More Related Content
Similar to libro complementario 20/10/2012
Similar to libro complementario 20/10/2012 (20)
More from Misión Peruana del Norte
More from Misión Peruana del Norte (20)
libro complementario 20/10/2012
- 1. Capítulo 3
El ser humano:
Imagen de Dios
¿Q uién creó al ser humano? ¿Con qué propósito? Una res-
puesta bien cómica a estos interrogantes la encontramos en
el relato babilónico de la creación, el Enúma elish. Austen H.
Layard descubrió una copia de esta epopeya en 1849. Los investigado-
res creen que los fragmentos de arcilla que la componen formaban par-
te de la biblioteca de Asurbanipal, quien había sido rey de Asiria en el
siglo VII a. C.
Según el Enúma elish, en algún momento de la historia del universo
solo existían dos deidades: Tiamat y su esposo Apsu. Ellos crearon a los
demás dioses. Entre los nuevos dioses se hallaban los Igigi, que se ca-
racterizaban por ser deidades muy ruidosas. Un día, molesto por el bu-
llicio de los Igigi, Apsu decidió destruirlos; sin embargo, no pudo con-
cretar su plan, debido a que Ea, no solo le impidió cumplir sus propósi-
tos, sino que además lo mató. Cuando Tiamat se enteró de la muerte de
su esposo, se reveló contra la asamblea divina y creó horrendos mons-
truos marinos para que vengaran la muerte de su esposo.
No obstante, su plan fracasó, puesto que Marduk destruyó los
monstruos y, finalmente, eliminó a Tiamat. Esta acción otorgó a Mar-
duk los méritos para ser proclamado jefe de los dioses. De inmediato,
Marduk decidió formar el firmamento y la tierra con el cadáver de
Tiamat. Además, asignó diferentes tareas a los dioses menores. Poco
tiempo después, los dioses se quejaron de que su trabajo era mucho y
agotador, y no tenían sirvientes que los ayudaran con sus cargas. Mar-
duk escuchó sus quejas y determinó crear al ser humano a fin de que
sirviera como esclavo de los dioses. Ahora los dioses podían descansar
plácidamente. Entretanto, los hombres debían satisfacer todas las nece-
sidades y antojos de los presuntos seres divinos. 1
© Recursos Escuela Sabática
- 2. Una vez más repetimos las preguntas del inicio: ¿Quién creó al ser
humano? ¿Con qué propósito?
Hace cientos de años un humilde poeta hebreo también declaró por
escrito su respuesta a estas milenarias preguntas. Me resulta imposible
no maravillarme ante la belleza y la sencillez de sus palabras:
«Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que tú formaste,
digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria,
y el hijo del hombre para que lo visites? »
«Lo has hecho poco menor que los ángeles
y lo coronaste de gloria y de honra.
Lo hiciste señorear sobre las obras de tus manos;
todo lo pusiste debajo de sus pies:
ovejas y bueyes, todo ello,
y asimismo las bestias del campo,
las aves del cielo y los peces del mar;
¡todo cuanto pasa por los senderos del mar!»
(Salmo 8:3-8).
La Biblia no considera al ser humano como un sirviente que pasará
toda la vida sujeto a los caprichos egoístas de los dioses. La posición
bíblica es que fuimos creados como seres singulares a quienes Dios do-
tó de grandes privilegios, entre ellos que seamos señores y administra-
dores de todo lo creado. Pero, ¿qué nos hace capaces de ser los regentes
de la obra creadora? ¿Qué nos distingue del resto de la creación hasta el
punto de que hemos sido coronados de «gloria y honra»?
Creados a su imagen
Sin bien es cierto que muchos sostienen que el ser humano y los
animales comparten los mismos atributos, la Palabra de Dios sugiere
que hay un elemento que distingue a la raza humana de todo lo creado.
En Génesis 1: 27 se destaca tres veces que Dios creó al hombre: «Y creó
Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra
los creó». En la antigüedad los escritores no tenían ni cursivas ni negri-
tas que les permitieran destacar los aspectos más importantes de su
mensaje. El método que tenían los hebreos para recalcar una idea era la
repetición. Por tanto, esta triple repetición del verbo «creó» en Génesis
1: 27 tiene como propósito establecer con claridad que Moisés no alber-
ga ningún tipo de dudas respecto a que Dios es el creador. Además, es-
© Recursos Escuela Sabática
- 3. ta triple repetición pone de manifiesto que Dios «ha llegado a la cúspi-
de, a la meta que se propuso» durante su obra creadora. 2 La raza hu-
mana, por tanto, es como una especie de monumento de la majestad
divina. Somos la corona de la creación.
Nuestra creación fue tan importante que según Génesis 1: 26 estuvo
precedida por una consulta entre varias personas: «Hagamos al hom-
bre». ¿A quiénes incluye ese «hagamos»? Tanto en la tradición judía
como en la musulmana, el «hagamos» ha sido interpretado como una
alusión a los ángeles. Sin embargo, aceptar semejante propuesta conlle-
varía a creer que la imagen de los ángeles también forma parte de nues-
tra identidad, algo que contradice la declaración del versículo 27. A
«nuestra imagen», no puede incluir a ningún ser creado, puesto que
«Dios creó al hombre a su imagen». De ahí que la expresión «a nuestra
imagen» debe indicar a seres que tengan el nivel de Dios, y no a sim-
ples personajes exaltados.
Precisamente, en este punto entra la revelación más completa que
hemos recibido mediante los escritos del Nuevo Testamento. Tradicio-
nalmente, los cristianos han sostenido que ese «hagamos» es una alu-
sión directa a la Trinidad. 3 Incluso, el mismo Antiguo Testamento des-
taca la función del Espíritu de Dios durante la creación del mundo
(Génesis 1:2; Job 33:4; Salmo 104:30). El Nuevo Testamento vincula di-
rectamente a Cristo con la creación de todo lo que existe (Juan 1:1-3;
Colosenses 1:1 6 ; Hebreos 1:2). Por consiguiente, cuando Génesis 1:26
dice «hagamos», está expresando mediante «este plural de plenitud
una deliberación intradivina» 4 entre Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espí-
ritu Santo. ¡No somos el resultado del azar! La raza humana forma par-
te de un plan extraordinario diseñado por los tres integrantes de la
Deidad.
Génesis 1:27 también se refiere a un elemento distintivo que forma
parte de nuestra naturaleza. Somos la única criatura a quien el Señor,
por su libertad soberana, se ha complacido en otorgarle su imagen y
semejanza. Mucho se ha escrito sobre el significado de esta acción divi-
na. Filón de Alejandría (cerca del 20 a. C.) decía que la imagen de Dios
no tenía nada que ver con nuestra apariencia externa. Para él esta ha-
llaba su plenitud en la parte más importante del alma: la mente. 5 Ire-
neo de Lyon, quien fue considerado el primer cristiano que trató de dar
una explicación sistemática al tema de la imagen de Dios, en su obra
cumbre, Contra las herejías, argumentaba que la imagen de Dios consis-
tía en la capacidad de razonar y el libre albedrío que tenía el ser hu-
© Recursos Escuela Sabática
- 4. mano. Una opinión similar fue sostenida por Atanasio en el siglo III de
nuestra era. Ambrosio (cerca del 337) sostenía que la imagen de Dios
era el alma del hombre. Según Agustín de Hipona, la imagen de Dios
era un elemento tripartido integrado por el amor, la memoria y el inte-
lecto. 6 En el siglo VIII Juan de Damasco vinculaba la imagen de Dios
con la perfección moral e impecable que poseía el ser humano al prin-
cipio.
Cada época ha tenido su propia manera de entender el significado
de la expresión «a imagen de Dios». Por ejemplo, «el siglo de las luces
nos asegura que la imagen de Dios es la capacidad de razonar, los pie-
tistas la identifican como la facultad espiritual, los Victorianos afirman
que es la capacidad de hacer juicios morales y los pensadores renacen-
tistas sitúan a la imagen de Dios en la creatividad artística. ¿Y en cuan-
to a nuestra propia era dominada por la psicología? Qué más podría ser
esa imagen, nos advierten ahora, que nuestra capacidad para relacio-
namos con otras personas y con Dios». 7
Una cosa es cierta: La imagen de Dios nos hace seres singulares. Ele-
na G. de White considera que al crearnos a su imagen y semejanza,
Dios creó «una clase nueva y distinta» (Review and Herald, 11 de febrero
de 1902). Ni somos como Dios, ni somos como los ángeles, somos úni-
cos. Por otro lado, la misma autora declaró que llevamos la imagen di-
vina «tanto en la semejanza exterior, como en el carácter» (Patriarcas y pro-
fetas, capítulo 2, p. 24; la cursiva es nuestra).
En este contexto resultan muy apropiadas las palabras de Shakes-
peare: «¡Qué obra de arte es el hombre! ¡Qué noble su razón! ¡Qué infi-
nitas sus facultades! ¡Qué expresivo y maravilloso en su forma y sus
movimientos!». 8
¿Para qué fuimos creados a imagen de Dios?
Ahora bien, aunque no podemos conocer plenamente en qué consis-
tía esa imagen y semejanza con Dios; sí podemos identificar las razones
por las cuales el ser humano recibió este gesto de bondad de parte del
Creador. Por tanto, en lugar de tratar de saber con exactitud qué con-
formaba ese don divino, sería conveniente que concentráramos nues-
tros esfuerzos en cumplir la misión para la cual se nos entregó. Fuimos
creados a imagen de Dios a fin de que podamos ser mayordomos efica-
ces de la creación. 9 El Señor nos ha dotado con su imagen, no para que
seamos sirvientes, sino para que podamos cumplir eficazmente nuestra
© Recursos Escuela Sabática
- 5. función de administradores de sus bienes.
En el mundo antiguo, el acto de erigir la imagen del rey significaba
que dicho rey era señor del territorio donde se colocaba su imagen. 10
Inclinarse ante la imagen equivalía a respetar a quien ella representaba.
Cuando los jóvenes hebreos se negaron a adorar la imagen que Nabu-
codonosor había erigido, el rey interpretó la negativa de estos mucha-
chos como un desafío a su autoridad (ver Daniel 3).
Podríamos decir que el hombre ha sido colocado en el mundo como
una figura de Dios, como un monumento en honor al Creador. De esa
manera, el ser humano habría de ser un testimonio permanente de la
obra creadora del Señor. Llevar la imagen de Dios no nos hace posee-
dores de lo que se ha puesto bajo nuestra custodia; pero sí nos declara
representantes del dueño, a la vez que indica que somos su propiedad.
Un incidente del Nuevo Testamento nos ayudará a entender mejor esta
idea. Cuando los fariseos le preguntaron a Cristo si era correcto «dar
tributo al César», Jesús les dijo: «Mostradme la moneda del tributo.
Ellos le presentaron un denario. Entonces les preguntó: "¿De quién es
esta imagen y la inscripción?". Le dijeron: "De César. Y les dijo: Dad,
pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios"» (Mateo
22:15-22). César era el dueño de la moneda porque llevaba su imagen.
Del mismo modo, al poner su imagen sobre nosotros Dios nos está se-
ñalando como su propiedad exclusiva, somos «hechura suya» (Efesios
2:10).
Obviamente, el privilegio de llevar la imagen de Dios conlleva res-
ponsabilidades. Una de ellas, entre otras, consiste en que no perdamos
de vista quién es el Creador y quién es la criatura. Saber que no somos
dioses, sino representantes del Dios verdadero, puesto que llevamos su
impronta en nosotros, nos hace mantener las cosas dentro de la pers-
pectiva adecuada.
Cuando la criatura quiere ser el Creador
Teniendo en cuenta lo anterior, fíjese que la narración de la creación
del mundo está escrita y estructurada de tal forma que Dios, y no el ser
humano, es el protagonista absoluto. Resulta interesante considerar
que, aunque el relato de Génesis salió de la pluma de un israelita, no
hay ningún vestigio de nacionalismo en él. Dios es el creador de todo y
de todos. En los 31 versículos del capítulo 1 de Génesis, la palabra Dios
aparece 32 veces. En Génesis 1 Dios dice, Dios ve, Dios separa, Dios ha-
© Recursos Escuela Sabática
- 6. ce, Dios pone, Dios bendice. Todo es obra de Dios.
Lamentablemente, el ser humano pretendió quitarle protagonismo a
Dios. El hombre no se contentó con tener únicamente la «imagen», sino
que también codició ser «como Dios» en todo el sentido de la expresión
(ver Génesis 3:1-15). No se conformó con ocupar el puesto de adminis-
trador de la creación, además quiso ser su dueño. El hombre olvidó
que, como «imagen de Dios», tan solo era un espejo mediante el cual
Dios se reflejaba en su obra creadora; pero el ser humano era solo eso:
un espejo, no la sustancia de Dios (ver Hebreos 1:3). El valor del espejo
no radica en sí mismo, sino en la imagen que proyecta. La grandeza del
hombre no se hallaba en él mismo. Su honor dependía de que cum-
pliera fielmente su papel como reflector de la imagen divina. Sorpren-
dentemente, el ser humano pretendió dejar de ser criatura y convertirse
en creador. Ya vimos en el capítulo 1 de este libro cómo todo se tras-
tornó en nuestro planeta después de este atrevimiento humano.
Al pretender ser dueño, el hombre comenzó a arruinar la imagen de
Dios en su vida. Algunos creen que, con la entrada del pecado, la raza
humana perdió la imagen de Dios, pero ello no es cierto. La imagen de
Dios sigue formando parte de nuestra naturaleza (ver Génesis 9:6; 1
Corintios 11:7). Nuestro problema no consiste en que hayamos perdido
la imagen de Dios, sino que ya estamos tan familiarizados con el peca-
do que la imagen divina casi ha desaparecido. En una descripción que
muy bien podría aplicarse a nuestros tiempos, Elena G. de White se re-
firió la condición de la humanidad con estas palabras:
«Los agentes satánicos estaban incorporados con los hombres.
Los cuerpos de los seres humanos, hechos para ser morada de Dios,
habían llegado a ser habitación de demonios. Los sentidos, los ner-
vios, las pasiones, los órganos de los hombres, eran movidos por
agentes sobrenaturales en la complacencia de la concupiscencia más
vil. La misma estampa de los demonios estaba grabada en los ros-
tros, que reflejaban la expresión de las legiones del mal que los po-
seían» (El Deseado de todas las gentes, capítulo 3, p. 27).
Pablo también nos narra los estragos provocados por la temeraria
conducta del ser humano. El apóstol dice que los hombres «cambiaron
la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles,
de aves, de cuadrúpedos y de reptiles», que «cambiaron la verdad de
Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al
Creador» (Romanos 1:24, 25). Así, el hombre que había sido creado
© Recursos Escuela Sabática
- 7. «bueno en gran manera» (Génesis 1:31), se convirtió en una fuente de
mal (ver Génesis 6: 5, 6). Olvidó que había sido creado para glorificar a
Dios (ver Isaías 43:7; Efesios 1:11, 12; 1 Corintios 10:31). Precisamente,
porque él es nuestro creador, merece toda la gloria (Apocalipsis 4:11;
14: 6, 7).
La restauración del pecador
En 1912 Franz Kafka escribió su novela titulada La metamorfosis. En
ella narra las vicisitudes por las que tuvo que pasar un joven llamado
Gregorio Samsa. El problema de Gregorio comenzó cuando un día
despertó «de su inquieto sueño» convertido en un asqueroso insecto.
Su anómala condición lo imposibilitó para asistir al trabajo aquel día.
Así que decidió quedarse encerrado en su habitación, con la esperanza
de que su infame estado desapareciera en poco tiempo. Como Gregorio
no salía de su cuarto, sus familiares comenzaron a preocuparse y le pe-
dían que saliera. Esto tenía al pobre hombre bastante angustiado; pero
su angustia alcanzó su punto más álgido cuando supo que su propio je-
fe había llegado a la casa a fin de conocer las razones que le impedían a
Gregorio cumplir con sus obligaciones laborales.
Después de un largo intercambio de palabras con los presentes,
Gregorio logró abrir la puerta. Cuando su jefe lo vio, se llevó «la mano
a la boca, desmesuradamente abierta, y retrocedía como si una mano
invisible lo empujara. La madre [...] primero miró al padre con las ma-
nos unidas, implorantes, luego dio pasos en dirección a Gregorio para
en seguida derrumbarse en un remolino de faldas. El padre, con expre-
sión hostil, apretaba los puños, como si quisiera empujar a Gregorio de
vuelta a la habitación». 11 La familia se negó tan siquiera a contemplar
la viscosidad de su cuerpo, las innumerables patas que no podía con-
trolar. Nadie quiso ver de cerca tan repugnante cuadro. Finalmente,
abandonado por sus propios familiares, Gregorio exhaló un débil y úl-
timo suspiro. Murió siendo un insecto.
Con la entrada del pecado, el ser humano experimentó la mayor me-
tamorfosis que alguna vez haya ocurrido en el universo: Dejó de ser el
administrador de los bienes de Dios para convertirse en un miserable
insecto de Satanás. ¿Qué haría Dios al saber que sus hijos se habían
transformado en algo que el universo detestaba? ¿Tomaría la misma ac-
titud que adoptó la familia de Gregorio Samsa? Dios no se quedó de
brazos cruzados. «La Divinidad se conmovió de piedad por la humani-
© Recursos Escuela Sabática
- 8. dad, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dieron a sí mismos a la
obra de formar un plan de redención» (Consejos sobre salud, p. 219).
Dios se propuso revertir la obra del diablo y devolverle al ser hu-
mano la dignidad que él mismo le había otorgado en el principio. Para
ello Cristo vino a este mundo. ¿Pero cómo lidiaría Dios con un ser cu-
yos «pensamientos son de continuo el mal»? ¿Qué haría el Señor a fin
de ejercer nuevamente su señorío en la vida de los hombres?
El Salmista proporciona una vislumbre de esto en uno de sus escri-
tos. En Salmo 51:10 David escribió: «¡Crea en mí un corazón limpio, y
renueva un espíritu recto dentro de mí!». El verbo hebreo bara, traduci-
do aquí como crear, es el mismo que aparece en Génesis 1:1. En las Es-
crituras este verbo solamente tiene como sujeto a Dios. A fin de restau-
rar completamente su imagen en los seres humanos, Dios tendría que
valerse del mismo poder que obró la creación física del mundo. Es de-
cir, la restauración espiritual de todos nosotros tan solo puede ser he-
cha mediante el poder creador de nuestro Señor. Dios nos renovará; no
permitirá que nos quedemos siendo insectos del mal. Bastará con que
abramos la puerta para que él entre y renueve nuestro ser, y su poder
transformador actuará eficazmente en nuestra vida.
El Señor no siente asco de nuestra condición, sino que «muestra su
amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros» (Romanos 5:8). Este amor es «derramado en nuestros corazo-
nes por el Espíritu Santo» (Romanos 5:5). Así como la Trinidad actuó
de forma conjunta en la creación física del mundo, de igual forma lo
hace ahora para producir la renovación espiritual de todos nosotros. El
Padre dio a su Hijo por amor (Juan 3:16); el Hijo entregó su vida por
amor (Gálatas 2:20) y el Espíritu toma ese amor divino y lo instaura en
nuestros corazones. Esta obra trinitaria resume la esencia de la Deidad:
«Dios es amor» (1 Juan 4:8). Cuando el amor de Dios ha quebrado el
poder del pecado, ya no vivimos en armonía con nuestra naturaleza
pecaminosa, «sino según el Espíritu» (Romanos 8:9).
Puesto que por el poder de Dios hemos crucificado naturaleza pe-
caminosa (Romanos 6:6), una vez más llegamos «a ser participantes de
la naturaleza divina» que el pecado nos había arrebatado (2 Pedro 1:4).
Nuestro nuevo hombre «conforme a la imagen del que lo creó, se va
renovando hasta el conocimiento pleno» (Colosenses 3:10). Como dijo
Pablo: «A los que antes conoció, también los predestinó para que fue-
ran hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primo-
génito entre muchos hermanos» (Romanos 8:29). No hemos de olvidar
© Recursos Escuela Sabática
- 9. que este proceso de restauración de la imagen divina abarca toda nues-
tra vida terrenal y alcanza su clímax cuando Cristo retorne a esta tierra.
Así lo entendió el apóstol Juan: «Amados, ahora somos hijos de Dios y
aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que
cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal
como él es» (1 Juan 3: 2).
Reflexione un momento en estas hermosas palabras escritas a finales
del siglo II por un cristiano llamado Ireneo de Lyon:
«¿Cómo podrías hacerte dios, si primero no te haces un ser hu-
mano? ¿Cómo pretendes ser perfecto, si fuiste creado en el tiempo?
¿Cómo sueñas en ser inmortal, si en tu naturaleza mortal no has obe-
decido a tu Hacedor? [...]. Porque tú no hiciste a Dios, sino que él te
hizo. Y si eres obra de Dios, contempla la mano de tu artífice, que ha-
ce todas las cosas en el tiempo oportuno, y de igual manera obrará
oportunamente en cuanto a ti respecta. Pon en sus manos un cora-
zón blando y moldeable, y conserva la imagen según la cual el Artista
te plasmó; guarda en ti la humedad, no vaya a ser que, si te endure-
ces, pierdas las huellas de sus dedos. Conservando tu forma subirás a
lo perfecto; pues el arte de Dios esconde el lodo que hay en ti». 12
¡Admirable! ¡El arte de Dios esconderá el lodo que hay en nosotros!
¡El divino artista plasmó su imagen en nosotros! ¡Todavía el olemos a
barro! ¡Las huellas de sus dedos aún son visibles en cada hombre y mu-
jer!
La imagen de Dios y su impacto en la vida diaria
¿Qué importancia tiene para nuestra vida diaria el hecho de que ha-
yamos sido creados a imagen de Dios? Yo diría que mucho.
En primer lugar, la imagen de Dios nos hace recordar que todos so-
mos iguales. Ser consciente de esta verdad evitaría muchos de los con-
flictos que se originan en el racismo, el machismo y el feminismo radi-
cal que imperan en nuestra sociedad posmoderna. Reconocer que he-
mos sido creados a imagen de Dios nos hará recordar que, aunque so-
mos seres ínfimos en comparación con el resto del universo, nuestra
pequeñez humana refleja algo infinitamente grande. Por tanto, no so-
mos «una mera estadística. Tampoco somos peones que pueden usarse,
manipularse o eliminarse sin escrúpulos. La desaparición de cualquiera
de nosotros es una gran tragedia, que trae tristeza tanto a Dios como a
los seres humanos». 13 Además, en un mundo donde se le rinde culto a
© Recursos Escuela Sabática
- 10. la belleza, y donde se tiene en poca estima a quienes poseemos menos
simetría física, saber que somos hechos a imagen de Dios nos llega co-
mo una bocanada de aire fresco, pues nos hace saber que somos valio-
sos. No olvidemos nunca estas palabras del Señor: «A mis ojos eres de
gran estima, eres honorable y yo te he amado» (Isaías 43:4).
En segundo lugar, reconocer que mis semejantes llevan sobre sí la
imagen de mi creador habrá de suscitar en mí el deseo de tratarlos co-
mo lo que son: hijos del Rey del universo. Esto no solo impedirá que
me convierta en un asesino (Génesis 9:6), sino que además pondré todo
mi empeño en que mi mente no albergue pensamientos ofensivos con-
tra ellos (ver Mateo 5:21-26). Usaré mi lengua para bendecir y no para
maldecir a quienes comparten conmigo la semejanza divina (Santiago
3:9). Puesto que ellos fueron creados a imagen de Cristo, cualquier cosa
que yo haga o diga en perjuicio de ellos es como si lo hiciera contra el
mismo Señor. La Madre Teresa de Calcuta solía rogar a Dios que cuan-
do sus ojos visualizaran el rostro de un mendigo en la ciudad ella pu-
diera ver el rostro de Cristo en él y, entonces, servirlo como si lo hiciera
al mismo Señor. Es oportuno que oremos para que, entre la gente que
nos rodea, podamos contemplar la imagen misma del Señor. Para lo-
grarlo, evidentemente, tendremos que amar a nuestro prójimo. De ahí
que amar a nuestros semejantes, incluyendo a quienes han hecho todo
lo posible para dañar nuestra existencia, resulta ser la prueba irrefuta-
ble de que la imagen de Dios está siendo restaurada en nuestras vidas.
«Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque ama-
mos a los hermanos» (1 Juan 3:14).
Sería de mucho beneficio que nos apropiáramos de esta plegaria es-
crita por un cristiano de la antigüedad: «Oh, Señor, tú nos creaste para
ti y nuestro corazón andará siempre inquieto hasta que encuentre des-
canso en ti». 14 Hemos de ir y descansar en los brazos de nuestro pode-
roso Creador. Cuando lo hagamos, paulatinamente, seremos «trans-
formados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Es-
píritu del Señor» (2 Corintios 3:18); entonces, y solo entonces, podre-
mos «alcanzar la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13).
Referencias
1Para más detalles sobre las distintas versiones de la creación del ser humano en
los textos antiguos ver La creación del mundo y del hombre en los textos del Próximo
Oriente Antiguo (Estella: Verbo Divino, 1997). Si quiere leer una buena traducción
© Recursos Escuela Sabática
- 11. al castellano del Enúma elish, consulte la obra de Victor H. Mattews y Don C. Ben-
jamin, Paralelos del Antiguo Testamento (Maliaño: Sal Terrae, 2004), pp. 9-18.
2 Gerhard von Rad, El libro de Génesis (Salamanca: Sígueme, 1977), p. 68.
3 Ver Gerhard F. Hasel, «The Meaning of "Let Us" in Gn. 1: 26», Andrews University
Seminary Study 13 (1975), pp. 58-66.
4 Hasel, Op. cit., p. 65.
5 Filón de Alejandría, Sobre la creación del mundo según Moisés, cap. VI, párrafo 25,
incluido en José María Triviño, trad., Obras completas de Filón de Alejandría (Buenos
Aires, 1976), disponible en http://es.scribd.com/doc/32977721/Filon-de-
Alejandria-Obras-Completas, consultado en 24/05/12.
6 Ver Zachary C. Xintaras, «Man- The Image of God According to the Greek Fa-
thers», The Greek Orthodox Theological Review (vol. 1, n° 1), pp. 48-62; D. J. A. Clines,
«The Image of God in Man», Tyndale Bulletin 19 (1968), pp. 54, 55. Para un pano-
rama histórico desde Filón de Alejandría hasta nuestros días, ver R. Larry Overs-
treet, «Man in the image of God», Crisell Theological Review 3/1 (otoño 2005), pp.
43-58.
7 Philip Yancey y Paul Brand, A su imagen (Miami, Florida: Vida, 2006), p. 19.
8 Hamlet, Inarco Celenio, trad. (Madrid, 1798), Acto 2o, Escena VIII, p. 104. Encon-
trado en http://books.google.es/books?id=BgoReS_Qp4C&printsec=frontcover
&dq=hamlet&hl=ca&sa=X&ei=as-8T4HnOYrGOQWzxNBD&ved=OCEYQ6AEw
Ag#v=onepage&q&f=false. Consultado en 23/05/2012.
9 Von Rad, Ibid., p. 71.
10 Walton, Matthews y Chavalas, Comentario del contexto cultural de la Biblia: Antiguo
Testamento (El Paso, Texas: Mundo Hispano, 2006), p. 18.
11 Franz Kafka, La metamorfosis (Madrid: EDIMAT, 2005), pp. 45, 46.
12 Contra las herejías, libro IV, capítulo JXX1X. 2, en http://www.multimedios.org/
docs/d001092/p000006.htm#5-p0.5, consultado en 24/05/2012.
13 Gerald Wheeler, Más allá de esta vida (Miami, Florida: APIA, 1998), p. 11.
14 Agustín de Hipona, Confesiones, libro I. cap. 1, Eugenio Ceballos, trad., disponi-
ble en http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/confesiones--0/html/, con-
sultado en 24/05/12.
© Recursos Escuela Sabática