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El Dios del yugo
E
n la Biblia el yugo es usualmente una barra o marco de madera usado
para unir dos animales, especialmente bueyes, para trabajar juntos
en tareas como tirar de un arado o de una carga. La mayoría de las
más de cincuenta referencias bíblicas al yugo son simbólicas y en
ellas se destacan dos aspectos importantes:
Primero, el yugo como imagen de servicio, de esclavitud, o de sujeción, tal
como el animal que lo porta está sujeto en servicio a su amo. El yugo también
era usado para seres humanos cuando eran llevados en cautiverio. De ahí que
el yugo llegó a ser símbolo de dura servidumbre (1 Rey. 12: 9, 14; 1 Tim. 6: 1)
o de dificultades duraderas (Lam. 3: 27). El pecado mismo es un yugo (Lam. 1:14),
y hasta la ley, observada con legalismo, se convierte en yugo (Gál. 5: 1).
Segundo, como símbolo de unión, así como el yugo une a los dos animales
que lo portan.1En el Nuevo Testamento Pablo amonesta a los cristianos a no
unirse en yugo desigual con los infieles (2 Cor. 6: 14-18), lo cual entre otras
cosas implica no unirse en matrimonio con incrédulos y evitar aun el entrar en
alianzas financieras o comerciales permanentes con los no cristianos. Elena G.
de White escribe: «La orden dada por el Señor: "No os unáis en yugo desigual
con los incrédulos"» (2 Cor. 6: 14), se refiere no solo al casamiento de cristia­
nos con impíos, sino a todas las alianzas en las que las partes entran en íntima
asociación, y en las que hay necesidad de armonía en espíritu y acción».2
102 • El Dios de Jeremías
El yugo de Dios
Desde una perspectiva teológica, el yugo de Jeremías puede ser visto como el
yugo de su Dios. Esto, por varias razones. Primera, fue Dios quien le ordenó
construirlo. Segunda, la rebelión de cualquier nación contra Babilonia, que el
mensaje del yugo procuraba disuadir, sería tomada por Dios como rebelión con­
tra él mismo. Tercera, Babilonia, cuya opresión el yugo representaba, era el ins­
trumento de Dios para la ejecución de sus juicios sobre su pueblo descarriado.
El pueblo de Jeremías no vería el cumplimiento del propósito final de Dios
para ellos porque no estaban dispuestos a humillarse sometiéndose a su volun­
tad de que cooperaran con Nabucodonosor. Como resultado, el yugo, del cual
réplicas debían ser enviadas a los reyes de las naciones circunvecinas, se conver­
tiría en símbolo del sometimiento impuesto sobre todos ellos por el rey de
Babilonia. Algo similar a lo que había ocurrido con la serpiente de bronce le­
vantada por Moisés en el desierto centenares de años antes: Estaba destinada a
ser un símbolo de salvación para quienes aceptaran el mensaje del profeta de
Dios de aquel momento. Pero, al negarse a hacerlo, llegó a ser exactamente lo
contrario, el símbolo de una muerte segura.
Una vida solitaria
El Dios de Jeremías le prohíbe a su siervo que se case y tenga hijos (16: 1-13).
Dios le dijo: «No te cases, ni tengas hijos ni hijas en este lugar» (Jer. 16: 2). Luego
procedió a darle las razones inmediatas de ese mandato tan inusual: «Porque
así dice el Señor en cuanto a los hijos y las hijas que han nacido en este lugar,
y en cuanto a las madres que los dieron a luz y los padres que los engendraron
en este país: Morirán de enfermedades horribles. Nadie llorará por ellos, ni los
sepultará; se quedarán sobre la faz de la tierra, como el estiércol. La espada y el
hambre acabarán con ellos, y sus cadáveres servirán de alimento para las aves
del cielo y para las bestias de la tierra» (vers. 3, 4).
Con frecuencia Dios utilizó las experiencias vividas por los profetas como
medio de enseñanza para su pueblo. La vida solitaria de Jeremías habría de ser
una lección objetiva, viviente, para Judá; habría de serles una advertencia cons­
tante. Además, Jeremías debía evitar entrar en las casas donde hubiera luto, ya
fuera para llorar o para ofrecer consuelo. Tampoco debía visitar las casas donde
hubieran celebraciones festivas; no debía sentarse con ellos ni a comer ni a
beber.
9. El Dios del yugo * 103
Por un lado, era el plan de Dios que nadie ofreciera manifestaciones de
consuelo aun cuando la persona muerta fueran el padre o la madre de los en­
lutados. Por otro lado, Dios también se proponía ponerle fin en Judá a toda
expresión de alegría y de regocijo, y al cántico del novio y de la novia, es decir,
a las celebraciones nupciales. Todo esto como señal de la calamidad venidera
que estaba tan cercana, pues el Señor les aseguró que llegaría en sus propios
días, y ellos la verían (vers. 5-9).
¿Qué lección podemos derivar para nosotros hoy? La experiencia que le
tocó vivir a Jeremías debe hacernos apreciar más la bendición de la familia y
del compañerismo cristiano. En primer lugar, fuimos creados como seres socia­
les por iniciativa divina. Fue Dios mismo quien dijo en la creación: «No es
bueno que el hombre esté solo» (Gén. 2: 18); así que la vida en familia es par­
te de nuestra naturaleza como seres sociales. En segundo lugar, Cristo nos pro­
metió que, al seguirlo, ganaríamos una gran familia, la de nuestros hermanos
en la fe. Y cuán bueno es contar con su simpatía y solidaridad en nuestros mo­
mentos de tristeza.
Al mismo tiempo, en las circunstancias difíciles de esta vida, el Dios de Je­
remías quiere que entendamos que él es suficiente para satisfacer todas y cada
una de nuestras necesidades. Anhela que aprendamos a hallar en él la satisfac­
ción de las más íntimas necesidades del alma; quiere que entendamos que si
tenemos la compañía humana pero no la suya, realmente estamos solos. Pero
que si lo tenemos a él, aunque estemos temporalmente solos, contamos con la
mejor compañía porque nuestro verdadero apoyo viene del Señor.
El mensaje del yugo
La intención del yugo era transmitir un mensaje por demás extraño y difícil
de aceptar. Era un mensaje de liberación por medio de la sumisión. Someterse
voluntariamente a los babilonios era el camino a seguir para escapar de la des­
trucción por parte de ellos. Era una invitación desafiante a obtener la vida por
medio de la muerte; la vida nacional a cambio de la muerte al «yo» y del orgu­
llo patrio. El mensaje era: «Sométete y vivirás».
El yugo nos da también a nosotros mensajes importantes relacionados con
el Dios de Jeremías:
1. Dios es soberano y obra siempre para el bien de sus hijos, aunque las
apariencias parezcan indicar lo contrario. Necesitamos aprender a confiar en
su Palabra y a depender de ella más que de nuestro propio juicio. Era natural
104 • El Dios de Jeremías
para el juicio humano, que cualquier nación amenazada por otra buscara la
manera de hacerle frente y de atacarla primero, si le era posible. Y lo último que
una nación incluiría en su plan estratégico de defensa sería someterse al enemi­
go y cooperar con él. Eso solo podría hacerlo una nación a la que el Dios del
cielo, en su presciencia, le comunicara tan directo mensaje a fin de preservar su
existencia. Israel era esa nación única. Pero no había aprendido a obedecer las
instrucciones divinas. La lección es que cuando la lógica humana contradice el
claro mensaje de la Palabra de Dios, ese mensaje debe recibir la prioridad en
nuestras vidas.
2. Dios se comunica. Él nos habla, y nosotros hemos de confiar en sus profe­
tas, medio a través del cual nos llegan sus mensajes, en la Biblia, y en los escri­
tos del Espíritu de Profecía.
3. Dios se deleita en guiar nuestras vidas allanando la senda delante de
nuestros pies. Pero para que podamos verlo en acción, necesitamos aprender
a confiar más en él que en nosotros mismos. Aprender a desconfiar de nuestra
propia pmdencia, habilidades y recursos y, en su lugar, depositar nuestra con­
fianza en el Dios de Jeremías: he aquí otra de nuestras mayores y más urgentes
necesidades. Para que sea satisfecha, hemos de recordar y de aplicar en nuestras
vidas y decisiones la invitación del sabio: «Confia en el Señor de todo corazón,
y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará
tus sendas. No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al Señor y huye
del mal. Esto infundirá salud a tu cuerpo y fortalecerá tu ser» (Prov. 3: 5-7,
NVI). Entonces, tal como el Dios de Jeremías le prometió a su pueblo, seremos
librados de muchos dolores.
4. Dios es soberano; y no solo sobre su pueblo; lo es sobre toda la tierra. Es
el Dios creador de todo cuanto existe. Él se lo recordó a los habitantes de Judá
cuando les envió con Jeremías el mensaje del yugo. Les dijo: «Yo, con mi gran
poder y con mi brazo extendido, hice la tierra, el hombre y las bestias que están
sobre la faz de la tierra, y la di a quien quise» (Jer. 27: 5). Su propósito era pre­
pararlos para entender que lo que Nabucodonosor estaba haciendo en la re­
gión procedía más del Rey del universo que del rey de Babilonia y que, por
tanto, ellos debían cooperar sometiéndose a él, pues «el Altísimo tiene domi­
nio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere» (Dan. 4: 25).
La lección para nosotros es obvia. Si el Dios de Jeremías es el Soberano del
universo, de todas las naciones, y de su pueblo, puede serlo también de núes-
9. El Dios del yugo • 105
tras vidas. «Humillaos ante el Señor y él os exaltará», recomienda Santiago
(Sant. 4: 10). Y Pedro concuerda invitándonos: «Humillaos, pues, bajo la po­
derosa mano de Dios, para que él os exalte a su debido tiempo» (1 Ped. 5: 6).
En la completa sumisión a la voluntad de Dios está nuestra única seguridad y
el secreto de nuestra paz (véase Isa. 26: 3).
El mensaje del Dios del yugo es que como sus hijos nosotros estamos uni­
dos a él y él a nosotros; que él defenderá nuestra causa, finalmente nos vindi­
cará y, en el proceso, hará lo que sea necesario para lograr su propósito en
nuestras vidas y llevamos a la meta final. Y aunque en el caso particular del
enemigo de fudá, Babilonia, el «mar» en el cual confiaban era el río Éufrates,
esta promesa es para nosotros: «Así ha dicho Jehová: "Yo juzgo tu causa y lleva­
ré a cabo tu venganza. Secaré su mar y haré que sus fuentes queden secas"» (Jer.
51: 36). Vale la pena sujetamos al yugo del Dios de Jeremías.
Contienda entre profetas
Hananías, el profeta que como adversario de Jeremías aparece en el capítulo
28 de su libro, no es mencionado en ningún otro lugar del Antiguo Testamen­
to. De ahí que no se sepa más de él, aparte de lo que aquí se registra. Su nom­
bre, que es común en la Biblia, significa «el Señor ha extendido su gracia», y es
identificado como el hijo de un tal Azur, de Gabaón.3Esta ciudad estaba ubica­
da en el territorio de la tribu de Benjamín y es importante notar que, al igual
que Anatot, pueblo natal de Jeremías, era una de las ciudades sacerdotales (Jos.
21: 17). Este hecho sugiere que Hananías puede también haber sido un sacer­
dote, lo cual le habría provisto la plataforma de autoridad necesaria como para
hacer avanzar sus audaces pretensiones como profeta y aumentar su credibili­
dad y aceptación.4
Aconteció que en el mismo año en que el Dios de Jeremías le había dado a
su siervo el mensaje del yugo, al comienzo del reinado de Sedequías, el último
rey de Judá, que Hananías le habló a Jeremías en el templo, delante de los sa­
cerdotes y de todo el pueblo. El hecho de que lo hiciera en el templo y ante los
sacerdotes le añade fuerza a la posibilidad de que Hananías mismo fuera un
sacerdote. Y el momento histórico de la nación, el reinado del último rey de
Judá, destaca la importancia de la contienda y de su desenlace final.
Hananías tenía un mensaje que iba en directa contradicción del mensaje
del yugo que Jeremías había proclamado. Comenzó hablando con absoluta
seguridad, en términos que sugieren que había recibido el mensaje de que Dios
106 • El Dios de Jeremías
ya había quebrantado el yugo del rey de Babilonia (Jer. 28: 2) y, como eviden­
cia de ese hecho futuro pero cierto, procedió a enunciar algunas profecías pun­
tuales: Primero, que dentro de dos años todos los utensilios del templo —que
Nabucodonosor se había llevado a Babilonia— serían devueltos a su lugar,
asegurando así una restauración en el culto (vers. 3). Segundo, que también
retomaría Jeconías hijo de joacim, rey de Judá, asegurando así la restauración
del gobierno y, por ende, de la estabilidad política del reino (vers. 4). Tercero,
que todos los cautivos que habían sido transportados a Babilonia en las incur­
siones anteriores de Nabucodonosor, serían repatriados, asegurando así la res­
tauración de la estabilidad nacional (vers. 4).
Todo esto equivalía a una total reversión de lo profetizado por Jeremías.
Ante un desafío tan abierto, y público, del mensaje que había recibido de su
Dios, Jeremías no podía quedarse callado. «¡Amén, así lo haga Jehová!», exclamó.
Creemos que esto fue con más sinceridad que sarcasmo (vers. 6). Pero entonces,
procedió a presentarle a Hananías una de las pruebas bíblicas para identificar a
un profeta verdadero. Es la que responde afirmativamente la pregunta: «¿Se
cumplen sus predicciones?». Si la respuesta es negativa, entonces el profeta es
falso. Así que Jeremías declaró: «Cuando se cumpla la palabra del profeta que
profetiza paz, entonces él será conocido como el profeta que Jehová en verdad
envió» (vers. 9).
Otras preguntas que constituyen pruebas bíblicas para determinar si alguien
es o no un verdadero profeta son las siguientes:
1. ¿Está su mensaje de acuerdo con las enseñanzas de la Biblia? Isaías 8: 20
declara que los mensajes de un profeta verdadero deben hallarse en armonía
con la ley de Dios y con su testimonio revelado en toda la Biblia.
2. ¿Reconoce la encamación de Cristo? Según 1 Juan 4: 2, 3, todo profeta que
no exalta a Jesús, con su encamación y todo lo que esta implica en su plan
para salvamos, es falso.
3. ¿Lleva la vida y obra del profeta «fruto» bueno o fruto malo? En otras pala­
bras, ¿cómo es el testimonio de su vida, y de qué calidad son los resultados
del mensaje que difunde? (Mat. 7: 16-20).
Dios ha dado dones espirituales a su iglesia para conducirla hasta que su
pueblo alcance «la unidad de la fe» y «la madurez de la plenitud de Cristo» (Efe.
4: 13). Por cuanto la iglesia aún no ha logrado esta experiencia, todavía necesi­
ta los dones del Espíritu, incluyendo el don de profecía. De ahí la vigencia ac­
9. El Dios del yugo * 107
tual y la importancia del consejo inspirado: «Amados, no creáis a todo espíritu,
sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han
salido por el mundo» (1 Juan 4: 1).
En su contienda con Hananías, Jeremías citó a otros profetas cuyos mensa­
jes habían sido similares al suyo. Se apoyó en el testimonio de la palabra de
Dios enviada a través de sus mensajeros (Jer. 28: 7, 8). Aunque esos mensajes
no habían sido populares entonces, como tampoco lo era el suyo ahora, las
advertencias que contenían se habían cumplido. Así mismo habrían de cum­
plirse las suyas. Su argumento llevaba implícita la invitación a aprender del
pasado y a confiar en su Dios en el presente.
El desarrollo de los eventos en esta historia nos permite captar más vislum­
bres del Altísimo. Observamos que el Dios de Jeremías detesta la obra de los
falsos mensajeros que, con el nombre de Dios en sus labios, «curan la herida de
mi pueblo con liviandad, diciendo: "Paz, paz", ¡pero no hay paz!» (Jer. 6: 14).
Y ¿por qué el Dios de Jeremías los detesta?
• Porque con su mensaje falso, airullador, han hecho errar a su pueblo (Jer.
23: 13, 31).
• Por su falta de sinceridad y vida doble (vers. 14).
• Por sus mentiras y falsedades (vers. 14).
• Porque en vez de reprender a los que hacen mal, fortalecen sus manos (vers. 14).
• Porque al no hacer que los malos se conviertan, ocasionan su mina espiri­
tual (vers. 14, 22).
• Porque por su mal ejemplo, la impiedad es ampliamente propagada (vers. 15).
El yugo de hierro
Dios le había dicho a Jeremías: «Hazte coyundas y yugos, y ponlos sobre tu
cuello» (Jer. 27: 2). Cumpliendo con el mandato divino, Jeremías portaba el
yugo por dondequiera que iba, así que cuando él y Hananías se encontraron en
el templo, delante de los sacerdotes y de todo el pueblo, Jeremías tenía el yugo
sobre sus hombros. Al escuchar las palabras de Jeremías en respuesta a sus pro­
fecías, de que estas tendrían que ser validadas no solamente con palabras sino
con su cumplimiento, Hananías se encolerizó. «Entonces el profeta Hananías
quitó el yugo del cuello del profeta Jeremías, y lo quebró. Y habló Hananías en
108 • El Dios de Jeremías
presencia de todo el pueblo, diciendo: "Así ha dicho Jehová: 'De esta manera,
dentro de dos años, romperé el yugo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, del
cuello de todas las naciones'"» (Jer. 28: 10-11).
La respuesta de Jeremías no fue suya. Fue la respuesta de su Dios. «Después
que el profeta Hananías rompió el yugo del cuello del profeta Jeremías, vino
palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: "Ve y habla a Hananías, diciendo: 'Así
ha dicho Jehová: Yugos de madera quebraste, pero en vez de ellos harás yugos
de hierro. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Yugo de
hierro puse sobre el cuello de todas estas naciones, para que sirvan a Nabuco­
donosor, rey de Babilonia, y han de servirle; y aun también le he dado las bes­
tias del campo'"» (vers. 12-14).
¡Cuánto mejor es sometemos al Señor cuando él nos envía sus mensajes de
amonestación que responder obstinadamente, empeorando así las cosas, tal
como lo ilustra el cambio del yugo de madera por el de hierro! El Dios de Jere­
mías es el Educador por excelencia de sus hijos, y adecúa sus enseñanzas a sus
necesidades. Es un Padre que aplica su disciplina de acuerdo con nuestras acti­
tudes, haciéndola proporcional a nuestro conocimiento y responsabilidades
(véase Luc. 12: 47-48).
Al final, Dios mismo intervino para dirimir la contienda dándole a Jeremías
un mensaje directo para Hananías. Así que le dijo: «¡Escucha ahora, Hananías!
Jehová no te envió, y tú has hecho confiar en mentira a este pueblo. Por tanto,
así ha dicho Jehová: "Yo te quito de sobre la faz de la tierra; en este año mori­
rás, porque has hablado rebelión contra Jehová". En el mismo año murió Ha­
nanías, en el mes séptimo» (Jer. 28: 15-17).
Confiar en mentiras
El encuentro entre Jeremías y Hananías es una ilustración del gran conflicto
de los siglos. Ejemplifica en miniatura la gran lucha cósmica, milenaria, entre
las potestades de la luz y los poderes de las tinieblas, entre la verdad y el error.
Cada vez que desconfiamos del mensaje de Dios y finalmente lo rechazamos,
terminamos creyendo una mentira. Esto se debe, sencillamente, a que necesita­
mos creer en algo que justifique nuestras acciones y tranquilice nuestra con­
ciencia; algo que concuerde con nuestras ideas cuando no las hemos sometido
a la voluntad de Dios.
9. El Dios del yugo • 109
No siempre que oímos lo que queremos, eso que oímos es la voluntad de
Dios. Frecuentemente los mensajeros falsos, los que corren sin haber sido en­
viados, nos traen mensajes halagadores. La Palabra de Dios nos advierte que
«vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo
comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias pasiones, y
apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas» (2 Tim. 4: 3, 4). Las
fábulas son cuentos agradables, por lo cual se las escucha con satisfacción o
deleite, pero equivalen a mitos, o mentiras.
Confiar en fábulas en vez de recibir la verdad, acarrea resultados desastrosos
para la vida espiritual. En estos postreros días el poder engañador de Satanás se
manifiesta «con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto
no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un
poder engañoso, para que crean en la mentira, a fin de que sean condenados
todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusti­
cia» (2 Tes. 2: 10-12).
En el mundo actual se predican muchos mensajes halagüeños pero aparta­
dos de la verdad. Se escuchan por todas partes mensajes de «esperanza», anun­
ciando que este mundo mejorará y que su destino final no puede ser el anun­
ciado en la Biblia. Si aceptamos estas pretensiones y rechazamos el mensaje de
las profecías bíblicas, nos hacemos daño a nosotros mismos, tal como ocurrió
con Judá (Jer. 44: 7). Nuestra única seguridad consiste en aferramos a Jesús, el
Jehová del Antiguo Testamento, y a la verdad de su Palabra, pues él es el cami­
no, es la verdad y es la vida (Juan 14: 6).
El Dios de Jeremías se revela como el Soberano absoluto de la historia y de
los asuntos humanos. No habría escape del yugo de hierro de la sumisión im­
puesta por Nabucodonosor, a pesar de las intrépidas palabras de ITananías y de
la esperanza que el pueblo puso en ellas. Tales esperanzas no traen liberación
pero Dios sí, a su propio modo, y en su debido tiempo.5
Concluyamos este capítulo aceptando la invitación divina: «Venid a mí to­
dos los que estéis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo
sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y ha­
llaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga»
(Mat. 11:28-29).
110 • El Dios de Jeremías
Referencias
1. Dictionary of Biblical Imagery (1998), s.v. «Yoke».
2. Elena G. de White, El evangelismo (Doral, Florida: IADPA, 1975), cap. 18, p. 448.
3. Gabaón tenía importantes asociaciones históricas en la memoria del pueblo de Israel (Jos. 9:
1-26; 10: 1-14; 2 Sam. 2: 12-17; 20: 8-13; 1 Rey. 3: 4-15).
4. F. B. Huey, Jr., Jeremiah, Lamentations, NAC, vol. 16 (Nashville, Tennessee: Broadman Press,
1993), p. 246.
5. Ibíá., p. 250.

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Libro complementario | Capitulo 9 | El Dios del yugo | Escuela Sabática

  • 1. 9 El Dios del yugo E n la Biblia el yugo es usualmente una barra o marco de madera usado para unir dos animales, especialmente bueyes, para trabajar juntos en tareas como tirar de un arado o de una carga. La mayoría de las más de cincuenta referencias bíblicas al yugo son simbólicas y en ellas se destacan dos aspectos importantes: Primero, el yugo como imagen de servicio, de esclavitud, o de sujeción, tal como el animal que lo porta está sujeto en servicio a su amo. El yugo también era usado para seres humanos cuando eran llevados en cautiverio. De ahí que el yugo llegó a ser símbolo de dura servidumbre (1 Rey. 12: 9, 14; 1 Tim. 6: 1) o de dificultades duraderas (Lam. 3: 27). El pecado mismo es un yugo (Lam. 1:14), y hasta la ley, observada con legalismo, se convierte en yugo (Gál. 5: 1). Segundo, como símbolo de unión, así como el yugo une a los dos animales que lo portan.1En el Nuevo Testamento Pablo amonesta a los cristianos a no unirse en yugo desigual con los infieles (2 Cor. 6: 14-18), lo cual entre otras cosas implica no unirse en matrimonio con incrédulos y evitar aun el entrar en alianzas financieras o comerciales permanentes con los no cristianos. Elena G. de White escribe: «La orden dada por el Señor: "No os unáis en yugo desigual con los incrédulos"» (2 Cor. 6: 14), se refiere no solo al casamiento de cristia­ nos con impíos, sino a todas las alianzas en las que las partes entran en íntima asociación, y en las que hay necesidad de armonía en espíritu y acción».2
  • 2. 102 • El Dios de Jeremías El yugo de Dios Desde una perspectiva teológica, el yugo de Jeremías puede ser visto como el yugo de su Dios. Esto, por varias razones. Primera, fue Dios quien le ordenó construirlo. Segunda, la rebelión de cualquier nación contra Babilonia, que el mensaje del yugo procuraba disuadir, sería tomada por Dios como rebelión con­ tra él mismo. Tercera, Babilonia, cuya opresión el yugo representaba, era el ins­ trumento de Dios para la ejecución de sus juicios sobre su pueblo descarriado. El pueblo de Jeremías no vería el cumplimiento del propósito final de Dios para ellos porque no estaban dispuestos a humillarse sometiéndose a su volun­ tad de que cooperaran con Nabucodonosor. Como resultado, el yugo, del cual réplicas debían ser enviadas a los reyes de las naciones circunvecinas, se conver­ tiría en símbolo del sometimiento impuesto sobre todos ellos por el rey de Babilonia. Algo similar a lo que había ocurrido con la serpiente de bronce le­ vantada por Moisés en el desierto centenares de años antes: Estaba destinada a ser un símbolo de salvación para quienes aceptaran el mensaje del profeta de Dios de aquel momento. Pero, al negarse a hacerlo, llegó a ser exactamente lo contrario, el símbolo de una muerte segura. Una vida solitaria El Dios de Jeremías le prohíbe a su siervo que se case y tenga hijos (16: 1-13). Dios le dijo: «No te cases, ni tengas hijos ni hijas en este lugar» (Jer. 16: 2). Luego procedió a darle las razones inmediatas de ese mandato tan inusual: «Porque así dice el Señor en cuanto a los hijos y las hijas que han nacido en este lugar, y en cuanto a las madres que los dieron a luz y los padres que los engendraron en este país: Morirán de enfermedades horribles. Nadie llorará por ellos, ni los sepultará; se quedarán sobre la faz de la tierra, como el estiércol. La espada y el hambre acabarán con ellos, y sus cadáveres servirán de alimento para las aves del cielo y para las bestias de la tierra» (vers. 3, 4). Con frecuencia Dios utilizó las experiencias vividas por los profetas como medio de enseñanza para su pueblo. La vida solitaria de Jeremías habría de ser una lección objetiva, viviente, para Judá; habría de serles una advertencia cons­ tante. Además, Jeremías debía evitar entrar en las casas donde hubiera luto, ya fuera para llorar o para ofrecer consuelo. Tampoco debía visitar las casas donde hubieran celebraciones festivas; no debía sentarse con ellos ni a comer ni a beber.
  • 3. 9. El Dios del yugo * 103 Por un lado, era el plan de Dios que nadie ofreciera manifestaciones de consuelo aun cuando la persona muerta fueran el padre o la madre de los en­ lutados. Por otro lado, Dios también se proponía ponerle fin en Judá a toda expresión de alegría y de regocijo, y al cántico del novio y de la novia, es decir, a las celebraciones nupciales. Todo esto como señal de la calamidad venidera que estaba tan cercana, pues el Señor les aseguró que llegaría en sus propios días, y ellos la verían (vers. 5-9). ¿Qué lección podemos derivar para nosotros hoy? La experiencia que le tocó vivir a Jeremías debe hacernos apreciar más la bendición de la familia y del compañerismo cristiano. En primer lugar, fuimos creados como seres socia­ les por iniciativa divina. Fue Dios mismo quien dijo en la creación: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gén. 2: 18); así que la vida en familia es par­ te de nuestra naturaleza como seres sociales. En segundo lugar, Cristo nos pro­ metió que, al seguirlo, ganaríamos una gran familia, la de nuestros hermanos en la fe. Y cuán bueno es contar con su simpatía y solidaridad en nuestros mo­ mentos de tristeza. Al mismo tiempo, en las circunstancias difíciles de esta vida, el Dios de Je­ remías quiere que entendamos que él es suficiente para satisfacer todas y cada una de nuestras necesidades. Anhela que aprendamos a hallar en él la satisfac­ ción de las más íntimas necesidades del alma; quiere que entendamos que si tenemos la compañía humana pero no la suya, realmente estamos solos. Pero que si lo tenemos a él, aunque estemos temporalmente solos, contamos con la mejor compañía porque nuestro verdadero apoyo viene del Señor. El mensaje del yugo La intención del yugo era transmitir un mensaje por demás extraño y difícil de aceptar. Era un mensaje de liberación por medio de la sumisión. Someterse voluntariamente a los babilonios era el camino a seguir para escapar de la des­ trucción por parte de ellos. Era una invitación desafiante a obtener la vida por medio de la muerte; la vida nacional a cambio de la muerte al «yo» y del orgu­ llo patrio. El mensaje era: «Sométete y vivirás». El yugo nos da también a nosotros mensajes importantes relacionados con el Dios de Jeremías: 1. Dios es soberano y obra siempre para el bien de sus hijos, aunque las apariencias parezcan indicar lo contrario. Necesitamos aprender a confiar en su Palabra y a depender de ella más que de nuestro propio juicio. Era natural
  • 4. 104 • El Dios de Jeremías para el juicio humano, que cualquier nación amenazada por otra buscara la manera de hacerle frente y de atacarla primero, si le era posible. Y lo último que una nación incluiría en su plan estratégico de defensa sería someterse al enemi­ go y cooperar con él. Eso solo podría hacerlo una nación a la que el Dios del cielo, en su presciencia, le comunicara tan directo mensaje a fin de preservar su existencia. Israel era esa nación única. Pero no había aprendido a obedecer las instrucciones divinas. La lección es que cuando la lógica humana contradice el claro mensaje de la Palabra de Dios, ese mensaje debe recibir la prioridad en nuestras vidas. 2. Dios se comunica. Él nos habla, y nosotros hemos de confiar en sus profe­ tas, medio a través del cual nos llegan sus mensajes, en la Biblia, y en los escri­ tos del Espíritu de Profecía. 3. Dios se deleita en guiar nuestras vidas allanando la senda delante de nuestros pies. Pero para que podamos verlo en acción, necesitamos aprender a confiar más en él que en nosotros mismos. Aprender a desconfiar de nuestra propia pmdencia, habilidades y recursos y, en su lugar, depositar nuestra con­ fianza en el Dios de Jeremías: he aquí otra de nuestras mayores y más urgentes necesidades. Para que sea satisfecha, hemos de recordar y de aplicar en nuestras vidas y decisiones la invitación del sabio: «Confia en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas. No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al Señor y huye del mal. Esto infundirá salud a tu cuerpo y fortalecerá tu ser» (Prov. 3: 5-7, NVI). Entonces, tal como el Dios de Jeremías le prometió a su pueblo, seremos librados de muchos dolores. 4. Dios es soberano; y no solo sobre su pueblo; lo es sobre toda la tierra. Es el Dios creador de todo cuanto existe. Él se lo recordó a los habitantes de Judá cuando les envió con Jeremías el mensaje del yugo. Les dijo: «Yo, con mi gran poder y con mi brazo extendido, hice la tierra, el hombre y las bestias que están sobre la faz de la tierra, y la di a quien quise» (Jer. 27: 5). Su propósito era pre­ pararlos para entender que lo que Nabucodonosor estaba haciendo en la re­ gión procedía más del Rey del universo que del rey de Babilonia y que, por tanto, ellos debían cooperar sometiéndose a él, pues «el Altísimo tiene domi­ nio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere» (Dan. 4: 25). La lección para nosotros es obvia. Si el Dios de Jeremías es el Soberano del universo, de todas las naciones, y de su pueblo, puede serlo también de núes-
  • 5. 9. El Dios del yugo • 105 tras vidas. «Humillaos ante el Señor y él os exaltará», recomienda Santiago (Sant. 4: 10). Y Pedro concuerda invitándonos: «Humillaos, pues, bajo la po­ derosa mano de Dios, para que él os exalte a su debido tiempo» (1 Ped. 5: 6). En la completa sumisión a la voluntad de Dios está nuestra única seguridad y el secreto de nuestra paz (véase Isa. 26: 3). El mensaje del Dios del yugo es que como sus hijos nosotros estamos uni­ dos a él y él a nosotros; que él defenderá nuestra causa, finalmente nos vindi­ cará y, en el proceso, hará lo que sea necesario para lograr su propósito en nuestras vidas y llevamos a la meta final. Y aunque en el caso particular del enemigo de fudá, Babilonia, el «mar» en el cual confiaban era el río Éufrates, esta promesa es para nosotros: «Así ha dicho Jehová: "Yo juzgo tu causa y lleva­ ré a cabo tu venganza. Secaré su mar y haré que sus fuentes queden secas"» (Jer. 51: 36). Vale la pena sujetamos al yugo del Dios de Jeremías. Contienda entre profetas Hananías, el profeta que como adversario de Jeremías aparece en el capítulo 28 de su libro, no es mencionado en ningún otro lugar del Antiguo Testamen­ to. De ahí que no se sepa más de él, aparte de lo que aquí se registra. Su nom­ bre, que es común en la Biblia, significa «el Señor ha extendido su gracia», y es identificado como el hijo de un tal Azur, de Gabaón.3Esta ciudad estaba ubica­ da en el territorio de la tribu de Benjamín y es importante notar que, al igual que Anatot, pueblo natal de Jeremías, era una de las ciudades sacerdotales (Jos. 21: 17). Este hecho sugiere que Hananías puede también haber sido un sacer­ dote, lo cual le habría provisto la plataforma de autoridad necesaria como para hacer avanzar sus audaces pretensiones como profeta y aumentar su credibili­ dad y aceptación.4 Aconteció que en el mismo año en que el Dios de Jeremías le había dado a su siervo el mensaje del yugo, al comienzo del reinado de Sedequías, el último rey de Judá, que Hananías le habló a Jeremías en el templo, delante de los sa­ cerdotes y de todo el pueblo. El hecho de que lo hiciera en el templo y ante los sacerdotes le añade fuerza a la posibilidad de que Hananías mismo fuera un sacerdote. Y el momento histórico de la nación, el reinado del último rey de Judá, destaca la importancia de la contienda y de su desenlace final. Hananías tenía un mensaje que iba en directa contradicción del mensaje del yugo que Jeremías había proclamado. Comenzó hablando con absoluta seguridad, en términos que sugieren que había recibido el mensaje de que Dios
  • 6. 106 • El Dios de Jeremías ya había quebrantado el yugo del rey de Babilonia (Jer. 28: 2) y, como eviden­ cia de ese hecho futuro pero cierto, procedió a enunciar algunas profecías pun­ tuales: Primero, que dentro de dos años todos los utensilios del templo —que Nabucodonosor se había llevado a Babilonia— serían devueltos a su lugar, asegurando así una restauración en el culto (vers. 3). Segundo, que también retomaría Jeconías hijo de joacim, rey de Judá, asegurando así la restauración del gobierno y, por ende, de la estabilidad política del reino (vers. 4). Tercero, que todos los cautivos que habían sido transportados a Babilonia en las incur­ siones anteriores de Nabucodonosor, serían repatriados, asegurando así la res­ tauración de la estabilidad nacional (vers. 4). Todo esto equivalía a una total reversión de lo profetizado por Jeremías. Ante un desafío tan abierto, y público, del mensaje que había recibido de su Dios, Jeremías no podía quedarse callado. «¡Amén, así lo haga Jehová!», exclamó. Creemos que esto fue con más sinceridad que sarcasmo (vers. 6). Pero entonces, procedió a presentarle a Hananías una de las pruebas bíblicas para identificar a un profeta verdadero. Es la que responde afirmativamente la pregunta: «¿Se cumplen sus predicciones?». Si la respuesta es negativa, entonces el profeta es falso. Así que Jeremías declaró: «Cuando se cumpla la palabra del profeta que profetiza paz, entonces él será conocido como el profeta que Jehová en verdad envió» (vers. 9). Otras preguntas que constituyen pruebas bíblicas para determinar si alguien es o no un verdadero profeta son las siguientes: 1. ¿Está su mensaje de acuerdo con las enseñanzas de la Biblia? Isaías 8: 20 declara que los mensajes de un profeta verdadero deben hallarse en armonía con la ley de Dios y con su testimonio revelado en toda la Biblia. 2. ¿Reconoce la encamación de Cristo? Según 1 Juan 4: 2, 3, todo profeta que no exalta a Jesús, con su encamación y todo lo que esta implica en su plan para salvamos, es falso. 3. ¿Lleva la vida y obra del profeta «fruto» bueno o fruto malo? En otras pala­ bras, ¿cómo es el testimonio de su vida, y de qué calidad son los resultados del mensaje que difunde? (Mat. 7: 16-20). Dios ha dado dones espirituales a su iglesia para conducirla hasta que su pueblo alcance «la unidad de la fe» y «la madurez de la plenitud de Cristo» (Efe. 4: 13). Por cuanto la iglesia aún no ha logrado esta experiencia, todavía necesi­ ta los dones del Espíritu, incluyendo el don de profecía. De ahí la vigencia ac­
  • 7. 9. El Dios del yugo * 107 tual y la importancia del consejo inspirado: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo» (1 Juan 4: 1). En su contienda con Hananías, Jeremías citó a otros profetas cuyos mensa­ jes habían sido similares al suyo. Se apoyó en el testimonio de la palabra de Dios enviada a través de sus mensajeros (Jer. 28: 7, 8). Aunque esos mensajes no habían sido populares entonces, como tampoco lo era el suyo ahora, las advertencias que contenían se habían cumplido. Así mismo habrían de cum­ plirse las suyas. Su argumento llevaba implícita la invitación a aprender del pasado y a confiar en su Dios en el presente. El desarrollo de los eventos en esta historia nos permite captar más vislum­ bres del Altísimo. Observamos que el Dios de Jeremías detesta la obra de los falsos mensajeros que, con el nombre de Dios en sus labios, «curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: "Paz, paz", ¡pero no hay paz!» (Jer. 6: 14). Y ¿por qué el Dios de Jeremías los detesta? • Porque con su mensaje falso, airullador, han hecho errar a su pueblo (Jer. 23: 13, 31). • Por su falta de sinceridad y vida doble (vers. 14). • Por sus mentiras y falsedades (vers. 14). • Porque en vez de reprender a los que hacen mal, fortalecen sus manos (vers. 14). • Porque al no hacer que los malos se conviertan, ocasionan su mina espiri­ tual (vers. 14, 22). • Porque por su mal ejemplo, la impiedad es ampliamente propagada (vers. 15). El yugo de hierro Dios le había dicho a Jeremías: «Hazte coyundas y yugos, y ponlos sobre tu cuello» (Jer. 27: 2). Cumpliendo con el mandato divino, Jeremías portaba el yugo por dondequiera que iba, así que cuando él y Hananías se encontraron en el templo, delante de los sacerdotes y de todo el pueblo, Jeremías tenía el yugo sobre sus hombros. Al escuchar las palabras de Jeremías en respuesta a sus pro­ fecías, de que estas tendrían que ser validadas no solamente con palabras sino con su cumplimiento, Hananías se encolerizó. «Entonces el profeta Hananías quitó el yugo del cuello del profeta Jeremías, y lo quebró. Y habló Hananías en
  • 8. 108 • El Dios de Jeremías presencia de todo el pueblo, diciendo: "Así ha dicho Jehová: 'De esta manera, dentro de dos años, romperé el yugo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, del cuello de todas las naciones'"» (Jer. 28: 10-11). La respuesta de Jeremías no fue suya. Fue la respuesta de su Dios. «Después que el profeta Hananías rompió el yugo del cuello del profeta Jeremías, vino palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: "Ve y habla a Hananías, diciendo: 'Así ha dicho Jehová: Yugos de madera quebraste, pero en vez de ellos harás yugos de hierro. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Yugo de hierro puse sobre el cuello de todas estas naciones, para que sirvan a Nabuco­ donosor, rey de Babilonia, y han de servirle; y aun también le he dado las bes­ tias del campo'"» (vers. 12-14). ¡Cuánto mejor es sometemos al Señor cuando él nos envía sus mensajes de amonestación que responder obstinadamente, empeorando así las cosas, tal como lo ilustra el cambio del yugo de madera por el de hierro! El Dios de Jere­ mías es el Educador por excelencia de sus hijos, y adecúa sus enseñanzas a sus necesidades. Es un Padre que aplica su disciplina de acuerdo con nuestras acti­ tudes, haciéndola proporcional a nuestro conocimiento y responsabilidades (véase Luc. 12: 47-48). Al final, Dios mismo intervino para dirimir la contienda dándole a Jeremías un mensaje directo para Hananías. Así que le dijo: «¡Escucha ahora, Hananías! Jehová no te envió, y tú has hecho confiar en mentira a este pueblo. Por tanto, así ha dicho Jehová: "Yo te quito de sobre la faz de la tierra; en este año mori­ rás, porque has hablado rebelión contra Jehová". En el mismo año murió Ha­ nanías, en el mes séptimo» (Jer. 28: 15-17). Confiar en mentiras El encuentro entre Jeremías y Hananías es una ilustración del gran conflicto de los siglos. Ejemplifica en miniatura la gran lucha cósmica, milenaria, entre las potestades de la luz y los poderes de las tinieblas, entre la verdad y el error. Cada vez que desconfiamos del mensaje de Dios y finalmente lo rechazamos, terminamos creyendo una mentira. Esto se debe, sencillamente, a que necesita­ mos creer en algo que justifique nuestras acciones y tranquilice nuestra con­ ciencia; algo que concuerde con nuestras ideas cuando no las hemos sometido a la voluntad de Dios.
  • 9. 9. El Dios del yugo • 109 No siempre que oímos lo que queremos, eso que oímos es la voluntad de Dios. Frecuentemente los mensajeros falsos, los que corren sin haber sido en­ viados, nos traen mensajes halagadores. La Palabra de Dios nos advierte que «vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias pasiones, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas» (2 Tim. 4: 3, 4). Las fábulas son cuentos agradables, por lo cual se las escucha con satisfacción o deleite, pero equivalen a mitos, o mentiras. Confiar en fábulas en vez de recibir la verdad, acarrea resultados desastrosos para la vida espiritual. En estos postreros días el poder engañador de Satanás se manifiesta «con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusti­ cia» (2 Tes. 2: 10-12). En el mundo actual se predican muchos mensajes halagüeños pero aparta­ dos de la verdad. Se escuchan por todas partes mensajes de «esperanza», anun­ ciando que este mundo mejorará y que su destino final no puede ser el anun­ ciado en la Biblia. Si aceptamos estas pretensiones y rechazamos el mensaje de las profecías bíblicas, nos hacemos daño a nosotros mismos, tal como ocurrió con Judá (Jer. 44: 7). Nuestra única seguridad consiste en aferramos a Jesús, el Jehová del Antiguo Testamento, y a la verdad de su Palabra, pues él es el cami­ no, es la verdad y es la vida (Juan 14: 6). El Dios de Jeremías se revela como el Soberano absoluto de la historia y de los asuntos humanos. No habría escape del yugo de hierro de la sumisión im­ puesta por Nabucodonosor, a pesar de las intrépidas palabras de ITananías y de la esperanza que el pueblo puso en ellas. Tales esperanzas no traen liberación pero Dios sí, a su propio modo, y en su debido tiempo.5 Concluyamos este capítulo aceptando la invitación divina: «Venid a mí to­ dos los que estéis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y ha­ llaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga» (Mat. 11:28-29).
  • 10. 110 • El Dios de Jeremías Referencias 1. Dictionary of Biblical Imagery (1998), s.v. «Yoke». 2. Elena G. de White, El evangelismo (Doral, Florida: IADPA, 1975), cap. 18, p. 448. 3. Gabaón tenía importantes asociaciones históricas en la memoria del pueblo de Israel (Jos. 9: 1-26; 10: 1-14; 2 Sam. 2: 12-17; 20: 8-13; 1 Rey. 3: 4-15). 4. F. B. Huey, Jr., Jeremiah, Lamentations, NAC, vol. 16 (Nashville, Tennessee: Broadman Press, 1993), p. 246. 5. Ibíá., p. 250.