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Rafael del Moral


TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
   Sentido y forma en La Regenta de Clarín




             Edición para la Red
INTRODUCCIÓN ....................................................................................... 3
1. LA ESTÉTICA DEL ARTE Y LA NOVELA ............................................. 11
   A) EL INTERÉS PROPIO ......................................................................... 13
   B) LAS EMOCIONES................................................................................ 14
   C) LA GENIALIDAD .................................................................................. 16
   D) LA POSESIÓN DEL UNIVERSO NARRATIVO ................................... 17
   E) EL DUENDE ......................................................................................... 20
2. UNA NOVELA CLÁSICA PARA EL ANÁLISIS...................................... 27
3. LA ESTRUCTURA NARRATIVA .......................................................... 33
4. EL MOTIVO Y LA RETROSPECCIÓN (Cap. 1 AL 5). EL CAMBIO DE
      CONFESOR................................................................................... 38
5. LOS HECHOS Y LA CREACIÓN AMBIENTAL (Cap. 6 AL 10). LA
      CONFESIÓN.................................................................................. 49
6. LA CONSECUENCIA Y LA CONCENTRACIÓN TEMPORAL. (Cap. 11
      AL 15). UN DÍA EN LA VIDA DEL CONFESOR. ............................ 60
7 VISIÓN COLECTIVA Y TÉCNICAS DE ACTUALIZA-CIÓN. (Cap. 16) . 72
8 EL PASO DE LOS DÍAS Y LA ARGUMENTCIÓN. (Cap. 17 AL 21). EL
      TRIUNFO DEL MAGISTRAL ......................................................... 78
9 VACILACIONES, DESATINOS Y TÉCNICAS DE SELECCIÓN (Cap. 22
      AL 26). ........................................................................................... 91
10 EL DESENLACE Y LA PERSPECTIVA. ACER-CAMIENTO A MESÍA.
      (Cap. 27 AL 30). ........................................................................... 106
11 LOS PERSONAJES SECUNDARIOS............................................... 120
   A) EL ENTORNO DE LA PROTAGONISTA ........................................... 122
   B) PERSONAJES PARA LA DISTENSIÓN ............................................ 126
   C) EL ÁMBITO DEL CASINO ................................................................. 129
   D) EL ENTORNO RELIGIOSO ............................................................... 130
12 ANÁLISIS FINAL Y CONCLUSIONES .............................................. 134
BIBLIOGRAFÍA ...................................................................................... 140



                                                    2
INTRODUCCIÓN

P
            retenden estas páginas orientar al lector, al es-
            tudiante y al interesado por el placer estético
            de la narrativa. Cansados de teorizar, nos cen-
            tramos en una novela que ha hecho feliz a
muchos lectores, una novela extensa y cargada de per-
sonajes. No pretendemos sustituir la lectura, sino ilus-
trarla y, sobre todo, profundizar en las razones prácticas
de la sensibilidad lectora. Concibo los comentarios co-
mo guía para el lector perdido, como consulta, como
ayuda para la interpretación, como glosa para el análisis.
Quien lea este libro podrá localizar determinado pasaje
o personaje, seguir sus huellas, aclarar un asunto, enca-
jar un capítulo o grupo de capítulos y, en general, ser-
virse de ayuda para la interpretación o valoración de las
personalidades o los hechos de una novela ejemplar.
Aunque todos los puntos destacados son ejemplo para la
teoría literaria, no sirve este comentario para sustituir
otros placeres estéticos propios de la lectura individuali-
zada de la obra, aunque sí para enfatizarlos, para condu-
cir al lector por aquellos pasos que podría haber seguido
en la interpretación, porque las cosas que están muy
cerca son las que con más dificultad se encuentran. Y
están tan pegados a nuestra piel algunos de nuestros más
INTRODUCCIÓN
apreciados bienes que no los vemos, que quedan eclip-
sados por una extraña ceguera.
    Menospreciamos el bienestar cuando invade la vida
diaria, desvaloramos a muchos de nuestros amigos hasta
que se alejan de nosotros, y desdeñamos el aire elemen-
tal de nuestras vidas hasta que nos falta, y es también
común quitarle importancia a uno de los grandes bienes
del hombre, a la palabra, que forma parte tan íntegra de
uno mismo, que está tan sumergida en las repetidas
fórmulas de todos los días que acabamos por conside-
rarlas parte de nosotros mismos. Decía el rey Alfonso X
el Sabio, que tanto hizo por las palabras de nuestra len-
gua: “Así como el cántaro quebrado se conoce por su
sonido, así el seso del hombre es conocido por su pala-
bra.”
    La palabra es el alma de la humanidad, y también
puede ser el instrumento más destructivo. De su uso de-
pende la consideración que concedemos íntimamente a
las personas, y la valoración que hacemos de ellas. Son
las palabras el delicado hilo del pensamiento, nos sirven
para medrar, para persuadir, para agradar, para disfrutar,
para entendernos y desentendernos y para clasificar todo
lo que de noble e innoble hay en el hombre y su entor-
no. Y tienen un poder tan destacado que si la frente, los
ojos o el rostro, que son tan transparentes, engañan mu-
chas veces, con las palabras engañamos muchísimo más.
A veces nos traicionan porque no tenemos un poder ab-
soluto sobre ellas. Al fin y al cabo una vez que salen de
nosotros ya no son nuestras. Son muchas las veces que
pensamos después, y nos arrepentimos, de lo que hubié-
ramos querido decir antes, y no dijimos, y también de

                            4
INTRODUCCIÓN
cómo hubiéramos querido decirlo y no fuimos capaces
de expresar.
    Y mientras tanto la mayor parte de nuestras disen-
siones y antagonismos, y también de nuestros acerca-
mientos y solidaridades, se originan en la interpretación
que damos a las palabras. Una palabra, solo una palabra
puede torcer un destino. Habría que ser prudentes. Pero
si la gente hablara solo cuando tiene algo que decir... si
realmente habláramos solo cuando tenemos algo que
decir... ¿Perdería la raza humana la facultad de hablar?
    Sí. Las palabras son eso, parte de nosotros mismos.
También es parte de nosotros mismos la estética de la
elegancia personal, la de los gestos, la elección de nues-
tros modos de comportamiento... Las palabras y su uso
son parte de nuestra más profunda personalidad, van
con nosotros unidas a nuestro temperamento. Lo demás,
lo que nos dice la gramática, lo añaden los manuales es-
colares y sus rudimentarios medios para hacernos en-
tender, malentender, apreciar o despreciar la lengua, su
uso y desuso, y su estudio.
    Con esta voluntad de ser práctico en la interpreta-
ción, me gustaría concentrarme en cuatro o cinco reglas
profundamente arraigadas en la sensibilidad de los indi-
viduos. Diré con ello, simplificando un poco, que son
dos los usos principales que el hombre ha hecho de las
palabras, de la lengua, de su principal instrumento de
comunicación:
    a) El primero es el dedicado a satisfacer sus necesi-
dades básicas de supervivencia: tengo hambre, estoy en
peligro, estoy cansado, ¡socorro... ! Así piensan los lin-


                            5
INTRODUCCIÓN
güistas que nacieron las lenguas, desde esa necesidad
inmediata de comunicación.
    b) Y la otra, la que parece secundaria, pero la que
nos ocupa en este libro, es la que no pretende sino pro-
porcionar el placer estético de hablar y de oír, de expre-
sarnos y de oírnos, que no es poco, aunque el contenido
de la información no tenga más finalidad que la de di-
vertirnos o la meramente estética.
    El ocio de la civilización actual reposa en el uso gra-
tuito de la palabra, en la capacidad de charlar, de comu-
nicarse, de oír, de contar historias, de escuchar historias
o de leer historias, es decir, en el gran arte de la palabra.
Colmamos nuestro ocio en una reunión de amigos de la
que esperamos graciosas intervenciones, chascarrillos,
bromas, ocurrencias... Nos relajamos frente a la pantalla
del televisor y, aunque hay quien puede discutirlo, mu-
cho más con la palabra que con la imagen. La prueba es
que también podemos complacernos con la radio, y con
mayor dificultad con una televisión encendida y sin so-
nido. Nos divertimos también con el teatro y el cine, y
pocas veces concebimos un acto festivo o de ocio en au-
sencia de la palabra coloquial e irónica, a la cabeza de
ellos (me refiero al ocio), la íntima y emocionante rela-
ción del hombre con la mujer o de la mujer con el hom-
bre en una conversación amiga (al fin y al cabo contar
historias) o con la lectura (sea del tipo que sea).
    Pero también cada vez que experimentamos un pla-
cer sin palabras como la contemplación de un paisaje,
un paseo por el campo, unas vacaciones en la playa, un
viaje a..., pongamos por caso, Turquía, una mejora en la
vivienda, la compra de un objeto deseado, un ascenso

                             6
INTRODUCCIÓN
laboral, y también otros basados en la palabra como una
cena con amigos, una reunión familiar o el inesperado
encuentro con un antigua amistad u otra que acaba de
nacer. Cuando sucede algo de esto, digo, de esto que
nos proporciona placer, sentimos el deseo de trasfor-
marlo en palabras, de contárselo a alguien. Y al hacerlo
modificamos algún punto complejo, saltamos otros más
o menos escabrosos y nos recreamos en los más pla-
centeros. Es lo que se llama en literatura el estilo, el es-
tilo de un escritor, el estilo de cada cual. Eso es lo que
hace también el autor de historias, seleccionar, elegir,
insistir, silenciar, destacar, profundizar... Ahí está el ar-
te, en la elección, en la selección, ahí está la estética que
todos llevamos dentro, en nuestra exposición, énfasis,
tono...
     Mucha gente cuando oye hablar de arte tiende a pen-
sar en el Museo del Prado, en la Catedral de León o en
cualquiera de las esculturas que adorna nuestras ciuda-
des, y muchas menos veces pensamos en el gusto que
por vestir tiene tal conocido, la labor del jardinero del
parque de la esquina, o en los platos cocinados del ama
de casa o incluso en el encanto de otras labores domés-
ticas. Y tampoco pensamos, y esto es lo que aquí nos in-
teresa, en cómo cuenta las historias la tía Antonia, que
apenas ha salido una o dos veces de su aldea natal, Vi-
llanueva del Condado (pongamos por caso), y que tiene
una gracia, una disposición y habilidad para la selec-
ción, énfasis, tono y difusión de otras emociones muy
capaces de fascinar a propios y extraños. Pero sus histo-
rias no aparecen en las listas de libros más vendidos
porque son muy pocos los que descubren la gracia y el

                             7
INTRODUCCIÓN
estilo, la naturalidad y buen decir de las historias de la
tía Antonia, la de Villanueva. Ya lo sugirió Cervantes:
“Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afecta-
ción es mala.”
    Todos sabemos que hay gente que solo se sirve de la
palabra para comunicar a sus semejantes lo contentos
que están de haberse conocido, y la suerte que tienen de
carecer de tantos defectos como los que inundan a esos
seres que tienen el gusto de acercarse a la noble figura
del engreído para hablar con él. Ni la tía Antonia existe,
auque sí existen muchas tías Antonias, ni Villanueva
tampoco, es verdad. Ambas pertenecen a mi ficción, pe-
ro sí existe, fuera de la ficción, mucha gente encan-
tadora, no necesariamente educada en las bibliotecas,
que es capaz de entretenernos regularmente con su ma-
nera de hablar, con el buen gusto con que recrea sus fra-
ses, o a veces solo esporádicamente, el día que está ins-
pirado, porque el arte de contar historias exige un lugar
y un tiempo, una circunstancia y un momento, y cual-
quiera de ellos puede flaquear, y con ellos la propia his-
toria.
    Somos los individuos, con mayor o menor destreza,
artistas de la palabra, y pintamos cuadros mediocres o
bellísimos según los momentos. Y unos, como suele su-
ceder en la vida, obtienen mejores cotizaciones que
otros aunque sólo porque han sido más o menos acom-
pañados de una propaganda eficaz. Muchos de los cua-
dros que han coloreado miles de hablantes, puro aliento,
se los ha llevado el aire, y otros fueron recogidos en tex-
tos escritos. Por eso ahora cuando se habla de que tal o
cual lengua no tiene literatura, que es el arte de la pala-

                            8
INTRODUCCIÓN
bra, se añade rápidamente que solo carece de literatura
escrita, porque todas las lenguas tienen literatura oral,
ese arte de contar historias está en el origen del gran arte
de los artes que es el del manejo, uso y goce de la len-
gua.
     El arte de contar historias lo ha dominado, estoy se-
guro, muchísima gente. Sabemos de aquellos que con su
nombre propio quedaron sellados en letras doradas y
eternas, pero la humanidad ha enterrado a otros muchos
en las catástrofes que han ido anulando nuestras cultu-
ras: en la quema de la biblioteca más importante de la
antigüedad, la de Alejandría, en los desastres naturales,
en la desaparición en época de penurias, en la dispersión
de manuscritos en monasterios, en la ambición de la
propiedad privada, en los cubos de la basura de quienes
no han sabido valorar lo que tenían... El hombre, que
desde hace tantos miles de años dispone de la palabra,
solo sabe escribirla desde hace unos cinco mil, que son
muy pocos, y la invención de la imprenta apenas ha
cumplido quinientos años. Las imprenta, es verdad, solo
la imprenta, ha garantizado, con la amplia publicación
de ejemplares, la permanencia de los libros.
     Pero volvamos a la idea principal. Todos somos ar-
tistas de la palabra más o menos anónimos. Todos lle-
vamos una vena de artista que hemos de ser capaces de
despertar. El que nadie lo sepa no debe desanimarnos.
El anonimato no frenó el desarrollo literario del ingenio
popular en los excelentes romances medievales. Aque-
llas historias eran obra de unos autores como nosotros
que sin duda sabían contar, narrar, aunque nunca se pre-


                             9
INTRODUCCIÓN
guntaran por la estética, por los cánones que presiden y
modelan el arte de contarlas.
    Esta es la gran cuestión, la de los cánones. Afortu-
nadamente ningún canon es sistemáticamente respetado.
Si existe el arte es porque no hay cánones. El canon, las
normas, pertenecen a nuestros propios principios y ese
es el primer principio del arte, el de la individualidad, el
de la particularidad en la apreciación.




                            10
1     LA ESTÉTICA DEL ARTE Y LA NOVELA




C
          reo que es esencial en el placer de la lectura
          que el arte sea controvertido, que cada cual in-
          terprete la estética a su gusto, que aprecie su
          mundo, su entorno, que goce la observación de
un cuadro como de la contemplación de una motocicle-
ta, o de unos zapatos, o de un sombrero, si es que estas
cosas le atraen, de la conversación con un amigo, de la
visita a un estadio de fútbol o un paseo por una calle de
un pueblo perdido. Tampoco importa que nos entusias-
me la letra de una canción y no le saquemos el corres-
pondiente duende al Quijote, porque nadie tiene derecho
a decirnos de qué manera tenemos que proporcionarnos
placer, ni cómo debemos gozar la vida, ni tampoco
cómo debemos apreciar el arte. Cada cual tiene su doc-
trina y sus secretos, y esos son tan respetables como la
intimidad, lo oculto del espíritu y las señas de identidad
de las personas.
    Mientras redacto estas lineas sobre placer de la lec-
tura recuerdo que he dedicado media vida a leer histo-
rias, cuentos y novelas, y muchos años a seleccionarlas
para ponerlas en un libro que las recuerda y, lo que es
más arriesgado, las he clasificado y luego las he critica-
do con enorme osadía, lo sé, una a una, con la atrevida
Rafael del Moral
vanidad de dedicar varias páginas a algunas, muchas
menos a otras, solo unas líneas a algunas más y, lo que
es peor, el silencio a otras muchas. Y me he divertido
con ello, con la subjetividad de mi particular criterio.
    Por eso sé que seleccionar implica elegir, y elegir
desechar. Hacemos todo ello en busca de la piedra filo-
sofal, de la magia de la lectura, que es algo así como la
eterna búsqueda alquimista de la transformación de
cualquier metal en oro. Pretendo demostrar, y eso sí que
es claro, que contando con algunas condiciones somos,
en efecto, capaces de transformar en oro, como el al-
quimista, esas hojas encuadernadas que son los libros,
siempre que dispongamos del metal adecuado, que no
quiere decir el que recomiendan los periódicos, y de un
natural y espontáneo espíritu interior que transforma en
oro las páginas escritas. Y todo eso se produce, al igual
que el trabajo del alquimista, en íntimo secreto.
    Es la necesidad de elegir, de establecer un criterio
que nos haga acercarnos a unas u otras historias, a unos
u otros libros, a unas u otras películas, a unas u otras
personas... aunque sea con el precio de perderse, por
error, lo principal.
    Por eso, porque hay que describir una estética, y
porque me he visto obligado a manejarla, quiero hablar
y exponer aquí mi estética del arte de contar historias. Si
alguien pretendiera definirla, dejaría de ser estética, pe-
ro podemos jugar con los principios, hablar de ellos,
comentarlos y entrar en ese difícil y misterioso campo.
    Con gran atrevimiento me voy a permitir enumerar
los puntos de partida que yo considero esenciales en la
teoría y practica de la novela. Y debo empezar diciendo

                            12
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
que no existe una teoría, sino solo un uso, una experien-
cia. Creo que la crítica literaria no debería ser teórica,
sino empírica y pragmática. Me uno así, antes de entrar
en la materia polémica, a Virginia Woolf cuando decía
que “el único consejo que una persona puede darle a
otra sobre la lectura es que no acepte consejos.” Y aña-
dió con mucha gracia: “Siempre hay en nosotros un de-
monio que susurra amo esto, odio aquello y es imposi-
ble acallarlo.”
    No quiero dar consejos a nadie acerca del tipo de
ficción, de historias, al que debe acercarse un lector, na-
da más lejos de mi intención, pero sí quiero poner de
manifiesto, porque es necesario estudiarlo, lo que a mi
parecer son los cinco principios generales del placer
estético del arte de contar historias: el interés propio, la
emoción, la aproximación a los genios, la posesión del
universo narrativo y lo que llamaremos el duende.

A) EL INTERÉS PROPIO
Nos gusta oír o leer historias por interés propio, para
pasar el rato o por la necesidad de evadirnos. Las histo-
rias, las lecturas, fortalecen nuestra personalidad y nos
ayudan a descubrir cuáles son nuestros auténticos inter-
eses. Este proceso de maduración y aprendizaje nos
hace sentir placer, un placer sin duda más íntimo que
colectivo.
    El placer estético que buscamos en la lectura es el
placer de pensar, de recrearse en una idea agradable, en
el recuerdo de unos momentos de emoción, de una per-
sona querida, o de un pasaje de cualquier libro que nos


                            13
Rafael del Moral
gustó. Y solo esas son las ideas agradables. Hay otras
muchas que no lo son.
    Por eso es tan difícil enseñar a apreciar historias
desde los centros de enseñanza donde la lectura apenas
se enseña como placer en ninguno de los sentidos pro-
fundos de la estética del gusto.
    Leemos a Dante, Dickens, a Galdós, a Stendhal y a
Tolstoi y demás escritores de su categoría porque la vi-
da que describen es, por sorpresa para nuestra limitada
visión del mundo, de tamaño mayor que el natural.
Leemos de manera personal por razones variadas, la
mayoría de ellas familiares: porque no podemos conocer
a fondo a toda la gente que quisiéramos, porque necesi-
tamos observar el mundo con perspectiva más amplia,
porque sentimos la necesidad de conocer cómo somos
mirándonos en el espejo de los otros, cómo son los de-
más y cómo son las cosas. Sin embargo, el motivo más
profundo y auténtico para la lectura personal de tan mal-
tratado canon es la búsqueda de un placer difícil. Hay
una versión de lo sublime para cada lector, la cual es, en
mi opinión, la única trascendencia que nos es posible al-
canzar en esta vida, si se exceptúa la trascendencia to-
davía más precaria de lo que comúnmente llamamos
enamorarse.

B) LAS EMOCIONES
Una historia que se precie debe despertar emociones.
No es que exija un argumento complejo, no, sino que
desate en quien la oye, o la lee, un sentimiento hondo,
casi placenteramente hiriente ante lo que pasa por su en-
tendimiento.

                           14
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
     Este principio no es selectivo porque todos los tex-
tos desatan alguna emoción en algún lector. Y no me re-
fiero al tema, sino a lo que se desata del tema. Los te-
mas, al fin y al cabo, son muy pocos... apenas unos
cuantos... Y no hay más. Los argumentos y solo los ar-
gumentos son variados, la manera de contarlos también.
Pero los temas, es decir, los asuntos que mueven y con-
mueven nuestra lectura se reducen a los que están rela-
cionados con la muerte, que es el gran tema del hombre,
a los que se mueven por el poder, que son los argumen-
tos de tipo social, y a los que tienen como principio el
amor en alguna de sus variedades e interpretaciones, en-
tre ellas la amistad. Lo demás son maneras de abordar-
los.
     No creo sin embargo que los argumentos sean lo
fundamental. Cuenta el director de cine Albert Hitch-
cock que tuvo que rodearse de escritores especializados
en guiones cinematográficos en busca de mantener la
brillantez justamente ganada de sus películas. A mitad
de su carrera sus guiones fueron, según él mismo cuen-
ta, un trabajo colectivo en el que participaban con gran
empeño y delicadeza varios especialistas. Uno de ellos
le dijo una vez que siempre se le ocurrían los mejores
argumentos en esos minutos que, al acostarse, preceden
al sueño, pero a la mañana siguiente sistemáticamente
los olvidaba. Hitchcock le recomendó que los escribiera
antes de dormirse. Y así lo hizo. Una noche los anotó en
el cuaderno que había previsto para tal fin en la mesita
de noche. A la mañana siguiente, mientras se estaba
afeitando, recordó que la noche anterior había anotado
su guión, y fue a buscarlo. Allí había resumido su idea

                           15
Rafael del Moral
que decía así: “Chico conoce chica y se enamora de
ella”... No había anotado sino el esquema de miles de
historias.
    Así podemos analizar muchos esquemas argumenta-
les. Los western son, salvo grandes excepciones, histo-
rias de un hombre que va a un pueblo, mata, sufre un
agravio, vuelve, lo resuelve, viene de nuevo... muere al-
guien... Ya no interesan tanto los argumentos como la
manera de contarlos, y sin embargo cuando están bien
hechas, estas y otras películas de argumentos semejantes
siguen levantando entusiasmos.

C) LA GENIALIDAD
La genialidad es algo tan complejo y enigmático, y al
mismo tiempo tan real, que carece de explicación. Mu-
chos escritores que tienen una amplia obra solo son ge-
niales en una de ellas, y eso nos lleva a pensar que más
que hablar de genialidad habría que hablar de momentos
de ingenio, de una inspiración capaz de llevar a un es-
critor en un momento de su vida al cenit de su carrera li-
teraria.
    El genio pertenece a un instante y a un cúmulo de
circunstancias.
    Y aunque es muy espinoso y polémico lo que voy a
decir, yo creo que hay pocos grandes genios entre los
grandes en el arte de contar historias, y todos los demás
narradores a veces destellan en algunas de sus obras, pe-
ro no alcanzan la infinita capacidad de los que nos con-
taron las cosas de tal manera que desde entonces nadie
consigue superarlos. Esa es la clave, la capacidad de sa-


                           16
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
car de las historias toda su grandeza y miserias a la vez
para hacer de ellas principios universales y eternos.
    Shakespeare, por ejemplo, es capaz de llegar a todos
los rincones de la condición humana y de contarlo como
quien no quiere hacerlo... Sus personajes son seres de
carne y hueso, con sus miserias y sus grandezas al des-
cubierto... Y lo increíble es que fue capaz de unir a la
naturalidad de los más profundos sentimientos del hom-
bre unas situaciones que mantienen en vilo la atención
del espectador o del lector. Desde entonces muchos es-
critores han contado su historia con gran habilidad y
maestría, y nos deleitan sus obras, pero nadie ha añadi-
do nada a lo que él hizo. A ese nivel solo encuentro a un
contador de historias más, a Miguel de Cervantes, un
malogrado artista que cuando pensaba que no podía es-
perar nada de la vida, cuando se puso a escribir una his-
toria distanciado de los problemas que lo rodeaban, in-
cluso de sí mismo, salió de su pluma una obra que con-
tiene en tono de humor principios tan universales y sua-
vemente expuestos que nadie tampoco ha sido capaz
desde entonces de añadir una pizca a lo que hizo.

D) LA POSESIÓN DEL UNIVERSO NARRATIVO
Mucha gente hace un viaje a la ciudad de Praga, lugar
muy atractivo durante los últimos años. Si el viajero vi-
sita la ciudad durante un par de días, guardará en su
memoria una idea de ella: sus calles, sus construcciones,
sus gentes, la lengua que ha oído... Si además ha tenido
un buen guía, podrá identificar muchos asuntos más:
épocas, evolución de la gente, situación económica y
política del país... Si su estancia ha sido de dos semanas,

                            17
Rafael del Moral
podrá haber entrado con mayor profundidad en el tem-
peramento del pueblo. Si además había aprendido un
poco de checo, y ya había leído algo sobre la historia del
país, su universo se agranda. Pero si su estancia ha sido
de más de unas semanas, y también dominaba su-
ficientemente la lengua para hablar con la gente, y ha
conocido amigos del país con quienes a partir de ahora
va a coresponderse, y si además ha conocido a un amigo
o amiga con mucha más intensidad e intimidad que le ha
presentado a otros amigos, y juntos han salido por las
tardes, han compartido las experiencias habituales de la
vida diaria de la ciudad, y ha oído hablar de sus inquie-
tudes, si todo esto ha sucedido en un grado u otro, la
ciudad de Praga entra en la vida del individuo como una
dimensión más de su mundo. Está en él. Le gustará
hablar de ello, recibir noticias, fijarse en las que los me-
dios de comunicación ofrecen, añadir a sus conocimien-
tos los de la historia del país, sus pensadores, sus escri-
tores, el mundo político... Habrá creado un universo
nuevo que forma parte de su personalidad, de su manera
de ser, de sus deseos e inquietudes. Será el universo de
Praga a través de la historia o historias que conoce de
sus amigos.
    Pues yo he sentido siempre, e invito a los lectores a
experimentarlo, un sentimiento muy parecido con mis
amigos de, pongamos por caso, la novela de Galdós
Fortunata y Jacinta. Mi universo narrativo me ha lleva-
do a no identificarme con ninguno de los protagonistas,
pero con frecuencia me fijo en las calles del centro de
Madrid y recuerdo lo que el autor describió en la nove-
la. Conozco a los personajes mejor que a muchos de mis

                            18
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
amigos y me congratula saber que, como sucede en la
vida misma, allí no hay héroes, sino gente con cualida-
des y defectos, con modos de ser que me atraen y me
gustaría imitar, y con otros comportamientos que detes-
to. Conozco al personaje Fortunata como si hubiera
convivido con ella, la descubro por las calles de Madrid
entre gentes como los Arnáiz, o los Santa Cruz; conozco
a Maximiliano Rubín y unas veces me apiado de él, y
otras ensalzo la vida que le tocó vivir. Mi universo na-
rrativo de Fortunata y Jacinta, a cuyas páginas tantas
veces me he asomado, es uno de los más bellos que
jamás me ha proporcionado la vida. Con mis amigos
que la conocen también me gusta jugar a comparar a la
gente que conocemos con los personajes de ficción que
también conocemos, y muchas veces descubrimos saber
mucho más de aquellos, construidos como seres reales,
que de los que hemos visto en carne y hueso.
    Ese universo narrativo que proporciona la novela no
se vive con la misma experiencia que el real, pero se
instala en nuestro entendimiento como si lo hubiéramos
vivido, se instala en nosotros como queda instalada la
experiencia real, y nos consideramos poseedores de
aquella experiencia como si hubiéramos pasado por ella.
Yo conozco el Madrid de Fortunata, lo tengo en mí
mismo, lo poseo, y he pasado muchos momentos de mi
vida enormemente gratos gracias a esa parcela tan parti-
cularmente brillante de mi desmedrado patrimonio cul-
tural.
    Difícilmente cualquier otra experiencia artística tie-
ne el mismo poder o goza del semejante privilegio.


                           19
Rafael del Moral
E) EL DUENDE
Como comentarista de novelas, y prescindo de los ar-
gumentos, me interesa, como a tantos lectores, que des-
de las primeras líneas el escritor me cautive: por mi in-
terés personal, por las emociones, por la genialidad o
por el universo narrativo. Necesito ser seducido, ser
embaucado, y si en las primeras páginas el escritor no
me hechiza, abandono el libro. Creo en los contadores
de historias que como Chejov, Calvino, Maupassant, pe-
ro sobre todo Chejov, me enseñan que la literatura es
una forma del bien.
    Se publican tantas historias que no estoy dispuesto a
regalar mi tiempo a ninguna de ellas, y huyo y he de
huir y de la misma manera que deseo irme cuando llego
a un lugar inhóspito. Discrepo de lo que decía Umberto
Eco en la década de los sesenta acerca de que en todo
libro hay algo de interés. Creo que ahora se publican li-
bros sin ningún interés, y que ese caos exige gran pru-
dencia. Comparto mucho más la opinión del contador de
historias Wenceslao Fernández Flórez cuando decía que
él nunca leía a malos escritores, ni siquiera para desde-
ñarlos porque siempre hay un grumo de tontería que se
pega.
    Por eso, como he querido razonar, convendría leer
solo lo mejor de cuanto se ha escrito. Decía el filósofo
Jaime Balmes que se ha de leer mucho, sí, pero no mu-
chos libros. Esta es una regla excelente. Y añadía: “La
lectura es como el alimento: el provecho no está en pro-
porción de lo que se come, sino de lo que se digiere.” La
idea se completa con las palabras de Oscar Wilde: “Si


                           20
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
no te causa placer leer un libro una y otra vez, es que no
vale la pena ser leído.”
    Oír historias. Contar historias. El arte de contar his-
torias es mágico, nos embauca. Hay personajes de la li-
teratura que conocemos tanto y corren tan poco riesgo
de que nos enfrentemos con ellos porque cambien su
carácter que los recordamos, y pensamos en ellos y los
queremos como si fueran reales, como si fueran nues-
tros. Ahí está y Raskolnikov de Tolstoi en Guerra y Paz,
o el casi innominado Marcel (solo un par de veces en
unas ochocientas páginas) de En busca del tiempo per-
dido de Proust, y los amigos Naphta y Septembrini de la
Montaña mágica de Thomas Mann, y la Ana Ozores de
La Regenta, tan capaz de ingresar sin condiciones en
nuestro círculo de amistades. Y de otros, también ami-
gos nuestros de alta estopa, nos apiadamos, como de
Alonso Quijano y Sancho Panza de Cervantes, de Ángel
Guerra y del doctor Centeno de Galdós, de Martín Mar-
co en La Colmena de Cela.
    Las historias nos cautivan como nos cautiva el amor
o la amistad. Desde el pequeño relato del día a día dedi-
cado a describir cómo el tráfico nos ha amargado la tar-
de, o cómo hemos conseguido un éxito en el trabajo,
hasta Crimen y Castigo de Dostoievski son capaces de
procurarnos ese placer tan indescriptible que tiene los
mismos fundamentos.
    Los hombres somos puro sentimiento. La concentra-
ción en la lectura se parece mucho al estado del hombre
o la mujer enamorados: el pensamiento se disipa, se ale-
jan las permanentes embestidas de ideas confusas que
no hacen sino trastornar la mente, nos alejamos de esos

                            21
Rafael del Moral
achaques de la cotidianeidad, de la concentración en las
pequeñas ideas de la convivencia y nos refugiamos en
un mundo interno que agradablemente nos envuelve. Y
nos envuelve primero porque entramos en la historia y
analizamos o nos recreamos en lo que vamos leyendo
con el mismo placer que esperamos lo que viene des-
pués. Ocupamos la mente, como el enamorado, de ma-
nera plena, con todas las bellas ideas que ofrecen las
grandes lecturas. Conocemos a nuestros personajes de la
manera que queremos, sin límites. Conocemos su inti-
midad, entramos en sus dormitorios, en sus armarios, en
sus cajones, en sus pensamientos, sabemos cómo y don-
de tienen guardados sus secretos materiales o inma-
teriales y nos apropiamos de la deslumbrante profundi-
dad de sus almas, y esa posesión y goce nos produce al-
go parecido al placer que también acompaña a la mujer
o al hombre enamorado.
    El libro, un buen libro, nos da acceso a un mundo
placentero especialmente nuestro con uno de los medios
más fáciles y económicos que tenemos a nuestro alcan-
ce: solo hay que concentrarse para leer y a veces la con-
centración llega con el deseo de hacerlo. Y sobre todo
debemos procurar que lo que hay frente a nosotros sea
un buen libro, o al menos un libro capaz de proporcio-
narnos ese placer deseado que describía anteriormente.
Un libro que no tiene por qué ser el que nos aconsejan,
pero sí el adecuado para despertar ese mundo interno
que todas las personas llevamos dentro y que es el que
se muestra más capaz de ennoblecer a los individuos.
    La extensión de nuestras lecturas y la pasión con que
las leemos se desarrolla tanto en la juventud como en la

                           22
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
madurez. Un tanto inconscientemente en la juventud nos
identificamos con nuestros personajes favoritos, y ese
placer forma parte legítima de la experiencia de la lectu-
ra, incluso si en la madurez deja de ser inocente y se
convierte en sentimental. Nuestras experiencias están
íntimamente relacionadas con nuestras lecturas. Los
personajes de nuestras novelas conocen a otros persona-
jes de la misma manera que nosotros conocemos a otras
personas y de modo semejante a como debemos aceptar
los trastornos que trae consigo ese conocimiento que
hemos de estar dispuestos a asumir por aquello que
leemos.
    Hay novelas cortas bellísimas como El viejo y el
mar de Heminguay, El perfume de Patrick Sunsick o La
familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, o
Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García
Márquez. Son novelas seductoras, fascinantes, de las
que hipnotizan. Son historias contadas con tanto gusto y
acierto que dejan una gozosa y melancólica sensación,
pero lamentablemente breve, y por tanto más propensa
al olvido, a la brevedad del placer. Uno guarda un exce-
lente recuerdo, sí, pero difícil de acariciar porque lo que
ha dejado en nosotros está también condicionado por el
tiempo dedicado a sumergirnos en sus páginas.
    Las novelas largas, por el contrario, nos permiten
familiarizarnos con ellas, avanzar con ellas, vivir con
ellas. Hay narraciones extensas como En busca del
tiempo perdido de Marcel Proust, Clarissa de Samuel
Richardson o El Quijote, en las que aunque leamos un
poco cada día es difícil seguir su argumento. Incluso
cuando son algo más breves como El rojo y el negro de

                            23
Rafael del Moral
Stendhal el lector se queda abrumado ante una exigencia
tan grande en tiempo y en dedicación.
    Creo que estas novelas hay que leerlas por el progre-
sivo desarrollo de los personajes y por los cambios gra-
duales que se van produciendo, y dejar un poco de lado
el argumento. Don Quijote y Sancho, Swann y Alberti-
na, de En Busca del tiempo perdido o Amadís y Oriana
en Amadís de Gaula acaban siendo seres tan íntimos, y
en el fondo tan enigmáticos como nuestros mejores
amigos. Y si es un placer muy puro leer por primera vez
una gran novela, la experiencia de la segunda lectura es
distinta, pero mucho mejor aún. Solo entonces, en la se-
gunda lectura, se accede a la perspectiva, antes inacce-
sible, y los placeres pueden ser más variados e ilustrati-
vos que los de la primera. Se conoce lo que va a ocurrir,
y se va viendo el cómo y el porqué desde perspectivas
que la primera lectura no permitía adoptar. Lamento por
mí mismo que este principio esté tan en contra de las le-
yes de la distribución moderna del tiempo. ¿Cómo voy a
leer algo que ya he leído con tantos libros pendientes?
Sí. Ese es el problema. La maraña impide descubrir el
paisaje. Nos conformamos con matorrales mediocres y a
medio crecer que nos impiden ver los grandes prodigios
de la naturaleza.
    Cuando leemos por primera vez una historia llena de
arte, una de esas enormes obras completas en arte narra-
tivo, debemos abordarla sin condescendencia y sin mie-
do. Solo así podremos gozar de ella. Cuando en ese
momento placentero del principio de un libro abrimos
las primeras páginas y empezamos a llenar nuestro en-
tendimiento, ávido de recolectar emociones en la histo-

                           24
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
ria, esponja seca deseosa de ser humedecida, debemos
reducir al mínimo nuestras ansias, dejarnos balancear
sin esfuerzo por lo que vamos viendo. Debemos sumer-
girnos en las páginas y conceder a quien las tiñe de le-
tras, que es el artista de la palabra, todas las posibilida-
des para que se apodere de nuestra atención. Rendirnos
ante él. Hay muchas maneras de concentrarse en la his-
toria, y en todas está implicada nuestra atenta receptivi-
dad, nuestra sabia y sosegada pasividad que permite que
nos empapemos de lo que vamos leyendo.
    ¿Y qué debe leerse?.... Voy a contestar de manera
inequívoca: si queremos saborear el arte de contar histo-
rias debemos rebuscar en lo que el tiempo ya ha teñido
de gracia. La literatura clásica siempre es nueva. Voy a
ser un poco exagerado con esta idea: me parece que
mientras uno no haya bebido en abundancia en la fuente
de los consagrados, no tiene ninguna razón para acer-
carse a quienes aún no han recibido el galardón, el be-
neplácito de los lectores. Decía Descartes que la lectura
es una conversación con los hombres más ilustres de los
siglos pasados. A todos nos agrada hablar con amigotes
interesantes cuando son realmente ilustres, no cuando
alguien les ha puesto una etiqueta para hacernos creer
que lo son.
    ¡Nos sentimos tan felices concentrados en la lectura
de un libro... ! Probablemente muchas personas lo des-
cubrieron hace ya miles de años, pero solo desde Aristó-
teles, hace solo unos veintitrés siglos, ni más ni menos,
quedó sellada la idea. El llegó a la conclusión de que lo
que buscan los hombres y las mujeres más que cualquier
otra cosa es la felicidad... y ¿cuándo se sienten satisfe-

                            25
Rafael del Moral
chas las personas?... La felicidad probablemente no es
algo que sucede. No es el resultado de la buena suerte o
del azar. No parece depender de los acontecimientos ex-
ternos, sino más bien de cómo los interpretamos. De
hecho, la felicidad es una condición vital que cada per-
sona debe preparar, cultivar y defender individualmen-
te... Decía Montesquieu que amar la lectura es trocar
horas de hastío por horas deliciosas, y añadió: “El estu-
dio siempre ha sido para mí el soberano remedio contra
los disgustos de la vida. Nunca he tenido ni un momento
de pesar que una hora de lectura no me haya disipado.”
     Es más dulce leer, oír historias narradas con arte,
que muchos otros aparentes placeres de la existencia. La
broza no deben impedirnos ver el campo, las opiniones
publicitarias o las críticas ventajosas no han de impedir
que nos introduzcamos suavemente en busca del placer
de la lectura.
     Así, individualmente, como entendemos el amor o la
amistad, defendemos nuestro mundo, el mundo de las
historias, el mágico mundo de la lectura, sus ilimitados
placeres y su arte.




                           26
2     UNA NOVELA CLÁSICA PARA EL ANÁLISIS




P
           odríamos haber elegido otra entre muchas, pe-
           ro los principios de este distendido estudio
           exigen una novela del corte de La Regenta.
               La primera parte (quince primeros capítu-
los) fue publicada en Barcelona en 1884. Tenía su autor
32 años. La segunda (capítulos dieciséis al treinta) apa-
reció un año después.
    La novela tuvo gran impacto y éxito en su valora-
ción inmediata. Se habló de traducirla a otras lenguas.
Casi simultáneamente, y junto a críticas elogiosas, sur-
gieron deliberados silencios y ataques abiertos. Clarín
había sido, y seguiría siendo, un crítico exigente, mor-
daz, incisivo, y probablemente se había rodeado de
enemigos. En Oviedo la repercusión fue mayor. Se or-
ganizó un gran revuelo tanto en el sector eclesiástico,
que se sintió aludido, como entre las clases altas, refle-
jadas en las páginas como en un espejo. En la ciudad de
la ficción reina la mezquindad y la hipocresía, sus ocio-
sos personajes muestran más recelo que cordialidad,
más vacuidad que inteligencia. Los comentarios sobre la
indiscreción del escritor se extienden, y la novela es
progresivamente olvidada hasta borrarse de la memoria.
Habrá que esperar muchas décadas, hasta 1963, para en-
contrar una nueva edición; y al centenario para ver las
primeras traducciones. Hoy la novela ocupa el lugar que
Rafael del Moral
le corresponde, el destinado a las grandes narraciones en
lengua castellana.




    El siglo XIX asiste en Europa al ascenso social y
político de la burguesía, que se había consolidado
económicamente impulsada por la revolución industrial.
En España, sin embargo, no se desarrolla esa clase me-
dia situada entre la aristocracia y el bajo pueblo. Esa ca-
rencia, tan necesaria para impulsar cambios estructura-
les, es determinante en la lentitud del proceso de estabi-
lización social. La Primera República de 1873, surgida
del sufragio, ha de ser efímero triunfo del poder político
de las clases medias, pero el poder del clero y la noble-

                            28
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
za, apoyado de manera pasiva, y tal vez involuntaria,
por el pueblo bajo, mayoritariamente rural y analfabeto,
impedirá los cambios. La literatura se ocupa de esa pug-
na entre lo tradicional y lo nuevo, del anquilosamiento
de una sociedad incapaz de crear estructuras sociales
más igualitarias.
    En la segunda mitad del siglo XIX la poesía y el tea-
tro quedan oscurecidos por el favor que el público lector
concede a la narración. La fecha de 1849, publicación
de La Gaviota de Fernán Caballero, viene siendo consi-
derada como el límite de las tendencias románticas y el
inicio del nuevo estilo, el del realismo. A partir de la re-
volución social de 1868 aparecen las novelas de Galdós.
Abren éstas el camino, y lo señalan, a las novelas deci-
monónicas (Valera, Pereda, Alarcón, Pardo Bazán, Pa-
lacio Valdés y, evidentemente, Clarín). El realismo es-
pañol, altamente inspirado en las corrientes de novela
costumbrista de la primera mitad del siglo, coincide en
describir un ambiente que se acerque a la cotidianeidad.
Sitúa la acción en tiempo y lugar conocidos, en sucesos
comprobables, frente al gusto por la novela histórica de
las tendencias anteriores, en especial de la novela
romántica. El protagonista está en conflicto con el mun-
do que lo rodea, el cual condiciona su comportamiento,
y el narrador da cabida tanto a lo bueno como a lo des-
agradable. Más discutible es la presencia del naturalis-
mo en España, tendencia iniciada por el novelista
francés Emilio Zola. El naturalismo añade al realismo el
análisis de comportamientos humanos con intención de
mostrar las condiciones generales de vida de las clases
desfavorecidas. No se limita a reflejar lo que sucede, si-

                            29
Rafael del Moral
no también a establecer las circunstancias que han de
derivar en desenlaces más o menos previstos. Aunque
pueden verse rasgos naturalistas tanto en La deshereda-
da de Galdós como en La Regenta, no está claro que
ambos textos deban asociarse a esa corriente. Clarín no
es tan radical como Zola, aunque el proceso que condu-
ce a su protagonista, Ana Ozores, al fracaso y aislamien-
to, se presenta como inevitable, como despiadado y
cruel destino al que necesariamente empujan las cir-
cunstancias y los ambientes. Ese condicionamiento so-
cial y moral es clave en la interpretación del la obra.
     Clarín, Leopoldo Alas y Ureña, nació en Zamora el
2 de abril de 1852. Su padre desem-
peñaba el cargo de gobernador civil
de la ciudad. La familia, acomodada
e instruida, era originaria de Oviedo.
Muchacho de constitución débil y
enfermiza, y carácter tímido e hiper-
sensible, comenzó sus estudios en
León, en el colegio de los Jesuitas, y
desde los siete años los continuó en Oviedo. A partir de
los diecinueve prosigue en Madrid su carrera de Dere-
cho y Filosofía y Letras.
     El escritor vivió activamente el estallido de la revo-
lución de 1868, en la que cree y de la que parte su in-
cuestionable progresismo. En 1878, en sus Cartas de un
estudiante, explicó su preferencia por el liberalismo y el
republicanismo. Es, por tanto, un fiel representante de la
burguesía culta y liberal del siglo XIX. Su tesis docto-
ral, El derecho y la moralidad, fue dirigida por Giner de
los Ríos, impulsor de la Institución Libre de Enseñanza

                            30
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
y de los ideales krausistas, en busca de un sistema social
más ético y justo.
     Desde sus primeras críticas literarias desarrolla un
singular ingenio. Aparecen en El Solfeo, periódico de
Madrid. A partir de 1875 crece su actividad y ya es re-
conocido como uno de los periodistas más interesantes
del momento. Firma con el nombre de un personaje de
La vida es sueño de Calderón: Clarín. Colaboró en El
Imparcial, El Globo, El día, La Ilustración Española y
Americana, y Madrid Cómico entre otras publicaciones,
hasta alcanzar millares de artículos a lo largo de su vida,
reunidos hoy en varios volúmenes. Sus textos son serios
y minuciosos, valientes y temerarios, intrépidos, atrevi-
dos en ideas, y literariamente ágiles, reflejo de una per-
sonalidad que no tiene reparos en manifestar los crite-
rios con la mayor crudeza. En su aspecto mordaz puede
señalarse la influencia de Larra. Es un hombre tajante y
sarcástico, capaz de subrayar defectos y errores, aunque
sin escatimar el elogio. Sostuvo apasionadas polémicas
literarias con Emilia Pardo Bazán, Navarro Ledesma y
otros famosos autores y críticos de su época. Fue su vi-
da sentimental más frustrante que estable, experiencias
afectivas capaces de provocarle frecuentes crisis.
     Enseñó Economía Política en la Universidad de Za-
ragoza, durante un año, y después en la de Oviedo. Allí
fue primero profesor de Derecho Romano, y más tarde
de Derecho Natural. En la ciudad de sus padres, que era
casi la suya, se afincó de por vida. En Oviedo su erudi-
ción e ingenio dieron los mejores frutos en las dos acti-
vidades que llenaron su vida: la literatura y la enseñan-
za.

                            31
Rafael del Moral
    Publicó La Regenta en edad temprana, excepcional
en la vida de los novelistas. Unos años después, en
1891, apareció Su único hijo, narrada con más brevedad
y concisión que la primera, menos insistente. Es tam-
bién autor de cuentos, algunos de ellos de gran interés,
de una biografía de Galdós, de una novela póstuma Spa-
raindeo, hasta ahora inédita, y de una obra dramática
Teresa, estrenada en el Teatro Español en 1885. Poco
antes de su muerte tradujo una novela de Zola, Travail,
a la que añadió un prólogo muy documentado.
    El socialismo teórico que había inspirado su vida se
mostró especialmente afectado por los principios reli-
giosos. Un repentino cambio hacia el espiritualismo, en
la edad madura, dio paso a una renovada fe de creyente.
Murió en Oviedo el 13 de junio de 1901.




                          32
3     LA ESTRUCTURA NARRATIVA




E
           n el siglo XIX se llamaba regente al magis-
           trado que presidía la Audiencia Territorial, y
           en paralelo, y en situaciones de uso cotidiano
           que podían exigirlo, regenta su esposa. En el
tiempo que cubre la novela ni el regente, ya jubilado,
tiene jurisdicción, ni su personalidad es tan fuerte para
conservar el privilegio. Tampoco su mujer, la Regenta,
se distingue por su dominio. Al llamarla así el autor
alude al fondo del conflicto, que es precisamente el de
haberse casado con una persona a la que le falta el poder
que tuvo, y por extensión poder de marido y poder de
incitación, de seducción. Ana Ozores es conocida en la
ciudad como la Regenta, apelativo eficaz y cargado de
significado, y por tanto muy sugestivo para el lector. No
aparecen tales significados en novelas del mismo tipo y
estructura como Ana Karenina, Madame Bovary o El
primo Basilio.
    He aquí el argumento general de la obra:
    La vida espiritual de la Regenta, Ana Ozores, pasa a
ser dirigida por un joven y ambicioso canónigo, don
Fermín de Pas, que queda impresionado por la condi-
ción y sensibilidad de la dama en la primera confesión.
La mujer ha llegado a los 27 años después de perder a
sus padres en la infancia, haber sido cuidada por unas
Rafael del Moral
tías solteras y radicalmente devotas, y casada con el ex–
regente de la audiencia, poco proclive ya, por edad y
carácter, para las ilusiones y veleidades de un amor ju-
venil.
    Las lluvias frecuentes en Vetusta, la monotonía y
sinsentido del paso de los días, la incomprensión de su
marido y la insatisfacción con sus amigos conciudada-
nos altera la vida y los deseos de la sensible mujer. Des-
de la soledad de su interior expresa su insatisfacción
mediante crisis nerviosas que atiende e intenta remediar
su marido. El ex–regente, pese a todo, vive más cerca de
sus cacerías y de su admiración por el teatro, en especial
los dramas de honor de Calderón de la Barca.
    La amistad con el confesor y algunos lances de la
vida mundana de Vetusta alientan algunas esperanzas de
dar sentido a los días y los anhelos de la bella dama, pe-
ro una serie de desatinos, que se inician con el baile de
carnaval en el casino y culminan en la procesión del
Viernes Santo, la precipitan a aceptar los acosos del
donjuán local.
    Una malintencionada astucia de su criada Petra,
aconsejada por el celoso confesor, desvela el secreto de
los amantes. Cuando no parece que la tragedia pueda ser
mayor, un duelo mal aconsejado y torpemente desarro-
llado acaba con la vida del marido que deja a su mujer
en una soledad y desventura acaso más aciaga que la
que provocaba sus anhelos. A tan degradante situación
se añade el abandono y rechazo de la hipócrita sociedad
que había consentido los escarceos, incluido el silencio
del afable donjuán.


                           34
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
    Las dos partes en que están divididos los treinta
capítulos tienen dos ritmos distintos. Podría decirse que
la primera inspecciona a modo de presentación y viaja
por el interior de los personajes, y la segunda, más ar-
gumental, da cabida a la acción.
    La primera parte reposa cabalmente ordenada en el
tiempo. Desarrolla tres días en la vida de algunos perso-
najes de una ciudad observados en tres sectores socia-
les: el que rodea a la catedral, símbolo del poder, el que
gira alrededor de la casa de don Víctor Quintanar, que
representa la intimidad del personaje en conflicto, y el
que pulula por la casa de los Marqueses de Vegallana,
símbolo del ocio, de la liberalidad de las costumbres.
Tres son los personajes protagonistas que pertenecen a
cada uno de esos espacios: don Fermín de Pas, Ana
Ozores y don Álvaro Mesía.
    Para que la estructura sea más equilibrada, el autor
dedica cinco capítulos a la narración de cada uno de los
tres días (2, 3 y 4 de octubre), y a cada uno de los am-
bientes.

  Así, la estructura la primera parte queda como sigue:
 Capítulos 1 al 5: el cambio de confesor.
       Tiempo: la tarde del 2 de octubre.
       Espacios: la catedral y la casa de Ana Ozores.
       Personajes principales: don Fermín, Ana
          Ozores.
 Capítulos 6 al 10: la confesión.
       Tiempo: la tarde del 3 de octubre.
       Espacios: casino / casa de los Marqueses /
          casa de Ana.

                           35
Rafael del Moral
      Personajes principales: don Álvaro, Ana
        Ozores.
 Capítulos 11 al 15: un día en la vida del confesor.
      Tiempo: día 4 de octubre.
      Espacios: casa de don Fermín / calle / casa de
        los Marqueses.
      Personajes principales: don Fermín.

    La segunda parte dilata el contenido argumental. El
eje es el sentimiento afectivo de Ana Ozores y sus vaci-
laciones, a veces solo controladas por el azar. Buena
parte de los capítulos rondan en torno al acercamiento o
rechazo de Ana al airoso Mesía o al confesor don
Fermín. El desenlace se alimenta de este asunto y de su
implicación social. Otros tres grupos simétricos organi-
zan el argumento, pero ahora en función de los senti-
mientos afectivos y amorosos de Ana. Así, la estructura
la segunda parte queda como sigue:

    o Capítulo 16: episodio de transición a modo de
      resumen de toda la obra.
    o Capítulos 17 al 21: triunfo del Magistral.
         Tiempo: del dos de noviembre de 1870 hasta
           el verano de 1871.
         Espacio: sin limitaciones y sin estructura
           precisa.
         Personajes principales: Ana Ozores y don
           Fermín de Pas.
    o Capítulos 22 al 26: vacilaciones y desatinos de
      Ana Ozores.


                          36
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
     Tiempo: verano de 1871 a Semana Santa de
       1872.
     Espacio: sin limitaciones.
     Personajes principales: Ana Ozores y don
       Fermín de Pas.
o Capítulos 27 al 30: acercamiento a Mesía y des-
  enlace.
     Tiempo: primavera de 1872 a octubre de
       1873.
     Espacio: sin limitaciones.
     Personajes principales: Ana, Víctor, Álva-
       ro, Fermín, Petra y Frígilis.




                     37
4       EL MOTIVO Y LA RETROSPECCIÓN · EL CAMBIO

                             DE CONFESOR (Cap. 1 AL 5).




S
          e inician este grupo de capítulos en la Catedral,
          a la hora en que la ciudad duerme la siesta, y
          acaban esa misma noche en la intimidad del
          dormitorio de Ana Ozores de Quintanar. El
cambio de confesor y la preparación de la primera con-
fesión, que aprovecha el relato para hacer una vuelta
atrás en busca del pasado de Ana, es el eje de los cinco
capítulos, pero la lentitud narrativa puede hacernos per-
der la perspectiva.

    El CAPÍTULO PRIMERO presenta a la ciudad des-
de la torre aprovechando la subida de uno de los canó-
nigos, don Fermín. Perspectiva elevada y privilegiada,
lugar simbólico que preside a ciudadanos y conciencias
como preside ahora el observador la vida de los vetus-
tenses. Mirada lenta, amplia y concentrada. El novelista
decimonónico no tiene prisas: «El viento sur, caliente y
perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se ras-
gaban al correr hacia el norte. En las calles no había
más ruido que el rumor estridente de los remolinos de
polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en
arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revo-
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
lando y persiguiéndose, como mariposas que buscan y
huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisi-
bles...» La vista panorámica de la ciudad desde la torre
se desliza por el texto junto a la mirada del canónigo,
que tiene el cargo de Magistral o predicador. El lector
descubre los recintos de la ciudad. El estrecho barrio an-
tiguo es el de la Encimada, noble y pobre a la vez. Al
barrio nuevo lo llaman la Colonia.
    Desciende luego el texto hacia los interiores del
templo catedralicio a medida que el ambicioso y an-
helante canónigo pasa por ellos. En una de aquellas ca-
pillas hay dos damas que «..se sentaron sobre la tarima
que rodeaba el confesionario, sumido en tinieblas. Era
la capilla del Magistral.» Una de ellas, el lector lo sabrá
más tarde, es la Regenta. Aparece sin nombre por pri-
mera vez en la obra en el mismo lugar en que se pondrá
fin al extendido relato. Es voluntad del autor destacar la
importancia que aquel recinto adquiere, y la simetría en-
tre la indiferencia del canónigo en las primeras páginas
y en las últimas: «Sin detenerse pasó el Magistral junto
a la puerta de escape del coro. (...) Don Fermín, que iba
a la sacristía, dio un rodeo de la nave del trasaltar
franqueada por otra crujía de capillas. »
    El Magistral ha aparecido en el lugar más elevado de
la ciudad como corresponde a la condición social a que
él aspira. Su personalidad queda escasamente perfilada
en estos primeros capítulos si la comparamos con otros
personajes secundarios. Apenas unos rasgos nos dejan
ver la vida interior del clérigo, y estos semblantes están
expuestos de manera que añadan cierto misterio a sus
ambiciones: «Treinta y cinco años.(...) tenía al obispo

                            39
Rafael del Moral
en una garra. (...) Echaba sus cuentas: él estaba muy
atrasado, no podía llegar a ciertas grandezas de la je-
rarquía.».
    Y cerca de don Fermín, don Saturnino, erudito que
enseña el egregio templo a unos parientes, aparece me-
jor dibujado. Más de tres páginas describen los rasgos
físicos y morales del soltero arqueólogo, escritor, tími-
do, soñador, místico, misántropo: «No era clérigo, sino
anfibio... traía el pelo rapado como cepillo de cerdas
negras... No era viejo: „la edad de Nuestro Señor Jesu-
cristo´ decía él, creyendo haber aventurado un chiste
respetuoso... la recortaba (la barba) como el boj de un
huerto... Siempre parecía que iba de luto, aunque no
fuera.... jamás había probado las dulzuras groseras y
materiales del amor carnal.» Don Saturnino aparece en
otros capítulos sin gran alcance y desaparece, práctica-
mente, en la segunda mitad. Don Fermín, sin embargo,
ha de ocupar un destacado protagonismo y desvelar sus
secretos tan al principio perjudicaría tanto al argumento
como al equilibrio narrativo. ¿Para qué precipitar el rit-
mo lento de la primera mitad? El narrador necesita un
espacio para convencer al lector de la veracidad del per-
sonaje que describe. Y se sirve del paso de un capítulo a
otro para saltar los rezos del coro y recoger la historia
en el momento en que los canónigos, terminadas las
oraciones, vuelven a la sacristía.

   El CAPÍTULO SEGUNDO se extiende hasta que
don Fermín de Pas primero, y don Saturnino Bermúdez
después, abandonan la catedral. La acción, que no sale
del recinto, permanece esencialmente en la sacristía,

                           40
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
donde los canónigos tienen una pequeña tertulia que el
autor aprovecha para presentar a tres personajes, tam-
bién secundarios. El primero de ellos es don Cayetano
Ripamilán, Arcipreste, amante de la poesía (Garcilaso y
Marcial), de la mujer y de la escopeta: «Viejecillo de se-
tenta y seis años, vivaracho, alegre, flaco, seco, de co-
lor de cuero viejo, arrugado, como un pergamino al
fuego.» Y que precisamente aquel día cede su hija de
penitencia a don Fermín de Pas, pero esta situación se
presenta en el capítulo, con evidente malicia, como se-
cundaria. El segundo es don Restituto Mourelo, apoda-
do Glocester por Ripamilán, torcido del hombro dere-
cho, arcediano: «Su trabajo consistía en mantener en la
apariencia buenas relaciones con el déspota (don
Fermín) pasar como partidario suyo y minarle el terre-
no» Su presencia en el capítulo se explica por el enfren-
tamiento con su enemigo, a quien no considera heredero
legítimo, dentro de la jerarquía catedralicia, de la vida
espiritual de la Regenta. Un tercer personaje referido,
pero ahora en boca de los canónigos, es Obdulia Fandi-
ño, que en esos momentos visita la catedral con sus pa-
rientes guiados por don Saturnino. Obdulia viste con va-
riedad a pesar de no ser rica. El origen de su abundancia
es motivo de comentario en la tertulia: «Obdulia servía
en Madrid a su prima Társila Fandiño, la célebre que-
rida del célebre...»
    Muy lentamente el autor añade un detalle más al ar-
gumento central, y lo que parecía trama principal va to-
mando un matiz secundario. Descubrimos entonces que
la presencia del Magistral en las charlas de la sacristía
obedece a motivos más complejos: el canónigo quiere

                           41
Rafael del Moral
hablar a solas con Ripamilán, quiere información sobre
la Regenta, dama que a su vez ha acudido sin cita previa
a confesar con él. Pero el Magistral no se «sienta» ese
día en el confesionario (un domingo dos de octubre de
1870 como veremos después). Y la Regenta se ha ido.
Cuando Ripamilán y el Magistral se precipitan, por con-
sejo del primero, en busca de la importante dama, que
debe estar paseando por el Espolón, se encuentran en la
última capilla, la de Santa Clementina, con don Saturni-
no y sus acompañantes. La narración entonces, hábil-
mente escurridiza, no sigue a los personajes de interés,
sino que, en tono jocoso, se desplaza hacia el final de la
visita y la ininteresante desesperación de los parientes
de la Fandiño. Crea así un argumento secundario que
entretenga y distraiga al lector para referir, sin interés en
la línea general de la historia, que al menos una vez Ob-
dulia Fandiño y Saturnino Bermúdez se han dado la
mano amparados en oscuridad de las dependencias cate-
dralicias. Permite esta astucia saltar, en el paso del capí-
tulo dos al tres, una escena esperada: el encuentro de
don Fermín y Ripamilán con Ana en el Espolón. Breves
líneas advierten al lector que han convenido verse al día
siguiente después del coro para una confesión general,
importante referencia para no perder el eje narrativo y
asunto esencial de esos capítulos.

    Ana debe prepararse para la primera confesión con
el nuevo padre espiritual, que ha de ser general, y por
eso la vemos en la intimidad de su dormitorio mientras
recapitula sus pecados. Es el CAPÍTULO TERCERO.
La descripción mezcla conceptos religiosos y eróticos, y

                             42
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
al mismo tiempo pone de manifiesto lo que será la inde-
cisa situación de Ana Ozores a lo largo de la novela:
«Dejó caer con negligencia su bata azul con encajes
crema, y apareció blanca toda, como se la figuraba don
Saturno poco antes de dormirse, pero mucho más her-
mosa que Bermúdez podía representársela. Después de
abandonar todas las prendas que no habían de acom-
pañarla en el lecho, quedó sobre la piel de tigre, hun-
diendo los pies desnudos, pequeños y rollizos, en la es-
pesura de las manchas pardas.... Jamás el Arcipreste, ni
confesor alguno había prohibido a la Regenta esa vo-
luptuosidad de distender a solas los entumecidos miem-
bros y sentir el contacto del aire fresco por todo el
cuerpo a la hora de acostarse. Nunca había creído ella
que tal abandono fuese materia de confesión.» Para
acentuar la objetividad y privilegiar al lector, el dormi-
torio de Ana se muestra desde dos apariencias: la del au-
tor omnisciente, conocedor de toda la intimidad de su
personaje, y la propuesta por Obdulia, amiga de Ana,
que «a fuerza de indiscreción había conseguido varias
veces entrar allí».
    Ana Ozores luce «abundante cabellera de castaño
no muy oscuro» y es «grande, de altos artesones, estu-
cada» Recuerda, mientras prepara su confesión, una
aventura infantil de la que habían responsabilizado a su
conciencia. Pensar en todo aquello y en sí misma altera
su ánimo, su equilibrio y sus emociones, y entra en una
incómoda crisis nerviosa. Don Víctor, su marido, que
duerme en otra habitación, va en su ayuda.
    Es la primera aparición del Regente y lo descubri-
mos vestido con «bata escocesa, gorro verde, con una

                           43
Rafael del Moral
palmatoria en la mano». El viejo da «un beso paternal
en la frente de su señora esposa». Allí está Petra, tam-
bién, alterada por el ruido y vestida con «una falda que,
mal atada al cuerpo, dejaba adivinar los encantos de la
doncella, dado que fueran encantos, que don Víctor no
entraba en tales averiguaciones...» Esta presentación
del marido no es más que la primera de una larga serie
en que el ex–regente destaca en su catadura más ridícu-
la.
    El capítulo se dirige entonces hacia la intimidad del
distante consorte que razona acerca del adulterio, del
honor calderoniano, de sus pájaros y de su jornada de
caza con Frígilis que se va a iniciar dos horas antes de lo
que cree Ana, y en cuyo engaño ve él una traición a su
esposa. No busca el autor el protagonismo del cónyuge,
sino explicar las carencias y privaciones de la anhelante
y esperanzada joven.

    El CAPÍTULO CUARTO está íntegramente dedica-
do al pasado de la mujer del Regente que, al adentrarse
en su interior e intentar recordar sus pecados, rememora
su vida. Comenta aspectos importantes desde su naci-
miento hasta su juventud. Su condición de hija del «se-
gundón de los Ozores», liberal, exiliado, casado con una
«costurera italiana» muerta en el nacimiento de Ana.
Fue luego cuidada por el aya Camila, una española con
ascendencia inglesa continuamente acompañada de
quien Ana llamaba «el hombre», y que tanto la sorpren-
dería de niña. Su padre, don Carlos Ozores, hombre de
ideas liberales, vuelve del exilio arruinado y pasa con su
hija temporadas en Madrid y en Loreto. Ana se forma en

                            44
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
la lectura. Lee «Las confesiones de san Agustín, Genios
del Cristianismo, Los mártires, Parnaso Español, San
Juan de la Cruz... » La imposibilidad de dar salida a
emociones y afectos le produce una insatisfacción que
será crucial en la trayectoria del personaje y en el argu-
mento.

    El CAPÍTULO QUINTO, todavía en la visión re-
trospectiva de la vida de quien prepara su confesión ge-
neral, rememora cómo el padre, don Carlos Ozores,
muere repentinamente. Atravesamos entonces la infan-
cia de la huérfana que primero es criada por un aya des-
preocupada, y luego por la ruindad de unas viejas tías
cuyo objetivo es casar bien, y cuanto antes, a la gravosa
sobrina. Casi todo el capítulo se muestra desde la pers-
pectiva de las tías, tamizado por el tono irónico del es-
critor, tan capaz de distanciarse que las nombra con
exagerado e irónico respeto. Así, dice de ellas que «la
señorita doña Anunciación Ozores» pensaba de su her-
mano que «ni rico había sabido hacerse el infeliz ateo».
Ella y su hermana «visitaban lo mejor de Vetusta, sin
contar la visita al Santísimo y la vela, que les tocaba
una vez por semana. Asistían a todas las novenas, a to-
dos los sermones a todas las cofradías y a todas las ter-
tulias de buen tono.». Doña Águeda y doña Asunción
son personajes vistos desde el exterior con la mordaci-
dad que supone suprimir su dimensión interna. El hábil
narrador se lo permite porque solo necesita del perfil de
las tutoras la dimensión aplicable al temperamento de la
sobrina, y el lector no va a echar de menos nada más.
Por eso destaca de ellas la vida vacía de estímulos en

                           45
Rafael del Moral
que se educa Ana desde la muerte de su padre hasta el
matrimonio. Las pequeñas artes de la seducción son en-
señadas a Ana como tristes reglas de mercadería. Ella,
además, no puede alzarse frente a sus tías porque una
inocentísima escapada campestre ha servido a las viejas
para lanzar el estigma del pecado, de una sospecha que
para las tías no puede ser infundada.
    Cuando parece que está todo perdido para la huérfa-
na, la situación se agrava aún más con una enfermedad
de la que milagrosamente se recupera. Aquel pasado
queda como constante en su naturaleza enfermiza. Pero
entonces la chica crece y se transforma en hermosura:
«La belleza salvó a la huérfana (...) Anita Ozores fue
por aclamación la muchacha más bonita del pueblo.
Cuando llegaba un forastero, se le enseñaba la torre de
la catedral, el paseo de verano y, si era posible, la so-
brina de los Ozores.» Tan sutil privilegio le abre las
puertas de la aceptación en la clase, es decir, entre las
personas de la alta sociedad de Vetusta, con quienes
puede convivir por su origen paterno: «Se la admitió sin
reparo en la clase, en la intimidad de la clase por su
hermosura.» La recuperación de su honor, por otra par-
te, ha de suponer en aquella sociedad el olvido de su
origen, el sombreado de su ascendencia materna, a la
costurera italiana que la engendró, y también las ten-
dencias liberales del padre: «Nadie se acordaba de la
modista italiana. Tampoco Ana debía mentarla siquiera
según orden expresa de las tías. Se había olvidado todo,
incluso el republicanismo del padre, todo era un perdón
general»


                           46
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
     Aceptado el ingreso de la pródiga entre los ociosos y
acomodados personajes de la ciudad, deja el autor un
hueco para la intimidad de la Regenta, su formación li-
teraria. La tendencia de Ana a la lectura y las letras, mal
vista por aquella sociedad, complica su total aceptación,
pero su tendencia se convierte en una actividad secreta:
«..la falsa devoción de la niña venía complicada con el
mayor y más ridículo defecto que en Vetusta podía tener
una señorita: la literatura. Era este el único vicio grave
que las tías habían descubierto en la joven.,..» «En una
mujer hermosa es imperdonable el vicio de escribir –
decía el baroncito–» «¿Y quién se casa con una litera-
ta? » –Decía Vegallana» Aquellas gentes no permiten
ninguna posibilidad de independencia. Una de las frases
clave y universales está puesta en el pensamiento de
Ana: «Quería emanciparse; pero ¿cómo? Ella no podía
ganarse la vida trabajando; antes la hubieran asesina-
do los Ozores; no había manera decorosa de salir de
allí a no ser el matrimonio o el convento.»
     Las tías aconsejan a Ana para su matrimonio que
tenga: «un ten con ten especial» y añaden: «déjate de-
cir, pero no te dejes tocar». «Es necesario sacar parti-
do de los dones que el señor ha prodigado en ti a ma-
nos llenas». Tienen el deseo de casarla pronto, pero la
escasa dote le impide entrar en la nobleza. Los indianos,
sin embargo, se presentan como posibles y adecuados
candidatos, y le proponen a don Frutos Redondo: «El
nuevo pretendiente era el americano deseado y temido,
don Frutos Redondo, procedente de Matanzas con car-
gamento de millones. Venía dispuesto a edificar el me-
jor chalet de Vetusta, a tener los mejores coches de Ve-

                            47
Rafael del Moral
tusta, a ser diputado por Vetusta y a casarse con la mu-
jer más guapa de Vetusta. Vio a Anita, le dijeron que
aquella era la hermosura del pueblo y se sintió herido
de punta de amor. Se le advirtió que no le bastaban sus
onzas para conquistar aquella plaza. Entonces se ena-
moró mucho más. Se hizo presentar en casa de las Ozo-
res y pidió a doña Anuncia la mano de la sobrina.» El
canónigo Ripamilán, confesor por entonces de la joven,
se había anticipado proponiendo en secreto a don Víctor
Quintanar. Ana se vio obligada a precipitar su elección
para evitar a don Frutos. Al día siguiente don Víctor pi-
dió la mano de la huérfana «a quien creía no ser indife-
rente» Ana no tiene muchas respuestas. Elige al ex–
Regente: «no le amaba, no; pero procuraría amarle.»




                           48
5     LOS HECHOS Y LA CREACIÓN AMBIENTAL · LA
                              CONFESIÓN (Cap. 6 AL 10).

El asunto del eje argumental en estos capítulos es la
confesión de Ana, aunque el autor evite describirla y so-
lo la conozcamos por impresiones posteriores. De mane-
ra paralela a los cinco primeros, corresponden en el
tiempo, porque la narración se extiende desde la mitad
del día hasta la noche. Se equilibran en el espacio, por-
que la Catedral de antes es ahora el Casino, edificio
también abierto a buena parte de los personajes que
simboliza la vida pública frente a la religiosa. Pasa lue-
go la acción, en el cap. 8, a la casa de los Marqueses y
termina de nuevo, como en los capítulos del primer gru-
po, en la intimidad del caserón de Ana Ozores. Se co-
rresponden también en el seguimiento de los personajes,
pues si los cinco primeros se iniciaban en el señor del
poder religioso, don Fermín, para terminar con Ana,
ahora arrancan desde el poder civil de don Álvaro Mesía
para terminar también con Ana. Paralela es también la
técnica de presentación de personajes que se inicia con
anécdotas y perfiles secundarios, para centrarse después
en uno de ellos.

    El CAPÍTULO SEXTO nace en la tarde del 3 de oc-
tubre. Clarín sigue queriendo dar la impresión de que va
mostrando la ciudad y desde las primeras líneas describe
Rafael del Moral
el exterior del casino. Y una vez en el interior organiza
la estructura social refiriendo los saludos de los porte-
ros: «...dejaban oír un gruñido, que bien interpretado
podría tomarse por un saludo»; si era un individuo de
la junta se levantaban de su silla cosa de medio palmo;
si era Ronzal se levantaban un palmo entero, y si pasa-
ba don Álvaro Mesía, se ponían de pie y se cuadraban
como reclutas». Pasa después a las dependencias, a los
hábitos, a los personajes, a las conversaciones, etc. hasta
dejarnos con dos de los socios: don Álvaro Mesía y Pa-
co Vegallana que, saliendo del casino, hablan de Ana
mientras se acercan a la casa. El narrador omite toda re-
ferencia a la mañana de aquel día, probablemente, como
veremos más tarde, porque la alta sociedad vetustense se
levanta tarde.
    Algunos comentarios del casino, tertulia paralela a
la de los canónigos, se centran en las costumbres de
aquellos socios. La llave del estante de la biblioteca se
había perdido. La tenía secretamente don Amadeo Be-
doya, y utilizaba aquellos libros durante la noche, cuan-
do nadie lo veía. El caballero que había llevado una vez
grano a Inglaterra leía The Times, pero poco después de
morir se averiguó que no sabía inglés. Y sobre los asun-
tos que interesaban a aquellas gentes dice el autor: “Por
lo general preferían estos hablar de animales: v. gr.,
del instinto de algunos, como el perro, el elefante... El
derecho civil también les encantaba en lo que atañe al
parentesco y a la herencia... La meteorología tampoco
faltaba nunca en los tópicos de las conferencias. El
viento que soplaba tenía siempre muy preocupados a
los socios beneméritos. El invierno actual siempre era

                            50
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
el más frío que todos recordaban menos uno» La volun-
tad de combinar temas profundos en los personajes cla-
ves y punzantes e irónicos en los secundarios va dando
un agradable tono de contrastes. La tarde descrita, que
se inicia una conversación sobre el cambio de confesor
de la Regenta, asunto central, divaga hacia asuntos co-
mo poner de manifiesto lo que de iletrada tiene la socie-
dad vetustense. La tendencia literaria de Ana ha empe-
zado a darnos los primeros datos, ha continuado con el
uso que se hace de la biblioteca en el casino y ahora lle-
ga a indignar al lector cuando Ronzal demuestra a don
Frutos Redondo que «avena» se escribe con «h».

     Don Fermín había aparecido en el marco de la Cate-
dral; Ana en su casa, en la soledad de su dormitorio;
don Álvaro Mesía, el tercer gran protagonista, aparece
ahora, y pasa a un primer lugar en el resto del CAPÍ-
TULO SÉPTIMO, en el casino. Don Álvaro, sin embar-
go, no ocupa esos largos apartados dedicados a la Re-
genta y a don Fermín. De don Álvaro el lector no llega a
conocer su pasado sino en pinceladas, nada de su fami-
lia, y muy poco de su intimidad. Tampoco tiene un es-
pacio propio. Ya al final se dice que vive en la fonda. El
autor no tiene o no quiere darnos más datos, aunque los
que nos dejan entender que el personaje se diseña con
los perfiles de un seductor están muy claros. A través de
Paco Vegallana, hijo de los marqueses, descubre el lec-
tor algunas de sus características, y también de rápidos y
disparejos trazos, únicos válidos para dar forma a la
personalidad del donjuán. Y ¿cómo es don Álvaro? Lo
descubrimos como los demás, en su aspecto físico y en

                           51
Rafael del Moral
su presencia externa, comparada con la de otros socios,
para destacar sus cualidades: «Era más alto que Ronzal
y mucho más esbelto. Se vestía en París y solía ir él
mismo a tomarse las medidas. Ronzal encargaba la ro-
pa en Madrid; por cada traje le pedían el valor de tres
y nunca le sentaban bien las levitas. Siempre iba a la
penúltima moda. Mesía iba muchas veces a Madrid y al
extranjero. Aunque era de Vetusta, no tenía acento del
país. Ronzal parecía gallego cuando quería pronunciar
en perfecto castellano. Mesía hablaba en francés, en
italiano y un poco en inglés. El diputado por Pernueces
tenía soberana envidia al presidente del casino.» Se
añade a ello una descripción a través de sus intervencio-
nes en la conversación, muy respetadas por el auditorio
y expresadas moderadamente, con fina educación y sin
exaltaciones. Lo descubrimos también a través de la
amistad con Paco Vegallana, que lo admira en todo y
que sigue, además, sus pasos: «Paco veía en Mesía un
héroe. Cuarenta años y alguno más contaba el Presi-
dente del Casino, de veinticinco a veintiséis el futuro
Marqués, y a pesar de esta diferencia de edad, conge-
niaban, tenían los mismos gustos, las mismas ideas,
porque Vegallana procuraba imitar en ideas y gustos a
su ídolo.» Y de vez en cuando se alza la voz omniscien-
te del narrador: «Importaba mucho al jefe del partido
liberal dinástico de Vetusta que Paquito le creyera
enamorado de aquella manera sutil y alambicada. Si se
convencía de la pureza y fuerza de esta pasión, le ayu-
daría no poco. La amistad entre los Vegallana y la Re-
genta era íntima.... La casa de Paco era un terreno neu-
tral; El lugar más a propósito para comenzar en regla

                           52
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
un asedio y esperar los acontecimientos.» Solo de ma-
nera muy esporádica aparecen unas líneas, rápidas, bre-
ves, torpes, que desnudan algún colorido rasgo de su
personalidad: «Todo se puede echar a perder ahora –
había pensado don Alvaro– La devoción sería un rival
más temible que Cármenes; el Magistral, un cancerbero
más respetable que don Víctor Quintanar, mi buen ami-
go.»
    En todos los capítulos de esta primera parte el hilo
argumental es endeble: Vegallana y Mesía descubren
con decepción que no es la Regenta, sino Obdulia, la
que acompaña a Visitación. Esta insignificante trama
sirve, al mismo tiempo, para llevarnos durante todo el
capítulo al mismo destino que aquellas mujeres, a la ca-
sa de los marqueses.

    El CAPÍTULO OCTAVO transcurre en el interior
de la casa de los marqueses. Descubrimos sus hábitos,
los de las personas que los visitan y otras interesantes
intrigas.
    Una presentación, en toda regla, con un orden lógi-
co, introduce el ambiente. En primer lugar El Marqués
de Vegallana, su ocupación: «Era en Vetusta el jefe del
partido más reaccionario entre los dinásticos; pero no
tenía afición a la política y más servía de adorno que de
otra cosa. Tenía siempre un favorito que era el jefe ver-
dadero. El favorito actual era... don Álvaro Mesía, el
jefe del partido liberal dinástico... don Álvaro cuidaba
de los negocios conservadores lo mismo que de los libe-
rales.» Y sus aficiones: «Tenía otra manía, corolario de
sus paseos, la manía de las pesas y medidas. Sabía en

                           53
Rafael del Moral
números decimales la capacidad de todos los teatros,
congresos, iglesias, bolsas, circos, y demás edificios no-
tables de Europa... Mentía cuando quería deslumbrar al
auditorio, pero podía ser exacto, si se le antojaba. „A
mí hechos, datos, números –decía–; lo demás..., filosof-
ía alemana´» En segundo lugar La Marquesa y su libe-
ralidad, su pensamiento, sus hábitos: «..tenía a su espo-
so por un grandísimo majadero. Ella si que era liberal.
Muy devota, pero muy liberal, porque lo uno no quitaba
lo otro.... La libertad según esta señora se refería prin-
cipalmente al sexto mandamiento... tenía la virtud de la
más amplia tolerancia. Opinaba que lo único bueno que
la aristocracia de ahora podía hacer era divertirse.»
Aspectos interesantes de la vida de la Marquesa son el
gabinete lleno de muebles que casi en su totalidad serv-
ían para recostarse. La propia vida de la Marquesa (se
levantaba a las doce y leía), sus conocimientos históri-
cos... Siguiendo el orden, les corresponde ahora a las
hijas de los Marqueses. Son tratadas brevemente porque
todas están fuera. Unas casadas en Madrid, y otra había
muerto tísica. Las sobrinas de los Marqueses vienen
después. Algunas de ellas de vez en cuando pasaban una
temporada en la mansión. Edelmira está ahora allí. Con-
tinúa el capítulo con los asistentes a las tertulias y sus
métodos, en los que: «el espíritu de tolerancia de la
Marquesa había contagiado a sus amigos. Nadie espia-
ba a nadie. Cada cual a su asunto... Algún canónigo
solía dar mayores garantías de moralidad con su pre-
sencia, aunque es cierto que no era esto frecuente, ni el
canónigo paraba allí mucho tiempo.». Mesía es un con-
tertuliano de gran importancia, pero de él se dice, alu-

                           54
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
diendo irónicamente a la prudencia como principio de
las clases altas: «..entre monjas podía vivir este hombre
sin que hubiera miedo de un escándalo.» Paco, el hijo
de la Marquesa, no tenía esa discreción: «La marquesa,
viendo incorregible a su hijo, tomó el partido de subir
siempre al segundo piso tosiendo y hablando a gritos.»
Todavía en la línea de presentación de la casa, le llega el
turno a los muebles, que a través de la apreciación del
anticuario Bedoya no son tan buenos. Y por último Pe-
dro y Colás, cocinero y criado. Clarín ha pasado revista
desde el Marqués hasta el más humilde criado de la
mansión, y los muebles, en orden de importancia, han
precedido a los criados.
    El personaje que sirve de puente para volver al ar-
gumento de la historia es Visitación. Esa curiosa mujer,
intermedia entre la clase alta y los demás, es viuda de un
empleado de banco, pero con tertulia propia, y mediante
difíciles artes consigue mantenerse en «la clase». Anti-
gua amante de don Álvaro, ahora aquella atracción está
apagada: «Lo miraba con la indiferencia fría y honrada
con que la miraba el señor obispo» Visitación conversa
con él mientras Paco Vegallana ocupa a Obdulia Fandi-
ño, aunque el lector no llega a saber muy bien de qué
manera. Mesía le hace saber a Visitación, la mejor ami-
ga de La Regenta, su intención de seducir a Ana. El
método no es nuevo, pertenece a la tradición donjuanes-
ca. La idea, según Clarín, agrada a la viuda. Las dos más
cercanas amistades de Ana están ahora al corriente de la
ambición de Mesía. Para poder hilar la historia sin cor-
tes bruscos, la Regenta pasa por allí, por la calle, cuando
viene de la catedral de cumplir con la cita para la confe-

                            55
Rafael del Moral
sión que tenía con el Magistral. No olvidemos que la
novela había hablado de ella en el capítulo 5, después de
sus crisis de nervios, cuando preparaba la confesión ge-
neral, y la recupera ahora: «Por la esquina de la calle,
del lado de la catedral, apareció una señora que los del
balcón reconocieron al momento. Era la Regenta. Venía
de negro, de mantilla; la acompañaba Petra, su donce-
lla. Pronto estuvieron debajo de ellos. Ana iba distraí-
da, porque no levantó la cabeza.»

    En el CAPÍTULO NOVENO la narración vuelve de
nuevo a Ana, que no quiere entrar en la casa de los
Marqueses y tampoco en la suya, y le propone a su cria-
da Petra dar una vuelta por el campo. Clarín presenta a
un personaje más importante de lo que aparentaba en es-
tos primeros capítulos: «Tenía la doncella algo más de
25 años; era rubia de color de azafrán; muy blanca, de
facciones correctas; su hermosura podía excitar deseos,
pero difícilmente producir simpatías.» La confesión de
la Regenta ha tenido lugar al mismo tiempo que la tertu-
lia del casino. Volver hacia atrás significaría un corte
brusco en la narración, por eso Ana va a meditar en el
campo, en un largo monólogo interior, sobre los conse-
jos de don Fermín en la confesión, mientras que Petra
ha visitado en el molino a su primo Antonio con quien
piensa casarse, pero de quien no vuelve a hablarse. La
elocuencia de don Fermín ha emocionado a Ana: «Hija
mía, ni aquellos anhelos de usted, buscando a Dios an-
tes de conocerle, eran acendrada piedad, ni los desde-
nes con que después fueron maltratados tuvieron pizca
de prudencia. Pizca había dicho, estaba ella segura.»

                           56
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
    A la vuelta coinciden con la salida de los obreros
mientras cruzan el boulevard. Y se cruzan igualmente
con Paco Vegallana y con Álvaro Mesía. La primera co-
incidencia es de tipo social. El autor tiene interés en
mostrarnos la vida tan distinta de los obreros: sus vesti-
dos, su estilo: «...de aquel montón de hijas del trabajo
que hace sudar salía un olor picante, que los habituales
transeúntes ni siquiera notaban, pero que era molesto,
triste; un olor de miseria perezosa, abandonada. Aquel
perfume de harapo lo respiraban muchas mujeres her-
mosas, unas fuertes, esbeltas, otras delicadas, dulces,
pero todas mal vestidas, mal lavadas las más, mal pei-
nadas algunas. El estrépito era infernal; todos habla-
ban a gritos; todos reían, unos silbaban, otros canta-
ban. Niñas de catorce años, con rostro de ángel, oían
sin turbarse blasfemias y obscenidades que a veces las
hacían reír como locas. Todos eran jóvenes. El trabaja-
dor viejo no tiene esa alegría. Entre los hombres, acaso
ninguno había de treinta años. El obrero pronto se hace
taciturno, pronto pierde la alegría expansiva, sin causa.
Hay pocos viejos verdes entre los proletarios.» Sin em-
bargo, Ana creía ver allí «…una forma del placer del
amor, del amor que era por lo visto una necesidad uni-
versal» Y, un poco más adelante, piensa: «Yo soy más
pobre que todas estas. Mi criada tiene a su molinero,
que le dice al oído palabras que le encienden el rostro;
aquí oigo carcajadas del placer que causan emociones
para mí desconocidas...» El segundo encuentro con don
Álvaro de aquella misma tarde (no el último) engorda la
intriga. Álvaro y Ana hablan a solas unas horas después
de conocer las intenciones del primero, y poco después

                           57
Rafael del Moral
de la confesión general de la segunda. Paco y los Mar-
queses van a ir al teatro aquella noche. Ana asegura que
no irá.

    Todo el CAPÍTULO DÉCIMO sigue a Ana en su
segunda noche novelada. A pesar de las súplicas de la
Marquesa y de Paco, no quiere asistir a la representa-
ción de La vida es sueño. Y se queda sola, con Petra y
con sus dudas: no ha contado nada al Magistral acerca
de don Álvaro. En la soledad de sus pensamientos, ve
desde el balcón, por tercera vez en el día, la figura de
Álvaro que ha abandonado el teatro en el intermedio
con intención de verla y ser visto por ella.
    Cuando regresa su marido, Ana se consuela con él
de su segunda crisis de nervios. Don Víctor la protege
con ternura paternal: «–¡Ana mía, con mil amores! Pe-
ro... esto no es natural, quiero decir... está muy en or-
den, pero a estas horas..., es decir..., a estas alturas...
vamos... que... si hubiéramos reñido, se explicaría me-
jor; así, sin más ni más... Yo te quiero infinito, ya lo sa-
bes; pero tú estás mala y por eso te pones así; si, hija
mía, estos extremos...» El regente jubilado le programa
nuevas actividades que mejoren su estado de tristeza: «–
¡Programa! –gritó don Víctor–: al teatro dos veces a la
semana por lo menos; a la tertulia de la Marquesa cada
cinco o seis días; al Espolón todas las tardes que haga
bueno; a las reuniones de confianza del casino en cuan-
to se inauguren este año; a las meriendas de la Mar-
quesa, a las excursiones de la hight life vetustense, a la
catedral cuando predique don Fermín y repiquen gor-
do.»

                            58
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
    Con el conflicto de Ana acaba la segunda jornada
narrada en el libro y el abandono provisional del perso-
naje femenino, al menos para narrar desde su perspecti-
va, hasta la segunda parte de la novela.




                          59
6     LA CONSECUENCIA Y LA CONCENTRACIÓN
      TEMPORAL. (CAP. 11 AL 15). UN DÍA EN LA VIDA
      DEL CONFESOR.
Constituyen estos capítulos el relato de un día completo,
el 4 de octubre, en la vida de don Fermín, desde que se
levanta («El Magistral era un gran madrugador») hasta
que se acuesta, unos minutos después de que el sereno, a
las doce de la noche, cante a gritos la hora. Estamos en
el día de San Francisco de un año momentáneamente
innominado. Aunque en esta sección la historia va más
allá de una exposición de las actividades del personaje
protagonista. No escribe el autor de nada que no guarde
relación con los movimientos, objetos, personas o pen-
samientos del canónigo.

    Encontramos en el CAPÍTULO UNDÉCIMO a don
Fermín de Pas escribiendo en su despacho antes de que
salga el sol, «a la luz tenue y blanca del crepúsculo». La
confesión de Ana el día anterior ha durado una hora. La
sensibilidad y fineza de la dama ha afectado profunda-
mente los sentimientos del canónigo cómo se pondrá de
manifiesto a lo largo de la jornada. El relato sugiere que
sospechemos de la falta de honradez del clérigo y de su
madre puesta en boca de murmuradores que cuentan co-
sas a Ripamilán, amigo del Magistral, y éste las rebate.
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
Así, la opinión del narrador no queda comprometida y
deja a los lectores en una calculada duda.

    La visita de don Fermín a don Francisco de Asís Ca-
rraspique y a doña Lucía, su esposa, son tema del
CAPÍTULO DUODÉCIMO, al que se añade el paso por
su despacho en el Palacio del Obispo, y otras visitas a
Francisco Páez y a su hija Olvido y demás franciscos
ilustres, y a una Paca beata, todos ellos agasajados por
las felicitaciones del canónigo. El recorrido acaba en la
casa de los marqueses, donde una comida de celebración
de la onomástica acoge a lo más distinguido de la socie-
dad inmedita. La tarea fundamental del confesor es la de
ejercer su dominio espiritual y, si puede ser, también
material, sobre los vetustenses.

    En el respeto de la simetría, el CAPÍTULO
DECIMOTERCERO se ocupa del convite en la casa de
los Marqueses de Vegallana. Allí están los tres persona-
jes más importantes de la novela y su intimidad juzgada
desde la perspectiva del canónigo, y otros personajes
más, pero para éstos reserva Clarín la dimensión frívola.
Veremos que ni siquiera el perfil de don Víctor ocupa
un lugar privilegiado. Son como una sombra que nunca
pasa a primer plano, personajes de una sola dimensión.

    Los paseos nerviosos del Magistral por la ciudad son
tratados en el CAPÍTULO DECIMOCUARTO. La agi-
tación de su carácter se debe a sentimientos que nunca
había experimentado, que no sabe nombrar ni definir,
que su inexperiencia en lances amorosos le impide re-

                           61
Rafael del Moral
conocer en sus primeras manifestaciones. Su turbación
ha aumentado porque no ha podido ni querido acompa-
ñar a los Marqueses y sus invitados en una excursión al
Vivero, residencia de las afueras. En sus paseos nervio-
sos y solitarios por la ciudad, el lector va descubriendo
el rechazo a la sotana, el terror a la mirada de su madre,
los movimientos para espiar a la persona que ya ama sin
saberlo.

    El CAPÍTULO DECIMOQUINTO describe la vuel-
ta a casa y las horas previas a la de acostarse. La discu-
sión con su madre, poco acostumbrada a no saber de
don Fermín durante todo el día, el pasado de doña Paula
y de su hijo, relatado como en los primeros capítulos el
de Ana, pone luz a complejos aspectos de su actual
comportamiento. El ambiente en que han vivido, la edu-
cación y la pobreza parecen justificar tan desmesurada
ambición. La vida obliga a los oprimidos a reaccionar
de la manera que lo hacen, según explica el determinis-
mo de la corriente naturalista de la época. La jornada
termina cuando sale el Magistral al balcón y reflexiona
sobre sí mismo. Son las doce de la noche.
    La exposición de estos cinco capítulos goza de una
estructura proporcionada. Los capítulos 11 y el 15 (pri-
mero y último) detallan las horas cercanas al desayuno y
a la cena respectivamente, y están encuadradas en la ca-
sa de don Fermín, con doña Paula y la criada Teresina.
El capítulo central, el 13, es la comida a la que asisten
todos los personajes de Vetusta, y los dos capítulos que
aparecen entre las comidas son periplos solitarios y
atormentados del canónigo por la ciudad: el 12 para fe-

                           62
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
licitar a los Franciscos, desde su dominio, y con la espe-
ranza de encontrarse con Ana; el 14 contrariado por
pensar que no ha ido con ella al Vivero, casa de campo
de los Marqueses, y por imaginar a su amada hija de
confesión «...metida en un pozo cargado de hierba seca
en compañía del mejor mozo del pueblo» (se refiere,
obviamente, a Mesía). La ausencia física de La Regenta
en esta parte de la novela (solo está en la comida) no
impide que la dama esté presente en la afligida mente
del Magistral. Cabe pensar que Clarín cuenta la historia
de un clérigo y que su novela persigue temas religiosos,
pero los rasgos místicos están menos acentuados ante la
presencia de otras características humanas de mayor
complejidad. Tal vez lo que no se cita, de lo que no se
habla en el relato, adquiere mayor trascendencia que lo
narrado. El personaje don Fermín, que es un acreditado
hombre de iglesia, con grandes aspiraciones en su carre-
ra, y a quien el autor ha seguido durante todo un día, no
dice misa, ni asiste una sola vez al coro, ni siquiera pasa
por la catedral; no realiza una sola oración y tampoco
aposenta su intimidad en principios religiosos. No pien-
sa en Dios ni se protege en la fe, ni ejerce la caridad.
Dos actitudes muy humanas definen la jornada del Ma-
gistral: su ambición de poder durante la mañana, antes
de que otro sentimiento más incontrolado se apodere de
él. Durante la tarde, la pasión.
     En la mañana ejerce el poder o sus poderes, que se
desarrollan y exponen en las siguientes situaciones:
    El poder intelectual, derivado de sus escritos,
        pues es don Fermín uno de los pocos vetustenses
        relacionado con los libros: «Por la mañana estu-

                            63
Rafael del Moral
  diaba filosofía y teología, leía las revistas cientí-
  ficas de los jesuitas, escribía sus sermones y
  otros trabajos literarios. Preparaba una Historia
  de la Diócesis de Vetusta, obra seria, original,
  que daría mucha luz a ciertos puntos oscuros de
  los anales eclesiásticos de España.»
El poder religioso, en la casa de los Carraspique:
  don Fermín ha metido en el convento a Rosa Ca-
  rraspique, que ahora está enferma. Organiza,
  además, la vida privada de esta familia con su-
  puestas justificaciones religiosas: «La mayor de
  aquellas dos niñas tenía un pretendiente. El Ma-
  gistral venía a desahuciarlo. Era un impío.»
El poder de su prestigio como representante de la
  Iglesia. Su visita a los Carraspique es aprovecha-
  da para pedir dinero, aunque confunde sus fines,
  o los justifica con dudas: «El Magistral habló
  todavía de otros asuntos. Había que hacer nue-
  vos desembolsos. Limosnas, grandes limosnas
  para Roma; para las Hermanitas de los Pobres,
  que iban a comprar una casa...».
El poder de su capacidad de estrategia, para do-
  minar desde la sombra a su superior jerárquico,
  el obispo: «El ilustrísimo Señor don Fortunato
  Camoirán, obispo de Vetusta, dejaba al Provisor
  gobernar la diócesis a su antojo; ¿Qué resultaba
  de aquella excesiva piedad? Que su Ilustrísima
  se abandonaba en brazos del Provisor para todo
  lo referente al gobierno de la diócesis.»
El poder de su cargo, frente al cura párroco de
  Contracayes: «...y el Provisor sabía que Contra-

                        64
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA
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TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA

  • 1. Rafael del Moral TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA Sentido y forma en La Regenta de Clarín Edición para la Red
  • 2. INTRODUCCIÓN ....................................................................................... 3 1. LA ESTÉTICA DEL ARTE Y LA NOVELA ............................................. 11 A) EL INTERÉS PROPIO ......................................................................... 13 B) LAS EMOCIONES................................................................................ 14 C) LA GENIALIDAD .................................................................................. 16 D) LA POSESIÓN DEL UNIVERSO NARRATIVO ................................... 17 E) EL DUENDE ......................................................................................... 20 2. UNA NOVELA CLÁSICA PARA EL ANÁLISIS...................................... 27 3. LA ESTRUCTURA NARRATIVA .......................................................... 33 4. EL MOTIVO Y LA RETROSPECCIÓN (Cap. 1 AL 5). EL CAMBIO DE CONFESOR................................................................................... 38 5. LOS HECHOS Y LA CREACIÓN AMBIENTAL (Cap. 6 AL 10). LA CONFESIÓN.................................................................................. 49 6. LA CONSECUENCIA Y LA CONCENTRACIÓN TEMPORAL. (Cap. 11 AL 15). UN DÍA EN LA VIDA DEL CONFESOR. ............................ 60 7 VISIÓN COLECTIVA Y TÉCNICAS DE ACTUALIZA-CIÓN. (Cap. 16) . 72 8 EL PASO DE LOS DÍAS Y LA ARGUMENTCIÓN. (Cap. 17 AL 21). EL TRIUNFO DEL MAGISTRAL ......................................................... 78 9 VACILACIONES, DESATINOS Y TÉCNICAS DE SELECCIÓN (Cap. 22 AL 26). ........................................................................................... 91 10 EL DESENLACE Y LA PERSPECTIVA. ACER-CAMIENTO A MESÍA. (Cap. 27 AL 30). ........................................................................... 106 11 LOS PERSONAJES SECUNDARIOS............................................... 120 A) EL ENTORNO DE LA PROTAGONISTA ........................................... 122 B) PERSONAJES PARA LA DISTENSIÓN ............................................ 126 C) EL ÁMBITO DEL CASINO ................................................................. 129 D) EL ENTORNO RELIGIOSO ............................................................... 130 12 ANÁLISIS FINAL Y CONCLUSIONES .............................................. 134 BIBLIOGRAFÍA ...................................................................................... 140 2
  • 3. INTRODUCCIÓN P retenden estas páginas orientar al lector, al es- tudiante y al interesado por el placer estético de la narrativa. Cansados de teorizar, nos cen- tramos en una novela que ha hecho feliz a muchos lectores, una novela extensa y cargada de per- sonajes. No pretendemos sustituir la lectura, sino ilus- trarla y, sobre todo, profundizar en las razones prácticas de la sensibilidad lectora. Concibo los comentarios co- mo guía para el lector perdido, como consulta, como ayuda para la interpretación, como glosa para el análisis. Quien lea este libro podrá localizar determinado pasaje o personaje, seguir sus huellas, aclarar un asunto, enca- jar un capítulo o grupo de capítulos y, en general, ser- virse de ayuda para la interpretación o valoración de las personalidades o los hechos de una novela ejemplar. Aunque todos los puntos destacados son ejemplo para la teoría literaria, no sirve este comentario para sustituir otros placeres estéticos propios de la lectura individuali- zada de la obra, aunque sí para enfatizarlos, para condu- cir al lector por aquellos pasos que podría haber seguido en la interpretación, porque las cosas que están muy cerca son las que con más dificultad se encuentran. Y están tan pegados a nuestra piel algunos de nuestros más
  • 4. INTRODUCCIÓN apreciados bienes que no los vemos, que quedan eclip- sados por una extraña ceguera. Menospreciamos el bienestar cuando invade la vida diaria, desvaloramos a muchos de nuestros amigos hasta que se alejan de nosotros, y desdeñamos el aire elemen- tal de nuestras vidas hasta que nos falta, y es también común quitarle importancia a uno de los grandes bienes del hombre, a la palabra, que forma parte tan íntegra de uno mismo, que está tan sumergida en las repetidas fórmulas de todos los días que acabamos por conside- rarlas parte de nosotros mismos. Decía el rey Alfonso X el Sabio, que tanto hizo por las palabras de nuestra len- gua: “Así como el cántaro quebrado se conoce por su sonido, así el seso del hombre es conocido por su pala- bra.” La palabra es el alma de la humanidad, y también puede ser el instrumento más destructivo. De su uso de- pende la consideración que concedemos íntimamente a las personas, y la valoración que hacemos de ellas. Son las palabras el delicado hilo del pensamiento, nos sirven para medrar, para persuadir, para agradar, para disfrutar, para entendernos y desentendernos y para clasificar todo lo que de noble e innoble hay en el hombre y su entor- no. Y tienen un poder tan destacado que si la frente, los ojos o el rostro, que son tan transparentes, engañan mu- chas veces, con las palabras engañamos muchísimo más. A veces nos traicionan porque no tenemos un poder ab- soluto sobre ellas. Al fin y al cabo una vez que salen de nosotros ya no son nuestras. Son muchas las veces que pensamos después, y nos arrepentimos, de lo que hubié- ramos querido decir antes, y no dijimos, y también de 4
  • 5. INTRODUCCIÓN cómo hubiéramos querido decirlo y no fuimos capaces de expresar. Y mientras tanto la mayor parte de nuestras disen- siones y antagonismos, y también de nuestros acerca- mientos y solidaridades, se originan en la interpretación que damos a las palabras. Una palabra, solo una palabra puede torcer un destino. Habría que ser prudentes. Pero si la gente hablara solo cuando tiene algo que decir... si realmente habláramos solo cuando tenemos algo que decir... ¿Perdería la raza humana la facultad de hablar? Sí. Las palabras son eso, parte de nosotros mismos. También es parte de nosotros mismos la estética de la elegancia personal, la de los gestos, la elección de nues- tros modos de comportamiento... Las palabras y su uso son parte de nuestra más profunda personalidad, van con nosotros unidas a nuestro temperamento. Lo demás, lo que nos dice la gramática, lo añaden los manuales es- colares y sus rudimentarios medios para hacernos en- tender, malentender, apreciar o despreciar la lengua, su uso y desuso, y su estudio. Con esta voluntad de ser práctico en la interpreta- ción, me gustaría concentrarme en cuatro o cinco reglas profundamente arraigadas en la sensibilidad de los indi- viduos. Diré con ello, simplificando un poco, que son dos los usos principales que el hombre ha hecho de las palabras, de la lengua, de su principal instrumento de comunicación: a) El primero es el dedicado a satisfacer sus necesi- dades básicas de supervivencia: tengo hambre, estoy en peligro, estoy cansado, ¡socorro... ! Así piensan los lin- 5
  • 6. INTRODUCCIÓN güistas que nacieron las lenguas, desde esa necesidad inmediata de comunicación. b) Y la otra, la que parece secundaria, pero la que nos ocupa en este libro, es la que no pretende sino pro- porcionar el placer estético de hablar y de oír, de expre- sarnos y de oírnos, que no es poco, aunque el contenido de la información no tenga más finalidad que la de di- vertirnos o la meramente estética. El ocio de la civilización actual reposa en el uso gra- tuito de la palabra, en la capacidad de charlar, de comu- nicarse, de oír, de contar historias, de escuchar historias o de leer historias, es decir, en el gran arte de la palabra. Colmamos nuestro ocio en una reunión de amigos de la que esperamos graciosas intervenciones, chascarrillos, bromas, ocurrencias... Nos relajamos frente a la pantalla del televisor y, aunque hay quien puede discutirlo, mu- cho más con la palabra que con la imagen. La prueba es que también podemos complacernos con la radio, y con mayor dificultad con una televisión encendida y sin so- nido. Nos divertimos también con el teatro y el cine, y pocas veces concebimos un acto festivo o de ocio en au- sencia de la palabra coloquial e irónica, a la cabeza de ellos (me refiero al ocio), la íntima y emocionante rela- ción del hombre con la mujer o de la mujer con el hom- bre en una conversación amiga (al fin y al cabo contar historias) o con la lectura (sea del tipo que sea). Pero también cada vez que experimentamos un pla- cer sin palabras como la contemplación de un paisaje, un paseo por el campo, unas vacaciones en la playa, un viaje a..., pongamos por caso, Turquía, una mejora en la vivienda, la compra de un objeto deseado, un ascenso 6
  • 7. INTRODUCCIÓN laboral, y también otros basados en la palabra como una cena con amigos, una reunión familiar o el inesperado encuentro con un antigua amistad u otra que acaba de nacer. Cuando sucede algo de esto, digo, de esto que nos proporciona placer, sentimos el deseo de trasfor- marlo en palabras, de contárselo a alguien. Y al hacerlo modificamos algún punto complejo, saltamos otros más o menos escabrosos y nos recreamos en los más pla- centeros. Es lo que se llama en literatura el estilo, el es- tilo de un escritor, el estilo de cada cual. Eso es lo que hace también el autor de historias, seleccionar, elegir, insistir, silenciar, destacar, profundizar... Ahí está el ar- te, en la elección, en la selección, ahí está la estética que todos llevamos dentro, en nuestra exposición, énfasis, tono... Mucha gente cuando oye hablar de arte tiende a pen- sar en el Museo del Prado, en la Catedral de León o en cualquiera de las esculturas que adorna nuestras ciuda- des, y muchas menos veces pensamos en el gusto que por vestir tiene tal conocido, la labor del jardinero del parque de la esquina, o en los platos cocinados del ama de casa o incluso en el encanto de otras labores domés- ticas. Y tampoco pensamos, y esto es lo que aquí nos in- teresa, en cómo cuenta las historias la tía Antonia, que apenas ha salido una o dos veces de su aldea natal, Vi- llanueva del Condado (pongamos por caso), y que tiene una gracia, una disposición y habilidad para la selec- ción, énfasis, tono y difusión de otras emociones muy capaces de fascinar a propios y extraños. Pero sus histo- rias no aparecen en las listas de libros más vendidos porque son muy pocos los que descubren la gracia y el 7
  • 8. INTRODUCCIÓN estilo, la naturalidad y buen decir de las historias de la tía Antonia, la de Villanueva. Ya lo sugirió Cervantes: “Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afecta- ción es mala.” Todos sabemos que hay gente que solo se sirve de la palabra para comunicar a sus semejantes lo contentos que están de haberse conocido, y la suerte que tienen de carecer de tantos defectos como los que inundan a esos seres que tienen el gusto de acercarse a la noble figura del engreído para hablar con él. Ni la tía Antonia existe, auque sí existen muchas tías Antonias, ni Villanueva tampoco, es verdad. Ambas pertenecen a mi ficción, pe- ro sí existe, fuera de la ficción, mucha gente encan- tadora, no necesariamente educada en las bibliotecas, que es capaz de entretenernos regularmente con su ma- nera de hablar, con el buen gusto con que recrea sus fra- ses, o a veces solo esporádicamente, el día que está ins- pirado, porque el arte de contar historias exige un lugar y un tiempo, una circunstancia y un momento, y cual- quiera de ellos puede flaquear, y con ellos la propia his- toria. Somos los individuos, con mayor o menor destreza, artistas de la palabra, y pintamos cuadros mediocres o bellísimos según los momentos. Y unos, como suele su- ceder en la vida, obtienen mejores cotizaciones que otros aunque sólo porque han sido más o menos acom- pañados de una propaganda eficaz. Muchos de los cua- dros que han coloreado miles de hablantes, puro aliento, se los ha llevado el aire, y otros fueron recogidos en tex- tos escritos. Por eso ahora cuando se habla de que tal o cual lengua no tiene literatura, que es el arte de la pala- 8
  • 9. INTRODUCCIÓN bra, se añade rápidamente que solo carece de literatura escrita, porque todas las lenguas tienen literatura oral, ese arte de contar historias está en el origen del gran arte de los artes que es el del manejo, uso y goce de la len- gua. El arte de contar historias lo ha dominado, estoy se- guro, muchísima gente. Sabemos de aquellos que con su nombre propio quedaron sellados en letras doradas y eternas, pero la humanidad ha enterrado a otros muchos en las catástrofes que han ido anulando nuestras cultu- ras: en la quema de la biblioteca más importante de la antigüedad, la de Alejandría, en los desastres naturales, en la desaparición en época de penurias, en la dispersión de manuscritos en monasterios, en la ambición de la propiedad privada, en los cubos de la basura de quienes no han sabido valorar lo que tenían... El hombre, que desde hace tantos miles de años dispone de la palabra, solo sabe escribirla desde hace unos cinco mil, que son muy pocos, y la invención de la imprenta apenas ha cumplido quinientos años. Las imprenta, es verdad, solo la imprenta, ha garantizado, con la amplia publicación de ejemplares, la permanencia de los libros. Pero volvamos a la idea principal. Todos somos ar- tistas de la palabra más o menos anónimos. Todos lle- vamos una vena de artista que hemos de ser capaces de despertar. El que nadie lo sepa no debe desanimarnos. El anonimato no frenó el desarrollo literario del ingenio popular en los excelentes romances medievales. Aque- llas historias eran obra de unos autores como nosotros que sin duda sabían contar, narrar, aunque nunca se pre- 9
  • 10. INTRODUCCIÓN guntaran por la estética, por los cánones que presiden y modelan el arte de contarlas. Esta es la gran cuestión, la de los cánones. Afortu- nadamente ningún canon es sistemáticamente respetado. Si existe el arte es porque no hay cánones. El canon, las normas, pertenecen a nuestros propios principios y ese es el primer principio del arte, el de la individualidad, el de la particularidad en la apreciación. 10
  • 11. 1 LA ESTÉTICA DEL ARTE Y LA NOVELA C reo que es esencial en el placer de la lectura que el arte sea controvertido, que cada cual in- terprete la estética a su gusto, que aprecie su mundo, su entorno, que goce la observación de un cuadro como de la contemplación de una motocicle- ta, o de unos zapatos, o de un sombrero, si es que estas cosas le atraen, de la conversación con un amigo, de la visita a un estadio de fútbol o un paseo por una calle de un pueblo perdido. Tampoco importa que nos entusias- me la letra de una canción y no le saquemos el corres- pondiente duende al Quijote, porque nadie tiene derecho a decirnos de qué manera tenemos que proporcionarnos placer, ni cómo debemos gozar la vida, ni tampoco cómo debemos apreciar el arte. Cada cual tiene su doc- trina y sus secretos, y esos son tan respetables como la intimidad, lo oculto del espíritu y las señas de identidad de las personas. Mientras redacto estas lineas sobre placer de la lec- tura recuerdo que he dedicado media vida a leer histo- rias, cuentos y novelas, y muchos años a seleccionarlas para ponerlas en un libro que las recuerda y, lo que es más arriesgado, las he clasificado y luego las he critica- do con enorme osadía, lo sé, una a una, con la atrevida
  • 12. Rafael del Moral vanidad de dedicar varias páginas a algunas, muchas menos a otras, solo unas líneas a algunas más y, lo que es peor, el silencio a otras muchas. Y me he divertido con ello, con la subjetividad de mi particular criterio. Por eso sé que seleccionar implica elegir, y elegir desechar. Hacemos todo ello en busca de la piedra filo- sofal, de la magia de la lectura, que es algo así como la eterna búsqueda alquimista de la transformación de cualquier metal en oro. Pretendo demostrar, y eso sí que es claro, que contando con algunas condiciones somos, en efecto, capaces de transformar en oro, como el al- quimista, esas hojas encuadernadas que son los libros, siempre que dispongamos del metal adecuado, que no quiere decir el que recomiendan los periódicos, y de un natural y espontáneo espíritu interior que transforma en oro las páginas escritas. Y todo eso se produce, al igual que el trabajo del alquimista, en íntimo secreto. Es la necesidad de elegir, de establecer un criterio que nos haga acercarnos a unas u otras historias, a unos u otros libros, a unas u otras películas, a unas u otras personas... aunque sea con el precio de perderse, por error, lo principal. Por eso, porque hay que describir una estética, y porque me he visto obligado a manejarla, quiero hablar y exponer aquí mi estética del arte de contar historias. Si alguien pretendiera definirla, dejaría de ser estética, pe- ro podemos jugar con los principios, hablar de ellos, comentarlos y entrar en ese difícil y misterioso campo. Con gran atrevimiento me voy a permitir enumerar los puntos de partida que yo considero esenciales en la teoría y practica de la novela. Y debo empezar diciendo 12
  • 13. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA que no existe una teoría, sino solo un uso, una experien- cia. Creo que la crítica literaria no debería ser teórica, sino empírica y pragmática. Me uno así, antes de entrar en la materia polémica, a Virginia Woolf cuando decía que “el único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura es que no acepte consejos.” Y aña- dió con mucha gracia: “Siempre hay en nosotros un de- monio que susurra amo esto, odio aquello y es imposi- ble acallarlo.” No quiero dar consejos a nadie acerca del tipo de ficción, de historias, al que debe acercarse un lector, na- da más lejos de mi intención, pero sí quiero poner de manifiesto, porque es necesario estudiarlo, lo que a mi parecer son los cinco principios generales del placer estético del arte de contar historias: el interés propio, la emoción, la aproximación a los genios, la posesión del universo narrativo y lo que llamaremos el duende. A) EL INTERÉS PROPIO Nos gusta oír o leer historias por interés propio, para pasar el rato o por la necesidad de evadirnos. Las histo- rias, las lecturas, fortalecen nuestra personalidad y nos ayudan a descubrir cuáles son nuestros auténticos inter- eses. Este proceso de maduración y aprendizaje nos hace sentir placer, un placer sin duda más íntimo que colectivo. El placer estético que buscamos en la lectura es el placer de pensar, de recrearse en una idea agradable, en el recuerdo de unos momentos de emoción, de una per- sona querida, o de un pasaje de cualquier libro que nos 13
  • 14. Rafael del Moral gustó. Y solo esas son las ideas agradables. Hay otras muchas que no lo son. Por eso es tan difícil enseñar a apreciar historias desde los centros de enseñanza donde la lectura apenas se enseña como placer en ninguno de los sentidos pro- fundos de la estética del gusto. Leemos a Dante, Dickens, a Galdós, a Stendhal y a Tolstoi y demás escritores de su categoría porque la vi- da que describen es, por sorpresa para nuestra limitada visión del mundo, de tamaño mayor que el natural. Leemos de manera personal por razones variadas, la mayoría de ellas familiares: porque no podemos conocer a fondo a toda la gente que quisiéramos, porque necesi- tamos observar el mundo con perspectiva más amplia, porque sentimos la necesidad de conocer cómo somos mirándonos en el espejo de los otros, cómo son los de- más y cómo son las cosas. Sin embargo, el motivo más profundo y auténtico para la lectura personal de tan mal- tratado canon es la búsqueda de un placer difícil. Hay una versión de lo sublime para cada lector, la cual es, en mi opinión, la única trascendencia que nos es posible al- canzar en esta vida, si se exceptúa la trascendencia to- davía más precaria de lo que comúnmente llamamos enamorarse. B) LAS EMOCIONES Una historia que se precie debe despertar emociones. No es que exija un argumento complejo, no, sino que desate en quien la oye, o la lee, un sentimiento hondo, casi placenteramente hiriente ante lo que pasa por su en- tendimiento. 14
  • 15. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA Este principio no es selectivo porque todos los tex- tos desatan alguna emoción en algún lector. Y no me re- fiero al tema, sino a lo que se desata del tema. Los te- mas, al fin y al cabo, son muy pocos... apenas unos cuantos... Y no hay más. Los argumentos y solo los ar- gumentos son variados, la manera de contarlos también. Pero los temas, es decir, los asuntos que mueven y con- mueven nuestra lectura se reducen a los que están rela- cionados con la muerte, que es el gran tema del hombre, a los que se mueven por el poder, que son los argumen- tos de tipo social, y a los que tienen como principio el amor en alguna de sus variedades e interpretaciones, en- tre ellas la amistad. Lo demás son maneras de abordar- los. No creo sin embargo que los argumentos sean lo fundamental. Cuenta el director de cine Albert Hitch- cock que tuvo que rodearse de escritores especializados en guiones cinematográficos en busca de mantener la brillantez justamente ganada de sus películas. A mitad de su carrera sus guiones fueron, según él mismo cuen- ta, un trabajo colectivo en el que participaban con gran empeño y delicadeza varios especialistas. Uno de ellos le dijo una vez que siempre se le ocurrían los mejores argumentos en esos minutos que, al acostarse, preceden al sueño, pero a la mañana siguiente sistemáticamente los olvidaba. Hitchcock le recomendó que los escribiera antes de dormirse. Y así lo hizo. Una noche los anotó en el cuaderno que había previsto para tal fin en la mesita de noche. A la mañana siguiente, mientras se estaba afeitando, recordó que la noche anterior había anotado su guión, y fue a buscarlo. Allí había resumido su idea 15
  • 16. Rafael del Moral que decía así: “Chico conoce chica y se enamora de ella”... No había anotado sino el esquema de miles de historias. Así podemos analizar muchos esquemas argumenta- les. Los western son, salvo grandes excepciones, histo- rias de un hombre que va a un pueblo, mata, sufre un agravio, vuelve, lo resuelve, viene de nuevo... muere al- guien... Ya no interesan tanto los argumentos como la manera de contarlos, y sin embargo cuando están bien hechas, estas y otras películas de argumentos semejantes siguen levantando entusiasmos. C) LA GENIALIDAD La genialidad es algo tan complejo y enigmático, y al mismo tiempo tan real, que carece de explicación. Mu- chos escritores que tienen una amplia obra solo son ge- niales en una de ellas, y eso nos lleva a pensar que más que hablar de genialidad habría que hablar de momentos de ingenio, de una inspiración capaz de llevar a un es- critor en un momento de su vida al cenit de su carrera li- teraria. El genio pertenece a un instante y a un cúmulo de circunstancias. Y aunque es muy espinoso y polémico lo que voy a decir, yo creo que hay pocos grandes genios entre los grandes en el arte de contar historias, y todos los demás narradores a veces destellan en algunas de sus obras, pe- ro no alcanzan la infinita capacidad de los que nos con- taron las cosas de tal manera que desde entonces nadie consigue superarlos. Esa es la clave, la capacidad de sa- 16
  • 17. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA car de las historias toda su grandeza y miserias a la vez para hacer de ellas principios universales y eternos. Shakespeare, por ejemplo, es capaz de llegar a todos los rincones de la condición humana y de contarlo como quien no quiere hacerlo... Sus personajes son seres de carne y hueso, con sus miserias y sus grandezas al des- cubierto... Y lo increíble es que fue capaz de unir a la naturalidad de los más profundos sentimientos del hom- bre unas situaciones que mantienen en vilo la atención del espectador o del lector. Desde entonces muchos es- critores han contado su historia con gran habilidad y maestría, y nos deleitan sus obras, pero nadie ha añadi- do nada a lo que él hizo. A ese nivel solo encuentro a un contador de historias más, a Miguel de Cervantes, un malogrado artista que cuando pensaba que no podía es- perar nada de la vida, cuando se puso a escribir una his- toria distanciado de los problemas que lo rodeaban, in- cluso de sí mismo, salió de su pluma una obra que con- tiene en tono de humor principios tan universales y sua- vemente expuestos que nadie tampoco ha sido capaz desde entonces de añadir una pizca a lo que hizo. D) LA POSESIÓN DEL UNIVERSO NARRATIVO Mucha gente hace un viaje a la ciudad de Praga, lugar muy atractivo durante los últimos años. Si el viajero vi- sita la ciudad durante un par de días, guardará en su memoria una idea de ella: sus calles, sus construcciones, sus gentes, la lengua que ha oído... Si además ha tenido un buen guía, podrá identificar muchos asuntos más: épocas, evolución de la gente, situación económica y política del país... Si su estancia ha sido de dos semanas, 17
  • 18. Rafael del Moral podrá haber entrado con mayor profundidad en el tem- peramento del pueblo. Si además había aprendido un poco de checo, y ya había leído algo sobre la historia del país, su universo se agranda. Pero si su estancia ha sido de más de unas semanas, y también dominaba su- ficientemente la lengua para hablar con la gente, y ha conocido amigos del país con quienes a partir de ahora va a coresponderse, y si además ha conocido a un amigo o amiga con mucha más intensidad e intimidad que le ha presentado a otros amigos, y juntos han salido por las tardes, han compartido las experiencias habituales de la vida diaria de la ciudad, y ha oído hablar de sus inquie- tudes, si todo esto ha sucedido en un grado u otro, la ciudad de Praga entra en la vida del individuo como una dimensión más de su mundo. Está en él. Le gustará hablar de ello, recibir noticias, fijarse en las que los me- dios de comunicación ofrecen, añadir a sus conocimien- tos los de la historia del país, sus pensadores, sus escri- tores, el mundo político... Habrá creado un universo nuevo que forma parte de su personalidad, de su manera de ser, de sus deseos e inquietudes. Será el universo de Praga a través de la historia o historias que conoce de sus amigos. Pues yo he sentido siempre, e invito a los lectores a experimentarlo, un sentimiento muy parecido con mis amigos de, pongamos por caso, la novela de Galdós Fortunata y Jacinta. Mi universo narrativo me ha lleva- do a no identificarme con ninguno de los protagonistas, pero con frecuencia me fijo en las calles del centro de Madrid y recuerdo lo que el autor describió en la nove- la. Conozco a los personajes mejor que a muchos de mis 18
  • 19. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA amigos y me congratula saber que, como sucede en la vida misma, allí no hay héroes, sino gente con cualida- des y defectos, con modos de ser que me atraen y me gustaría imitar, y con otros comportamientos que detes- to. Conozco al personaje Fortunata como si hubiera convivido con ella, la descubro por las calles de Madrid entre gentes como los Arnáiz, o los Santa Cruz; conozco a Maximiliano Rubín y unas veces me apiado de él, y otras ensalzo la vida que le tocó vivir. Mi universo na- rrativo de Fortunata y Jacinta, a cuyas páginas tantas veces me he asomado, es uno de los más bellos que jamás me ha proporcionado la vida. Con mis amigos que la conocen también me gusta jugar a comparar a la gente que conocemos con los personajes de ficción que también conocemos, y muchas veces descubrimos saber mucho más de aquellos, construidos como seres reales, que de los que hemos visto en carne y hueso. Ese universo narrativo que proporciona la novela no se vive con la misma experiencia que el real, pero se instala en nuestro entendimiento como si lo hubiéramos vivido, se instala en nosotros como queda instalada la experiencia real, y nos consideramos poseedores de aquella experiencia como si hubiéramos pasado por ella. Yo conozco el Madrid de Fortunata, lo tengo en mí mismo, lo poseo, y he pasado muchos momentos de mi vida enormemente gratos gracias a esa parcela tan parti- cularmente brillante de mi desmedrado patrimonio cul- tural. Difícilmente cualquier otra experiencia artística tie- ne el mismo poder o goza del semejante privilegio. 19
  • 20. Rafael del Moral E) EL DUENDE Como comentarista de novelas, y prescindo de los ar- gumentos, me interesa, como a tantos lectores, que des- de las primeras líneas el escritor me cautive: por mi in- terés personal, por las emociones, por la genialidad o por el universo narrativo. Necesito ser seducido, ser embaucado, y si en las primeras páginas el escritor no me hechiza, abandono el libro. Creo en los contadores de historias que como Chejov, Calvino, Maupassant, pe- ro sobre todo Chejov, me enseñan que la literatura es una forma del bien. Se publican tantas historias que no estoy dispuesto a regalar mi tiempo a ninguna de ellas, y huyo y he de huir y de la misma manera que deseo irme cuando llego a un lugar inhóspito. Discrepo de lo que decía Umberto Eco en la década de los sesenta acerca de que en todo libro hay algo de interés. Creo que ahora se publican li- bros sin ningún interés, y que ese caos exige gran pru- dencia. Comparto mucho más la opinión del contador de historias Wenceslao Fernández Flórez cuando decía que él nunca leía a malos escritores, ni siquiera para desde- ñarlos porque siempre hay un grumo de tontería que se pega. Por eso, como he querido razonar, convendría leer solo lo mejor de cuanto se ha escrito. Decía el filósofo Jaime Balmes que se ha de leer mucho, sí, pero no mu- chos libros. Esta es una regla excelente. Y añadía: “La lectura es como el alimento: el provecho no está en pro- porción de lo que se come, sino de lo que se digiere.” La idea se completa con las palabras de Oscar Wilde: “Si 20
  • 21. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA no te causa placer leer un libro una y otra vez, es que no vale la pena ser leído.” Oír historias. Contar historias. El arte de contar his- torias es mágico, nos embauca. Hay personajes de la li- teratura que conocemos tanto y corren tan poco riesgo de que nos enfrentemos con ellos porque cambien su carácter que los recordamos, y pensamos en ellos y los queremos como si fueran reales, como si fueran nues- tros. Ahí está y Raskolnikov de Tolstoi en Guerra y Paz, o el casi innominado Marcel (solo un par de veces en unas ochocientas páginas) de En busca del tiempo per- dido de Proust, y los amigos Naphta y Septembrini de la Montaña mágica de Thomas Mann, y la Ana Ozores de La Regenta, tan capaz de ingresar sin condiciones en nuestro círculo de amistades. Y de otros, también ami- gos nuestros de alta estopa, nos apiadamos, como de Alonso Quijano y Sancho Panza de Cervantes, de Ángel Guerra y del doctor Centeno de Galdós, de Martín Mar- co en La Colmena de Cela. Las historias nos cautivan como nos cautiva el amor o la amistad. Desde el pequeño relato del día a día dedi- cado a describir cómo el tráfico nos ha amargado la tar- de, o cómo hemos conseguido un éxito en el trabajo, hasta Crimen y Castigo de Dostoievski son capaces de procurarnos ese placer tan indescriptible que tiene los mismos fundamentos. Los hombres somos puro sentimiento. La concentra- ción en la lectura se parece mucho al estado del hombre o la mujer enamorados: el pensamiento se disipa, se ale- jan las permanentes embestidas de ideas confusas que no hacen sino trastornar la mente, nos alejamos de esos 21
  • 22. Rafael del Moral achaques de la cotidianeidad, de la concentración en las pequeñas ideas de la convivencia y nos refugiamos en un mundo interno que agradablemente nos envuelve. Y nos envuelve primero porque entramos en la historia y analizamos o nos recreamos en lo que vamos leyendo con el mismo placer que esperamos lo que viene des- pués. Ocupamos la mente, como el enamorado, de ma- nera plena, con todas las bellas ideas que ofrecen las grandes lecturas. Conocemos a nuestros personajes de la manera que queremos, sin límites. Conocemos su inti- midad, entramos en sus dormitorios, en sus armarios, en sus cajones, en sus pensamientos, sabemos cómo y don- de tienen guardados sus secretos materiales o inma- teriales y nos apropiamos de la deslumbrante profundi- dad de sus almas, y esa posesión y goce nos produce al- go parecido al placer que también acompaña a la mujer o al hombre enamorado. El libro, un buen libro, nos da acceso a un mundo placentero especialmente nuestro con uno de los medios más fáciles y económicos que tenemos a nuestro alcan- ce: solo hay que concentrarse para leer y a veces la con- centración llega con el deseo de hacerlo. Y sobre todo debemos procurar que lo que hay frente a nosotros sea un buen libro, o al menos un libro capaz de proporcio- narnos ese placer deseado que describía anteriormente. Un libro que no tiene por qué ser el que nos aconsejan, pero sí el adecuado para despertar ese mundo interno que todas las personas llevamos dentro y que es el que se muestra más capaz de ennoblecer a los individuos. La extensión de nuestras lecturas y la pasión con que las leemos se desarrolla tanto en la juventud como en la 22
  • 23. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA madurez. Un tanto inconscientemente en la juventud nos identificamos con nuestros personajes favoritos, y ese placer forma parte legítima de la experiencia de la lectu- ra, incluso si en la madurez deja de ser inocente y se convierte en sentimental. Nuestras experiencias están íntimamente relacionadas con nuestras lecturas. Los personajes de nuestras novelas conocen a otros persona- jes de la misma manera que nosotros conocemos a otras personas y de modo semejante a como debemos aceptar los trastornos que trae consigo ese conocimiento que hemos de estar dispuestos a asumir por aquello que leemos. Hay novelas cortas bellísimas como El viejo y el mar de Heminguay, El perfume de Patrick Sunsick o La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, o Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez. Son novelas seductoras, fascinantes, de las que hipnotizan. Son historias contadas con tanto gusto y acierto que dejan una gozosa y melancólica sensación, pero lamentablemente breve, y por tanto más propensa al olvido, a la brevedad del placer. Uno guarda un exce- lente recuerdo, sí, pero difícil de acariciar porque lo que ha dejado en nosotros está también condicionado por el tiempo dedicado a sumergirnos en sus páginas. Las novelas largas, por el contrario, nos permiten familiarizarnos con ellas, avanzar con ellas, vivir con ellas. Hay narraciones extensas como En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, Clarissa de Samuel Richardson o El Quijote, en las que aunque leamos un poco cada día es difícil seguir su argumento. Incluso cuando son algo más breves como El rojo y el negro de 23
  • 24. Rafael del Moral Stendhal el lector se queda abrumado ante una exigencia tan grande en tiempo y en dedicación. Creo que estas novelas hay que leerlas por el progre- sivo desarrollo de los personajes y por los cambios gra- duales que se van produciendo, y dejar un poco de lado el argumento. Don Quijote y Sancho, Swann y Alberti- na, de En Busca del tiempo perdido o Amadís y Oriana en Amadís de Gaula acaban siendo seres tan íntimos, y en el fondo tan enigmáticos como nuestros mejores amigos. Y si es un placer muy puro leer por primera vez una gran novela, la experiencia de la segunda lectura es distinta, pero mucho mejor aún. Solo entonces, en la se- gunda lectura, se accede a la perspectiva, antes inacce- sible, y los placeres pueden ser más variados e ilustrati- vos que los de la primera. Se conoce lo que va a ocurrir, y se va viendo el cómo y el porqué desde perspectivas que la primera lectura no permitía adoptar. Lamento por mí mismo que este principio esté tan en contra de las le- yes de la distribución moderna del tiempo. ¿Cómo voy a leer algo que ya he leído con tantos libros pendientes? Sí. Ese es el problema. La maraña impide descubrir el paisaje. Nos conformamos con matorrales mediocres y a medio crecer que nos impiden ver los grandes prodigios de la naturaleza. Cuando leemos por primera vez una historia llena de arte, una de esas enormes obras completas en arte narra- tivo, debemos abordarla sin condescendencia y sin mie- do. Solo así podremos gozar de ella. Cuando en ese momento placentero del principio de un libro abrimos las primeras páginas y empezamos a llenar nuestro en- tendimiento, ávido de recolectar emociones en la histo- 24
  • 25. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA ria, esponja seca deseosa de ser humedecida, debemos reducir al mínimo nuestras ansias, dejarnos balancear sin esfuerzo por lo que vamos viendo. Debemos sumer- girnos en las páginas y conceder a quien las tiñe de le- tras, que es el artista de la palabra, todas las posibilida- des para que se apodere de nuestra atención. Rendirnos ante él. Hay muchas maneras de concentrarse en la his- toria, y en todas está implicada nuestra atenta receptivi- dad, nuestra sabia y sosegada pasividad que permite que nos empapemos de lo que vamos leyendo. ¿Y qué debe leerse?.... Voy a contestar de manera inequívoca: si queremos saborear el arte de contar histo- rias debemos rebuscar en lo que el tiempo ya ha teñido de gracia. La literatura clásica siempre es nueva. Voy a ser un poco exagerado con esta idea: me parece que mientras uno no haya bebido en abundancia en la fuente de los consagrados, no tiene ninguna razón para acer- carse a quienes aún no han recibido el galardón, el be- neplácito de los lectores. Decía Descartes que la lectura es una conversación con los hombres más ilustres de los siglos pasados. A todos nos agrada hablar con amigotes interesantes cuando son realmente ilustres, no cuando alguien les ha puesto una etiqueta para hacernos creer que lo son. ¡Nos sentimos tan felices concentrados en la lectura de un libro... ! Probablemente muchas personas lo des- cubrieron hace ya miles de años, pero solo desde Aristó- teles, hace solo unos veintitrés siglos, ni más ni menos, quedó sellada la idea. El llegó a la conclusión de que lo que buscan los hombres y las mujeres más que cualquier otra cosa es la felicidad... y ¿cuándo se sienten satisfe- 25
  • 26. Rafael del Moral chas las personas?... La felicidad probablemente no es algo que sucede. No es el resultado de la buena suerte o del azar. No parece depender de los acontecimientos ex- ternos, sino más bien de cómo los interpretamos. De hecho, la felicidad es una condición vital que cada per- sona debe preparar, cultivar y defender individualmen- te... Decía Montesquieu que amar la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas, y añadió: “El estu- dio siempre ha sido para mí el soberano remedio contra los disgustos de la vida. Nunca he tenido ni un momento de pesar que una hora de lectura no me haya disipado.” Es más dulce leer, oír historias narradas con arte, que muchos otros aparentes placeres de la existencia. La broza no deben impedirnos ver el campo, las opiniones publicitarias o las críticas ventajosas no han de impedir que nos introduzcamos suavemente en busca del placer de la lectura. Así, individualmente, como entendemos el amor o la amistad, defendemos nuestro mundo, el mundo de las historias, el mágico mundo de la lectura, sus ilimitados placeres y su arte. 26
  • 27. 2 UNA NOVELA CLÁSICA PARA EL ANÁLISIS P odríamos haber elegido otra entre muchas, pe- ro los principios de este distendido estudio exigen una novela del corte de La Regenta. La primera parte (quince primeros capítu- los) fue publicada en Barcelona en 1884. Tenía su autor 32 años. La segunda (capítulos dieciséis al treinta) apa- reció un año después. La novela tuvo gran impacto y éxito en su valora- ción inmediata. Se habló de traducirla a otras lenguas. Casi simultáneamente, y junto a críticas elogiosas, sur- gieron deliberados silencios y ataques abiertos. Clarín había sido, y seguiría siendo, un crítico exigente, mor- daz, incisivo, y probablemente se había rodeado de enemigos. En Oviedo la repercusión fue mayor. Se or- ganizó un gran revuelo tanto en el sector eclesiástico, que se sintió aludido, como entre las clases altas, refle- jadas en las páginas como en un espejo. En la ciudad de la ficción reina la mezquindad y la hipocresía, sus ocio- sos personajes muestran más recelo que cordialidad, más vacuidad que inteligencia. Los comentarios sobre la indiscreción del escritor se extienden, y la novela es progresivamente olvidada hasta borrarse de la memoria. Habrá que esperar muchas décadas, hasta 1963, para en- contrar una nueva edición; y al centenario para ver las primeras traducciones. Hoy la novela ocupa el lugar que
  • 28. Rafael del Moral le corresponde, el destinado a las grandes narraciones en lengua castellana. El siglo XIX asiste en Europa al ascenso social y político de la burguesía, que se había consolidado económicamente impulsada por la revolución industrial. En España, sin embargo, no se desarrolla esa clase me- dia situada entre la aristocracia y el bajo pueblo. Esa ca- rencia, tan necesaria para impulsar cambios estructura- les, es determinante en la lentitud del proceso de estabi- lización social. La Primera República de 1873, surgida del sufragio, ha de ser efímero triunfo del poder político de las clases medias, pero el poder del clero y la noble- 28
  • 29. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA za, apoyado de manera pasiva, y tal vez involuntaria, por el pueblo bajo, mayoritariamente rural y analfabeto, impedirá los cambios. La literatura se ocupa de esa pug- na entre lo tradicional y lo nuevo, del anquilosamiento de una sociedad incapaz de crear estructuras sociales más igualitarias. En la segunda mitad del siglo XIX la poesía y el tea- tro quedan oscurecidos por el favor que el público lector concede a la narración. La fecha de 1849, publicación de La Gaviota de Fernán Caballero, viene siendo consi- derada como el límite de las tendencias románticas y el inicio del nuevo estilo, el del realismo. A partir de la re- volución social de 1868 aparecen las novelas de Galdós. Abren éstas el camino, y lo señalan, a las novelas deci- monónicas (Valera, Pereda, Alarcón, Pardo Bazán, Pa- lacio Valdés y, evidentemente, Clarín). El realismo es- pañol, altamente inspirado en las corrientes de novela costumbrista de la primera mitad del siglo, coincide en describir un ambiente que se acerque a la cotidianeidad. Sitúa la acción en tiempo y lugar conocidos, en sucesos comprobables, frente al gusto por la novela histórica de las tendencias anteriores, en especial de la novela romántica. El protagonista está en conflicto con el mun- do que lo rodea, el cual condiciona su comportamiento, y el narrador da cabida tanto a lo bueno como a lo des- agradable. Más discutible es la presencia del naturalis- mo en España, tendencia iniciada por el novelista francés Emilio Zola. El naturalismo añade al realismo el análisis de comportamientos humanos con intención de mostrar las condiciones generales de vida de las clases desfavorecidas. No se limita a reflejar lo que sucede, si- 29
  • 30. Rafael del Moral no también a establecer las circunstancias que han de derivar en desenlaces más o menos previstos. Aunque pueden verse rasgos naturalistas tanto en La deshereda- da de Galdós como en La Regenta, no está claro que ambos textos deban asociarse a esa corriente. Clarín no es tan radical como Zola, aunque el proceso que condu- ce a su protagonista, Ana Ozores, al fracaso y aislamien- to, se presenta como inevitable, como despiadado y cruel destino al que necesariamente empujan las cir- cunstancias y los ambientes. Ese condicionamiento so- cial y moral es clave en la interpretación del la obra. Clarín, Leopoldo Alas y Ureña, nació en Zamora el 2 de abril de 1852. Su padre desem- peñaba el cargo de gobernador civil de la ciudad. La familia, acomodada e instruida, era originaria de Oviedo. Muchacho de constitución débil y enfermiza, y carácter tímido e hiper- sensible, comenzó sus estudios en León, en el colegio de los Jesuitas, y desde los siete años los continuó en Oviedo. A partir de los diecinueve prosigue en Madrid su carrera de Dere- cho y Filosofía y Letras. El escritor vivió activamente el estallido de la revo- lución de 1868, en la que cree y de la que parte su in- cuestionable progresismo. En 1878, en sus Cartas de un estudiante, explicó su preferencia por el liberalismo y el republicanismo. Es, por tanto, un fiel representante de la burguesía culta y liberal del siglo XIX. Su tesis docto- ral, El derecho y la moralidad, fue dirigida por Giner de los Ríos, impulsor de la Institución Libre de Enseñanza 30
  • 31. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA y de los ideales krausistas, en busca de un sistema social más ético y justo. Desde sus primeras críticas literarias desarrolla un singular ingenio. Aparecen en El Solfeo, periódico de Madrid. A partir de 1875 crece su actividad y ya es re- conocido como uno de los periodistas más interesantes del momento. Firma con el nombre de un personaje de La vida es sueño de Calderón: Clarín. Colaboró en El Imparcial, El Globo, El día, La Ilustración Española y Americana, y Madrid Cómico entre otras publicaciones, hasta alcanzar millares de artículos a lo largo de su vida, reunidos hoy en varios volúmenes. Sus textos son serios y minuciosos, valientes y temerarios, intrépidos, atrevi- dos en ideas, y literariamente ágiles, reflejo de una per- sonalidad que no tiene reparos en manifestar los crite- rios con la mayor crudeza. En su aspecto mordaz puede señalarse la influencia de Larra. Es un hombre tajante y sarcástico, capaz de subrayar defectos y errores, aunque sin escatimar el elogio. Sostuvo apasionadas polémicas literarias con Emilia Pardo Bazán, Navarro Ledesma y otros famosos autores y críticos de su época. Fue su vi- da sentimental más frustrante que estable, experiencias afectivas capaces de provocarle frecuentes crisis. Enseñó Economía Política en la Universidad de Za- ragoza, durante un año, y después en la de Oviedo. Allí fue primero profesor de Derecho Romano, y más tarde de Derecho Natural. En la ciudad de sus padres, que era casi la suya, se afincó de por vida. En Oviedo su erudi- ción e ingenio dieron los mejores frutos en las dos acti- vidades que llenaron su vida: la literatura y la enseñan- za. 31
  • 32. Rafael del Moral Publicó La Regenta en edad temprana, excepcional en la vida de los novelistas. Unos años después, en 1891, apareció Su único hijo, narrada con más brevedad y concisión que la primera, menos insistente. Es tam- bién autor de cuentos, algunos de ellos de gran interés, de una biografía de Galdós, de una novela póstuma Spa- raindeo, hasta ahora inédita, y de una obra dramática Teresa, estrenada en el Teatro Español en 1885. Poco antes de su muerte tradujo una novela de Zola, Travail, a la que añadió un prólogo muy documentado. El socialismo teórico que había inspirado su vida se mostró especialmente afectado por los principios reli- giosos. Un repentino cambio hacia el espiritualismo, en la edad madura, dio paso a una renovada fe de creyente. Murió en Oviedo el 13 de junio de 1901. 32
  • 33. 3 LA ESTRUCTURA NARRATIVA E n el siglo XIX se llamaba regente al magis- trado que presidía la Audiencia Territorial, y en paralelo, y en situaciones de uso cotidiano que podían exigirlo, regenta su esposa. En el tiempo que cubre la novela ni el regente, ya jubilado, tiene jurisdicción, ni su personalidad es tan fuerte para conservar el privilegio. Tampoco su mujer, la Regenta, se distingue por su dominio. Al llamarla así el autor alude al fondo del conflicto, que es precisamente el de haberse casado con una persona a la que le falta el poder que tuvo, y por extensión poder de marido y poder de incitación, de seducción. Ana Ozores es conocida en la ciudad como la Regenta, apelativo eficaz y cargado de significado, y por tanto muy sugestivo para el lector. No aparecen tales significados en novelas del mismo tipo y estructura como Ana Karenina, Madame Bovary o El primo Basilio. He aquí el argumento general de la obra: La vida espiritual de la Regenta, Ana Ozores, pasa a ser dirigida por un joven y ambicioso canónigo, don Fermín de Pas, que queda impresionado por la condi- ción y sensibilidad de la dama en la primera confesión. La mujer ha llegado a los 27 años después de perder a sus padres en la infancia, haber sido cuidada por unas
  • 34. Rafael del Moral tías solteras y radicalmente devotas, y casada con el ex– regente de la audiencia, poco proclive ya, por edad y carácter, para las ilusiones y veleidades de un amor ju- venil. Las lluvias frecuentes en Vetusta, la monotonía y sinsentido del paso de los días, la incomprensión de su marido y la insatisfacción con sus amigos conciudada- nos altera la vida y los deseos de la sensible mujer. Des- de la soledad de su interior expresa su insatisfacción mediante crisis nerviosas que atiende e intenta remediar su marido. El ex–regente, pese a todo, vive más cerca de sus cacerías y de su admiración por el teatro, en especial los dramas de honor de Calderón de la Barca. La amistad con el confesor y algunos lances de la vida mundana de Vetusta alientan algunas esperanzas de dar sentido a los días y los anhelos de la bella dama, pe- ro una serie de desatinos, que se inician con el baile de carnaval en el casino y culminan en la procesión del Viernes Santo, la precipitan a aceptar los acosos del donjuán local. Una malintencionada astucia de su criada Petra, aconsejada por el celoso confesor, desvela el secreto de los amantes. Cuando no parece que la tragedia pueda ser mayor, un duelo mal aconsejado y torpemente desarro- llado acaba con la vida del marido que deja a su mujer en una soledad y desventura acaso más aciaga que la que provocaba sus anhelos. A tan degradante situación se añade el abandono y rechazo de la hipócrita sociedad que había consentido los escarceos, incluido el silencio del afable donjuán. 34
  • 35. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA Las dos partes en que están divididos los treinta capítulos tienen dos ritmos distintos. Podría decirse que la primera inspecciona a modo de presentación y viaja por el interior de los personajes, y la segunda, más ar- gumental, da cabida a la acción. La primera parte reposa cabalmente ordenada en el tiempo. Desarrolla tres días en la vida de algunos perso- najes de una ciudad observados en tres sectores socia- les: el que rodea a la catedral, símbolo del poder, el que gira alrededor de la casa de don Víctor Quintanar, que representa la intimidad del personaje en conflicto, y el que pulula por la casa de los Marqueses de Vegallana, símbolo del ocio, de la liberalidad de las costumbres. Tres son los personajes protagonistas que pertenecen a cada uno de esos espacios: don Fermín de Pas, Ana Ozores y don Álvaro Mesía. Para que la estructura sea más equilibrada, el autor dedica cinco capítulos a la narración de cada uno de los tres días (2, 3 y 4 de octubre), y a cada uno de los am- bientes. Así, la estructura la primera parte queda como sigue: Capítulos 1 al 5: el cambio de confesor.  Tiempo: la tarde del 2 de octubre.  Espacios: la catedral y la casa de Ana Ozores.  Personajes principales: don Fermín, Ana Ozores. Capítulos 6 al 10: la confesión.  Tiempo: la tarde del 3 de octubre.  Espacios: casino / casa de los Marqueses / casa de Ana. 35
  • 36. Rafael del Moral  Personajes principales: don Álvaro, Ana Ozores. Capítulos 11 al 15: un día en la vida del confesor.  Tiempo: día 4 de octubre.  Espacios: casa de don Fermín / calle / casa de los Marqueses.  Personajes principales: don Fermín. La segunda parte dilata el contenido argumental. El eje es el sentimiento afectivo de Ana Ozores y sus vaci- laciones, a veces solo controladas por el azar. Buena parte de los capítulos rondan en torno al acercamiento o rechazo de Ana al airoso Mesía o al confesor don Fermín. El desenlace se alimenta de este asunto y de su implicación social. Otros tres grupos simétricos organi- zan el argumento, pero ahora en función de los senti- mientos afectivos y amorosos de Ana. Así, la estructura la segunda parte queda como sigue: o Capítulo 16: episodio de transición a modo de resumen de toda la obra. o Capítulos 17 al 21: triunfo del Magistral.  Tiempo: del dos de noviembre de 1870 hasta el verano de 1871.  Espacio: sin limitaciones y sin estructura precisa.  Personajes principales: Ana Ozores y don Fermín de Pas. o Capítulos 22 al 26: vacilaciones y desatinos de Ana Ozores. 36
  • 37. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA  Tiempo: verano de 1871 a Semana Santa de 1872.  Espacio: sin limitaciones.  Personajes principales: Ana Ozores y don Fermín de Pas. o Capítulos 27 al 30: acercamiento a Mesía y des- enlace.  Tiempo: primavera de 1872 a octubre de 1873.  Espacio: sin limitaciones.  Personajes principales: Ana, Víctor, Álva- ro, Fermín, Petra y Frígilis. 37
  • 38. 4 EL MOTIVO Y LA RETROSPECCIÓN · EL CAMBIO DE CONFESOR (Cap. 1 AL 5). S e inician este grupo de capítulos en la Catedral, a la hora en que la ciudad duerme la siesta, y acaban esa misma noche en la intimidad del dormitorio de Ana Ozores de Quintanar. El cambio de confesor y la preparación de la primera con- fesión, que aprovecha el relato para hacer una vuelta atrás en busca del pasado de Ana, es el eje de los cinco capítulos, pero la lentitud narrativa puede hacernos per- der la perspectiva. El CAPÍTULO PRIMERO presenta a la ciudad des- de la torre aprovechando la subida de uno de los canó- nigos, don Fermín. Perspectiva elevada y privilegiada, lugar simbólico que preside a ciudadanos y conciencias como preside ahora el observador la vida de los vetus- tenses. Mirada lenta, amplia y concentrada. El novelista decimonónico no tiene prisas: «El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se ras- gaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revo-
  • 39. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA lando y persiguiéndose, como mariposas que buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisi- bles...» La vista panorámica de la ciudad desde la torre se desliza por el texto junto a la mirada del canónigo, que tiene el cargo de Magistral o predicador. El lector descubre los recintos de la ciudad. El estrecho barrio an- tiguo es el de la Encimada, noble y pobre a la vez. Al barrio nuevo lo llaman la Colonia. Desciende luego el texto hacia los interiores del templo catedralicio a medida que el ambicioso y an- helante canónigo pasa por ellos. En una de aquellas ca- pillas hay dos damas que «..se sentaron sobre la tarima que rodeaba el confesionario, sumido en tinieblas. Era la capilla del Magistral.» Una de ellas, el lector lo sabrá más tarde, es la Regenta. Aparece sin nombre por pri- mera vez en la obra en el mismo lugar en que se pondrá fin al extendido relato. Es voluntad del autor destacar la importancia que aquel recinto adquiere, y la simetría en- tre la indiferencia del canónigo en las primeras páginas y en las últimas: «Sin detenerse pasó el Magistral junto a la puerta de escape del coro. (...) Don Fermín, que iba a la sacristía, dio un rodeo de la nave del trasaltar franqueada por otra crujía de capillas. » El Magistral ha aparecido en el lugar más elevado de la ciudad como corresponde a la condición social a que él aspira. Su personalidad queda escasamente perfilada en estos primeros capítulos si la comparamos con otros personajes secundarios. Apenas unos rasgos nos dejan ver la vida interior del clérigo, y estos semblantes están expuestos de manera que añadan cierto misterio a sus ambiciones: «Treinta y cinco años.(...) tenía al obispo 39
  • 40. Rafael del Moral en una garra. (...) Echaba sus cuentas: él estaba muy atrasado, no podía llegar a ciertas grandezas de la je- rarquía.». Y cerca de don Fermín, don Saturnino, erudito que enseña el egregio templo a unos parientes, aparece me- jor dibujado. Más de tres páginas describen los rasgos físicos y morales del soltero arqueólogo, escritor, tími- do, soñador, místico, misántropo: «No era clérigo, sino anfibio... traía el pelo rapado como cepillo de cerdas negras... No era viejo: „la edad de Nuestro Señor Jesu- cristo´ decía él, creyendo haber aventurado un chiste respetuoso... la recortaba (la barba) como el boj de un huerto... Siempre parecía que iba de luto, aunque no fuera.... jamás había probado las dulzuras groseras y materiales del amor carnal.» Don Saturnino aparece en otros capítulos sin gran alcance y desaparece, práctica- mente, en la segunda mitad. Don Fermín, sin embargo, ha de ocupar un destacado protagonismo y desvelar sus secretos tan al principio perjudicaría tanto al argumento como al equilibrio narrativo. ¿Para qué precipitar el rit- mo lento de la primera mitad? El narrador necesita un espacio para convencer al lector de la veracidad del per- sonaje que describe. Y se sirve del paso de un capítulo a otro para saltar los rezos del coro y recoger la historia en el momento en que los canónigos, terminadas las oraciones, vuelven a la sacristía. El CAPÍTULO SEGUNDO se extiende hasta que don Fermín de Pas primero, y don Saturnino Bermúdez después, abandonan la catedral. La acción, que no sale del recinto, permanece esencialmente en la sacristía, 40
  • 41. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA donde los canónigos tienen una pequeña tertulia que el autor aprovecha para presentar a tres personajes, tam- bién secundarios. El primero de ellos es don Cayetano Ripamilán, Arcipreste, amante de la poesía (Garcilaso y Marcial), de la mujer y de la escopeta: «Viejecillo de se- tenta y seis años, vivaracho, alegre, flaco, seco, de co- lor de cuero viejo, arrugado, como un pergamino al fuego.» Y que precisamente aquel día cede su hija de penitencia a don Fermín de Pas, pero esta situación se presenta en el capítulo, con evidente malicia, como se- cundaria. El segundo es don Restituto Mourelo, apoda- do Glocester por Ripamilán, torcido del hombro dere- cho, arcediano: «Su trabajo consistía en mantener en la apariencia buenas relaciones con el déspota (don Fermín) pasar como partidario suyo y minarle el terre- no» Su presencia en el capítulo se explica por el enfren- tamiento con su enemigo, a quien no considera heredero legítimo, dentro de la jerarquía catedralicia, de la vida espiritual de la Regenta. Un tercer personaje referido, pero ahora en boca de los canónigos, es Obdulia Fandi- ño, que en esos momentos visita la catedral con sus pa- rientes guiados por don Saturnino. Obdulia viste con va- riedad a pesar de no ser rica. El origen de su abundancia es motivo de comentario en la tertulia: «Obdulia servía en Madrid a su prima Társila Fandiño, la célebre que- rida del célebre...» Muy lentamente el autor añade un detalle más al ar- gumento central, y lo que parecía trama principal va to- mando un matiz secundario. Descubrimos entonces que la presencia del Magistral en las charlas de la sacristía obedece a motivos más complejos: el canónigo quiere 41
  • 42. Rafael del Moral hablar a solas con Ripamilán, quiere información sobre la Regenta, dama que a su vez ha acudido sin cita previa a confesar con él. Pero el Magistral no se «sienta» ese día en el confesionario (un domingo dos de octubre de 1870 como veremos después). Y la Regenta se ha ido. Cuando Ripamilán y el Magistral se precipitan, por con- sejo del primero, en busca de la importante dama, que debe estar paseando por el Espolón, se encuentran en la última capilla, la de Santa Clementina, con don Saturni- no y sus acompañantes. La narración entonces, hábil- mente escurridiza, no sigue a los personajes de interés, sino que, en tono jocoso, se desplaza hacia el final de la visita y la ininteresante desesperación de los parientes de la Fandiño. Crea así un argumento secundario que entretenga y distraiga al lector para referir, sin interés en la línea general de la historia, que al menos una vez Ob- dulia Fandiño y Saturnino Bermúdez se han dado la mano amparados en oscuridad de las dependencias cate- dralicias. Permite esta astucia saltar, en el paso del capí- tulo dos al tres, una escena esperada: el encuentro de don Fermín y Ripamilán con Ana en el Espolón. Breves líneas advierten al lector que han convenido verse al día siguiente después del coro para una confesión general, importante referencia para no perder el eje narrativo y asunto esencial de esos capítulos. Ana debe prepararse para la primera confesión con el nuevo padre espiritual, que ha de ser general, y por eso la vemos en la intimidad de su dormitorio mientras recapitula sus pecados. Es el CAPÍTULO TERCERO. La descripción mezcla conceptos religiosos y eróticos, y 42
  • 43. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA al mismo tiempo pone de manifiesto lo que será la inde- cisa situación de Ana Ozores a lo largo de la novela: «Dejó caer con negligencia su bata azul con encajes crema, y apareció blanca toda, como se la figuraba don Saturno poco antes de dormirse, pero mucho más her- mosa que Bermúdez podía representársela. Después de abandonar todas las prendas que no habían de acom- pañarla en el lecho, quedó sobre la piel de tigre, hun- diendo los pies desnudos, pequeños y rollizos, en la es- pesura de las manchas pardas.... Jamás el Arcipreste, ni confesor alguno había prohibido a la Regenta esa vo- luptuosidad de distender a solas los entumecidos miem- bros y sentir el contacto del aire fresco por todo el cuerpo a la hora de acostarse. Nunca había creído ella que tal abandono fuese materia de confesión.» Para acentuar la objetividad y privilegiar al lector, el dormi- torio de Ana se muestra desde dos apariencias: la del au- tor omnisciente, conocedor de toda la intimidad de su personaje, y la propuesta por Obdulia, amiga de Ana, que «a fuerza de indiscreción había conseguido varias veces entrar allí». Ana Ozores luce «abundante cabellera de castaño no muy oscuro» y es «grande, de altos artesones, estu- cada» Recuerda, mientras prepara su confesión, una aventura infantil de la que habían responsabilizado a su conciencia. Pensar en todo aquello y en sí misma altera su ánimo, su equilibrio y sus emociones, y entra en una incómoda crisis nerviosa. Don Víctor, su marido, que duerme en otra habitación, va en su ayuda. Es la primera aparición del Regente y lo descubri- mos vestido con «bata escocesa, gorro verde, con una 43
  • 44. Rafael del Moral palmatoria en la mano». El viejo da «un beso paternal en la frente de su señora esposa». Allí está Petra, tam- bién, alterada por el ruido y vestida con «una falda que, mal atada al cuerpo, dejaba adivinar los encantos de la doncella, dado que fueran encantos, que don Víctor no entraba en tales averiguaciones...» Esta presentación del marido no es más que la primera de una larga serie en que el ex–regente destaca en su catadura más ridícu- la. El capítulo se dirige entonces hacia la intimidad del distante consorte que razona acerca del adulterio, del honor calderoniano, de sus pájaros y de su jornada de caza con Frígilis que se va a iniciar dos horas antes de lo que cree Ana, y en cuyo engaño ve él una traición a su esposa. No busca el autor el protagonismo del cónyuge, sino explicar las carencias y privaciones de la anhelante y esperanzada joven. El CAPÍTULO CUARTO está íntegramente dedica- do al pasado de la mujer del Regente que, al adentrarse en su interior e intentar recordar sus pecados, rememora su vida. Comenta aspectos importantes desde su naci- miento hasta su juventud. Su condición de hija del «se- gundón de los Ozores», liberal, exiliado, casado con una «costurera italiana» muerta en el nacimiento de Ana. Fue luego cuidada por el aya Camila, una española con ascendencia inglesa continuamente acompañada de quien Ana llamaba «el hombre», y que tanto la sorpren- dería de niña. Su padre, don Carlos Ozores, hombre de ideas liberales, vuelve del exilio arruinado y pasa con su hija temporadas en Madrid y en Loreto. Ana se forma en 44
  • 45. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA la lectura. Lee «Las confesiones de san Agustín, Genios del Cristianismo, Los mártires, Parnaso Español, San Juan de la Cruz... » La imposibilidad de dar salida a emociones y afectos le produce una insatisfacción que será crucial en la trayectoria del personaje y en el argu- mento. El CAPÍTULO QUINTO, todavía en la visión re- trospectiva de la vida de quien prepara su confesión ge- neral, rememora cómo el padre, don Carlos Ozores, muere repentinamente. Atravesamos entonces la infan- cia de la huérfana que primero es criada por un aya des- preocupada, y luego por la ruindad de unas viejas tías cuyo objetivo es casar bien, y cuanto antes, a la gravosa sobrina. Casi todo el capítulo se muestra desde la pers- pectiva de las tías, tamizado por el tono irónico del es- critor, tan capaz de distanciarse que las nombra con exagerado e irónico respeto. Así, dice de ellas que «la señorita doña Anunciación Ozores» pensaba de su her- mano que «ni rico había sabido hacerse el infeliz ateo». Ella y su hermana «visitaban lo mejor de Vetusta, sin contar la visita al Santísimo y la vela, que les tocaba una vez por semana. Asistían a todas las novenas, a to- dos los sermones a todas las cofradías y a todas las ter- tulias de buen tono.». Doña Águeda y doña Asunción son personajes vistos desde el exterior con la mordaci- dad que supone suprimir su dimensión interna. El hábil narrador se lo permite porque solo necesita del perfil de las tutoras la dimensión aplicable al temperamento de la sobrina, y el lector no va a echar de menos nada más. Por eso destaca de ellas la vida vacía de estímulos en 45
  • 46. Rafael del Moral que se educa Ana desde la muerte de su padre hasta el matrimonio. Las pequeñas artes de la seducción son en- señadas a Ana como tristes reglas de mercadería. Ella, además, no puede alzarse frente a sus tías porque una inocentísima escapada campestre ha servido a las viejas para lanzar el estigma del pecado, de una sospecha que para las tías no puede ser infundada. Cuando parece que está todo perdido para la huérfa- na, la situación se agrava aún más con una enfermedad de la que milagrosamente se recupera. Aquel pasado queda como constante en su naturaleza enfermiza. Pero entonces la chica crece y se transforma en hermosura: «La belleza salvó a la huérfana (...) Anita Ozores fue por aclamación la muchacha más bonita del pueblo. Cuando llegaba un forastero, se le enseñaba la torre de la catedral, el paseo de verano y, si era posible, la so- brina de los Ozores.» Tan sutil privilegio le abre las puertas de la aceptación en la clase, es decir, entre las personas de la alta sociedad de Vetusta, con quienes puede convivir por su origen paterno: «Se la admitió sin reparo en la clase, en la intimidad de la clase por su hermosura.» La recuperación de su honor, por otra par- te, ha de suponer en aquella sociedad el olvido de su origen, el sombreado de su ascendencia materna, a la costurera italiana que la engendró, y también las ten- dencias liberales del padre: «Nadie se acordaba de la modista italiana. Tampoco Ana debía mentarla siquiera según orden expresa de las tías. Se había olvidado todo, incluso el republicanismo del padre, todo era un perdón general» 46
  • 47. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA Aceptado el ingreso de la pródiga entre los ociosos y acomodados personajes de la ciudad, deja el autor un hueco para la intimidad de la Regenta, su formación li- teraria. La tendencia de Ana a la lectura y las letras, mal vista por aquella sociedad, complica su total aceptación, pero su tendencia se convierte en una actividad secreta: «..la falsa devoción de la niña venía complicada con el mayor y más ridículo defecto que en Vetusta podía tener una señorita: la literatura. Era este el único vicio grave que las tías habían descubierto en la joven.,..» «En una mujer hermosa es imperdonable el vicio de escribir – decía el baroncito–» «¿Y quién se casa con una litera- ta? » –Decía Vegallana» Aquellas gentes no permiten ninguna posibilidad de independencia. Una de las frases clave y universales está puesta en el pensamiento de Ana: «Quería emanciparse; pero ¿cómo? Ella no podía ganarse la vida trabajando; antes la hubieran asesina- do los Ozores; no había manera decorosa de salir de allí a no ser el matrimonio o el convento.» Las tías aconsejan a Ana para su matrimonio que tenga: «un ten con ten especial» y añaden: «déjate de- cir, pero no te dejes tocar». «Es necesario sacar parti- do de los dones que el señor ha prodigado en ti a ma- nos llenas». Tienen el deseo de casarla pronto, pero la escasa dote le impide entrar en la nobleza. Los indianos, sin embargo, se presentan como posibles y adecuados candidatos, y le proponen a don Frutos Redondo: «El nuevo pretendiente era el americano deseado y temido, don Frutos Redondo, procedente de Matanzas con car- gamento de millones. Venía dispuesto a edificar el me- jor chalet de Vetusta, a tener los mejores coches de Ve- 47
  • 48. Rafael del Moral tusta, a ser diputado por Vetusta y a casarse con la mu- jer más guapa de Vetusta. Vio a Anita, le dijeron que aquella era la hermosura del pueblo y se sintió herido de punta de amor. Se le advirtió que no le bastaban sus onzas para conquistar aquella plaza. Entonces se ena- moró mucho más. Se hizo presentar en casa de las Ozo- res y pidió a doña Anuncia la mano de la sobrina.» El canónigo Ripamilán, confesor por entonces de la joven, se había anticipado proponiendo en secreto a don Víctor Quintanar. Ana se vio obligada a precipitar su elección para evitar a don Frutos. Al día siguiente don Víctor pi- dió la mano de la huérfana «a quien creía no ser indife- rente» Ana no tiene muchas respuestas. Elige al ex– Regente: «no le amaba, no; pero procuraría amarle.» 48
  • 49. 5 LOS HECHOS Y LA CREACIÓN AMBIENTAL · LA CONFESIÓN (Cap. 6 AL 10). El asunto del eje argumental en estos capítulos es la confesión de Ana, aunque el autor evite describirla y so- lo la conozcamos por impresiones posteriores. De mane- ra paralela a los cinco primeros, corresponden en el tiempo, porque la narración se extiende desde la mitad del día hasta la noche. Se equilibran en el espacio, por- que la Catedral de antes es ahora el Casino, edificio también abierto a buena parte de los personajes que simboliza la vida pública frente a la religiosa. Pasa lue- go la acción, en el cap. 8, a la casa de los Marqueses y termina de nuevo, como en los capítulos del primer gru- po, en la intimidad del caserón de Ana Ozores. Se co- rresponden también en el seguimiento de los personajes, pues si los cinco primeros se iniciaban en el señor del poder religioso, don Fermín, para terminar con Ana, ahora arrancan desde el poder civil de don Álvaro Mesía para terminar también con Ana. Paralela es también la técnica de presentación de personajes que se inicia con anécdotas y perfiles secundarios, para centrarse después en uno de ellos. El CAPÍTULO SEXTO nace en la tarde del 3 de oc- tubre. Clarín sigue queriendo dar la impresión de que va mostrando la ciudad y desde las primeras líneas describe
  • 50. Rafael del Moral el exterior del casino. Y una vez en el interior organiza la estructura social refiriendo los saludos de los porte- ros: «...dejaban oír un gruñido, que bien interpretado podría tomarse por un saludo»; si era un individuo de la junta se levantaban de su silla cosa de medio palmo; si era Ronzal se levantaban un palmo entero, y si pasa- ba don Álvaro Mesía, se ponían de pie y se cuadraban como reclutas». Pasa después a las dependencias, a los hábitos, a los personajes, a las conversaciones, etc. hasta dejarnos con dos de los socios: don Álvaro Mesía y Pa- co Vegallana que, saliendo del casino, hablan de Ana mientras se acercan a la casa. El narrador omite toda re- ferencia a la mañana de aquel día, probablemente, como veremos más tarde, porque la alta sociedad vetustense se levanta tarde. Algunos comentarios del casino, tertulia paralela a la de los canónigos, se centran en las costumbres de aquellos socios. La llave del estante de la biblioteca se había perdido. La tenía secretamente don Amadeo Be- doya, y utilizaba aquellos libros durante la noche, cuan- do nadie lo veía. El caballero que había llevado una vez grano a Inglaterra leía The Times, pero poco después de morir se averiguó que no sabía inglés. Y sobre los asun- tos que interesaban a aquellas gentes dice el autor: “Por lo general preferían estos hablar de animales: v. gr., del instinto de algunos, como el perro, el elefante... El derecho civil también les encantaba en lo que atañe al parentesco y a la herencia... La meteorología tampoco faltaba nunca en los tópicos de las conferencias. El viento que soplaba tenía siempre muy preocupados a los socios beneméritos. El invierno actual siempre era 50
  • 51. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA el más frío que todos recordaban menos uno» La volun- tad de combinar temas profundos en los personajes cla- ves y punzantes e irónicos en los secundarios va dando un agradable tono de contrastes. La tarde descrita, que se inicia una conversación sobre el cambio de confesor de la Regenta, asunto central, divaga hacia asuntos co- mo poner de manifiesto lo que de iletrada tiene la socie- dad vetustense. La tendencia literaria de Ana ha empe- zado a darnos los primeros datos, ha continuado con el uso que se hace de la biblioteca en el casino y ahora lle- ga a indignar al lector cuando Ronzal demuestra a don Frutos Redondo que «avena» se escribe con «h». Don Fermín había aparecido en el marco de la Cate- dral; Ana en su casa, en la soledad de su dormitorio; don Álvaro Mesía, el tercer gran protagonista, aparece ahora, y pasa a un primer lugar en el resto del CAPÍ- TULO SÉPTIMO, en el casino. Don Álvaro, sin embar- go, no ocupa esos largos apartados dedicados a la Re- genta y a don Fermín. De don Álvaro el lector no llega a conocer su pasado sino en pinceladas, nada de su fami- lia, y muy poco de su intimidad. Tampoco tiene un es- pacio propio. Ya al final se dice que vive en la fonda. El autor no tiene o no quiere darnos más datos, aunque los que nos dejan entender que el personaje se diseña con los perfiles de un seductor están muy claros. A través de Paco Vegallana, hijo de los marqueses, descubre el lec- tor algunas de sus características, y también de rápidos y disparejos trazos, únicos válidos para dar forma a la personalidad del donjuán. Y ¿cómo es don Álvaro? Lo descubrimos como los demás, en su aspecto físico y en 51
  • 52. Rafael del Moral su presencia externa, comparada con la de otros socios, para destacar sus cualidades: «Era más alto que Ronzal y mucho más esbelto. Se vestía en París y solía ir él mismo a tomarse las medidas. Ronzal encargaba la ro- pa en Madrid; por cada traje le pedían el valor de tres y nunca le sentaban bien las levitas. Siempre iba a la penúltima moda. Mesía iba muchas veces a Madrid y al extranjero. Aunque era de Vetusta, no tenía acento del país. Ronzal parecía gallego cuando quería pronunciar en perfecto castellano. Mesía hablaba en francés, en italiano y un poco en inglés. El diputado por Pernueces tenía soberana envidia al presidente del casino.» Se añade a ello una descripción a través de sus intervencio- nes en la conversación, muy respetadas por el auditorio y expresadas moderadamente, con fina educación y sin exaltaciones. Lo descubrimos también a través de la amistad con Paco Vegallana, que lo admira en todo y que sigue, además, sus pasos: «Paco veía en Mesía un héroe. Cuarenta años y alguno más contaba el Presi- dente del Casino, de veinticinco a veintiséis el futuro Marqués, y a pesar de esta diferencia de edad, conge- niaban, tenían los mismos gustos, las mismas ideas, porque Vegallana procuraba imitar en ideas y gustos a su ídolo.» Y de vez en cuando se alza la voz omniscien- te del narrador: «Importaba mucho al jefe del partido liberal dinástico de Vetusta que Paquito le creyera enamorado de aquella manera sutil y alambicada. Si se convencía de la pureza y fuerza de esta pasión, le ayu- daría no poco. La amistad entre los Vegallana y la Re- genta era íntima.... La casa de Paco era un terreno neu- tral; El lugar más a propósito para comenzar en regla 52
  • 53. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA un asedio y esperar los acontecimientos.» Solo de ma- nera muy esporádica aparecen unas líneas, rápidas, bre- ves, torpes, que desnudan algún colorido rasgo de su personalidad: «Todo se puede echar a perder ahora – había pensado don Alvaro– La devoción sería un rival más temible que Cármenes; el Magistral, un cancerbero más respetable que don Víctor Quintanar, mi buen ami- go.» En todos los capítulos de esta primera parte el hilo argumental es endeble: Vegallana y Mesía descubren con decepción que no es la Regenta, sino Obdulia, la que acompaña a Visitación. Esta insignificante trama sirve, al mismo tiempo, para llevarnos durante todo el capítulo al mismo destino que aquellas mujeres, a la ca- sa de los marqueses. El CAPÍTULO OCTAVO transcurre en el interior de la casa de los marqueses. Descubrimos sus hábitos, los de las personas que los visitan y otras interesantes intrigas. Una presentación, en toda regla, con un orden lógi- co, introduce el ambiente. En primer lugar El Marqués de Vegallana, su ocupación: «Era en Vetusta el jefe del partido más reaccionario entre los dinásticos; pero no tenía afición a la política y más servía de adorno que de otra cosa. Tenía siempre un favorito que era el jefe ver- dadero. El favorito actual era... don Álvaro Mesía, el jefe del partido liberal dinástico... don Álvaro cuidaba de los negocios conservadores lo mismo que de los libe- rales.» Y sus aficiones: «Tenía otra manía, corolario de sus paseos, la manía de las pesas y medidas. Sabía en 53
  • 54. Rafael del Moral números decimales la capacidad de todos los teatros, congresos, iglesias, bolsas, circos, y demás edificios no- tables de Europa... Mentía cuando quería deslumbrar al auditorio, pero podía ser exacto, si se le antojaba. „A mí hechos, datos, números –decía–; lo demás..., filosof- ía alemana´» En segundo lugar La Marquesa y su libe- ralidad, su pensamiento, sus hábitos: «..tenía a su espo- so por un grandísimo majadero. Ella si que era liberal. Muy devota, pero muy liberal, porque lo uno no quitaba lo otro.... La libertad según esta señora se refería prin- cipalmente al sexto mandamiento... tenía la virtud de la más amplia tolerancia. Opinaba que lo único bueno que la aristocracia de ahora podía hacer era divertirse.» Aspectos interesantes de la vida de la Marquesa son el gabinete lleno de muebles que casi en su totalidad serv- ían para recostarse. La propia vida de la Marquesa (se levantaba a las doce y leía), sus conocimientos históri- cos... Siguiendo el orden, les corresponde ahora a las hijas de los Marqueses. Son tratadas brevemente porque todas están fuera. Unas casadas en Madrid, y otra había muerto tísica. Las sobrinas de los Marqueses vienen después. Algunas de ellas de vez en cuando pasaban una temporada en la mansión. Edelmira está ahora allí. Con- tinúa el capítulo con los asistentes a las tertulias y sus métodos, en los que: «el espíritu de tolerancia de la Marquesa había contagiado a sus amigos. Nadie espia- ba a nadie. Cada cual a su asunto... Algún canónigo solía dar mayores garantías de moralidad con su pre- sencia, aunque es cierto que no era esto frecuente, ni el canónigo paraba allí mucho tiempo.». Mesía es un con- tertuliano de gran importancia, pero de él se dice, alu- 54
  • 55. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA diendo irónicamente a la prudencia como principio de las clases altas: «..entre monjas podía vivir este hombre sin que hubiera miedo de un escándalo.» Paco, el hijo de la Marquesa, no tenía esa discreción: «La marquesa, viendo incorregible a su hijo, tomó el partido de subir siempre al segundo piso tosiendo y hablando a gritos.» Todavía en la línea de presentación de la casa, le llega el turno a los muebles, que a través de la apreciación del anticuario Bedoya no son tan buenos. Y por último Pe- dro y Colás, cocinero y criado. Clarín ha pasado revista desde el Marqués hasta el más humilde criado de la mansión, y los muebles, en orden de importancia, han precedido a los criados. El personaje que sirve de puente para volver al ar- gumento de la historia es Visitación. Esa curiosa mujer, intermedia entre la clase alta y los demás, es viuda de un empleado de banco, pero con tertulia propia, y mediante difíciles artes consigue mantenerse en «la clase». Anti- gua amante de don Álvaro, ahora aquella atracción está apagada: «Lo miraba con la indiferencia fría y honrada con que la miraba el señor obispo» Visitación conversa con él mientras Paco Vegallana ocupa a Obdulia Fandi- ño, aunque el lector no llega a saber muy bien de qué manera. Mesía le hace saber a Visitación, la mejor ami- ga de La Regenta, su intención de seducir a Ana. El método no es nuevo, pertenece a la tradición donjuanes- ca. La idea, según Clarín, agrada a la viuda. Las dos más cercanas amistades de Ana están ahora al corriente de la ambición de Mesía. Para poder hilar la historia sin cor- tes bruscos, la Regenta pasa por allí, por la calle, cuando viene de la catedral de cumplir con la cita para la confe- 55
  • 56. Rafael del Moral sión que tenía con el Magistral. No olvidemos que la novela había hablado de ella en el capítulo 5, después de sus crisis de nervios, cuando preparaba la confesión ge- neral, y la recupera ahora: «Por la esquina de la calle, del lado de la catedral, apareció una señora que los del balcón reconocieron al momento. Era la Regenta. Venía de negro, de mantilla; la acompañaba Petra, su donce- lla. Pronto estuvieron debajo de ellos. Ana iba distraí- da, porque no levantó la cabeza.» En el CAPÍTULO NOVENO la narración vuelve de nuevo a Ana, que no quiere entrar en la casa de los Marqueses y tampoco en la suya, y le propone a su cria- da Petra dar una vuelta por el campo. Clarín presenta a un personaje más importante de lo que aparentaba en es- tos primeros capítulos: «Tenía la doncella algo más de 25 años; era rubia de color de azafrán; muy blanca, de facciones correctas; su hermosura podía excitar deseos, pero difícilmente producir simpatías.» La confesión de la Regenta ha tenido lugar al mismo tiempo que la tertu- lia del casino. Volver hacia atrás significaría un corte brusco en la narración, por eso Ana va a meditar en el campo, en un largo monólogo interior, sobre los conse- jos de don Fermín en la confesión, mientras que Petra ha visitado en el molino a su primo Antonio con quien piensa casarse, pero de quien no vuelve a hablarse. La elocuencia de don Fermín ha emocionado a Ana: «Hija mía, ni aquellos anhelos de usted, buscando a Dios an- tes de conocerle, eran acendrada piedad, ni los desde- nes con que después fueron maltratados tuvieron pizca de prudencia. Pizca había dicho, estaba ella segura.» 56
  • 57. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA A la vuelta coinciden con la salida de los obreros mientras cruzan el boulevard. Y se cruzan igualmente con Paco Vegallana y con Álvaro Mesía. La primera co- incidencia es de tipo social. El autor tiene interés en mostrarnos la vida tan distinta de los obreros: sus vesti- dos, su estilo: «...de aquel montón de hijas del trabajo que hace sudar salía un olor picante, que los habituales transeúntes ni siquiera notaban, pero que era molesto, triste; un olor de miseria perezosa, abandonada. Aquel perfume de harapo lo respiraban muchas mujeres her- mosas, unas fuertes, esbeltas, otras delicadas, dulces, pero todas mal vestidas, mal lavadas las más, mal pei- nadas algunas. El estrépito era infernal; todos habla- ban a gritos; todos reían, unos silbaban, otros canta- ban. Niñas de catorce años, con rostro de ángel, oían sin turbarse blasfemias y obscenidades que a veces las hacían reír como locas. Todos eran jóvenes. El trabaja- dor viejo no tiene esa alegría. Entre los hombres, acaso ninguno había de treinta años. El obrero pronto se hace taciturno, pronto pierde la alegría expansiva, sin causa. Hay pocos viejos verdes entre los proletarios.» Sin em- bargo, Ana creía ver allí «…una forma del placer del amor, del amor que era por lo visto una necesidad uni- versal» Y, un poco más adelante, piensa: «Yo soy más pobre que todas estas. Mi criada tiene a su molinero, que le dice al oído palabras que le encienden el rostro; aquí oigo carcajadas del placer que causan emociones para mí desconocidas...» El segundo encuentro con don Álvaro de aquella misma tarde (no el último) engorda la intriga. Álvaro y Ana hablan a solas unas horas después de conocer las intenciones del primero, y poco después 57
  • 58. Rafael del Moral de la confesión general de la segunda. Paco y los Mar- queses van a ir al teatro aquella noche. Ana asegura que no irá. Todo el CAPÍTULO DÉCIMO sigue a Ana en su segunda noche novelada. A pesar de las súplicas de la Marquesa y de Paco, no quiere asistir a la representa- ción de La vida es sueño. Y se queda sola, con Petra y con sus dudas: no ha contado nada al Magistral acerca de don Álvaro. En la soledad de sus pensamientos, ve desde el balcón, por tercera vez en el día, la figura de Álvaro que ha abandonado el teatro en el intermedio con intención de verla y ser visto por ella. Cuando regresa su marido, Ana se consuela con él de su segunda crisis de nervios. Don Víctor la protege con ternura paternal: «–¡Ana mía, con mil amores! Pe- ro... esto no es natural, quiero decir... está muy en or- den, pero a estas horas..., es decir..., a estas alturas... vamos... que... si hubiéramos reñido, se explicaría me- jor; así, sin más ni más... Yo te quiero infinito, ya lo sa- bes; pero tú estás mala y por eso te pones así; si, hija mía, estos extremos...» El regente jubilado le programa nuevas actividades que mejoren su estado de tristeza: «– ¡Programa! –gritó don Víctor–: al teatro dos veces a la semana por lo menos; a la tertulia de la Marquesa cada cinco o seis días; al Espolón todas las tardes que haga bueno; a las reuniones de confianza del casino en cuan- to se inauguren este año; a las meriendas de la Mar- quesa, a las excursiones de la hight life vetustense, a la catedral cuando predique don Fermín y repiquen gor- do.» 58
  • 59. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA Con el conflicto de Ana acaba la segunda jornada narrada en el libro y el abandono provisional del perso- naje femenino, al menos para narrar desde su perspecti- va, hasta la segunda parte de la novela. 59
  • 60. 6 LA CONSECUENCIA Y LA CONCENTRACIÓN TEMPORAL. (CAP. 11 AL 15). UN DÍA EN LA VIDA DEL CONFESOR. Constituyen estos capítulos el relato de un día completo, el 4 de octubre, en la vida de don Fermín, desde que se levanta («El Magistral era un gran madrugador») hasta que se acuesta, unos minutos después de que el sereno, a las doce de la noche, cante a gritos la hora. Estamos en el día de San Francisco de un año momentáneamente innominado. Aunque en esta sección la historia va más allá de una exposición de las actividades del personaje protagonista. No escribe el autor de nada que no guarde relación con los movimientos, objetos, personas o pen- samientos del canónigo. Encontramos en el CAPÍTULO UNDÉCIMO a don Fermín de Pas escribiendo en su despacho antes de que salga el sol, «a la luz tenue y blanca del crepúsculo». La confesión de Ana el día anterior ha durado una hora. La sensibilidad y fineza de la dama ha afectado profunda- mente los sentimientos del canónigo cómo se pondrá de manifiesto a lo largo de la jornada. El relato sugiere que sospechemos de la falta de honradez del clérigo y de su madre puesta en boca de murmuradores que cuentan co- sas a Ripamilán, amigo del Magistral, y éste las rebate.
  • 61. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA Así, la opinión del narrador no queda comprometida y deja a los lectores en una calculada duda. La visita de don Fermín a don Francisco de Asís Ca- rraspique y a doña Lucía, su esposa, son tema del CAPÍTULO DUODÉCIMO, al que se añade el paso por su despacho en el Palacio del Obispo, y otras visitas a Francisco Páez y a su hija Olvido y demás franciscos ilustres, y a una Paca beata, todos ellos agasajados por las felicitaciones del canónigo. El recorrido acaba en la casa de los marqueses, donde una comida de celebración de la onomástica acoge a lo más distinguido de la socie- dad inmedita. La tarea fundamental del confesor es la de ejercer su dominio espiritual y, si puede ser, también material, sobre los vetustenses. En el respeto de la simetría, el CAPÍTULO DECIMOTERCERO se ocupa del convite en la casa de los Marqueses de Vegallana. Allí están los tres persona- jes más importantes de la novela y su intimidad juzgada desde la perspectiva del canónigo, y otros personajes más, pero para éstos reserva Clarín la dimensión frívola. Veremos que ni siquiera el perfil de don Víctor ocupa un lugar privilegiado. Son como una sombra que nunca pasa a primer plano, personajes de una sola dimensión. Los paseos nerviosos del Magistral por la ciudad son tratados en el CAPÍTULO DECIMOCUARTO. La agi- tación de su carácter se debe a sentimientos que nunca había experimentado, que no sabe nombrar ni definir, que su inexperiencia en lances amorosos le impide re- 61
  • 62. Rafael del Moral conocer en sus primeras manifestaciones. Su turbación ha aumentado porque no ha podido ni querido acompa- ñar a los Marqueses y sus invitados en una excursión al Vivero, residencia de las afueras. En sus paseos nervio- sos y solitarios por la ciudad, el lector va descubriendo el rechazo a la sotana, el terror a la mirada de su madre, los movimientos para espiar a la persona que ya ama sin saberlo. El CAPÍTULO DECIMOQUINTO describe la vuel- ta a casa y las horas previas a la de acostarse. La discu- sión con su madre, poco acostumbrada a no saber de don Fermín durante todo el día, el pasado de doña Paula y de su hijo, relatado como en los primeros capítulos el de Ana, pone luz a complejos aspectos de su actual comportamiento. El ambiente en que han vivido, la edu- cación y la pobreza parecen justificar tan desmesurada ambición. La vida obliga a los oprimidos a reaccionar de la manera que lo hacen, según explica el determinis- mo de la corriente naturalista de la época. La jornada termina cuando sale el Magistral al balcón y reflexiona sobre sí mismo. Son las doce de la noche. La exposición de estos cinco capítulos goza de una estructura proporcionada. Los capítulos 11 y el 15 (pri- mero y último) detallan las horas cercanas al desayuno y a la cena respectivamente, y están encuadradas en la ca- sa de don Fermín, con doña Paula y la criada Teresina. El capítulo central, el 13, es la comida a la que asisten todos los personajes de Vetusta, y los dos capítulos que aparecen entre las comidas son periplos solitarios y atormentados del canónigo por la ciudad: el 12 para fe- 62
  • 63. TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA licitar a los Franciscos, desde su dominio, y con la espe- ranza de encontrarse con Ana; el 14 contrariado por pensar que no ha ido con ella al Vivero, casa de campo de los Marqueses, y por imaginar a su amada hija de confesión «...metida en un pozo cargado de hierba seca en compañía del mejor mozo del pueblo» (se refiere, obviamente, a Mesía). La ausencia física de La Regenta en esta parte de la novela (solo está en la comida) no impide que la dama esté presente en la afligida mente del Magistral. Cabe pensar que Clarín cuenta la historia de un clérigo y que su novela persigue temas religiosos, pero los rasgos místicos están menos acentuados ante la presencia de otras características humanas de mayor complejidad. Tal vez lo que no se cita, de lo que no se habla en el relato, adquiere mayor trascendencia que lo narrado. El personaje don Fermín, que es un acreditado hombre de iglesia, con grandes aspiraciones en su carre- ra, y a quien el autor ha seguido durante todo un día, no dice misa, ni asiste una sola vez al coro, ni siquiera pasa por la catedral; no realiza una sola oración y tampoco aposenta su intimidad en principios religiosos. No pien- sa en Dios ni se protege en la fe, ni ejerce la caridad. Dos actitudes muy humanas definen la jornada del Ma- gistral: su ambición de poder durante la mañana, antes de que otro sentimiento más incontrolado se apodere de él. Durante la tarde, la pasión. En la mañana ejerce el poder o sus poderes, que se desarrollan y exponen en las siguientes situaciones: El poder intelectual, derivado de sus escritos, pues es don Fermín uno de los pocos vetustenses relacionado con los libros: «Por la mañana estu- 63
  • 64. Rafael del Moral diaba filosofía y teología, leía las revistas cientí- ficas de los jesuitas, escribía sus sermones y otros trabajos literarios. Preparaba una Historia de la Diócesis de Vetusta, obra seria, original, que daría mucha luz a ciertos puntos oscuros de los anales eclesiásticos de España.» El poder religioso, en la casa de los Carraspique: don Fermín ha metido en el convento a Rosa Ca- rraspique, que ahora está enferma. Organiza, además, la vida privada de esta familia con su- puestas justificaciones religiosas: «La mayor de aquellas dos niñas tenía un pretendiente. El Ma- gistral venía a desahuciarlo. Era un impío.» El poder de su prestigio como representante de la Iglesia. Su visita a los Carraspique es aprovecha- da para pedir dinero, aunque confunde sus fines, o los justifica con dudas: «El Magistral habló todavía de otros asuntos. Había que hacer nue- vos desembolsos. Limosnas, grandes limosnas para Roma; para las Hermanitas de los Pobres, que iban a comprar una casa...». El poder de su capacidad de estrategia, para do- minar desde la sombra a su superior jerárquico, el obispo: «El ilustrísimo Señor don Fortunato Camoirán, obispo de Vetusta, dejaba al Provisor gobernar la diócesis a su antojo; ¿Qué resultaba de aquella excesiva piedad? Que su Ilustrísima se abandonaba en brazos del Provisor para todo lo referente al gobierno de la diócesis.» El poder de su cargo, frente al cura párroco de Contracayes: «...y el Provisor sabía que Contra- 64