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LA BALANZA DE LA JUSTICIA


                                        CARA

Están tocando a vísperas y ya debo de ir pensando en apagar mi candil y acostarme a
dormir, mañana me espera un largo viaje y debo descansar.

El día ha sido intenso. Me he despertado con las primeras luces, y una vez vestido he
comido un poco de pan y queso antes de acercarme a la iglesia de San Martín: siempre,
cuando tengo un nuevo encargo, necesito prepararme ante Dios, porque sé que Él
entiende lo que hago y que me juzgará con benevolencia, no como hacen normalmente
las personas a mi alrededor.

 No, decididamente no les gusto, y quizás eso me ha hecho como soy, solitario,
silencioso y seco en el trato. Pero no me importa que miren de reojo al pasar por mi
lado, o que los niños se escondan tras sus padres y señalen con el dedo al verme, porque
yo soy lo que soy, antes que yo lo fue mi padre, y sé que las personas como yo tenemos
un papel en este mundo, un papel importante, un papel necesario, y eso me hace fuerte y
me ayuda a vivir.

Después de confesar, oír misa y comulgar, he salido hacia el barrio de las cuchillerías,
donde tenía que recoger algunas herramientas que dejé para arreglar, y luego a la
Posada del Rincón, cerca de la Taula de Canvis, donde debía adelantar el dinero por el
préstamo de dos buenas mulas para el viaje de mañana y para los otros dos días que
tardaré en regresar. No me gusta mucho trabajar fuera de Valencia, pero hay trabajos
que se deben de hacer, aunque no resulten cómodos. Por la tarde he estado preparando
mi equipaje, guardando cada una de mis herramientas en sus fundas de cuero, y todas
ellas en un saco que siempre llevo conmigo. Mi capa de invierno, mi sombrero, una
manta y algo de comida y vino para el viaje completan el equipo: viajar en esta época
del año puede ser duro si no vas bien preparado…

                                        ***

Hemos parado a descansar algo en la villa de Lliria, transcurrida casi la mitad del
camino. He tenido suerte, y poco después de salir por la Puerta de los Serranos he
coincidido con dos viajeros que se dirigían por negocios a Bexís , y hemos decidido
hacer juntos el camino. No, no es que tenga ningún problema en viajar sólo, de hecho,
por el camino ellos iban delante en sus caballerías, y yo un poco más retrasado. Luego,
almorzando junto a la hoguera, apenas hemos intercambiado unas pocas palabras al
ofrecernos por cortesía tocino o vino, mientras de tanto en tanto los comerciantes
miraban furtivamente el saco con mis herramientas e intercambiaban entre sí miradas de
entendimiento. Pero es que, algo más adelante, subiendo Les Yàcubes, está la zona que
llaman La Guarida, y un poco más a la izquierda Gea y la Cañada del Trabuco: no son
raras las partidas de bandoleros que saliendo de esos montes bajan al llano, actúan y
regresan rápidamente a sus guaridas, sin dar tiempo a los Justicias a que organicen
partidas para perseguirles. Yo soy buen mozo y sé manejar un arma con soltura, pero
pasar por su territorio no deja de ser una temeridad, y el ir acompañado siempre da más
confianza. Por esta misma razón hemos decidido subir las rochas en compañía de un
carretero que marcha a les Alcubles a recoger una carga de nieve para la Ciudad de
Valencia.

Les Alcubles, mi destino.

                                        ***

 Sus moradores llaman Las Alcublas a esta villa que se rige por los fueros de Valencia y
que es considerada “calle” de la capital del Reino, motivo por el cual hoy he llegado a
ella a ejercer mi oficio.

Al entrar en la población, a la izquierda del Camino de Valencia, está el mesón junto a
unos corrales. He llegado a buena hora, todavía queda un buen rato de sol y he decidido
conocer la villa guiado por un muchacho: siento cierto nerviosismo, y recorrerla me
ayudará sin duda a aplacarlo.

No es muy grande, pero tampoco es pequeña. Un poco más arriba de los corrales se
encuentra la villa propiamente dicha, con dos accesos en las tapias: uno, apenas un
portillo, por el que se entra a un callizo que desemboca en una plaza con un porche,
donde me dice el muchacho que se reúne el Consejo de la Villa; el otro, en la que
llaman la calle de Roque Ximeno, es la puerta principal por la que entra el Camino de
Valencia.

 El bullicio en la población sorprende, porque uno no espera este movimiento de
personas: en el porche de la plaza el carnicero y su ayudante desollan un carnero
mientras un corro de chiquillos en cuclillas y varios perros observan la operación. Algo
más arriba unos obreros seleccionan unas piedras para la nueva Casa de la Villa que se
está obrando, con un amplio arco de piedra sobre el que se asienta, sencillo pero
orgulloso, el escudo de la villa. Junto a ella, el olor a leña quemada se intensifica al
pasar junto al horno que hace esquina con la plaza de la Iglesia. Allí, entre la Casa del
Bayle y la puerta de la Iglesia, los carpinteros ultiman el cadafal para la ceremonia de
mañana.

Mañana… Bueno, mañana Dios proveerá…

 Un muchacho se ha acercado corriendo y le ha dicho algo a mi guía sin dejar de
mirarme con unos enormes ojos, mezcla de temor y de curiosidad: parece ser que el
Jurado Mayor y el Justicia de la Villa quieren darme la bienvenida. Hemos dado la
vuelta al pequeño cementerio tras la iglesia, donde un olmo viejo parece pelear con un
joven llatoner por cubrir con sus ramas las sepulturas. Allí cerca, a la puerta de una
casa con arco, me esperan las autoridades para comentar los detalles del negocio que
mañana debemos concluir. Será a las diez, y el pago al acabar.

 El martillo del herrero parece repetir la hora mientras me vuelvo hacia el mesón
dispuesto a cenar y descansar: a las diez, a las diez, a las diez… Aunque pueda
sorprenderos sé que no tardaré en dormirme.

                                        ***
Hoy me ha despertado el mesonero a la hora convenida, y mientras como algo junto a la
chimenea escucho a lo lejos la campana de la iglesia llamando a misa: me dice el
mesonero, hombre parlanchín, que quieren hacer una nueva torre más alta y ampliar la
iglesia, porque de unos años a esta parte la villa no para de aumentar el número de
habitantes y se ha quedado pequeña. Luego, al ver que no le contesto se aleja hacia las
cuadras. Yo tengo la mente en otras cosas. Hace frío afuera y me enrollo bien la capa.

Hoy la gente no ha ido a trabajar. La plaza está llena a más no poder y los que han ido a
misa no han regresado a casa después. Mi guía, el hijo del mesonero, me ayuda a cruzar
entre la muchedumbre cargado con mi saco. Un alguacil impide que los niños suban al
cadafal a jugar, y junto a él un carro vacío espera para llevar su carga a los cuatro
puntos cardinales, para exhibir ante todos el poder de la villa. Yo preparo mi cuerda y
quito de sus fundas las herramientas, mientras se escucha el murmullo espectante del
público. Pero pronto su atención se desvía hacia otro lado, la trompeta anuncia la
llegada de la comitiva y también yo, como la muchedumbre, debo dejar de pensar, he de
concentrarme sólo en hacer bien mi trabajo. A partir de ahora vuelvo a estar sólo,
vuelvo a ser yo.

La Justicia de Dios y de los hombres debe cumplirse.

Mi mano es la mano de la Justicia.




                                     (INTERMEDIO)

Desde enero de 1611 estuvo detenido en la cárcel de la villa Joan Montañés, acusado de
asesinato. Su juicio se retrasó por el pleito acerca de a qué villa, Alcublas o Altura,
correspondía la jurisdicción. En el libro de defunciones de la Parroquia de Alcublas del
año 1612 aparece el siguiente registro:

“ Joan Montañés, natural de la Puebla de Valverde del Reyno de Aragón, encarcelado
en las cárceles comunes del presente lugar de las Alcublas por averle sentenciado a
muerte, confesó a catorze de febrero de 1612, y a quinze de los dichos mes y año
recibió en la misma cárcel, en la Sala, el Santo Sacramento de la Eucaristía, y a diez y
seis de los dichos mes y año, jueves a las diez horas de la mañana, lo mandó ahorcar la
Justicia en la plaça común del dicho lugar en una horca de madera que se hizo para
este efecto, y le hizieron quartos, los quales pusieron en los caminos”.

Ese mismo año, en los libros de cuentas de la villa aparecen reflejados varios gastos por
el jornal del trompeta durante la ejecución, “de hazer la forca de la plaça” y de “hazer
el mojón de la Chupidilla para los quartos”. También se pagó cuarenta sueldos
“a maese Joan, Verdugo de Valencia, por las dietas de execución de muerte y quartos
en la persona de Montanyés”.
CRUZ

Hay un refrán popular que dice que de los errores se aprende, pero lo que no dice es
que, en la mayoría de las ocasiones, por mucho que aprendas no hay vuelta atrás. En mi
caso, los errores que cometí han traído parejas consecuencias demasiado graves,
demasiado severas como para no tenerlas en consideración, y mentiría si dijera que no
he aprendido algo.
Pero también mentiría si dijera que me arrepiento de lo que hice.

Si, he tenido más de un año para aprender, para reflexionar sobre lo ocurrido, para
arrepentirme una y mil veces, y para luego, acto seguido, borrar ese arrepentimiento de
un plumazo, restañar las heridas a base de orgullo, a base de rabia, a base de odio…
Si, de odio, de mucho odio, de un odio que nace de un amor roto por capricho, por un
capricho bárbaro que me ha costado demasiado caro.

Cuando aquel mediodía de diciembre regresé a casa y hallé muerta a mi esposa junto al
corral sólo sentí, sólo noté un dolor blanco que me cruzaba por los ojos y bajaba hasta el
pecho para hacerme caer al suelo llorando, y allí me quedé, enroscado sobre mis piernas
hasta que la mano de mi hijo sobre el hombro me hizo regresar desde muy lejos…
No, ella no había podido soportar el dolor y la vergüenza, había preferido poner fin a su
vida; yo tampoco pude dominar el ansia de venganza.

Hace catorce meses que me hallo encerrado en esta cárcel de la Casa de la Villa,
convertido en moneda de cambio para unas villas que buscan reafirmar su poder, que
buscan exhibir la una ante la otra su fuerza, y así poder sacar mejor tajada ante la
Cartuja en el reparto de prebendas. Hoy son los derechos sobre los pastos, mañana sobre
la leña o quizá sobre la nieve: una villa fuerte puede exigir con más fuerza la cesión de
derechos a Valdechristo, a su Señor. A principios de enero la Audiencia de Valencia
falló a favor de las Alcublas y en contra de la sentencia que otorgaba a la villa de Altura
los derechos para juzgarme: ahora deberá pagar, según dicen, más de 150 reales por las
costas de la apelación. Pero lo realmente importante para mi es que por fin va a concluir
esta tortura de saberme acabado pero no acabar.

En ocasiones los obreros que trabajan en los pisos superiores de la Casa de la Villa
hablan sobre mí: sé que deliberadamente lo hacen donde yo pueda oírlos, pero a mí nada
de lo que puedan decir me duele ya. Así he sabido que hoy, a boca tarde, ha llegado el
verdugo, el hombre que mañana a las diez ceñirá en mi cuello la larga cuerda que
ahogará mi dolor, que no mi vida. Mañana, en una mesa sobre el entablado estarán
dispuestos los cuchillos y el hacha con los que separará los miembros de mi cuerpo, y al
lado el carro con el que los repartirán por los límites del término exhibiéndolos de una
forma casi obscena.

Si, la ejecución de mañana tendrá algo de comedia, será un acto grotesco en el que se
unirán la muerte y el espectáculo, en el que lo de menos será el por qué de mi suerte, en
el que lo importante será el cómo y el para qué. Lo que me hagan mañana será lo de
menos, porque yo ya he pagado mis culpas, he tenido el mayor castigo que se me podía
infligir: durante un año he vivido encerrado con mi silencio, mi odio, mi desesperación
y mi pérdida. Y es que no siempre hay equilibrio en la Balanza de La Justicia, una
balanza que se suele inclinar del lado de los poderosos, de los señores, de quienes hacen
las leyes… Su peso hace ya tiempo que cayó sobre mí.

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  • 1. LA BALANZA DE LA JUSTICIA CARA Están tocando a vísperas y ya debo de ir pensando en apagar mi candil y acostarme a dormir, mañana me espera un largo viaje y debo descansar. El día ha sido intenso. Me he despertado con las primeras luces, y una vez vestido he comido un poco de pan y queso antes de acercarme a la iglesia de San Martín: siempre, cuando tengo un nuevo encargo, necesito prepararme ante Dios, porque sé que Él entiende lo que hago y que me juzgará con benevolencia, no como hacen normalmente las personas a mi alrededor. No, decididamente no les gusto, y quizás eso me ha hecho como soy, solitario, silencioso y seco en el trato. Pero no me importa que miren de reojo al pasar por mi lado, o que los niños se escondan tras sus padres y señalen con el dedo al verme, porque yo soy lo que soy, antes que yo lo fue mi padre, y sé que las personas como yo tenemos un papel en este mundo, un papel importante, un papel necesario, y eso me hace fuerte y me ayuda a vivir. Después de confesar, oír misa y comulgar, he salido hacia el barrio de las cuchillerías, donde tenía que recoger algunas herramientas que dejé para arreglar, y luego a la Posada del Rincón, cerca de la Taula de Canvis, donde debía adelantar el dinero por el préstamo de dos buenas mulas para el viaje de mañana y para los otros dos días que tardaré en regresar. No me gusta mucho trabajar fuera de Valencia, pero hay trabajos que se deben de hacer, aunque no resulten cómodos. Por la tarde he estado preparando mi equipaje, guardando cada una de mis herramientas en sus fundas de cuero, y todas ellas en un saco que siempre llevo conmigo. Mi capa de invierno, mi sombrero, una manta y algo de comida y vino para el viaje completan el equipo: viajar en esta época del año puede ser duro si no vas bien preparado… *** Hemos parado a descansar algo en la villa de Lliria, transcurrida casi la mitad del camino. He tenido suerte, y poco después de salir por la Puerta de los Serranos he coincidido con dos viajeros que se dirigían por negocios a Bexís , y hemos decidido hacer juntos el camino. No, no es que tenga ningún problema en viajar sólo, de hecho, por el camino ellos iban delante en sus caballerías, y yo un poco más retrasado. Luego, almorzando junto a la hoguera, apenas hemos intercambiado unas pocas palabras al ofrecernos por cortesía tocino o vino, mientras de tanto en tanto los comerciantes miraban furtivamente el saco con mis herramientas e intercambiaban entre sí miradas de entendimiento. Pero es que, algo más adelante, subiendo Les Yàcubes, está la zona que llaman La Guarida, y un poco más a la izquierda Gea y la Cañada del Trabuco: no son raras las partidas de bandoleros que saliendo de esos montes bajan al llano, actúan y regresan rápidamente a sus guaridas, sin dar tiempo a los Justicias a que organicen partidas para perseguirles. Yo soy buen mozo y sé manejar un arma con soltura, pero pasar por su territorio no deja de ser una temeridad, y el ir acompañado siempre da más confianza. Por esta misma razón hemos decidido subir las rochas en compañía de un
  • 2. carretero que marcha a les Alcubles a recoger una carga de nieve para la Ciudad de Valencia. Les Alcubles, mi destino. *** Sus moradores llaman Las Alcublas a esta villa que se rige por los fueros de Valencia y que es considerada “calle” de la capital del Reino, motivo por el cual hoy he llegado a ella a ejercer mi oficio. Al entrar en la población, a la izquierda del Camino de Valencia, está el mesón junto a unos corrales. He llegado a buena hora, todavía queda un buen rato de sol y he decidido conocer la villa guiado por un muchacho: siento cierto nerviosismo, y recorrerla me ayudará sin duda a aplacarlo. No es muy grande, pero tampoco es pequeña. Un poco más arriba de los corrales se encuentra la villa propiamente dicha, con dos accesos en las tapias: uno, apenas un portillo, por el que se entra a un callizo que desemboca en una plaza con un porche, donde me dice el muchacho que se reúne el Consejo de la Villa; el otro, en la que llaman la calle de Roque Ximeno, es la puerta principal por la que entra el Camino de Valencia. El bullicio en la población sorprende, porque uno no espera este movimiento de personas: en el porche de la plaza el carnicero y su ayudante desollan un carnero mientras un corro de chiquillos en cuclillas y varios perros observan la operación. Algo más arriba unos obreros seleccionan unas piedras para la nueva Casa de la Villa que se está obrando, con un amplio arco de piedra sobre el que se asienta, sencillo pero orgulloso, el escudo de la villa. Junto a ella, el olor a leña quemada se intensifica al pasar junto al horno que hace esquina con la plaza de la Iglesia. Allí, entre la Casa del Bayle y la puerta de la Iglesia, los carpinteros ultiman el cadafal para la ceremonia de mañana. Mañana… Bueno, mañana Dios proveerá… Un muchacho se ha acercado corriendo y le ha dicho algo a mi guía sin dejar de mirarme con unos enormes ojos, mezcla de temor y de curiosidad: parece ser que el Jurado Mayor y el Justicia de la Villa quieren darme la bienvenida. Hemos dado la vuelta al pequeño cementerio tras la iglesia, donde un olmo viejo parece pelear con un joven llatoner por cubrir con sus ramas las sepulturas. Allí cerca, a la puerta de una casa con arco, me esperan las autoridades para comentar los detalles del negocio que mañana debemos concluir. Será a las diez, y el pago al acabar. El martillo del herrero parece repetir la hora mientras me vuelvo hacia el mesón dispuesto a cenar y descansar: a las diez, a las diez, a las diez… Aunque pueda sorprenderos sé que no tardaré en dormirme. ***
  • 3. Hoy me ha despertado el mesonero a la hora convenida, y mientras como algo junto a la chimenea escucho a lo lejos la campana de la iglesia llamando a misa: me dice el mesonero, hombre parlanchín, que quieren hacer una nueva torre más alta y ampliar la iglesia, porque de unos años a esta parte la villa no para de aumentar el número de habitantes y se ha quedado pequeña. Luego, al ver que no le contesto se aleja hacia las cuadras. Yo tengo la mente en otras cosas. Hace frío afuera y me enrollo bien la capa. Hoy la gente no ha ido a trabajar. La plaza está llena a más no poder y los que han ido a misa no han regresado a casa después. Mi guía, el hijo del mesonero, me ayuda a cruzar entre la muchedumbre cargado con mi saco. Un alguacil impide que los niños suban al cadafal a jugar, y junto a él un carro vacío espera para llevar su carga a los cuatro puntos cardinales, para exhibir ante todos el poder de la villa. Yo preparo mi cuerda y quito de sus fundas las herramientas, mientras se escucha el murmullo espectante del público. Pero pronto su atención se desvía hacia otro lado, la trompeta anuncia la llegada de la comitiva y también yo, como la muchedumbre, debo dejar de pensar, he de concentrarme sólo en hacer bien mi trabajo. A partir de ahora vuelvo a estar sólo, vuelvo a ser yo. La Justicia de Dios y de los hombres debe cumplirse. Mi mano es la mano de la Justicia. (INTERMEDIO) Desde enero de 1611 estuvo detenido en la cárcel de la villa Joan Montañés, acusado de asesinato. Su juicio se retrasó por el pleito acerca de a qué villa, Alcublas o Altura, correspondía la jurisdicción. En el libro de defunciones de la Parroquia de Alcublas del año 1612 aparece el siguiente registro: “ Joan Montañés, natural de la Puebla de Valverde del Reyno de Aragón, encarcelado en las cárceles comunes del presente lugar de las Alcublas por averle sentenciado a muerte, confesó a catorze de febrero de 1612, y a quinze de los dichos mes y año recibió en la misma cárcel, en la Sala, el Santo Sacramento de la Eucaristía, y a diez y seis de los dichos mes y año, jueves a las diez horas de la mañana, lo mandó ahorcar la Justicia en la plaça común del dicho lugar en una horca de madera que se hizo para este efecto, y le hizieron quartos, los quales pusieron en los caminos”. Ese mismo año, en los libros de cuentas de la villa aparecen reflejados varios gastos por el jornal del trompeta durante la ejecución, “de hazer la forca de la plaça” y de “hazer el mojón de la Chupidilla para los quartos”. También se pagó cuarenta sueldos “a maese Joan, Verdugo de Valencia, por las dietas de execución de muerte y quartos en la persona de Montanyés”.
  • 4. CRUZ Hay un refrán popular que dice que de los errores se aprende, pero lo que no dice es que, en la mayoría de las ocasiones, por mucho que aprendas no hay vuelta atrás. En mi caso, los errores que cometí han traído parejas consecuencias demasiado graves, demasiado severas como para no tenerlas en consideración, y mentiría si dijera que no he aprendido algo. Pero también mentiría si dijera que me arrepiento de lo que hice. Si, he tenido más de un año para aprender, para reflexionar sobre lo ocurrido, para arrepentirme una y mil veces, y para luego, acto seguido, borrar ese arrepentimiento de un plumazo, restañar las heridas a base de orgullo, a base de rabia, a base de odio… Si, de odio, de mucho odio, de un odio que nace de un amor roto por capricho, por un capricho bárbaro que me ha costado demasiado caro. Cuando aquel mediodía de diciembre regresé a casa y hallé muerta a mi esposa junto al corral sólo sentí, sólo noté un dolor blanco que me cruzaba por los ojos y bajaba hasta el pecho para hacerme caer al suelo llorando, y allí me quedé, enroscado sobre mis piernas hasta que la mano de mi hijo sobre el hombro me hizo regresar desde muy lejos… No, ella no había podido soportar el dolor y la vergüenza, había preferido poner fin a su vida; yo tampoco pude dominar el ansia de venganza. Hace catorce meses que me hallo encerrado en esta cárcel de la Casa de la Villa, convertido en moneda de cambio para unas villas que buscan reafirmar su poder, que buscan exhibir la una ante la otra su fuerza, y así poder sacar mejor tajada ante la Cartuja en el reparto de prebendas. Hoy son los derechos sobre los pastos, mañana sobre la leña o quizá sobre la nieve: una villa fuerte puede exigir con más fuerza la cesión de derechos a Valdechristo, a su Señor. A principios de enero la Audiencia de Valencia falló a favor de las Alcublas y en contra de la sentencia que otorgaba a la villa de Altura los derechos para juzgarme: ahora deberá pagar, según dicen, más de 150 reales por las costas de la apelación. Pero lo realmente importante para mi es que por fin va a concluir esta tortura de saberme acabado pero no acabar. En ocasiones los obreros que trabajan en los pisos superiores de la Casa de la Villa hablan sobre mí: sé que deliberadamente lo hacen donde yo pueda oírlos, pero a mí nada de lo que puedan decir me duele ya. Así he sabido que hoy, a boca tarde, ha llegado el verdugo, el hombre que mañana a las diez ceñirá en mi cuello la larga cuerda que ahogará mi dolor, que no mi vida. Mañana, en una mesa sobre el entablado estarán dispuestos los cuchillos y el hacha con los que separará los miembros de mi cuerpo, y al lado el carro con el que los repartirán por los límites del término exhibiéndolos de una forma casi obscena. Si, la ejecución de mañana tendrá algo de comedia, será un acto grotesco en el que se unirán la muerte y el espectáculo, en el que lo de menos será el por qué de mi suerte, en el que lo importante será el cómo y el para qué. Lo que me hagan mañana será lo de menos, porque yo ya he pagado mis culpas, he tenido el mayor castigo que se me podía infligir: durante un año he vivido encerrado con mi silencio, mi odio, mi desesperación y mi pérdida. Y es que no siempre hay equilibrio en la Balanza de La Justicia, una balanza que se suele inclinar del lado de los poderosos, de los señores, de quienes hacen las leyes… Su peso hace ya tiempo que cayó sobre mí.