R. Spaemann, «La ética como doctrina de la vida lograda»
Tentaciones horribles de satanás
1. TENTACIONES HORRIBLES DE SATANÁS.<br />FRANCISCA JOSEFA DE CASTILLO<br />DICIENDO AQUELLAS palabras: Traedme tras ti, y correremos, conocía cuánta fortaleza pide y muestra aquí el alma habiendo de correr, imitando los pasos del Señor que dio en la vida mortal. ¡Cuánto padecer de un Dios y esposo crucificado! ¡Cuánta humildad, cuánta paciencia, cuántos dolores, cuántos sufrimientos, cuánta pobreza, cuánta caridad, cuánta obediencia! Éstos son los pasos que pretende imitar, y que pide seguir el alma santa, los que dio Nuestro Señor Jesucristo en su santísima vida y amarguísima pasión. Entendí que esta santísima pasión del Señor había de ser todo el consuelo de mi alma, y su compañía, amparo y pensamiento en el tiempo de este destierro; en los dolores, desamparos y aflicciones que acompañan mi vida, causándome un grande espanto los tormentos y afrentas que Nuestro Señor padeció en su pasión, que ni aun puedo considerar; mas quedarme como pasmada.<br />Ha permitido su Divina Majestad que pase en el alma y en el cuerpo extraordinarios tormentos de enfermedades, dolores y fatigas, despierta y dormida, con espantos del enemigo, y por medio de otras personas. El martes de la Pascua del Espíritu Santo, estando a mi parecer dispierta, aunque embarazados los sentidos, que no me podía mover, se echaba sobre mí un bulto como un indio muy feroz, renegrido, y con la cara muy ancha, la boca y los dientes disformes, y el cabello como cerdas de caballo, y oprimiéndome y causándome muchas tentaciones. Haciendo yo fuerza para echarlo de mí, le preguntaba quién era, a que me respondía diciendo o preguntándome: ¿y vos quién sois? Yo le decía mi nombre, y él respondía: “pues yo me llamo” (no sé cómo, que no se me ha podido acordar). Más a mí me parecía que metiendo mis manos en su boca, y asiéndole de los cabellos, hice tal fuerza, que pude volver en mí.<br />Después, a principios de octubre, cerca de la elección, volvió de la misma suerte a cargarse sobre mí, aunque la figura era como de un mulato muy feo y ardiente, y sintiendo yo aquel peso, le preguntaba: ¿quién eres? A que me respondió: yo soy Crecerábulto. A mí me daba tanto coraje, que me parecía tiraba a morderlo y despedazarlo. Y así volví en mí, aunque sintiendo muy grandes tentaciones.<br />De ahí a un mes, poco más, volvió a ponerse junto a mí, con una figura pequeña y agarrándome por los pulsos las manos, me apretaba con los dedos pequeños, pero con tanta fuerza que me hizo volver en mí con tanto dolor en los brazos, como si me hubieran dado tormentos. Después me dormí y lo vide en sueños, con una lengua muy larga y muy aguda, como de un cuarto de largo, y que la movía a todas partes. Esta vez no sentí tentaciones luego, de contado, como las veces pasadas; pero los días siguientes son indecibles los modos de inquietudes, cuentos y penalidades que ha movido por medio de otras, que apenas doy paso en que no me arme algún lazo, hasta tratarme mal de palabra algunas personas.<br />De ahí a pocos días, se paró junto a la cama (estando yo recogida), con una figura de negro, tan feo, tan grande y ancho, que me causó más horror esta vez que todas las otras. Parecióme estaba todo penetrado de fuego; más quiso Nuestro Señor que no se allegara a mí.<br />Desde ha cuatro o seis días, habiéndome traído entre sueños cuantas pesadumbres grandes me han sucedido, y cuantas me pudieran suceder, con muy vivas y penosas circunstancias, al dispertar, me amenazó que se metería en el cuerpo. No es decible el miedo, pavor y espanto que esto me causó, sólo tuve el remedio de abrazarme con la imagen de la Santísima Virgen y de mi padre san Ignacio.<br />Padre mío: esto hasta aquí escrito, ahora dos meses y medio, y en este tiempo sabe Vuestro Padre alguna parte de lo que ha pasado, las horribles tentaciones en que me he visto como anegada y perdida, que a veces faltaba casi nada para salir por las calles dando voces; y tomando por alivio de los horrorosos tormentos que he padecido, el que me despedazaran y aniquilaran. Con tanto olvido de Dios, a mi parecer, y tanta ceguedad, y oscuridad, como si estuviera experimentando las penas del infierno; pues, aun acordarme de las luces que en otro tiempo había recebido de Dios, me servía de gran tormento; y sólo me parecía alivio quemar los papeles en que las he apuntado. No me parece que ha quedado tentación, por fuerte y vehemente que sea, que no haya padecido; y todo esto, sin tener siquiera el conocimiento de lo que eran, pasando a ser sus efectos en el cuerpo, con tales tormentos, que casi me sentía levantar en el aíre, y todo lo que le dije en el confesionario; y además de esto, con todos los chismes que ha habido en todo este tiempo, y testimonios que me han levantado, sirviéndome de gran momento el ver, con un modo extraordinario, cuanto es ofendido Nuestro Señor de mí y de todas sus criaturas, y el grande olvido que traemos de su Divina Majestad y de las eternas verdades; y que no se trata más de esto, que si del todo lo ignoráramos, o no lo creyéramos; pareciéndome que andamos ocupados en mascar paja o espinas, y en hilar telas como las arañas, desentrañándonos sin fruto y con dolor. Y viéndome a mí en este miserable estado, sin poder cerrar los oídos a estas cosas, ni huirles el cuerpo, por la ocupación en que me pusieron, antes permitiendo Nuestro Señor que lleguen a mis oídos graves ofensas que en el siglo se comenten contra su Divina Majestad, y hallando yo en todo este tiempo tan cerrada la puerta para la oración, como si fuera un bruto sin alma, permitiendo su Divina Majestad que en este tiempo no pudiera venir Vuestro Padre por la enfermedad que le dio, y que no quedara persona humana de las de casa del convento y de la celda, que, por uno o por otro modo, no me fueran de fatiga y inquietud, etc. Mas estando luchando con estas congojas, como el que ha caído en las olas del mar, entendí: que esto fue lo que significaba el haberme hallado los días pasados con tan grande fatiga entre muchos crucificados, que estaban clavados, no en cruces, sino en palos mal formados y quebrados; y que esto significaba las pasiones con que vivimos atormentadas, crucificadas, no en la Cruz de Cristo, ni por Él sino por el tormento que nos dan las mismas pasiones que abrigamos en nuestros corazones; y estando en nuestro tormento disformes y feos, a los ojos de Dios, no conformes a la imagen de su Hijo. De donde en la calamidad y apretura que mi alma ha padecido, ha estado como atravesada de un cuchillo de dos filos, o de una lanza, que por entrambos lados corta, con la vista clara de lo que a Dios se ofende, y de lo que padecen de males y pierden de bienes las criaturas, en lo mismo que lo ofenden.<br />Me parece ha estado mi alma como anegada en un mar de dolor, o cercada de unas espesas y tristes tinieblas, que por todas partes la cercan y no descubre luz por ninguna, porque en su interior sólo halla pasiones y tribulaciones, yelos y ataduras que la cercan y impiden, n o hallando a mi parecer ningún fruto en tantos trabajos y congojas, como si oyera en mi interior unas voces que dijeran: ¡oh miserable, todo lo has perdido!; ¿qué enmienda esperas en adelante, cuando en tanto tiempo no la has tenido?, etc. Siendo estas voces, con que el enemigo ha tirado a aniquilarme del todo, unos cuchillos muy agudos, que atraviesan por la mitad mi alma, etc.<br />Pues estando así, entendí como si el santo ángel dijera a mi alma: dispierta y come, que te resta camino. Esto es, dispierta a las cosas verdaderas y eternas, dejando estos sueños de las cosas transitorias, que son como las fantasías de los que duermen. Dispierta a la consideración, y abre los ojos del alma a las verdades que conoces y confiesas, entrega a ellas el discurso y la conversación, y niégalo a las conversaciones y discursos de las criaturas. Sal fuera del sepulcro donde duermes, con la consideración y el afecto, negándolo a las criaturas y dilatándolo en tu Dios, y en su ser inmutable y verdadero. Dispierta de estos sueños pesados y disvariados, y abre los ojos a la consideración y vista de las cosas y verdades eternas. Dispierta de este embarazo de los sentidos del alma, dejando estas soñadas pesadillas, y come rumiando y gustando, meditando y contemplando los divinos misterios; que así como el manjar se transforma en la sustancia del que lo come, y se convierte en ella, y mantiene la vida, así vivirá el alma, y se confortará y mantendrá de lo que contempla y medita; y teniendo su discurso manjar y meditación en los cielos, y cosas divinas y celestiales, será en algún modo, aun en el camino, hecha como celestial y divina, y podrá proseguir, andar y vencer las dificultades del camino que le resta por andar, hasta el monte de Dios. Mas come tu pan, que es amasado de las más preciosa semilla, que es el trigo cocido debajo, o en la ceniza del propio conocimiento y menosprecio, la cual hay siempre en el alma que haya brasas del divino amor, para que juntando tu propio conocimiento con el conocimiento de Dios, puedas caminar con fortaleza a su santo monte, saliendo del sepulcro y sueño en que duermes atada, y aligadas las potencias para no entender, libres y dispiertas, en las cosas divinas; pues mira que el que durmió cuatro días en este triste sepulcro, ya daba de sí mal olor; porque allegándote al Señor serás iluminada; más andando con lo perverso, te pervertirás. Si te dejas dormir este sueño, al dispertar nada hallarás en tus manos, aunque hubieras sido como los varones de las riquezas, en fortaleza y riquezas de dones, y de méritos; porque con facilidad se pierde lo que se ganó con trabajo. Y porque confía en la fortaleza de su brazo, será desbaratado por el Señor, que hace salvo al pueblo humilde, y humilla los ojos de los soberbios, haciendo que den de ojos en las culpas de que no se recataron con santo temor. Así que, tratando o discurriendo en cosas vanas, serás vana; y atendiendo a cosas inútiles, serás inútil; y amando cosas terrenas, serás terrena; mas si te allegares al Señor, serás iluminada con su luz, y Él participará su luz a tu Lucerna, y aun tu Dios alumbrará tus tinieblas, y las iluminará como un hermoso día.<br />Mira, pues, el miserable estado del que dormía en el sepulcro. Ya hedía, estaba atado y ligado, y debajo de piedras. Estos afectos trae el alma, no alzar los ojos, y abrirlos a las cosas eternas, y entregar el discurso a las terrenas, como a las fantasías de un sueño; y a tal estado puede llegar, que haya de ser el despertarla el Señor con gemidos y lágrimas, y una grande voz; y que entonces dispierte tan atada, que apenas pueda salir fuera para andar su jornada.<br />Tomado de: Giraldo, Luz Mary (comp.) 2005. Cuentos y Relatos de la Literatura Colombiana. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, t. I. p. 58-62.<br />