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Ética Profesional
2012
"Ethos" de la verdad: La Veracidad
La libertad asume como tarea lo que la conciencia reconoce como valor. A la
autoconciencia del valor= verdad le sigue el cumplimiento ético de la veracidad en la
pluridimensionalidad de las exigencias .y responsabilidades que la verdad, comporta y
suscita. Son exigencias de escucha, de sinceridad, de veracidad, de testimonió, de,
diálogo y tolerancia.
La veracidad es /virtud moral. Como tal es actitud de toda la persona: disposición de la
libertad, que yo soy, a la verdad. Y es virtud social, que abre a los demás, cualificando y
promoviendo las relaciones. La veracidad es virtud de fidelidad: fidelidad a la verdad y en
la verdad. Es respeto y amor de la verdad, atención y búsqueda, comunicación y
atestación, docilidad y servicio de la verdad. La veracidad hace verdadera a la persona de
la verdad que profesa eficazmente en su vida. Y la hace ministro de la verdad, o sea de
Dios, del que toda verdad es refracción reveladora.
Por eso la veracidad no es tanto la ley que prohíbe la mentira como la autoconciencia
cargada de exigencia de una fidelidad. Es fidelidad a la verdad, y por tanto a Dios,
fundamento, fuente y plenitud de la verdad. Y, así mismo, a la verdad que me hace
verdadero; y a los otros, encontrados en la verdad que une y hace la comunidad.
1. ESCUCHA. La primera veracidad se da frente a la verdad misma. K. Rahner la ha
llamado " el sentido de la verdad" (La veracitá, 289), como sensibilidad vigilante y
constante del hombre a la verdad. No puede haber comunicación de verdad sin
comunicarse con la verdad. De ahí el cometido primario de la apertura y de la
permeabilidad a la verdad, de su búsqueda, de su intensificación: "Todos los hombres...
son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la
obligación moral de buscarla... Y están obligados así mismo a adherirse a la verdad
conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad" (DH 2).
Esta forma originaria de la veracidad se basa en la confianza. No solamente en las
posibilidades del hombre de encontrarse y reconciliarse con la verdad, sino ante todo en
la realidad de la verdad y en sus posibilidades reveladoras de valor y de sentido. A esta
confianza se le entrega la verdad, sobre todo en la medida en que no se trata de
verificarla y de tomarla, sino de reconocerla y dejarse tomar. Sin embargo; el hombre
atraviesa hoy una crisis de desconfianza en la verdad, aunque no sea sino porque ha
perdido su sentido y valor, desviándolo y reduciéndolo a verdades periféricas y empíricas,
por lo cual se mide sólo con éstas, cayendo en el monismo de la verdad, de modo que
cuanto rebasa este nivel goza no del beneficio de lo verdadero, sino de lo opinable.
Pero la veracidad no está constituida por la opinión, ni siquiera por la dominante o
estadísticamente más sostenida. La veracidad se consigue a sí misma a la luz reveladora
del ser y de la realidad. En este significado originario la veracidad es "la apertura [...] del
hombre como espíritu hacia el ser simplemente tal -en el que se fundamenta todo el ser
de los seres-, como la aceptación del misterio, que es el fundamento en que se basa toda
realidad, y al que llamamos Dios, como la verdad primaria que tiene en sí misma su pleno
sentido, aunque no sea útil para nada, aunque no pueda ser técnicamente utilizada y
puesta al servicio del progreso biológico, del avance en el nivel de vida, de las
distracciones y de las diversiones; el sentido de la verdad que es severa, exigente y se da
a sí misma con esos caracteres, que no sólo se dirige y llama a la racionalidad del hombre
técnicamente refinado, sino que posibilita y exige su espíritu, la decisión última de la
libertad y al hombre todo" (K. RAHNER, La veracidad, 249).
Para realizar esta primera y decisiva veracidad se necesita una disponibilidad de escucha
acogedora, lograda mediante el recogimiento con el que la libertad se sustrae a la
dispersión y se asume a sí misma; de silencio, por el que, obligando a callar todas las
distracciones, abre el espíritu a las profundidades trascendentes de la verdad; de
contemplación, con la cual relativiza y trasciende la actitud del espectador, elevándose a
la lógica de la participación, o sea del conocimiento más comprometido y adherente, la
única que es capaz de alcanzar la profundidad y la plenitud de la verdad.
2. SINCERIDAD. La fidelidad a la verdad que hace verdadera la vida propia se proyecta
como fidelidad en la verdad a sí mismo y a los demás; es la manifestación del propio ser
verdadero, por el cual la persona se ofrece en la verdad. Es la veracidad como sinceridad:
ser verdaderos.
Es el emerger que se automanifiesta del propio ser personal, la continuación de la propia
realidad como presencia de sí a sí y a los otros; el darse puro, simple, sincero de la
verdad. Por eso veracidad y verdad, como en la emeth bíblica, son la misma cosa: la
verdad del propio ser que se auto-revela, "la veracidad de la propia verdad para los otros"
(K. RAHNER, La veracidad, 273) en la libertad y en el amor. -En la libertad, porque esta
autoapertura no procede necesariamente, sino como acto dé fidelidad a la verdad del
propio ser y a los demás, a los cuales se abre la verdad. Ello comporta el riesgo ético y la
posibilidad inversa de la infidelidad como interaceptación manipuladora y desviada de la
propia verdad a los otros. En el amor, porque aquí veracidad es autodonación de la
verdad que yo soy, y por tanto de mi ser verdadero al otro. Es gracia: reflejo de la verdad
dé Dios, que se automanifiesta y da a nosotros. Por eso la insinceridad es siempre un
acto de rechazo egoísta de darse en la verdad.
a) Consigo mismo. El primer alter, el primer tú al que me abro y ofrezco en la verdad soy
yo mismo para mí. Por eso la primera sinceridad es consigo mismo; es la imagen que se
da de sí. Cada uno secunda los fenómenos de la represión, de la racionalización, de la
autojustificación, de la pseudoconciencia, de la íntima ficción, con los que de manera más
o menos refleja procede a la adaptación utilitaria y gratificante de la verdad de sí a sí
mismo. Por eso nos concedemos una imagen ficticia, fuente de complacencia
satisfactoria.
En cuanto la libertad experimenta este condicionamiento de la verdad, está llamada, por
una parte, a una conversión radical de toda certificación instintiva y emocional de sí; por
otra, a una liberación autocrítica de toda imagen torcida e inauténtica: por la confrontación
abierta con la realidad íntima y genuina, con la experiencia, con los otros, con la
autoridad, con la comunidad, con la palabra de Dios; en vigilante y confiada docilidad a la
acción liberadora y sinceradora del Espíritu, del que es don y fruto la verdad de nuestro
ser.
En la autoconciencia según la verdad, el hombre es verdaderamente libre porque se
autoposee en el ser y en el deber ser. En el ser, por el que simplemente es, sin el afán de
la apariencia ni la angustia del límite. En el deber ser, porque tiene la serena conciencia
de sus posibilidades y de sus obligaciones y se abre a la conversión, a la fidelidad y a la
esperanza.
b) Con los otros. Todo hombre es él mismo delante de los otros: se muestra. Mostrarse es
ofrecerse a la mirada; revelar el propio rostro, comunicar en la verdad del rostro. De esta
reciprocidad de rostro y mirada procede la dinámica social de comunión y comunidad; es
la propia sinceridad ofrecida a los otros en una fidelidad simultánea e indivisible a sí
mismo y a los demás.
Pero el hombre no se ofrece a la mirada a la manera de una cosa o de un animal. En el
animal hay autoidentidad, porque es naturaleza. En el hombre hay auto-espíritu, porque
es persona: sujeto consciente y libre. Faltándole la natural auto-identidad del animal, el
hombre se ofrece a la mirada según la imagen que ofrece él de sí. El animal está todo él
en su exterioridad; es lo que aparece de sí. A diferencia de la persona que es una
interioridad, no transparente por sí misma, sino por la mediación reveladora de la
exterioridad. De ahí el papel decisivo de la libertad en esta mediación de la verdad: el
hombre puede ofrecerse en la transparencia del rostro o en su enmascaramiento, en la
unidad de la sinceridad o en la doblez de la hipocresía.
En una libertad de lealtad el hombre es él mismo y fuente de confianza y de fiabilidad. Se
mide con la verdad, no con la ventaja, la bonita figura o la buena opinión que necesitan
garantizarse mediante el consenso humano. No se sobrevalora ni se ufana, no simula ni
disimula; está en paz consigo y con los demás; se siente serenamente seguro, sin
necesidad de defenderse de nada ni de nadie. Y se ofrece en la verdad. De él podemos
fiarnos, de él no nos defendemos. Su sinceridad conquista y desarma, porque conquista
para la verdad y la lealtad, anulando y rompiendo la espiral perversa de ficción y contra
ficción. De la confianza que la sinceridad funda y derrama procede la comunión y vive la
comunidad humana. Por ella nos encontramos de persona a persona, en la reciprocidad
donante y acogedora del amor.
3. VERACIDAD. "Verum est diffusivum su¡", dice la ontología clásica. En términos de
filosofía personalista podría traducirse: "La verdad está cargada de destino". La verdad es
verdad para otros. Se afirma para decirse; se acoge para ser comunicada. Como tal, toma
cuerpo en la palabra: es llevada por la palabra. Y se hace mensaje.
De esta manera la palabra se convierte en el lugar-vector de la verdad y termina
desempeñando un papel decisivo. Pues en ella la verdad encuentra su fuerza mediadora:
mediante la palabra, la verdad atraviesa el espacio y el tiempo y se hace presente,
convincente, operante. Pero encuentra también su fragilidad, porque sigue su suerte. No
es ya simplemente verdad; es palabra verdad, lo cual significa que puede convertirse en
palabra falsa. No por autocontradicción de la verdad, sino por inadecuación o traición de
la palabra; por infidelidad de la palabra a la verdad.
La palabra es siempre dicha por alguien; es palabra de un sujeto humano. La persona es
la que se hace palabra, que por eso lleva la responsabilidad de la palabra según verdad.
Y ésta es tal cuando es verídica, o sea por doble y simultánea fidelidad a la verdad y a su
destinatario.
a) Fidelidad a la verdad. La veracidad es fidelidad a la verdad, por lo cual el hombre
cuando habla debe decir la verdad. Puede callarse; incluso muchas veces es prudente y
obligado callarse; el silencio es virtud. Exhorta el apóstol. "Todo hombre debe ser pronto
para escuchar, pero lento para hablar" (Sant 1,19). Pero cuando habla, debe decir la
verdad. La palabra es acto humano; el hombre no la vive como fenómeno puramente
natural, sino como acontecimiento propiamente humano, que compromete su libertad.
Ésta la asume como obligación de lealtad, de palabra según verdad. Es un cometido que
requiere también valor: el valor de decir la verdad.
Descuidar esta obligación significa mentir: traicionar la verdad con la palabra. Y esto es la
l mentira: infidelidad a la verdad. Pero puede ser más que mentira cuando se trata, de la
verdad de alguno; su distorsión o falsificación puede convertirse en maledicencia,
denigración y calumnia. A la traición de la verdad se añade una traición del derecho y del
amor.
La veracidad no es nunca manifestación pura y simple del pensamiento, porque no puede
separarse de la prudencia y de la caridad. Una palabra indiscreta que revela un secreto,
una palabra impúdica que pone al desnudo una intimidad, aunque responda a la verdad,
no puede responder al amor hacia aquél de quien hablamos.
b) Fidelidad al destinatario. La palabra por sí misma activa una relación; se hace mensaje
de un emisor a un destinatario, que por lo mismo entran en relación. Para ser una
comunicación humana, o sea creadora de una socialidad humanizante, debe producirse
en la verdad, debe ser don e intercambio de verdad. En la verdad los hombres se hacen
creíbles y fiables, y la comunidad progresa en la justicia y en el amor.
En la comunicación verdadera el destinatario es afirmado y confirmado en, su dignidad de
persona: de sujeto con valor de fin, nunca de medio. Hablarle es más que darle
verdades-. noticia„ que tratarlo de objeto de información. Hablarle es darle la palabra,
suscitar en él la palabra que lo hace sujeto de verdad en la comunicación y en la
comunión. Al contrario, la comunicación falsa coloca al destinatario a merced de la
voluntad instrumental del emisor; éste no le da la palabra de verdad, sino que lo confunde
para su propio uso o placer. Esto se verifica no sólo en la mentira bonita y buena, sino en
todas las formas pilotadas y parciales de comunicación, en las cuales la verdad no hace
verdaderos, sino que ideologiza; no humaniza, sino que funcionaliza.
Hay que concienciarse de estas posibilidades y riesgos en relación con la extensión
masiva y planetaria de las relaciones que la palabra hoy activa y entrelaza. Son
posibilidades inesperadas y cargadas de promesa para la afirmación de la verdad y la
promoción social humana, Pero al mismo tiempo comportan un enorme riesgo de
monopolización y de manipulación de la verdad y de la comunicación, que es preciso
contrastar y conjurar con valor atento y crítico: Aquí el problema ético de la veracidad se
vuelve al mismo tiempo político, y la responsabilidad moral queda activamente
involucrada a nivel de gestión del poder y de control del poder (! Comunicación social V,
5).
Como la verdad de aquél de quien hablo, tampoco la verdad a aquél a quien hablo está
nunca sin el amor caridad. No se trata de hablar de cualquier manera, sino de hablar en la
sintonía de la caridad, en la longitud de onda del amor. Una verdad echada en cara,
proferida de malos modos o en-.un momento inoportuno; una verdad que deprime,
-ofende, aleja o destruye, es verdad sin amor. Pero una lisonja, una mentira piadosa o
benévola, es amor sin verdad. Verdad y amor son inseparables en la palabra; ésta es
dictada por el amor y se mide por la verdad.
4. TESTIMONIO. La consistencia personal de la verdad, por la cual la persona se ofrece
en la verdad y se hace palabra de verdad, da a la veracidad un carácter atestativo: La
veracidad es testimonio, testimonio de la verdad con uno mismo entero, con la propia
vida.
Todo testimonio es siempre a partir de una experiencia personal de la verdad, de una
escucha fiel y operante de ella. Por eso la verdad me identifica y mi ser se convierte en el
rostro revelador.
Por mi testimonio el otro es más que informado o instruido; es implicado y renovado.
Porque información e instrucción son funciones del tener; entre yo y el otro hay
comunicación de datos. El testimonio, en cambio, es expresión del ser/ ser-con: yo
comunico simplemente algo, pero me comunico; y el otro no adquiere una verdad-objeto,
sino que acoge una verdad-persona en una comunicación que es comunión.
En el testimonio la vivencia precede a la palabra y la hace verdadera; y el sujeto es veraz
no por las pruebas que sabe ofrecer o por el poder con que se impone, sino por la
credibilidad que sabe suscitar, por la coherencia atractiva y arrolladora con que vive la
verdad que profesa. Su presencia testificadora es la demostración primera y decisiva de la
verdad. El otro, más que convencido o persuadido, es conquistado para la verdad,
convirtiéndose en testimonio suyo a su vez.
El testimonio es a la vez una exigencia ética de la verdad-valor-sentido, que llama a la
coherencia operativa; y del amor-caridad, que llama al anuncio, a la comunicación, a la
comunión en la verdad. Es una tarea que implica a todos. Cada uno, en efecto, responde
del testimonio que está llamado a ofrecer en la condición específica de su situación y de
su-elección profesional y vocacional. Nadie puede sustraerse, porque la renuncia al
testimonio no es la nada de hecho, sino el testimonio de una indiferencia a la verdad, de
un gris axiológico; de una insignificancia que son ya un antitestimonio, de cuyos efectos
involutivos es responsable el sujeto.
Para el cristiano el testimonio, es más que una exigencia ética. Es la vida misma cristiana
recibida como gracia y tarea sacramental: ser signo transparente, y atractivo de Cristo-
verdad constitutiva y dinamizante de toda nuestra vida. La veracidad cristiana es por sí
misma un testimonio (He 1,8; 10,39; 2Tes 1,10). Brota de una experiencia personal de la
verdad; toma forma en una escucha observante y comprometida (Jn 14,15; 15,10; Lc
11,28;. Sant 1,22); es practicada no con el "prestigio de la palabra" (1 Cor 2,1), sino con
"el ministerio del testimonio del evangelio" (He 20,24); y supone la parresia, "la franqueza
valerosa" (He 4,31) de un testimonio a pesar de todo. El estilo del testimonio impregna
toda la vida del cristiano; informa la vivencia de la fe, conformando a la vez toda la vida
moral cristiana. Porque el testimonio de la fe es el testimonio de la verdad que la fe saca,
anima y finaliza de modo indeduciblemente nuevo.
Como para todo hombre, también para el cristiano, en un sentido evangélicamente más
fuerte y grave, sustraerse al testimonio es hacerse culpable de escándalo: de un
testimonio frustrado o de un testimonio de la no-verdad eclesial y socialmente de-
creadores. Por eso el evangelio (cf Lc 17,2-3) y el Apocalipsis (cf Ap 3,15) pronuncian una
fuerte y severa condena en contra. Así como el testimonio involucra en la verdad, el
escándalo es contagioso en el error y en la falsedad. Ser activamente conscientes de ello
es tener conciencia de la responsabilidad social y eclesial de la verdad.
5. DIÁLOGO Y TOLERANCIA. La tendencia moral a la verdad no tolera la violencia.
Busca la verdad y no se satisface más que en ella. Pero en esta búsqueda tiene la
concreta conciencia de encontrarse y confrontarse con mediaciones humanas de la
verdad; son mediaciones marcadas por la diversidad de individuos y comunidades, que
por lo mismo recorren caminos múltiples y separados.
Sin embargo, la verdad no se nos ha dado en su forma pura, sino marcada histórica y
culturalmente. Por eso es susceptible de determinaciones parciales, espúreas,
unilaterales, desequilibradas; está sujeta a olvidos y descuidos, a tensiones dialécticas y
reacciones emotivas, a resistencias polémicas y a conformaciones irénicas, a fugas hacia
adelante y a imprevisibles reflujos. Personas y comunidades, movimientos y corrientes de
pensamiento, en la búsqueda y en la defensa de la verdad padecen el influjo, no reflejo
pero determinante, del propio hábitat de la verdad: la conciencia de la verdad resulta
inevitablemente marcada por ello.
Esta diversificación de la verdad nos da una concepción sinfónica y pluralista de la unidad
de la verdad, que orienta éticamente la libertad frente al pensamiento y a las convicciones
ajenas. Tal orientación es una forma particular de la veracidad, como fidelidad a la verdad
de la que el otro está personalmente persuadido. Por eso no se le refuta en la diversidad
de su convencimiento y comportamiento, pero de todos modos se lo encuentra y acepta
(cf GS 92).
Esta veracidad es ante todo diálogo, como confrontación e intercambio integrador de
aspectos, dimensiones, y momentos de la verdad que cada uno (individuo o comunidad)
siente y manifiesta de modo propio y particular. Está al servicio de aquella comprensión
sinfónica de la verdad, a cuya riqueza armónica cada uno concurre con su singularidad,
superando todo monolitismo uniformizante y totalitario de la verdad. Veracidad significa
aquí atención y acogida de las aportaciones de todos a la luminosidad de la verdad en
nosotros y alrededor de nosotros. Aquí no está en juego la verdad; la diversidad no es
sentida como no-verdad, sino como acentuación y manifestación particular de la verdad.
En cambio, hay situaciones en las cuales la persuasión del otro, más que como tonalidad
particular de la verdad, es sentida como una opinión discutible o inaceptable, que no se
consigue compartir por respeto a la verdad. Aquí se verifica una especie de conflicto entre
la fidelidad al otro exigida por el amor/ caridad y la fidelidad a la verdad que no tolera el
error. Manifiestamente no se puede en nombre del amor ceder a una visión acrítica o
indiferente de la verdad; de ahí se derivaría un sincretismo indiferente a la verdad y a la
falsedad. Ni tampoco se puede en nombre de la verdad denunciar al otro, distanciarse de
él y abandonarlo a su error.
Hay una veracidad que es amor a la verdad y al otro, que le indica a la libertad una
solución dinámica y dialéctica de este conflicto. Es la tolerancia, virtud de respeto de las
convicciones personales ajenas. Ella satisface a la vez las exigencias del amor y de la
verdad. Y porque amor y verdad se implican indivisiblemente: el amor se complace en la
verdad (1Cor 13,6) y la verdad se realiza en la caridad (Ef 4,15).
La tolerancia, sin ceder a relativismo alguno, parte del supuesto de la inherencia personal
de las opiniones ajenas. Estas son expresión de las convicciones profundas de un sujeto
que las ha madurado en su ambiente vital. Por tanto no se las puede tratar de acuerdo
con ideas anónimas y abstractas, sino persuasiones de una conciencia personal que, en
cuanto tal, merece atención, respeto y crédito.
Son actitudes que el tolerante vive activamente, porque se siente íntimamente impulsado
por la veracidad a la confrontación y al diálogo crítico y veraz con el otro. La tolerancia es
camino progresivo hacia la verdad que hay que buscar y alcanzar juntos. Parte de una
crítica sincera y vigilante de las propias certezas y los propios criterios de verdad. Libera
igualmente de una visión posesiva y preconcebida de la verdad y pone en la libertad de
comprender al otro, de valorar sus convicciones y de orientar a la verdad el camino del
diálogo.
La tolerancia tiene por base la humildad, por lo cual no nos sentimos dueños y árbitros de
la verdad, sino fieles servidores suyos; y se basa en la confianza, por lo cual no se
condena al otro a su error, sino que nos unimos a él en el camino hacia la verdad. Ella
permite descubrir en él elementos y recursos imprevisibles de verdad, que el intolerante
no sólo no ve, sino que reprime e impide que afloren.
La tolerancia no minimiza ni condesciende nunca con el error; no es nunca un modo de
pasar por encima o de convenir como sea, sino que lo afronta y lo vence con voluntad
paciente e itinerante de encuentro crítico y persuasivo.
La tolerancia es virtud ecuménica; une en una comunión de tendencia a la verdad que
tenemos delante como horizonte de comprensión y luz que orienta y hace de meta de
nuestro camino.
La verdad es a la vez y siempre una fuente y una meta. Porque la verdad es a la vez y
siempre revelación y liberación: "conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn
8,32).
M. Cozzoli
Tomado de: http://www.mercaba.org/DicTM/TM_verdad_y_veracidad.htm
En cambio, hay situaciones en las cuales la persuasión del otro, más que como tonalidad
particular de la verdad, es sentida como una opinión discutible o inaceptable, que no se
consigue compartir por respeto a la verdad. Aquí se verifica una especie de conflicto entre
la fidelidad al otro exigida por el amor/ caridad y la fidelidad a la verdad que no tolera el
error. Manifiestamente no se puede en nombre del amor ceder a una visión acrítica o
indiferente de la verdad; de ahí se derivaría un sincretismo indiferente a la verdad y a la
falsedad. Ni tampoco se puede en nombre de la verdad denunciar al otro, distanciarse de
él y abandonarlo a su error.
Hay una veracidad que es amor a la verdad y al otro, que le indica a la libertad una
solución dinámica y dialéctica de este conflicto. Es la tolerancia, virtud de respeto de las
convicciones personales ajenas. Ella satisface a la vez las exigencias del amor y de la
verdad. Y porque amor y verdad se implican indivisiblemente: el amor se complace en la
verdad (1Cor 13,6) y la verdad se realiza en la caridad (Ef 4,15).
La tolerancia, sin ceder a relativismo alguno, parte del supuesto de la inherencia personal
de las opiniones ajenas. Estas son expresión de las convicciones profundas de un sujeto
que las ha madurado en su ambiente vital. Por tanto no se las puede tratar de acuerdo
con ideas anónimas y abstractas, sino persuasiones de una conciencia personal que, en
cuanto tal, merece atención, respeto y crédito.
Son actitudes que el tolerante vive activamente, porque se siente íntimamente impulsado
por la veracidad a la confrontación y al diálogo crítico y veraz con el otro. La tolerancia es
camino progresivo hacia la verdad que hay que buscar y alcanzar juntos. Parte de una
crítica sincera y vigilante de las propias certezas y los propios criterios de verdad. Libera
igualmente de una visión posesiva y preconcebida de la verdad y pone en la libertad de
comprender al otro, de valorar sus convicciones y de orientar a la verdad el camino del
diálogo.
La tolerancia tiene por base la humildad, por lo cual no nos sentimos dueños y árbitros de
la verdad, sino fieles servidores suyos; y se basa en la confianza, por lo cual no se
condena al otro a su error, sino que nos unimos a él en el camino hacia la verdad. Ella
permite descubrir en él elementos y recursos imprevisibles de verdad, que el intolerante
no sólo no ve, sino que reprime e impide que afloren.
La tolerancia no minimiza ni condesciende nunca con el error; no es nunca un modo de
pasar por encima o de convenir como sea, sino que lo afronta y lo vence con voluntad
paciente e itinerante de encuentro crítico y persuasivo.
La tolerancia es virtud ecuménica; une en una comunión de tendencia a la verdad que
tenemos delante como horizonte de comprensión y luz que orienta y hace de meta de
nuestro camino.
La verdad es a la vez y siempre una fuente y una meta. Porque la verdad es a la vez y
siempre revelación y liberación: "conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn
8,32).
M. Cozzoli
Tomado de: http://www.mercaba.org/DicTM/TM_verdad_y_veracidad.htm

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Ethos de la verdad

  • 1. Ética Profesional 2012 "Ethos" de la verdad: La Veracidad La libertad asume como tarea lo que la conciencia reconoce como valor. A la autoconciencia del valor= verdad le sigue el cumplimiento ético de la veracidad en la pluridimensionalidad de las exigencias .y responsabilidades que la verdad, comporta y suscita. Son exigencias de escucha, de sinceridad, de veracidad, de testimonió, de, diálogo y tolerancia. La veracidad es /virtud moral. Como tal es actitud de toda la persona: disposición de la libertad, que yo soy, a la verdad. Y es virtud social, que abre a los demás, cualificando y promoviendo las relaciones. La veracidad es virtud de fidelidad: fidelidad a la verdad y en la verdad. Es respeto y amor de la verdad, atención y búsqueda, comunicación y atestación, docilidad y servicio de la verdad. La veracidad hace verdadera a la persona de la verdad que profesa eficazmente en su vida. Y la hace ministro de la verdad, o sea de Dios, del que toda verdad es refracción reveladora. Por eso la veracidad no es tanto la ley que prohíbe la mentira como la autoconciencia cargada de exigencia de una fidelidad. Es fidelidad a la verdad, y por tanto a Dios, fundamento, fuente y plenitud de la verdad. Y, así mismo, a la verdad que me hace verdadero; y a los otros, encontrados en la verdad que une y hace la comunidad. 1. ESCUCHA. La primera veracidad se da frente a la verdad misma. K. Rahner la ha llamado " el sentido de la verdad" (La veracitá, 289), como sensibilidad vigilante y constante del hombre a la verdad. No puede haber comunicación de verdad sin comunicarse con la verdad. De ahí el cometido primario de la apertura y de la permeabilidad a la verdad, de su búsqueda, de su intensificación: "Todos los hombres... son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la obligación moral de buscarla... Y están obligados así mismo a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad" (DH 2). Esta forma originaria de la veracidad se basa en la confianza. No solamente en las posibilidades del hombre de encontrarse y reconciliarse con la verdad, sino ante todo en la realidad de la verdad y en sus posibilidades reveladoras de valor y de sentido. A esta confianza se le entrega la verdad, sobre todo en la medida en que no se trata de verificarla y de tomarla, sino de reconocerla y dejarse tomar. Sin embargo; el hombre atraviesa hoy una crisis de desconfianza en la verdad, aunque no sea sino porque ha perdido su sentido y valor, desviándolo y reduciéndolo a verdades periféricas y empíricas, por lo cual se mide sólo con éstas, cayendo en el monismo de la verdad, de modo que cuanto rebasa este nivel goza no del beneficio de lo verdadero, sino de lo opinable. Pero la veracidad no está constituida por la opinión, ni siquiera por la dominante o estadísticamente más sostenida. La veracidad se consigue a sí misma a la luz reveladora
  • 2. del ser y de la realidad. En este significado originario la veracidad es "la apertura [...] del hombre como espíritu hacia el ser simplemente tal -en el que se fundamenta todo el ser de los seres-, como la aceptación del misterio, que es el fundamento en que se basa toda realidad, y al que llamamos Dios, como la verdad primaria que tiene en sí misma su pleno sentido, aunque no sea útil para nada, aunque no pueda ser técnicamente utilizada y puesta al servicio del progreso biológico, del avance en el nivel de vida, de las distracciones y de las diversiones; el sentido de la verdad que es severa, exigente y se da a sí misma con esos caracteres, que no sólo se dirige y llama a la racionalidad del hombre técnicamente refinado, sino que posibilita y exige su espíritu, la decisión última de la libertad y al hombre todo" (K. RAHNER, La veracidad, 249). Para realizar esta primera y decisiva veracidad se necesita una disponibilidad de escucha acogedora, lograda mediante el recogimiento con el que la libertad se sustrae a la dispersión y se asume a sí misma; de silencio, por el que, obligando a callar todas las distracciones, abre el espíritu a las profundidades trascendentes de la verdad; de contemplación, con la cual relativiza y trasciende la actitud del espectador, elevándose a la lógica de la participación, o sea del conocimiento más comprometido y adherente, la única que es capaz de alcanzar la profundidad y la plenitud de la verdad. 2. SINCERIDAD. La fidelidad a la verdad que hace verdadera la vida propia se proyecta como fidelidad en la verdad a sí mismo y a los demás; es la manifestación del propio ser verdadero, por el cual la persona se ofrece en la verdad. Es la veracidad como sinceridad: ser verdaderos. Es el emerger que se automanifiesta del propio ser personal, la continuación de la propia realidad como presencia de sí a sí y a los otros; el darse puro, simple, sincero de la verdad. Por eso veracidad y verdad, como en la emeth bíblica, son la misma cosa: la verdad del propio ser que se auto-revela, "la veracidad de la propia verdad para los otros" (K. RAHNER, La veracidad, 273) en la libertad y en el amor. -En la libertad, porque esta autoapertura no procede necesariamente, sino como acto dé fidelidad a la verdad del propio ser y a los demás, a los cuales se abre la verdad. Ello comporta el riesgo ético y la posibilidad inversa de la infidelidad como interaceptación manipuladora y desviada de la propia verdad a los otros. En el amor, porque aquí veracidad es autodonación de la verdad que yo soy, y por tanto de mi ser verdadero al otro. Es gracia: reflejo de la verdad dé Dios, que se automanifiesta y da a nosotros. Por eso la insinceridad es siempre un acto de rechazo egoísta de darse en la verdad. a) Consigo mismo. El primer alter, el primer tú al que me abro y ofrezco en la verdad soy yo mismo para mí. Por eso la primera sinceridad es consigo mismo; es la imagen que se da de sí. Cada uno secunda los fenómenos de la represión, de la racionalización, de la autojustificación, de la pseudoconciencia, de la íntima ficción, con los que de manera más o menos refleja procede a la adaptación utilitaria y gratificante de la verdad de sí a sí mismo. Por eso nos concedemos una imagen ficticia, fuente de complacencia satisfactoria. En cuanto la libertad experimenta este condicionamiento de la verdad, está llamada, por una parte, a una conversión radical de toda certificación instintiva y emocional de sí; por otra, a una liberación autocrítica de toda imagen torcida e inauténtica: por la confrontación abierta con la realidad íntima y genuina, con la experiencia, con los otros, con la autoridad, con la comunidad, con la palabra de Dios; en vigilante y confiada docilidad a la acción liberadora y sinceradora del Espíritu, del que es don y fruto la verdad de nuestro ser. En la autoconciencia según la verdad, el hombre es verdaderamente libre porque se autoposee en el ser y en el deber ser. En el ser, por el que simplemente es, sin el afán de la apariencia ni la angustia del límite. En el deber ser, porque tiene la serena conciencia de sus posibilidades y de sus obligaciones y se abre a la conversión, a la fidelidad y a la esperanza.
  • 3. b) Con los otros. Todo hombre es él mismo delante de los otros: se muestra. Mostrarse es ofrecerse a la mirada; revelar el propio rostro, comunicar en la verdad del rostro. De esta reciprocidad de rostro y mirada procede la dinámica social de comunión y comunidad; es la propia sinceridad ofrecida a los otros en una fidelidad simultánea e indivisible a sí mismo y a los demás. Pero el hombre no se ofrece a la mirada a la manera de una cosa o de un animal. En el animal hay autoidentidad, porque es naturaleza. En el hombre hay auto-espíritu, porque es persona: sujeto consciente y libre. Faltándole la natural auto-identidad del animal, el hombre se ofrece a la mirada según la imagen que ofrece él de sí. El animal está todo él en su exterioridad; es lo que aparece de sí. A diferencia de la persona que es una interioridad, no transparente por sí misma, sino por la mediación reveladora de la exterioridad. De ahí el papel decisivo de la libertad en esta mediación de la verdad: el hombre puede ofrecerse en la transparencia del rostro o en su enmascaramiento, en la unidad de la sinceridad o en la doblez de la hipocresía. En una libertad de lealtad el hombre es él mismo y fuente de confianza y de fiabilidad. Se mide con la verdad, no con la ventaja, la bonita figura o la buena opinión que necesitan garantizarse mediante el consenso humano. No se sobrevalora ni se ufana, no simula ni disimula; está en paz consigo y con los demás; se siente serenamente seguro, sin necesidad de defenderse de nada ni de nadie. Y se ofrece en la verdad. De él podemos fiarnos, de él no nos defendemos. Su sinceridad conquista y desarma, porque conquista para la verdad y la lealtad, anulando y rompiendo la espiral perversa de ficción y contra ficción. De la confianza que la sinceridad funda y derrama procede la comunión y vive la comunidad humana. Por ella nos encontramos de persona a persona, en la reciprocidad donante y acogedora del amor. 3. VERACIDAD. "Verum est diffusivum su¡", dice la ontología clásica. En términos de filosofía personalista podría traducirse: "La verdad está cargada de destino". La verdad es verdad para otros. Se afirma para decirse; se acoge para ser comunicada. Como tal, toma cuerpo en la palabra: es llevada por la palabra. Y se hace mensaje. De esta manera la palabra se convierte en el lugar-vector de la verdad y termina desempeñando un papel decisivo. Pues en ella la verdad encuentra su fuerza mediadora: mediante la palabra, la verdad atraviesa el espacio y el tiempo y se hace presente, convincente, operante. Pero encuentra también su fragilidad, porque sigue su suerte. No es ya simplemente verdad; es palabra verdad, lo cual significa que puede convertirse en palabra falsa. No por autocontradicción de la verdad, sino por inadecuación o traición de la palabra; por infidelidad de la palabra a la verdad. La palabra es siempre dicha por alguien; es palabra de un sujeto humano. La persona es la que se hace palabra, que por eso lleva la responsabilidad de la palabra según verdad. Y ésta es tal cuando es verídica, o sea por doble y simultánea fidelidad a la verdad y a su destinatario. a) Fidelidad a la verdad. La veracidad es fidelidad a la verdad, por lo cual el hombre cuando habla debe decir la verdad. Puede callarse; incluso muchas veces es prudente y obligado callarse; el silencio es virtud. Exhorta el apóstol. "Todo hombre debe ser pronto para escuchar, pero lento para hablar" (Sant 1,19). Pero cuando habla, debe decir la verdad. La palabra es acto humano; el hombre no la vive como fenómeno puramente natural, sino como acontecimiento propiamente humano, que compromete su libertad. Ésta la asume como obligación de lealtad, de palabra según verdad. Es un cometido que requiere también valor: el valor de decir la verdad. Descuidar esta obligación significa mentir: traicionar la verdad con la palabra. Y esto es la l mentira: infidelidad a la verdad. Pero puede ser más que mentira cuando se trata, de la verdad de alguno; su distorsión o falsificación puede convertirse en maledicencia, denigración y calumnia. A la traición de la verdad se añade una traición del derecho y del amor.
  • 4. La veracidad no es nunca manifestación pura y simple del pensamiento, porque no puede separarse de la prudencia y de la caridad. Una palabra indiscreta que revela un secreto, una palabra impúdica que pone al desnudo una intimidad, aunque responda a la verdad, no puede responder al amor hacia aquél de quien hablamos. b) Fidelidad al destinatario. La palabra por sí misma activa una relación; se hace mensaje de un emisor a un destinatario, que por lo mismo entran en relación. Para ser una comunicación humana, o sea creadora de una socialidad humanizante, debe producirse en la verdad, debe ser don e intercambio de verdad. En la verdad los hombres se hacen creíbles y fiables, y la comunidad progresa en la justicia y en el amor. En la comunicación verdadera el destinatario es afirmado y confirmado en, su dignidad de persona: de sujeto con valor de fin, nunca de medio. Hablarle es más que darle verdades-. noticia„ que tratarlo de objeto de información. Hablarle es darle la palabra, suscitar en él la palabra que lo hace sujeto de verdad en la comunicación y en la comunión. Al contrario, la comunicación falsa coloca al destinatario a merced de la voluntad instrumental del emisor; éste no le da la palabra de verdad, sino que lo confunde para su propio uso o placer. Esto se verifica no sólo en la mentira bonita y buena, sino en todas las formas pilotadas y parciales de comunicación, en las cuales la verdad no hace verdaderos, sino que ideologiza; no humaniza, sino que funcionaliza. Hay que concienciarse de estas posibilidades y riesgos en relación con la extensión masiva y planetaria de las relaciones que la palabra hoy activa y entrelaza. Son posibilidades inesperadas y cargadas de promesa para la afirmación de la verdad y la promoción social humana, Pero al mismo tiempo comportan un enorme riesgo de monopolización y de manipulación de la verdad y de la comunicación, que es preciso contrastar y conjurar con valor atento y crítico: Aquí el problema ético de la veracidad se vuelve al mismo tiempo político, y la responsabilidad moral queda activamente involucrada a nivel de gestión del poder y de control del poder (! Comunicación social V, 5). Como la verdad de aquél de quien hablo, tampoco la verdad a aquél a quien hablo está nunca sin el amor caridad. No se trata de hablar de cualquier manera, sino de hablar en la sintonía de la caridad, en la longitud de onda del amor. Una verdad echada en cara, proferida de malos modos o en-.un momento inoportuno; una verdad que deprime, -ofende, aleja o destruye, es verdad sin amor. Pero una lisonja, una mentira piadosa o benévola, es amor sin verdad. Verdad y amor son inseparables en la palabra; ésta es dictada por el amor y se mide por la verdad. 4. TESTIMONIO. La consistencia personal de la verdad, por la cual la persona se ofrece en la verdad y se hace palabra de verdad, da a la veracidad un carácter atestativo: La veracidad es testimonio, testimonio de la verdad con uno mismo entero, con la propia vida. Todo testimonio es siempre a partir de una experiencia personal de la verdad, de una escucha fiel y operante de ella. Por eso la verdad me identifica y mi ser se convierte en el rostro revelador. Por mi testimonio el otro es más que informado o instruido; es implicado y renovado. Porque información e instrucción son funciones del tener; entre yo y el otro hay comunicación de datos. El testimonio, en cambio, es expresión del ser/ ser-con: yo comunico simplemente algo, pero me comunico; y el otro no adquiere una verdad-objeto, sino que acoge una verdad-persona en una comunicación que es comunión. En el testimonio la vivencia precede a la palabra y la hace verdadera; y el sujeto es veraz no por las pruebas que sabe ofrecer o por el poder con que se impone, sino por la credibilidad que sabe suscitar, por la coherencia atractiva y arrolladora con que vive la verdad que profesa. Su presencia testificadora es la demostración primera y decisiva de la verdad. El otro, más que convencido o persuadido, es conquistado para la verdad, convirtiéndose en testimonio suyo a su vez.
  • 5. El testimonio es a la vez una exigencia ética de la verdad-valor-sentido, que llama a la coherencia operativa; y del amor-caridad, que llama al anuncio, a la comunicación, a la comunión en la verdad. Es una tarea que implica a todos. Cada uno, en efecto, responde del testimonio que está llamado a ofrecer en la condición específica de su situación y de su-elección profesional y vocacional. Nadie puede sustraerse, porque la renuncia al testimonio no es la nada de hecho, sino el testimonio de una indiferencia a la verdad, de un gris axiológico; de una insignificancia que son ya un antitestimonio, de cuyos efectos involutivos es responsable el sujeto. Para el cristiano el testimonio, es más que una exigencia ética. Es la vida misma cristiana recibida como gracia y tarea sacramental: ser signo transparente, y atractivo de Cristo- verdad constitutiva y dinamizante de toda nuestra vida. La veracidad cristiana es por sí misma un testimonio (He 1,8; 10,39; 2Tes 1,10). Brota de una experiencia personal de la verdad; toma forma en una escucha observante y comprometida (Jn 14,15; 15,10; Lc 11,28;. Sant 1,22); es practicada no con el "prestigio de la palabra" (1 Cor 2,1), sino con "el ministerio del testimonio del evangelio" (He 20,24); y supone la parresia, "la franqueza valerosa" (He 4,31) de un testimonio a pesar de todo. El estilo del testimonio impregna toda la vida del cristiano; informa la vivencia de la fe, conformando a la vez toda la vida moral cristiana. Porque el testimonio de la fe es el testimonio de la verdad que la fe saca, anima y finaliza de modo indeduciblemente nuevo. Como para todo hombre, también para el cristiano, en un sentido evangélicamente más fuerte y grave, sustraerse al testimonio es hacerse culpable de escándalo: de un testimonio frustrado o de un testimonio de la no-verdad eclesial y socialmente de- creadores. Por eso el evangelio (cf Lc 17,2-3) y el Apocalipsis (cf Ap 3,15) pronuncian una fuerte y severa condena en contra. Así como el testimonio involucra en la verdad, el escándalo es contagioso en el error y en la falsedad. Ser activamente conscientes de ello es tener conciencia de la responsabilidad social y eclesial de la verdad. 5. DIÁLOGO Y TOLERANCIA. La tendencia moral a la verdad no tolera la violencia. Busca la verdad y no se satisface más que en ella. Pero en esta búsqueda tiene la concreta conciencia de encontrarse y confrontarse con mediaciones humanas de la verdad; son mediaciones marcadas por la diversidad de individuos y comunidades, que por lo mismo recorren caminos múltiples y separados. Sin embargo, la verdad no se nos ha dado en su forma pura, sino marcada histórica y culturalmente. Por eso es susceptible de determinaciones parciales, espúreas, unilaterales, desequilibradas; está sujeta a olvidos y descuidos, a tensiones dialécticas y reacciones emotivas, a resistencias polémicas y a conformaciones irénicas, a fugas hacia adelante y a imprevisibles reflujos. Personas y comunidades, movimientos y corrientes de pensamiento, en la búsqueda y en la defensa de la verdad padecen el influjo, no reflejo pero determinante, del propio hábitat de la verdad: la conciencia de la verdad resulta inevitablemente marcada por ello. Esta diversificación de la verdad nos da una concepción sinfónica y pluralista de la unidad de la verdad, que orienta éticamente la libertad frente al pensamiento y a las convicciones ajenas. Tal orientación es una forma particular de la veracidad, como fidelidad a la verdad de la que el otro está personalmente persuadido. Por eso no se le refuta en la diversidad de su convencimiento y comportamiento, pero de todos modos se lo encuentra y acepta (cf GS 92). Esta veracidad es ante todo diálogo, como confrontación e intercambio integrador de aspectos, dimensiones, y momentos de la verdad que cada uno (individuo o comunidad) siente y manifiesta de modo propio y particular. Está al servicio de aquella comprensión sinfónica de la verdad, a cuya riqueza armónica cada uno concurre con su singularidad, superando todo monolitismo uniformizante y totalitario de la verdad. Veracidad significa aquí atención y acogida de las aportaciones de todos a la luminosidad de la verdad en nosotros y alrededor de nosotros. Aquí no está en juego la verdad; la diversidad no es sentida como no-verdad, sino como acentuación y manifestación particular de la verdad.
  • 6. En cambio, hay situaciones en las cuales la persuasión del otro, más que como tonalidad particular de la verdad, es sentida como una opinión discutible o inaceptable, que no se consigue compartir por respeto a la verdad. Aquí se verifica una especie de conflicto entre la fidelidad al otro exigida por el amor/ caridad y la fidelidad a la verdad que no tolera el error. Manifiestamente no se puede en nombre del amor ceder a una visión acrítica o indiferente de la verdad; de ahí se derivaría un sincretismo indiferente a la verdad y a la falsedad. Ni tampoco se puede en nombre de la verdad denunciar al otro, distanciarse de él y abandonarlo a su error. Hay una veracidad que es amor a la verdad y al otro, que le indica a la libertad una solución dinámica y dialéctica de este conflicto. Es la tolerancia, virtud de respeto de las convicciones personales ajenas. Ella satisface a la vez las exigencias del amor y de la verdad. Y porque amor y verdad se implican indivisiblemente: el amor se complace en la verdad (1Cor 13,6) y la verdad se realiza en la caridad (Ef 4,15). La tolerancia, sin ceder a relativismo alguno, parte del supuesto de la inherencia personal de las opiniones ajenas. Estas son expresión de las convicciones profundas de un sujeto que las ha madurado en su ambiente vital. Por tanto no se las puede tratar de acuerdo con ideas anónimas y abstractas, sino persuasiones de una conciencia personal que, en cuanto tal, merece atención, respeto y crédito. Son actitudes que el tolerante vive activamente, porque se siente íntimamente impulsado por la veracidad a la confrontación y al diálogo crítico y veraz con el otro. La tolerancia es camino progresivo hacia la verdad que hay que buscar y alcanzar juntos. Parte de una crítica sincera y vigilante de las propias certezas y los propios criterios de verdad. Libera igualmente de una visión posesiva y preconcebida de la verdad y pone en la libertad de comprender al otro, de valorar sus convicciones y de orientar a la verdad el camino del diálogo. La tolerancia tiene por base la humildad, por lo cual no nos sentimos dueños y árbitros de la verdad, sino fieles servidores suyos; y se basa en la confianza, por lo cual no se condena al otro a su error, sino que nos unimos a él en el camino hacia la verdad. Ella permite descubrir en él elementos y recursos imprevisibles de verdad, que el intolerante no sólo no ve, sino que reprime e impide que afloren. La tolerancia no minimiza ni condesciende nunca con el error; no es nunca un modo de pasar por encima o de convenir como sea, sino que lo afronta y lo vence con voluntad paciente e itinerante de encuentro crítico y persuasivo. La tolerancia es virtud ecuménica; une en una comunión de tendencia a la verdad que tenemos delante como horizonte de comprensión y luz que orienta y hace de meta de nuestro camino. La verdad es a la vez y siempre una fuente y una meta. Porque la verdad es a la vez y siempre revelación y liberación: "conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8,32). M. Cozzoli Tomado de: http://www.mercaba.org/DicTM/TM_verdad_y_veracidad.htm
  • 7. En cambio, hay situaciones en las cuales la persuasión del otro, más que como tonalidad particular de la verdad, es sentida como una opinión discutible o inaceptable, que no se consigue compartir por respeto a la verdad. Aquí se verifica una especie de conflicto entre la fidelidad al otro exigida por el amor/ caridad y la fidelidad a la verdad que no tolera el error. Manifiestamente no se puede en nombre del amor ceder a una visión acrítica o indiferente de la verdad; de ahí se derivaría un sincretismo indiferente a la verdad y a la falsedad. Ni tampoco se puede en nombre de la verdad denunciar al otro, distanciarse de él y abandonarlo a su error. Hay una veracidad que es amor a la verdad y al otro, que le indica a la libertad una solución dinámica y dialéctica de este conflicto. Es la tolerancia, virtud de respeto de las convicciones personales ajenas. Ella satisface a la vez las exigencias del amor y de la verdad. Y porque amor y verdad se implican indivisiblemente: el amor se complace en la verdad (1Cor 13,6) y la verdad se realiza en la caridad (Ef 4,15). La tolerancia, sin ceder a relativismo alguno, parte del supuesto de la inherencia personal de las opiniones ajenas. Estas son expresión de las convicciones profundas de un sujeto que las ha madurado en su ambiente vital. Por tanto no se las puede tratar de acuerdo con ideas anónimas y abstractas, sino persuasiones de una conciencia personal que, en cuanto tal, merece atención, respeto y crédito. Son actitudes que el tolerante vive activamente, porque se siente íntimamente impulsado por la veracidad a la confrontación y al diálogo crítico y veraz con el otro. La tolerancia es camino progresivo hacia la verdad que hay que buscar y alcanzar juntos. Parte de una crítica sincera y vigilante de las propias certezas y los propios criterios de verdad. Libera igualmente de una visión posesiva y preconcebida de la verdad y pone en la libertad de comprender al otro, de valorar sus convicciones y de orientar a la verdad el camino del diálogo. La tolerancia tiene por base la humildad, por lo cual no nos sentimos dueños y árbitros de la verdad, sino fieles servidores suyos; y se basa en la confianza, por lo cual no se condena al otro a su error, sino que nos unimos a él en el camino hacia la verdad. Ella permite descubrir en él elementos y recursos imprevisibles de verdad, que el intolerante no sólo no ve, sino que reprime e impide que afloren. La tolerancia no minimiza ni condesciende nunca con el error; no es nunca un modo de pasar por encima o de convenir como sea, sino que lo afronta y lo vence con voluntad paciente e itinerante de encuentro crítico y persuasivo. La tolerancia es virtud ecuménica; une en una comunión de tendencia a la verdad que tenemos delante como horizonte de comprensión y luz que orienta y hace de meta de nuestro camino. La verdad es a la vez y siempre una fuente y una meta. Porque la verdad es a la vez y siempre revelación y liberación: "conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8,32). M. Cozzoli Tomado de: http://www.mercaba.org/DicTM/TM_verdad_y_veracidad.htm