Este documento discute las perspectivas tradicionales sobre el Modernismo que enfatizan aspectos estéticos pero ignoran la complejidad ideológica del movimiento. El Modernismo enfrentó al statu quo al afirmar que el arte podía proveer significado vital y belleza espiritual que faltaba en la sociedad. Esto llevó a una "guerra literaria" entre los modernistas como Juan Ramón Jiménez y los conservadores. Jiménez veía al arte como una forma de ética que podía regenerar espiritualmente a la gente inmersa en actividades vac
Juan r. jiménez y el modernismo una visión de conjunto
1. Por Richard A. Cardwell (Universidad de Nottingham, Gran Bretaña)
La problemática modernista
La etiqueta «Modernismo» generalmente se refiere a una generación de artistas españoles y latinoamericanos que
iniciaron una revolución artística hacia 1880 en las Américas y que se asentó tardíamente en España en la última década
del siglo XIX. Las historias de literatura, escritas en su mayoría después de la Guerra Civil por Valbuena Prat y Díaz-
Plaja, entre otros, e incluso las historias más recientes, han presentado una visión de conjunto que, a la luz de nuevos
estudios en los últimos años, nos resultan sumamente imprecisas. Primero, sostienen que el movimiento, y sus orígenes
en las Américas («el retorno de los galeones») es inseparable de la versión española, empezando con la obra de Rubén
Darío quien llevó el nuevo «evangelio» a España en su segunda visita a la Península en 1899. Segundo, el Modernismo
se percibe como un movimiento esencialmente estético que extrae su inspiración eclécticamente de modelos literarios
europeos, principalmente franceses. Tercero, el movimiento fue homogéneo y surgió en España tardíamente en el
momento finisecular y fue abandonado por los artistas principales antes de 1910. Por último, careció de preocupaciones
serias y, hacia 1950, tenía poca relevancia.
Estos relatos, con su énfasis en cuestiones estéticas y en los orígenes literarios, han fracasado porque no han tomado en
serio el nuevo movimiento y han dejado de reconocer su complejidad y su visión ideológica. Esto sucede, en parte,
porque muy al principio los modernistas empezaron a explorar aspectos de la experiencia humana que a juicio del
sistema de ideas conservador eran de alguna manera subversivos. Les enfrentó al statu quo la afirmación de que el arte
podía suplir un sentido vital y una belleza espiritual del que carecía la sociedad mercantilista y filistea; su rechazo a un
arte basado en ideas cívicas e ideales nacionales, fomentado por una burguesa pragmática, así como su rechazo a un
sistema político y social desprestigiado.
La guerra literaria
El resultado fue lo que llamó Manuel Machado en 1913 «una guerra literaria»; mejor, una contienda ideológica que
continuaba a través del momento modernista hasta las historias escritas en el período franquista (1940-1965) y que
todavía está presente. Y Juan Ramón fue uno de los primeros en embestir a la «gente vieja». En la revista liberal, Vida
nueva, el joven Juan Ramón Jiménez contrastó la visión de «una dulcísima vida de ensueños» evocada en el drama
Rejas de oro de Timoteo Orbe con «la sociedad moderna [que] es un gran organismo material; se traga a los seres; los
digiere penosamente en su vientre ayudada por el jugo aurífero, y los arroja al exterior en excrementos nauseabundos. Al
lado de “la poderosa y grata fuerza moral” del drama antepone su cuadro de “una sociedad soez, rastrera”» 1. Para la
nueva generación el arte significaba tanto la moral (ética) como la belleza (estética) en contraste con la falta de valores
en el arte burgués. Y fue Juan Ramón, ante todos, que formuló la idea del arte como ética —«la ética estética»— una
teoría que iría a ser el asiento de casi toda su obra. En 1900, en la misma reseña de Rejas de oro, escribía nuestro poeta:
«Cuando solo en mi cuarto, huyendo de la conversación vulgar y baja de miras, me deleito saboreando manjares de
inspiraciones; cuando lejos de la vida material y solitario en el rincón de mi pueblo, me olvido del gran mundo que se
agita tras mis horizontes, impulsado por móviles rastreros; pienso amargamente, con desprecio y compasión, en esos
seres miserables que no sienten, que no piensan, que no sueñan ni lloran…» (pág. 218). La vida artística de
contemplación solitaria y sensibilidad será el motor para una regeneración espiritual del prójimo inmerso como está en
actividades que anulan una vida auténtica. Así el poeta irá a ser un tipo de sacerdote, un redentor; su arte será un
evangelio para una regeneración nacional. Y fue esta idea antes que el temor de nuevas formas estilísticas que promovió
la resistencia furibunda de la «gente nueva» y la que estimuló la «guerra literaria». Esta guerra se prosiguió en la prensa
literaria, en las aulas y ateneos y formó la manera en que iría a juzgarse el experimento modernista. En efecto la opinión
conservadora y su insistencia sobre lo revolucionario del estilo nuevo y sus denuncias del estilo de vida bohemia
(ensimismamiento, lo afeminado, lo cosmopolita, homosexualidad) se expresó de una manera que fomentaría la presente
y totalmente falsa versión del Modernismo2.
Los albores del Modernismo
En las últimas décadas del siglo XIX la lírica española se veía en crisis. Aunque la poesía cívica de Núñez de Arce, las
doloras de Campoamor, los versos jocosos-satíricos de Manuel del Palacio todavía reclamaban una atención burguesa,
el momento artístico-lírico claramente demostraba un anquilosamiento creativo. En La metafísica y la poesía de 1891