Sinaí? Durante su servi
dumbre, el pueblo había perdido en alto grado el conocimiento de Dios
y de los principios del pacto de Abrahán. Al libertarlos de Egipto, Dios
trató de revelarles su poder y su misericordia para inducirlos a amarle y
a confiar en él. Los llevó al mar Rojo, donde, perseguidos por los egip
cios, parecía imposible que escaparan, para que pudieran ver su total
desamparo y necesidad de ayuda divina; y entonces los libró. Así se
llenaron de amor y gratitud hacia él, y confiaron en su poder para ayu
darles. Los ligó a sí mismo como su libertador de la esclavitud temporal.
Pero había una verdad aún mayor que debía grabarse en sus mentes.
Como habían vivido en un ambiente de idolatría y corrupción, no tenían
un concepto verdadero de la santidad de Dios, de la extrema pecamino-
sidad de su propio corazón, de su total incapacidad para obedecer la ley
de Dios, y de la necesidad de un Salvador. Todo esto se les debía ense
ñar.
Dios los llevó al Sinaí; manifestó allí su gloria; les dio la ley, con la
promesa de grandes bendiciones siempre que obedecieran: “Ahora pues,
si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto... vosotros seréis mi reino
de sacerdotes, y gente santa” (Exodo 19:5, 6)... Creyéndose capaces de
ser justos por sí mismos, declararon: “Haremos todas las cosas que
Jehová ha dicho, y obedeceremos” (Exodo 24:7). Habían presenciado la
grandiosa majestad de la proclamación de la ley, y habían temblado de
terror ante el monte; y sin embargo, apenas unas pocas semanas des
pués, quebrantaron su pacto con Dios al postrarse a adorar una imagen
fundida. No podían esperar el favor de Dios por medio de un pacto que
ya habían roto; entonces vieron su pecaminosidad y su necesidad del
Salvador revelado en el pacto de Abrahán y simbolizado en los sacrifi
cios. De manera que mediante la fe y el amor se vincularon con Dios
como su libertador de la esclavitud del pecado. Ya estaban capacitados
para apreciar las bendiciones del nuevo pacto {Patriarcas y profetas,
387-389).
5. Martes 3 de junio: Las tablas del pacto
Los hijos de Dios son justificados por medio de la aplicación del
“mejor pacto”, por medio de la justicia de Cristo. Un pacto es un
convenio por el cual las partes se comprometen mutuamente al cum
plimiento de ciertas condiciones; por lo tanto, el ser humano se com
promete con Dios para cumplir las condiciones especificadas en su
Palabra. Su conducta demuestra si respeta o no esas condiciones.
El hombre gana todo obedeciendo al Dios guardador del pacto.
Los atributos de Dios son impartidos al hombre capacitándolo para
proceder con misericordia y compasión. El pacto de Dios nos asegura
del carácter inmutable del Señor. ¿Por qué, pues, los que pretenden
creer en Dios son inestables, volubles, indignos de confianza? ¿Por
qué no rinden su servicio cordialmente, como si estuvieran bajo la
obligación de agradar y glorificar a Dios? No es suficiente que ten
gamos una idea general de lo que Dios exige. Debemos conocer por
nosotros mismos cuáles son sus órdenes y cuáles nuestras obligacio
nes. Las condiciones del pacto de Dios son: “Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas,
y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Estas son las
condiciones de la vida. “Haz esto —dijo Cristo— y vivirás”.
La muerte y la resurrección de Cristo completaron su pacto. Antes
de ese tiempo se revelaba por medio de símbolos y sombras que se
ñalaban hacia la gran ofrenda que sería hecha por el Redentor de
mundo, ofrecida como promesa por los pecados del mundo. Los cre
yentes eran salvados antiguamente por el mismo Salvador de ahora;
pero era un Dios velado. Veían la misericordia de Dios en símbolos.
La promesa hecha a Adán y a Eva en el Edén era el evangelio para
una raza caída. Se había dado la promesa de que la simiente de la
mujer heriría la cabeza de la serpiente, y que ésta le heriría el calca
ñar. El sacrificio de Cristo es el glorioso cumplimiento de todo el
sistema hebreo. Ha salido el Sol de justicia. Cristo nuestra justicia
está brillando esplendorosamente sobre nosotros.
Cristo no disminuye lo que demanda de los hombres para salvarlos.
Cuando Cristo inclinó la cabeza y murió como una ofrenda sin pecado,
cuando por la mano invisible del Omnipotente fue rasgado en dos el
velo del templo, se abrió un camino nuevo y vivo. Ahora todos pueden
llegar hasta Dios por los méritos de Cristo. Los hombres pueden apro
6. ximarse a Dios porque el velo fue rasgado. No necesitan depender de
un sacerdote o de sacrificios ceremoniales. A todos se les da la libertad
de ir directamente a Dios por medio de un Salvador personal
(Comentario bíblico adventista, tomo 7, pp. 943, 944).
Miércoles 4 de junio: El pacto y el evangelio (Hebreos 9:15-22)
Las bendiciones del nuevo pacto se basan únicamente en la mise
ricordia manifestada en el perdón de la injusticia y el pecado. El Se
ñor especifica: “Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más
me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades” (Hebreos 8:12).
Todos los que se humillan de corazón, confesando sus pecados, ha
llarán misericordia, gracia y seguridad.
¿Ha dejado Dios de ser justo al manifestar misericordia con los
pecadores? ¿Ha deshonrado su santa ley, y pasará, por lo tanto, por
encima de ella? Dios es fiel. No cambia. Las condiciones de la salva
ción siguen siendo las mismas. La vida, la vida eterna, es para todos
los que obedecen la ley de Dios...
Bajo el nuevo pacto, las condiciones por las que se puede obtener la
vida eterna son las mismas que bajo el antiguo: una obediencia perfec
ta. Bajo el antiguo pacto, había muchas ofensas de carácter insolente y
atrevido para las que no había un sacrificio especificado por la ley. En
el nuevo y mejor pacto, Cristo ha satisfecho la ley en lugar de los
transgresores de la ley, si ellos quieren recibirlo por fe como un Salva
dor personal... Misericordia y perdón son las recompensas de todos los
que acuden a Cristo confiando en sus méritos para que les quite los
pecados. En el mejor pacto, somos limpiados del pecado por la sangre
de Cristo... El pecador es incapaz de expiar un solo pecado. El poder
está en el don gratuito de Cristo, una promesa apreciada únicamente
por los que se percatan de sus pecados y los olvidan poniendo su alma
desvalida sobre Cristo (Afin de conocerle, p. 301).
Jesús es nuestro Abogado, nuestro Sumo Sacerdote, nuestro Inter
cesor. Nuestra posición es como la de los israelitas durante el día de la
expiación. Cuando el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo,
que representaba el lugar donde nuestro Sumo Sacerdote intercede en
la actualidad, y rociaba la sangre expiatoria sobre el asiento de la mise
ricordia, afuera no se ofrecía ningún sacrificio propiciatorio. Mientras
el sacerdote intercedía delante de Dios, cada corazón debía inclinarse
7. contrito y suplicar el perdón de sus transgresiones.
En la muerte de Cristo, el Cordero inmolado por los pecados del
mundo, el símbolo se encontró con la realidad. Nuestro gran Sumo
Sacerdote fue constituido en el único sacrificio de valor para nuestra
salvación. Al ofrecerse sobre la cruz, se realizó una expiación perfecta
por los pecados de los seres humanos. Actualmente nos encontramos
en el atrio exterior, aguardando la bendita esperanza de la aparición
gloriosa de nuestro Salvador y Señor Jesucristo. Afuera no se ha de
ofrecer sacrificio alguno, porque el gran Sumo Sacerdote está llevando
a cabo su obra en el Lugar Santísimo. Durante su intercesión como
Abogado nuestro, Cristo no necesita ninguna virtud humana ni media
ción de nadie. El es el único portador del pecado, la única ofrenda por
el pecado. La oración y la confesión deben dirigirse solo a él, quien
entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo. Salvará hasta lo
sumo a todos los que acuden a él con fe. El vive constantemente para
interceder por nosotros (Exaltad a Jesús, p. 313).
Jueves 5 de junio: Beneficios del pacto (Efesios 2:6)
La imagen de Dios debe ser impresa y reflejada en la humanidad.
El corazón debe palpitar y brillar con el amor divino; un amor que
pulsa al unísono con el amor que el Redentor nos ha mostrado. Nadie
necesita decir que no comprende, puesto que el Maestro ha ascendido
al cielo y su primer interés es abogar por aquellos que creen en él.
Además nos ha asegurado que el Espíritu Santo estará con nosotros
para siempre para dirigimos y guiamos, para enseñamos, recordamos
y testificar de él. Es el Consolador divino que llega al alma para con
vencer de pecado, y para ser nuestro juez y nuestra guía.
Cristo es la verdad. El mundo no lo escucha ni lo sigue porque no
discierne las cosas que son espirituales e invisibles. Pero sus discípu
los saben que él es el camino, la verdad y la vida. Sienten su presen
cia y tienen un conocimiento experimental del único Dios verdadero
y de Jesucristo a quien él ha enviado. Y él les promete que ya no
verán oscuramente, sino que serán capaces de comprender “con to
dos los santos, la anchura y la longitud, la profundidad y la altura, y
de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento”, y de
saber “que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfecciona
rá hasta el día de Jesucristo” (Efesios 2:18, 19; Filipenses 1:6). El
8. honor de Dios y de Jesús están envueltos en el perfeccionamiento de
nuestro carácter, y nuestra labor es cooperar con él para llegar a ser
completos en él. Al unimos con él por la fe, y al recibirlo y aceptarlo,
llegamos a ser parte de él. Nuestro carácter es su gloria. Y cuando
aparezcamos delante de él, escucharemos su bendición: “Bien, buen
siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra
en el gozo de tu señor” (Mateo 25:23) (The Southern Review, 25 de
octubre de 1898).
”E1 que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna;
y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (S. Juan
5: 24). La gran obra que ha de efectuarse para el pecador que está
manchado y contaminado por el mal es la obra de la justificación.
Éste es declarado justo mediante Aquel que habla verdad. El Señor
imputa al creyente la justicia de Cristo y lo declara justo delante del
universo. Transfiere sus pecados a Jesús, el representante del peca
dor, su sustituto y garantía. Coloca sobre Cristo la iniquidad de toda
alma que cree. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pe
cado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2
Corintios 5:21) (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 459, 460).
Viernes 6 de junio: Para estudiar y meditar
La maravillosa gracia de Dios, pp. 131-137.