2. Los gritos de los niños te tienen los nervios de punta. El más grande
es el único que no está llorando. Pero el que te tienes más inquieta es el
que sostiene en tus brazos. El que aun amamantas, pero que no es
suficiente para calmar su apetito. Le colocas el seno en la boca, pero no
es suficiente y comienzas de nuevo a gritar. Ahora el mediano lo
acompaña en los gritos. Es un infierno. Y tú apenas ha comido un poco
de comida que te regalaron, por ende, no tienes fuerzas para soportarlo.
Despega al bebé del seno y al mismo tiempo lanzas un grito de
desesperación enorme.
-
¡Cállense!
Por unos segundos reina el silencio pero no llegas a apear un pie de la
cama cuando comienzan los gritos con mayor intensidad.
3. El vecino de al lado te cocea que calles a los niños, pero te haces la desentendida.
Como si no viviera más nadie en la pensión, sólo tú y tus niños.
Pero no quieres causar muchos ruidos en la pensión, pues, deben dos semanas de
la habitación. Decides prepararles agua de azúcar a los niños para calmarle el
apetito.
Le cruzas por encimas al más grande que se encuentra acostado en un colchoncito
en el suelo.
Coges el agua del bebé y echas un poco en un jarro. Tres cucharadas de azúcar para
que quede bien dulce.
Le echas el agua de azúcar al biberón del mediano y al del pequeño. Le pasas el
biberón al de dos años y al pequeño le colocas el de él en la boca. Se han
calmados los gritos.
4. Escuchas un sonido de motor parecido al de Miguel. Abres la puerta
de la habitación para que no tenga que tocar. De seguro éste te traes
algo para cenar y la leche de los niños.
Efectivamente, es Miguel que ha llegado. Empuja la puerta y entra. Este
se quita el chaleco de moto concho y lo coloca encima de la mesita que
tienen.
Te quedas sin habla pues ha visto que no ha traído nada, más que un
olor a ron.
Entonces… No le trajiste la leche a los niños. ¡Dime!
- Muchacha…Ni 50 peso hice.
- Aja…Y ese olor a ron ¡Dime!, no me diga que te lo dieron.
5. Muchacha… ¿Cuál olor a ron? Tú te estas poniendo loca.
- Loca…buen maricón. Loca es el hambre que tengo. Me dejas sin
comida y sin leche. Y llegas como si nada. Con tú carita muy linda.
Buen azaroso. A que fue a jugar en las maquinitas que te pusiste.
Maldito…Y no pensaste en tus hijos y en tú mujer. ¡Verdad que no!
Oye, oye... ¡Está bueno ya! Mejor cállate y acuéstate.
Al terminar de decir Miguel esto, el hambre, la desesperación y la
violencia de tus circunstancias te hacen perder los estribos y le brincas
encima. Lo aruñas, lo intentas morder. Sí, quieres desaparecerlo.
6. Pero tú fuerza no es suficiente y Miguel te repele a trompa limpia.
Hasta el extremo de dejarte casi inconsciente.
Desde el suelo donde te encuentras lo ve abrir la puerta y marcharse.
Mientras te golpeaba no escuchabas los gritos de los niños pero ahora
tendida en el suelo los escuchas. Y, desde luego, también escuchas al
vecino decir.
- Se están matando otra vez.