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Arquidiócesis de San José
Costa Rica
Subsidio 13 — Itinerario de
Horas Santas
Año de laVida Consagrada
2015-2016
VIVIR EN CRISTO SEGÚN LA FORMA
DE VIDA DEL EVANGELIO
Material preparado por la
Vicaría Episcopal de Pastoral Litúrgica.
Curia Metropolitana de San José.
Portada: Detalle de vitral. Basílica Inmaculada Concepción, Tejar, El Guarco.
Ilustraciones interiores: Detalles de vitrales de san Vicente, santa Rosa, san
Francisco y santa Gertrudis de la Catedral Metropolitana..
Contraportada: detalle de vitral de Jesús con los niños, iglesia santa Teresita
en b° Aranjuez.
2015
Presentación
Se ofrecen en este subsidio cuatro modelos para realizar Horas San-
tas en nuestras parroquias, comunidades de fe, institutos y demás
sitios donde nos encontramos los bautizados, con el fin de que nos
reunamos ante Jesús sacramentado durante este año, en que la Igle-
sia Universal pone su mirada orante en todos aquellos, hermanos y
hermanas, que optan todos los días por vivir los consejos evangéli-
cos desde la consagración total de sus vidas al Dios de la Vida, por
medio del servicio y donación a sus hermanos.
Para cada una de las celebraciones se propone el siguiente itinerario:
Intención comunitaria
Exposición del Santísimo Sacramento
Himno
Texto de la sagrada Escritura
Reflexión desde el Magisterio
Salmo dialogado
Canto, oración final y reserva del Santísimo Sacramento
En la Divina Providencia confiamos que nuestras oraciones serán un
bien para nuestra Arquidiócesis de San José y la Iglesia en todo el
orbe.
3
1
Vida consagrada por Dios
Intención comunitaria
Ponemos en las manos de Dios el misterio de
la vida y lo alabamos por el regalo de exhalar
sobre cada criatura el aliento que nos hace existir.
Exposición del Santísimo Sacramento
Se expone el Santísimo Sacramento según las normas litúrgicas. (Ver normas en el
ritual de la Sagrada Comunión y el Culto Eucarístico fuera de la Misa, N° 91)
Himno
Él llama por Patxi Loidi
Él llama.
Desde el tercer mundo y el primero
Grita y llama.
El llama desde las orillas del lago de Tiberiades
Y desde la región de los grandes Lagos africanos
Desde la frontera del Zaire
Y desde la pequeña aldea de Angola
Desde el Monte de las Bienaventuranzas
Lanza su llamada desesperada y esperanzada.
Él grita y llama
Desde las gargantas resecas de tanto gritar.
Llama desde la voz de todas las gargantas sin voz.
Su llamada se esconde en la música suave de la flauta
Y en el ronco redoble del tambor
4
Desde los drogadictos y marginados, Él llama.
Desde los serbios y los bosnios,
Desde los hutus y los tutsis
Desde las pieles cancerígenas o desde las carnes leprosas
Desde los millones de pupilas de niños hambrientos.
Desde los pasillos limpios y asépticos de la clínica privada,
Desde las largas listas de espera de los hospitales no tan limpios
Y desde los callejones mugrientos que jamás han visto un barrende-
ro.
Llama.
Desde las cárceles.
El llama con la brisa suave que estremece las hojas
Y con el viento huracanado que arranca de raíz los arboles potentes
Él llama hoy como ayer.
En onda corta y en frecuencia modulada.
Llama utilizando la tele o sirviéndose de Internet.
Desde el Tabor
Y, sobre todo, desde el Calvario, Él llama.
Desde las primeras páginas de los periódicos
Y desde el teléfono de la esperanza.
Su llamada está escrita en el rostro del mendigo
En la mirada baja del parado
Y en la cara satisfecha del yupi posmoderno.
El llama al borde del camino
Y en el stop de entrada en carretera.
A la salida del Metro, en la estación de Autobuses
Y en el semáforo de la esquina.
Su llamada está clara en la cara la niña infectada de Sida
Que se queda sin amigos en la escuela
Y en tantas escuelas sin maestros que quieran a los niños.
Su llamada está escrita con las lágrimas
De la adolecente prostituida por sus padres
En la plaza pública de una sociedad canalla
Es cuestión de leer y de mirar.
No sé trata de descifrar un jeroglífico.
Es cuestión de quitarse las gafas de sol y de afinar el oído.
Porque Él llama.....
5
Texto de la sagrada Escritura
Del libro del profeta Jeremías 1, 1-10
Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes de Ana-
tot, en territorio de Benjamín.
La palabra del Señor le llegó en los días de Josías, hijo de Amón, rey
de Judá, en el año decimotercero de su reinado;y también en los
días de Joaquím, hijo de Josías, rey de Judá, hasta el fin del undécimo
año de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, es decir, hasta la depor-
tación de Jerusalén en el quinto mes.
La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: «Antes de for-
marte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del
seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las
naciones».
Yo respondí: «¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy dema-
siado joven».
El Señor me dijo: «No digas: «Soy demasiado joven», porque tú irás
adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas de-
lante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del
Señor –».
El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: «Yo pongo mis
palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones
y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler,
para edificar y plantar».
Reflexión desde el Magisterio
El papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, en
el numeral 47, nos dice:
La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Uno
de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las
6
puertas abiertas en todas partes. De ese modo, si alguien quiere se-
guir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se en-
contrará con la frialdad de unas puertas cerradas. Pero hay otras
puertas que tampoco se deben cerrar. Todos pueden participar de
alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comuni-
dad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse
por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de
ese sacramento que es «la puerta», el Bautismo. La Eucaristía, si
bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio
para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los
débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales
que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A me-
nudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como
facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna
donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.
Salmo dialogado
Salmo 118
Lector 1:
Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón;
el que, sin cometer iniquidad,
anda por sus senderos.
Lector 2:
Tú promulgas tus decretos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus consignas;
entonces no sentiré vergüenza
al mirar tus mandatos.
Lector 1:
Te alabaré con sincero corazón
7
cuando aprenda tus justos mandamientos.
Quiero guardar tus leyes exactamente,
tú, no me abandones.
Lector 2:
¿Cómo podrá un joven andar honestamente?
Cumpliendo tus palabras.
Lector 1:
Te busco de todo corazón,
no consientas que me desvíe de tus mandamientos.
En mi corazón escondo tus consignas,
así no pecaré contra ti.
Lector 2:
Bendito eres, Señor,
enséñame tus leyes.
Mis labios van enumerando
los mandamientos de tu boca;
mi alegría es el camino de tus preceptos,
más que todas las riquezas.
Lector 1:
Medito tus decretos,
y me fijo en tus sendas;
tu voluntad es mi delicia,
no olvidaré tus palabras.
Canto: el profeta
Antes que te formaras
dentro del vientre de tu madre
antes que tú nacieras
te conocía y me consagré.
Para ser mi profeta
en las naciones yo te elegí
irás donde te envíe
8
y lo que te mande proclamarás.
Tengo que gritar, tengo que andar,
ay de mí si no lo hago
cómo escapar de Ti, cómo no hablar
si tu voz me quema dentro.
Tengo que arriesgar, tengo que luchar
ay de mí si no lo hago
cómo escapar de Ti, cómo no hablar
si tu voz me quema dentro.
No temas arriesgarte
porque contigo yo estaré,
no temas anunciarme
porque en tu boca yo hablaré.
Te encargo hoy mi pueblo
para arrancar y derribar
para edificar, destruirás y plantarás.
Deja a tus hermanos,
deja a tu padre y a tu madre
abandona tu casa
porque la tierra gritando está
nada traigas contigo
porque a tu lado yo estaré
es hora de luchar
porque mi pueblo gritando está.
Oración final y reserva del Santísimo
Presidente
Padre Santo, te adoramos y te damos gracias porque en tu Hijo eres
el autor del sacerdocio, de la vida religiosa y de toda vocación.
Padre Santo, te pedimos por las vocaciones que no han sido cultiva-
das ni atendidas.
Padre Santo, te pedimos que todos comprendan el anhelo de Cris-
9
to: “La mies es grande, pero los obreros son pocos; pidan, por tan-
to, al Señor de la mies que mande obreros para su mies”.
Padre Santo, te pedimos que los padres, sacerdotes y educadores
allanen el camino con palabras y medios materiales y espirituales a
todos los que han sido llamados.
Padre Santo, te pedimos que, en la orientación y formación de las
vocaciones, se siga a Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida.
Padre Santo, te pedimos que los que han sido llamados sean santos,
luz del mundo y sal de la tierra.
Padrenuestro
Terminada la oración el presidente se acerca al altar, hace genuflexión y se arrodilla, y
se entona uno de los siguientes cantos:
Tamtum Ergo (Nª 193 Cantad Alegres a Dios)
El Eterno Señor de la Historia (Nª 347 Cantad Alegres a Dios)
Mientras tanto, el ministro arrodillado, inciensa el Santísimo Sacramento. Termi-
nado el canto, se levanta y dice:
P/ Les diste Señor el Pan del Cielo.
R/ Que contiene en sí todo deleite.
Oremos.
Alimentados en tu mesa, Señor,
te rogamos que, por este sacramento de amor,
germinen las semillas
que generosamente esparciste en el campo de tu Iglesia,
para que sean cada vez más numerosos
los que elijan el camino de servirte en los hermanos.
Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos,
R/ Amén.
10
Si el que preside es un ministro ordenado (presbítero o diácono) y la exposición
de la Sagrada Forma se ha realizado en la custodia, este colocándose el humeral y la
capa pluvial, hace la genuflexión, toma la custodia en sus manos y hace en silencio la
señal de la cruz sobre el pueblo. Si la exposición se ha realizado en el copón, basta sólo
que se coloque el paño humeral.
Según la tradición del pueblo y si se considera conveniente se pueden sonar las
campanillas.
Acabada la bendición, puesta la custodia o el copón sobre el altar, se rezan las
aclamaciones al Santísimo Sacramento:
Aclamaciones a Jesús Sacramentado
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo consolador.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y santos.
11
1I
Vida consagrada a la Buena
Nueva
Intención comunitaria
Tenemos hoy en nuestras intenciones, las vidas de tantas mujeres y
hombres que, desde la pobreza, la castidad y la obediencia, se entre-
gan a servir a la Iglesia de Jesucristo y a la humanidad entera.
Exposición del Santísimo Sacramento
Se expone el Santísimo Sacramento según las normas litúrgicas. (Ver normas en el
ritual de la Sagrada Comunión y el Culto Eucarístico fuera de la Misa, N° 91)
Himno
Coloquio amoroso por santa Teresa de Ávila
Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
Decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?
-Alma, ¿qué quieres de mí?
-Dios mío, no más que verte.
-Y ¿qué temes más de ti?
-Lo que más temo es perderte.
Un alma en Dios escondida
¿qué tiene que desear,
sino amar y más amar,
y en amor toda escondida
tornarte de nuevo a amar?
12
Un amor que ocupe os pido,
Dios mío, mi alma os tenga,
para hacer un dulce nido
adonde más la convenga.
Texto de la sagrada Escritura
Del libro del profeta Oseas 2, 16-17
Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré de
su corazón. Desde allí, le daré sus viñedos y haré del valle de
Acor una puerta de esperanza. Allí, ella responderá como en
los días de su juventud, como el día en que subía del país de
Egipto.
Reflexión desde el Magisterio
El papa Francisco en el encuentro que tuvo el 6 de julio de 2013,
con los seminaristas, novicios y novicias, decía:
La verdadera alegría no viene de las cosas, del tener, ¡no! Nace del
encuentro, de la relación con los demás, nace de sentirse aceptado,
comprendido, amado, y de aceptar, comprender y amar; y esto no
por el interés de un momento, sino porque el otro, la otra, es una
persona. La alegría nace de la gratuidad de un encuentro. Es escu-
char: «Tú eres importante para mí», no necesariamente con pala-
bras. Esto es hermoso… Y es precisamente esto lo que Dios nos
hace comprender. Al llamaros, Dios os dice: «Tú eres importante
para mí, te quiero, cuento contigo». Jesús, a cada uno de nosotros,
nos dice esto. De ahí nace la alegría. La alegría del momento en que
Jesús me ha mirado. Comprender y sentir esto es el secreto de
nuestra alegría. Sentirse amado por Dios, sentir que para él no so-
mos números, sino personas; y sentir que es él quien nos llama.
Convertirse en sacerdote, en religioso o religiosa no es ante todo
una elección nuestra. No me fío del seminarista o de la novicia que
13
dice: «He elegido este camino». ¡No me gusta esto! No está bien.
Más bien es la respuesta a una llamada y a una llamada de amor.
Siento algo dentro que me inquieta, y yo respondo sí. En la oración,
el Señor nos hace sentir este amor, pero también a través de nume-
rosos signos que podemos leer en nuestra vida, a través de numero-
sas personas que pone en nuestro camino. Y la alegría del encuentro
con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al ser-
vicio en la Iglesia. Santo Tomás decía bonum est diffusivum sui —no
es un latín muy difícil—, el bien se difunde. Y también la alegría se
difunde. No tengáis miedo de mostrar la alegría de haber respondi-
do a la llamada del Señor, a su elección de amor, y de testimoniar su
Evangelio en el servicio a la Iglesia. Y la alegría, la verdad, es conta-
giosa; contagia… hace ir adelante. En cambio, cuando te encuentras
con un seminarista muy serio, muy triste, o con una novicia así,
piensas: ¡hay algo aquí que no está bien! Falta la alegría del Señor, la
alegría que te lleva al servicio, la alegría del encuentro con Jesús, que
te lleva al encuentro con los otros para anunciar a Jesús. ¡Falta esto!
No hay santidad en la tristeza, ¡no hay! Santa Teresa —hay tantos
españoles aquí que la conocen bien— decía: «Un santo triste es un
triste santo». Es poca cosa… Cuando te encuentras con un semina-
rista, un sacerdote, una religiosa, una novicia con cara larga, triste,
que parece que sobre su vida han arrojado una manta muy mojada,
una de esas pesadas… que te tira al suelo… ¡Algo está mal! Pero
por favor: ¡nunca más religiosas y sacerdotes con «cara avinagrada»,
¡nunca más! La alegría que viene de Jesús. Pensad en esto: cuando a
un sacerdote —digo sacerdote, pero también un seminarista—,
cuando a un sacerdote, a una religiosa, le falta la alegría, es triste;
podéis pensar: «Pero es un problema psiquiátrico». No, es verdad:
puede ser, puede ser, esto sí. Sucede: algunos, pobres, enferman…
Puede ser. Pero, en general, no es un problema psiquiátrico. ¿Es un
problema de insatisfacción? Sí. Pero, ¿dónde está el centro de esta
falta de alegría? Es un problema de celibato. Os lo explico. Vosotros,
seminaristas, religiosas, consagráis vuestro amor a Jesús, un amor
grande; el corazón es para Jesús, y esto nos lleva a hacer el voto de
castidad, el voto de celibato. Pero el voto de castidad y el voto de
celibato no terminan en el momento del voto, van adelante… Un
camino que madura, madura, madura hacia la paternidad pastoral,
hacia la maternidad pastoral, y cuando un sacerdote no es padre de
14
su comunidad, cuando una religiosa no es madre de todos aquellos
con los que trabaja, se vuelve triste. Este es el problema. Por eso os
digo: la raíz de la tristeza en la vida pastoral está precisamente en la
falta de paternidad y maternidad, que viene de vivir mal esta consa-
gración, que, en cambio, nos debe llevar a la fecundidad. No se pue-
de pensar en un sacerdote o en una religiosa que no sean fecundos:
¡esto no es católico! ¡Esto no es católico! Esta es la belleza de la
consagración: es la alegría, la alegría…
Salmo dialogado
Salmo 44
Lector 1:
Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.
Lector 2:
Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.
Lector 1:
Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.
Lector 2:
Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.
15
Lector 1:
A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.
Lector 2:
Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.
Lector 1:
Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.
Lector 2:
"A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra".
Lector 1:
Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.
Canto
Juntos cantando la alegría
de vernos unidos en la fe y el amor
16
juntos sintiendo en nuestras vidas
la alegre presencia del Señor.
Somos la Iglesia peregrina que Él fundó
somos un pueblo que camina sin cesar
entre cansancios y esperanzas hacia Dios
nuestro amigo Jesús nos llevará.
Hay una fe que nos alumbra con su luz
una esperanza que empapó nuestro esperar
aunque la noche nos envuelva en su inquietud
nuestro amigo Jesús nos guiará.
El Señor nos acompaña al caminar
con su ternura a nuestro lado siempre va
si los peligros nos acechan por doquier
nuestro amigo Jesús nos salvará.
Oración final y reserva del Santísimo
Presidente
En mi oración, escuché a Jesús que me hablaba al corazón.
¿Dónde estás?
Te busco y deseo encontrarte.
Ven a mí, tú que sufres y no sabes qué rumbo dar a tu vida.
Yo estoy aquí esperándote, no tengas miedo, no te voy a reprender,
sólo quiero que oigas lo que tengo para decirte:
Tú me perteneces, porque te rescaté con mi Sangre derramada en
la cruz.
Te compré, entregando mi vida por ti.
¿Sabes por qué? ¡Porque te amo!
¡Mi Padre me enseñó sólo a amar y no sé hacer otra cosa sino
amarte!
¡Tú eres muy importante para mí!
Reconozco tus pecados, conozco tus límites y tus fragilidades; sin
embargo, todo eso es lo que me acerca a ti.
No sientas vergüenza, yo estoy contigo, también en las horas de fra-
17
gilidad y de pecado.
Quiero que vuelvas a mí, que me conozcas y quiero que sepas con
absoluta certeza que a cada instante doy mi vida por ti, ¡porque te
amo¡
Ven conmigo y caminemos lado a lado, yo en ti, tú en mí.
¡Y nuestro Padre será feliz, porque te dejaste encontrar por el
amor¡
Gracias, Señor.
Padrenuestro
Terminada la oración el presidente se acerca al altar, hace genuflexión y se arrodilla, y
se entona uno de los siguientes cantos:
Tamtum Ergo (Nª 193 Cantad Alegres a Dios)
El Eterno Señor de la Historia (Nª 347 Cantad Alegres a Dios)
Mientras tanto, el ministro arrodillado, inciensa el Santísimo Sacramento. Termi-
nado el canto, se levanta y dice:
P/ Les diste Señor el Pan del Cielo.
R/ Que contiene en sí todo deleite.
Oremos.
Alimentados en tu mesa, Señor,
te rogamos que, por este sacramento de amor,
germinen las semillas
que generosamente esparciste en el campo de tu Iglesia,
para que sean cada vez más numerosos
los que elijan el camino de servirte en los hermanos.
Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos,
R/ Amén.
18
Si el que preside es un ministro ordenado (presbítero o diácono) y la exposición
de la Sagrada Forma se ha realizado en la custodia, este colocándose el humeral y la
capa pluvial, hace la genuflexión, toma la custodia en sus manos y hace en silencio la
señal de la cruz sobre el pueblo. Si la exposición se ha realizado en el copón, basta sólo
que se coloque el paño humeral.
Según la tradición del pueblo y si se considera conveniente se pueden sonar las
campanillas.
Acabada la bendición, puesta la custodia o el copón sobre el altar, se rezan las
aclamaciones al Santísimo Sacramento:
Aclamaciones a Jesús Sacramentado
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo consolador.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y santos.
19
III
Vida consagrada para
anunciar y denunciar
Intención comunitaria
Ponemos ante Dios a quienes sufren persecu-
ción por afirmarse como cristianos y vivir según los principios del
Evangelio.
Exposición del Santísimo Sacramento
Se expone el Santísimo Sacramento según las normas litúrgicas. (Ver normas en el
ritual de la Sagrada Comunión y el Culto Eucarístico fuera de la Misa, N° 91)
Himno
Cuando llamas por Fray Alejandro R. Ferreirós, OFMconv
Cuando llamas, Señor, tu voz resuena
con la fuerza del trueno entre los montes
y recorre el valle en que se esconde
el río de la vida que me llena.
Tu voz potente como el trueno que del cielo
denuncia a Pablo su error y lo derriba
le muestra la misión y le confía
el anuncio del Reino de los cielos.
Delicada tu voz como la brisa
que percibe Samuel en sus oídos
cuando ansioso por servirte te ha ofrecido
su corazón atento y su sonrisa.
Una llamada a todos dirigida
a vivir la santidad que se derrama
20
desde la cima del monte que proclama
la llegada de la tierra prometida.
Es la brasa que quema en Isaías
y su boca purifica en fuego santo
el ardor de su alabanza y de su canto
incendiando en tu Amor su profecía.
Es llamada al Amor tu voz potente
que seduce a los hombres que la escuchan
y que enciende la fe de los que luchan
por vivir su vida plenamente.
Es tu voz la llama que redime
y levanta a Mateo de su abismo
la que da un nombre nuevo en el bautismo
y en el sello de tu Espíritu se imprime.
Es tu voz la que invita a una respuesta
radical, audaz, comprometida,
invitación a entregarte a Ti la vida
cuando tu elección se manifiesta.
Es tu llamada impulso misionero
que llena el corazón del que ha partido
es la que deja el corazón herido
y del Reino de los cielos prisionero.
Texto de la sagrada Escritura
Del Evangelio según san Juan 1, 35-39
Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y,
mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
21
Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quie-
ren?». Ellos le respondieron: «Rabbí –que traducido significa Maes-
tro– ¿dónde vives?».
«Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se queda-
ron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Reflexión desde el Magisterio
El papa Francisco en el encuentro que tuvo el 6 de julio de 2013,
con los seminaristas, novicios y novicias, decía:
Para ser testigos felices del Evangelio es necesario ser auténticos,
coherentes. Y esta es otra palabra que quiero deciros: autenticidad.
Jesús reprendía mucho a los hipócritas: hipócritas, los que piensan
por debajo, los que tienen —para decirlo claramente— dos caras.
Hablar de autenticidad a los jóvenes no cuesta, porque los jóvenes
—todos— tienen este deseo de ser auténticos, de ser coherentes.
Y a todos vosotros os fastidia encontraros con sacerdotes o religio-
sas que no son auténticos.
Esta es una responsabilidad, ante todo, de los adultos, de los forma-
dores. Es vuestra, formadores, que estáis aquí: dar un ejemplo de
coherencia a los más jóvenes. ¿Queremos jóvenes coherentes?
¡Seamos nosotros coherentes! De lo contrario, el Señor nos dirá lo
que decía de los fariseos al pueblo de Dios: «Haced lo que digan,
pero no lo que hacen». Coherencia y autenticidad.
Pero también vosotros, por vuestra parte, tratad de seguir este ca-
mino. Digo siempre lo que afirmaba san Francisco de Asís: Cristo
nos ha enviado a anunciar el Evangelio también con la palabra. La
frase es así: «Anunciad el Evangelio siempre. Y, si fuera necesario,
con las palabras». ¿Qué quiere decir esto? Anunciar el Evangelio con
la autenticidad de vida, con la coherencia de vida. Pero en este mun-
do en el que las riquezas hacen tanto mal, es necesario que noso-
tros, sacerdotes, religiosas, todos nosotros, seamos coherentes con
22
nuestra pobreza. Pero cuando te das cuenta de que el interés priori-
tario de una institución educativa o parroquial, o cualquier otra, es
el dinero, esto no hace bien. ¡Esto no hace bien! Es una incoheren-
cia. Debemos ser coherentes, auténticos. Por este camino hacemos
lo que dice san Francisco: predicamos el Evangelio con el ejemplo,
después con las palabras. Pero, antes que nada, es en nuestra vida
donde los otros deben leer el Evangelio. También aquí sin temor,
con nuestros defectos que tratamos de corregir, con nuestros lími-
tes que el Señor conoce, pero también con nuestra generosidad al
dejar que él actúe en nosotros. Los defectos, los límites y —añado
algo más— los pecados… Querría saber una cosa: aquí, en el aula,
¿hay alguien que no es pecador? ¡Alce la mano! ¡Alce la mano! Na-
die. Nadie. Desde aquí hasta el fondo… ¡todos! Pero, ¿cómo llevo
mi pecado, mis pecados? Quiero aconsejaros esto: sed transparen-
tes con el confesor. Siempre. Decid todo, no tengáis miedo. «Padre,
he pecado». Pensad en la samaritana, que para tratar de decir a sus
conciudadanos que había encontrado al Mesías, dijo: «Me ha dicho
todo lo que hice», y todos conocían la vida de esa mujer. Decir
siempre la verdad al confesor. Esta transparencia nos hará bien, por-
que nos hace humildes, a todos. «Pero padre, he persistido en esto,
he hecho esto, he odiado»…, cualquier cosa. Decir la verdad, sin
esconder, sin medias palabras, porque estás hablando con Jesús en la
persona del confesor. Y Jesús sabe la verdad. Solamente Él te perdo-
na siempre. Pero el Señor quiere solamente que tú le digas lo que Él
ya sabe. ¡Transparencia! Es triste cuando uno se encuentra con un
seminarista, con una religiosa, que hoy se confiesa con éste para lim-
piar la mancha; y mañana con otro, con otro y con otro: una pere-
grinatio a los confesores para esconder su verdad. ¡Transparencia!
Es Jesús quien te está escuchando. Tened siempre esta transparencia
ante Jesús en el confesor. Pero ésta es una gracia. Padre, he pecado,
he hecho esto, esto y esto… letra por letra. Y el Señor te abraza, te
besa. Ve, y ya no peques. ¿Y si vuelves? Otra vez. Lo digo por expe-
riencia. Me he encontrado con muchas personas consagradas que
caen en esta trampa hipócrita de la falta de transparencia. «He he-
cho esto», con humildad. Como el publicano, que estaba en el fondo
del templo: «He hecho esto, he hecho esto…». Y el Señor te tapa la
boca: es Él quien te la tapa. Pero no lo hagas tú. ¿Habéis comprendi-
do? Del propio pecado, sobreabunda la gracia. Abrid la puerta a la
23
gracia, con esta transparencia.
Los santos y los maestros de la vida espiritual nos dicen que para
ayudar a hacer crecer la autenticidad en nuestra vida es muy útil,
más aún, es indispensable, la práctica diaria del examen de concien-
cia. ¿Qué sucede en mi alma? Así, abierto, con el Señor y después
con el confesor, con el padre espiritual. Es muy importante esto.
La coherencia es fundamental, para que nuestro testimonio sea creí-
ble. Pero no basta; también se necesita preparación cultural, prepa-
ración intelectual, lo remarco, para dar razón de la fe y de la espe-
ranza. El contexto en el que vivimos pide continuamente este «dar
razón», y es algo bueno, porque nos ayuda a no dar nada por des-
contado. Hoy no podemos dar nada por descontado. Esta civiliza-
ción, esta cultura… no podemos. Pero, ciertamente, es también ar-
duo, requiere buena formación, equilibrada, que una todas las di-
mensiones de la vida, la humana, la espiritual, la dimensión intelec-
tual con la pastoral. En la formación vuestra hay cuatro pilares fun-
damentales: formación espiritual, o sea, la vida espiritual; la vida inte-
lectual, este estudiar para «dar razón»; la vida apostólica, comenzar
a ir a anunciar el Evangelio; y, cuarto, la vida comunitaria. Cuatro. Y
para esta última es necesario que la formación se realice en la co-
munidad, en el noviciado, en el priorato, en los seminarios… Pienso
siempre esto: es mejor el peor seminario que ningún seminario.
¿Por qué? Porque es necesaria esta vida comunitaria. Recordad los
cuatro pilares: vida espiritual, vida intelectual, vida apostólica y vida
comunitaria. Estos cuatro. En estos cuatro debéis edificar vuestra
vocación.
Querría deciros: salid de vosotros mismos para anunciar el Evange-
lio, pero, para hacerlo, debéis salir de vosotros mismos para encon-
trar a Jesús. Hay dos salidas: una hacia el encuentro con Jesús, hacia
la trascendencia; la otra, hacia los demás para anunciar a Jesús. Estas
dos van juntas. Si haces solamente una, no está bien. Pienso en la
madre Teresa de Calcuta. Era audaz esta religiosa… No tenía miedo
a nada, iba por las calles… Pero esta mujer tampoco tenía miedo de
arrodillarse, dos horas, ante el Señor. No tengáis miedo de salir de
vosotros mismos en la oración y en la acción pastoral. Sed valientes
24
para rezar y para ir a anunciar el Evangelio.
Querría una Iglesia misionera, no tan tranquila. Una hermosa Iglesia
que va adelante. En estos días han venido muchos misioneros y mi-
sioneras a la misa de la mañana, aquí, en Santa Marta, y cuando me
saludaban, me decían: «Pero yo soy una religiosa anciana; hace cua-
renta años que estoy en el Chad, que estoy acá, que estoy allá…».
¡Qué hermoso! Pero, ¿tú entiendes que esta religiosa ha pasado es-
tos años así, porque nunca ha dejado de encontrar a Jesús en la ora-
ción? Salir de sí mismos hacia la trascendencia, hacia Jesús en la ora-
ción, hacia la trascendencia, hacia los demás en el apostolado, en el
trabajo. Dad una contribución para una Iglesia así, fiel al camino que
Jesús quiere. No aprendáis de nosotros, que ya no somos tan jóve-
nes; no aprendáis de nosotros el deporte que nosotros, los viejos,
tenemos a menudo: ¡el deporte de la queja! No aprendáis de noso-
tros el culto de la «diosa queja». Es una diosa… siempre quejosa. Al
contrario, sed positivos, cultivad la vida espiritual y, al mismo tiem-
po, id, sed capaces de encontraros con las personas, especialmente
con las más despreciadas y desfavorecidas. No tengáis miedo de salir
e ir contra la corriente. Sed contemplativos y misioneros. Tened
siempre a la Virgen con vosotros en vuestra casa, como la tenía el
apóstol Juan. Que ella siempre os acompañe y proteja. Y rezad tam-
bién por mí, porque también yo necesito oraciones, porque soy un
pobre pecador, pero vamos adelante.
Salmo dialogado
Salmo 70
Lector 1:
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame.
Lector 2:
Se tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
25
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Lector 1:
Dios mío, líbrame de la mano perversa,
del puño criminal y violento;
porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
Lector 2:
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías,
siempre he confiado en ti.
Lector 1:
Muchos me miraban como a un milagro,
porque tú eres mi fuerte refugio.
Llena estaba mi boca de tu alabanza
y de tu gloria, todo el día.
Lector 2:
No me rechaces ahora en la vejez,
me van faltando las fuerzas, no me abandones;
porque mis enemigos hablan de mí,
los que acechan mi vida celebran consejo;
dicen: "Dios lo ha abandonado;
perseguidlo, agarradlo, que nadie lo defiende".
Lector 1:
Dios mío, no te quedes a distancia;
Dios mío, ven aprisa a socorrerme.
Que fracasen y se pierdan
los que atentan contra mi vida,
queden cubiertos de oprobio y vergüenza
los que buscan mi daño.
Lector 2:
Yo, en cambio, seguiré esperando,
redoblaré tus alabanzas;
26
mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación.
Contaré tus proezas, Señor mío,
narraré tu victoria, tuya entera.
Lector 1:
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas,
ahora, en la vejez y las canas,
no me abandones, Dios mío,
Lector 2:
hasta que describa tu brazo
a la nueva generación,
tus proezas y tus victorias excelsas,
las hazañas que realizaste:
Dios mío, ¿quién como tú?
Lector 1:
Me hiciste pasar por peligros,
muchos y graves:
de nuevo me darás la vida,
me harás subir de lo hondo de la tierra;
Lector 2:
acrecerás mi dignidad,
de nuevo me consolarás;
y yo te daré gracias, Dios mío,
con el arpa, por tu lealtad;
Lector 1:
tocaré para tí la cítara,
Santo de Israel;
te aclamarán mis labios, Señor,
mi alma, que tú redimiste;
Lector 2:
y mi lengua todo el día
27
recitará tu auxilio,
porque quedaron derrotados y afrentados
los que buscaban mi daño.
Canto
Yo vengo del sur y del norte
Del este y oeste y de todo lugar
Caminos y vidas recorro
Llevando socorro queriendo ayudar.
Mensaje de paz es mi canto
Y cruzo montañas y voy hasta el fin
El mundo no me satisface
Lo que busco es la paz, lo que quiero es vivir.
Al pecho llevo una cruz
Y en mí corazón lo que dice Jesús (2)
Yo sé que no tengo la edad
Ni la madurez de quien ya vivió
Mas se que es de mi propiedad
Buscar la verdad y gritar con mi voz.
El mundo va herido y cansado
De un negro pasado de guerras sin fin
Hoy teme a la bomba que hizo
La fe que deshizo y espera por mí
Yo quiero dejar mi recado
No tengo pasado pero tengo amor
El mismo de un crucificado
Que quiso dejarnos un mundo mejor
Yo digo a los indiferentes
Que soy de la gente que cree en la cruz
Y creo en la fuerza del hombre
Que sigue el camino de Cristo Jesús
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Oración final y reserva del Santísimo
Presidente
Jesús, Divino Maestro, envía buenos obreros a tu mies. La mies es
mucha y los obreros pocos.
Jesús, Apóstol del Padre, hazme sentir el deseo de tu corazón: un
solo rebaño bajo un solo pastor.
Apostolado de la vida interior, del sufrimiento y de la oración, del
ejemplo y de los medios de comunicación, de la Palabra y de las vo-
caciones, apostolado de la caridad en la verdad.
Suscita, oh María, un fuerte deseo de salvación en Cristo y en la
Iglesia.
Beato Santiago Alberione, Vía humanitatis
Padrenuestro
Terminada la oración el presidente se acerca al altar, hace genuflexión y se arrodilla, y
se entona uno de los siguientes cantos:
Tamtum Ergo (Nª 193 Cantad Alegres a Dios)
El Eterno Señor de la Historia (Nª 347 Cantad Alegres a Dios)
Mientras tanto, el ministro arrodillado, inciensa el Santísimo Sacramento. Termi-
nado el canto, se levanta y dice:
P/ Les diste Señor el Pan del Cielo.
R/ Que contiene en sí todo deleite.
Oremos.
Alimentados en tu mesa, Señor,
te rogamos que, por este sacramento de amor,
germinen las semillas
que generosamente esparciste en el campo de tu Iglesia,
para que sean cada vez más numerosos
29
los que elijan el camino de servirte en los hermanos.
Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos,
R/ Amén.
Si el que preside es un ministro ordenado (presbítero o diácono) y la exposición
de la Sagrada Forma se ha realizado en la custodia, este colocándose el humeral y la
capa pluvial, hace la genuflexión, toma la custodia en sus manos y hace en silencio la
señal de la cruz sobre el pueblo. Si la exposición se ha realizado en el copón, basta sólo
que se coloque el paño humeral.
Según la tradición del pueblo y si se considera conveniente se pueden sonar las
campanillas.
Acabada la bendición, puesta la custodia o el copón sobre el altar, se rezan las
aclamaciones al Santísimo Sacramento:
Aclamaciones a Jesús Sacramentado
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo consolador.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y santos.
30
IV
Vida consagrada que
siembra esperanza
Intención comunitaria
Ante el Altar del Señor presentamos a nues-
tras comunidades de fe, para que ellas sigan
estimulando los diferentes carismas que suscita el Espíritu de Dios y,
sean de este modo semilleros de vocaciones a la vida consagrada.
Exposición del Santísimo Sacramento
Se expone el Santísimo Sacramento según las normas litúrgicas. (Ver normas en el
ritual de la Sagrada Comunión y el Culto Eucarístico fuera de la Misa, N° 91)
Himno
Llama de amor viva por San Juan de la Cruz
1. ¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
2. ¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida la has trocado.
3. ¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
31
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!
4. ¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras:
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno
¿cuán delicadamente me enamoras!
Texto de la sagrada Escritura
De la carta del Apóstol san Pablo a los Romanos 13, 8-14
Hermanos:
Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que
ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Porque los mandamientos:
No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y
cualquier otro, se resumen en este: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo.
El amor no hace más al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud
de la Ley.
Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de desper-
tarse, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que
cuando abrazamos la fe. La noche está muy avanzada y se acerca el
día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la
armadura de la luz. Como en pleno día, procedamos dignamente:
basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y liber-
tinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Se-
ñor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la
carne.
Reflexión desde el Magisterio
El Papa emérito Benedicto XVI en la homilía para la Fiesta de la Pre-
sentación del Señor de 2013 nos decía:
Queridos hermanos y hermanas:
32
En su relato de la infancia de Jesús, san Lucas subraya cuán fieles
eran María y José a la ley del Señor. Con profunda devoción llevan a
cabo todo lo que se prescribe después del parto de un primogénito
varón. Se trata de dos prescripciones muy antiguas: una se refiere a
la madre y la otra al niño neonato. Para la mujer se prescribe que se
abstenga durante cuarenta días de las prácticas rituales, y que des-
pués ofrezca un doble sacrificio: un cordero en holocausto y una
tórtola o un pichón por el pecado; pero si la mujer es pobre, puede
ofrecer dos tórtolas o dos pichones (cf. Lev 12, 1-8). San Lucas pre-
cisa que María y José ofrecieron el sacrificio de los pobres (cf. 2, 24),
para evidenciar que Jesús nació en una familia de gente sencilla, hu-
milde pero muy creyente: una familia perteneciente a esos pobres
de Israel que forman el verdadero pueblo de Dios. Para el primogé-
nito varón, que según la ley de Moisés es propiedad de Dios, se
prescribía en cambio el rescate, establecido en la oferta de cinco
siclos, que había que pagar a un sacerdote en cualquier lugar. Ello en
memoria perenne del hecho de que, en tiempos del Éxodo, Dios
rescató a los primogénitos de los hebreos (cf. Ex 13, 11-16).
Es importante observar que para estos dos actos —la purificación
de la madre y el rescate del hijo— no era necesario ir al Templo.
Sin embargo María y José quieren hacer todo en Jerusalén, y san Lu-
cas muestra cómo toda la escena converge en el Templo, y por lo
tanto se focaliza en Jesús, que allí entra. Y he aquí que, justamente a
través de las prescripciones de la ley, el acontecimiento principal se
vuelve otro: o sea, la «presentación» de Jesús en el Templo de Dios,
que significa el acto de ofrecer al Hijo del Altísimo al Padre que le
ha enviado (cf. Lc 1, 32.35).
Esta narración del evangelista tiene su correspondencia en la palabra
del profeta Malaquías que hemos escuchado al inicio de la primera
lectura: «Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino
ante mí. Enseguida llegará a su santuario el Señor a quien vosotros
andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis,
mirad que está llegando, dice el Señor del universo... Refinará a los
levitas... para que puedan ofrecer al Señor ofrenda y oblación jus-
tas» (3, 1.3). Claramente aquí no se habla de un niño, y sin embargo
33
esta palabra halla cumplimiento en Jesús, porque «enseguida», gra-
cias a la fe de sus padres, fue llevado al Templo; y en el acto de su
«presentación», o de su «ofrenda» personal a Dios Padre, se traslu-
ce claramente el tema del sacrificio y del sacerdocio, como en el
pasaje del profeta. El niño Jesús, que enseguida presentan en el Tem-
plo, es el mismo que, ya adulto, purificará el Templo (cf. Jn 2, 13-22;
Mc 11, 15-19 y paralelos) y sobre todo hará de sí mismo el sacrificio
y el sumo sacerdote de la nueva Alianza.
Esta es también la perspectiva de la Carta a los Hebreos, de la que
se ha proclamado un pasaje en la segunda lectura, de forma que se
refuerza el tema del nuevo sacerdocio: un sacerdocio —el que inau-
gura Jesús— que es existencial: «Pues, por el hecho de haber pade-
cido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tenta-
dos» (Hb 2, 18). Y así encontramos también el tema del sufrimiento,
muy remarcado en el pasaje evangélico, cuando Simeón pronuncia
su profecía acerca del Niño y su Madre: «Este ha sido puesto para
que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de
contradicción —y a ti misma [María] una espada te traspasará el al-
ma» (Lc 2, 34-35). La «salvación» que Jesús lleva a su pueblo y que
encarna en sí mismo pasa por la cruz, a través de la muerte violenta
que Él vencerá y transformará con la oblación de la vida por amor.
Esta oblación ya está preanunciada en el gesto de la presentación en
el Templo, un gesto ciertamente motivado por las tradiciones de la
antigua Alianza, pero íntimamente animado por la plenitud de la fe y
del amor que corresponde a la plenitud de los tiempos, a la presen-
cia de Dios y de su Santo Espíritu en Jesús. El Espíritu, en efecto,
aletea en toda la escena de la presentación de Jesús en el Templo,
en particular en la figura de Simeón, pero también de Ana. Es el Es-
píritu «Paráclito», que lleva el «consuelo» de Israel y mueve los pa-
sos y el corazón de quienes lo esperan. Es el Espíritu que sugiere las
palabras proféticas de Simeón y Ana, palabras de bendición, de ala-
banza a Dios, de fe en su Consagrado, de agradecimiento porque
por fin nuestros ojos pueden ver y nuestros brazos estrechar «su
salvación» (cf. 2, 30).
«Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,
32): así Simeón define al Mesías del Señor, al final de su canto de
34
bendición. El tema de la luz, que resuena en el primer y segundo
canto del Siervo del Señor, en el Deutero-Isaías (cf. Is 42, 6; 49, 6),
está fuertemente presente en esta liturgia. Que de hecho se ha
abierto con una sugestiva procesión en la que han participado los
superiores y las superioras generales de los institutos de vida consa-
grada aquí representados, llevando cirios encendidos. Este signo,
específico de la tradición litúrgica de esta fiesta, es muy expresivo.
Manifiesta la belleza y el valor de la vida consagrada como reflejo de
la luz de Cristo; un signo que recuerda la entrada de María en el
Templo: la Virgen María, la Consagrada por excelencia, llevaba en
brazos a la Luz misma, al Verbo encarnado, que vino para expulsar
las tinieblas del mundo con el amor de Dios.
Queridos hermanos y hermanas consagrados: todos vosotros habéis
estado representados en esa peregrinación simbólica, que en el Año
de la fe expresa más todavía vuestra concurrencia en la Iglesia, para
ser confirmados en la fe y renovar el ofrecimiento de vosotros mis-
mos a Dios. A cada uno, y a vuestros institutos, dirijo con afecto mi
más cordial saludo y os agradezco vuestra presencia. En la luz de
Cristo, con los múltiples carismas de vida contemplativa y apostóli-
ca, vosotros cooperáis a la vida y a la misión de la Iglesia en el mun-
do. En este espíritu de reconocimiento y de comunión, desearía ha-
ceros tres invitaciones, a fin de que podáis entrar plenamente por la
«puerta de la fe» que está siempre abierta para nosotros (cf. Carta
ap. Porta fidei, 1).
Os invito en primer lugar a alimentar una fe capaz de iluminar vues-
tra vocación. Os exhorto por esto a hacer memoria, como en una
peregrinación interior, del «primer amor» con el que el Señor Jesu-
cristo caldeó vuestro corazón, no por nostalgia, sino para alimentar
esa llama. Y para esto es necesario estar con Él, en el silencio de la
adoración; y así volver a despertar la voluntad y la alegría de com-
partir la vida, las elecciones, la obediencia de fe, la bienaventuranza
de los pobres, la radicalidad del amor. A partir siempre de nuevo de
este encuentro de amor, dejáis cada cosa para estar con Él y pone-
ros como Él al servicio de Dios y de los hermanos (cf. Exhort. ap.
Vita consecrata, 1).
En segundo lugar os invito a una fe que sepa reconocer la sabiduría
de la debilidad. En las alegrías y en las aflicciones del tiempo presen-
te, cuando la dureza y el peso de la cruz se hacen notar, no dudéis
de que la kenosi de Cristo es ya victoria pascual. Precisamente en la
limitación y en la debilidad humana estamos llamados a vivir la con-
formación a Cristo, en una tensión totalizadora que anticipa, en la
medida posible en el tiempo, la perfección escatológica (ib., 16). En
las sociedades de la eficiencia y del éxito, vuestra vida, caracterizada
por la «minoridad» y la debilidad de los pequeños, por la empatía
con quienes carecen de voz, se convierte en un evangélico signo de
contradicción.
Finalmente os invito a renovar la fe que os hace ser peregrinos hacia
el futuro. Por su naturaleza, la vida consagrada es peregrinación del
espíritu, en busca de un Rostro, que a veces se manifiesta y a veces
se vela: «Faciem tuam, Domine, requiram» (Sal 26, 8). Que éste sea
el anhelo constante de vuestro corazón, el criterio fundamental que
orienta vuestro camino, tanto en los pequeños pasos cotidianos co-
mo en las decisiones más importantes. No os unáis a los profetas de
desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consa-
grada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo
y portad las armas de la luz —como exhorta san Pablo (cf. Rm 13,
11-14)—, permaneciendo despiertos y vigilantes. San Cromacio de
Aquileya escribía: «Que el Señor aleje de nosotros tal peligro para
que jamás nos dejemos apesadumbrar por el sueño de la infidelidad;
que nos conceda su gracia y su misericordia para que podamos velar
siempre en la fidelidad a Él. En efecto, nuestra fidelidad puede velar
en Cristo» (Sermón 32, 4).
Queridos hermanos y hermanas: la alegría de la vida consagrada pa-
sa necesariamente por la participación en la Cruz de Cristo. Así fue
para María Santísima. El suyo es el sufrimiento del corazón que se
hace todo uno con el Corazón del Hijo de Dios, traspasado por
amor. De aquella herida brota la luz de Dios, y también de los sufri-
mientos, de los sacrificios, del don de sí mismos que los consagra-
dos viven por amor a Dios y a los demás se irradia la misma luz, que
evangeliza a las gentes. En esta fiesta os deseo de modo particular a
vosotros, consagrados, que vuestra vida tenga siempre el sabor de la
36
parresia evangélica, para que en vosotros la Buena Nueva se viva,
testimonie, anuncie y resplandezca como Palabra de verdad (cf. Car-
ta ap. Porta fidei, 6). Amén.
Salmo dialogado
Salmo 145
Lector 1:
Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.
Lector 2:
No confiéis en los príncipes,
seres de polvo que no pueden salvar;
exhalan el espíritu y vuelven al polvo,
ese día perecen sus planes.
Lector 1:
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;
Lector 2:
que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
Lector 1:
El Señor liberta a los cautivos,
el Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
Lector 2:
El Señor guarda a los peregrinos,
sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
Lector 1:
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
Canto
Sois la semilla que ha de crecer,
Sois la estrella que ha de brillar,
Sois levadura, sois grano de sal,
antorcha que ha de alumbrar.
Sois la mañana que vuelve a nacer,
sois espiga que empieza a granar.
Sois aguijón y caricia a la vez,
testigos que voy a enviar.
Id, amigos, por el mundo, anunciando el amor,
mensajeros de la vida, de la paz y el perdón.
Sed, amigos, los testigos de mi Resurrección.
Id llevando mi presencia. ¡Con vosotros estoy!
Sois una llama que ha de encender
resplandores de fe y caridad.
Sois los pastores que han de guiar
al mundo por sendas de paz.
Sois los amigos que quise escoger,
sois palabra que intento gritar.
Sois reino nuevo que empieza a engendrar
justicia, amor y verdad.
Sois fuego y savia que viene a traer,
sois la ola que agita la mar.
La levadura pequeña de ayer
38
fermenta la masa del pan.
Una ciudad no se puede esconder,
ni los montes se han de ocultar.
En vuestras obras que buscan el bien
los hombres al Padre verán.
Oración final y reserva del Santísimo
Presidente
Oremos todos en silencio, con la Santísima Virgen María, confiados
en su intercesión. (entre cada intercesión oramos en silencio)
Oremos para que los santos misterios del Divino Espíritu Paráclito
iluminen muchas personas generosas, dispuestas a servir con mayor
disponibilidad a la Iglesia.
Oremos por los pastores y por sus colaboradores, para que en-
cuentren siempre las palabras justa, cuando propongan a los fieles el
mensaje de la vida sacerdotal y consagrada.
Oremos para que en todos los ambientes de la Iglesia crean con re-
novado compromiso en el ideal evangélico del sacerdote completa-
mente dedicado a la renovación del Reino de Dios y favorezcan las
vocaciones.
Oremos por los jóvenes, a los cuales el Señor invita para que lo si-
gan más de cerca: para que sean capaces de desapegarse de las cosas
de este mundo y abran su corazón a la voz amiga que los llama, para
que sean intrépidos para dedicarse a sí mismos, por toda la vida,
“con el corazón indiviso”, a Cristo, a la Iglesia y a las almas; y para
que crean que la gracia les dará la fuerza para esa donación y vean
la belleza y la grandeza de la vida sacerdotal, religiosa y misionera.
Oremos por las familias, para que éstas logren el clima cristiano
propicio para las grandes opciones religiosas de sus hijos. Y, al mis-
mo tiempo, agradezcamos de corazón al Señor, por el hecho de que
en estos últimos años, en muchas partes del mundo, muchos jóve-
nes, y también personas menos jóvenes, están respondiendo cada
vez más al llamado divino
(Papa Juan Pablo II, con ocasión de la XXVII Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones.
Padrenuestro
Terminada la oración el presidente se acerca al altar, hace genuflexión y se arrodilla, y
se entona uno de los siguientes cantos:
Tamtum Ergo (Nª 193 Cantad Alegres a Dios)
El Eterno Señor de la Historia (Nª 347 Cantad Alegres a Dios)
Mientras tanto, el ministro arrodillado, inciensa el Santísimo Sacramento. Termi-
nado el canto, se levanta y dice:
P/ Les diste Señor el Pan del Cielo.
R/ Que contiene en sí todo deleite.
Oremos.
Alimentados en tu mesa, Señor,
te rogamos que, por este sacramento de amor,
germinen las semillas
que generosamente esparciste en el campo de tu Iglesia,
para que sean cada vez más numerosos
los que elijan el camino de servirte en los hermanos.
Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos,
R/ Amén.
Si el que preside es un ministro ordenado (presbítero o diácono) y la exposición
de la Sagrada Forma se ha realizado en la custodia, este colocándose el humeral y la
capa pluvial, hace la genuflexión, toma la custodia en sus manos y hace en silencio la
señal de la cruz sobre el pueblo. Si la exposición se ha realizado en el copón, basta sólo
que se coloque el paño humeral.
40
Según la tradición del pueblo y si se considera conveniente se pueden sonar las
campanillas.
Acabada la bendición, puesta la custodia o el copón sobre el altar, se rezan las
aclamaciones al Santísimo Sacramento:
Aclamaciones a Jesús Sacramentado
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo consolador.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y santos.
EL GUSTO DE VIVIR
por Santo Tomás Moro
Felices los que saben reírse de sí mismos,
porque nunca terminarán de divertirse.
Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita,
porque evitarán muchos inconvenientes.
Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas porque
llegarán a ser sabios.
Felices los que saben escuchar y callar,
porque aprenderán cosas nuevas.
Felices los que son suficientemente inteligentes,
como para no tomarse en serio,
porque serán apreciados por quienes los rodean.
Felices los que están atentos a las necesidades de los demás,
sin sentirse indispensables,
porque serán distribuidores de alegría.
Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas
y tranquilidad las cosas grandes,
porque irán lejos en la vida.
Felices los que saben apreciar una sonrisa
y olvidar un desprecio,
porque su camino será pleno de sol.
Felices los que piensan antes de actuar
y rezan antes de pensar,
porque no se turbarán por lo imprevisible.
Felices ustedes si saben callar y ojalá sonreir
cuando se les quita la palabra,
se les contradice o cuando les pisan los pies,
porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.
Felices ustedes si son capaces de interpretar
siempre con benevolencia las actitudes de los demás
aún cuando las apariencias sean contrarias.
Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.
Felices sobre todo, ustedes,
si saben reconocer al Señor en todos los que encuentran
entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.
42
Jesús, sembrador bueno,
anima a quienes consagran su vida al
anuncio del Reino

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Itinerario de las Horas Santas

  • 1. Arquidiócesis de San José Costa Rica Subsidio 13 — Itinerario de Horas Santas Año de laVida Consagrada 2015-2016 VIVIR EN CRISTO SEGÚN LA FORMA DE VIDA DEL EVANGELIO
  • 2. Material preparado por la Vicaría Episcopal de Pastoral Litúrgica. Curia Metropolitana de San José. Portada: Detalle de vitral. Basílica Inmaculada Concepción, Tejar, El Guarco. Ilustraciones interiores: Detalles de vitrales de san Vicente, santa Rosa, san Francisco y santa Gertrudis de la Catedral Metropolitana.. Contraportada: detalle de vitral de Jesús con los niños, iglesia santa Teresita en b° Aranjuez. 2015
  • 3. Presentación Se ofrecen en este subsidio cuatro modelos para realizar Horas San- tas en nuestras parroquias, comunidades de fe, institutos y demás sitios donde nos encontramos los bautizados, con el fin de que nos reunamos ante Jesús sacramentado durante este año, en que la Igle- sia Universal pone su mirada orante en todos aquellos, hermanos y hermanas, que optan todos los días por vivir los consejos evangéli- cos desde la consagración total de sus vidas al Dios de la Vida, por medio del servicio y donación a sus hermanos. Para cada una de las celebraciones se propone el siguiente itinerario: Intención comunitaria Exposición del Santísimo Sacramento Himno Texto de la sagrada Escritura Reflexión desde el Magisterio Salmo dialogado Canto, oración final y reserva del Santísimo Sacramento En la Divina Providencia confiamos que nuestras oraciones serán un bien para nuestra Arquidiócesis de San José y la Iglesia en todo el orbe. 3
  • 4. 1 Vida consagrada por Dios Intención comunitaria Ponemos en las manos de Dios el misterio de la vida y lo alabamos por el regalo de exhalar sobre cada criatura el aliento que nos hace existir. Exposición del Santísimo Sacramento Se expone el Santísimo Sacramento según las normas litúrgicas. (Ver normas en el ritual de la Sagrada Comunión y el Culto Eucarístico fuera de la Misa, N° 91) Himno Él llama por Patxi Loidi Él llama. Desde el tercer mundo y el primero Grita y llama. El llama desde las orillas del lago de Tiberiades Y desde la región de los grandes Lagos africanos Desde la frontera del Zaire Y desde la pequeña aldea de Angola Desde el Monte de las Bienaventuranzas Lanza su llamada desesperada y esperanzada. Él grita y llama Desde las gargantas resecas de tanto gritar. Llama desde la voz de todas las gargantas sin voz. Su llamada se esconde en la música suave de la flauta Y en el ronco redoble del tambor 4
  • 5. Desde los drogadictos y marginados, Él llama. Desde los serbios y los bosnios, Desde los hutus y los tutsis Desde las pieles cancerígenas o desde las carnes leprosas Desde los millones de pupilas de niños hambrientos. Desde los pasillos limpios y asépticos de la clínica privada, Desde las largas listas de espera de los hospitales no tan limpios Y desde los callejones mugrientos que jamás han visto un barrende- ro. Llama. Desde las cárceles. El llama con la brisa suave que estremece las hojas Y con el viento huracanado que arranca de raíz los arboles potentes Él llama hoy como ayer. En onda corta y en frecuencia modulada. Llama utilizando la tele o sirviéndose de Internet. Desde el Tabor Y, sobre todo, desde el Calvario, Él llama. Desde las primeras páginas de los periódicos Y desde el teléfono de la esperanza. Su llamada está escrita en el rostro del mendigo En la mirada baja del parado Y en la cara satisfecha del yupi posmoderno. El llama al borde del camino Y en el stop de entrada en carretera. A la salida del Metro, en la estación de Autobuses Y en el semáforo de la esquina. Su llamada está clara en la cara la niña infectada de Sida Que se queda sin amigos en la escuela Y en tantas escuelas sin maestros que quieran a los niños. Su llamada está escrita con las lágrimas De la adolecente prostituida por sus padres En la plaza pública de una sociedad canalla Es cuestión de leer y de mirar. No sé trata de descifrar un jeroglífico. Es cuestión de quitarse las gafas de sol y de afinar el oído. Porque Él llama..... 5
  • 6. Texto de la sagrada Escritura Del libro del profeta Jeremías 1, 1-10 Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes de Ana- tot, en territorio de Benjamín. La palabra del Señor le llegó en los días de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, en el año decimotercero de su reinado;y también en los días de Joaquím, hijo de Josías, rey de Judá, hasta el fin del undécimo año de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, es decir, hasta la depor- tación de Jerusalén en el quinto mes. La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: «Antes de for- marte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones». Yo respondí: «¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy dema- siado joven». El Señor me dijo: «No digas: «Soy demasiado joven», porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas de- lante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor –». El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: «Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar». Reflexión desde el Magisterio El papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, en el numeral 47, nos dice: La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Uno de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las 6
  • 7. puertas abiertas en todas partes. De ese modo, si alguien quiere se- guir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se en- contrará con la frialdad de unas puertas cerradas. Pero hay otras puertas que tampoco se deben cerrar. Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comuni- dad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A me- nudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas. Salmo dialogado Salmo 118 Lector 1: Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón; el que, sin cometer iniquidad, anda por sus senderos. Lector 2: Tú promulgas tus decretos para que se observen exactamente. Ojalá esté firme mi camino, para cumplir tus consignas; entonces no sentiré vergüenza al mirar tus mandatos. Lector 1: Te alabaré con sincero corazón 7
  • 8. cuando aprenda tus justos mandamientos. Quiero guardar tus leyes exactamente, tú, no me abandones. Lector 2: ¿Cómo podrá un joven andar honestamente? Cumpliendo tus palabras. Lector 1: Te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos. En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti. Lector 2: Bendito eres, Señor, enséñame tus leyes. Mis labios van enumerando los mandamientos de tu boca; mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas. Lector 1: Medito tus decretos, y me fijo en tus sendas; tu voluntad es mi delicia, no olvidaré tus palabras. Canto: el profeta Antes que te formaras dentro del vientre de tu madre antes que tú nacieras te conocía y me consagré. Para ser mi profeta en las naciones yo te elegí irás donde te envíe 8
  • 9. y lo que te mande proclamarás. Tengo que gritar, tengo que andar, ay de mí si no lo hago cómo escapar de Ti, cómo no hablar si tu voz me quema dentro. Tengo que arriesgar, tengo que luchar ay de mí si no lo hago cómo escapar de Ti, cómo no hablar si tu voz me quema dentro. No temas arriesgarte porque contigo yo estaré, no temas anunciarme porque en tu boca yo hablaré. Te encargo hoy mi pueblo para arrancar y derribar para edificar, destruirás y plantarás. Deja a tus hermanos, deja a tu padre y a tu madre abandona tu casa porque la tierra gritando está nada traigas contigo porque a tu lado yo estaré es hora de luchar porque mi pueblo gritando está. Oración final y reserva del Santísimo Presidente Padre Santo, te adoramos y te damos gracias porque en tu Hijo eres el autor del sacerdocio, de la vida religiosa y de toda vocación. Padre Santo, te pedimos por las vocaciones que no han sido cultiva- das ni atendidas. Padre Santo, te pedimos que todos comprendan el anhelo de Cris- 9
  • 10. to: “La mies es grande, pero los obreros son pocos; pidan, por tan- to, al Señor de la mies que mande obreros para su mies”. Padre Santo, te pedimos que los padres, sacerdotes y educadores allanen el camino con palabras y medios materiales y espirituales a todos los que han sido llamados. Padre Santo, te pedimos que, en la orientación y formación de las vocaciones, se siga a Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida. Padre Santo, te pedimos que los que han sido llamados sean santos, luz del mundo y sal de la tierra. Padrenuestro Terminada la oración el presidente se acerca al altar, hace genuflexión y se arrodilla, y se entona uno de los siguientes cantos: Tamtum Ergo (Nª 193 Cantad Alegres a Dios) El Eterno Señor de la Historia (Nª 347 Cantad Alegres a Dios) Mientras tanto, el ministro arrodillado, inciensa el Santísimo Sacramento. Termi- nado el canto, se levanta y dice: P/ Les diste Señor el Pan del Cielo. R/ Que contiene en sí todo deleite. Oremos. Alimentados en tu mesa, Señor, te rogamos que, por este sacramento de amor, germinen las semillas que generosamente esparciste en el campo de tu Iglesia, para que sean cada vez más numerosos los que elijan el camino de servirte en los hermanos. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos, R/ Amén. 10
  • 11. Si el que preside es un ministro ordenado (presbítero o diácono) y la exposición de la Sagrada Forma se ha realizado en la custodia, este colocándose el humeral y la capa pluvial, hace la genuflexión, toma la custodia en sus manos y hace en silencio la señal de la cruz sobre el pueblo. Si la exposición se ha realizado en el copón, basta sólo que se coloque el paño humeral. Según la tradición del pueblo y si se considera conveniente se pueden sonar las campanillas. Acabada la bendición, puesta la custodia o el copón sobre el altar, se rezan las aclamaciones al Santísimo Sacramento: Aclamaciones a Jesús Sacramentado Bendito sea Dios. Bendito sea su Santo Nombre. Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Bendito sea el Nombre de Jesús. Bendito sea su Sacratísimo Corazón. Bendita sea su Preciosísima Sangre. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Bendito sea el Espíritu Santo consolador. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima. Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción. Bendita sea su gloriosa Asunción. Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre. Bendito sea San José, su castísimo esposo. Bendito sea Dios en sus ángeles y santos. 11
  • 12. 1I Vida consagrada a la Buena Nueva Intención comunitaria Tenemos hoy en nuestras intenciones, las vidas de tantas mujeres y hombres que, desde la pobreza, la castidad y la obediencia, se entre- gan a servir a la Iglesia de Jesucristo y a la humanidad entera. Exposición del Santísimo Sacramento Se expone el Santísimo Sacramento según las normas litúrgicas. (Ver normas en el ritual de la Sagrada Comunión y el Culto Eucarístico fuera de la Misa, N° 91) Himno Coloquio amoroso por santa Teresa de Ávila Si el amor que me tenéis, Dios mío, es como el que os tengo, Decidme: ¿en qué me detengo? O Vos, ¿en qué os detenéis? -Alma, ¿qué quieres de mí? -Dios mío, no más que verte. -Y ¿qué temes más de ti? -Lo que más temo es perderte. Un alma en Dios escondida ¿qué tiene que desear, sino amar y más amar, y en amor toda escondida tornarte de nuevo a amar? 12
  • 13. Un amor que ocupe os pido, Dios mío, mi alma os tenga, para hacer un dulce nido adonde más la convenga. Texto de la sagrada Escritura Del libro del profeta Oseas 2, 16-17 Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré de su corazón. Desde allí, le daré sus viñedos y haré del valle de Acor una puerta de esperanza. Allí, ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. Reflexión desde el Magisterio El papa Francisco en el encuentro que tuvo el 6 de julio de 2013, con los seminaristas, novicios y novicias, decía: La verdadera alegría no viene de las cosas, del tener, ¡no! Nace del encuentro, de la relación con los demás, nace de sentirse aceptado, comprendido, amado, y de aceptar, comprender y amar; y esto no por el interés de un momento, sino porque el otro, la otra, es una persona. La alegría nace de la gratuidad de un encuentro. Es escu- char: «Tú eres importante para mí», no necesariamente con pala- bras. Esto es hermoso… Y es precisamente esto lo que Dios nos hace comprender. Al llamaros, Dios os dice: «Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo». Jesús, a cada uno de nosotros, nos dice esto. De ahí nace la alegría. La alegría del momento en que Jesús me ha mirado. Comprender y sentir esto es el secreto de nuestra alegría. Sentirse amado por Dios, sentir que para él no so- mos números, sino personas; y sentir que es él quien nos llama. Convertirse en sacerdote, en religioso o religiosa no es ante todo una elección nuestra. No me fío del seminarista o de la novicia que 13
  • 14. dice: «He elegido este camino». ¡No me gusta esto! No está bien. Más bien es la respuesta a una llamada y a una llamada de amor. Siento algo dentro que me inquieta, y yo respondo sí. En la oración, el Señor nos hace sentir este amor, pero también a través de nume- rosos signos que podemos leer en nuestra vida, a través de numero- sas personas que pone en nuestro camino. Y la alegría del encuentro con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al ser- vicio en la Iglesia. Santo Tomás decía bonum est diffusivum sui —no es un latín muy difícil—, el bien se difunde. Y también la alegría se difunde. No tengáis miedo de mostrar la alegría de haber respondi- do a la llamada del Señor, a su elección de amor, y de testimoniar su Evangelio en el servicio a la Iglesia. Y la alegría, la verdad, es conta- giosa; contagia… hace ir adelante. En cambio, cuando te encuentras con un seminarista muy serio, muy triste, o con una novicia así, piensas: ¡hay algo aquí que no está bien! Falta la alegría del Señor, la alegría que te lleva al servicio, la alegría del encuentro con Jesús, que te lleva al encuentro con los otros para anunciar a Jesús. ¡Falta esto! No hay santidad en la tristeza, ¡no hay! Santa Teresa —hay tantos españoles aquí que la conocen bien— decía: «Un santo triste es un triste santo». Es poca cosa… Cuando te encuentras con un semina- rista, un sacerdote, una religiosa, una novicia con cara larga, triste, que parece que sobre su vida han arrojado una manta muy mojada, una de esas pesadas… que te tira al suelo… ¡Algo está mal! Pero por favor: ¡nunca más religiosas y sacerdotes con «cara avinagrada», ¡nunca más! La alegría que viene de Jesús. Pensad en esto: cuando a un sacerdote —digo sacerdote, pero también un seminarista—, cuando a un sacerdote, a una religiosa, le falta la alegría, es triste; podéis pensar: «Pero es un problema psiquiátrico». No, es verdad: puede ser, puede ser, esto sí. Sucede: algunos, pobres, enferman… Puede ser. Pero, en general, no es un problema psiquiátrico. ¿Es un problema de insatisfacción? Sí. Pero, ¿dónde está el centro de esta falta de alegría? Es un problema de celibato. Os lo explico. Vosotros, seminaristas, religiosas, consagráis vuestro amor a Jesús, un amor grande; el corazón es para Jesús, y esto nos lleva a hacer el voto de castidad, el voto de celibato. Pero el voto de castidad y el voto de celibato no terminan en el momento del voto, van adelante… Un camino que madura, madura, madura hacia la paternidad pastoral, hacia la maternidad pastoral, y cuando un sacerdote no es padre de 14
  • 15. su comunidad, cuando una religiosa no es madre de todos aquellos con los que trabaja, se vuelve triste. Este es el problema. Por eso os digo: la raíz de la tristeza en la vida pastoral está precisamente en la falta de paternidad y maternidad, que viene de vivir mal esta consa- gración, que, en cambio, nos debe llevar a la fecundidad. No se pue- de pensar en un sacerdote o en una religiosa que no sean fecundos: ¡esto no es católico! ¡Esto no es católico! Esta es la belleza de la consagración: es la alegría, la alegría… Salmo dialogado Salmo 44 Lector 1: Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un rey; mi lengua es ágil pluma de escribano. Lector 2: Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia, el Señor te bendice eternamente. Lector 1: Cíñete al flanco la espada, valiente: es tu gala y tu orgullo; cabalga victorioso por la verdad y la justicia, tu diestra te enseñe a realizar proezas. Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden, se acobardan los enemigos del rey. Lector 2: Tu trono, oh Dios, permanece para siempre, cetro de rectitud es tu cetro real; has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros. 15
  • 16. Lector 1: A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos, desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas. Hijas de reyes salen a tu encuentro, de pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir. Lector 2: Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor. La ciudad de Tiro viene con regalos, los pueblos más ricos buscan tu favor. Lector 1: Ya entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y brocado; la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes, la siguen sus compañeras: las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real. Lector 2: "A cambio de tus padres tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra". Lector 1: Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos. Canto Juntos cantando la alegría de vernos unidos en la fe y el amor 16
  • 17. juntos sintiendo en nuestras vidas la alegre presencia del Señor. Somos la Iglesia peregrina que Él fundó somos un pueblo que camina sin cesar entre cansancios y esperanzas hacia Dios nuestro amigo Jesús nos llevará. Hay una fe que nos alumbra con su luz una esperanza que empapó nuestro esperar aunque la noche nos envuelva en su inquietud nuestro amigo Jesús nos guiará. El Señor nos acompaña al caminar con su ternura a nuestro lado siempre va si los peligros nos acechan por doquier nuestro amigo Jesús nos salvará. Oración final y reserva del Santísimo Presidente En mi oración, escuché a Jesús que me hablaba al corazón. ¿Dónde estás? Te busco y deseo encontrarte. Ven a mí, tú que sufres y no sabes qué rumbo dar a tu vida. Yo estoy aquí esperándote, no tengas miedo, no te voy a reprender, sólo quiero que oigas lo que tengo para decirte: Tú me perteneces, porque te rescaté con mi Sangre derramada en la cruz. Te compré, entregando mi vida por ti. ¿Sabes por qué? ¡Porque te amo! ¡Mi Padre me enseñó sólo a amar y no sé hacer otra cosa sino amarte! ¡Tú eres muy importante para mí! Reconozco tus pecados, conozco tus límites y tus fragilidades; sin embargo, todo eso es lo que me acerca a ti. No sientas vergüenza, yo estoy contigo, también en las horas de fra- 17
  • 18. gilidad y de pecado. Quiero que vuelvas a mí, que me conozcas y quiero que sepas con absoluta certeza que a cada instante doy mi vida por ti, ¡porque te amo¡ Ven conmigo y caminemos lado a lado, yo en ti, tú en mí. ¡Y nuestro Padre será feliz, porque te dejaste encontrar por el amor¡ Gracias, Señor. Padrenuestro Terminada la oración el presidente se acerca al altar, hace genuflexión y se arrodilla, y se entona uno de los siguientes cantos: Tamtum Ergo (Nª 193 Cantad Alegres a Dios) El Eterno Señor de la Historia (Nª 347 Cantad Alegres a Dios) Mientras tanto, el ministro arrodillado, inciensa el Santísimo Sacramento. Termi- nado el canto, se levanta y dice: P/ Les diste Señor el Pan del Cielo. R/ Que contiene en sí todo deleite. Oremos. Alimentados en tu mesa, Señor, te rogamos que, por este sacramento de amor, germinen las semillas que generosamente esparciste en el campo de tu Iglesia, para que sean cada vez más numerosos los que elijan el camino de servirte en los hermanos. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos, R/ Amén. 18
  • 19. Si el que preside es un ministro ordenado (presbítero o diácono) y la exposición de la Sagrada Forma se ha realizado en la custodia, este colocándose el humeral y la capa pluvial, hace la genuflexión, toma la custodia en sus manos y hace en silencio la señal de la cruz sobre el pueblo. Si la exposición se ha realizado en el copón, basta sólo que se coloque el paño humeral. Según la tradición del pueblo y si se considera conveniente se pueden sonar las campanillas. Acabada la bendición, puesta la custodia o el copón sobre el altar, se rezan las aclamaciones al Santísimo Sacramento: Aclamaciones a Jesús Sacramentado Bendito sea Dios. Bendito sea su Santo Nombre. Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Bendito sea el Nombre de Jesús. Bendito sea su Sacratísimo Corazón. Bendita sea su Preciosísima Sangre. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Bendito sea el Espíritu Santo consolador. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima. Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción. Bendita sea su gloriosa Asunción. Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre. Bendito sea San José, su castísimo esposo. Bendito sea Dios en sus ángeles y santos. 19
  • 20. III Vida consagrada para anunciar y denunciar Intención comunitaria Ponemos ante Dios a quienes sufren persecu- ción por afirmarse como cristianos y vivir según los principios del Evangelio. Exposición del Santísimo Sacramento Se expone el Santísimo Sacramento según las normas litúrgicas. (Ver normas en el ritual de la Sagrada Comunión y el Culto Eucarístico fuera de la Misa, N° 91) Himno Cuando llamas por Fray Alejandro R. Ferreirós, OFMconv Cuando llamas, Señor, tu voz resuena con la fuerza del trueno entre los montes y recorre el valle en que se esconde el río de la vida que me llena. Tu voz potente como el trueno que del cielo denuncia a Pablo su error y lo derriba le muestra la misión y le confía el anuncio del Reino de los cielos. Delicada tu voz como la brisa que percibe Samuel en sus oídos cuando ansioso por servirte te ha ofrecido su corazón atento y su sonrisa. Una llamada a todos dirigida a vivir la santidad que se derrama 20
  • 21. desde la cima del monte que proclama la llegada de la tierra prometida. Es la brasa que quema en Isaías y su boca purifica en fuego santo el ardor de su alabanza y de su canto incendiando en tu Amor su profecía. Es llamada al Amor tu voz potente que seduce a los hombres que la escuchan y que enciende la fe de los que luchan por vivir su vida plenamente. Es tu voz la llama que redime y levanta a Mateo de su abismo la que da un nombre nuevo en el bautismo y en el sello de tu Espíritu se imprime. Es tu voz la que invita a una respuesta radical, audaz, comprometida, invitación a entregarte a Ti la vida cuando tu elección se manifiesta. Es tu llamada impulso misionero que llena el corazón del que ha partido es la que deja el corazón herido y del Reino de los cielos prisionero. Texto de la sagrada Escritura Del Evangelio según san Juan 1, 35-39 Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. 21
  • 22. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quie- ren?». Ellos le respondieron: «Rabbí –que traducido significa Maes- tro– ¿dónde vives?». «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se queda- ron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Reflexión desde el Magisterio El papa Francisco en el encuentro que tuvo el 6 de julio de 2013, con los seminaristas, novicios y novicias, decía: Para ser testigos felices del Evangelio es necesario ser auténticos, coherentes. Y esta es otra palabra que quiero deciros: autenticidad. Jesús reprendía mucho a los hipócritas: hipócritas, los que piensan por debajo, los que tienen —para decirlo claramente— dos caras. Hablar de autenticidad a los jóvenes no cuesta, porque los jóvenes —todos— tienen este deseo de ser auténticos, de ser coherentes. Y a todos vosotros os fastidia encontraros con sacerdotes o religio- sas que no son auténticos. Esta es una responsabilidad, ante todo, de los adultos, de los forma- dores. Es vuestra, formadores, que estáis aquí: dar un ejemplo de coherencia a los más jóvenes. ¿Queremos jóvenes coherentes? ¡Seamos nosotros coherentes! De lo contrario, el Señor nos dirá lo que decía de los fariseos al pueblo de Dios: «Haced lo que digan, pero no lo que hacen». Coherencia y autenticidad. Pero también vosotros, por vuestra parte, tratad de seguir este ca- mino. Digo siempre lo que afirmaba san Francisco de Asís: Cristo nos ha enviado a anunciar el Evangelio también con la palabra. La frase es así: «Anunciad el Evangelio siempre. Y, si fuera necesario, con las palabras». ¿Qué quiere decir esto? Anunciar el Evangelio con la autenticidad de vida, con la coherencia de vida. Pero en este mun- do en el que las riquezas hacen tanto mal, es necesario que noso- tros, sacerdotes, religiosas, todos nosotros, seamos coherentes con 22
  • 23. nuestra pobreza. Pero cuando te das cuenta de que el interés priori- tario de una institución educativa o parroquial, o cualquier otra, es el dinero, esto no hace bien. ¡Esto no hace bien! Es una incoheren- cia. Debemos ser coherentes, auténticos. Por este camino hacemos lo que dice san Francisco: predicamos el Evangelio con el ejemplo, después con las palabras. Pero, antes que nada, es en nuestra vida donde los otros deben leer el Evangelio. También aquí sin temor, con nuestros defectos que tratamos de corregir, con nuestros lími- tes que el Señor conoce, pero también con nuestra generosidad al dejar que él actúe en nosotros. Los defectos, los límites y —añado algo más— los pecados… Querría saber una cosa: aquí, en el aula, ¿hay alguien que no es pecador? ¡Alce la mano! ¡Alce la mano! Na- die. Nadie. Desde aquí hasta el fondo… ¡todos! Pero, ¿cómo llevo mi pecado, mis pecados? Quiero aconsejaros esto: sed transparen- tes con el confesor. Siempre. Decid todo, no tengáis miedo. «Padre, he pecado». Pensad en la samaritana, que para tratar de decir a sus conciudadanos que había encontrado al Mesías, dijo: «Me ha dicho todo lo que hice», y todos conocían la vida de esa mujer. Decir siempre la verdad al confesor. Esta transparencia nos hará bien, por- que nos hace humildes, a todos. «Pero padre, he persistido en esto, he hecho esto, he odiado»…, cualquier cosa. Decir la verdad, sin esconder, sin medias palabras, porque estás hablando con Jesús en la persona del confesor. Y Jesús sabe la verdad. Solamente Él te perdo- na siempre. Pero el Señor quiere solamente que tú le digas lo que Él ya sabe. ¡Transparencia! Es triste cuando uno se encuentra con un seminarista, con una religiosa, que hoy se confiesa con éste para lim- piar la mancha; y mañana con otro, con otro y con otro: una pere- grinatio a los confesores para esconder su verdad. ¡Transparencia! Es Jesús quien te está escuchando. Tened siempre esta transparencia ante Jesús en el confesor. Pero ésta es una gracia. Padre, he pecado, he hecho esto, esto y esto… letra por letra. Y el Señor te abraza, te besa. Ve, y ya no peques. ¿Y si vuelves? Otra vez. Lo digo por expe- riencia. Me he encontrado con muchas personas consagradas que caen en esta trampa hipócrita de la falta de transparencia. «He he- cho esto», con humildad. Como el publicano, que estaba en el fondo del templo: «He hecho esto, he hecho esto…». Y el Señor te tapa la boca: es Él quien te la tapa. Pero no lo hagas tú. ¿Habéis comprendi- do? Del propio pecado, sobreabunda la gracia. Abrid la puerta a la 23
  • 24. gracia, con esta transparencia. Los santos y los maestros de la vida espiritual nos dicen que para ayudar a hacer crecer la autenticidad en nuestra vida es muy útil, más aún, es indispensable, la práctica diaria del examen de concien- cia. ¿Qué sucede en mi alma? Así, abierto, con el Señor y después con el confesor, con el padre espiritual. Es muy importante esto. La coherencia es fundamental, para que nuestro testimonio sea creí- ble. Pero no basta; también se necesita preparación cultural, prepa- ración intelectual, lo remarco, para dar razón de la fe y de la espe- ranza. El contexto en el que vivimos pide continuamente este «dar razón», y es algo bueno, porque nos ayuda a no dar nada por des- contado. Hoy no podemos dar nada por descontado. Esta civiliza- ción, esta cultura… no podemos. Pero, ciertamente, es también ar- duo, requiere buena formación, equilibrada, que una todas las di- mensiones de la vida, la humana, la espiritual, la dimensión intelec- tual con la pastoral. En la formación vuestra hay cuatro pilares fun- damentales: formación espiritual, o sea, la vida espiritual; la vida inte- lectual, este estudiar para «dar razón»; la vida apostólica, comenzar a ir a anunciar el Evangelio; y, cuarto, la vida comunitaria. Cuatro. Y para esta última es necesario que la formación se realice en la co- munidad, en el noviciado, en el priorato, en los seminarios… Pienso siempre esto: es mejor el peor seminario que ningún seminario. ¿Por qué? Porque es necesaria esta vida comunitaria. Recordad los cuatro pilares: vida espiritual, vida intelectual, vida apostólica y vida comunitaria. Estos cuatro. En estos cuatro debéis edificar vuestra vocación. Querría deciros: salid de vosotros mismos para anunciar el Evange- lio, pero, para hacerlo, debéis salir de vosotros mismos para encon- trar a Jesús. Hay dos salidas: una hacia el encuentro con Jesús, hacia la trascendencia; la otra, hacia los demás para anunciar a Jesús. Estas dos van juntas. Si haces solamente una, no está bien. Pienso en la madre Teresa de Calcuta. Era audaz esta religiosa… No tenía miedo a nada, iba por las calles… Pero esta mujer tampoco tenía miedo de arrodillarse, dos horas, ante el Señor. No tengáis miedo de salir de vosotros mismos en la oración y en la acción pastoral. Sed valientes 24
  • 25. para rezar y para ir a anunciar el Evangelio. Querría una Iglesia misionera, no tan tranquila. Una hermosa Iglesia que va adelante. En estos días han venido muchos misioneros y mi- sioneras a la misa de la mañana, aquí, en Santa Marta, y cuando me saludaban, me decían: «Pero yo soy una religiosa anciana; hace cua- renta años que estoy en el Chad, que estoy acá, que estoy allá…». ¡Qué hermoso! Pero, ¿tú entiendes que esta religiosa ha pasado es- tos años así, porque nunca ha dejado de encontrar a Jesús en la ora- ción? Salir de sí mismos hacia la trascendencia, hacia Jesús en la ora- ción, hacia la trascendencia, hacia los demás en el apostolado, en el trabajo. Dad una contribución para una Iglesia así, fiel al camino que Jesús quiere. No aprendáis de nosotros, que ya no somos tan jóve- nes; no aprendáis de nosotros el deporte que nosotros, los viejos, tenemos a menudo: ¡el deporte de la queja! No aprendáis de noso- tros el culto de la «diosa queja». Es una diosa… siempre quejosa. Al contrario, sed positivos, cultivad la vida espiritual y, al mismo tiem- po, id, sed capaces de encontraros con las personas, especialmente con las más despreciadas y desfavorecidas. No tengáis miedo de salir e ir contra la corriente. Sed contemplativos y misioneros. Tened siempre a la Virgen con vosotros en vuestra casa, como la tenía el apóstol Juan. Que ella siempre os acompañe y proteja. Y rezad tam- bién por mí, porque también yo necesito oraciones, porque soy un pobre pecador, pero vamos adelante. Salmo dialogado Salmo 70 Lector 1: A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. Lector 2: Se tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, 25
  • 26. porque mi peña y mi alcázar eres tú. Lector 1: Dios mío, líbrame de la mano perversa, del puño criminal y violento; porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. Lector 2: En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías, siempre he confiado en ti. Lector 1: Muchos me miraban como a un milagro, porque tú eres mi fuerte refugio. Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria, todo el día. Lector 2: No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones; porque mis enemigos hablan de mí, los que acechan mi vida celebran consejo; dicen: "Dios lo ha abandonado; perseguidlo, agarradlo, que nadie lo defiende". Lector 1: Dios mío, no te quedes a distancia; Dios mío, ven aprisa a socorrerme. Que fracasen y se pierdan los que atentan contra mi vida, queden cubiertos de oprobio y vergüenza los que buscan mi daño. Lector 2: Yo, en cambio, seguiré esperando, redoblaré tus alabanzas; 26
  • 27. mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Contaré tus proezas, Señor mío, narraré tu victoria, tuya entera. Lector 1: Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas, ahora, en la vejez y las canas, no me abandones, Dios mío, Lector 2: hasta que describa tu brazo a la nueva generación, tus proezas y tus victorias excelsas, las hazañas que realizaste: Dios mío, ¿quién como tú? Lector 1: Me hiciste pasar por peligros, muchos y graves: de nuevo me darás la vida, me harás subir de lo hondo de la tierra; Lector 2: acrecerás mi dignidad, de nuevo me consolarás; y yo te daré gracias, Dios mío, con el arpa, por tu lealtad; Lector 1: tocaré para tí la cítara, Santo de Israel; te aclamarán mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste; Lector 2: y mi lengua todo el día 27
  • 28. recitará tu auxilio, porque quedaron derrotados y afrentados los que buscaban mi daño. Canto Yo vengo del sur y del norte Del este y oeste y de todo lugar Caminos y vidas recorro Llevando socorro queriendo ayudar. Mensaje de paz es mi canto Y cruzo montañas y voy hasta el fin El mundo no me satisface Lo que busco es la paz, lo que quiero es vivir. Al pecho llevo una cruz Y en mí corazón lo que dice Jesús (2) Yo sé que no tengo la edad Ni la madurez de quien ya vivió Mas se que es de mi propiedad Buscar la verdad y gritar con mi voz. El mundo va herido y cansado De un negro pasado de guerras sin fin Hoy teme a la bomba que hizo La fe que deshizo y espera por mí Yo quiero dejar mi recado No tengo pasado pero tengo amor El mismo de un crucificado Que quiso dejarnos un mundo mejor Yo digo a los indiferentes Que soy de la gente que cree en la cruz Y creo en la fuerza del hombre Que sigue el camino de Cristo Jesús 28
  • 29. Oración final y reserva del Santísimo Presidente Jesús, Divino Maestro, envía buenos obreros a tu mies. La mies es mucha y los obreros pocos. Jesús, Apóstol del Padre, hazme sentir el deseo de tu corazón: un solo rebaño bajo un solo pastor. Apostolado de la vida interior, del sufrimiento y de la oración, del ejemplo y de los medios de comunicación, de la Palabra y de las vo- caciones, apostolado de la caridad en la verdad. Suscita, oh María, un fuerte deseo de salvación en Cristo y en la Iglesia. Beato Santiago Alberione, Vía humanitatis Padrenuestro Terminada la oración el presidente se acerca al altar, hace genuflexión y se arrodilla, y se entona uno de los siguientes cantos: Tamtum Ergo (Nª 193 Cantad Alegres a Dios) El Eterno Señor de la Historia (Nª 347 Cantad Alegres a Dios) Mientras tanto, el ministro arrodillado, inciensa el Santísimo Sacramento. Termi- nado el canto, se levanta y dice: P/ Les diste Señor el Pan del Cielo. R/ Que contiene en sí todo deleite. Oremos. Alimentados en tu mesa, Señor, te rogamos que, por este sacramento de amor, germinen las semillas que generosamente esparciste en el campo de tu Iglesia, para que sean cada vez más numerosos 29
  • 30. los que elijan el camino de servirte en los hermanos. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos, R/ Amén. Si el que preside es un ministro ordenado (presbítero o diácono) y la exposición de la Sagrada Forma se ha realizado en la custodia, este colocándose el humeral y la capa pluvial, hace la genuflexión, toma la custodia en sus manos y hace en silencio la señal de la cruz sobre el pueblo. Si la exposición se ha realizado en el copón, basta sólo que se coloque el paño humeral. Según la tradición del pueblo y si se considera conveniente se pueden sonar las campanillas. Acabada la bendición, puesta la custodia o el copón sobre el altar, se rezan las aclamaciones al Santísimo Sacramento: Aclamaciones a Jesús Sacramentado Bendito sea Dios. Bendito sea su Santo Nombre. Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Bendito sea el Nombre de Jesús. Bendito sea su Sacratísimo Corazón. Bendita sea su Preciosísima Sangre. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Bendito sea el Espíritu Santo consolador. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima. Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción. Bendita sea su gloriosa Asunción. Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre. Bendito sea San José, su castísimo esposo. Bendito sea Dios en sus ángeles y santos. 30
  • 31. IV Vida consagrada que siembra esperanza Intención comunitaria Ante el Altar del Señor presentamos a nues- tras comunidades de fe, para que ellas sigan estimulando los diferentes carismas que suscita el Espíritu de Dios y, sean de este modo semilleros de vocaciones a la vida consagrada. Exposición del Santísimo Sacramento Se expone el Santísimo Sacramento según las normas litúrgicas. (Ver normas en el ritual de la Sagrada Comunión y el Culto Eucarístico fuera de la Misa, N° 91) Himno Llama de amor viva por San Juan de la Cruz 1. ¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; ¡rompe la tela de este dulce encuentro! 2. ¡Oh cauterio suave! ¡Oh regalada llaga! ¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna sabe, y toda deuda paga! Matando, muerte en vida la has trocado. 3. ¡Oh lámparas de fuego, en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, 31
  • 32. que estaba oscuro y ciego, con extraños primores calor y luz dan junto a su querido! 4. ¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno, donde secretamente solo moras: y en tu aspirar sabroso, de bien y gloria lleno ¿cuán delicadamente me enamoras! Texto de la sagrada Escritura De la carta del Apóstol san Pablo a los Romanos 13, 8-14 Hermanos: Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Porque los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro, se resumen en este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace más al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la Ley. Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de desper- tarse, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz. Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y liber- tinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Se- ñor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la carne. Reflexión desde el Magisterio El Papa emérito Benedicto XVI en la homilía para la Fiesta de la Pre- sentación del Señor de 2013 nos decía: Queridos hermanos y hermanas: 32
  • 33. En su relato de la infancia de Jesús, san Lucas subraya cuán fieles eran María y José a la ley del Señor. Con profunda devoción llevan a cabo todo lo que se prescribe después del parto de un primogénito varón. Se trata de dos prescripciones muy antiguas: una se refiere a la madre y la otra al niño neonato. Para la mujer se prescribe que se abstenga durante cuarenta días de las prácticas rituales, y que des- pués ofrezca un doble sacrificio: un cordero en holocausto y una tórtola o un pichón por el pecado; pero si la mujer es pobre, puede ofrecer dos tórtolas o dos pichones (cf. Lev 12, 1-8). San Lucas pre- cisa que María y José ofrecieron el sacrificio de los pobres (cf. 2, 24), para evidenciar que Jesús nació en una familia de gente sencilla, hu- milde pero muy creyente: una familia perteneciente a esos pobres de Israel que forman el verdadero pueblo de Dios. Para el primogé- nito varón, que según la ley de Moisés es propiedad de Dios, se prescribía en cambio el rescate, establecido en la oferta de cinco siclos, que había que pagar a un sacerdote en cualquier lugar. Ello en memoria perenne del hecho de que, en tiempos del Éxodo, Dios rescató a los primogénitos de los hebreos (cf. Ex 13, 11-16). Es importante observar que para estos dos actos —la purificación de la madre y el rescate del hijo— no era necesario ir al Templo. Sin embargo María y José quieren hacer todo en Jerusalén, y san Lu- cas muestra cómo toda la escena converge en el Templo, y por lo tanto se focaliza en Jesús, que allí entra. Y he aquí que, justamente a través de las prescripciones de la ley, el acontecimiento principal se vuelve otro: o sea, la «presentación» de Jesús en el Templo de Dios, que significa el acto de ofrecer al Hijo del Altísimo al Padre que le ha enviado (cf. Lc 1, 32.35). Esta narración del evangelista tiene su correspondencia en la palabra del profeta Malaquías que hemos escuchado al inicio de la primera lectura: «Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí. Enseguida llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo... Refinará a los levitas... para que puedan ofrecer al Señor ofrenda y oblación jus- tas» (3, 1.3). Claramente aquí no se habla de un niño, y sin embargo 33
  • 34. esta palabra halla cumplimiento en Jesús, porque «enseguida», gra- cias a la fe de sus padres, fue llevado al Templo; y en el acto de su «presentación», o de su «ofrenda» personal a Dios Padre, se traslu- ce claramente el tema del sacrificio y del sacerdocio, como en el pasaje del profeta. El niño Jesús, que enseguida presentan en el Tem- plo, es el mismo que, ya adulto, purificará el Templo (cf. Jn 2, 13-22; Mc 11, 15-19 y paralelos) y sobre todo hará de sí mismo el sacrificio y el sumo sacerdote de la nueva Alianza. Esta es también la perspectiva de la Carta a los Hebreos, de la que se ha proclamado un pasaje en la segunda lectura, de forma que se refuerza el tema del nuevo sacerdocio: un sacerdocio —el que inau- gura Jesús— que es existencial: «Pues, por el hecho de haber pade- cido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tenta- dos» (Hb 2, 18). Y así encontramos también el tema del sufrimiento, muy remarcado en el pasaje evangélico, cuando Simeón pronuncia su profecía acerca del Niño y su Madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma [María] una espada te traspasará el al- ma» (Lc 2, 34-35). La «salvación» que Jesús lleva a su pueblo y que encarna en sí mismo pasa por la cruz, a través de la muerte violenta que Él vencerá y transformará con la oblación de la vida por amor. Esta oblación ya está preanunciada en el gesto de la presentación en el Templo, un gesto ciertamente motivado por las tradiciones de la antigua Alianza, pero íntimamente animado por la plenitud de la fe y del amor que corresponde a la plenitud de los tiempos, a la presen- cia de Dios y de su Santo Espíritu en Jesús. El Espíritu, en efecto, aletea en toda la escena de la presentación de Jesús en el Templo, en particular en la figura de Simeón, pero también de Ana. Es el Es- píritu «Paráclito», que lleva el «consuelo» de Israel y mueve los pa- sos y el corazón de quienes lo esperan. Es el Espíritu que sugiere las palabras proféticas de Simeón y Ana, palabras de bendición, de ala- banza a Dios, de fe en su Consagrado, de agradecimiento porque por fin nuestros ojos pueden ver y nuestros brazos estrechar «su salvación» (cf. 2, 30). «Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2, 32): así Simeón define al Mesías del Señor, al final de su canto de 34
  • 35. bendición. El tema de la luz, que resuena en el primer y segundo canto del Siervo del Señor, en el Deutero-Isaías (cf. Is 42, 6; 49, 6), está fuertemente presente en esta liturgia. Que de hecho se ha abierto con una sugestiva procesión en la que han participado los superiores y las superioras generales de los institutos de vida consa- grada aquí representados, llevando cirios encendidos. Este signo, específico de la tradición litúrgica de esta fiesta, es muy expresivo. Manifiesta la belleza y el valor de la vida consagrada como reflejo de la luz de Cristo; un signo que recuerda la entrada de María en el Templo: la Virgen María, la Consagrada por excelencia, llevaba en brazos a la Luz misma, al Verbo encarnado, que vino para expulsar las tinieblas del mundo con el amor de Dios. Queridos hermanos y hermanas consagrados: todos vosotros habéis estado representados en esa peregrinación simbólica, que en el Año de la fe expresa más todavía vuestra concurrencia en la Iglesia, para ser confirmados en la fe y renovar el ofrecimiento de vosotros mis- mos a Dios. A cada uno, y a vuestros institutos, dirijo con afecto mi más cordial saludo y os agradezco vuestra presencia. En la luz de Cristo, con los múltiples carismas de vida contemplativa y apostóli- ca, vosotros cooperáis a la vida y a la misión de la Iglesia en el mun- do. En este espíritu de reconocimiento y de comunión, desearía ha- ceros tres invitaciones, a fin de que podáis entrar plenamente por la «puerta de la fe» que está siempre abierta para nosotros (cf. Carta ap. Porta fidei, 1). Os invito en primer lugar a alimentar una fe capaz de iluminar vues- tra vocación. Os exhorto por esto a hacer memoria, como en una peregrinación interior, del «primer amor» con el que el Señor Jesu- cristo caldeó vuestro corazón, no por nostalgia, sino para alimentar esa llama. Y para esto es necesario estar con Él, en el silencio de la adoración; y así volver a despertar la voluntad y la alegría de com- partir la vida, las elecciones, la obediencia de fe, la bienaventuranza de los pobres, la radicalidad del amor. A partir siempre de nuevo de este encuentro de amor, dejáis cada cosa para estar con Él y pone- ros como Él al servicio de Dios y de los hermanos (cf. Exhort. ap. Vita consecrata, 1).
  • 36. En segundo lugar os invito a una fe que sepa reconocer la sabiduría de la debilidad. En las alegrías y en las aflicciones del tiempo presen- te, cuando la dureza y el peso de la cruz se hacen notar, no dudéis de que la kenosi de Cristo es ya victoria pascual. Precisamente en la limitación y en la debilidad humana estamos llamados a vivir la con- formación a Cristo, en una tensión totalizadora que anticipa, en la medida posible en el tiempo, la perfección escatológica (ib., 16). En las sociedades de la eficiencia y del éxito, vuestra vida, caracterizada por la «minoridad» y la debilidad de los pequeños, por la empatía con quienes carecen de voz, se convierte en un evangélico signo de contradicción. Finalmente os invito a renovar la fe que os hace ser peregrinos hacia el futuro. Por su naturaleza, la vida consagrada es peregrinación del espíritu, en busca de un Rostro, que a veces se manifiesta y a veces se vela: «Faciem tuam, Domine, requiram» (Sal 26, 8). Que éste sea el anhelo constante de vuestro corazón, el criterio fundamental que orienta vuestro camino, tanto en los pequeños pasos cotidianos co- mo en las decisiones más importantes. No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consa- grada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz —como exhorta san Pablo (cf. Rm 13, 11-14)—, permaneciendo despiertos y vigilantes. San Cromacio de Aquileya escribía: «Que el Señor aleje de nosotros tal peligro para que jamás nos dejemos apesadumbrar por el sueño de la infidelidad; que nos conceda su gracia y su misericordia para que podamos velar siempre en la fidelidad a Él. En efecto, nuestra fidelidad puede velar en Cristo» (Sermón 32, 4). Queridos hermanos y hermanas: la alegría de la vida consagrada pa- sa necesariamente por la participación en la Cruz de Cristo. Así fue para María Santísima. El suyo es el sufrimiento del corazón que se hace todo uno con el Corazón del Hijo de Dios, traspasado por amor. De aquella herida brota la luz de Dios, y también de los sufri- mientos, de los sacrificios, del don de sí mismos que los consagra- dos viven por amor a Dios y a los demás se irradia la misma luz, que evangeliza a las gentes. En esta fiesta os deseo de modo particular a vosotros, consagrados, que vuestra vida tenga siempre el sabor de la 36
  • 37. parresia evangélica, para que en vosotros la Buena Nueva se viva, testimonie, anuncie y resplandezca como Palabra de verdad (cf. Car- ta ap. Porta fidei, 6). Amén. Salmo dialogado Salmo 145 Lector 1: Alaba, alma mía, al Señor: alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista. Lector 2: No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar; exhalan el espíritu y vuelven al polvo, ese día perecen sus planes. Lector 1: Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él; Lector 2: que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos. Lector 1: El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos. Lector 2:
  • 38. El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. Lector 1: El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad. Canto Sois la semilla que ha de crecer, Sois la estrella que ha de brillar, Sois levadura, sois grano de sal, antorcha que ha de alumbrar. Sois la mañana que vuelve a nacer, sois espiga que empieza a granar. Sois aguijón y caricia a la vez, testigos que voy a enviar. Id, amigos, por el mundo, anunciando el amor, mensajeros de la vida, de la paz y el perdón. Sed, amigos, los testigos de mi Resurrección. Id llevando mi presencia. ¡Con vosotros estoy! Sois una llama que ha de encender resplandores de fe y caridad. Sois los pastores que han de guiar al mundo por sendas de paz. Sois los amigos que quise escoger, sois palabra que intento gritar. Sois reino nuevo que empieza a engendrar justicia, amor y verdad. Sois fuego y savia que viene a traer, sois la ola que agita la mar. La levadura pequeña de ayer 38
  • 39. fermenta la masa del pan. Una ciudad no se puede esconder, ni los montes se han de ocultar. En vuestras obras que buscan el bien los hombres al Padre verán. Oración final y reserva del Santísimo Presidente Oremos todos en silencio, con la Santísima Virgen María, confiados en su intercesión. (entre cada intercesión oramos en silencio) Oremos para que los santos misterios del Divino Espíritu Paráclito iluminen muchas personas generosas, dispuestas a servir con mayor disponibilidad a la Iglesia. Oremos por los pastores y por sus colaboradores, para que en- cuentren siempre las palabras justa, cuando propongan a los fieles el mensaje de la vida sacerdotal y consagrada. Oremos para que en todos los ambientes de la Iglesia crean con re- novado compromiso en el ideal evangélico del sacerdote completa- mente dedicado a la renovación del Reino de Dios y favorezcan las vocaciones. Oremos por los jóvenes, a los cuales el Señor invita para que lo si- gan más de cerca: para que sean capaces de desapegarse de las cosas de este mundo y abran su corazón a la voz amiga que los llama, para que sean intrépidos para dedicarse a sí mismos, por toda la vida, “con el corazón indiviso”, a Cristo, a la Iglesia y a las almas; y para que crean que la gracia les dará la fuerza para esa donación y vean la belleza y la grandeza de la vida sacerdotal, religiosa y misionera. Oremos por las familias, para que éstas logren el clima cristiano propicio para las grandes opciones religiosas de sus hijos. Y, al mis- mo tiempo, agradezcamos de corazón al Señor, por el hecho de que
  • 40. en estos últimos años, en muchas partes del mundo, muchos jóve- nes, y también personas menos jóvenes, están respondiendo cada vez más al llamado divino (Papa Juan Pablo II, con ocasión de la XXVII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Padrenuestro Terminada la oración el presidente se acerca al altar, hace genuflexión y se arrodilla, y se entona uno de los siguientes cantos: Tamtum Ergo (Nª 193 Cantad Alegres a Dios) El Eterno Señor de la Historia (Nª 347 Cantad Alegres a Dios) Mientras tanto, el ministro arrodillado, inciensa el Santísimo Sacramento. Termi- nado el canto, se levanta y dice: P/ Les diste Señor el Pan del Cielo. R/ Que contiene en sí todo deleite. Oremos. Alimentados en tu mesa, Señor, te rogamos que, por este sacramento de amor, germinen las semillas que generosamente esparciste en el campo de tu Iglesia, para que sean cada vez más numerosos los que elijan el camino de servirte en los hermanos. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos, R/ Amén. Si el que preside es un ministro ordenado (presbítero o diácono) y la exposición de la Sagrada Forma se ha realizado en la custodia, este colocándose el humeral y la capa pluvial, hace la genuflexión, toma la custodia en sus manos y hace en silencio la señal de la cruz sobre el pueblo. Si la exposición se ha realizado en el copón, basta sólo que se coloque el paño humeral. 40
  • 41. Según la tradición del pueblo y si se considera conveniente se pueden sonar las campanillas. Acabada la bendición, puesta la custodia o el copón sobre el altar, se rezan las aclamaciones al Santísimo Sacramento: Aclamaciones a Jesús Sacramentado Bendito sea Dios. Bendito sea su Santo Nombre. Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Bendito sea el Nombre de Jesús. Bendito sea su Sacratísimo Corazón. Bendita sea su Preciosísima Sangre. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Bendito sea el Espíritu Santo consolador. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima. Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción. Bendita sea su gloriosa Asunción. Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre. Bendito sea San José, su castísimo esposo. Bendito sea Dios en sus ángeles y santos.
  • 42. EL GUSTO DE VIVIR por Santo Tomás Moro Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse. Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita, porque evitarán muchos inconvenientes. Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas porque llegarán a ser sabios. Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas. Felices los que son suficientemente inteligentes, como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean. Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría. Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida. Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino será pleno de sol. Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por lo imprevisible. Felices ustedes si saben callar y ojalá sonreir cuando se les quita la palabra, se les contradice o cuando les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón. Felices ustedes si son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias. Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad. Felices sobre todo, ustedes, si saben reconocer al Señor en todos los que encuentran entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría. 42
  • 43.
  • 44. Jesús, sembrador bueno, anima a quienes consagran su vida al anuncio del Reino