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PRIMERO: FORMULACIÓN DEL PROBLEMA
Punto de partida: La realidad cultural.
No se trata del mito del “todo tiempo pasado fue mejor”, ni de la “crisis de valores” en el sentido
que ya nadie saluda, ni le cede el puesto a los ancianos, ni de que hoy la cultura y la educación no
hacen seres “moralmente buenos”, ni de que ya nadie respeta a Dios ni a la religión, ni de falsos
humanismos como si los hubiera verdaderos. Se trata de la conformación una realidad poco
amable con los seres, realidad hecha a pulso por el hombre, con su sudor, con su sangre, con su
temple, y como lo que nombramos como realidad es apenas una suerte de infinitas posibilidades,
pudo haber sido diferente, pudo haber sido otra, mejor o peor, nunca se sabe, pero es lo que
hemos configurado. Estamos en el punto del cómo desbaratar lo que tanto nos costó construir,
mejor morir en la nuestra que reconocer que no la pasamos bien.No hablemos de felicidad,
tampoco de bien moral, ni de placer, tecnicismos del estudio de la ética cargados semánticamente
pero que poco nos ayudan con la claridad ¿qué sea la felicidad? ¿Qué el bien? ¿Qué el placer? No
es nuestro interés resolver, aunque de todos modos ese sea nuestro tema al final. Antes que nada,
se trata de rescatar la vieja pregunta ética formulada por los griegos, a saber, ¿cómo vivir?
El asunto es que es sumamente sospechoso que creamos que necesitamos tener mucho para vivir,
y como nos lo creemos estamos a merced de todo aquello que fomenta el consumo. Al parecer el
objetivo y la identidad del ser humano contemporáneo es consumir, el slogan de nuestros días
sería “eres lo que consumes”. La jerarquización social está dada por la capacidad de consumo al
tiempo que todo se cosifica y se convierte en objeto de consumo: los alimentos, la salud, la
educación, la vivienda, la naturaleza, los animales, las personas, los cuerpos, las espiritualidades,
las religiones, las conciencias, en una palabra, todo aquello con lo que quisiéramos interactuar
está a la mano bajo la forma del consumo. La realidad del consumo es una red compleja cuya
consecuencia principal es la configuración de nuestra identidad a partir del mundo exterior, de lo
ajeno a nosotros, de lo que tenemos la capacidad de consumir, en una frase, somos consumidos
cuando creemos consumir.
La pregunta es la siguiente: ¿Cómo podemos siquiera preguntarnos por la felicidad, el placer y el
bien, cuándo no somos dueños de nosotros mismos? ¿Qué podemos esperar de nosotros si
vivimos en el afuera? ¿No seremos acaso una especie de seres autómatas que se limitan a
reproducir una serie de comportamientos preestablecidos? Paradójicamente al tiempo que
aumentan nuestras posesiones y nuestra capacidad de poseer cedemos más parte de nuestro
propio territorio y propiedad, perdemos lo más importante y nos convertimos en grandes
terratenientes de miserias, y es que lo que nos ofrece el sistema de consumo es una bagatela
comparado con el poder adueñarse de sí mismo y decidirse a construir su propio presente y
destino apartándose de los condicionamientos externos.Desde pequeños somos entrenados en el
manejo del mundo exterior, sabemos operar un gran número de dispositivos electrónicos,
sabemos tomar el transporte público o conducir un automóvil y recorrer las principales vías de la
ciudad, nos desenvolvemos con soltura en el medio social, familiar, educativo y laboral, sin
embargo, parece que nos cuesta estar solos y en silencio, experimentamos una gran dificultad en
el manejo del propio mundo interior, experiencia que contrasta con la experticia en el manejo de
la exterioridad.
Ahora bien, el consumo tiene esa gran influencia en nuestra vida por el descentramiento de
nuestra propia naturaleza y por una cadena de situaciones cuyo resultado es fijar nuestros
sentimientos, pensamientos y actuaciones desde lo exterior a nosotros mismos. Desde la más
remota infancia aprendimos a identificarnos y a replicar la identidad de los diferentes elementos
que nos rodean, progenitores en primera instancia, y en una medida más amplia toda la realidad
social y cultural configurada por los más diversos elementos. Nos creemos libres y dueños de
nosotros mismos, pero mirando con detenimiento queremos lo que queremos, buscamos lo que
buscamos, pensamos lo que pensamos, obramos como obramos, respondiendo a la imagen de
algún otro que se halla afuera de nosotros pero que lo hemos interiorizado y lo hemos adoptado
como nuestro. La cultura contemporánea nos facilita un buen número de canales de comunicación
y de información con las personas y el mundo que nos rodea, pero da la impresión que este auge
comunicativo es inversamente proporcional al contacto y la comunicación efectiva con nuestra
interioridad. Unido a lo anterior, la sociedad contemporánea ha construido unos modelos de éxito
y desarrollo, con los cuales contrastamos nuestra vida y nuestros logros. Dicho modelo podríamos
reducirlo a la capacidad financiera, física y ética para para poder consumir, el mundo es un
conglomerado de cosas que se pueden consumir, todo, personas, animales, tecnología, víveres,
etc.Esta situación, no obstante, no es ni buena ni mala en sí misma, es solo la descripción de lo que
en cierto nivel nos configura y nos da identidad. El asunto es que como una hoja arrojada al viento
nos tambaleamos según éste se mueva. Es evidente de nuestra situación actual que nos movemos
al ritmo del consumo, lo cual no sería problema si el costo que pagamos a cambio es un desgaste
energético más que significativo en todos los niveles, personal (emocional y físico), social y
ambiental.
La educación, principal elemento de la transmisión de la cultura no es ajena a este fenómeno, de
hecho, se ha articulado de forma altamente eficiente a las relaciones de consumo. En primer lugar
podemos constatar que los centros educativos en todos los niveles operan según los principios de
la lógica del mercado, en el que “el paquete” educativo que se ofrece es un bien de consumo y
cuya circulación se rige por las leyes de la oferta y la demanda. Dichos productos educativos se
ofrecen bajo la forma de algunos títulos configurados por los intereses del marketing, de esta
manera encontramos modas como “la promoción de las inteligencias múltiples”, “pensamiento
crítico”, “espíritu científico”, “formación integral y en valores”, “bilingüismo”,
“internacionalización de los programas” y “facilidades de intercambio”, entre otras, que tienen
como objetivo captar la mayor cantidad posible de clientes más que ofrecer un modelo educativo
que sirva a los intereses del bienestar personal y colectivo. En segundo lugar, la preocupación
fundamental de los centros educativos es la inserción de sus estudiantes en el sistema de
consumo. Esta situación se puede verificar en el lugar preponderante que tienen las materias y
carreras que contribuyen de manera más decidida a la generación ingresos económicos, en
muchas ocasiones el test de orientación profesional, en esta lógica, debería consistir en una única
pregunta: ¿qué carreras son las más remuneradas? En un nivel más general se puede apreciar que
los avances en ciencia y tecnología, que se generan en las universidades, institutos y empresas
privadas, se usan como instrumentos para generar más consumo, crear más estratificación social,
y fomentar la capacidad de poder en aquellos que tienen la posibilidad de manipular este tipo de
recursos. El conocimiento en este caso a un nivel general es usado como herramienta de las redes
del consumo.
Una de las consecuencias importantes de este fenómeno, como ya lo mencionamos, es que el
incremento del poder que tiene el sistema de consumo (el afuera) es inversamente proporcional a
la energía personal disponible para los intereses de la vida. La energía personal que es consumida
por el trabajo que no tiene otra finalidad que la consecución del dinero para poder entrar en el
sistema de consumo, nos deja tan debilitados que ni siquiera no permite acceder a un nivel de
conciencia del contexto en el que nos movemos. Cuando no hay energía todas las dimensiones de
nuestro ser se debilitan y entramos en un estado de desequilibrio, y desde este estado, por
ejemplo, es que nos relacionamos con el mundo social. ¿Quién en nuestros días no siente estrés?
¿Acaso los centros que prestan servicios de salud no están llenos a diario de personas con
dolencias derivadas del estilo de vida que llevamos? ¿Las relaciones cotidianas no están cada vez
más cargadas de una agresividad latente? Si energéticamente nuestro ser está trastocado,
necesariamente esto se traduce en el desequilibrio social al que lamentablemente nos hemos ido
acostumbrando. La civilización occidental recurrentemente se pregunta por cuál o cuáles serían
los sistemas políticos y sociales óptimos, llegando incluso a guerras por este cuestionamiento,
quizá desde lo que estamos planteando la respuesta no se halle allí sino en la realidad personal de
todos aquellos que conformamos la sociedad. ¿Y qué decir del mundo ambiental? La preocupación
por el medio ambiente es objeto de creciente divulgación, no es un misterio para nosotros la
extinción de cientos de especies, el deterioro de los ecosistemas, los cambios climáticos, la
contaminación de las fuentes hídricas, la contaminación creciente en los alimentos, la inserción de
aditivos químicos en las dietas, la manipulación genética de especies destinadas al consumo
humano, etc. Evidentemente el modelo de desarrollo basado en el consumo ha contribuido a que
la huella ambiental de la civilización aumente a pasos agigantados.

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  • 1. PRIMERO: FORMULACIÓN DEL PROBLEMA Punto de partida: La realidad cultural. No se trata del mito del “todo tiempo pasado fue mejor”, ni de la “crisis de valores” en el sentido que ya nadie saluda, ni le cede el puesto a los ancianos, ni de que hoy la cultura y la educación no hacen seres “moralmente buenos”, ni de que ya nadie respeta a Dios ni a la religión, ni de falsos humanismos como si los hubiera verdaderos. Se trata de la conformación una realidad poco amable con los seres, realidad hecha a pulso por el hombre, con su sudor, con su sangre, con su temple, y como lo que nombramos como realidad es apenas una suerte de infinitas posibilidades, pudo haber sido diferente, pudo haber sido otra, mejor o peor, nunca se sabe, pero es lo que hemos configurado. Estamos en el punto del cómo desbaratar lo que tanto nos costó construir, mejor morir en la nuestra que reconocer que no la pasamos bien.No hablemos de felicidad, tampoco de bien moral, ni de placer, tecnicismos del estudio de la ética cargados semánticamente pero que poco nos ayudan con la claridad ¿qué sea la felicidad? ¿Qué el bien? ¿Qué el placer? No es nuestro interés resolver, aunque de todos modos ese sea nuestro tema al final. Antes que nada, se trata de rescatar la vieja pregunta ética formulada por los griegos, a saber, ¿cómo vivir? El asunto es que es sumamente sospechoso que creamos que necesitamos tener mucho para vivir, y como nos lo creemos estamos a merced de todo aquello que fomenta el consumo. Al parecer el objetivo y la identidad del ser humano contemporáneo es consumir, el slogan de nuestros días sería “eres lo que consumes”. La jerarquización social está dada por la capacidad de consumo al tiempo que todo se cosifica y se convierte en objeto de consumo: los alimentos, la salud, la educación, la vivienda, la naturaleza, los animales, las personas, los cuerpos, las espiritualidades, las religiones, las conciencias, en una palabra, todo aquello con lo que quisiéramos interactuar está a la mano bajo la forma del consumo. La realidad del consumo es una red compleja cuya consecuencia principal es la configuración de nuestra identidad a partir del mundo exterior, de lo ajeno a nosotros, de lo que tenemos la capacidad de consumir, en una frase, somos consumidos cuando creemos consumir. La pregunta es la siguiente: ¿Cómo podemos siquiera preguntarnos por la felicidad, el placer y el bien, cuándo no somos dueños de nosotros mismos? ¿Qué podemos esperar de nosotros si vivimos en el afuera? ¿No seremos acaso una especie de seres autómatas que se limitan a reproducir una serie de comportamientos preestablecidos? Paradójicamente al tiempo que aumentan nuestras posesiones y nuestra capacidad de poseer cedemos más parte de nuestro propio territorio y propiedad, perdemos lo más importante y nos convertimos en grandes terratenientes de miserias, y es que lo que nos ofrece el sistema de consumo es una bagatela comparado con el poder adueñarse de sí mismo y decidirse a construir su propio presente y destino apartándose de los condicionamientos externos.Desde pequeños somos entrenados en el manejo del mundo exterior, sabemos operar un gran número de dispositivos electrónicos, sabemos tomar el transporte público o conducir un automóvil y recorrer las principales vías de la ciudad, nos desenvolvemos con soltura en el medio social, familiar, educativo y laboral, sin embargo, parece que nos cuesta estar solos y en silencio, experimentamos una gran dificultad en
  • 2. el manejo del propio mundo interior, experiencia que contrasta con la experticia en el manejo de la exterioridad. Ahora bien, el consumo tiene esa gran influencia en nuestra vida por el descentramiento de nuestra propia naturaleza y por una cadena de situaciones cuyo resultado es fijar nuestros sentimientos, pensamientos y actuaciones desde lo exterior a nosotros mismos. Desde la más remota infancia aprendimos a identificarnos y a replicar la identidad de los diferentes elementos que nos rodean, progenitores en primera instancia, y en una medida más amplia toda la realidad social y cultural configurada por los más diversos elementos. Nos creemos libres y dueños de nosotros mismos, pero mirando con detenimiento queremos lo que queremos, buscamos lo que buscamos, pensamos lo que pensamos, obramos como obramos, respondiendo a la imagen de algún otro que se halla afuera de nosotros pero que lo hemos interiorizado y lo hemos adoptado como nuestro. La cultura contemporánea nos facilita un buen número de canales de comunicación y de información con las personas y el mundo que nos rodea, pero da la impresión que este auge comunicativo es inversamente proporcional al contacto y la comunicación efectiva con nuestra interioridad. Unido a lo anterior, la sociedad contemporánea ha construido unos modelos de éxito y desarrollo, con los cuales contrastamos nuestra vida y nuestros logros. Dicho modelo podríamos reducirlo a la capacidad financiera, física y ética para para poder consumir, el mundo es un conglomerado de cosas que se pueden consumir, todo, personas, animales, tecnología, víveres, etc.Esta situación, no obstante, no es ni buena ni mala en sí misma, es solo la descripción de lo que en cierto nivel nos configura y nos da identidad. El asunto es que como una hoja arrojada al viento nos tambaleamos según éste se mueva. Es evidente de nuestra situación actual que nos movemos al ritmo del consumo, lo cual no sería problema si el costo que pagamos a cambio es un desgaste energético más que significativo en todos los niveles, personal (emocional y físico), social y ambiental. La educación, principal elemento de la transmisión de la cultura no es ajena a este fenómeno, de hecho, se ha articulado de forma altamente eficiente a las relaciones de consumo. En primer lugar podemos constatar que los centros educativos en todos los niveles operan según los principios de la lógica del mercado, en el que “el paquete” educativo que se ofrece es un bien de consumo y cuya circulación se rige por las leyes de la oferta y la demanda. Dichos productos educativos se ofrecen bajo la forma de algunos títulos configurados por los intereses del marketing, de esta manera encontramos modas como “la promoción de las inteligencias múltiples”, “pensamiento crítico”, “espíritu científico”, “formación integral y en valores”, “bilingüismo”, “internacionalización de los programas” y “facilidades de intercambio”, entre otras, que tienen como objetivo captar la mayor cantidad posible de clientes más que ofrecer un modelo educativo que sirva a los intereses del bienestar personal y colectivo. En segundo lugar, la preocupación fundamental de los centros educativos es la inserción de sus estudiantes en el sistema de consumo. Esta situación se puede verificar en el lugar preponderante que tienen las materias y carreras que contribuyen de manera más decidida a la generación ingresos económicos, en muchas ocasiones el test de orientación profesional, en esta lógica, debería consistir en una única pregunta: ¿qué carreras son las más remuneradas? En un nivel más general se puede apreciar que
  • 3. los avances en ciencia y tecnología, que se generan en las universidades, institutos y empresas privadas, se usan como instrumentos para generar más consumo, crear más estratificación social, y fomentar la capacidad de poder en aquellos que tienen la posibilidad de manipular este tipo de recursos. El conocimiento en este caso a un nivel general es usado como herramienta de las redes del consumo. Una de las consecuencias importantes de este fenómeno, como ya lo mencionamos, es que el incremento del poder que tiene el sistema de consumo (el afuera) es inversamente proporcional a la energía personal disponible para los intereses de la vida. La energía personal que es consumida por el trabajo que no tiene otra finalidad que la consecución del dinero para poder entrar en el sistema de consumo, nos deja tan debilitados que ni siquiera no permite acceder a un nivel de conciencia del contexto en el que nos movemos. Cuando no hay energía todas las dimensiones de nuestro ser se debilitan y entramos en un estado de desequilibrio, y desde este estado, por ejemplo, es que nos relacionamos con el mundo social. ¿Quién en nuestros días no siente estrés? ¿Acaso los centros que prestan servicios de salud no están llenos a diario de personas con dolencias derivadas del estilo de vida que llevamos? ¿Las relaciones cotidianas no están cada vez más cargadas de una agresividad latente? Si energéticamente nuestro ser está trastocado, necesariamente esto se traduce en el desequilibrio social al que lamentablemente nos hemos ido acostumbrando. La civilización occidental recurrentemente se pregunta por cuál o cuáles serían los sistemas políticos y sociales óptimos, llegando incluso a guerras por este cuestionamiento, quizá desde lo que estamos planteando la respuesta no se halle allí sino en la realidad personal de todos aquellos que conformamos la sociedad. ¿Y qué decir del mundo ambiental? La preocupación por el medio ambiente es objeto de creciente divulgación, no es un misterio para nosotros la extinción de cientos de especies, el deterioro de los ecosistemas, los cambios climáticos, la contaminación de las fuentes hídricas, la contaminación creciente en los alimentos, la inserción de aditivos químicos en las dietas, la manipulación genética de especies destinadas al consumo humano, etc. Evidentemente el modelo de desarrollo basado en el consumo ha contribuido a que la huella ambiental de la civilización aumente a pasos agigantados.