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ESTUDIO DE LA ESCUELA DOMINICAL DE LA IGLESIA EVANGÉLICA NUEVA VIDA

HISTORIA DE LA IGLESIA

Tema 3. Padres Apostólicos. Vida de los cristianos. Culto cristiano

        1. El cristianismo en el siglo II. Los personajes mas importantes de esta época y su
           función en la Iglesia. Padres Apostólicos Ignacio de Antioquía etc.
        2. La vida de los cristianos.
        3. El culto cristiano. María y los santos.
            Origen del culto cristiano: desarrollo, bautismo, cena del Señor, confesión y
                perdón de pecados.
            Organización de la iglesia y su influencia en el culto: clero y fieles.
            El culto a la virgen.
            El culto a los santos.

1. El cristianismo en el siglo II. Los personajes mas importantes de esta época y su función
   en la Iglesia. Padres Apostólicos .

La Iglesia cristiana de final del siglo I y durante el siglo II recibió el magisterio y los textos que
escribieron un grupo de personas que consideraban discípulos directos de los apóstoles.
Estas cartas y textos se leían en las iglesias y tuvieron durante mucho tiempo una
consideración casi tan alta como el resto de libros que conforman hoy el NT. Se llaman
padres apostólicos a los autores del cristianismo primitivo que, según la tradición, tuvieron
algún contacto con uno o más de los apóstoles de Jesús de Nazaret. Se trata de escritores de
los siglos I y II.

Son Bernabé, Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía, Policarpo y el Pastor de Hermas.
Luego la lista se ha ido ampliando y reduciendo de acuerdo con los estudios de patrología. Por
ejemplo, se considera también la carta a Diogneto como parte de los escritos de los padres
apostólicos pero ya no la narración del martirio de Ignacio de Antioquía.

Dado que resulta complicado demostrar por medio de datos históricos que esos autores
tuvieran un contacto con los apóstoles, normalmente se consideran los elementos literarios:
uso del griego semejante al que se da en los textos canónicos del Nuevo Testamento, modo
de expresar el contenido de la predicación y, por supuesto, los mismos contenidos
relacionados con el Evangelio anunciado en los primeros años del cristianismo.

La mayoría de estos escritos son cartas de contenido pastoral y exhortativo. Casi ni se
presenta la apología aunque sí alerta de herejías o posibles cismas.

    a. Importancia de los Padres Apostólicos
    La exposición de la fe evidente en los escritos de estos autores destella sobre los
    posteriores escritos de otros autores cristianos con el debate anti herético que caracterizó
    al segundo eslabón en la cadena del cristianismo (los apologetas). En todo caso, el talante
    literario de estos documentos y de los personajes que los crearon está más motivado por
    exponer la fe que por defenderla del error.
Los mismos Padres poseían una clara conciencia de su posición de sucesores, Clemente
    escribió que su carta fue escrita a impulsos del Espíritu e Ignacio al tiempo que se reconoce
    en línea de continuidad con los doce, indica: "Yo no puedo imponerles mandatos del valor
    que tienen los de Pedro y Pablo, ellos eran apóstoles; yo no soy más que un condenado a
    muerte". Con todo, la conciencia de ser el eslabón inmediato en la cadena que por los
    apóstoles unía a los creyentes con el Señor les hizo emplear la palabra predicada y escrita
    con un acento único, a tal grado que después de los libros neo testamentarios, no hay un
    conjunto de obras que proporcionen impresión tan inmediata de la comunidad
    congregada en torno a la fe en Jesucristo como los padres apostólicos.
    b. Lista de textos
         - Epístola de Bernabé. Se trata de un tratado atribuido a José Bernabé, compañero
            de Pablo de Tarso. En su carta hace una interpretación alegórica del Antiguo
            Testamento.
         - La primera carta que Clemente de Roma o Clemente Romano escribió a los
            corintios. Se cree que Clemente fue convertido al cristianismo por el apóstol
            Simón Pedro. Les remite la carta pues la iglesia había depuesto a sus ancianos y el
            les conmina a rectificar.
         - Las cartas de Ignacio de Antioquía, mártir y obispo de Antioquía. Exhorta a las
            iglesias a la unidad y a mantenerse bajo la autoridad de sus pastores.
         - La Carta a los filipenses de Policarpo de Esmirna. Discípulo según Ireneo de Lyon
            de Juan el Apóstol. Les escribe porque había disensiones en la iglesia y les conmina
            a resolver sus disputas y a tener una buena comunión.
         - El Pastor de Hermas de Roma, se le considera apostólico debido a la mención de
            un Hermas que se hace en la carta de Pablo a los romanos (Rm 16, 14). Muy
            centrada en el valor del bautismo y la condena que es para los creyentes el
            pecado.
         - Los fragmentos de la Explicación de los dichos del Señor de Papías de Hierápolis
            (quien habría sido discípulo de Juan el Apóstol según testimonio de Ireneo). Los
            mas extensos hablan sobre como será la vida tras la venida del Señor.
         - La Didaché es el hijo pródigo de estos escritos por ser el más tardío en descubrirse
            e incorporarse al grupo, y haber llegado, sin embargo, a ser el más importante de
            todos ellos. Es una manual de enseñanza y vida cristiana.

Uno lee estos documentos tanto con aprecio como con intranquilidad. Todos muestran un
profundo amor hacia Cristo y una alta estima por la unidad de la iglesia y su comunión.
También una exhortación hacia vivir una vida consecuente como cristianos, desde este punto
de vista su lectura es edificante pues nos muestra una iglesia primitiva edificada en los buenos
fundamentos. Pero por otro lado, algunas de sus enseñanzas son preocupantes, quizás por el
momento en que vivían, como por ejemplo el deseo del martirio, otras por falta de un buen
conocimiento de los otros libros revelados como las enseñanzas sobre el bautismo y el
pecado de Hermas y en la mayoría un énfasis incorrecto en las buenas obras para la
salvación.

2. La vida de los cristianos
Aunque los cristianos se sentían y vivían como miembros de un pueblo escogido y apartado
para Dios, mantenían una relación con las personas con las que convivían y tenían unas
responsabilidades sociales, como Pablo les había enseñado, así que oraban por sus
gobernantes y eran considerados en su mayoría buenos ciudadanos. Luego veremos en otro
momento por qué fueron perseguidos y cual fue su actitud ante esta situación.

Se ve pronto en la Escritura que gente de todo tipo se convertían al cristianismo, así que
había gente de una clase social alta junto con grupos de personas de todo tipo incluyendo los
esclavos.

Los cristianos eran en su mayoría gente muy comprometida, mucho mas cuando empezaron a
ser perseguidos por el único hecho de creer en Cristo y pertenecer a la iglesia.

En general los cristianos de estos primeros siglos llevaban una vida ascética donde se
practicaba el ayuno los viernes y a veces los miércoles. Algunos recomiendan el rezo del
Padre Nuestro tres veces al día. Empiezan algunas prácticas un poco mas extrañas como que
para el perdón de los pecados no solamente había que pedirle perdón a Dios sino ofrecer un
sacrificio personal. La iglesia era muy generosa con los pobres y viudas a los que atendían en
un momento en el que no existía ninguna atención especial por estas personas.

Los cristianos ya vivían en esos momentos las típicas dificultades para vivir una vida de fe
plena y la resolución de los problemas que tenían que ver con su trabajo, las costumbres
sociales, las leyes del estado y la relación correcta con sus hermanos en la fe, lo mismo que
nosotros.

Tenían los mismos problemas que nosotros podemos tener con nuestros vecinos ó
compañeros en cuanto a la forma de divertirse. Los cristianos no participaban de todas las
diversiones públicas porque algunas eran inmorales y ellos no podían aceptarlas. Muchas
veces no podían aceptar puestos en el gobierno porque significaba aceptar una situación que
podría comprometerles en su fe.

   a. Los cristianos y la oración.
      Los cristianos de los primeros siglos distribuían su jornada entre su familia, su trabajo
      y la iglesia, siguiendo la costumbre romana se levantaban temprano y en su caso
      oraban. Los cristianos habían heredado del judaismo, y sobre todo de la enseñanza de
      Jesús la necesidad de la oración. Como los judíos, los cristianos oraban tres veces al
      día, y dos veces por la noche, aunque no hubiese sido ordenado oficialmente por los
      Apóstoles, pero lo recomendaban los Pastores para permanecer en contacto con Dios
      desde el despuntar del alba hasta la medianoche; la oración era la llave que abría y
      cerraba el día.
      Pero éstos no eran los únicos momentos de oración; los cristianos, siguiendo el
      mandato de Jesús, oraban sin interrupción (Le 18,1-8); las oraciones se multiplicaban
      a lo largo del día, en todo tiempo y en toda ocasión: antes de comer, antes del baño, al
      salir de casa. Orígenes aconsejaba a los cristianos que, si podían, tuviesen una
      habitación reservada para la oración y Tertuliano pedía que los cristianos se
      santiguasen antes de orar, haciendo el signo de la cruz sobre la frente; este acto de
      devoción lo repetían los cristianos a cada instante: «Al salir de casa y caminar, al
comenzar o concluir cualquier tarea, al vestirnos y calzarnos, al bañarnos y sentarnos a
   la mesa, en cualquier otro ejercicio diario, signamos nuestra frente con la cruz». La
   oración más frecuente en labios cristianos era el Padre Nuestro, que fue objeto de
   comentarios por parte de Tertuliano, Orígenes y Cipriano. Además del Padre Nuestro,
   tanto Tertuliano como Cipriano hablan de la oración en fórmulas espontáneas.
   Aunque Tertuliano aconseja orar de rodillas, sin embargo, los cristianos solían hacerlo
   de pie, con los brazos en alto y las palmas extendidas, lo mismo que Jesús había
   extendido los brazos en la cruz; éste es el gesto de la Orante tantas veces repetido en
   las pinturas de las catacumbas y en los relieves de los sarcófagos paleocristianos.

b. El ayuno y la lismona.
   Los cristianos ayunaban algunos días a la semana, no sólo porque era una tradición
   judía, sino también porque Jesús lo había recomendado reiteradamente. La Didajé
   menciona el ayuno semanal el miércoles y el viernes como de origen apostólico. En
   Roma el ayuno se extendió también al sábado. La práctica del ayuno se difundió
   ampliamente en la Iglesia durante el siglo II, tanto en el ámbito privado como en el
   cultual. Ireneo de Lyón es el primero en informar sobre la existencia de un ayuno
   preparatorio para la fiesta de la Pascua; que dará origen posteriormente a la
   Cuaresma. Al principio este ayuno no tenía una duración uniforme; en algunas Iglesias
   se limitaba a un día, en otras se alargaba a dos días, en otras, a tres, y en Roma y
   Alejandría a siete. El ayuno de cuarenta días (cuaresma) se estableció en la Iglesia de
   Roma en torno al año 350; y ya estaba plenamente organizada en tiempos del obispo
   Dámaso (366-384); era un tiempo de preparación inmediata y muy intensa para el
   bautismo de los catecúmenos y la reconciliación de los penitentes, a quienes
   acompañaba toda la comunidad con la práctica de la limosna, del ayuno y de una
   oración más intensa. En la Iglesia primitiva la limosna se entendía como algo que se
   hacía en conexión con la oración y el ayuno; y había que hacerla en secreto, como
   había dicho el Señor, que unió la limosna en secreto (Mt 6,2-4) con la oración en
   secreto (Mt 6,5-6) y el ayuno en secreto (Mt 6,16-18). Los Pastores escribieron
   reiteradamente sobre la limosna; pero sobresalió entre todos Cipriano, según el cual la
   limosna alcanza la gracia y expía las faltas diarias cometidas después del bautismo.
   Clemente Romano ponía la limosna por encima de la oración y del ayuno.

c. Los cristianos y la sociedad civil.
    Los cristianos de los tres primeros siglos se reconocen y se sienten perseguidos por
   las autoridades estatales, y mal considerados por la sociedad en general; sin
   embargo ellos se ven a sí mismos como parte de la sociedad; y los apologistas
   rechazan de palabra y por escrito la asociabilidad de que son tachados por la plebe.
   Tertuliano rechaza de plano la acusación de ausentismo atribuida a los cristianos y
   escribe: «Nosotros, los cristianos, no vivimos apartados del mundo; nosotros
   frecuentamos, como vosotros, el foro, los baños, los talleres, las tiendas, los
   mercados, las plazas públicas; nosotros ejercemos las profesiones de marineros, de
   soldados, de agricultores y de comerciantes, poniendo a vuestra disposición nuestro
   trabajo y nuestro ingenio». También es cierto, sin embargo, que los cristianos
   estaban plenamente convencidos de que, aunque formaban parte de la sociedad civil
circundante, no tenían ciudad permanente en este mundo, sino que estaban en
    camino hacia la ciudad definitiva del más allá; y por consiguiente, ni la sociedad, ni la
    política, ni el arte, tenían que ser considerados como elementos absolutos y
    definitivos, sino relativos y pasajeros. La moral cristiana les impedía participar, si no
    en todos, por lo menos en muchos eventos que se desarrollaban en la vida social de
    cualquier ciudad del Imperio Romano. Las diversiones y los espectáculos que, a lo
    largo de los días, las semanas, los meses y los años, tenían lugar en la vida de las
    ciudades, planteaban a los cristianos ciertas dificultades de conciencia provenientes
    del ámbito de la religión pagana, que les impedían participar en ellos, porque esto
    llevaría aparejado el consentir en el culto idolátrico. Tertuliano aprueba que los
    cristianos tomen parte en las fiestas de familia, como bodas y otras celebraciones
    domésticas, con tal de que se evite siempre cualquier compromiso religioso
    idolátrico. Los niños cristianos, como los paganos, tenían sus propios juegos infantiles;
    en las catacumbas se han encontrado lápidas y sarcófagos con niños que juegan al aro
    y grupos de niños que juegan a las «nueces»; y en el lóculo de una niña se ha
    encontrado incrustada en la argamasa una muñeca articulada de madera. Los Pastores
    condenaban sin reparos los juegos de azar que arruinaban a muchos padres de
    familia. Esta afición estaba tan arraigada, incluso entre los cristianos, que el Concilio de
    Elvira (305) apartó de la comunión eclesial a los fíeles sorprendidos jugando dinero a
    los dados. Con mayor razón se prohibía a los cristianos asistir al teatro por su origen
    ligado al culto de los dioses. Por tener que participar en ciertos actos de culto pagano,
    los cristianos tampoco podían desempeñar ciertos cargos públicos, especialmente el
    de flaminio que era un oficio originariamente sacerdotal pagano, pero que con el
    tiempo perdió esa condición sacral, y era más honorífico que religioso.

d. Los cristianos y el servicio militar.
   El cristianismo rechazó durante los tres primeros siglos todo cuanto en el Imperio
   Romano era pura mundanidad como ofrecer sacrificios rituales al Emperador y, por
   consiguiente, la obligación de reconocer a un puro hombre como presencia visible de
   la divinidad. Pero, por otra parte, esto no fue obstáculo para que los cristianos
   aceptaran una postura de clara e incondicional lealtad a la perdurabilidad del
   Imperio con todas sus consecuencias, una de las cuales era la constitución de un
   ejército profesional que lo defendiera. Es difícil saber como pudieron desarrollar su
   vida en el ejército los militares romanos que se convertían al cristianismo. Los
   testimonios contrarios al servicio militar empiezan a finales del siglo II y perdurarán
   hasta la paz constantiniana. Las persecuciones de Decio y de Valeriano provocaron el
   martirio de muchos soldados cristianos. En tiempos del emperador Diocleciano
   abundaban los cristianos en su ejército; y si no hubo muchos mártires entre ellos, se
   debió a que antes de empezar la persecución cruenta habían sido degradados y
   expulsados del ejército, precisamente por su condición de cristianos.

e. Los cristianos y la esclavitud.
    El mundo antiguo vivía obsesionado por la esclavitud, que consistía en que un
   hombre pertenecía a otro hombre como si de un objeto material se tratase. La
   esclavitud era algo temible para el individuo, pero también algo lógico para el grupo de
los esclavos; es decir, se aceptaba la esclavitud como algo normal en medio de
     aquella sociedad romana, en la que grandes multitudes de hombres esclavos servían
     a un grupo reducido de hombres libres. La esclavitud era un fantasma del que nadie
     podía considerarse libre para siempre; nadie, por poderoso que fuera, estaba exento
     de que no pudiera llegar un día en que perdiera su condición de libre para caer en la
     dura condición de esclavo. Eran muchos los motivos por los que alguien podía caer en
     la esclavitud: todo nacido de mujer esclava aunque el padre fuese libre, la guerra, el
     castigo por haber cometido un delito socialmente reprobable, padres que venden a
     sus hijos libres.
     La aparición del cristianismo supuso una verdadera revolución, al proclamar la
     igualdad absoluta de todos los hombres ante Dios. Su influencia sobre la desaparición
     de la esclavitud será lenta pero decisiva; la Iglesia suaviza y acorta las diferencias entre
     los esclavos y sus amos. El cristianismo, sin embargo, no se enfrentó directamente
     con este problema, pero su espíritu y su doctrina llevaban consigo unos principios
     éticos fundamentales que hacían imposible que la esclavitud se pudiera mantener
     porque era realmente incompatible con el cristianismo. Ya Pablo marcó la línea a
     seguir en la abolición progresiva de la esclavitud, despertando en los esclavos la
     conciencia, por una parte, de su dignidad personal, conduciéndolos a la aceptación de
     una situación que, aunque evidentemente injusta, su fe de cristianos se la hacía más
     soportable; y por otra parte recordando a los amos que sus esclavos son iguales a ellos
     ante Dios y, por tanto, les deben un trato benévolo.

f.   Los bienes de la iglesia.
     Cualquier grupo o asociación necesita unos medios materiales, por mínimos que sean,
     para conseguir sus fines; la Iglesia primitiva no escapaba a esta regla sociológica; pero
     el cristianismo era una religión ilícita en el Imperio y, por consiguiente, no estaba
     habilitada para poseer bienes materiales que gozaran de tutela jurídica. Sin embargo,
     las comunidades cristianas más importantes en cuanto tales poseyeron algunos
     bienes que fueron creciendo a medida que pasaba el tiempo y se incrementaba el
     número de los cristianos. Al principio los lugares que necesitaba la comunidad cristiana
     se reducían a un espacio donde celebrar su culto y algunas áreas sepulcrales en las
     que enterrar a sus muertos. El culto se celebraba en las casas particulares que tenían
     un espacio suficiente para acoger a la comunidad; eran las iglesias domésticas que,
     con el tiempo, fueron donadas por sus dueños a la comunidad o compradas por ésta
     a sus dueños. Cuando los lugares de culto o de enterramiento pasaron a ser propiedad
     de la comunidad cristiana, ésta, empero, no podía figurar públicamente como titular
     de los mismos, porque no estaba reconocida por las leyes; y, entonces, figuraban a
     nombre de algún cristiano a título personal. Era por tanto imprescindible encontrar
     otra modalidad de propiedad. Desde finales del siglo II, las comunidades cristianas
     poseían corporativamente lugares de culto, cementerios y otros bienes raíces que les
     pertenecían en cuanto tales, y no ya a algunos de sus miembros.

g. La conducta moral de los cristianos.
   El estilo de vida que llevaban los cristianos primitivos, los diferenciaba netamente de
   los paganos. De su misma identidad de cristianos brotaban unas exigencias de
moralidad que los colocaban muy por encima de la moralidad que exigían las
religiones paganas. Los cristianos causaban una sincera admiración entre los paganos
por la altura de sus costumbres, aunque éstos no siempre pudieran entender la raíz
más profunda de donde dimanaba el estilo de vida de aquellos hombres como los
demás. Sin duda que los cristianos de los primeros siglos dieron altísimos ejemplos de
fidelidad a la moral evangélica; ellos constituían en medio de aquel mundo pagano,
descrito por Pablo con colores tan tétricos (Rom 1,18-32), un remanso donde brillaba
con luz propia el mensaje moral del evangelio de Jesús. Aquellos cristianos eran
hombres débiles como los de hoy. La historia de las persecuciones atestigua que en
determinados momentos muchos cayeron en la apostasía; la historia del sacramento
de la penitencia es asimismo el mejor testigo de que en la Iglesia primitiva también
abundaban la debilidad y el pecado. El ideal de vida de los cristianos de los primeros
siglos está bien dibujado en la Carta a Diogneto. Parece como si el autor de esta
espléndida apología de la moralidad cristiana hubiera querido contraponer, punto por
punto, la moralidad de los cristianos a la moralidad de los paganos. Pablo describía
con colores muy tétricos la conducta moral y el estilo de vida de los paganos (Rom
1,18-32).
Un ejemplo de este buen testimonio pero al mismo tiempo de la falta de
comprensión por las autoridades y el pueblo lo podemos encontrar en la
correspondencia que en el año 111 DC tuvieron el gobernador de Bitinia Plinio el
Joven y el emperador Trajano. El gobernador parece que era un hombre justo y
alguien anonimamente le hizo llegar una lista de personas con acusaciones graves,
muchos de ellos eran cristianos. Parece que el asunto estaba relacionado con que en
dicho lugar se habían convertido muchos al cristianismo y los templos estaban vacios
y la gente que comerciaba con la carne sacrificada en los mismos estaban siendo
afectados por este hecho. Plinio hace llamar a los acusados para saber acerca de lo
que se les acusaba y a través de esto se entera de la fe y vida cristiana. Plinio concluye
que todos los ciudadanos del imperio tienen la obligación de invocar a los dioses
oficiales y ofrecer sacrificio al emperador y que si no lo hace se les condenará no por
ser cristianos sino por no ser buenos romanos. Los que lo hicieron fueron puestos en
libertad pero la lista de los que se negaron era larga y esto llamó su atención. Ante
esto Plinio intentó enterarse con mas detalle sobre el motivo por lo que interrogó de
nuevo y hasta torturó para asegurarse de que no les mentían a un par de mujeres
que eran ministros de la iglesia y lo que sacó de todos era que el crimen de los
cristianos consistía en reunirse para cantar juntos himnos a Cristo como Dios, hacer
votos de no cometer robos, ni violencias, ni adulterios ni otros pecados y acabar
juntos teniendo una comida donde no se hacía nada que fuera contrario a la ley o a
las buenas costumbres. Ante eso Plinio hizo parar todos los procesos contra los
cristianos y escribió al emperador una carta donde le contaba todo esto y le pedía su
opinión. El emperador le contestó que el crimen de los cristianos no era tal y por lo
tanto que no dedicara recursos públicos para perseguirlos pero que si eran acusados
y se negaban a cumplir los compromisos que se les exigía como ciudadanos romanos
debían ser castigados. Pero además que no aceptara acusaciones anónimas porque
eran unas prácticas indignas.
h. Matrimonio y vida familiar.
       Lo mismo que en otros aspectos de la vida cotidiana, la primitiva comunidad cristiana
       de Jerusalén siguió en todo lo que se refiere al matrimonio los usos habituales en el
       pueblo judío. Y otro tanto hay que decir respecto de las demás comunidades cristiano-
       judías de toda Palestina y de la Diáspora. El concilio de Jerusalén parece aludir al
       fundamento teológico-bíblico, que se debería mantener en el matrimonio por parte de
       los cristianos provenientes de la gentilidad, cuando en la carta dirigida a la comunidad
       mixta de Antioquía dice que harán bien en abstenerse de la «fornicación» (Hch
       15,20.29), puesto que ahí hay algo más que una alusión a las disposiciones del capítulo
       18 del Levitico sobre el matrimonio judío. Todo lo cual significa que los Apóstoles
       daban por supuesto que las modalidades de la celebración matrimonial de los
       cristianos provenientes de la gentilidad tendrían que ser las vigentes en la sociedad
       en que se hallaban, evitando, claro está, lo que pudiera tener alguna implicación
       respecto a la fe y a las buenas costumbres, como pudiera ser la realización de algún
       acto de culto idolátrico. Las normas del Imperio Romano respecto al matrimonio
       facilitaron mucho las cosas, porque la celebración del mismo se verificaba dentro del
       contexto familiar sin ninguna ceremonia propiamente dicha de la religión pagana. En
       este sentido hay que entender la expresión de la Carta a Diogneto cuando afirma que
       los cristianos se casan y procrean hijos como todos los demás ciudadanos; y
       Atenágoras dice en la primera mitad del siglo II que «los cristianos reconocen también
       como su esposa a aquella mujer con la que se han casado conforme a las leyes
       establecidas por las autoridades romanas. Existen algunos sarcófagos paleocristianos
       en los que se representa a Cristo colocando la corona sobre la cabeza de los dos
       esposos o presidiendo la unión de las manos, colocadas sobre el libro de los
       evangelios. La ceremonia exterior puede que sea la misma del matrimonio entre
       paganos, pero donde se celebra un matrimonio cristiano, allí está Cristo en medio de
       los esposos. La Didascalia de los Apóstoles, obra escrita en torno al año 220,
       recomienda que el obispo conceda en matrimonio a las huérfanas que están bajo la
       protección de la Iglesia solamente a cristianos. Cipriano también exige que los
       cristianos se casen «en el Señor», es decir entre cristianos y del mismo parecer era
       Juan Crisóstomo. La Iglesia fue, poco a poco, metiendo en la estructura jurídica
       romana del matrimonio las exigencias derivadas de la fe cristiana. Solamente a partir
       del siglo IV se puede hablar de una verdadera bendición litúrgica para el matrimonio
       cristiano, y la intervención del obispo o de un presbítero en las ceremonias
       matrimoniales. De todos modos el ritual del matrimonio cristiano se apoyaba en el
       ritual del matrimonio romano: bendición del sacerdote y del padre de familia, unión
       de las manos, coronación (propia de la Iglesia oriental); las oraciones para el
       matrimonio encontraron una fuente de inspiración en las bendiciones matrimoniales
       de la Biblia.




3. El culto cristiano.
Los cristianos celebraban cultos los domingos y probablemente otros días de la semana. Los
cultos solían componerse de un tiempo para la lectura de la Escritura, predicación,
enseñanza, cantos y orar y otra donde se partía el pan dentro de una comida común como
parte de la celebración de la Cena del Señor. En los tiempos en que Justino Martir escribió su
Apología en Roma (135) no se menciona ya la comida en común y la Cena era la parte final del
culto. En ese momento se recogían también las limosnas para los necesitados y
probablemente para atender a los ministros y el ministerio.

   a. La iniciación cristiana.

       La palabra iniciación se refiere, en el uso litúrgico, al comienzo de la vida cristiana o la
       entrada en el «nuevo Pueblo de Dios» que es la Iglesia. Desde sus inicios, la práctica
       de iniciación en la vida de la iglesia se identificó con el bautismo como testimonio de
       la conversión y renuncia a la vida pasada. Si bien es cierto que de una forma natural
       desde el principio existió un grupo de personas que empezaban a reunirse con el
       resto de la iglesia, participaban de sus reuniones y comenzaban a desarrollar una
       experiencia de vida como cristianos a los que la iglesia dispensó una atención especial
       hasta su incorporación como miembros de pleno derecho, mas adelante se estableció
       en la propia iglesia una serie de ritos relacionados con la confirmación de la fe.
       Durante los primeros siglos, y todavía hoy en la Iglesia ortodoxa oriental, la iniciación
       se realizaba en una sola celebración litúrgica. Usaremos términos que habitualmente
       son católicos pero que os harán entender mejor a lo que nos referimos. Los procesos
       eran los siguientes:
       I) El catecumenado . El bautismo de adultos estaba perfectamente ordenado desde el
       inicio de la iglesia, como lo atestigua la institución del catecumenado, que tenía la
       finalidad de instruir y examinar a los candidatos. En las cartas de Pablo podemos ver
       que en la iglesia no se bautizaba inmediatamente a los convertidos, sino que difería un
       poco el bautismo. El catecumenado o tiempo de preparación para el bautismo recibió
       una estructuración fija a principios del siglo III. Duraba de dos a tres años, aunque
       podía acortarse este tiempo, si el candidato demostraba que estaba bien preparado.
       En el siglo IV, el catecumenado recibió una estructuración más completa, en la que
       había una serie de exámenes para constatar la formación doctrinal del catecúmeno, y
       de acciones simbólicas, como unciones y exorcismos, tendentes a fortalecerlo para las
       exigencias de la vida cristiana y librarlo de la influencia del demonio. En todos estos
       procesos destaca una cosa, los que eran bautizados no podían ser niños recién nacidos
       sino personas que se habían acercado a la iglesia por el mensaje que habían recibido y
       que deseaban ser cristianos.
       II) El bautismo. Es posible que, hasta bien adelantado el siglo IV, solamente los
       adultos fueran admitidos al bautismo. Por las controversias posteriores en torno al
       bautismo de los niños, se podía deducir que éstos no eran admitidos al bautismo,
       como lo vemos también en la práctica del catecumenado. Sin embargo, fue durante el
       primer tercio del siglo III, como se deduce de la Tradición apostólica de Hipólito (f 235),
       cuando se inició la práctica el bautismo de los niños, los cuales lo recibían en una
       misma ceremonia con los adultos. El bautismo se administraba generalmente por
       triple inmersión; pero ya desde los tiempos apostólicos, como se atestigua en la
Didajé, se podía hacer por infusión: «bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del
   Espíritu Santo en agua viva; si no tienes agua viva, bautiza con otra agua; si no puedes
   hacerlo con agua fría, hazlo con caliente. Si no tuvieras una ni otra derrama agua en la
   cabeza tres veces en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Por
   información de Justino se sabe que hasta su tiempo no existían lugares reservados
   para bautizar a los catecúmenos, sino que eran conducidos a un lugar donde había
   agua; «y toman en el agua el baño en el nombre de Dios, Padre y Soberano del
   universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo». A partir del siglo IV se
   edificaron los baptisterios, espléndidos edificios dedicados únicamente a la
   administración del bautismo; el más célebre es sin duda el de San Juan de Letrán en
   Roma, cuyos orígenes se remontan a la época constantiniana, pero el actual es
   esencialmente de Sixto III (432-440).
   III) La confirmación. La práctica de la confirmación la basa la Iglesia Católica en los
   conceptos evangélicos de renacer del agua y del Espíritu, y recibir el Espíritu Santo
   que interpretan que son dos aspectos distintos de la iniciación cristiana que tienen su
   raíz en los misterios de Pascua y de Pentecostés y que se bifurcan en lo que ellos
   llaman dos sacramentos distintos: el bautismo y la confirmación. Vemos claramente
   en el NT como el bautismo es un testimonio público de una realidad que ha sucedido
   en la vida de las personas que han conocido al Señor y han entregado sus vidas a Él.
   Nosotros entendemos que el Espíritu Santo se recibe por fe en el momento de la
   conversión (Efesios 2). Sin embargo dentro del mundo evangélico si hay iglesias que
   creen que hay una experiencia posterior al bautismo que tiene que ver con recibir el
   poder del Espíritu. Para la Iglesia Católica el signo de la confirmación consistía desde
   los tiempos apostólicos en la «imposición de las manos» (Hch 8,14-18); y con este
   nombre era conocido este sacramento. Esta disciplina se convirtió en norma en la
   Iglesia Católica por lo menos desde los tiempos del obispo de Roma Inocencio I (401-
   417).

b. El partimento del pan.
   En la carta a los Corintios tenemos la mejor definición sobre como era la celebración
   en la Iglesia de la Cena del Señor y Pablo lo escribió a causa de un abuso introducido
   en torno al modo de celebrarla en la comunidad de Corinto (1 Cor 11,20-23). La Didajé
   da una información más precisa: «Reunidos cada día del Señor (domingo), partid el
   pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que
   vuestro sacrificio sea puro». Justino es el autor cristiano que informa con buen lujo
   de detalles la manera de celebrar la Cena del Señor a mediados del siglo II; se trata
   de una celebración fundamental que es el punto de partida para una posterior
   evolución, que tenía lugar el domingo y comprendía estas acciones: 1) se comenzaba
   con una lectura del Nuevo o del Antiguo Testamento; 2) seguía una exhortación del
   presidente de la asamblea, que en los primeros siglos era siempre el obispo de la
   comunidad; 3) se hacían oraciones en común por toda la humanidad; 4) los fíeles se
   daban un beso en señal de paz y comunión; 5) a continuación se entregaban Pan,
   Vino y Agua al presidente, el cual pronunciaba sobre ellos una fórmula de bendición
   en la que alababa y rogaba al Padre de todas las cosas en nombre del Hijo y del
   Espíritu Santo; 6) después el mismo presidente hacía una larga oración de acción de
gracias, 7) a la que el pueblo prestaba su asentimiento con el Amén; 8) finalmente,
     los diáconos distribuían a los presentes el Pan, y el Vino mezclado con agua,
     alimentos bendecidos que se llevaban también a los que no habían podido acudir a
     la celebración y, añade Justino, todo esto no es pan ordinario ni una bebida
     ordinaria, sino la Carne y la Sangre del Hijo de Dios encarnado. Como os decía, la
     Cena del Señor se celebraba solamente los domingos y en una sola celebración para
     todos los fíeles de una ciudad, y se recibía bajo las dos especies de pan y vino.

c.    El perdón de los pecados y la excomunión.
     I) El perdón de los pecados cometidos después del bautismo. La doctrina de la Iglesia
     Católica, mediante la que asume el poder para perdonar los pecados, la basan en los
     textos del evangelio (Mt 16,18-20; 18,15-18). Sin embargo ni en el Nuevo Testamento
     ni en los escritos de los Padres apostólicos se halla testimonio alguno acerca de que
     la Iglesia de los primeros cien años haya hecho uso de este poder de perdonar los
     pecados. Según vemos en distintos textos del NT cada cristiano tiene la oportunidad
     de reconocer y confesar su pecado a Dios mismo mediante la oración y ser
     perdonado y renovado por Dios mismo. Es cierto que hay pecados que no pueden ser
     perdonados, pero son la negación de Dios mismo o de la obra de salvación de
     Jesucristo. En cuanto a la confesión, parece que siguiendo algún texto del NT al
     comienzo de la historia de la iglesia había costumbre de confesión pública de los
     pecados. Hasta mediados del siglo II no se encuentra ningún testimonio seguro sobre
     la existencia de alguna institución penitencial para la reconciliación de los cristianos
     que hubiesen cometido algunos pecados especialmente graves. La Didajé, Ignacio de
     Antioquía, Policarpo de Esmirna, la Epístola de Bernabé y Clemente Romano, ya
     hablaban de «la penitencia de excomunión» para los pecados más graves. Este
     rigorismo penitencial que excluía del perdón eclesial esos «pecados mortales» fue
     mitigado por un decreto del obispo de Roma Calixto I (217-222) que admitía a la
     penitencia a los adúlteros y fornicarios. Hipólito Romano criticó duramente este
     decreto; y a esta crítica se sumaron también algunos obispos del norte de África y
     Tertuliano por considerarlo excesivamente laxista. En tiempos de Cipriano ( | 258)
     fueron admitidos a la penitencia los apóstatas; y finalmente el Concilio de Ancira (314)
     admitió también a los homicidas.
     II) Penitencia pública, y una sola vez en la vida. A mediados del siglo III existía ya una
     institución penitencial bien organizada que funcionaba al estilo de un tribunal. El
     pecador, es decir, el bautizado culpable de esos pecados especialmente graves
     mencionados en el apartado anterior, se presentaba ante el obispo o ante un
     presbítero, según consta por Cipriano y por Orígenes, para manifestarse culpable de
     algún pecado. La manifestación de los pecados, al principio, era pública; pero ante el
     escándalo que produjo en la comunidad la confesión pública de algunos pecadores, se
     estableció la costumbre de que el obispo o el presbítero al que se presentaba el
     pecador decidía si la confesión había de ser pública o secreta en caso de que los
     pecados no fueran públicos; que la confesión podía ser secreta está atestiguado por
     Orígenes. Juan Crisóstomo en Constantinopla y León Magno en Roma, abolieron la
     confesión pública. Aunque la confesión hubiera sido secreta, la penitencia siempre
     era pública, porque suponía que los pecadores entraban en la categoría de «los
penitentes», los cuales eran excluidos de la vida de la comunidad en todo o sólo en
    parte; los penitentes estaban excluidos hasta que, después de un tiempo de
    penitencia, eran readmitidos a la comunión eclesial. La Iglesia no admitía de nuevo en
    el «orden penitencial» a aquellos cristianos que, después de haber sido admitidos una
    vez, volvían a caer en el pecado.

d. Fiestas cristianas.
   I) Culto dominical. La Iglesia primitiva estableció, desde la misma era apostólica, el día
   del culto cristiano en el primer día de la semana (Hch 20,6-12; 1 Cor 16,2), el domingo,
   o día del Señor, en recuerdo de la resurrección de Jesús. El domingo adquirió su
   organización litúrgica definitiva antes del Concilio de Nicea (325); y era ya un día de
   fiesta para los cristianos. Constantino le concedió en el año 321 el carácter de fiesta
   civil al domingo. Ya en época de Justino (153) había cesado la primitiva división del
   culto en oración con predicación y luego la comida, ágape con el Partimento del pan.
   La iglesia se vio pronto influenciada por las prácticas de otras religiones de misterio
   que convivían con el cristianismo en aquella época y por eso ciertos ritos se
   desarrollan conforme a lo que se practicaba en ellas con un sentido cristiano.
   II) Semana Santa. La Iglesia mantuvo las principales fiestas judías, pero dándoles un
   sentido cristiano: la Pascua, como conmemoración de la resurrección del Señor, pasó a
   ser la principal fiesta de la Iglesia. La Didascalia de los Apóstoles, escrita en Siria en el
   siglo III, describe el modo de celebrar esta fiesta de las fiestas cristianas: «El viernes y
   el sábado ayunaréis completamente y no tomaréis nada. Reunios, no durmáis, velad
   toda la noche en oraciones, súplicas, lectura de los profetas, del evangelio y de los
   salmos..., hasta las tres horas de la madrugada siguiente al sábado. Entonces dejaréis
   de ayunar... Ofreced vuestros dones y luego comed, estad alegres, felices y contentos,
   pues el Mesías, prenda de vuestra resurrección, ha resucitado. Será para vosotros una
   ley eterna hasta el final del mundo».
    III) La Navidad y Reyes. La fiesta de la Navidad tuvo su origen en la Iglesia occidental;
   aparece por primera vez en el Cronógrafo del año 354; se celebró desde el principio
   el día 25 de diciembre, para oponer una fiesta cristiana, la fiesta del nacimiento de
   Cristo, a la pagana fiesta del Sol invicto, la luz que vence a las tinieblas de la noche. En
   cambio, la fiesta de la Epifanía tiene su origen en la Iglesia oriental en el siglo II; y
   originariamente tenía la misma finalidad de oponer la aparición del Verbo de Dios
   hecho hombre a la fiesta pagana del solsticio de invierno.

e. El culto de los mártires y otros santos. El culto de los mártires tiene su origen en el
   culto a los difuntos que los cristianos compartían con todos los demás pueblos de la
   tierra. Las familias se reunieron siempre alrededor de la tumba de sus seres queridos,
   especialmente en el día aniversario de su muerte. Las comunidades cristianas,
   verdadera familia de Dios, se reunían también para conmemorar el aniversario de la
   muerte de sus hermanos más queridos; y éstos eran los mártires que habían
   testimoniado su fe con su sangre. Quienes habían derramado su sangre por Cristo, y,
   los que mas tarde por la iglesia Católica fueron considerados como intercesores ante
   Dios. El testimonio más claro de la voluntad de reunirse en el día aniversario de la
muerte de los mártires pertenece a la Iglesia de Esmirna, con ocasión del martirio de
     Policarpo.

f.   Culto a la Virgen Maria. En el siglo IV empezó a destacarse María la madre de Jesús
     como la mas grande de todos los santos. Aunque en el NT fue llamada la madre de
     Jesús en el siglo V se empezó a conocer la madre de Dios. Su virginidad antes de del
     nacimiento de Jesús se convirtió posteriormente en perpetua virginidad desde el
     vientre de su madre hasta su tumba. Fue quizás una reacción a la situación que se
     había dado en la iglesia sobre el énfasis de la divinidad de Jesús como reacción a los
     arrianos y buscando en María esa humanidad que la acercaba a los creyentes como
     mediadora.



BIBLIOGRAFIA
Padres Apostólicos de Daniel Ruiz Bueno, Editorial BAC.
Historia de la Iglesia I. Edad Antigua de Jesús Álvarez Gómez, Editorial BAC.
Historia de la Iglesia Cristiana de Williston Walker, Casa Nazarena de Publicaciones.
Historial del Cristianismo de Kenneth Scott, Latourette CBP.
La era de los mártires de Justo L. González, Editorial Caribe.
Historia de la Iglesia: Iglesia Primitiva de Harry R. Boer, Editorial Logoi.
Wikipedia, www.wikipedia.org

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  • 1. ESTUDIO DE LA ESCUELA DOMINICAL DE LA IGLESIA EVANGÉLICA NUEVA VIDA HISTORIA DE LA IGLESIA Tema 3. Padres Apostólicos. Vida de los cristianos. Culto cristiano 1. El cristianismo en el siglo II. Los personajes mas importantes de esta época y su función en la Iglesia. Padres Apostólicos Ignacio de Antioquía etc. 2. La vida de los cristianos. 3. El culto cristiano. María y los santos.  Origen del culto cristiano: desarrollo, bautismo, cena del Señor, confesión y perdón de pecados.  Organización de la iglesia y su influencia en el culto: clero y fieles.  El culto a la virgen.  El culto a los santos. 1. El cristianismo en el siglo II. Los personajes mas importantes de esta época y su función en la Iglesia. Padres Apostólicos . La Iglesia cristiana de final del siglo I y durante el siglo II recibió el magisterio y los textos que escribieron un grupo de personas que consideraban discípulos directos de los apóstoles. Estas cartas y textos se leían en las iglesias y tuvieron durante mucho tiempo una consideración casi tan alta como el resto de libros que conforman hoy el NT. Se llaman padres apostólicos a los autores del cristianismo primitivo que, según la tradición, tuvieron algún contacto con uno o más de los apóstoles de Jesús de Nazaret. Se trata de escritores de los siglos I y II. Son Bernabé, Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía, Policarpo y el Pastor de Hermas. Luego la lista se ha ido ampliando y reduciendo de acuerdo con los estudios de patrología. Por ejemplo, se considera también la carta a Diogneto como parte de los escritos de los padres apostólicos pero ya no la narración del martirio de Ignacio de Antioquía. Dado que resulta complicado demostrar por medio de datos históricos que esos autores tuvieran un contacto con los apóstoles, normalmente se consideran los elementos literarios: uso del griego semejante al que se da en los textos canónicos del Nuevo Testamento, modo de expresar el contenido de la predicación y, por supuesto, los mismos contenidos relacionados con el Evangelio anunciado en los primeros años del cristianismo. La mayoría de estos escritos son cartas de contenido pastoral y exhortativo. Casi ni se presenta la apología aunque sí alerta de herejías o posibles cismas. a. Importancia de los Padres Apostólicos La exposición de la fe evidente en los escritos de estos autores destella sobre los posteriores escritos de otros autores cristianos con el debate anti herético que caracterizó al segundo eslabón en la cadena del cristianismo (los apologetas). En todo caso, el talante literario de estos documentos y de los personajes que los crearon está más motivado por exponer la fe que por defenderla del error.
  • 2. Los mismos Padres poseían una clara conciencia de su posición de sucesores, Clemente escribió que su carta fue escrita a impulsos del Espíritu e Ignacio al tiempo que se reconoce en línea de continuidad con los doce, indica: "Yo no puedo imponerles mandatos del valor que tienen los de Pedro y Pablo, ellos eran apóstoles; yo no soy más que un condenado a muerte". Con todo, la conciencia de ser el eslabón inmediato en la cadena que por los apóstoles unía a los creyentes con el Señor les hizo emplear la palabra predicada y escrita con un acento único, a tal grado que después de los libros neo testamentarios, no hay un conjunto de obras que proporcionen impresión tan inmediata de la comunidad congregada en torno a la fe en Jesucristo como los padres apostólicos. b. Lista de textos - Epístola de Bernabé. Se trata de un tratado atribuido a José Bernabé, compañero de Pablo de Tarso. En su carta hace una interpretación alegórica del Antiguo Testamento. - La primera carta que Clemente de Roma o Clemente Romano escribió a los corintios. Se cree que Clemente fue convertido al cristianismo por el apóstol Simón Pedro. Les remite la carta pues la iglesia había depuesto a sus ancianos y el les conmina a rectificar. - Las cartas de Ignacio de Antioquía, mártir y obispo de Antioquía. Exhorta a las iglesias a la unidad y a mantenerse bajo la autoridad de sus pastores. - La Carta a los filipenses de Policarpo de Esmirna. Discípulo según Ireneo de Lyon de Juan el Apóstol. Les escribe porque había disensiones en la iglesia y les conmina a resolver sus disputas y a tener una buena comunión. - El Pastor de Hermas de Roma, se le considera apostólico debido a la mención de un Hermas que se hace en la carta de Pablo a los romanos (Rm 16, 14). Muy centrada en el valor del bautismo y la condena que es para los creyentes el pecado. - Los fragmentos de la Explicación de los dichos del Señor de Papías de Hierápolis (quien habría sido discípulo de Juan el Apóstol según testimonio de Ireneo). Los mas extensos hablan sobre como será la vida tras la venida del Señor. - La Didaché es el hijo pródigo de estos escritos por ser el más tardío en descubrirse e incorporarse al grupo, y haber llegado, sin embargo, a ser el más importante de todos ellos. Es una manual de enseñanza y vida cristiana. Uno lee estos documentos tanto con aprecio como con intranquilidad. Todos muestran un profundo amor hacia Cristo y una alta estima por la unidad de la iglesia y su comunión. También una exhortación hacia vivir una vida consecuente como cristianos, desde este punto de vista su lectura es edificante pues nos muestra una iglesia primitiva edificada en los buenos fundamentos. Pero por otro lado, algunas de sus enseñanzas son preocupantes, quizás por el momento en que vivían, como por ejemplo el deseo del martirio, otras por falta de un buen conocimiento de los otros libros revelados como las enseñanzas sobre el bautismo y el pecado de Hermas y en la mayoría un énfasis incorrecto en las buenas obras para la salvación. 2. La vida de los cristianos
  • 3. Aunque los cristianos se sentían y vivían como miembros de un pueblo escogido y apartado para Dios, mantenían una relación con las personas con las que convivían y tenían unas responsabilidades sociales, como Pablo les había enseñado, así que oraban por sus gobernantes y eran considerados en su mayoría buenos ciudadanos. Luego veremos en otro momento por qué fueron perseguidos y cual fue su actitud ante esta situación. Se ve pronto en la Escritura que gente de todo tipo se convertían al cristianismo, así que había gente de una clase social alta junto con grupos de personas de todo tipo incluyendo los esclavos. Los cristianos eran en su mayoría gente muy comprometida, mucho mas cuando empezaron a ser perseguidos por el único hecho de creer en Cristo y pertenecer a la iglesia. En general los cristianos de estos primeros siglos llevaban una vida ascética donde se practicaba el ayuno los viernes y a veces los miércoles. Algunos recomiendan el rezo del Padre Nuestro tres veces al día. Empiezan algunas prácticas un poco mas extrañas como que para el perdón de los pecados no solamente había que pedirle perdón a Dios sino ofrecer un sacrificio personal. La iglesia era muy generosa con los pobres y viudas a los que atendían en un momento en el que no existía ninguna atención especial por estas personas. Los cristianos ya vivían en esos momentos las típicas dificultades para vivir una vida de fe plena y la resolución de los problemas que tenían que ver con su trabajo, las costumbres sociales, las leyes del estado y la relación correcta con sus hermanos en la fe, lo mismo que nosotros. Tenían los mismos problemas que nosotros podemos tener con nuestros vecinos ó compañeros en cuanto a la forma de divertirse. Los cristianos no participaban de todas las diversiones públicas porque algunas eran inmorales y ellos no podían aceptarlas. Muchas veces no podían aceptar puestos en el gobierno porque significaba aceptar una situación que podría comprometerles en su fe. a. Los cristianos y la oración. Los cristianos de los primeros siglos distribuían su jornada entre su familia, su trabajo y la iglesia, siguiendo la costumbre romana se levantaban temprano y en su caso oraban. Los cristianos habían heredado del judaismo, y sobre todo de la enseñanza de Jesús la necesidad de la oración. Como los judíos, los cristianos oraban tres veces al día, y dos veces por la noche, aunque no hubiese sido ordenado oficialmente por los Apóstoles, pero lo recomendaban los Pastores para permanecer en contacto con Dios desde el despuntar del alba hasta la medianoche; la oración era la llave que abría y cerraba el día. Pero éstos no eran los únicos momentos de oración; los cristianos, siguiendo el mandato de Jesús, oraban sin interrupción (Le 18,1-8); las oraciones se multiplicaban a lo largo del día, en todo tiempo y en toda ocasión: antes de comer, antes del baño, al salir de casa. Orígenes aconsejaba a los cristianos que, si podían, tuviesen una habitación reservada para la oración y Tertuliano pedía que los cristianos se santiguasen antes de orar, haciendo el signo de la cruz sobre la frente; este acto de devoción lo repetían los cristianos a cada instante: «Al salir de casa y caminar, al
  • 4. comenzar o concluir cualquier tarea, al vestirnos y calzarnos, al bañarnos y sentarnos a la mesa, en cualquier otro ejercicio diario, signamos nuestra frente con la cruz». La oración más frecuente en labios cristianos era el Padre Nuestro, que fue objeto de comentarios por parte de Tertuliano, Orígenes y Cipriano. Además del Padre Nuestro, tanto Tertuliano como Cipriano hablan de la oración en fórmulas espontáneas. Aunque Tertuliano aconseja orar de rodillas, sin embargo, los cristianos solían hacerlo de pie, con los brazos en alto y las palmas extendidas, lo mismo que Jesús había extendido los brazos en la cruz; éste es el gesto de la Orante tantas veces repetido en las pinturas de las catacumbas y en los relieves de los sarcófagos paleocristianos. b. El ayuno y la lismona. Los cristianos ayunaban algunos días a la semana, no sólo porque era una tradición judía, sino también porque Jesús lo había recomendado reiteradamente. La Didajé menciona el ayuno semanal el miércoles y el viernes como de origen apostólico. En Roma el ayuno se extendió también al sábado. La práctica del ayuno se difundió ampliamente en la Iglesia durante el siglo II, tanto en el ámbito privado como en el cultual. Ireneo de Lyón es el primero en informar sobre la existencia de un ayuno preparatorio para la fiesta de la Pascua; que dará origen posteriormente a la Cuaresma. Al principio este ayuno no tenía una duración uniforme; en algunas Iglesias se limitaba a un día, en otras se alargaba a dos días, en otras, a tres, y en Roma y Alejandría a siete. El ayuno de cuarenta días (cuaresma) se estableció en la Iglesia de Roma en torno al año 350; y ya estaba plenamente organizada en tiempos del obispo Dámaso (366-384); era un tiempo de preparación inmediata y muy intensa para el bautismo de los catecúmenos y la reconciliación de los penitentes, a quienes acompañaba toda la comunidad con la práctica de la limosna, del ayuno y de una oración más intensa. En la Iglesia primitiva la limosna se entendía como algo que se hacía en conexión con la oración y el ayuno; y había que hacerla en secreto, como había dicho el Señor, que unió la limosna en secreto (Mt 6,2-4) con la oración en secreto (Mt 6,5-6) y el ayuno en secreto (Mt 6,16-18). Los Pastores escribieron reiteradamente sobre la limosna; pero sobresalió entre todos Cipriano, según el cual la limosna alcanza la gracia y expía las faltas diarias cometidas después del bautismo. Clemente Romano ponía la limosna por encima de la oración y del ayuno. c. Los cristianos y la sociedad civil. Los cristianos de los tres primeros siglos se reconocen y se sienten perseguidos por las autoridades estatales, y mal considerados por la sociedad en general; sin embargo ellos se ven a sí mismos como parte de la sociedad; y los apologistas rechazan de palabra y por escrito la asociabilidad de que son tachados por la plebe. Tertuliano rechaza de plano la acusación de ausentismo atribuida a los cristianos y escribe: «Nosotros, los cristianos, no vivimos apartados del mundo; nosotros frecuentamos, como vosotros, el foro, los baños, los talleres, las tiendas, los mercados, las plazas públicas; nosotros ejercemos las profesiones de marineros, de soldados, de agricultores y de comerciantes, poniendo a vuestra disposición nuestro trabajo y nuestro ingenio». También es cierto, sin embargo, que los cristianos estaban plenamente convencidos de que, aunque formaban parte de la sociedad civil
  • 5. circundante, no tenían ciudad permanente en este mundo, sino que estaban en camino hacia la ciudad definitiva del más allá; y por consiguiente, ni la sociedad, ni la política, ni el arte, tenían que ser considerados como elementos absolutos y definitivos, sino relativos y pasajeros. La moral cristiana les impedía participar, si no en todos, por lo menos en muchos eventos que se desarrollaban en la vida social de cualquier ciudad del Imperio Romano. Las diversiones y los espectáculos que, a lo largo de los días, las semanas, los meses y los años, tenían lugar en la vida de las ciudades, planteaban a los cristianos ciertas dificultades de conciencia provenientes del ámbito de la religión pagana, que les impedían participar en ellos, porque esto llevaría aparejado el consentir en el culto idolátrico. Tertuliano aprueba que los cristianos tomen parte en las fiestas de familia, como bodas y otras celebraciones domésticas, con tal de que se evite siempre cualquier compromiso religioso idolátrico. Los niños cristianos, como los paganos, tenían sus propios juegos infantiles; en las catacumbas se han encontrado lápidas y sarcófagos con niños que juegan al aro y grupos de niños que juegan a las «nueces»; y en el lóculo de una niña se ha encontrado incrustada en la argamasa una muñeca articulada de madera. Los Pastores condenaban sin reparos los juegos de azar que arruinaban a muchos padres de familia. Esta afición estaba tan arraigada, incluso entre los cristianos, que el Concilio de Elvira (305) apartó de la comunión eclesial a los fíeles sorprendidos jugando dinero a los dados. Con mayor razón se prohibía a los cristianos asistir al teatro por su origen ligado al culto de los dioses. Por tener que participar en ciertos actos de culto pagano, los cristianos tampoco podían desempeñar ciertos cargos públicos, especialmente el de flaminio que era un oficio originariamente sacerdotal pagano, pero que con el tiempo perdió esa condición sacral, y era más honorífico que religioso. d. Los cristianos y el servicio militar. El cristianismo rechazó durante los tres primeros siglos todo cuanto en el Imperio Romano era pura mundanidad como ofrecer sacrificios rituales al Emperador y, por consiguiente, la obligación de reconocer a un puro hombre como presencia visible de la divinidad. Pero, por otra parte, esto no fue obstáculo para que los cristianos aceptaran una postura de clara e incondicional lealtad a la perdurabilidad del Imperio con todas sus consecuencias, una de las cuales era la constitución de un ejército profesional que lo defendiera. Es difícil saber como pudieron desarrollar su vida en el ejército los militares romanos que se convertían al cristianismo. Los testimonios contrarios al servicio militar empiezan a finales del siglo II y perdurarán hasta la paz constantiniana. Las persecuciones de Decio y de Valeriano provocaron el martirio de muchos soldados cristianos. En tiempos del emperador Diocleciano abundaban los cristianos en su ejército; y si no hubo muchos mártires entre ellos, se debió a que antes de empezar la persecución cruenta habían sido degradados y expulsados del ejército, precisamente por su condición de cristianos. e. Los cristianos y la esclavitud. El mundo antiguo vivía obsesionado por la esclavitud, que consistía en que un hombre pertenecía a otro hombre como si de un objeto material se tratase. La esclavitud era algo temible para el individuo, pero también algo lógico para el grupo de
  • 6. los esclavos; es decir, se aceptaba la esclavitud como algo normal en medio de aquella sociedad romana, en la que grandes multitudes de hombres esclavos servían a un grupo reducido de hombres libres. La esclavitud era un fantasma del que nadie podía considerarse libre para siempre; nadie, por poderoso que fuera, estaba exento de que no pudiera llegar un día en que perdiera su condición de libre para caer en la dura condición de esclavo. Eran muchos los motivos por los que alguien podía caer en la esclavitud: todo nacido de mujer esclava aunque el padre fuese libre, la guerra, el castigo por haber cometido un delito socialmente reprobable, padres que venden a sus hijos libres. La aparición del cristianismo supuso una verdadera revolución, al proclamar la igualdad absoluta de todos los hombres ante Dios. Su influencia sobre la desaparición de la esclavitud será lenta pero decisiva; la Iglesia suaviza y acorta las diferencias entre los esclavos y sus amos. El cristianismo, sin embargo, no se enfrentó directamente con este problema, pero su espíritu y su doctrina llevaban consigo unos principios éticos fundamentales que hacían imposible que la esclavitud se pudiera mantener porque era realmente incompatible con el cristianismo. Ya Pablo marcó la línea a seguir en la abolición progresiva de la esclavitud, despertando en los esclavos la conciencia, por una parte, de su dignidad personal, conduciéndolos a la aceptación de una situación que, aunque evidentemente injusta, su fe de cristianos se la hacía más soportable; y por otra parte recordando a los amos que sus esclavos son iguales a ellos ante Dios y, por tanto, les deben un trato benévolo. f. Los bienes de la iglesia. Cualquier grupo o asociación necesita unos medios materiales, por mínimos que sean, para conseguir sus fines; la Iglesia primitiva no escapaba a esta regla sociológica; pero el cristianismo era una religión ilícita en el Imperio y, por consiguiente, no estaba habilitada para poseer bienes materiales que gozaran de tutela jurídica. Sin embargo, las comunidades cristianas más importantes en cuanto tales poseyeron algunos bienes que fueron creciendo a medida que pasaba el tiempo y se incrementaba el número de los cristianos. Al principio los lugares que necesitaba la comunidad cristiana se reducían a un espacio donde celebrar su culto y algunas áreas sepulcrales en las que enterrar a sus muertos. El culto se celebraba en las casas particulares que tenían un espacio suficiente para acoger a la comunidad; eran las iglesias domésticas que, con el tiempo, fueron donadas por sus dueños a la comunidad o compradas por ésta a sus dueños. Cuando los lugares de culto o de enterramiento pasaron a ser propiedad de la comunidad cristiana, ésta, empero, no podía figurar públicamente como titular de los mismos, porque no estaba reconocida por las leyes; y, entonces, figuraban a nombre de algún cristiano a título personal. Era por tanto imprescindible encontrar otra modalidad de propiedad. Desde finales del siglo II, las comunidades cristianas poseían corporativamente lugares de culto, cementerios y otros bienes raíces que les pertenecían en cuanto tales, y no ya a algunos de sus miembros. g. La conducta moral de los cristianos. El estilo de vida que llevaban los cristianos primitivos, los diferenciaba netamente de los paganos. De su misma identidad de cristianos brotaban unas exigencias de
  • 7. moralidad que los colocaban muy por encima de la moralidad que exigían las religiones paganas. Los cristianos causaban una sincera admiración entre los paganos por la altura de sus costumbres, aunque éstos no siempre pudieran entender la raíz más profunda de donde dimanaba el estilo de vida de aquellos hombres como los demás. Sin duda que los cristianos de los primeros siglos dieron altísimos ejemplos de fidelidad a la moral evangélica; ellos constituían en medio de aquel mundo pagano, descrito por Pablo con colores tan tétricos (Rom 1,18-32), un remanso donde brillaba con luz propia el mensaje moral del evangelio de Jesús. Aquellos cristianos eran hombres débiles como los de hoy. La historia de las persecuciones atestigua que en determinados momentos muchos cayeron en la apostasía; la historia del sacramento de la penitencia es asimismo el mejor testigo de que en la Iglesia primitiva también abundaban la debilidad y el pecado. El ideal de vida de los cristianos de los primeros siglos está bien dibujado en la Carta a Diogneto. Parece como si el autor de esta espléndida apología de la moralidad cristiana hubiera querido contraponer, punto por punto, la moralidad de los cristianos a la moralidad de los paganos. Pablo describía con colores muy tétricos la conducta moral y el estilo de vida de los paganos (Rom 1,18-32). Un ejemplo de este buen testimonio pero al mismo tiempo de la falta de comprensión por las autoridades y el pueblo lo podemos encontrar en la correspondencia que en el año 111 DC tuvieron el gobernador de Bitinia Plinio el Joven y el emperador Trajano. El gobernador parece que era un hombre justo y alguien anonimamente le hizo llegar una lista de personas con acusaciones graves, muchos de ellos eran cristianos. Parece que el asunto estaba relacionado con que en dicho lugar se habían convertido muchos al cristianismo y los templos estaban vacios y la gente que comerciaba con la carne sacrificada en los mismos estaban siendo afectados por este hecho. Plinio hace llamar a los acusados para saber acerca de lo que se les acusaba y a través de esto se entera de la fe y vida cristiana. Plinio concluye que todos los ciudadanos del imperio tienen la obligación de invocar a los dioses oficiales y ofrecer sacrificio al emperador y que si no lo hace se les condenará no por ser cristianos sino por no ser buenos romanos. Los que lo hicieron fueron puestos en libertad pero la lista de los que se negaron era larga y esto llamó su atención. Ante esto Plinio intentó enterarse con mas detalle sobre el motivo por lo que interrogó de nuevo y hasta torturó para asegurarse de que no les mentían a un par de mujeres que eran ministros de la iglesia y lo que sacó de todos era que el crimen de los cristianos consistía en reunirse para cantar juntos himnos a Cristo como Dios, hacer votos de no cometer robos, ni violencias, ni adulterios ni otros pecados y acabar juntos teniendo una comida donde no se hacía nada que fuera contrario a la ley o a las buenas costumbres. Ante eso Plinio hizo parar todos los procesos contra los cristianos y escribió al emperador una carta donde le contaba todo esto y le pedía su opinión. El emperador le contestó que el crimen de los cristianos no era tal y por lo tanto que no dedicara recursos públicos para perseguirlos pero que si eran acusados y se negaban a cumplir los compromisos que se les exigía como ciudadanos romanos debían ser castigados. Pero además que no aceptara acusaciones anónimas porque eran unas prácticas indignas.
  • 8. h. Matrimonio y vida familiar. Lo mismo que en otros aspectos de la vida cotidiana, la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén siguió en todo lo que se refiere al matrimonio los usos habituales en el pueblo judío. Y otro tanto hay que decir respecto de las demás comunidades cristiano- judías de toda Palestina y de la Diáspora. El concilio de Jerusalén parece aludir al fundamento teológico-bíblico, que se debería mantener en el matrimonio por parte de los cristianos provenientes de la gentilidad, cuando en la carta dirigida a la comunidad mixta de Antioquía dice que harán bien en abstenerse de la «fornicación» (Hch 15,20.29), puesto que ahí hay algo más que una alusión a las disposiciones del capítulo 18 del Levitico sobre el matrimonio judío. Todo lo cual significa que los Apóstoles daban por supuesto que las modalidades de la celebración matrimonial de los cristianos provenientes de la gentilidad tendrían que ser las vigentes en la sociedad en que se hallaban, evitando, claro está, lo que pudiera tener alguna implicación respecto a la fe y a las buenas costumbres, como pudiera ser la realización de algún acto de culto idolátrico. Las normas del Imperio Romano respecto al matrimonio facilitaron mucho las cosas, porque la celebración del mismo se verificaba dentro del contexto familiar sin ninguna ceremonia propiamente dicha de la religión pagana. En este sentido hay que entender la expresión de la Carta a Diogneto cuando afirma que los cristianos se casan y procrean hijos como todos los demás ciudadanos; y Atenágoras dice en la primera mitad del siglo II que «los cristianos reconocen también como su esposa a aquella mujer con la que se han casado conforme a las leyes establecidas por las autoridades romanas. Existen algunos sarcófagos paleocristianos en los que se representa a Cristo colocando la corona sobre la cabeza de los dos esposos o presidiendo la unión de las manos, colocadas sobre el libro de los evangelios. La ceremonia exterior puede que sea la misma del matrimonio entre paganos, pero donde se celebra un matrimonio cristiano, allí está Cristo en medio de los esposos. La Didascalia de los Apóstoles, obra escrita en torno al año 220, recomienda que el obispo conceda en matrimonio a las huérfanas que están bajo la protección de la Iglesia solamente a cristianos. Cipriano también exige que los cristianos se casen «en el Señor», es decir entre cristianos y del mismo parecer era Juan Crisóstomo. La Iglesia fue, poco a poco, metiendo en la estructura jurídica romana del matrimonio las exigencias derivadas de la fe cristiana. Solamente a partir del siglo IV se puede hablar de una verdadera bendición litúrgica para el matrimonio cristiano, y la intervención del obispo o de un presbítero en las ceremonias matrimoniales. De todos modos el ritual del matrimonio cristiano se apoyaba en el ritual del matrimonio romano: bendición del sacerdote y del padre de familia, unión de las manos, coronación (propia de la Iglesia oriental); las oraciones para el matrimonio encontraron una fuente de inspiración en las bendiciones matrimoniales de la Biblia. 3. El culto cristiano.
  • 9. Los cristianos celebraban cultos los domingos y probablemente otros días de la semana. Los cultos solían componerse de un tiempo para la lectura de la Escritura, predicación, enseñanza, cantos y orar y otra donde se partía el pan dentro de una comida común como parte de la celebración de la Cena del Señor. En los tiempos en que Justino Martir escribió su Apología en Roma (135) no se menciona ya la comida en común y la Cena era la parte final del culto. En ese momento se recogían también las limosnas para los necesitados y probablemente para atender a los ministros y el ministerio. a. La iniciación cristiana. La palabra iniciación se refiere, en el uso litúrgico, al comienzo de la vida cristiana o la entrada en el «nuevo Pueblo de Dios» que es la Iglesia. Desde sus inicios, la práctica de iniciación en la vida de la iglesia se identificó con el bautismo como testimonio de la conversión y renuncia a la vida pasada. Si bien es cierto que de una forma natural desde el principio existió un grupo de personas que empezaban a reunirse con el resto de la iglesia, participaban de sus reuniones y comenzaban a desarrollar una experiencia de vida como cristianos a los que la iglesia dispensó una atención especial hasta su incorporación como miembros de pleno derecho, mas adelante se estableció en la propia iglesia una serie de ritos relacionados con la confirmación de la fe. Durante los primeros siglos, y todavía hoy en la Iglesia ortodoxa oriental, la iniciación se realizaba en una sola celebración litúrgica. Usaremos términos que habitualmente son católicos pero que os harán entender mejor a lo que nos referimos. Los procesos eran los siguientes: I) El catecumenado . El bautismo de adultos estaba perfectamente ordenado desde el inicio de la iglesia, como lo atestigua la institución del catecumenado, que tenía la finalidad de instruir y examinar a los candidatos. En las cartas de Pablo podemos ver que en la iglesia no se bautizaba inmediatamente a los convertidos, sino que difería un poco el bautismo. El catecumenado o tiempo de preparación para el bautismo recibió una estructuración fija a principios del siglo III. Duraba de dos a tres años, aunque podía acortarse este tiempo, si el candidato demostraba que estaba bien preparado. En el siglo IV, el catecumenado recibió una estructuración más completa, en la que había una serie de exámenes para constatar la formación doctrinal del catecúmeno, y de acciones simbólicas, como unciones y exorcismos, tendentes a fortalecerlo para las exigencias de la vida cristiana y librarlo de la influencia del demonio. En todos estos procesos destaca una cosa, los que eran bautizados no podían ser niños recién nacidos sino personas que se habían acercado a la iglesia por el mensaje que habían recibido y que deseaban ser cristianos. II) El bautismo. Es posible que, hasta bien adelantado el siglo IV, solamente los adultos fueran admitidos al bautismo. Por las controversias posteriores en torno al bautismo de los niños, se podía deducir que éstos no eran admitidos al bautismo, como lo vemos también en la práctica del catecumenado. Sin embargo, fue durante el primer tercio del siglo III, como se deduce de la Tradición apostólica de Hipólito (f 235), cuando se inició la práctica el bautismo de los niños, los cuales lo recibían en una misma ceremonia con los adultos. El bautismo se administraba generalmente por triple inmersión; pero ya desde los tiempos apostólicos, como se atestigua en la
  • 10. Didajé, se podía hacer por infusión: «bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en agua viva; si no tienes agua viva, bautiza con otra agua; si no puedes hacerlo con agua fría, hazlo con caliente. Si no tuvieras una ni otra derrama agua en la cabeza tres veces en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Por información de Justino se sabe que hasta su tiempo no existían lugares reservados para bautizar a los catecúmenos, sino que eran conducidos a un lugar donde había agua; «y toman en el agua el baño en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo». A partir del siglo IV se edificaron los baptisterios, espléndidos edificios dedicados únicamente a la administración del bautismo; el más célebre es sin duda el de San Juan de Letrán en Roma, cuyos orígenes se remontan a la época constantiniana, pero el actual es esencialmente de Sixto III (432-440). III) La confirmación. La práctica de la confirmación la basa la Iglesia Católica en los conceptos evangélicos de renacer del agua y del Espíritu, y recibir el Espíritu Santo que interpretan que son dos aspectos distintos de la iniciación cristiana que tienen su raíz en los misterios de Pascua y de Pentecostés y que se bifurcan en lo que ellos llaman dos sacramentos distintos: el bautismo y la confirmación. Vemos claramente en el NT como el bautismo es un testimonio público de una realidad que ha sucedido en la vida de las personas que han conocido al Señor y han entregado sus vidas a Él. Nosotros entendemos que el Espíritu Santo se recibe por fe en el momento de la conversión (Efesios 2). Sin embargo dentro del mundo evangélico si hay iglesias que creen que hay una experiencia posterior al bautismo que tiene que ver con recibir el poder del Espíritu. Para la Iglesia Católica el signo de la confirmación consistía desde los tiempos apostólicos en la «imposición de las manos» (Hch 8,14-18); y con este nombre era conocido este sacramento. Esta disciplina se convirtió en norma en la Iglesia Católica por lo menos desde los tiempos del obispo de Roma Inocencio I (401- 417). b. El partimento del pan. En la carta a los Corintios tenemos la mejor definición sobre como era la celebración en la Iglesia de la Cena del Señor y Pablo lo escribió a causa de un abuso introducido en torno al modo de celebrarla en la comunidad de Corinto (1 Cor 11,20-23). La Didajé da una información más precisa: «Reunidos cada día del Señor (domingo), partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro». Justino es el autor cristiano que informa con buen lujo de detalles la manera de celebrar la Cena del Señor a mediados del siglo II; se trata de una celebración fundamental que es el punto de partida para una posterior evolución, que tenía lugar el domingo y comprendía estas acciones: 1) se comenzaba con una lectura del Nuevo o del Antiguo Testamento; 2) seguía una exhortación del presidente de la asamblea, que en los primeros siglos era siempre el obispo de la comunidad; 3) se hacían oraciones en común por toda la humanidad; 4) los fíeles se daban un beso en señal de paz y comunión; 5) a continuación se entregaban Pan, Vino y Agua al presidente, el cual pronunciaba sobre ellos una fórmula de bendición en la que alababa y rogaba al Padre de todas las cosas en nombre del Hijo y del Espíritu Santo; 6) después el mismo presidente hacía una larga oración de acción de
  • 11. gracias, 7) a la que el pueblo prestaba su asentimiento con el Amén; 8) finalmente, los diáconos distribuían a los presentes el Pan, y el Vino mezclado con agua, alimentos bendecidos que se llevaban también a los que no habían podido acudir a la celebración y, añade Justino, todo esto no es pan ordinario ni una bebida ordinaria, sino la Carne y la Sangre del Hijo de Dios encarnado. Como os decía, la Cena del Señor se celebraba solamente los domingos y en una sola celebración para todos los fíeles de una ciudad, y se recibía bajo las dos especies de pan y vino. c. El perdón de los pecados y la excomunión. I) El perdón de los pecados cometidos después del bautismo. La doctrina de la Iglesia Católica, mediante la que asume el poder para perdonar los pecados, la basan en los textos del evangelio (Mt 16,18-20; 18,15-18). Sin embargo ni en el Nuevo Testamento ni en los escritos de los Padres apostólicos se halla testimonio alguno acerca de que la Iglesia de los primeros cien años haya hecho uso de este poder de perdonar los pecados. Según vemos en distintos textos del NT cada cristiano tiene la oportunidad de reconocer y confesar su pecado a Dios mismo mediante la oración y ser perdonado y renovado por Dios mismo. Es cierto que hay pecados que no pueden ser perdonados, pero son la negación de Dios mismo o de la obra de salvación de Jesucristo. En cuanto a la confesión, parece que siguiendo algún texto del NT al comienzo de la historia de la iglesia había costumbre de confesión pública de los pecados. Hasta mediados del siglo II no se encuentra ningún testimonio seguro sobre la existencia de alguna institución penitencial para la reconciliación de los cristianos que hubiesen cometido algunos pecados especialmente graves. La Didajé, Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, la Epístola de Bernabé y Clemente Romano, ya hablaban de «la penitencia de excomunión» para los pecados más graves. Este rigorismo penitencial que excluía del perdón eclesial esos «pecados mortales» fue mitigado por un decreto del obispo de Roma Calixto I (217-222) que admitía a la penitencia a los adúlteros y fornicarios. Hipólito Romano criticó duramente este decreto; y a esta crítica se sumaron también algunos obispos del norte de África y Tertuliano por considerarlo excesivamente laxista. En tiempos de Cipriano ( | 258) fueron admitidos a la penitencia los apóstatas; y finalmente el Concilio de Ancira (314) admitió también a los homicidas. II) Penitencia pública, y una sola vez en la vida. A mediados del siglo III existía ya una institución penitencial bien organizada que funcionaba al estilo de un tribunal. El pecador, es decir, el bautizado culpable de esos pecados especialmente graves mencionados en el apartado anterior, se presentaba ante el obispo o ante un presbítero, según consta por Cipriano y por Orígenes, para manifestarse culpable de algún pecado. La manifestación de los pecados, al principio, era pública; pero ante el escándalo que produjo en la comunidad la confesión pública de algunos pecadores, se estableció la costumbre de que el obispo o el presbítero al que se presentaba el pecador decidía si la confesión había de ser pública o secreta en caso de que los pecados no fueran públicos; que la confesión podía ser secreta está atestiguado por Orígenes. Juan Crisóstomo en Constantinopla y León Magno en Roma, abolieron la confesión pública. Aunque la confesión hubiera sido secreta, la penitencia siempre era pública, porque suponía que los pecadores entraban en la categoría de «los
  • 12. penitentes», los cuales eran excluidos de la vida de la comunidad en todo o sólo en parte; los penitentes estaban excluidos hasta que, después de un tiempo de penitencia, eran readmitidos a la comunión eclesial. La Iglesia no admitía de nuevo en el «orden penitencial» a aquellos cristianos que, después de haber sido admitidos una vez, volvían a caer en el pecado. d. Fiestas cristianas. I) Culto dominical. La Iglesia primitiva estableció, desde la misma era apostólica, el día del culto cristiano en el primer día de la semana (Hch 20,6-12; 1 Cor 16,2), el domingo, o día del Señor, en recuerdo de la resurrección de Jesús. El domingo adquirió su organización litúrgica definitiva antes del Concilio de Nicea (325); y era ya un día de fiesta para los cristianos. Constantino le concedió en el año 321 el carácter de fiesta civil al domingo. Ya en época de Justino (153) había cesado la primitiva división del culto en oración con predicación y luego la comida, ágape con el Partimento del pan. La iglesia se vio pronto influenciada por las prácticas de otras religiones de misterio que convivían con el cristianismo en aquella época y por eso ciertos ritos se desarrollan conforme a lo que se practicaba en ellas con un sentido cristiano. II) Semana Santa. La Iglesia mantuvo las principales fiestas judías, pero dándoles un sentido cristiano: la Pascua, como conmemoración de la resurrección del Señor, pasó a ser la principal fiesta de la Iglesia. La Didascalia de los Apóstoles, escrita en Siria en el siglo III, describe el modo de celebrar esta fiesta de las fiestas cristianas: «El viernes y el sábado ayunaréis completamente y no tomaréis nada. Reunios, no durmáis, velad toda la noche en oraciones, súplicas, lectura de los profetas, del evangelio y de los salmos..., hasta las tres horas de la madrugada siguiente al sábado. Entonces dejaréis de ayunar... Ofreced vuestros dones y luego comed, estad alegres, felices y contentos, pues el Mesías, prenda de vuestra resurrección, ha resucitado. Será para vosotros una ley eterna hasta el final del mundo». III) La Navidad y Reyes. La fiesta de la Navidad tuvo su origen en la Iglesia occidental; aparece por primera vez en el Cronógrafo del año 354; se celebró desde el principio el día 25 de diciembre, para oponer una fiesta cristiana, la fiesta del nacimiento de Cristo, a la pagana fiesta del Sol invicto, la luz que vence a las tinieblas de la noche. En cambio, la fiesta de la Epifanía tiene su origen en la Iglesia oriental en el siglo II; y originariamente tenía la misma finalidad de oponer la aparición del Verbo de Dios hecho hombre a la fiesta pagana del solsticio de invierno. e. El culto de los mártires y otros santos. El culto de los mártires tiene su origen en el culto a los difuntos que los cristianos compartían con todos los demás pueblos de la tierra. Las familias se reunieron siempre alrededor de la tumba de sus seres queridos, especialmente en el día aniversario de su muerte. Las comunidades cristianas, verdadera familia de Dios, se reunían también para conmemorar el aniversario de la muerte de sus hermanos más queridos; y éstos eran los mártires que habían testimoniado su fe con su sangre. Quienes habían derramado su sangre por Cristo, y, los que mas tarde por la iglesia Católica fueron considerados como intercesores ante Dios. El testimonio más claro de la voluntad de reunirse en el día aniversario de la
  • 13. muerte de los mártires pertenece a la Iglesia de Esmirna, con ocasión del martirio de Policarpo. f. Culto a la Virgen Maria. En el siglo IV empezó a destacarse María la madre de Jesús como la mas grande de todos los santos. Aunque en el NT fue llamada la madre de Jesús en el siglo V se empezó a conocer la madre de Dios. Su virginidad antes de del nacimiento de Jesús se convirtió posteriormente en perpetua virginidad desde el vientre de su madre hasta su tumba. Fue quizás una reacción a la situación que se había dado en la iglesia sobre el énfasis de la divinidad de Jesús como reacción a los arrianos y buscando en María esa humanidad que la acercaba a los creyentes como mediadora. BIBLIOGRAFIA Padres Apostólicos de Daniel Ruiz Bueno, Editorial BAC. Historia de la Iglesia I. Edad Antigua de Jesús Álvarez Gómez, Editorial BAC. Historia de la Iglesia Cristiana de Williston Walker, Casa Nazarena de Publicaciones. Historial del Cristianismo de Kenneth Scott, Latourette CBP. La era de los mártires de Justo L. González, Editorial Caribe. Historia de la Iglesia: Iglesia Primitiva de Harry R. Boer, Editorial Logoi. Wikipedia, www.wikipedia.org