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3° AÑO INSC 
Algo Habrán 
Hecho…
1 
ÍNDICE 
Presentación 2 
El pintor de los puertos 3 
Elvira Rawson 6 
Sábato, la gran estrella escritora 9 
Ellas pueden lograrlo todo 14 
El orador de Mayo 19 
La primera feminista, revolucionaria y educadora 
de las Provincias Unidas del Río de La Plata 22 
Las hazañas de Ignacio Pirovano 24 
Las aventuras de Alicia Moreau de Justo 27 
Aimé Painé: su música, su arma 31
2 
PRESENTACIÓN 
Siempre nos preguntamos: - ¿Qué sentido tiene aprender esto o aquello? 
Frente a este interrogante existencial: HISTORIA Y LENGUA se propusieron 
trabajar en un proyecto en común. 
Para ello los chicos de 3º año: 
Seleccionaron personajes que formaron parte de 
nuestra historia nacional y de su cultura, pero que 
generalmente no aparecen en los libros de historia. 
Investigaron sobre sus vidas personales, su contex-to 
histórico, trabajos, logros, valores, etc. 
Leyeron diferentes tipos de Biografías, realistas o ficcionales, rea-lizadas 
por autores conocidos. 
Reconocieron la diferencia entre Biografía, Retrato, 
Anécdota. 
En base a lo aprendido, escribieron nuevas biogra-fías 
de esos personajes que hacen al acervo cultural. 
Utilizaron las nuevas tecnologías realizando videos o Powerpoint 
para reflejar el espíritu de los mismos. 
Armaron un libro virtual para que puedan disfrutar desde sus casas o compar-tiendo 
un cafecito… buena lectura! 
Las Profes
3 
Benito Quinquela Martín (1890- 
1977), pintor argentino. 
EL PINTOR DE LOS PUERTOS 
Por Franco Janczewski y Marcos Questa 
Estaba caminando por el puerto, lugar donde paso 
la mayor parte de los días de mi vida ya que este es mi 
lugar de trabajo, cuando de repente vi a lo lejos algo que 
me llamó la atención. Era un hombre que se encontraba 
pintando. Luego de verlo por primera vez se me hizo 
imposible seguir trabajando sin darme vuelta para ver si 
el pintor seguía estando detrás de mí. Cuando tuve la 
oportunidad de descansar, me acerqué lentamente para 
intentar ver quién era este personaje. Mientras acortaba 
la distancia me di cuenta de quien se trataba. ¡Era Benito Quinquela Martin! Tome coraje y 
fui a hablarle. 
-¿Qui… Quinquela?- Pregunté con los nervios a flor de piel. 
-El mismo ¿y usted?- Me preguntó el mismísimo Benito Quinquela. 
-Mi nombre es Giovanni, soy un gran admirador de su obra- Agregué. 
-Me es magnífico encontrar alguien que aprecie mi obra- Me contestó con una sonri-sa 
de oreja a oreja. 
Entre mis nervios y mi timidez comenzamos a hablar y me tomé el atrevimiento de 
preguntarle cuándo comenzó a pintar, y por qué había elegido los puertos como paisaje 
para sus cuadros. Benito me contó que comenzó a pintar cuando era chico con carbón 
inspirado por las escenas de los puertos, y que a los 14 comenzó a asistir a la escuela 
nocturna de pintura en la Sociedad Unión de la Boca, donde conoció a su amigo Juan de 
Dios Filiberto. Mientras estudiaba, luego de trabajar, visitaba frecuentemente la biblioteca,
4 
para cubrir su falta de educación. De todos los libros que leyó le llamó la atención fue “El 
arte del escritor” de Agusto Rodin, que decía que el arte debía ser sencillo y natural para 
el artista, y tomó una frase que decía: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”, por eso eligió 
pintar a su barrio, La Boca. 
Su respuesta fue increíble, una sonrisa dibujada en su rostro demostraba su amor y 
cariño por el barrio de La Boca; también demostró públicamente su cariño con sus 
importantes donaciones para el vecindario, como la escuela en Pedro de Mendoza, el 
Jardín de Infantes número 6, el Lactario Municipal Nº4, la Escuela de Artes Gráficas y el 
Instituto Odontológico Infantil. 
Le comenté cuánto me habían gustado sus primeras obras presentadas en el Salón 
Nacional de las Artes, y que a partir de ese momento comencé a admirar su obra. Benito 
me preguntó si tenía tiempo para escuchar una anécdota sobre esa exposición. Esto me 
produjo una alegría enorme y obviamente le dije que sí. Me comentó que luego de enviar 
varias de sus obras durante mucho tiempo, el jurado del Salón Nacional de las Artes, 
principal galería de la ciudad, aceptó una de las dos obras que había enviado. Esto enojó 
mucho tanto a Benito Quinquela como su amigo Filiberto. Tanto que este último le 
propuso que se presentaran armados con cuchillos para robar lambas pinturas y llevarlas 
al Salón de los Recusados, galería dedicada a los artistas que no estaban admitidos en el 
Salón Nacional. Él aceptó, pero al llegar al Salón se encontraron con que las obras de 
Benito ya habían sido expuestas, ya que su amigo Eduardo Talladrid les había ganado de 
mano y había convencido a sus influencias de presentar las dos obras. 
Su relato me había atrapado a tal punto que olvidé que faltaba poco para que mi 
descanso terminara. Mientras me contaba su anécdota sobre el Salón Nacional de las Artes 
recordé que una noche mientras caminaba por las calles del barrio me pareció verlo 
vestido con un traje extraño, como el de un capitán de un barco, invitando a entrar, a lo 
que supuse que era su casa, a un gran grupo de personas. Esperé a que terminara para 
preguntarle si había sido él y cuál era el motivo de esa reunión. A lo que él contestó: 
-Muchos de mis amigos artistas se juntaban en el Café Tortoni y cuando regresé de 
Paris me uní a ellos. Decidí fundar la Peña del Tortoni y el dueño del café nos ofreció el
5 
sótano de su negocio para nuestras reuniones. La finalidad de La Peña era fomentar la 
protección de las artes. Las peñas se realizaron por casi dos décadas hasta que el dueño 
del café decidió clausurar el sótano donde estas se hacían. Tiempo después de esto mis 
amigos me ofrecieron organizar reuniones en mi taller. En una oportunidad mi amigo 
Lucio Rodríguez me regaló un tornillo atado con un cordón. Ya que él consideraba que los 
locos debíamos ser merecedores de honores y agasajos. Gracias a esto se me ocurrió 
fundar la “La Orden del Tornillo”. Donde los locos, aquellas personas cultoras de la 
verdad, del bien, y de la belleza de espíritu, son agasajados y homenajeados.- 
Cuando termino de contarme la anécdota se oyó un grito que llamaba a todos los 
trabajadores para retomar la jornada. 
-Veo que tiene que continuar con su deber- Me dijo Benito. 
-Muchas gracias por este tiempo y por las historias- Agregué. 
-Gracias a usted por escucharme, son pocos los que quieren escuchar a un anciano- 
Me contestó y me dio la mano cordialmente. 
Le di la mano y asentí con la cabeza agradeciendo nuevamente por el rato del que 
tuve la suerte de disfrutar. Todavía recuerdo la energía que me transmitió. Me di media 
vuelta y con una sonrisa volví a trabajar.
6 
Elvira Rawson de Dellepiane 
(1867- 1954), segunda médica en 
recibirse en la Argentina 
ELVIRA RAWSON 
Por Florencia Chacón y Manuel Müller. 
Primero viene la ignorancia, esa de la que nadie tiene 
la culpa, pero todos son responsables. De esta sale la 
injusticia, siempre acompañada de los injustos. Por cada 
injusticia hay una víctima, los cuales mueren cada día. 
Algún día las víctimas igualarán a los injustos y entonces 
vendrá la guerra. 
¿Fue la ignorancia lo que hizo que sus padres la des-conocieron 
al enterarse que se inscribiría en la facultad de 
medicina? ¿O acaso fue su “amor”? Su enojo no le dejaba 
distinguirlo. 
El ruido atropellaba los pensamientos de Elvira Raw-son. 
Mientras estudiaba, trataba de mantener su mente clara, sin embargo, últimamente no 
podía conseguirlo, por alguna razón esta se trasladaba a la Revolución del Parque. 
Imaginó por un momento los cuerpos sangrientos de civiles y militares; sus boinas blancas 
caídas en el suelo manchadas de sangre, estallidos de mosquete saturando el aire… La 
imagen se tornó muy dura. Las directivas de sus superiores eran simples; no podía 
atender a ningún herido en el Hospital Rivadavia. 
No la estaba pasando bien. No le importaba que sus padres le cortaran los víveres al 
enterarse de que se había inscripto en la facultad de medicina. Tampoco le importaban las 
miradas torcidas y las malas maneras. Incluso no le importaba la risa del decano al admitir 
su inscripción. “Otra Grierson…” le dijeron. Pero lo que no podía dejar pasar, lo que no 
podía llevar en su conciencia, eran inocentes muriendo, y eso era lo que estaba pasando, 
había civiles peleando. 
Era de mañana. No podían ser más de las diez. Elvira estaba cambiándole las sábanas 
a una mujer que acababa de tener un hijo. Un niño sano, por suerte, pensó mientras se
7 
llevaba la vasija con agua. También la mujer sobrevivió. Se nota que hoy es un buen día para 
estar vivo. Esas palabras retumbaron en su cabeza. “Estar vivo”. 
Había quien decía que la revolución estaba en las calles, buscando quien la dirija. Tal 
vez de manera ingenua, ella esperaba que no hubiera guerra. Y sus pensamientos volvían 
a los ojos del recién nacido. 
Entonces, un salto a la realidad. Un estallido de voces, un manojo de gritos pela-dos…. 
Entre los “Muerte a Cellman”, Elvira encontró su misión. La frase parecía llegada 
del cielo, pidiendo que alguien interviniera. “Tomaron el Parque de Artillería”. El tiempo 
se detuvo, el sonido cesó, el reloj murió. Estos fenómenos escaparon de la atención de 
Elvira, puesto que ella estaba corriendo hacia la puerta. En el camino encontró a un 
hombre entrado en años, de bata blanca al igual que su poco pelo. 
— ¿A dónde Rawson? –le preguntó con impertinencia. 
— ¡Al Parque de Artillería! Esa gente se muere. 
—Por eso es que usted se queda, para atender a los heridos del gobierno. ¿Se cree 
acaso la dueña, que sale y entra cuando quiere? Que novedad, una mujer que se va a 
pasear. No se preocupe, que yo me quedo cerca de la puerta, me fijo que no pase nadie 
que no merezca ser atendido. 
Sentir la hiel subir del estómago, dejando un amargo sabor en la garganta, en su ca-mino 
hacia la cabeza, era algo a lo que Elvira estaba acostumbrada. Lo miró muy fijo, 
como queriendo encontrar una salida a su problema. Entonces, un milagro. Muy distraída 
y corriendo como corrió, olvidó dejar las sábanas del parto en la lavandería. Esbozó una 
sonrisa pícara, casi macabra, justo antes de tirar las sábanas inmundas sobre ese imponen-te 
hombre, dejando nada más que un alto y mugroso fantasma. Entre que el hombre 
peleaba con la pegajosidad de la tela, Elvira pasó por su lado hacia la puerta. Se hubiera 
ido, pero no resistió la tentación. Se dio media vuelta en los escalones de que iban a la 
calle, y encarando el hospital gritó con todas sus fuerzas: “¡Los hospitales son del pueblo, 
no del gobierno!”. Como su corazón era más fuerte que su cabeza, desobedeció las órdenes 
arriesgando su propia vida, y aunque adhería a la Unión Cívica Radical, ayudó a ambos 
bandos.
8 
Dos años después, se transformó en la segunda mujer en graduarse de la facultad. En 
el futuro guardaría su título junto al reloj de oro que el Sr. Alem le había dado por su 
ayuda en el Parque de Artillería. 
Al poco tiempo, su tesis “Apuntes sobre la higiene de la mujer” le otorgaría su docto-rado. 
Este trabajo marcaría un comienzo en lo que sería una larga carrera dedicada a la 
mujer. 
En esta se puede destacar el año 1907 en el cual fundó el Centro Feminista, cuyos 
propósitos eran propender a la emancipación intelectual, moral y material de la mujer 
cualesquiera sean sus condiciones sociales; sería una falta de respeto olvidarse de la Liga 
Feminista Nacional de la República y del Primer Centro Feminista del Libre Pensamiento. 
Cinco años más tarde, de modo paralelo a sus numerosas luchas y actividades, en-contró 
el tiempo para casarse con Manuel Dellepiane Sasso con quien tuvo siete hijos. Esto 
apoyaba su postura contra el casamiento precoz y los daños fisiológicos que causaba en las 
mujeres inmaduras, ya que se casó a los treinta y tres años. En el mismo año milito en la 
Unión Cívica Radical Yrigoyenista, aunque sólo contó de ella de modo episódico e 
inorgánico. 
En 1912 el Sufragio Universal Masculino en la Ley Sáenz Peña no pasó desapercibido 
por ella, debido a que siete años después fundó la Asociación Pro Derechos de la Mujer, la 
cual llegó a tener once mil afiliados. 
Entre los innumerables congresos de los cuales participó, estalló la guerra civil espa-ñola, 
esto la llevó a ser impulsora de una importante cantidad de actividades solidarias 
para con España. 
Durante una época repleta de presidentes de facto y ya entrada en años, no descansó 
hasta que en un gobierno constitucional vio concretada su pelea por el voto femenino en 
1951. 
Después de una vida plena viendo crecer a sus hijos y luchando por las mujeres, fa-lleció 
a los ochenta y siete años en Buenos Aires.
9 
SÁBATO, LA GRAN ESTRELLA ESCRITORA 
Buenos Aires, 31 de diciembre del 2010 
Señor Héctor Rodríguez 
Entrevistador de Clarín 
Asunto: Entrevista 
Nos comunicamos con usted con el fin de ofrecerle la oportunidad de entrevistar a 
un famoso escritor de nuestro país, Ernesto Sábato, celebrando así sus casi 100 años. 
Esperamos contar con una buena crítica y desde ya Ud. tendrá un merecido recono-cimiento. 
El domicilio es: Langeri 3135 en Santos lugares, Provincia de Buenos Aires. Al llegar al 
lugar lo atenderá su secretaria, Raquel. Deberá presentarse el día 26 de enero del 2011 
en el horario de las 15:00 hs. 
Esperamos su grata concurrencia. 
Saludos cordiales, 
Roberto Alaya, 
Representante de la revista Clarín. 
Ernesto Sábato (1911-2011), 
escritor argentino 
Por Ian Álvarez y Juan Manuel Tomaselli 
Estaba tranquilo en mi sala de estar leyendo, como de 
costumbre, has ta que un ruido molesto perturbó mi lectura. 
Era el timbre de mi casa el cual estaba averiado y debía 
arreglarlo. Coloqué el señalador, me levanté del sillón, ca-miné 
hacia la puerta, miré por la perilla y observé a mi ve-cina 
vestida formalmente para irse al trabajo con cara de 
enojo. Le abrí la puerta y me dijo: 
-¡Basta, basta!, no se lo digo más o arregla ese timbre o 
vas a tener que vivir a golpe de palmas 
Reaccioné de forma indiferente-bueno, luego lo arreglo. 
De repente, se acerca a mí y estira su brazo derecho en 
el cual sostenía un sobre de mi actual trabajo, Clarín. Un 
silencio incómodo nos molestaba, hasta que cerré la puerta de un portazo. Tranquilo me 
senté en una silla en la mesa del comedor y la abrí:
10 
Al terminar de leer la carta la solté y salté de la alegría ya que era un gran seguidor 
de él. Tomé papel y lápiz y rápidamente les respondí de forma afirmativa. Preparé los 
materiales para realizar la entrevista y su libro más famoso “El túnel” para que lo 
autografiara. Llegó el día de la entrevista, fui a la estación Retiro y tomé la línea San 
Martin con rumbo a Santos Lugares. Bajé del tren y me dirigí hacia su hogar. Cuando 
llegué a la dirección lo único que veía era una gran cantidad de vegetación y apenas unas 
manchas blancas y amarillas que mientras atravesaba el gran follaje tomaba forma de 
casa. Toqué el timbre y me abrió la puerta una bella mujer de unos 20 años de cabello 
rubio y hermosos ojos celestes, su belleza me atontó. 
-Usted es quien viene a entrevistar a Ernes ¿Me equivoco? 
-No se equivoca- le respondí con la vista perdida. 
-Pase. 
Al poner un pie en la casa me asombré por la gran cantidad de libros que poseía, los 
premios que él había ganado y una gran cantidad de hermosas pinturas con gran cantidad 
de tonos de grises, algo que solo él hacía. 
-Preparé los materiales, yo ya lo traigo- Me dijo la hermosa Raquel. 
Tomé asiento, tome papel y lápiz y mantuve cerca de mí su libro. Levante la vista y 
observé un gran paquete, el cual me llamó la atención. La joven muchacha llegó con 
Sábato trayéndolo por el codo y él con un bastón. Tomó asiento, ella se retiró y me 
presenté. 
-Buenas tardes, me llamo Héctor y soy corresponsal del diario Clarín; afortunada-mente 
he sido seleccionado para entrevistarlo en una fecha tan especial… cumplir 100 
años no es algo de todos los días- le dije conteniendo la emoción. Estaba vestido de traje, 
pelo hacia atrás y unos anteojos oscuros. 
-Sólo Dios sabe cuánto tiempo me queda por vivir. Mucho gusto Héctor, ya veo que 
me debe conocer, he visto el libro que trajiste, con la poca vista que me queda pude 
observarlo-me contestó- Dame que te lo firmo. Y agregó: -¿perdón puedo tutearte? ¡Podés 
ser mi hijo!
11 
Se lo acerqué con una felicidad que no podía contener y le contesté:-¡claro es un ho-nor! 
-Antes de comenzar, le podría ¿preguntar qué es ese gran paquete? Tengo curiosi-dad 
desde que puse un pie en esta habitación. 
-Es una moderna computadora con una gran pantalla para que yo pudiera ver, que 
me mandó una editorial que ya no recuerdo el nombre, pero la voy a devolver porque no 
hay como escribir en mi vieja Olivetti donde ya conozco las teclas como a mi casa. 
¿Empezamos con las preguntas?- me dijo entusiasmado mientras tocía. 
-¡Cómo no!- le respondí- ¿Cómo llega al movimiento surrealista? 
- Una pregunta muy típica. Cuando estaba en Curie tuve contacto con un grupo de 
artistas surrealistas tales como Domínguez y Breton, con el que tuve una gran amistad, 
con los cuales firmé el primer manifiesto donde veíamos a la expresión del pensamiento 
sin la necesidad de la intervención de la razón esto lo transmití mucho en “El túnel”, 
“Antes del fin”, “Abbadon el Exterminador”. 
-¿Qué es lo que lo llevo a escribir “El túnel”? 
Quería mostrar lo oscuro del alma y lo que el hombre quiere conocer como la ver-dad. 
En el amor no hay esperanza, no se puede alcanzar el amor absoluto a nivel humano, 
la escribí de forma pesimista. 
-Esta pregunta poca gente se la debió hacer. ¿Qué lo llevó a cambiar la Ciencia por la 
Literatura? 
-¡Es la primera vez que me hacen esta pregunta!- cambiando a una cara de asombro 
y hablándome de forma irónica-Fue una crisis existencial, en el laboratorio Curie me sentí 
vacío de sentido. Golpeado por el descreimiento, seguí en la ciencia por inercia. Veía a la 
ciencia como moral y que llevaría al mundo hacia el desastre. Esto, en parte, lo demuestro 
en mi primera publicación “Uno y el Universo”. 
-Interesante. ¿Cuáles fueron sus inicios en la política? 
-Fui militante del movimiento de reforma universitaria la cual tenía tendencia co-munista, 
donde conocí a mi mujer-cambiando su cara a una más triste- fui enviado a
12 
Moscú como delegado del partido comunista, empecé a tener dudas sobre seguir este 
partido y me escapé a París. 
- Manteniéndonos en el tema político ¿Qué lo hizo escribir “El otro rostro del Pero-nismo”? 
¿Por qué se dice antiperonista? 
Muy poca gente se interesa en esta cuestión. Con este libro quería demostrar mi an-tipatía 
por el General Perón, ya que me molestaba sus injusticias, su despotismo, pero sí 
quería defender la tarea social de Evita. Me llamó la atención todo su trabajo y el amor 
que cosechó con su pueblo. Defendí el anhelo de justicia y de dignidad para su pueblo, 
hecho que fue criticado por muchos intelectuales de aquel tiempo. Estoy en contra del 
peronismo por sus defectos, no por sus privilegios; no soportaba la expulsión de maestros 
y profesores por no someterse a las directivas del gobierno, cosa que luego les ocurrió a 
ellos en 1955. 
-Todos sabemos que tuvo algunas peleas con otro gran escritor, Jorge Luis Borges, 
pero ¿Por qué su pelea eterna? 
- Si bien los dos estábamos en contra del peronismo, él no me perdono el que yo en 
una entrevista radial haya difundido los aprietes a los obreros y mi simpatía por toda la 
obra de su esposa, Eva. 
-Hagamos un cambio, vayamos a lo familiar. ¿Cómo era su vida en el pueblo de Ro-jas? 
¿Cómo era usted de chico? 
- Soy hijo de Juana María Ferrari y Francisco Sábato, el décimo de once hermanos. 
Tengo pocos recuerdos de aquellos tiempos ya más de 90 años pasaron de aquel entonces-riéndose-. 
Tengo el triste recuerdo de cuando de pequeño me escondía por temor a mi 
padre. Era un niño tímido y cerrado, pasaba las tardes observando a los otros chicos cómo 
se divertían por la ventana, aunque siempre me vi como un niño-problema. 
-¿Qué importancia tuvo su esposa Matilde en sus obras? 
Ella fue mi compañera de toda la vida-mientras miraba al cielo recordándola-, fue la 
que me obligaba a escribir cuando no tenía ganas. Fue mi correctora, mi sostén y la que 
revisaba todo aquello que yo tiraba, ya nadie ve los dibujos que tiro. Ella muchas veces
13 
llevaba mis escritos para presentarlas en las editoriales. Yo siempre creí que debía 
aparecer su nombre junto al mío en los libros, pero ella nunca lo aceptó. 
-Hablando de esas tan interesantes pinturas ¿Qué lo llevo a comenzar a pintar? 
-Fue mi primera pasión desde mi niñez. Por cuestiones médicas me vi obligado a 
dejar las letras, mi falta visual hizo que las pequeñas letras ya no las vea entonces volví a 
mi primer amor, la pintura, que me calma los nervios y me volví autodidacta. 
-Me contaron que usted es muy obsesivo por el orden. ¿Es cierto? 
Le cuento para que me conozca un poco más que soy muy obsesivo con el orden, 
mis nietos se ríen porque en este mueble-señalándolo- tengo todo clasificado. En cada 
cajón guardo cartas de lectores, en otro declaraciones políticas traducciones, trabajos, 
entre otras cosas, y me molesta de sobremanera que toquen mis cosas. El orden suele 
tranquilizarme. 
-Última pregunta, señor. ¿Qué sintió el momento de la muerte de su hijo? 
Su cara de interés cambio a una cara larga y llena de tristeza, se produjo un silencio 
que parecía eterno hasta que me dijo:-Podríamos omitir esta pregunta. Por favor retírese, 
le agradezco el haber venido. Sentí que mi pregunta había arruinado los recuerdos 
cuando vi que una lágrima caía de sus ojos- y agregó:- Raquel guie al joven a la salida. 
Tomé mi equipo y Raquel me llevó afuera. Con vergüenza agregué: no quise ser 
cruel. Ella me miró e hizo una mueca irónica, entendí. Le pedí su número de celular para 
poder estar en contacto con ella, me lo dio y me retiré.
14 
ELLAS PUEDEN LOGRARLO TODO 
Por Milagros Canedo Pero y Fernando Niño Rodríguez Bontempi 
Cecilia Grierson (1859-1934), 
primera médica argentina. 
Había imaginado este día en mi mente. Lo había pen-sado 
más como una fantasía imposible, como un anhelo 
inalcanzable, una alucinación. Esa misma palabra había 
usado mi padre:-Estas alucinando-. 
Nos encontrábamos sentados en el comedor, compar-tiendo 
una cena con la familia lejana de mi madre, aquella 
de gran linaje a la cual veíamos solo escasas veces al año. 
En esas ocasiones la fina platería era colocada en la mesa, 
mi madre se vestía con uno de sus mejores vestidos de Eu-ropa 
y se cocinaban las más exquisitas delicias. Mi padre 
me había suplicado que me comportase como una señorita y que no dijera cosas inade-cuadas, 
sin duda esto se debía a las fuertes discusiones que habíamos adquirido los 
últimos meses por mis pensamientos “inmensamente liberales y de carácter feminista” 
para esta sociedad. No entiendo todavía porque, luego de tales advertencias, creí que era 
el momento indicado para soltarle lo que me estaba guardando en mi interior desde hace 
mucho tiempo:-Quiero estudiar medicina- dije, y las palabras salieron de mi boca como un 
grito, con orgullo. La charla ligera que se estaba llevando a cabo hace unos minutos sobre 
la increíble inauguración de la Avenida de Mayo y el último terremoto en San Juan ahora 
se convertía en un silencio lúgubre. 
La Escuela de Enfermeras del Circulo Medico Argentino era, extrañamente para la 
sociedad del momento, un mar de mujeres. Estudiar enfermería no era mi gran aspiración 
en la vida, pero en defensa de la carrera, la infraestructura del lugar era decente, los 
educadores grandes expertos y a decir verdad, el pensamiento de socorrer y auxiliar al 
prójimo cuando lo precisaban me cautivaba y atraía. Además mi padre no me había dado
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mucha opción. Él era un hombre cordial y cariñoso pero también, muy recto y estricto, a 
quien le concernía mucho lo que pensaran los demás. Aun así valoraba el esfuerzo que 
había realizado para que yo ingresara a la escuela; esta era la única en el país y al ser 
escasos los cupos, eran pocos los afortunados en recibir esta educación. Él tampoco 
vacilaba en machacarme con esto a todo momento. Pero era cierto detalle el que le irritaba 
como piedra en bota. –Es delirante que a una señora se le encomiende la tarea de dirigir 
una escuela tan importante, no quiero que Amelia tome estúpidas ideas feministas- eso 
había escuchado un mes antes de incorporarme a la escuela, con la oreja pegada a la 
puerta de mi habitación, mientras mi padre discutía con mi madre. De la misma manera 
pude oír el ultimátum: – Aceptare que ingrese a la escuela pero a la primera tontería que 
surja de su boca, analizaremos las posibilidades de otra universidad en el exterior. Así se 
hará, sin alteraciones- había expresado firmemente luego de la insistencia de mi madre. 
Estábamos en las clases de preparación de Obstetricia cuando una noticia nos asom-bró 
y emociono a todas:–Este mes gozaremos del honor de contar con cinco cursos 
dictados por la virtuosa Doctora Cecilia Grierson, honrada fundadora de la escuela y 
especialista en la Catedra- había anunciado el profesor con entusiasmo. Esto me produjo 
mucha intriga, había oído sobre esa gran mujer y las hazañas que había realizado: ser la 
primera mujer con un título universitario en toda Latino América, haber participado de la 
primera cesárea en el país y claro de lo que todos estábamos al tanto, había fundado esta 
escuela aun antes de consagrarse como doctora. Pero, ¿Qué haría mi padre al enterarse? 
Grierson y sus ideologías no le agradaban en absoluto… Debía mantener esto en secreto, 
bajo todas las circunstancias. 
Era lunes en la mañana y me encontraba en la entrada de la sala de Obstetricia, don-de 
se llevarían a cabo los cursos. Aguardaba la llegada de las demás estudiantes y claro, de 
la mismísima Doctora Grierson. No lograba ocultar mi emoción; había pasado todo el fin 
de semana cuestionándome que nos enseñaría esta mujer o si nos platicaría de sus 
proezas. Hasta me había tomado la precaución de repasar los temas primordiales de la 
catedra ya que, me aterraba la idea de lucir como una ignorante frente a tal importante
16 
persona. Ya estábamos ubicadas en la sala, cuando un portazo nos tomó por sorpresa a 
todas. Entro una mujer que rondaba los treinta y tantos años, de cara redonda, cabello 
castaño recogido y penetrantes ojos azules vestida en un uniforme de enfermera. Tenía 
una expresión severa y se había apresurado a sentarse en su escritorio de manera 
alborotada. No parecía de ánimos para saludar o presentarse, parecía casi obligada a estar 
allí. Repentinamente sus ojos se desviaron hacia mí con una cara de disgusto–Usted- dijo-parece 
que se ha tomado la libertad de asistir sin uniforme de enfermera a los cursos de la misma 
persona que ha reglamentado su uso obligatorio en esta escuela-. Mi rostro adquirió un rojo 
escarlata de la vergüenza. ¿Cómo no había notado que todas se hallaban con sus unifor-mes 
excepto yo? No fue, en definitiva, un gran comienzo. Aparentemente no fui la única 
que no adoptó una mueca de su parte, parecía ser que su mal genio se debía a su resultado 
en el concurso para cubrir el cargo de Profesor Sustituto de la Cátedra de Obstetricia para 
Parteras. Así lo expresó con disgusto durante la hora transcurrida:-Fue únicamente a causa 
de mi condición de mujer, según refirieron oyentes de los miembros de la mesa examinadora, que el 
jurado dio en este concurso de competencia por examen, un extraño y único fallo: no conceder la 
cátedra ni a mí ni a mi competidor, un distinguido colega.- Luego nos pidió que leyéramos los 
capítulos Uno y Dos del Volumen Uno de Obstetricia y allí concluyo la primera clase. 
Debo aceptar mi decepción en aquel momento, no era lo que me había imaginado, en 
absoluto. 
La segunda clase, el lunes siguiente, Grierson se presentó de mejor humor, probando 
que, la hipótesis de que el tiempo sana gran parte de los enojos, era verdadera. Esta vez 
comenzó con más optimismo y algún que otro recuerdo melancólico: -Creo que nací para ser 
maestra, recuerdo algunas escenas desde los dos años de edad, donde siempre en mis juegos era una 
maestra- había comentado con una sonrisa en el rostro- Sin embargo, un penoso episodio 
transformo mi deseo. Tenía una amiga, Amelia Kenig, distinguida compañera, de noble espíritu, 
cuyo organismo se hallaba minado por una lenta enfermedad. Creía que podría salvarla poseyendo 
los conocimientos necesarios, es decir, siendo médica ¡Vana ilusión! Murió algunos años después 
que obtuve el diploma anhelado.- Aquel hecho me había llegado al corazón y también
17 
comprendí porque Cecilia había sonreído cuando le dije mi nombre al principio de la 
clase. Esta mujer era realmente sabia, era extraordinaria la inmensidad de conocimientos 
que poseía, de igual forma exigente, a la tercera clase ya contábamos con más de la mitad 
de los conocimientos de la Catedra. 
En la cuarta clase compartió con nosotros sus experiencias vividas a principios de 
1886, cuando la ciudad de Buenos Aires fue azotada por la tercera epidemia de cólera del 
siglo y la Asistencia Pública requirió la colaboración de todos los estudiantes de medicina. 
En la Casa de Aislamiento Cecilia había trabajado como ayudante junto al Dr. Penna y el 
Dr. Estévez:-"Los días agotadores pasados en la casa de Aislamiento me hicieron concebir la idea de 
educar a enfermeras, puesto que no había quien respondiera a las necesidades de los enfermos.- dijo. 
Había resaltado también que el mejor medio de proporcionar alivio a los que sufren era 
colocar a su lado personas comprensivas, afables y capacitadas que puedan colaborar con 
el médico en la lucha por recobrar la salud. En la sexta clase Cecilia había fomentado su 
pensamiento sobre la posibilidad de que las mujeres pudiesen disponer de sus propias 
ganancias o formasen parte de sociedades civiles o mercantiles, lo que me parecía muy 
coherente. Admiraba la valentía que poseía para dialogar y discutir sobre lo que nadie se 
animaba a hablar. Yo había comentado al pasar sobre estos pensamientos en la cena y a mi 
padre no pareció agradarle mucho el hecho. Me había fulminado con la mirada y mi 
madre se había mostrado indiferente mientras se levantaba para dirigirse a su habitación. 
Era la última clase y todos nos descubríamos con cierta nostalgia, funcionábamos 
bien como grupo y finalmente, a pesar de haber iniciado con el pie incorrecto nos 
habíamos encariñado con la presencia de Grierson. Ya habíamos entregado nuestros 
trabajos finales y cada uno tomaba sus materiales para retirarse cuando Cecilia me llamo a 
su pupitre: ¿Hay algo mal en el reporte?- pregunte preocupada. –No- contesto ella sonriendo-es 
solo que quería decirte algo importante antes de que te retiraras. Amelia, eres buena como 
enfermera, pero, ¿Es eso lo que verdaderamente anhelas? Yo creo que tienes la valentía necesaria 
para lograr ser una médica, aunque no te prometeré que será un camino fácil, yo veo en ti, un reflejo 
de mí, yo misma sufrí la ridiculización y el aislamiento por ser la única mujer de la Facultad y hasta
18 
el día de hoy sigo pasando por esto, intenté inútilmente ingresar al Profesorado de la Facultad en la 
sección en la que podía enseñar pero ya sabes, para las mujeres esto es una batalla y yo creo que tú 
puedes vencerla. ¿Por qué no lo intentas?- Se me llenaron los ojos de lágrimas, solo logre decir 
gracias y retirarme. 
María Amelia del Valle. Es entonces cuando oigo mi nombre y eso me trae de vuelta al 
presente, a donde estoy ahora. Me aterro, mis piernas comienzan a temblar y no compren-do 
cómo estoy llegando al escenario. Es allí donde me encuentro con rostros conocidos, los 
cuales he visto repetidas ocasiones en los últimos meses. Allí está el director de la 
Universidad, varios de mis profesores y para mi sorpresa, la Doctora Grierson. No puede 
ser, pensé, ella se encontraba en Europa desde hace mucho tiempo participando de 
Congresos de Mujeres y desempeñando cursos de perfeccionamiento allí; froté mis ojos, 
talvez las largas noches de estudio estos últimos días estaban afectando mi vista. Pero no, 
Cecilia estaba allí verdaderamente y ahora extendía su brazo hacia mi entregándome mi 
diploma. Lo tome con mis manos temblorosas, lo tome con todas mis fuerzas, con 
desesperación, como si de eso dependiese mi vida. En parte así lo era, la medicina y todo 
lo que brotaba de ella era parte de mí, el hecho de sanar a los demás, el maravilloso acto de 
salvarle la vida a una persona era lo que llenaba mi espíritu. Cecilia me abraza con alegría 
y puedo notar el orgullo en su mirada, me habla el oído para que solo yo pueda oírla: 
“Amelia del Valle, enfermera y médica, nosotras, las mujeres, sí que podemos lograrlo 
todo”.
19 
Juan José Castelli (1764- 1812), abogado 
y político argentino. 
EL ORADOR DE MAYO 
Por Mora Antunez y Tomás Moirón 
Mi nombre es Pedro Castelli y vengo a contarles 
un poco de la vida de mi padre, Juan José Castelli. 
Él nació en Buenos Aires el 19 de julio de 1764. 
Fue el primero de los ocho hijos de mis abuelos Ángel 
Castelli Salomón y Josefa Villarino, a través de la cual 
estaba emparentado con Manuel Belgrano, de quien 
era primo. 
Se casó con mi madre María Rosa Lynch con 
quien tuvo seis hijos. 
Mi padre, un hombre culto y polifacético, entró 
en contacto con los patriotas revolucionarios y colaboró en el Semanario de Agricultura, en 
la Sociedad Patriótica y en la Real Sociedad Universal de la Argentina. Se lo reconocía 
como el “orador de mayo” por una fuerte participación en dicha revolución. Cuando llegó 
la noticia de la caída de la Junta de Sevilla en poder de los franceses, el grupo de mi padre 
y Belgrano dirigió el proceso que llevaría a la nombrada como “Revolución de Mayo”. Él y 
Saavedra eran los líderes más notorios de esos días, lo que hicieron en primer lugar fue 
descartar la idea de expulsar a Cisneros por la fuerza. 
Esa semana de Mayo testigos y protagonistas de esos días lo mencionaron en multi-tudes 
de distintos lugares y actividades, negociaron con los hombres del Cabildo en casa 
de los Rodríguez Peña participando de la planificación de los pasos a seguir por los 
criollos, en los cuarteles arengando a las milicias, visitaron el Fuerte para que su presencia 
sirviera como presión a Cisneros. El mismo Cisneros, al describir los acontecimientos al 
Consejo de Regencia, lo llamó “el principal interesado en la novedad”, es decir, en la 
revolución.
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Mi padre, insistía en todas sus reuniones con la idea de que, a falta de una autoridad 
legítima, la soberanía regresaba al pueblo y este debía gobernarse a sí mismo. Más 
adelante se impuso la idea de destituir al virrey, pero como Buenos Aires no tenía 
autoridad para decidir unilateralmente la nueva forma de gobierno, se elegiría a un 
gobierno provisorio, en tanto se solicitaban diputados a las demás ciudades para tomar la 
decisión definitiva. Sé que hubo diferencias sobre quién debía ejercer ese gobierno 
provisorio, algunos sostenían que debía hacerlo el cabildo, y otros que debía elegirse 
una junta de gobierno. La tensión crecía, el mal humor y la desconfianza enarbolaban la 
bandera del fracaso. Para unificar criterios en dichos momentos desesperantes, mi padre 
se plegó a la propuesta de Saavedra de formar una junta, pero con el añadido de que el 
síndico procurador del cabildo, Julián de Leiva, tuviese voto decisivo en su formación. 
Con esto buscaba sumar a los antiguos partidarios de Álzaga, como Mariano Mo-reno, 
Domingo Matheu y el propio Leiva. 
Sin embargo, el poder que recibió Leiva le permitió realizar una maniobra que mi 
padre no había previsto. Aunque se aprobó el cese de Cisneros como virrey, Leiva 
conformó una Junta con Cisneros como presidente. Los otros miembros habrían sido el 
cura Juan Nepomuceno Solá, el comerciante José Santos de Inchaurregui, del partido 
español, y Saavedra, junto con mi padre en representación de los criollos. El grueso de los 
criollos rechazó el proyecto, no aceptaban que Cisneros permaneciera en el poder aunque 
fuera bajo otro título; desconfiaban de las intenciones de Saavedra y estimaban que mi 
padre, solo en la junta, poco y nada podría lograr. Él y Saavedra renunciaron ese mismo 
día y la Junta organizada por Leiva no llegó a gobernar. 
Recuerdo que una noche los dirigentes criollos se reunieron en la casa de Rodríguez 
Peña y redactaron una lista de integrantes para una junta de gobierno que se presentó el 25 
de mayo, mientras que French, Beruti, Donado y Aparicio ocuparon con gente armada, la 
plaza y sus accesos. La lista agrupaba a representantes de las distintas extracciones de la 
política local. Lezica informó finalmente a Cisneros que había dejado de mandar. En su 
lugar asumió la Primera Junta, Saavedra.
21 
Mi padre y Moreno se habían vuelto grandes amigos ya que juntos encabezaron las 
posturas más radicales de la junta. 
Siempre contaba que la primera medida que tomaría en la junta seria expulsar a Cis-neros 
y a los oidores de la real audiencia diciéndoles que sus vidas corrían peligro, 
enviándolos de regreso a España. 
Esto fue un poco de su participación en la Revolución de Mayo, ahora solo me queda 
contarles un breve y triste fin de esta historia, o por lo menos yo lo escribo así. 
Lamentablemente, por la noche del 11 de octubre de 1812, en la parroquia de la Mer-ced, 
recibió todos los sacramentos, pidió papel y lápiz y escribió: “Si ves al futuro, dile que 
no venga”. Así, “el orador de la revolución” murió de cáncer de lengua en las primeras 
horas del 12 de octubre.
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LA PRIMERA FEMINISTA, REVOLUCIONARIA Y EDUCADORA DE LAS PROVIN-CIAS 
Juana Paula Manso (1819- 1875), 
escritora y activista del feminismo 
en la Argentina 
UNIDAS DEL RÍO DE LA PLATA. 
Por Martín Castro y Daniela Hammerschmidt 
Juana Manso falleció el 24 de Abril de 1875 y sus dos 
hijas Eulalia y Herminia, en 1885 (a diez años de su 
fallecimiento), quisieron rendirle homenaje a su madre 
organizando una reunión, en la casa de su hija mayor, 
Eulalia. Concurrieron familiares, discípulos, conocidos e 
incluso Sarmiento; quienes buscaron exaltar las virtudes 
maternas: amor a la educación y libertad de la mujer, que 
hasta esa época no se tenían en cuenta. 
Sus hijas en dicha reunión, decidieron narrar los he-chos 
más destacados de su madre. 
-Ella dedicó toda su vida a mejorar la educación.- Ex-preso 
Herminia, mientras servía té a los invitados. –creía 
que con una escuela limpia, alegre y luminosa, ayudaría a despertar el interés por 
aprender, a los niños. 
-Cuando se exilió a Brasil, luego de haber estado en Montevideo, dictó clases a fami-lias 
acomodadas, como la mía.- Explicó unos de los discípulos de Juana. 
-Cuando nos conocimos, fui quien la ayudó y apoyó, nombrándola directora de una 
escuela de niños y niñas.- expresó Sarmiento, mientras buscaba algunos papeles que había 
traído con él. 
-También le presentó a Domingo nuevos planes de estudio y la idea de crear jardines 
infantiles y bibliotecas populares, para así ayudar a los niños en su estudio.- Explicó 
Eulalia luego de sentarse en uno de los sillones libres. 
-Escribió libros, como “El compendio de la historia Argentina del Río de la Plata”, y 
tradujo obras de educación.
23 
-Dirigió los “Anales de la Educación Común”, que fue una publicación que había 
creado para fomentar la educación.- dijo Domingo estirando, unos ya doblados, recortes 
de diarios. 
- Creó un periódico, de poco éxito, “El Álbum de Señoritas”, donde expresó sus 
ideas de educación, igualdad de sexo, libertad religiosa y defensa de los pueblos origina-rios.- 
comentó la menos de las hermanas mientras mostraba algunas de las publicaciones. 
- Desde joven fue independiente y participaba de reuniones con escritores, donde 
exponía sus opiniones e ideas.- opinó unos de los familiares más cercanos a ella. 
-Cuando ya faltaban pocos días para que falleciera y aunque ya no tuviese fuerzas, 
nos leyó y escribió, en una ya vieja hoja que todavía guardamos, las palabras que quería 
que grabásemos en su lápida:”Aquí yace una argentina que, en medio de la noche de la 
indiferencia que envolvía a la Patria, prefirió ser enterrada entre extranjeros antes que 
profanar en santuario de su consciencia”. 
- Dos días antes de su muerte, el mismo día en que le pidieron que negara su fe, a lo 
cual ella rechazó, prefirió ser enterrada en el Cementerio Inglés, nos volvió a recordar 
aquellas palabras…, con una sonrisa se despidió involuntariamente de nosotras. 
Juana Manso, maestra por excelencia, la cual tuvo que luchar con enjundia para imponer sus 
ideas.
24 
LAS HAZAÑAS DE IGNACIO PIROVANO 
Ignacio Pirovano (1844- 1895), 
cirujano argentino. 
Por Constanza Ferraro y Fabricio Pastor 
Todas las tardes se desarrollaban con tranquilidad, 
el sol escondiéndose tras los árboles dejando sus últimos 
rayos sobre la terraza, los infaltables mates, las anécdotas 
y largas charlas; pero esta tarde, las cosas no fluyeron 
con normalidad. 
Había pasado unos veinte, veinticinco minutos in-tentando 
tranquilizarlo, rescatarlo de aquella situación. 
Alcanzó altas temperaturas de fiebre, tuvo alucinaciones, 
pasó largos períodos llorando, gritó hasta cansarse, reali-zó 
movimientos bruscos… estaba bajo un comportamien-to 
que, si mi memoria no falla, jamás había tenido, exceptuando la muerte de su madre, 
pero ese es mi único recuerdo de un estado semejante. Claro que tras haber compartido 
con él años de trabajo, estudio, además de observaciones y conocimiento acerca de cómo 
tratar este y muchísimos tipos de problemas respecto a la salud, y teniendo en cuenta toda 
su sabiduría que me compartía diariamente yo, era quien mejor que nadie, sabía tratar la 
situación manifestada. 
Mi cariño hacia su persona era inmenso, y por todos aquellos motivos y este, era que 
había aceptado este tan importante papel en su vida que llegaba a su fin con el paso de los 
días; ser quien cuidara a Ignacio Pirovano hasta que llegara su momento final. Lo cierto es 
que tras grandes épocas de trabajar juntos, yo sabía perfectamente la forma en la que 
hubiese reaccionado él frente a un hecho de este tipo, pero aún así, no comprendía qué 
podría llegar a estar pasando en su interior que le causase tal malestar. Y es que era 
exactamente en esos momentos en los que en mi mente transcurrían los pensamientos que 
justificaban todas mis preguntas, ya que fue uno de los médicos más prestigiosos de 
nuestro país, y al haber tenido que retirarse tras el cáncer que lo atormentaba día a día, y el
25 
cual ya había debilitado toda esperanza posible por recuperarse, no me quedaban dudas 
acerca de su actitud, y su visión negativa ante la situación que estaba viviendo. 
Lo entendía, respetaba e intentaba de ayudar como pudiese. Realmente, quien quiera 
que lo piense, es irónico cómo un médico de su clase, que dedicó todos y cada uno de sus 
días buscando un avance, un progreso, un nuevo descubrimiento para la ciencia, una 
ayuda hacia los demás, una nueva cura, una persona que no pasó ni un momento sin 
encabezar un nuevo estudio, que contó con el apoyo de su familia, quien consiguió 
innumerables premios y distinciones, el que tuvo el apoyo del gobierno para poder 
realizar avances y estudios en otros países, en fin e intentando de resumirles una pequeñí-sima 
porción de todo lo que logró Ignacio, alguien que se dedicó exclusivamente a lo que 
amara, se encontrara luchando por el resto de su vida, con el peor final anunciado posible 
para un médico; morir por una enfermedad terminal, incurable, irreversible. Al fin y al 
cabo, logre tranquilizarlo, como acostumbraba a hacer, recordándole todo lo que le había 
dejado a este mundo y todos los logros que había conseguido. 
Sentía ir y venir las palabras y pensamientos que fluían por mí, como en microse-gundos, 
hasta que, de repente, fueron interrumpidos por un extraño y fuerte ruido. 
Inmediatamente, salí disparado del comedor, subí la escalera lo más rápido que pude y 
abrí la puerta de la habitación principal, su habitación. Mi instinto me decía que se había 
roto algún objeto, o caído alguna vasija, y que mi compañero continuaría durmiendo con 
tranquilidad. Fallé. Al ingresar a la habitación, me encontré con una situación que 
realmente me paralizó; se había caído de la cama, estaba llorando desconsoladamente, 
recuerdo ese momento como uno de los más tristes que viví. Sinceramente, pensé que no 
había marcha atrás. Lo tomé entre mis brazos, lo acomodé nuevamente en su cama, e inicié 
otra de nuestras largas conversaciones, esta vez le pregunté qué le estaba ocurriendo con 
sus comportamientos, a lo que me respondió: 
“¿Cómo? ¿Cómo me voy a sentir? Si pasé cada día de mi vida entregándolo todo por 
mi meta, mi sueño, mi carrera. Llegué al país en busca de trabajo, y traigo conmigo 
muchísimo más que eso. Lo que estoy pasando es de lo más complicado que he pasado, 
luego de entregarlo todo, e incluso habiendo alcanzado muchos de mis sueños, tener que
26 
renunciar a ellos por una enfermedad de la cual no puedo hacer nada al respecto, me mata 
más que ella en sí. Siento una gran presión por salir adelante, lo necesito. Es una gran 
responsabilidad para mí poder seguir logrando beneficios en las personas, curándolas, 
salvándolas, o mínimamente apoyándolas. Que tanto mi padre como mi abuelo hayan 
sido médicos aumenta este deseo aún más, me da más auto exigencia, pero todo es inútil, 
nada puedo hacer ya. Hice todo lo que tuve a mi alcance a lo largo de toda mi vida, desde 
trabajar como farmacéutico, hasta llegar a ser practicante del Doctor Francisco Muñiz en la 
Guerra del Paraguay en 1865, incluso durante las epidemias de cólera y fiebre amarilla. 
Lo que más marcó mi vida fue mi logro de perfeccionar la utilización de la 
asepsia en la cirugía argentina y realizar la primera laparotomía del país, y haber educado 
y formado como personas a un gran número de gente, lo que me valió el título de ser el 
“Padre de la Cirugía Argentina”. Cada vez que cuento esto se me llena de orgullo el alma. 
Mi mayor agradecimiento, además de a mi familia y personas cercanas, se lo 
debo a las instituciones que me enseñaron y formaron, a el Colegio Nacional de Buenos 
Aires, y a la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires, en donde 
realicé mis estudios. 
Me especialicé en cirugías de cabeza, cuello y extremidades, pero mi trabajo 
no solo trascendió en quirófanos, sino en mi vida en sí. 
No tengo nada que reprochar en tanto a mi estilo de vida, mis logros, mi desa-rrollo. 
Considero haber tenido una vida muy exitosa y ejemplar, claro que antes que se 
haya manifestado mi cáncer. Conté con todo el sostén posible de muchísimas personas, 
hasta del Estado, que me garantizó becas y permisos para realizar estudios en Europa, 
donde también logré avances…” 
No dejaba de pensar por qué me estaba contando fragmentos de su vida sin parar, ya 
estaba comenzando a creer que había perdido la razón, especialmente porque yo ya sabía 
absolutamente toda su vida, y no lograba comprender lo que estaba ocurriendo. Y sí…no 
lo pude evitar, me emocioné, un lagrimón recorrió mi mejilla sin disimulación. Para 
procurar aclarar mis dudas, inquieto le pregunté si se sentía bien, por qué estaba tan
27 
emocionado, hasta le coloqué mi palma en la frente para asegurarme que no tuviera fiebre. 
Lamentablemente, las historias felices no siempre tienen un final feliz, y esta resultó ser 
una de ellas. 
Volteó su mirada hacia mí, era un nuevo recuerdo, estaba perdido en otro tiempo. 
Sus pupilas cambiaron de rumbo y se perdieron en mi mirada. De repente cayó en mis 
brazos. Lo perdí debajo de una lágrima. 
LAS AVENTURAS DE ALICIA MOREAU DE JUSTO 
Por Carolina Rodríguez y Matías Pacheco 
Alicia Moreau de Justo (1885 Londres- 1986), 
médica y política argentina. 
Era una fría mañana de invierno en Buenos 
Aires. En una pequeña casa pero cálida, vivía 
Alicia y sus tres hijos, Juan, Luis y Alicia; con 
María y Jorge, ambos nietos de su única hija. 
Hacía muchos años ya que Juan Bautista 
Justo, su esposo, había fallecido, así que los úni-cos 
hombres de la casa trabajaban desde muy 
temprano hasta el anochecer, todos los días, ex-ceptuando 
los domingos. 
Ali, su hija menor, se encargaba de cuidar a su madre, limpiar la casa. Se levantaba 
bien temprano para preparar el desayuno. Aunque para ese entonces ya la mayoría sus 
vecinos ocupaban las modernas cafeteras de la época, Juan prefería no gastar sus pocos 
ingresos en bobos electrodomésticos; por lo que Ali ponía el café molido en la media, la 
colocaba en una hermosa jarra de porcelana, heredada de su madre, y la colaba con agua 
caliente. Y sobre la mesa, junto al café, un gran paquete de galletitas Chocolinas, las 
preferidas de los hombres de la casa. 
Cuando Juan y Luis se marchaban, Alicia preparaba en una mesita plegable, un ter-mo 
de agua caliente, una bombilla y un mate, que cebaba con la mejor de las yerba
28 
comprada por sus hermanos; dos tarritos de azúcar y un gran platón con bizcochitos de 
grasa, completaban la mesita que subía, rutinariamente, al cuarto de su madre. 
Pasaban horas hablando de varias cosas sin sentido y tomando mate. Era algo que 
ambas tenían en común y les encantaba. 
Un día, María, buscando una pelota para jugar con su hermano encontró una caja en 
el sótano de la casa con varias revistas del nombre Socialista Internacional. Donde Alicia, 
su abuela, había publicado artículos sobre educación y política. También había un título en 
medicina y muchos diarios con el titulo de: “El voto femenino ya es legal” en los cuales 
aparecía el nombre de su abuela y ella no entendía por qué. Así que muy intrigada se 
levantó del suelo, limpió sus pantalones llenos de polvo, y, rápidamente tomó la caja. Bajó 
por las escaleras, y corriendo hacia el cuarto de Alicia, entró sin pensarlo, sin previo aviso. 
Alcanzándole a su abuela la vieja caja, muy curiosa, preguntó sobre las revistas que había 
dentro. Y fue cuando notó que una sonrisa más emocional de lo normal, se reflejaba en su 
rostro. 
Alicia, con una mirada orgullosa, la incentivó a sentarse a un costado de la cama. 
Con los ojos iluminados, sacó las cosas de la caja y empezó a contarle un sin fin de 
historias… 
“En el año 1890 con mi familia nos mudamos de Londres y partimos hacia argentina. 
Con tan solo once años, participé en el primer congreso internacional del libre pensamien-to 
con un trabajo sobre “educación y revolución”. Obviamente era un caso especial, pero 
mi padre quien inició un negocio en una biblioteca, me daba acceso a los libros que 
quisiera, era una oportunidad única, por lo que me pasaba mi tiempo leyendo y apren-diendo. 
Ingresé a la Facultad de Medicina, siguiendo el ejemplo de Cecilia Grierson la prime-ra 
médica argentina. 
Publiqué varios artículos sobre educación y política en la Revista Socialista Interna-cional, 
como habrás visto.
29 
Obtuve el título de médica graduándome con honor con mi famosa tesis: "La función 
endócrina del ovario". A pesar de que no fue uno de mis mayores logros, fue una meta 
más que pude cumplir, y algo de lo que estoy muy orgullosa. 
Me desempeñé como ginecóloga y profesora de la Universidad Nacional de La Plata. 
Luego, me convertí en cofundadora de la Unión Feminista Nacional que tenía como idea 
organizar a las mujeres para obtener la igualdad de derechos que los hombres. Cree el 
Comité Femenino de Higiene Social, con el fin de combatir la trata de blancas. Este 
progreso me hizo muy feliz, era un logro más, cada vez más cerca de mis expectativas. 
Me casé con tu abuelo en el año 1921, Juan Bautista Justo, todo un hombre. Aunque 
no llegaste a conocerlo puedo asegurarte que era un gran hombre y hubiera sido también, 
un gran abuelo, contento de compartir recuerdos con su hermosa nieta.” 
Sonriendo muy contenta, acarició la delicada y bella cabellera de su nieta, quien ha-bía 
enrojecido de felicidad con apenas unos cariños de su abuela. 
María con una cara de intriga tratando de imaginar a su difunto abuelo, se atrevió a 
preguntar cuántos años habían estado casados. 
Alicia cerró los ojos, como si la nostalgia la perdiera en la realidad e hiciera que olvidara la 
pregunta de su nieta pero al cabo de unos segundos contestó:- Fueron tan solo siete cortos 
años, pero los mejores de mi vida y aunque esa felicidad haya sido corta, me ha dejado al 
cuidado de tres hermosos ángeles. 
Se quedó pensando con la mirada perdida y agregó: 
“Comencé un proyecto, que fue presentado por el socialista Mario Bravo, en la Cá-mara 
de Diputados para establecer el sufragio femenino, pero fue rechazado por la amplia 
mayoría de los conservadores. 
En mi lucha pacífica, viajé a París, en representación de Argentina, a las Primeras 
Conferencias Internacionales de Mujeres por la Paz. Ese mismo año se aprobó la Ley que 
permitía el voto femenino. Al fin, había logrado mi principal objetivo y mis ideales como 
cofundadora del Unión Feminista Nacional.” 
“Y esa fue una breve historia sobre mi larga vida”, comentó Alicia.
30 
María quien con dificultad había logrado entender toda su historia, había quedado 
maravillada y orgullosa de tener a una abuela tan intelectual e importante para la historia 
y la sociedad igualitaria, de la que ahora disfrutaba y nada más y nada menos, gracias a 
ella. 
En un día caluroso, exactamente el 12 de mayo de 1986, Alicia dio su último suspiro 
y sus palabras finales dirigidas sus amados nietos. Ellos no supieron qué pasaba en el 
momento, pero al ver su rostro de satisfacción y su reposo en la cama, donde no salía 
desde hace meses, sonrieron agradecidos y orgullosos de su abuela. Así, dejando la mesita 
plegable al lado de su lecho, con el típico desayuno, se retiraron de la habitación esperan-do 
volver a verla al despertar de una siesta de la cual, aunque no supieron en ese entonces, 
jamás despertaría. 
Años más tarde, la ciudad de Buenos Aires la homenajeó dando su nombre a una de 
las avenidas más importantes de Puerto Madero y otorgándole el título de Ciudadana 
ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. 
La Fundación Alicia Moreau de Justo estableció el premio Alicia Moreau de Justo 
para la Mujer del Año, que se ha transformado en uno de los más prestigiosos del país. 
En la actualidad, múltiples organizaciones, entidades, escuelas y hospitales llevan su 
nombre. 
Moreau es consideraba como una «luchadora incansable» por los derechos de las 
mujeres. 
En un reportaje a la revista Gente en mayo de 1974, el entrevistador le preguntó:- 
¿Qué le gustaría que le escribieran algún día como epitafio?, a lo que Moreau respondió: 
«Aquí yace una gran luchadora contra molinos de viento».
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Aimé Painé (1943-1987), cantante 
mapuche-argentina 
AIMÉ PAINÉ: SU MÚSICA, SU ARMA 
Por Maite Alvarez y Erik Klausch 
En una región de la provincia de Río Negro, se daba 
origen a una antigua tribu mapuche, donde vivía Aiwé, 
quien se destacaba por sus artesanías, viuda y madre de dos 
niños, tejía recostada sobre una pila de paja. 
Su día se desarrollaba con normalidad, sus hijos co-rrían 
de un lado a otro, junto a los demás pequeños de la 
tribu y los hombres se distribuían cada uno en sus tareas. 
No esperaba que nada la sorprendiera aquella tarde, 
pero cerca del atardecer recibió una visita inesperada. 
Aimé Painé, su prima, regresaba de Bueno Aires. 
Aiwé permaneció en silencio unos cuantos segundos. 
Inmediatamente la hizo pasar a su choza. No sabía qué 
decir, su curiosidad la abrumaba, quería saber todo sobre la vida de su prima en Buenos 
Aires, pero también deseaba conocer el motivo de su visita. 
-¡Siéntate prima querida! - Exclamó Aiwé todavía asombrada - ¿Cómo has estado 
todo este tiempo? A esta antigua tribu han llegado muchos rumores sobre tus andanzas, 
me alegra que estés aquí y espero que me cuente todo, ya que, si te acuerdas, no pude 
hablar mucho contigo la primera vez que viniste, debido a que tuve que asistir al funeral 
de mi marido.. 
Aimé se acomodó en un viejo banco y comenzó su relato: 
-Tú sabes, luego de ser adoptada, a los tres años, mi vida cambió su rumbo y fui 
criada en Buenos Aires, en la ciudad de Mar del Plata. 
Aquella era una pequeña ciudad, atestada sus calles de, si mal no recuerdo, Fords 
modelo T, los autos más populares en ese entonces, ¡Hasta mi padre tenía uno!. En los días 
libres, los adultos se reunían en Riñas de Gallos, donde realizaban apuestas. Mi padre
32 
siempre asistía a esos eventos. Por otro lado, mi madre y yo concurríamos a diario al 
Almacén Lafranconi, que era muy popular en aquella época. Pero esta ciudad cambiaba 
considerablemente cuando era Enero o Febrero; se podía ver muchas personas caminado 
sobre la nueva rambla con sus sombrillas japonesas y visitando el Hotel Bristol en donde 
se brindaban conciertos a los turistas que visitaban esta ciudad. 
En un momento Aiwé interrumpe y pregunta con un tono de intriga: 
-Pero… ¿Qué es Rambla y dónde queda el Hotel Bristol? 
Aimé respondió esbozando una pequeña sonrisa: 
-Bien, la rambla es un paseo donde hay comercios de ropa, lugares para comer y 
también para tomar algo, un lindo paseo para disfrutar y, retomando la pregunta del 
Hotel Bristol, es un hotel muy famoso que queda muy cerca de la playa, pero antes de 
llegar a ella uno tiene que atravesar una gran avenida. 
Aiwé la interrumpe nuevamente y, por un tema que la aqueja, pregunta: 
-¿Cómo era tu relación con tus padres y amigos? .Porque he sabido que la gente de 
afuera nos margina 
Por lo que Aimé responde: 
Con mi familia éramos unidos y pasábamos buenos momentos, pero a medida que 
crecía, en el colegio todo cambiaba. 
Mis compañeros me aislaban por ser aborigen, de lo cual yo estaba orgullosa, pero 
para una niña tan pequeña recibir ese maltrato era agobiante. Por mucho tiempo me sentí 
ahogada en mí misma, hasta que recibí la ayuda de Sor María y descubrí que mi refugio se 
encontraba en la música, más específicamente en los cantos gregorianos. 
Cuando terminé mis estudios, a los 29 años, viajé a la capital de Buenos Aires, en 
donde formé parte del Coro Polifónico. Pensé que aquella, sería la mejor etapa de mi vida, 
ya que mi sueño siempre había sido poder dedicarme a la música. 
Sin embargo, no fue así, Los demás integrantes del coro, me despreciaban por mis 
raíces mapuches, pero ello nunca me afectó, me daba fuerzas y me alentaba a querer saber 
más sobre mi familia biológica.
33 
Fue entonces cuando emprendí mi primer viaje a estas tierras ¿recuerdas?. Ese año 
supe que mi abuelo, perdón, nuestro abuelo, era el gran Cacique Lonco Painé. También te 
conocí a tí, a tu maravillosa familia y me sentí orgullosa de ser una más de ustedes. Todos 
los días agradezco su aceptación y su disposición a enseñarme sus costumbres. Luego de 
esto, cambié mi nombre de Olga a Aimé. Quería llevar siempre conmigo algo que me 
identificara como lo que verdaderamente era, una integrante de la tribu mapuche. 
Lamentablemente ,tuve que regresar a Buenos Aires, en tiempos difíciles para el 
país.. 
-¡Cierto! - Interrumpe Aiwé con el ceño fruncido - Fue la época de la dictadura mili-tar, 
en el año 1970 si mal no recuerdo. Tiempos complicados para nuestra tribu...Tú sabes 
las injusticias que vivimos… 
-Claro que lo sé Aiwé, por eso mismo me enfrenté a ellos con mi música, no podía 
quedarme de brazos cruzados sabiendo que nos quitaban nuestras tierras y faltaban el 
respeto a nuestras culturas. - Añadió Aimé. 
Un profundo silencio ahogó aquel cuarto, justo cuando entraron Newén y Suyay, los 
hijos de Aiwé, que peleaban por quien había ganado en el Awarken, un antiguo juego 
mapuche. 
-¡Niños, basta ya! ¿No ven que hay visitas? -Exclamo Aiwé enojada. 
Los niños se disculparon y salieron rápidamente. 
-Discúlpalos - Aiwé vuelve la vista a Aimé - aún son pequeños... 
-No te disculpes, son adorables - se reincorpora Aimé - ¿En qué estábamos? 
-No lo recuerdo. Cuéntame sobre tus viajes -Dijo Aiwé emocionada. 
-En el año 1987,si mi memoria no falla, emprendí un gran viaje a Europa, allí visité 
las ciudades de Ginebra en Suiza y Londres, para debatir sobre las poblaciones indígenas. 
Fue una gran experiencia ya que nunca había salido del país. -Cuenta Aimé 
-Qué increíble que puedas representarnos por todo el mundo de esta forma, es un 
verdadero orgullo para todos nosotros -Interrumpe Aiwé -y dime ¿qué te trae hoy por 
estos rumbos?
34 
-Además de que extrañaba estas tierras, vine a contarte que fui convocada para hacer 
un programa en Paraguay -Explica Aimé - y no me han dicho por cuánto tiempo debo 
quedarme. No quería irme sin despedirme de ti. 
A los 44 años, Aimé Painé muere grabando un programa en Asunción, Paraguay, 
debido a una hemorragia cerebral. 
Cuando su prima Aiwé, recibe esta dolorosa noticia, pide que sea sepultada junto a la 
tumba de su padre, Don Segundo Painé. En los últimos tiempos, los mapuches continúan 
su lucha por el reconocimiento de sus legítimos derechos sobre su territorio, por la 
protección de sus costumbres tradicionales y por la recuperación de su identidad como 
pueblo indígena.
35 
3°año INSC 
Algo Habrán Hecho- 1° ed. Buenos Aires, INSC, 2014. 
ISBN XXX-WWW-BBB-ZZZ-AAA 
1. Antología literaria 
2014, INSC Ediciones SA 
Edición al cuidado de Solange Bartos y Patricia Golan 
Diseño de Tapa: Solange Bartos 
ISBN: XXX-WWW-BBB-ZZZ-AAA 
Impreso en Impresiones INSC// Roque Pérez, Coghlan 
en el mes de noviembre de 2014. 
Hecho el depósito que marca la ley 00.000 
Impreso en Argentina

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Algo habrán hecho...

  • 1. 3° AÑO INSC Algo Habrán Hecho…
  • 2. 1 ÍNDICE Presentación 2 El pintor de los puertos 3 Elvira Rawson 6 Sábato, la gran estrella escritora 9 Ellas pueden lograrlo todo 14 El orador de Mayo 19 La primera feminista, revolucionaria y educadora de las Provincias Unidas del Río de La Plata 22 Las hazañas de Ignacio Pirovano 24 Las aventuras de Alicia Moreau de Justo 27 Aimé Painé: su música, su arma 31
  • 3. 2 PRESENTACIÓN Siempre nos preguntamos: - ¿Qué sentido tiene aprender esto o aquello? Frente a este interrogante existencial: HISTORIA Y LENGUA se propusieron trabajar en un proyecto en común. Para ello los chicos de 3º año: Seleccionaron personajes que formaron parte de nuestra historia nacional y de su cultura, pero que generalmente no aparecen en los libros de historia. Investigaron sobre sus vidas personales, su contex-to histórico, trabajos, logros, valores, etc. Leyeron diferentes tipos de Biografías, realistas o ficcionales, rea-lizadas por autores conocidos. Reconocieron la diferencia entre Biografía, Retrato, Anécdota. En base a lo aprendido, escribieron nuevas biogra-fías de esos personajes que hacen al acervo cultural. Utilizaron las nuevas tecnologías realizando videos o Powerpoint para reflejar el espíritu de los mismos. Armaron un libro virtual para que puedan disfrutar desde sus casas o compar-tiendo un cafecito… buena lectura! Las Profes
  • 4. 3 Benito Quinquela Martín (1890- 1977), pintor argentino. EL PINTOR DE LOS PUERTOS Por Franco Janczewski y Marcos Questa Estaba caminando por el puerto, lugar donde paso la mayor parte de los días de mi vida ya que este es mi lugar de trabajo, cuando de repente vi a lo lejos algo que me llamó la atención. Era un hombre que se encontraba pintando. Luego de verlo por primera vez se me hizo imposible seguir trabajando sin darme vuelta para ver si el pintor seguía estando detrás de mí. Cuando tuve la oportunidad de descansar, me acerqué lentamente para intentar ver quién era este personaje. Mientras acortaba la distancia me di cuenta de quien se trataba. ¡Era Benito Quinquela Martin! Tome coraje y fui a hablarle. -¿Qui… Quinquela?- Pregunté con los nervios a flor de piel. -El mismo ¿y usted?- Me preguntó el mismísimo Benito Quinquela. -Mi nombre es Giovanni, soy un gran admirador de su obra- Agregué. -Me es magnífico encontrar alguien que aprecie mi obra- Me contestó con una sonri-sa de oreja a oreja. Entre mis nervios y mi timidez comenzamos a hablar y me tomé el atrevimiento de preguntarle cuándo comenzó a pintar, y por qué había elegido los puertos como paisaje para sus cuadros. Benito me contó que comenzó a pintar cuando era chico con carbón inspirado por las escenas de los puertos, y que a los 14 comenzó a asistir a la escuela nocturna de pintura en la Sociedad Unión de la Boca, donde conoció a su amigo Juan de Dios Filiberto. Mientras estudiaba, luego de trabajar, visitaba frecuentemente la biblioteca,
  • 5. 4 para cubrir su falta de educación. De todos los libros que leyó le llamó la atención fue “El arte del escritor” de Agusto Rodin, que decía que el arte debía ser sencillo y natural para el artista, y tomó una frase que decía: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”, por eso eligió pintar a su barrio, La Boca. Su respuesta fue increíble, una sonrisa dibujada en su rostro demostraba su amor y cariño por el barrio de La Boca; también demostró públicamente su cariño con sus importantes donaciones para el vecindario, como la escuela en Pedro de Mendoza, el Jardín de Infantes número 6, el Lactario Municipal Nº4, la Escuela de Artes Gráficas y el Instituto Odontológico Infantil. Le comenté cuánto me habían gustado sus primeras obras presentadas en el Salón Nacional de las Artes, y que a partir de ese momento comencé a admirar su obra. Benito me preguntó si tenía tiempo para escuchar una anécdota sobre esa exposición. Esto me produjo una alegría enorme y obviamente le dije que sí. Me comentó que luego de enviar varias de sus obras durante mucho tiempo, el jurado del Salón Nacional de las Artes, principal galería de la ciudad, aceptó una de las dos obras que había enviado. Esto enojó mucho tanto a Benito Quinquela como su amigo Filiberto. Tanto que este último le propuso que se presentaran armados con cuchillos para robar lambas pinturas y llevarlas al Salón de los Recusados, galería dedicada a los artistas que no estaban admitidos en el Salón Nacional. Él aceptó, pero al llegar al Salón se encontraron con que las obras de Benito ya habían sido expuestas, ya que su amigo Eduardo Talladrid les había ganado de mano y había convencido a sus influencias de presentar las dos obras. Su relato me había atrapado a tal punto que olvidé que faltaba poco para que mi descanso terminara. Mientras me contaba su anécdota sobre el Salón Nacional de las Artes recordé que una noche mientras caminaba por las calles del barrio me pareció verlo vestido con un traje extraño, como el de un capitán de un barco, invitando a entrar, a lo que supuse que era su casa, a un gran grupo de personas. Esperé a que terminara para preguntarle si había sido él y cuál era el motivo de esa reunión. A lo que él contestó: -Muchos de mis amigos artistas se juntaban en el Café Tortoni y cuando regresé de Paris me uní a ellos. Decidí fundar la Peña del Tortoni y el dueño del café nos ofreció el
  • 6. 5 sótano de su negocio para nuestras reuniones. La finalidad de La Peña era fomentar la protección de las artes. Las peñas se realizaron por casi dos décadas hasta que el dueño del café decidió clausurar el sótano donde estas se hacían. Tiempo después de esto mis amigos me ofrecieron organizar reuniones en mi taller. En una oportunidad mi amigo Lucio Rodríguez me regaló un tornillo atado con un cordón. Ya que él consideraba que los locos debíamos ser merecedores de honores y agasajos. Gracias a esto se me ocurrió fundar la “La Orden del Tornillo”. Donde los locos, aquellas personas cultoras de la verdad, del bien, y de la belleza de espíritu, son agasajados y homenajeados.- Cuando termino de contarme la anécdota se oyó un grito que llamaba a todos los trabajadores para retomar la jornada. -Veo que tiene que continuar con su deber- Me dijo Benito. -Muchas gracias por este tiempo y por las historias- Agregué. -Gracias a usted por escucharme, son pocos los que quieren escuchar a un anciano- Me contestó y me dio la mano cordialmente. Le di la mano y asentí con la cabeza agradeciendo nuevamente por el rato del que tuve la suerte de disfrutar. Todavía recuerdo la energía que me transmitió. Me di media vuelta y con una sonrisa volví a trabajar.
  • 7. 6 Elvira Rawson de Dellepiane (1867- 1954), segunda médica en recibirse en la Argentina ELVIRA RAWSON Por Florencia Chacón y Manuel Müller. Primero viene la ignorancia, esa de la que nadie tiene la culpa, pero todos son responsables. De esta sale la injusticia, siempre acompañada de los injustos. Por cada injusticia hay una víctima, los cuales mueren cada día. Algún día las víctimas igualarán a los injustos y entonces vendrá la guerra. ¿Fue la ignorancia lo que hizo que sus padres la des-conocieron al enterarse que se inscribiría en la facultad de medicina? ¿O acaso fue su “amor”? Su enojo no le dejaba distinguirlo. El ruido atropellaba los pensamientos de Elvira Raw-son. Mientras estudiaba, trataba de mantener su mente clara, sin embargo, últimamente no podía conseguirlo, por alguna razón esta se trasladaba a la Revolución del Parque. Imaginó por un momento los cuerpos sangrientos de civiles y militares; sus boinas blancas caídas en el suelo manchadas de sangre, estallidos de mosquete saturando el aire… La imagen se tornó muy dura. Las directivas de sus superiores eran simples; no podía atender a ningún herido en el Hospital Rivadavia. No la estaba pasando bien. No le importaba que sus padres le cortaran los víveres al enterarse de que se había inscripto en la facultad de medicina. Tampoco le importaban las miradas torcidas y las malas maneras. Incluso no le importaba la risa del decano al admitir su inscripción. “Otra Grierson…” le dijeron. Pero lo que no podía dejar pasar, lo que no podía llevar en su conciencia, eran inocentes muriendo, y eso era lo que estaba pasando, había civiles peleando. Era de mañana. No podían ser más de las diez. Elvira estaba cambiándole las sábanas a una mujer que acababa de tener un hijo. Un niño sano, por suerte, pensó mientras se
  • 8. 7 llevaba la vasija con agua. También la mujer sobrevivió. Se nota que hoy es un buen día para estar vivo. Esas palabras retumbaron en su cabeza. “Estar vivo”. Había quien decía que la revolución estaba en las calles, buscando quien la dirija. Tal vez de manera ingenua, ella esperaba que no hubiera guerra. Y sus pensamientos volvían a los ojos del recién nacido. Entonces, un salto a la realidad. Un estallido de voces, un manojo de gritos pela-dos…. Entre los “Muerte a Cellman”, Elvira encontró su misión. La frase parecía llegada del cielo, pidiendo que alguien interviniera. “Tomaron el Parque de Artillería”. El tiempo se detuvo, el sonido cesó, el reloj murió. Estos fenómenos escaparon de la atención de Elvira, puesto que ella estaba corriendo hacia la puerta. En el camino encontró a un hombre entrado en años, de bata blanca al igual que su poco pelo. — ¿A dónde Rawson? –le preguntó con impertinencia. — ¡Al Parque de Artillería! Esa gente se muere. —Por eso es que usted se queda, para atender a los heridos del gobierno. ¿Se cree acaso la dueña, que sale y entra cuando quiere? Que novedad, una mujer que se va a pasear. No se preocupe, que yo me quedo cerca de la puerta, me fijo que no pase nadie que no merezca ser atendido. Sentir la hiel subir del estómago, dejando un amargo sabor en la garganta, en su ca-mino hacia la cabeza, era algo a lo que Elvira estaba acostumbrada. Lo miró muy fijo, como queriendo encontrar una salida a su problema. Entonces, un milagro. Muy distraída y corriendo como corrió, olvidó dejar las sábanas del parto en la lavandería. Esbozó una sonrisa pícara, casi macabra, justo antes de tirar las sábanas inmundas sobre ese imponen-te hombre, dejando nada más que un alto y mugroso fantasma. Entre que el hombre peleaba con la pegajosidad de la tela, Elvira pasó por su lado hacia la puerta. Se hubiera ido, pero no resistió la tentación. Se dio media vuelta en los escalones de que iban a la calle, y encarando el hospital gritó con todas sus fuerzas: “¡Los hospitales son del pueblo, no del gobierno!”. Como su corazón era más fuerte que su cabeza, desobedeció las órdenes arriesgando su propia vida, y aunque adhería a la Unión Cívica Radical, ayudó a ambos bandos.
  • 9. 8 Dos años después, se transformó en la segunda mujer en graduarse de la facultad. En el futuro guardaría su título junto al reloj de oro que el Sr. Alem le había dado por su ayuda en el Parque de Artillería. Al poco tiempo, su tesis “Apuntes sobre la higiene de la mujer” le otorgaría su docto-rado. Este trabajo marcaría un comienzo en lo que sería una larga carrera dedicada a la mujer. En esta se puede destacar el año 1907 en el cual fundó el Centro Feminista, cuyos propósitos eran propender a la emancipación intelectual, moral y material de la mujer cualesquiera sean sus condiciones sociales; sería una falta de respeto olvidarse de la Liga Feminista Nacional de la República y del Primer Centro Feminista del Libre Pensamiento. Cinco años más tarde, de modo paralelo a sus numerosas luchas y actividades, en-contró el tiempo para casarse con Manuel Dellepiane Sasso con quien tuvo siete hijos. Esto apoyaba su postura contra el casamiento precoz y los daños fisiológicos que causaba en las mujeres inmaduras, ya que se casó a los treinta y tres años. En el mismo año milito en la Unión Cívica Radical Yrigoyenista, aunque sólo contó de ella de modo episódico e inorgánico. En 1912 el Sufragio Universal Masculino en la Ley Sáenz Peña no pasó desapercibido por ella, debido a que siete años después fundó la Asociación Pro Derechos de la Mujer, la cual llegó a tener once mil afiliados. Entre los innumerables congresos de los cuales participó, estalló la guerra civil espa-ñola, esto la llevó a ser impulsora de una importante cantidad de actividades solidarias para con España. Durante una época repleta de presidentes de facto y ya entrada en años, no descansó hasta que en un gobierno constitucional vio concretada su pelea por el voto femenino en 1951. Después de una vida plena viendo crecer a sus hijos y luchando por las mujeres, fa-lleció a los ochenta y siete años en Buenos Aires.
  • 10. 9 SÁBATO, LA GRAN ESTRELLA ESCRITORA Buenos Aires, 31 de diciembre del 2010 Señor Héctor Rodríguez Entrevistador de Clarín Asunto: Entrevista Nos comunicamos con usted con el fin de ofrecerle la oportunidad de entrevistar a un famoso escritor de nuestro país, Ernesto Sábato, celebrando así sus casi 100 años. Esperamos contar con una buena crítica y desde ya Ud. tendrá un merecido recono-cimiento. El domicilio es: Langeri 3135 en Santos lugares, Provincia de Buenos Aires. Al llegar al lugar lo atenderá su secretaria, Raquel. Deberá presentarse el día 26 de enero del 2011 en el horario de las 15:00 hs. Esperamos su grata concurrencia. Saludos cordiales, Roberto Alaya, Representante de la revista Clarín. Ernesto Sábato (1911-2011), escritor argentino Por Ian Álvarez y Juan Manuel Tomaselli Estaba tranquilo en mi sala de estar leyendo, como de costumbre, has ta que un ruido molesto perturbó mi lectura. Era el timbre de mi casa el cual estaba averiado y debía arreglarlo. Coloqué el señalador, me levanté del sillón, ca-miné hacia la puerta, miré por la perilla y observé a mi ve-cina vestida formalmente para irse al trabajo con cara de enojo. Le abrí la puerta y me dijo: -¡Basta, basta!, no se lo digo más o arregla ese timbre o vas a tener que vivir a golpe de palmas Reaccioné de forma indiferente-bueno, luego lo arreglo. De repente, se acerca a mí y estira su brazo derecho en el cual sostenía un sobre de mi actual trabajo, Clarín. Un silencio incómodo nos molestaba, hasta que cerré la puerta de un portazo. Tranquilo me senté en una silla en la mesa del comedor y la abrí:
  • 11. 10 Al terminar de leer la carta la solté y salté de la alegría ya que era un gran seguidor de él. Tomé papel y lápiz y rápidamente les respondí de forma afirmativa. Preparé los materiales para realizar la entrevista y su libro más famoso “El túnel” para que lo autografiara. Llegó el día de la entrevista, fui a la estación Retiro y tomé la línea San Martin con rumbo a Santos Lugares. Bajé del tren y me dirigí hacia su hogar. Cuando llegué a la dirección lo único que veía era una gran cantidad de vegetación y apenas unas manchas blancas y amarillas que mientras atravesaba el gran follaje tomaba forma de casa. Toqué el timbre y me abrió la puerta una bella mujer de unos 20 años de cabello rubio y hermosos ojos celestes, su belleza me atontó. -Usted es quien viene a entrevistar a Ernes ¿Me equivoco? -No se equivoca- le respondí con la vista perdida. -Pase. Al poner un pie en la casa me asombré por la gran cantidad de libros que poseía, los premios que él había ganado y una gran cantidad de hermosas pinturas con gran cantidad de tonos de grises, algo que solo él hacía. -Preparé los materiales, yo ya lo traigo- Me dijo la hermosa Raquel. Tomé asiento, tome papel y lápiz y mantuve cerca de mí su libro. Levante la vista y observé un gran paquete, el cual me llamó la atención. La joven muchacha llegó con Sábato trayéndolo por el codo y él con un bastón. Tomó asiento, ella se retiró y me presenté. -Buenas tardes, me llamo Héctor y soy corresponsal del diario Clarín; afortunada-mente he sido seleccionado para entrevistarlo en una fecha tan especial… cumplir 100 años no es algo de todos los días- le dije conteniendo la emoción. Estaba vestido de traje, pelo hacia atrás y unos anteojos oscuros. -Sólo Dios sabe cuánto tiempo me queda por vivir. Mucho gusto Héctor, ya veo que me debe conocer, he visto el libro que trajiste, con la poca vista que me queda pude observarlo-me contestó- Dame que te lo firmo. Y agregó: -¿perdón puedo tutearte? ¡Podés ser mi hijo!
  • 12. 11 Se lo acerqué con una felicidad que no podía contener y le contesté:-¡claro es un ho-nor! -Antes de comenzar, le podría ¿preguntar qué es ese gran paquete? Tengo curiosi-dad desde que puse un pie en esta habitación. -Es una moderna computadora con una gran pantalla para que yo pudiera ver, que me mandó una editorial que ya no recuerdo el nombre, pero la voy a devolver porque no hay como escribir en mi vieja Olivetti donde ya conozco las teclas como a mi casa. ¿Empezamos con las preguntas?- me dijo entusiasmado mientras tocía. -¡Cómo no!- le respondí- ¿Cómo llega al movimiento surrealista? - Una pregunta muy típica. Cuando estaba en Curie tuve contacto con un grupo de artistas surrealistas tales como Domínguez y Breton, con el que tuve una gran amistad, con los cuales firmé el primer manifiesto donde veíamos a la expresión del pensamiento sin la necesidad de la intervención de la razón esto lo transmití mucho en “El túnel”, “Antes del fin”, “Abbadon el Exterminador”. -¿Qué es lo que lo llevo a escribir “El túnel”? Quería mostrar lo oscuro del alma y lo que el hombre quiere conocer como la ver-dad. En el amor no hay esperanza, no se puede alcanzar el amor absoluto a nivel humano, la escribí de forma pesimista. -Esta pregunta poca gente se la debió hacer. ¿Qué lo llevó a cambiar la Ciencia por la Literatura? -¡Es la primera vez que me hacen esta pregunta!- cambiando a una cara de asombro y hablándome de forma irónica-Fue una crisis existencial, en el laboratorio Curie me sentí vacío de sentido. Golpeado por el descreimiento, seguí en la ciencia por inercia. Veía a la ciencia como moral y que llevaría al mundo hacia el desastre. Esto, en parte, lo demuestro en mi primera publicación “Uno y el Universo”. -Interesante. ¿Cuáles fueron sus inicios en la política? -Fui militante del movimiento de reforma universitaria la cual tenía tendencia co-munista, donde conocí a mi mujer-cambiando su cara a una más triste- fui enviado a
  • 13. 12 Moscú como delegado del partido comunista, empecé a tener dudas sobre seguir este partido y me escapé a París. - Manteniéndonos en el tema político ¿Qué lo hizo escribir “El otro rostro del Pero-nismo”? ¿Por qué se dice antiperonista? Muy poca gente se interesa en esta cuestión. Con este libro quería demostrar mi an-tipatía por el General Perón, ya que me molestaba sus injusticias, su despotismo, pero sí quería defender la tarea social de Evita. Me llamó la atención todo su trabajo y el amor que cosechó con su pueblo. Defendí el anhelo de justicia y de dignidad para su pueblo, hecho que fue criticado por muchos intelectuales de aquel tiempo. Estoy en contra del peronismo por sus defectos, no por sus privilegios; no soportaba la expulsión de maestros y profesores por no someterse a las directivas del gobierno, cosa que luego les ocurrió a ellos en 1955. -Todos sabemos que tuvo algunas peleas con otro gran escritor, Jorge Luis Borges, pero ¿Por qué su pelea eterna? - Si bien los dos estábamos en contra del peronismo, él no me perdono el que yo en una entrevista radial haya difundido los aprietes a los obreros y mi simpatía por toda la obra de su esposa, Eva. -Hagamos un cambio, vayamos a lo familiar. ¿Cómo era su vida en el pueblo de Ro-jas? ¿Cómo era usted de chico? - Soy hijo de Juana María Ferrari y Francisco Sábato, el décimo de once hermanos. Tengo pocos recuerdos de aquellos tiempos ya más de 90 años pasaron de aquel entonces-riéndose-. Tengo el triste recuerdo de cuando de pequeño me escondía por temor a mi padre. Era un niño tímido y cerrado, pasaba las tardes observando a los otros chicos cómo se divertían por la ventana, aunque siempre me vi como un niño-problema. -¿Qué importancia tuvo su esposa Matilde en sus obras? Ella fue mi compañera de toda la vida-mientras miraba al cielo recordándola-, fue la que me obligaba a escribir cuando no tenía ganas. Fue mi correctora, mi sostén y la que revisaba todo aquello que yo tiraba, ya nadie ve los dibujos que tiro. Ella muchas veces
  • 14. 13 llevaba mis escritos para presentarlas en las editoriales. Yo siempre creí que debía aparecer su nombre junto al mío en los libros, pero ella nunca lo aceptó. -Hablando de esas tan interesantes pinturas ¿Qué lo llevo a comenzar a pintar? -Fue mi primera pasión desde mi niñez. Por cuestiones médicas me vi obligado a dejar las letras, mi falta visual hizo que las pequeñas letras ya no las vea entonces volví a mi primer amor, la pintura, que me calma los nervios y me volví autodidacta. -Me contaron que usted es muy obsesivo por el orden. ¿Es cierto? Le cuento para que me conozca un poco más que soy muy obsesivo con el orden, mis nietos se ríen porque en este mueble-señalándolo- tengo todo clasificado. En cada cajón guardo cartas de lectores, en otro declaraciones políticas traducciones, trabajos, entre otras cosas, y me molesta de sobremanera que toquen mis cosas. El orden suele tranquilizarme. -Última pregunta, señor. ¿Qué sintió el momento de la muerte de su hijo? Su cara de interés cambio a una cara larga y llena de tristeza, se produjo un silencio que parecía eterno hasta que me dijo:-Podríamos omitir esta pregunta. Por favor retírese, le agradezco el haber venido. Sentí que mi pregunta había arruinado los recuerdos cuando vi que una lágrima caía de sus ojos- y agregó:- Raquel guie al joven a la salida. Tomé mi equipo y Raquel me llevó afuera. Con vergüenza agregué: no quise ser cruel. Ella me miró e hizo una mueca irónica, entendí. Le pedí su número de celular para poder estar en contacto con ella, me lo dio y me retiré.
  • 15. 14 ELLAS PUEDEN LOGRARLO TODO Por Milagros Canedo Pero y Fernando Niño Rodríguez Bontempi Cecilia Grierson (1859-1934), primera médica argentina. Había imaginado este día en mi mente. Lo había pen-sado más como una fantasía imposible, como un anhelo inalcanzable, una alucinación. Esa misma palabra había usado mi padre:-Estas alucinando-. Nos encontrábamos sentados en el comedor, compar-tiendo una cena con la familia lejana de mi madre, aquella de gran linaje a la cual veíamos solo escasas veces al año. En esas ocasiones la fina platería era colocada en la mesa, mi madre se vestía con uno de sus mejores vestidos de Eu-ropa y se cocinaban las más exquisitas delicias. Mi padre me había suplicado que me comportase como una señorita y que no dijera cosas inade-cuadas, sin duda esto se debía a las fuertes discusiones que habíamos adquirido los últimos meses por mis pensamientos “inmensamente liberales y de carácter feminista” para esta sociedad. No entiendo todavía porque, luego de tales advertencias, creí que era el momento indicado para soltarle lo que me estaba guardando en mi interior desde hace mucho tiempo:-Quiero estudiar medicina- dije, y las palabras salieron de mi boca como un grito, con orgullo. La charla ligera que se estaba llevando a cabo hace unos minutos sobre la increíble inauguración de la Avenida de Mayo y el último terremoto en San Juan ahora se convertía en un silencio lúgubre. La Escuela de Enfermeras del Circulo Medico Argentino era, extrañamente para la sociedad del momento, un mar de mujeres. Estudiar enfermería no era mi gran aspiración en la vida, pero en defensa de la carrera, la infraestructura del lugar era decente, los educadores grandes expertos y a decir verdad, el pensamiento de socorrer y auxiliar al prójimo cuando lo precisaban me cautivaba y atraía. Además mi padre no me había dado
  • 16. 15 mucha opción. Él era un hombre cordial y cariñoso pero también, muy recto y estricto, a quien le concernía mucho lo que pensaran los demás. Aun así valoraba el esfuerzo que había realizado para que yo ingresara a la escuela; esta era la única en el país y al ser escasos los cupos, eran pocos los afortunados en recibir esta educación. Él tampoco vacilaba en machacarme con esto a todo momento. Pero era cierto detalle el que le irritaba como piedra en bota. –Es delirante que a una señora se le encomiende la tarea de dirigir una escuela tan importante, no quiero que Amelia tome estúpidas ideas feministas- eso había escuchado un mes antes de incorporarme a la escuela, con la oreja pegada a la puerta de mi habitación, mientras mi padre discutía con mi madre. De la misma manera pude oír el ultimátum: – Aceptare que ingrese a la escuela pero a la primera tontería que surja de su boca, analizaremos las posibilidades de otra universidad en el exterior. Así se hará, sin alteraciones- había expresado firmemente luego de la insistencia de mi madre. Estábamos en las clases de preparación de Obstetricia cuando una noticia nos asom-bró y emociono a todas:–Este mes gozaremos del honor de contar con cinco cursos dictados por la virtuosa Doctora Cecilia Grierson, honrada fundadora de la escuela y especialista en la Catedra- había anunciado el profesor con entusiasmo. Esto me produjo mucha intriga, había oído sobre esa gran mujer y las hazañas que había realizado: ser la primera mujer con un título universitario en toda Latino América, haber participado de la primera cesárea en el país y claro de lo que todos estábamos al tanto, había fundado esta escuela aun antes de consagrarse como doctora. Pero, ¿Qué haría mi padre al enterarse? Grierson y sus ideologías no le agradaban en absoluto… Debía mantener esto en secreto, bajo todas las circunstancias. Era lunes en la mañana y me encontraba en la entrada de la sala de Obstetricia, don-de se llevarían a cabo los cursos. Aguardaba la llegada de las demás estudiantes y claro, de la mismísima Doctora Grierson. No lograba ocultar mi emoción; había pasado todo el fin de semana cuestionándome que nos enseñaría esta mujer o si nos platicaría de sus proezas. Hasta me había tomado la precaución de repasar los temas primordiales de la catedra ya que, me aterraba la idea de lucir como una ignorante frente a tal importante
  • 17. 16 persona. Ya estábamos ubicadas en la sala, cuando un portazo nos tomó por sorpresa a todas. Entro una mujer que rondaba los treinta y tantos años, de cara redonda, cabello castaño recogido y penetrantes ojos azules vestida en un uniforme de enfermera. Tenía una expresión severa y se había apresurado a sentarse en su escritorio de manera alborotada. No parecía de ánimos para saludar o presentarse, parecía casi obligada a estar allí. Repentinamente sus ojos se desviaron hacia mí con una cara de disgusto–Usted- dijo-parece que se ha tomado la libertad de asistir sin uniforme de enfermera a los cursos de la misma persona que ha reglamentado su uso obligatorio en esta escuela-. Mi rostro adquirió un rojo escarlata de la vergüenza. ¿Cómo no había notado que todas se hallaban con sus unifor-mes excepto yo? No fue, en definitiva, un gran comienzo. Aparentemente no fui la única que no adoptó una mueca de su parte, parecía ser que su mal genio se debía a su resultado en el concurso para cubrir el cargo de Profesor Sustituto de la Cátedra de Obstetricia para Parteras. Así lo expresó con disgusto durante la hora transcurrida:-Fue únicamente a causa de mi condición de mujer, según refirieron oyentes de los miembros de la mesa examinadora, que el jurado dio en este concurso de competencia por examen, un extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí ni a mi competidor, un distinguido colega.- Luego nos pidió que leyéramos los capítulos Uno y Dos del Volumen Uno de Obstetricia y allí concluyo la primera clase. Debo aceptar mi decepción en aquel momento, no era lo que me había imaginado, en absoluto. La segunda clase, el lunes siguiente, Grierson se presentó de mejor humor, probando que, la hipótesis de que el tiempo sana gran parte de los enojos, era verdadera. Esta vez comenzó con más optimismo y algún que otro recuerdo melancólico: -Creo que nací para ser maestra, recuerdo algunas escenas desde los dos años de edad, donde siempre en mis juegos era una maestra- había comentado con una sonrisa en el rostro- Sin embargo, un penoso episodio transformo mi deseo. Tenía una amiga, Amelia Kenig, distinguida compañera, de noble espíritu, cuyo organismo se hallaba minado por una lenta enfermedad. Creía que podría salvarla poseyendo los conocimientos necesarios, es decir, siendo médica ¡Vana ilusión! Murió algunos años después que obtuve el diploma anhelado.- Aquel hecho me había llegado al corazón y también
  • 18. 17 comprendí porque Cecilia había sonreído cuando le dije mi nombre al principio de la clase. Esta mujer era realmente sabia, era extraordinaria la inmensidad de conocimientos que poseía, de igual forma exigente, a la tercera clase ya contábamos con más de la mitad de los conocimientos de la Catedra. En la cuarta clase compartió con nosotros sus experiencias vividas a principios de 1886, cuando la ciudad de Buenos Aires fue azotada por la tercera epidemia de cólera del siglo y la Asistencia Pública requirió la colaboración de todos los estudiantes de medicina. En la Casa de Aislamiento Cecilia había trabajado como ayudante junto al Dr. Penna y el Dr. Estévez:-"Los días agotadores pasados en la casa de Aislamiento me hicieron concebir la idea de educar a enfermeras, puesto que no había quien respondiera a las necesidades de los enfermos.- dijo. Había resaltado también que el mejor medio de proporcionar alivio a los que sufren era colocar a su lado personas comprensivas, afables y capacitadas que puedan colaborar con el médico en la lucha por recobrar la salud. En la sexta clase Cecilia había fomentado su pensamiento sobre la posibilidad de que las mujeres pudiesen disponer de sus propias ganancias o formasen parte de sociedades civiles o mercantiles, lo que me parecía muy coherente. Admiraba la valentía que poseía para dialogar y discutir sobre lo que nadie se animaba a hablar. Yo había comentado al pasar sobre estos pensamientos en la cena y a mi padre no pareció agradarle mucho el hecho. Me había fulminado con la mirada y mi madre se había mostrado indiferente mientras se levantaba para dirigirse a su habitación. Era la última clase y todos nos descubríamos con cierta nostalgia, funcionábamos bien como grupo y finalmente, a pesar de haber iniciado con el pie incorrecto nos habíamos encariñado con la presencia de Grierson. Ya habíamos entregado nuestros trabajos finales y cada uno tomaba sus materiales para retirarse cuando Cecilia me llamo a su pupitre: ¿Hay algo mal en el reporte?- pregunte preocupada. –No- contesto ella sonriendo-es solo que quería decirte algo importante antes de que te retiraras. Amelia, eres buena como enfermera, pero, ¿Es eso lo que verdaderamente anhelas? Yo creo que tienes la valentía necesaria para lograr ser una médica, aunque no te prometeré que será un camino fácil, yo veo en ti, un reflejo de mí, yo misma sufrí la ridiculización y el aislamiento por ser la única mujer de la Facultad y hasta
  • 19. 18 el día de hoy sigo pasando por esto, intenté inútilmente ingresar al Profesorado de la Facultad en la sección en la que podía enseñar pero ya sabes, para las mujeres esto es una batalla y yo creo que tú puedes vencerla. ¿Por qué no lo intentas?- Se me llenaron los ojos de lágrimas, solo logre decir gracias y retirarme. María Amelia del Valle. Es entonces cuando oigo mi nombre y eso me trae de vuelta al presente, a donde estoy ahora. Me aterro, mis piernas comienzan a temblar y no compren-do cómo estoy llegando al escenario. Es allí donde me encuentro con rostros conocidos, los cuales he visto repetidas ocasiones en los últimos meses. Allí está el director de la Universidad, varios de mis profesores y para mi sorpresa, la Doctora Grierson. No puede ser, pensé, ella se encontraba en Europa desde hace mucho tiempo participando de Congresos de Mujeres y desempeñando cursos de perfeccionamiento allí; froté mis ojos, talvez las largas noches de estudio estos últimos días estaban afectando mi vista. Pero no, Cecilia estaba allí verdaderamente y ahora extendía su brazo hacia mi entregándome mi diploma. Lo tome con mis manos temblorosas, lo tome con todas mis fuerzas, con desesperación, como si de eso dependiese mi vida. En parte así lo era, la medicina y todo lo que brotaba de ella era parte de mí, el hecho de sanar a los demás, el maravilloso acto de salvarle la vida a una persona era lo que llenaba mi espíritu. Cecilia me abraza con alegría y puedo notar el orgullo en su mirada, me habla el oído para que solo yo pueda oírla: “Amelia del Valle, enfermera y médica, nosotras, las mujeres, sí que podemos lograrlo todo”.
  • 20. 19 Juan José Castelli (1764- 1812), abogado y político argentino. EL ORADOR DE MAYO Por Mora Antunez y Tomás Moirón Mi nombre es Pedro Castelli y vengo a contarles un poco de la vida de mi padre, Juan José Castelli. Él nació en Buenos Aires el 19 de julio de 1764. Fue el primero de los ocho hijos de mis abuelos Ángel Castelli Salomón y Josefa Villarino, a través de la cual estaba emparentado con Manuel Belgrano, de quien era primo. Se casó con mi madre María Rosa Lynch con quien tuvo seis hijos. Mi padre, un hombre culto y polifacético, entró en contacto con los patriotas revolucionarios y colaboró en el Semanario de Agricultura, en la Sociedad Patriótica y en la Real Sociedad Universal de la Argentina. Se lo reconocía como el “orador de mayo” por una fuerte participación en dicha revolución. Cuando llegó la noticia de la caída de la Junta de Sevilla en poder de los franceses, el grupo de mi padre y Belgrano dirigió el proceso que llevaría a la nombrada como “Revolución de Mayo”. Él y Saavedra eran los líderes más notorios de esos días, lo que hicieron en primer lugar fue descartar la idea de expulsar a Cisneros por la fuerza. Esa semana de Mayo testigos y protagonistas de esos días lo mencionaron en multi-tudes de distintos lugares y actividades, negociaron con los hombres del Cabildo en casa de los Rodríguez Peña participando de la planificación de los pasos a seguir por los criollos, en los cuarteles arengando a las milicias, visitaron el Fuerte para que su presencia sirviera como presión a Cisneros. El mismo Cisneros, al describir los acontecimientos al Consejo de Regencia, lo llamó “el principal interesado en la novedad”, es decir, en la revolución.
  • 21. 20 Mi padre, insistía en todas sus reuniones con la idea de que, a falta de una autoridad legítima, la soberanía regresaba al pueblo y este debía gobernarse a sí mismo. Más adelante se impuso la idea de destituir al virrey, pero como Buenos Aires no tenía autoridad para decidir unilateralmente la nueva forma de gobierno, se elegiría a un gobierno provisorio, en tanto se solicitaban diputados a las demás ciudades para tomar la decisión definitiva. Sé que hubo diferencias sobre quién debía ejercer ese gobierno provisorio, algunos sostenían que debía hacerlo el cabildo, y otros que debía elegirse una junta de gobierno. La tensión crecía, el mal humor y la desconfianza enarbolaban la bandera del fracaso. Para unificar criterios en dichos momentos desesperantes, mi padre se plegó a la propuesta de Saavedra de formar una junta, pero con el añadido de que el síndico procurador del cabildo, Julián de Leiva, tuviese voto decisivo en su formación. Con esto buscaba sumar a los antiguos partidarios de Álzaga, como Mariano Mo-reno, Domingo Matheu y el propio Leiva. Sin embargo, el poder que recibió Leiva le permitió realizar una maniobra que mi padre no había previsto. Aunque se aprobó el cese de Cisneros como virrey, Leiva conformó una Junta con Cisneros como presidente. Los otros miembros habrían sido el cura Juan Nepomuceno Solá, el comerciante José Santos de Inchaurregui, del partido español, y Saavedra, junto con mi padre en representación de los criollos. El grueso de los criollos rechazó el proyecto, no aceptaban que Cisneros permaneciera en el poder aunque fuera bajo otro título; desconfiaban de las intenciones de Saavedra y estimaban que mi padre, solo en la junta, poco y nada podría lograr. Él y Saavedra renunciaron ese mismo día y la Junta organizada por Leiva no llegó a gobernar. Recuerdo que una noche los dirigentes criollos se reunieron en la casa de Rodríguez Peña y redactaron una lista de integrantes para una junta de gobierno que se presentó el 25 de mayo, mientras que French, Beruti, Donado y Aparicio ocuparon con gente armada, la plaza y sus accesos. La lista agrupaba a representantes de las distintas extracciones de la política local. Lezica informó finalmente a Cisneros que había dejado de mandar. En su lugar asumió la Primera Junta, Saavedra.
  • 22. 21 Mi padre y Moreno se habían vuelto grandes amigos ya que juntos encabezaron las posturas más radicales de la junta. Siempre contaba que la primera medida que tomaría en la junta seria expulsar a Cis-neros y a los oidores de la real audiencia diciéndoles que sus vidas corrían peligro, enviándolos de regreso a España. Esto fue un poco de su participación en la Revolución de Mayo, ahora solo me queda contarles un breve y triste fin de esta historia, o por lo menos yo lo escribo así. Lamentablemente, por la noche del 11 de octubre de 1812, en la parroquia de la Mer-ced, recibió todos los sacramentos, pidió papel y lápiz y escribió: “Si ves al futuro, dile que no venga”. Así, “el orador de la revolución” murió de cáncer de lengua en las primeras horas del 12 de octubre.
  • 23. 22 LA PRIMERA FEMINISTA, REVOLUCIONARIA Y EDUCADORA DE LAS PROVIN-CIAS Juana Paula Manso (1819- 1875), escritora y activista del feminismo en la Argentina UNIDAS DEL RÍO DE LA PLATA. Por Martín Castro y Daniela Hammerschmidt Juana Manso falleció el 24 de Abril de 1875 y sus dos hijas Eulalia y Herminia, en 1885 (a diez años de su fallecimiento), quisieron rendirle homenaje a su madre organizando una reunión, en la casa de su hija mayor, Eulalia. Concurrieron familiares, discípulos, conocidos e incluso Sarmiento; quienes buscaron exaltar las virtudes maternas: amor a la educación y libertad de la mujer, que hasta esa época no se tenían en cuenta. Sus hijas en dicha reunión, decidieron narrar los he-chos más destacados de su madre. -Ella dedicó toda su vida a mejorar la educación.- Ex-preso Herminia, mientras servía té a los invitados. –creía que con una escuela limpia, alegre y luminosa, ayudaría a despertar el interés por aprender, a los niños. -Cuando se exilió a Brasil, luego de haber estado en Montevideo, dictó clases a fami-lias acomodadas, como la mía.- Explicó unos de los discípulos de Juana. -Cuando nos conocimos, fui quien la ayudó y apoyó, nombrándola directora de una escuela de niños y niñas.- expresó Sarmiento, mientras buscaba algunos papeles que había traído con él. -También le presentó a Domingo nuevos planes de estudio y la idea de crear jardines infantiles y bibliotecas populares, para así ayudar a los niños en su estudio.- Explicó Eulalia luego de sentarse en uno de los sillones libres. -Escribió libros, como “El compendio de la historia Argentina del Río de la Plata”, y tradujo obras de educación.
  • 24. 23 -Dirigió los “Anales de la Educación Común”, que fue una publicación que había creado para fomentar la educación.- dijo Domingo estirando, unos ya doblados, recortes de diarios. - Creó un periódico, de poco éxito, “El Álbum de Señoritas”, donde expresó sus ideas de educación, igualdad de sexo, libertad religiosa y defensa de los pueblos origina-rios.- comentó la menos de las hermanas mientras mostraba algunas de las publicaciones. - Desde joven fue independiente y participaba de reuniones con escritores, donde exponía sus opiniones e ideas.- opinó unos de los familiares más cercanos a ella. -Cuando ya faltaban pocos días para que falleciera y aunque ya no tuviese fuerzas, nos leyó y escribió, en una ya vieja hoja que todavía guardamos, las palabras que quería que grabásemos en su lápida:”Aquí yace una argentina que, en medio de la noche de la indiferencia que envolvía a la Patria, prefirió ser enterrada entre extranjeros antes que profanar en santuario de su consciencia”. - Dos días antes de su muerte, el mismo día en que le pidieron que negara su fe, a lo cual ella rechazó, prefirió ser enterrada en el Cementerio Inglés, nos volvió a recordar aquellas palabras…, con una sonrisa se despidió involuntariamente de nosotras. Juana Manso, maestra por excelencia, la cual tuvo que luchar con enjundia para imponer sus ideas.
  • 25. 24 LAS HAZAÑAS DE IGNACIO PIROVANO Ignacio Pirovano (1844- 1895), cirujano argentino. Por Constanza Ferraro y Fabricio Pastor Todas las tardes se desarrollaban con tranquilidad, el sol escondiéndose tras los árboles dejando sus últimos rayos sobre la terraza, los infaltables mates, las anécdotas y largas charlas; pero esta tarde, las cosas no fluyeron con normalidad. Había pasado unos veinte, veinticinco minutos in-tentando tranquilizarlo, rescatarlo de aquella situación. Alcanzó altas temperaturas de fiebre, tuvo alucinaciones, pasó largos períodos llorando, gritó hasta cansarse, reali-zó movimientos bruscos… estaba bajo un comportamien-to que, si mi memoria no falla, jamás había tenido, exceptuando la muerte de su madre, pero ese es mi único recuerdo de un estado semejante. Claro que tras haber compartido con él años de trabajo, estudio, además de observaciones y conocimiento acerca de cómo tratar este y muchísimos tipos de problemas respecto a la salud, y teniendo en cuenta toda su sabiduría que me compartía diariamente yo, era quien mejor que nadie, sabía tratar la situación manifestada. Mi cariño hacia su persona era inmenso, y por todos aquellos motivos y este, era que había aceptado este tan importante papel en su vida que llegaba a su fin con el paso de los días; ser quien cuidara a Ignacio Pirovano hasta que llegara su momento final. Lo cierto es que tras grandes épocas de trabajar juntos, yo sabía perfectamente la forma en la que hubiese reaccionado él frente a un hecho de este tipo, pero aún así, no comprendía qué podría llegar a estar pasando en su interior que le causase tal malestar. Y es que era exactamente en esos momentos en los que en mi mente transcurrían los pensamientos que justificaban todas mis preguntas, ya que fue uno de los médicos más prestigiosos de nuestro país, y al haber tenido que retirarse tras el cáncer que lo atormentaba día a día, y el
  • 26. 25 cual ya había debilitado toda esperanza posible por recuperarse, no me quedaban dudas acerca de su actitud, y su visión negativa ante la situación que estaba viviendo. Lo entendía, respetaba e intentaba de ayudar como pudiese. Realmente, quien quiera que lo piense, es irónico cómo un médico de su clase, que dedicó todos y cada uno de sus días buscando un avance, un progreso, un nuevo descubrimiento para la ciencia, una ayuda hacia los demás, una nueva cura, una persona que no pasó ni un momento sin encabezar un nuevo estudio, que contó con el apoyo de su familia, quien consiguió innumerables premios y distinciones, el que tuvo el apoyo del gobierno para poder realizar avances y estudios en otros países, en fin e intentando de resumirles una pequeñí-sima porción de todo lo que logró Ignacio, alguien que se dedicó exclusivamente a lo que amara, se encontrara luchando por el resto de su vida, con el peor final anunciado posible para un médico; morir por una enfermedad terminal, incurable, irreversible. Al fin y al cabo, logre tranquilizarlo, como acostumbraba a hacer, recordándole todo lo que le había dejado a este mundo y todos los logros que había conseguido. Sentía ir y venir las palabras y pensamientos que fluían por mí, como en microse-gundos, hasta que, de repente, fueron interrumpidos por un extraño y fuerte ruido. Inmediatamente, salí disparado del comedor, subí la escalera lo más rápido que pude y abrí la puerta de la habitación principal, su habitación. Mi instinto me decía que se había roto algún objeto, o caído alguna vasija, y que mi compañero continuaría durmiendo con tranquilidad. Fallé. Al ingresar a la habitación, me encontré con una situación que realmente me paralizó; se había caído de la cama, estaba llorando desconsoladamente, recuerdo ese momento como uno de los más tristes que viví. Sinceramente, pensé que no había marcha atrás. Lo tomé entre mis brazos, lo acomodé nuevamente en su cama, e inicié otra de nuestras largas conversaciones, esta vez le pregunté qué le estaba ocurriendo con sus comportamientos, a lo que me respondió: “¿Cómo? ¿Cómo me voy a sentir? Si pasé cada día de mi vida entregándolo todo por mi meta, mi sueño, mi carrera. Llegué al país en busca de trabajo, y traigo conmigo muchísimo más que eso. Lo que estoy pasando es de lo más complicado que he pasado, luego de entregarlo todo, e incluso habiendo alcanzado muchos de mis sueños, tener que
  • 27. 26 renunciar a ellos por una enfermedad de la cual no puedo hacer nada al respecto, me mata más que ella en sí. Siento una gran presión por salir adelante, lo necesito. Es una gran responsabilidad para mí poder seguir logrando beneficios en las personas, curándolas, salvándolas, o mínimamente apoyándolas. Que tanto mi padre como mi abuelo hayan sido médicos aumenta este deseo aún más, me da más auto exigencia, pero todo es inútil, nada puedo hacer ya. Hice todo lo que tuve a mi alcance a lo largo de toda mi vida, desde trabajar como farmacéutico, hasta llegar a ser practicante del Doctor Francisco Muñiz en la Guerra del Paraguay en 1865, incluso durante las epidemias de cólera y fiebre amarilla. Lo que más marcó mi vida fue mi logro de perfeccionar la utilización de la asepsia en la cirugía argentina y realizar la primera laparotomía del país, y haber educado y formado como personas a un gran número de gente, lo que me valió el título de ser el “Padre de la Cirugía Argentina”. Cada vez que cuento esto se me llena de orgullo el alma. Mi mayor agradecimiento, además de a mi familia y personas cercanas, se lo debo a las instituciones que me enseñaron y formaron, a el Colegio Nacional de Buenos Aires, y a la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires, en donde realicé mis estudios. Me especialicé en cirugías de cabeza, cuello y extremidades, pero mi trabajo no solo trascendió en quirófanos, sino en mi vida en sí. No tengo nada que reprochar en tanto a mi estilo de vida, mis logros, mi desa-rrollo. Considero haber tenido una vida muy exitosa y ejemplar, claro que antes que se haya manifestado mi cáncer. Conté con todo el sostén posible de muchísimas personas, hasta del Estado, que me garantizó becas y permisos para realizar estudios en Europa, donde también logré avances…” No dejaba de pensar por qué me estaba contando fragmentos de su vida sin parar, ya estaba comenzando a creer que había perdido la razón, especialmente porque yo ya sabía absolutamente toda su vida, y no lograba comprender lo que estaba ocurriendo. Y sí…no lo pude evitar, me emocioné, un lagrimón recorrió mi mejilla sin disimulación. Para procurar aclarar mis dudas, inquieto le pregunté si se sentía bien, por qué estaba tan
  • 28. 27 emocionado, hasta le coloqué mi palma en la frente para asegurarme que no tuviera fiebre. Lamentablemente, las historias felices no siempre tienen un final feliz, y esta resultó ser una de ellas. Volteó su mirada hacia mí, era un nuevo recuerdo, estaba perdido en otro tiempo. Sus pupilas cambiaron de rumbo y se perdieron en mi mirada. De repente cayó en mis brazos. Lo perdí debajo de una lágrima. LAS AVENTURAS DE ALICIA MOREAU DE JUSTO Por Carolina Rodríguez y Matías Pacheco Alicia Moreau de Justo (1885 Londres- 1986), médica y política argentina. Era una fría mañana de invierno en Buenos Aires. En una pequeña casa pero cálida, vivía Alicia y sus tres hijos, Juan, Luis y Alicia; con María y Jorge, ambos nietos de su única hija. Hacía muchos años ya que Juan Bautista Justo, su esposo, había fallecido, así que los úni-cos hombres de la casa trabajaban desde muy temprano hasta el anochecer, todos los días, ex-ceptuando los domingos. Ali, su hija menor, se encargaba de cuidar a su madre, limpiar la casa. Se levantaba bien temprano para preparar el desayuno. Aunque para ese entonces ya la mayoría sus vecinos ocupaban las modernas cafeteras de la época, Juan prefería no gastar sus pocos ingresos en bobos electrodomésticos; por lo que Ali ponía el café molido en la media, la colocaba en una hermosa jarra de porcelana, heredada de su madre, y la colaba con agua caliente. Y sobre la mesa, junto al café, un gran paquete de galletitas Chocolinas, las preferidas de los hombres de la casa. Cuando Juan y Luis se marchaban, Alicia preparaba en una mesita plegable, un ter-mo de agua caliente, una bombilla y un mate, que cebaba con la mejor de las yerba
  • 29. 28 comprada por sus hermanos; dos tarritos de azúcar y un gran platón con bizcochitos de grasa, completaban la mesita que subía, rutinariamente, al cuarto de su madre. Pasaban horas hablando de varias cosas sin sentido y tomando mate. Era algo que ambas tenían en común y les encantaba. Un día, María, buscando una pelota para jugar con su hermano encontró una caja en el sótano de la casa con varias revistas del nombre Socialista Internacional. Donde Alicia, su abuela, había publicado artículos sobre educación y política. También había un título en medicina y muchos diarios con el titulo de: “El voto femenino ya es legal” en los cuales aparecía el nombre de su abuela y ella no entendía por qué. Así que muy intrigada se levantó del suelo, limpió sus pantalones llenos de polvo, y, rápidamente tomó la caja. Bajó por las escaleras, y corriendo hacia el cuarto de Alicia, entró sin pensarlo, sin previo aviso. Alcanzándole a su abuela la vieja caja, muy curiosa, preguntó sobre las revistas que había dentro. Y fue cuando notó que una sonrisa más emocional de lo normal, se reflejaba en su rostro. Alicia, con una mirada orgullosa, la incentivó a sentarse a un costado de la cama. Con los ojos iluminados, sacó las cosas de la caja y empezó a contarle un sin fin de historias… “En el año 1890 con mi familia nos mudamos de Londres y partimos hacia argentina. Con tan solo once años, participé en el primer congreso internacional del libre pensamien-to con un trabajo sobre “educación y revolución”. Obviamente era un caso especial, pero mi padre quien inició un negocio en una biblioteca, me daba acceso a los libros que quisiera, era una oportunidad única, por lo que me pasaba mi tiempo leyendo y apren-diendo. Ingresé a la Facultad de Medicina, siguiendo el ejemplo de Cecilia Grierson la prime-ra médica argentina. Publiqué varios artículos sobre educación y política en la Revista Socialista Interna-cional, como habrás visto.
  • 30. 29 Obtuve el título de médica graduándome con honor con mi famosa tesis: "La función endócrina del ovario". A pesar de que no fue uno de mis mayores logros, fue una meta más que pude cumplir, y algo de lo que estoy muy orgullosa. Me desempeñé como ginecóloga y profesora de la Universidad Nacional de La Plata. Luego, me convertí en cofundadora de la Unión Feminista Nacional que tenía como idea organizar a las mujeres para obtener la igualdad de derechos que los hombres. Cree el Comité Femenino de Higiene Social, con el fin de combatir la trata de blancas. Este progreso me hizo muy feliz, era un logro más, cada vez más cerca de mis expectativas. Me casé con tu abuelo en el año 1921, Juan Bautista Justo, todo un hombre. Aunque no llegaste a conocerlo puedo asegurarte que era un gran hombre y hubiera sido también, un gran abuelo, contento de compartir recuerdos con su hermosa nieta.” Sonriendo muy contenta, acarició la delicada y bella cabellera de su nieta, quien ha-bía enrojecido de felicidad con apenas unos cariños de su abuela. María con una cara de intriga tratando de imaginar a su difunto abuelo, se atrevió a preguntar cuántos años habían estado casados. Alicia cerró los ojos, como si la nostalgia la perdiera en la realidad e hiciera que olvidara la pregunta de su nieta pero al cabo de unos segundos contestó:- Fueron tan solo siete cortos años, pero los mejores de mi vida y aunque esa felicidad haya sido corta, me ha dejado al cuidado de tres hermosos ángeles. Se quedó pensando con la mirada perdida y agregó: “Comencé un proyecto, que fue presentado por el socialista Mario Bravo, en la Cá-mara de Diputados para establecer el sufragio femenino, pero fue rechazado por la amplia mayoría de los conservadores. En mi lucha pacífica, viajé a París, en representación de Argentina, a las Primeras Conferencias Internacionales de Mujeres por la Paz. Ese mismo año se aprobó la Ley que permitía el voto femenino. Al fin, había logrado mi principal objetivo y mis ideales como cofundadora del Unión Feminista Nacional.” “Y esa fue una breve historia sobre mi larga vida”, comentó Alicia.
  • 31. 30 María quien con dificultad había logrado entender toda su historia, había quedado maravillada y orgullosa de tener a una abuela tan intelectual e importante para la historia y la sociedad igualitaria, de la que ahora disfrutaba y nada más y nada menos, gracias a ella. En un día caluroso, exactamente el 12 de mayo de 1986, Alicia dio su último suspiro y sus palabras finales dirigidas sus amados nietos. Ellos no supieron qué pasaba en el momento, pero al ver su rostro de satisfacción y su reposo en la cama, donde no salía desde hace meses, sonrieron agradecidos y orgullosos de su abuela. Así, dejando la mesita plegable al lado de su lecho, con el típico desayuno, se retiraron de la habitación esperan-do volver a verla al despertar de una siesta de la cual, aunque no supieron en ese entonces, jamás despertaría. Años más tarde, la ciudad de Buenos Aires la homenajeó dando su nombre a una de las avenidas más importantes de Puerto Madero y otorgándole el título de Ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. La Fundación Alicia Moreau de Justo estableció el premio Alicia Moreau de Justo para la Mujer del Año, que se ha transformado en uno de los más prestigiosos del país. En la actualidad, múltiples organizaciones, entidades, escuelas y hospitales llevan su nombre. Moreau es consideraba como una «luchadora incansable» por los derechos de las mujeres. En un reportaje a la revista Gente en mayo de 1974, el entrevistador le preguntó:- ¿Qué le gustaría que le escribieran algún día como epitafio?, a lo que Moreau respondió: «Aquí yace una gran luchadora contra molinos de viento».
  • 32. 31 Aimé Painé (1943-1987), cantante mapuche-argentina AIMÉ PAINÉ: SU MÚSICA, SU ARMA Por Maite Alvarez y Erik Klausch En una región de la provincia de Río Negro, se daba origen a una antigua tribu mapuche, donde vivía Aiwé, quien se destacaba por sus artesanías, viuda y madre de dos niños, tejía recostada sobre una pila de paja. Su día se desarrollaba con normalidad, sus hijos co-rrían de un lado a otro, junto a los demás pequeños de la tribu y los hombres se distribuían cada uno en sus tareas. No esperaba que nada la sorprendiera aquella tarde, pero cerca del atardecer recibió una visita inesperada. Aimé Painé, su prima, regresaba de Bueno Aires. Aiwé permaneció en silencio unos cuantos segundos. Inmediatamente la hizo pasar a su choza. No sabía qué decir, su curiosidad la abrumaba, quería saber todo sobre la vida de su prima en Buenos Aires, pero también deseaba conocer el motivo de su visita. -¡Siéntate prima querida! - Exclamó Aiwé todavía asombrada - ¿Cómo has estado todo este tiempo? A esta antigua tribu han llegado muchos rumores sobre tus andanzas, me alegra que estés aquí y espero que me cuente todo, ya que, si te acuerdas, no pude hablar mucho contigo la primera vez que viniste, debido a que tuve que asistir al funeral de mi marido.. Aimé se acomodó en un viejo banco y comenzó su relato: -Tú sabes, luego de ser adoptada, a los tres años, mi vida cambió su rumbo y fui criada en Buenos Aires, en la ciudad de Mar del Plata. Aquella era una pequeña ciudad, atestada sus calles de, si mal no recuerdo, Fords modelo T, los autos más populares en ese entonces, ¡Hasta mi padre tenía uno!. En los días libres, los adultos se reunían en Riñas de Gallos, donde realizaban apuestas. Mi padre
  • 33. 32 siempre asistía a esos eventos. Por otro lado, mi madre y yo concurríamos a diario al Almacén Lafranconi, que era muy popular en aquella época. Pero esta ciudad cambiaba considerablemente cuando era Enero o Febrero; se podía ver muchas personas caminado sobre la nueva rambla con sus sombrillas japonesas y visitando el Hotel Bristol en donde se brindaban conciertos a los turistas que visitaban esta ciudad. En un momento Aiwé interrumpe y pregunta con un tono de intriga: -Pero… ¿Qué es Rambla y dónde queda el Hotel Bristol? Aimé respondió esbozando una pequeña sonrisa: -Bien, la rambla es un paseo donde hay comercios de ropa, lugares para comer y también para tomar algo, un lindo paseo para disfrutar y, retomando la pregunta del Hotel Bristol, es un hotel muy famoso que queda muy cerca de la playa, pero antes de llegar a ella uno tiene que atravesar una gran avenida. Aiwé la interrumpe nuevamente y, por un tema que la aqueja, pregunta: -¿Cómo era tu relación con tus padres y amigos? .Porque he sabido que la gente de afuera nos margina Por lo que Aimé responde: Con mi familia éramos unidos y pasábamos buenos momentos, pero a medida que crecía, en el colegio todo cambiaba. Mis compañeros me aislaban por ser aborigen, de lo cual yo estaba orgullosa, pero para una niña tan pequeña recibir ese maltrato era agobiante. Por mucho tiempo me sentí ahogada en mí misma, hasta que recibí la ayuda de Sor María y descubrí que mi refugio se encontraba en la música, más específicamente en los cantos gregorianos. Cuando terminé mis estudios, a los 29 años, viajé a la capital de Buenos Aires, en donde formé parte del Coro Polifónico. Pensé que aquella, sería la mejor etapa de mi vida, ya que mi sueño siempre había sido poder dedicarme a la música. Sin embargo, no fue así, Los demás integrantes del coro, me despreciaban por mis raíces mapuches, pero ello nunca me afectó, me daba fuerzas y me alentaba a querer saber más sobre mi familia biológica.
  • 34. 33 Fue entonces cuando emprendí mi primer viaje a estas tierras ¿recuerdas?. Ese año supe que mi abuelo, perdón, nuestro abuelo, era el gran Cacique Lonco Painé. También te conocí a tí, a tu maravillosa familia y me sentí orgullosa de ser una más de ustedes. Todos los días agradezco su aceptación y su disposición a enseñarme sus costumbres. Luego de esto, cambié mi nombre de Olga a Aimé. Quería llevar siempre conmigo algo que me identificara como lo que verdaderamente era, una integrante de la tribu mapuche. Lamentablemente ,tuve que regresar a Buenos Aires, en tiempos difíciles para el país.. -¡Cierto! - Interrumpe Aiwé con el ceño fruncido - Fue la época de la dictadura mili-tar, en el año 1970 si mal no recuerdo. Tiempos complicados para nuestra tribu...Tú sabes las injusticias que vivimos… -Claro que lo sé Aiwé, por eso mismo me enfrenté a ellos con mi música, no podía quedarme de brazos cruzados sabiendo que nos quitaban nuestras tierras y faltaban el respeto a nuestras culturas. - Añadió Aimé. Un profundo silencio ahogó aquel cuarto, justo cuando entraron Newén y Suyay, los hijos de Aiwé, que peleaban por quien había ganado en el Awarken, un antiguo juego mapuche. -¡Niños, basta ya! ¿No ven que hay visitas? -Exclamo Aiwé enojada. Los niños se disculparon y salieron rápidamente. -Discúlpalos - Aiwé vuelve la vista a Aimé - aún son pequeños... -No te disculpes, son adorables - se reincorpora Aimé - ¿En qué estábamos? -No lo recuerdo. Cuéntame sobre tus viajes -Dijo Aiwé emocionada. -En el año 1987,si mi memoria no falla, emprendí un gran viaje a Europa, allí visité las ciudades de Ginebra en Suiza y Londres, para debatir sobre las poblaciones indígenas. Fue una gran experiencia ya que nunca había salido del país. -Cuenta Aimé -Qué increíble que puedas representarnos por todo el mundo de esta forma, es un verdadero orgullo para todos nosotros -Interrumpe Aiwé -y dime ¿qué te trae hoy por estos rumbos?
  • 35. 34 -Además de que extrañaba estas tierras, vine a contarte que fui convocada para hacer un programa en Paraguay -Explica Aimé - y no me han dicho por cuánto tiempo debo quedarme. No quería irme sin despedirme de ti. A los 44 años, Aimé Painé muere grabando un programa en Asunción, Paraguay, debido a una hemorragia cerebral. Cuando su prima Aiwé, recibe esta dolorosa noticia, pide que sea sepultada junto a la tumba de su padre, Don Segundo Painé. En los últimos tiempos, los mapuches continúan su lucha por el reconocimiento de sus legítimos derechos sobre su territorio, por la protección de sus costumbres tradicionales y por la recuperación de su identidad como pueblo indígena.
  • 36. 35 3°año INSC Algo Habrán Hecho- 1° ed. Buenos Aires, INSC, 2014. ISBN XXX-WWW-BBB-ZZZ-AAA 1. Antología literaria 2014, INSC Ediciones SA Edición al cuidado de Solange Bartos y Patricia Golan Diseño de Tapa: Solange Bartos ISBN: XXX-WWW-BBB-ZZZ-AAA Impreso en Impresiones INSC// Roque Pérez, Coghlan en el mes de noviembre de 2014. Hecho el depósito que marca la ley 00.000 Impreso en Argentina