(oct.2014) Luis Nishizawa Flores (2.feb.1918-29.sep.2014), pintor mexicano de origen japonés por parte de padre, es conocido por su personal estilo dentro de la figuración en el arte, en el cual parte de un exquisito y expresivo realismo hasta un expresionismo con una importante carga de la cultura oriental, en la cual evidencia sus raíces mexicanas y japonesas.
Producción original: Carlos Rangel
2. Luis Nishizawa Flores (2 de febrero 1918 - 29 de septiembre 2014)
Foto: Guillermo Sologuren, abril 2008
La Jornada
Extracto del artículo de Augusto Isla publicado en La Jornada con motivo de
la muerte del Pintor mexicano Luis Nishizawa Flores a la edad de 96 años.
3. Luis Nishizawa posee genio.
Hay en Nishizawa algo de desmesura, de una rara facilidad –la que
concede el oficio- y haga lo que haga, marca sus frutos con una
sencillez inverosímil, como evocaciones de lo infinito que extiende su
niebla en la sinuosidad de las grises montañas.
Dones y oficio:
dones cultivados.
5. Nishizawa tiene una soltura
con que resuelve un encargo,
a lo que él, soberano de sus
propósitos, crea cumpliéndole
a su libertad el voraz apetito.
Ese misterio que de que
alguien nacido de un labriego
japonés –también diestro en
artes marciales– y una humilde
mujer mexicana, según
revelan los retratos que de
ellos pintó, haya podido
alcanzar tales excelencias en
el arte; pregunta de sociólogo
que no tiene solución.
6. La obra de Luis Nishizawa es un complejo mapa de huellas: las de un
infatigable cazador de objetos que, heridos por la luz, se transforman
en objetos poéticos, porque “la pintura es poesía que se ve”, decía
Leonardo.
El pintor va y viene por el mundo
de las cosas o de las presencias,
y sólo se detiene para
capturarlas en su más intensa
pulsación; todo es dócil si hay
una mano diestra y una mirada
que sabe recoger su esencia
cálida y verdadera.
La pintura de Nishizawa posee
verdad, como quería Velázquez.
7. Mural en cerámica en la ENAP (Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM)
Fuente: commons.wikimedia.org
8. Todos los caminos son posibles; todos los recursos, eficaces.
La verdad no es identidad o reiteración expresiva. Desde Picasso,
la pintura rompe con el axioma cartesiano; el artista no está
obligado a ser idéntico a sí mismo; él es su quehacer, y éste
adopta la naturaleza de un juego multiforme, de aquí y ahora.
La creación en el arte contemporáneo
es un carnaval, una respuesta lúdica;
cada obra se resuelve con un disfraz y
apuesta al encuentro insospechado: es
una sorpresa.
Nishizawa nunca es el mismo, pero es
reiteración a un tiempo: es un artista de
aquí y ahora
9. Siempre lo reconoceremos, aunque él se
esconda como un niño travieso, al que le gusta
pintar niños que son tan suyos y, al propio
tiempo, remembranzas del encantamiento
infantil que fascinó a un Diego Rivera, o a un
Ángelo de Cosimo, conocido como Bronzino,
ese prodigio que tanto
admira Eva Zepeda,
compañera de vida
de Luis -con quien se
casó a los 45 años y
madre de sus 4 hijos-,
ángel Tutelar suyo,
buena Pintora y gran
Regresando, amiga.
obra de Eva Zepeda
10. El artista es hijo de su tiempo, y Nishizawa lo es de sus más altas
virtudes. Nishizawa recupera de la ”escuela mexicana” un espíritu de
indagación que se orienta hacia el universo propio y se inclina sobre
lo entrañable: el paisaje y sus hombres, el pasado y sus prodigios
olvidados. Ya recrea, en su mural El aire es vida, niños y deidades
prehispánicas; ya atrapa en sus bocetos el soplo delicadísimo de
gestos y rostros que encuentra a su paso por Chiapas, Oaxaca o
Yucatán; ya rinde tributo a la majestad de la Barranca del Cobre.
11. Nishizawa dialoga con esa realidad confinada por sus secretos.
México y Japón comparten las devociones de Luis: admiró a Foujita
y fue amigo de Toneyama, con quien realizó las calcas de relieves
prehispánicos: con la técnica Taku-Hon.
Mas el realismo de
Nishizawa no es
sujeción a la
objetividad. Nishizawa
transmuta sus objetos
con una mirada que los
ilumina y esencializa;
practica una suerte de
abstracción amorosa;
dispone un orden
nuevo para las cosas,
las depura: montañas,
valles, peces, langostas,
aves. Langosta dorada, mixografía, 1978
12. Se reconoce discípulo de sus maestros, pero también se remonta a
Velasco en quien admira, entre otras cosas, su modernidad; roza el
expresionismo de José Clemente Orozco; bebe de las fuentes del
arte japonés, fiel a su mestizaje acendrado por la admiración a su
padre.
Es felizmente mestizo. No sólo por destino, sino por elección estética.
Es confluencia de lenguajes plásticos, de temperamentos: el buen
gusto de Snyders o Chardin, la tradición de los Kanó, el ímpetu de
Velasco.
Mural en la Suprema Corte de Justicia,
Ciudad de México
Tlacayapan, acuarela
13. No escapa a ese clima de introspección nacional en el cual crece,
ni al influjo de sus monstruos, pues ya rinde un homenaje a Siqueiros
en una calabaza hiperbólica; ya a Rivera, pintando a unos niños que
arman un Judas; ya internándose en la recreación de las tradiciones
populares, como en La Pasión de Ixtapalapa.
Obra que se presentó en una muestra
titulada Panoramas
La Pasión de Iztapalapa
14. Nishizawa encuentra en el dibujo expresionista de Orozco la
inspiración para aludir a su emoción trágica en litografías
como Caín; recoge la tradición del esperpento, tan familiar al arte
español y mexicano –Goya y Valle-Inclán, Cuevas y Revueltas–, en su
serie Las vacas flacas y los sueños rotos, para dramatizar mejor su
visión de lo grotesco; si se remonta a Velasco, es sólo para aprender
de él ese sentido para
apropiarse la luz y la
distancia; y si se adentra
en la tradición japonesa,
es para no olvidar la
lección, para administrar
la profundidad y la
sabiduría, para guardar
silencio sobre la tela.
16. El espacio, color y desnudez
Inevitablemente tocado por la
historia, por la sociedad que en él
cristaliza, Nishizawa acaba siendo él,
alfaguara de inventivas sorprendentes
como en El lecho del Universo,
metafórico petate diseñado para el
Museo de Arte Moderno de Toluca;
espacio entrañable de la vida, del
amor, de la muerte, para un pueblo
que le duele, que nos duele, en su
pobreza y desamparo.
Paisaje Tepoztlán,
dibujo en tinta, 1988
17. No es ecléctico.
No imita a Orozco ni a Velasco ni
es un pintor oriental ortodoxo; es
dueño de una libertad que lo
distancia.
Nishizawa no le teme al vacío; por
el contrario, gusta de la desnudez
del espacio, de esa austeridad
japonesa, pero también mexicana
que nos remite a la arquitectura
de sus pueblos o al genio de Luis
Barragán.
Colibrí, serigrafía
18. Alarido y silencio, ensimismamiento y alteración. En cada aventura,
se guía por la correspondencia entre emoción y forma; en ésta
radica la modulación personalísima de su obra. Sin necesidad de ser
actual, a veces sólo busque acordes cromáticos. Más bien, hay una
urgencia de validez, de sinceridad, de exploración, asida siempre de
una técnica sólida, de un dibujo que no titubea.
19. En los paisajes de Nishizawa cantan la majestad del mundo; en las
naturalezas muertas que son alegorías de una placidez cósmica a la
que el hombre estorba con su estupidez, con su ruido.
El Pedregal
20. El color es casi todo. Desde antes de pintar, la primera vivencia que
guarda su memoria lleva una impronta de color: las flores que
adornan el pequeño ataúd de su hermano, que su padre coloca
sobre una mesa cubierta por un mantel blanquísimo. Como vivencia,
como recurso pictórico, el color es primordial. Desde su juventud
hasta su obra reciente, en la que el artista renuncia en apariencia a
la composición, distribuye de modo azaroso los elementos, se
concentra en el color; hacinamientos de langostas, puñados de
caracoles como arrojados con descuido por un titán sobre la arena.
21. A Nishizawa no le importa ser antiguo o moderno; le interesa el
diálogo verdadero con el objeto de su emoción. Pero, curiosamente,
es siempre moderno. Nishizawa deja un espacio de lienzo a la
imaginación del observador; a veces, lo persuade con delicadeza,
como en sus tintas paisajísticas; otras, lo invita vehemente, como en
esas naturalezas muertas que contrastan elementos perfectamente
dibujados con grandes vacíos formados por densos empastados o
por esos fondos orificados evocadores de fervores orientalistas.
Pera, óleo sobre taba
22. Tampoco le importan a Nishizawa las modas temáticas. Ningún
objeto es insignificante para el artista; insectos, peces, rocas,
jubilosos pimientos. Pero no hay él un “culto bobo” a la naturaleza,
sino la permanencia de un asombro, un espíritu curioso, hambriento
de las cosas y de las sensaciones que pueblan el mundo de los
hombres.
23. El artista responde a los dictados interiores
y pinta. Lo importante es pintar; lo de
menos, los recursos; puede valerse de la
miniatura o del mural, del realismo o de la
abstracción.
De ahí, su controversia, en otro tiempo,
con los pintores de izquierda que
anteponen “los mensajes” al buen oficio.
24. Fuente: Facebook
Museo Taller Luis Nishizawa
Nishizawa es necesidad de
pintar, de decirnos plásticamente
la vida.
Su pintura es alusión a esa
necesidad; pero es también, de
paso, reflejo de su devoción, de
su lealtad a esos misteriosos
dones que nada serían de no
haber sido cultivados.