El poema celebra al Colegio Tungurahua en Guayaquil, Ecuador, como una institución que brinda una excelente educación y siembra esperanza en los estudiantes para construir un mejor futuro. El coro enfatiza que el colegio lleva el nombre del volcán Tungurahua y que sus aulas cultivan el futuro de los guayaquileños con pasión. La última estrofa destaca que Tungurahua enseña a los jóvenes el camino hacia el deber y el amor.