1 sostenibilidad como revolucion cultural vilches et al 2010
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La sostenibilidad como [r]evolución cultural,
tecnocientífica y política
La sostenibilidad aparece como "la idea central unificadora más necesaria en este momento de
la historia de la humanidad" (Bybee, 1991), pero es preciso deshacer los malentendidos
surgidos en torno a este concepto y, más concretamente, al de Desarrollo Sostenible,
introducido por la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (1988), saliendo al
paso de la grave confusión entre desarrollo y crecimiento.
El concepto de sostenibilidad surge por vía negativa, como resultado
de los análisis de la situación del mundo, que puede describirse como
una “emergencia planetaria” (Bybee, 1991), como una situación
insostenible que amenaza gravemente el futuro de la humanidad.
Un futuro amenazado es, precisamente, el título del primer capítulo
de Nuestro futuro común, el informe de la Comisión Mundial del
Medio Ambiente y del Desarrollo, conocido como Informe
Brundtland (CMMAD, 1988), a la que debemos uno de los primeros
intentos de introducir el concepto de sostenibilidad o sustentabilidad:
"El desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las
necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad
de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades".
Se trata, en opinión de Bybee (1991), de "la idea central unificadora
más necesaria en este momento de la historia de la humanidad", aunque se abre paso con dificultad y
ha generado incomprensiones y críticas que es preciso analizar.
Una primera crítica de las muchas que ha recibido la definición de la CMMAD es que el concepto de
desarrollo sostenible apenas sería la expresión de una idea de sentido común (sostenible vendría de
sostener, cuyo primer significado, de su raíz latina “sustinere”, es "sustentar, mantener firme una
cosa") de la que aparecen indicios en numerosas civilizaciones que han intuido la necesidad de
preservar los recursos para las generaciones futuras.
Es preciso, sin embargo, rechazar contundentemente esta crítica y dejar bien claro que se trata de un
concepto absolutamente nuevo, que supone haber comprendido que el mundo no es tan ancho e
ilimitado como habíamos creído. Hay un breve texto de Victoria Chitepo, Ministra de Recursos
Naturales y Turismo de Zimbabwe, en Nuestro futuro común (el informe de la CMMAD) que expresa
esto muy claramente: "Se creía que el cielo es tan inmenso y claro que nada podría cambiar su color,
nuestros ríos tan grandes y sus aguas tan caudalosas que ninguna actividad humana podría cambiar su
calidad, y que había tal abundancia de árboles y de bosques naturales que nunca terminaríamos con
ellos. Después de todo vuelven a crecer. Hoy en día sabemos más. El ritmo alarmante a que se está
despojando la superficie de la Tierra indica que muy pronto ya no tendremos árboles que talar para el
desarrollo humano". Y ese conocimiento es nuevo: la idea de insostenibilidad del actual desarrollo es
reciente y ha constituido una sorpresa para la mayoría. Y es nueva en otro sentido aún más profundo:
se ha comprendido que la sostenibilidad exige planteamientos holísticos, globales; exige tomar en
consideración la totalidad de problemas interconectados a los que la humanidad ha de hacer frente y
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que sólo es posible a escala planetaria, porque los problemas son planetarios: no tiene sentido aspirar
a una ciudad o un país sostenibles (aunque sí lo tiene trabajar para que un país, una ciudad, una acción
individual, contribuyan a la sostenibilidad). Esto es algo que no debe escamotearse con referencias a
algún texto sagrado más o menos críptico o a comportamientos de pueblos muy aislados para quienes
el mundo consistía en el escaso espacio que habitaban.
Una idea reciente que avanza con mucha dificultad, porque los signos de degradación han sido hasta
recientemente poco visibles y porque en ciertas partes del mundo los seres humanos hemos visto
mejorados notablemente nuestro nivel y calidad de vida en muy pocas décadas.
La supeditación de la naturaleza a las necesidades y deseos de los seres humanos ha sido vista
siempre como signo distintivo de sociedades avanzadas, explica Mayor Zaragoza (2000) en Un
mundo nuevo. Ni siquiera se planteaba como supeditación: la naturaleza era prácticamente ilimitada y
se podía centrar la atención en nuestras necesidades sin preocuparse por las consecuencias
ambientales y para nuestro propio futuro. El problema ni siquiera se planteaba. Después han venido
las señales de alarma de los científicos, los estudios internacionales… pero todo eso no ha calado en
la población, ni siquiera en los responsables políticos, en los educadores, en quienes planifican y
dirigen el desarrollo industrial o la producción agrícola…
Mayor Zaragoza señala a este respecto que "la preocupación, surgida recientemente, por la
preservación de nuestro planeta es indicio de una auténtica revolución de las mentalidades: aparecida
en apenas una o dos generaciones, esta metamorfosis cultural, científica y social rompe con una larga
tradición de indiferencia, por no decir de hostilidad".
Ahora bien, no se trata de ver al desarrollo y al medio ambiente como contradictorios (el primero
"agrediendo" al segundo y éste "limitando" al primero) sino de reconocer que están estrechamente
vinculados, que la economía y el medio ambiente no pueden tratarse por separado. Después de la
revolución copernicana que vino a unificar Cielo y Tierra, después de la Teoría de la Evolución, que
estableció el puente entre la especie humana y el resto de los seres vivos… ahora estaríamos
asistiendo a la integración ambiente-desarrollo (Vilches y Gil, 2003). Podríamos decir que,
sustituyendo a un modelo económico apoyado en el crecimiento a ultranza, el paradigma de economía
ecológica o verde que se vislumbra plantea la sostenibilidad de un desarrollo sin crecimiento,
ajustando la economía a las exigencias de la ecología y del bienestar social global (Ver crecimiento
económico y sostenibilidad).
Son muchos, sin embargo, los que rechazan esa asociación y señalan
que el binomio “desarrollo sostenible” constituye un oxímoron, es
decir, la unión de dos conceptos contrapuestos, una contradicción en
suma, una manipulación de los “desarrollistas”, de los partidarios
del crecimiento económico, que pretenden hacer creer en su
compatibilidad con la sostenibilidad ecológica (Naredo, 1998;
García, 2004; Girault y Sauvé, 2008).
La idea de un desarrollo sostenible, sin embargo, no tiene nada que
ver con ese desarrollismo y significa, como señala Maria Novo (2006), "situarse en otra óptica;
contemplar las relaciones de la humanidad con la naturaleza desde enfoques distintos". Se trata de un
concepto que parte de la suposición de que puede haber desarrollo, mejora cualitativa o despliegue de
potencialidades, sin crecimiento, es decir, sin incremento cuantitativo de la escala física, sin
incorporación de mayor cantidad de energía ni de materiales. Con otras palabras: es el crecimiento lo
que no puede continuar indefinidamente en un mundo finito, pero sí es posible el desarrollo. Posible y
necesario, porque las actuales formas de vida no pueden continuar, deben experimentar cambios
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cualitativos profundos, tanto para aquéllos (la mayoría) que viven en la precariedad como para el 20%
que vive más o menos confortablemente. Y esos cambios cualitativos suponen un desarrollo (no un
crecimiento) que será preciso diseñar y orientar adecuadamente.
Precisamente, otra de las críticas que suele hacerse a la definición de la CMMAD es que, si bien se
preocupa por las generaciones futuras, no dice nada acerca de las tremendas diferencias que se dan en
la actualidad entre quienes viven en un mundo de opulencia y quienes lo hacen en la mayor de las
miserias. Es cierto que la expresión “… satisface las necesidades de la generación presente sin
comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades" puede
parecer ambigua al respecto. Pero en la misma página en que se da dicha definición podemos leer:
“Aun el restringido concepto de sostenibilidad física implica la preocupación por la igualdad social
entre las generaciones, preocupación que debe lógicamente extenderse a la igualdad dentro de cada
generación”. E inmediatamente se agrega: “El desarrollo sostenible requiere la satisfacción de las
necesidades básicas de todos y extiende a todos la oportunidad de satisfacer sus aspiraciones a una
vida mejor”. No hay, pues, olvido de la solidaridad intrageneracional (Ver reducción de la pobreza).
Nada justifica, pues, que se califique el concepto de desarrollo sostenible como una nueva
mistificación del Norte para continuar alegremente sus prácticas de crecimiento insostenible e
insolidario (aunque en la mente de algunos empresarios y políticos anide esta significación) y, en
definitiva, no tiene sentido ver la educación para la sostenibilidad, tal como la hemos caracterizado,
como contrapuesta a la educación ambiental; al contrario, como afirma María Novo (2009)
refiriéndose a esta última, “no podemos dudar de su condición de instrumento insustituible para el
desarrollo sostenible”.
Algunos cuestionan la idea misma de sostenibilidad en un universo regido por el segundo principio de
la termodinámica, que marca el inevitable crecimiento de la entropía hacia la muerte térmica del
universo. Nada es sostenible ad in eternum, por supuesto… y el Sol se apagará algún día… Pero
cuando se advierte contra los actuales procesos de degradación a los que estamos contribuyendo, no
hablamos de miles de millones de años sino, desgraciadamente, de unas pocas décadas. Preconizar un
desarrollo sostenible es pensar en nuestra generación y en las futuras, en una perspectiva temporal
humana de cientos o, a lo sumo, miles de años. Ir más allá sería pura ciencia ficción. Como dice
Ramón Folch (1998), “El desarrollo sostenible no es ninguna teoría, y mucho menos una verdad
revelada (…), sino la expresión de un deseo razonable, de una necesidad imperiosa: la de avanzar
progresando, no la de moverse derrapando”. Hablamos de sostenibilidad “dentro de un orden”, o sea
en un período de tiempo lo suficientemente largo como para que sostenerse equivalga a durar
aceptablemente y lo bastante acotado como para no perderse en disquisiciones.
Cabe señalar que todas esas críticas al concepto de desarrollo sostenible no representan un serio
peligro; más bien, utilizan argumentos que refuerzan la orientación propuesta por la CMMAD y el
“Plan de Acción” de Naciones Unidas (Agenda 21) y salen al paso de sus desvirtuaciones. El
autentico peligro reside en la acción de quienes siguen actuando como si el medio pudiera soportarlo
todo… que son, hoy por hoy, la inmensa mayoría de los ciudadanos y responsables políticos. No se
explican de otra forma las reticencias para, por ejemplo, aplicar acuerdos tan modestos como el de
Kioto para evitar el incremento del efecto invernadero. Ello hace necesario que nos impliquemos
decididamente en esta batalla para contribuir a la emergencia de una nueva mentalidad, una nueva
forma de enfocar nuestra relación con el resto de la naturaleza. Como señala Sachs (2008, p.120),
"tendremos que apreciar con urgencia que los desafíos ecológicos no se resolverán por sí solos ni de
forma espontánea (…) la sostenibilidad debe ser una elección, la elección de una sociedad global que
es previsora y actúa con una inusual armonía".
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Se hace necesario, a este respecto, precisar el alcance que damos a esta elección por la sostenibilidad.
De hecho se distingue entre sostenibilidad débil y sostenibilidad fuerte (también denominada
profunda o radical). La primera considera que el capital natural puede ser sustituido por capital
humano, fruto del desarrollo tecnocientífico, con tal de que el nivel total permanezca constante; el
criterio de sostenibilidad fuerte, en cambio, toma en consideración la existencia de un capital natural
crítico que no puede sustituirse por el humano. Este capital natural crítico puede definirse entonces
como capital natural que es responsable de funciones medioambientales esenciales y que no puede
sustituirse por capital humano. Naturalmente, en ocasiones resulta difícil determinar hasta qué punto
la capacidad de dar lugar a los flujos de bienes y/o servicios de determinado capital natural puede ser
sustituido por capital humano. Pero eso mismo obliga a aplicar el principio de precaución y a
conservar y proteger dicho capital natural como crítico mientras no haya plenas garantías de su
posible sustitución por capital humano. Se trata, pues, de optar por la sostenibilidad fuerte.
Sería iluso, en definitiva, pensar que el logro de sociedades sostenibles es una tarea simple. Se
precisan cambios profundos que explican el uso de expresiones como "revolución energética",
"revolución del cambio climático", etc. Mayor Zaragoza (2000) insiste en la necesidad de una
profunda revolución cultural y la ONG Greenpeace ha acuñado la expresión [r]evolución por la
sostenibilidad, que muestra acertadamente la necesidad de unir los conceptos de revolución y
evolución: revolución para señalar la necesidad de cambio profundo, radical, en nuestras formas de
vida y organización social; evolución para puntualizar que no se puede esperar tal cambio como fruto
de una acción concreta, más o menos acotada en el tiempo.
Dicha [r]evolución por un futuro sostenible exige de todos los actores sociales romper con:
• planteamientos puramente locales y a corto plazo, porque los problemas sólo tienen solución si
se tiene en cuenta su dimensión glocal (a la vez local y global);
• la indiferencia hacia un ambiente considerado inmutable, insensible a nuestras "pequeñas"
acciones; esto es algo que podía considerarse válido mientras los seres humanos éramos unos
pocos millones, pero ha dejado de serlo con más de 6500 millones;
• la ignorancia de la propia responsabilidad: por el contrario, lo que cada cual hace -o deja de
hacer- como consumidor, profesional y ciudadano tiene importancia;
• la búsqueda de soluciones que perjudiquen a otros: hoy ha dejado de ser posible labrar un futuro
para "los nuestros" a costa de otros; los desequilibrios no son sostenibles.
Por esa razón, Naciones Unidas, frente a la gravedad y urgencia de los problemas a los que se enfrenta
hoy la humanidad, ha instituido una Década de la Educación para un futuro sostenible (2005-
2014), designando a UNESCO como órgano responsable de su promoción y encareciendo a todos los
educadores a asumir un compromiso para que toda la educación, tanto formal (desde la escuela
primaria a la universidad) como informal (museos, medios de comunicación...), preste
sistemáticamente atención a la situación del mundo, con el fin de fomentar actitudes y
comportamientos favorables para el logro de un desarrollo sostenible (Gil Pérez et al., 2006).
Los distintos Temas de Acción Clave, que pueden consultarse en esta misma web, abordan el
conjunto de problemas que caracterizan la actual situación de emergencia planetaria, sus causas y las
medidas necesarias y posibles para hacerles frente. El estudio de cada uno de estos aspectos permite
constatar la estrecha vinculación del conjunto. La figura 1 intenta plasmar esta vinculación, es decir,
el carácter sistémico de la problemática de la sostenibilidad, que obliga a un tratamiento conjunto de
los problemas mediante medidas tecnocientíficas, educativas y políticas también estrechamente
asociadas.
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Referencias en este tema “Sostenibilidad como [r]evolución cultural, tecnocientífica y política
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GARCÍA, E. (2004). Medio ambiente y sociedad. La civilización industrial y los límites del planeta.
Madrid: Alianza Editorial.
GIL PÉREZ, D., VILCHES, A., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2006). Década de la Educación
para un futuro sostenible (2005-2014). Un necesario punto de inflexión en la atención a la situación
http://www.oei.es/decada/accion000_contenido.php 13/10/2010
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GIRAULT, Y. y SAUVÉ, L. (2008). L’éducation scientifique, l’éducation à l’environnement et
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MAYOR ZARAGOZA, F. (2000). Un mundo nuevo. Barcelona: UNESCO. Círculo de lectores.
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NOVO, M. (2006). El desarrollo sostenible. Su dimensión ambiental y educativa. Madrid: UNESCO-
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SACHS, J. (2008). Economía para un planeta abarrotado. Barcelona: Debate.
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Madrid: Cambridge University Presss. Capítulo 6.
Cita recomendada
VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2010). «La sostenibilidad como
[r]evolución cultural, tecnocientífica y política» [artículo en línea]. OEI. ISBN 978-84-7666-213-7
[Fecha de consulta: dd/mm/aa].
<http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=000>
Algunos enlaces de interés en este tema “Sostenibilidad como [r]evolución cultural,
tecnocientífica y política”
Agenda 21 Local, Portal de los pueblos y ciudades sostenibles
Ambiente y desarrollo en América Latina
Década por una Educación para la Sostenibilidad
Declaración de Johannesburgo sobre Desarrollo Sostenible
Naciones Unidas, Agenda 21
Naciones Unidas, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Desarrollo
Sostenible y Asentamientos Humanos
Naciones Unidas, Departamento de Economía y Asuntos Sociales División para el Desarrollo
Sostenible
Naciones Unidad División de Desarrollo Sostenible Programa 21
Observatorio de Sostenibilidad de España (OSE)
UNESCO, OREALC, Década de la Educación para el Desarrollo Sostenible
Unión Europea, Desarrollo Sostenible
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Les invitamos a remitir sus aportaciones que serán entregadas al Comité Académico para su
valoración.
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