1. El Casilla
Tras la guerra civil, Román Casilla volvió a su tierra, Montehermoso, un pueblo extremeño
próximo a las Hurdes, que no era lo que indicaba su nombre: ni el monte sobre el que se alzaba, ni
el pueblo en sí eran hermosos.
Román era un soldado republicano que venía de perder la guerra contra los franquistas. Era
un joven pelirrojo de ojos castaños muy alto y delgado. En su pueblo no se encontró una estampa
agradable: no había comida ni dinero para comprar lo poco que había. Así que para poder sobrevivir
y mantener a su mujer e hijos tuvo que hacerse contrabandista de tabaco y café, dedicación a la que
se vieron obligados muchos hombres para mantener a sus familias y no morirse de hambre.
Pasaron los años y Román ya era un contrabandista profesional: tenía los mejores caballos y
era muy respetado y querido por todos. La Guardia Civil no le había descubierto ninguna vez, hasta
que Caín, otro contrabandista, famoso en el mundillo por ser un confidente de los verdes, se fue de
la lengua. Caín hizo un trato con la Guardia Civil: él les reveló cuándo y por dónde iban a pasar
Román y su compañero Daniel, y a cambio los guardias le dejaron pasar su mercancía.
En el lugar y la hora donde había dicho Caín estaban puntuales los dos contrabandistas y,
efectivamente, allí aparecieron los guardias, que les quitaron la mercancía que llevaban y les
pusieron una multa de mil pesetas, y además también los detuvieron. Durante los tres días que
estuvieron en detenidos trazaron un plan para no volver a ser descubiertos ya que los días que
pasaron en el calabozo habían sufrido palizas y apenas les daban de comer y de beber.
Una vez, estuvieron a punto de embargarle la casa debido a que un secretario de los
juzgados era muy corrupto y se quedaba con el dinero de las multas. Pasaban los meses y seguían
sin ser descubiertos debido a su mejor organización. Cada noche Román se despedía de los suyos
por si no volvía; al rayar el alba salía con su inseparable amigo Daniel hacia Portugal a buscar la
mercancía y cruzaban los numerosos pueblos de Sierra de Gata hiciese frío, calor, lluvia o nieve.
Gracias a sus habilidades acumuló muchísimo dinero y podía haber dejado una gran
herencia a sus familiares, pero no fue así ya que a Román le gustaba mucho la juerga y el
cachondeo e igual que lo ganaba lo malgastaba.
Esta es una historia basada en hechos reales -puede gustar más o menos-, porque Román era
mi bisabuelo.
Mi abuelo siguió los pasos de mi bisabuelo y durante su juventud fue contrabandista de
tabaco, café, trigo y aceite. Durante los años posteriores a la guerra esos productos estaban
intervenidos y no se podían comprar en ningún sitio, por eso mi abuelo y sus compañeros los
2. dejaban en la estación de Empalme, actual Monfragüe. Allí los trabajadores de Renfe los recogían y
los distribuían por Madrid, Valladolid y otros lugares.
Como anécdota puedo contar que debido al gran parecido de mi padre con mi bisabuelo, un
viejo compañero de Román reconoció a mi padre en un lugar perdido de las Hurdes.
Sonia Carpintero Bay, 2.º ESO B