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1912: Cenizas de una Hoguera - Los Autores de la Barbarie.
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Equipo de Redacción
Julián Yépez Ginés –Dirección
Gabriela Velarde Hidalgo
Bryan Tite Mallitasig
Katherine Rocha Ortiz
Johana Cruz Negrete
Equipo de Investigación de Fuentes
Gabriela Velarde Hidalgo –Coordinación
Julián Yépez Ginés
Bryan Tite Mallitasig
Katherine Rocha Ortiz
Johana Cruz Negrete
Fernando Yunga Yunga
Edwin Puetate Echeverría
Diego Arcos Bastidas
Andrés Salazar Almeida
Verónica Basantes
Diseño de Portada y Edición de Fotografía
Julián Yépez Ginés
Imágenes y Fotografías
Archivo fotográfico del Museo de Banco Central
Archivo digital de la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit
2
CONTENIDO
PRIMERA PARTE
EL ACONTECER DE UN 28 DE ENERO DE 1912 4
SEGUNDA PARTE
CAPITULO I: PRIMERAS LLAMAS DE LA HOGUERA 9
El Pacto Anti Alfarista 10
CAPÍTULO II: LA ÚLTIMA SUBLEVACIÓN 19
El Retorno de Prometeo 21
TERCERA PARTE
CAPITULO I: LOS AUTORES DE LA BARBARIE 28
Autores de la Barbarie 29
La Capitulación 33
Los Inquisidores 42
El Argumento 46
La Última Estación 55
El Pueblo de Quito 62
Inmolación 67
CUARTA PARTE
JUICIO AL CENTENARIO 74
ANEXOS E IMÁGENES 80
Anexo 1. Apuntes de “La Prensa”, Diciembre de 1911: Algunos hechos que marcaron el
proceso de transición presidencial. 113
Anexo 2. La Capitulación 118
Anexo 3: Carta dirigida a Ulpiano Pérez Quiñones, Obispo de Ibarra, por parte de Federico
Gonzales Suarez, Arzobispo de Quito, Quito, 22 de Marzo de 1912. 120
BIBLIOGRAFÍA 128
3
PRESENTACION
El actual trabajo nace de la aspiración por sacar a la luz de la opinión pública
algunos de los hechos escondidos tras uno de los crímenes más vergonzosos
en los capítulos del Ecuador y señalar a los verdaderos asesinos intelectuales
del Gral. Don Eloy Alfaro Delgado y de sus compañeros: Pedro J. Montero,
Ulpiano Páez, Medardo Alfaro, Flavio Alfaro, Luciano Coral, Manuel Serrano y
Belisario Torres.
Se busca también en la presente investigación, señalar como juicio equivocado
aquel que adjudica al “Pueblo de Quito” la autoría de los crímenes de enero o
que inculpa a turbas anónimas e indeterminadas del arrastre; antes bien en la
obra se perfila a los verdaderos artífices: los sectores más retrógrados
coaligados en un naciente pacto oligárquico; respaldados en los viejos aparatos
ideológicos y coercitivos del Estado. La prensa y la milicia al servicio
coalicionista son quienes realmente sirvieron como siniestros ejecutores. Todos
ellos dieron fin al proyecto radical Alfarista.
A 101 años de la barbarie perpetrada contra los mártires de enero de 1912,
esclarecer los sucesos acaecidos alrededor de la Hoguera de El Ejido, es más
que una deuda con la Historia.
Julián Yépez- Equipo de Redacción
4
PRIMERA PARTE
EL ACONTECER DE UN 28 DE ENERO DE 1912
Eran aproximadamente las once de la mañana en la ciudad de Quito; poco
después, en la estación ferroviaria de Chimbacalle se escucha la llegada de un
tren. Quienes viajan allí conocen que un aciago desenlace los aguarda dentro
de poco. Eloy Alfaro, Flavio Alfaro, Medardo Alfaro, Ulpiano Páez, Luciano
Coral y Manuel Serrano son las víctimas escogidas para el crimen que se ha
fraguado. Sus certezas no son vanas: ya hace dos días, Pedro Montero, el
Tigre de Bulu Bulu, había sido ultimado de la manera más vil y perversa por un
grupo de soldados del batallón Marañón.
En el momento que los procesados bajan para tomar el automóvil que los
conduciría al panóptico. Eloy Alfaro advierte que Medardo, casi paralítico
debido a su avanzada edad, y Flavio están tiritando. Surge entonces la figura
bravía y determinada del padre del liberalismo en todo su esplendor y
pronuncia estas palabras: “¿Por qué tiemblan? ¿Por miedo a la muerte? No
sean cobardes; ningún Alfaro ha temido nunca el peligro.” Inclusive en los
momentos postreros de su vida, aquel noble anciano conservaba aquella
determinación y coraje que lo consagraron durante toda su vida.
5
El camino recorrido hasta la llegada al panóptico transcurrió en medio de
ofensas, insultos, e inclusive ataques hacia los prisioneros por parte de
distintas personas. Es así que ciertas personas obstaculizan el paso del
automóvil de los detenidos y algunos de estos individuos empiezan a arrojan
piedras contra los reos. Finalmente, el vehículo llega a su destino. El primero
en bajar es el general Eloy Alfaro, quien es ayudado a subir por el Jefe de Zona
Pesantes y por el secretario del Penal, Rafael Calderón. Debido a una herida
en la pierna, Flavio Alfaro también requiere ayuda para avanzar. Quienes lo
acompañan son el capitán Humberto Vallejo y el director del Penal, Rubén
Estrada. Al producirse el ingreso de los reos al panóptico, el capitán Alejandro
Sierra, jefe del “Batallón Marañón” pronuncia las fatídicas palabras: “He
cumplido con mi deber. Los he entregado en el Panóptico, vivos. ¡Pueblo:
ahora os toca cumplir con vuestro deber!”.
Ya adentro, un soldado llamado Aurelio Proaño, en un acto de vileza y
cobardía, arremete con la culata del fusil contra don Eloy, arrojándolo al suelo.
Al llegar a la celda, Eloy Alfaro solicita un banco ante la presencia de Ulpiano
Páez para poder conversar. Los demás compañeros de prisión se encuentran
en sus respectivas celdas: Junto a las escaleras se encuentran Manuel
Serrano, Ulpiano Páez y Eloy Alfaro; al frente, Medardo Alfaro, Luciano Coral y
Flavio Alfaro. El custodio en el panóptico, Alcides Pesantes, deja a los
presidiarios en su lugar. Parecería que todo se ha cumplido sin inconvenientes.
No obstante, la brutal mascarada no ha concluido todavía; más bien
comienza… Se oyen tiros de repente dentro de la prisión y se escuchan gritos
“¡Se fugan los presos!”, “¡Hay que matarlos!” y es entonces que se abre la
puerta principal. Es allí que se produce la farsa del “pueblo tirando abajo las
6
puertas del panóptico” y “arrollando a la guardia”. Varias personas son
cómplices de tal artificio, como el comandante Arquímedes Landázuri, quien
dice “Nada con el pueblo”, el intendente Agustín Cabezas, el cual permite que
la guardia permanezca impávida o Alcides Pesantez, quien al mando de 80
hombres, era la persona llamada a tomar el control de la situación. Ironías de la
vida, este personaje que había llegado a su posición gracias al general Eloy
Alfaro, y allí, de manera deliberada se niega a cumplir con su deber y permite
que los criminales cometan tan atroz crimen argumentando que “no podía ni
debía fusilar al pueblo”.
Gran parte, por no decir la totalidad del grupo de personas involucradas en las
muertes del 28 de enero formaban parte del sector más religiosamente fanático
de la capital. Con este antecedente y, en algunos casos, el de la pérdida de
parientes en los recientes enfrentamientos producidos en Huigra y Yaguachi
produjo un odio exacerbado e irracional en aquella turba.
Al llegar a las celdas, al primero que encuentran es al general Eloy Alfaro. Este,
con tono conciliador pero firme, pregunta: “¿Qué es lo que quieren?”. Un
disparo en la cabeza y otro en el pecho es la respuesta canalla. La muerte
ocurre instantáneamente. No conformes con el asesinato la horda arremete
contra el cuerpo de Eloy: lo ultrajan, lo hieren con palos y armas, lo despojan
de sus vestimentas y lo sacan prácticamente desnudo.
Ulpiano Páez, al ver lo ocurrido, reacciona y en el acto saca una pistola que
tenía escondida en su bota, la cual había sido enviada por su señora y
entregada por una empleada leal. Con esta arma logra dar cuenta de Ángel
Viteri, el ejecutor de varios de los disparos contra don Eloy.
7
Medardo Alfaro, debido a su avanzada edad, se encuentra casi paralítico. A
pesar de ello, en un inimaginable acto de serenidad y arrojo, se enfrenta a ese
grupo diciéndoles: “Denme una espada para defenderme, cobardes”.
En esos momentos, los malhechores ya habían dado cuenta de Eloy, Luciano,
Manuel, Medardo y Ulpiano cuando una mujer recuerda al canallesco grupo
que falta todavía Flavio. Este es atacado por los balazos, los cuales logra
esquivar hasta que finalmente es alcanzado por uno de ellos, cayendo al suelo.
Tras ello, corre la misma suerte que sus compañeros. Al parecer, es arrojado
del piso alto al piso bajo. Las meretrices de la ciudad se apoderan de él; al salir
de la prisión, todavía vivo, alcanza a exclamar: “Lo que más me indigna es que
me dejen ultimar de estas mujeres; mátenme por favor” Es así que un soldado
del ejército cumple con su requerimiento y le propina un tiro en la frente.
El desfile de la sangre empieza aproximadamente a la una de la tarde. Eloy
Alfaro y Ulpiano Páez son llevados por un camino; el resto de víctimas, por
otro. En este grupo, quien sufre la muerte más dolorosa es Luciano Coral: el
canalla de Abraham Salgado le ha cortado la lengua. Por otro lado, la reacción
de lo más rancio de la aristocracia no se hizo esperar. Las damas de esta
clase, al ver pasar a la procesión empezaron a aplaudir y a arrojar sogas y
banderolas para ayudar a los facinerosos.
Al morir la tarde, los cuerpos de los líderes radicales y sus victimarios llegan al
parque de El Ejido. Las proclamas de estos últimos reflejan su perturbado
pensar y proceder. Al grito de “¡Abajo los masones!”, “¡Viva la religión!”, dan
inicio a la incineración de los cuerpos.
8
Tras la ausencia de los verdugos, un leal amigo de don Eloy llamado Clotario
Delgado, con la ayuda de dos indígenas, se aproxima al sitio donde arden los
restos del general. Lleva consigo un saco y una sábana. Al llegar a la fogata,
consigue la tibia de Alfaro… luego el pie… Tal es la saña con la que han
tratado al cuerpo del General que este se halla totalmente desmembrado.
Cuando Delgado creía haber conseguido su objetivo, se escucha nuevamente
a los asesinos. Los restos de Eloy estaban a un lado, debido a que estaban
todavía ardientes. Delgado y sus compañeros tienen que esconderse. Los
criminales, al notar la ausencia del cuerpo, empiezan furiosos su búsqueda y,
al dar con este, tratan de arrojarlo nuevamente a las llamas; sin embargo, en su
estulticia, no advierten que el cuerpo aún estaba ardiendo, razón por la cual
tienen que soltarlo. Es entonces que al hijo de Emilio María Terán se le ocurre
quitarse su abrigo para envolver al cadáver y tirarlo al fuego
Solamente entonces, cuando se había consumado el más horrendo crimen en
la historia del país, aparece el arzobispo de Quito, Federico González Suárez,
para solicitar a las personas que cesen en tal atroz actividad. Y se produce lo
solicitado. Es el mismo arzobispo que observaba desde el Palacio Arzobispal
como transcurría tan espantoso crimen sin decidirse por el humanismo de
ayudar al prójimo. Apaciguó a los malhechores… cuando todo era inútil.
9
SEGUNDA PARTE
CAPITULO I
PRIMERAS LLAMAS DE LA HOGUERA
A inicios del siglo XX, la estructura del Partido Liberal se encontraba
seriamente fragmentada. Desde 1983, con el movimiento inicial de las
montoneras y, en 1895, con el triunfo de la Revolución Liberal, se manifiestan
dos tendencias: el liberalismo radical y el liberalismo moderado.
Posteriormente, aún dentro de las filas del ala radical se producen divisiones,
por distintas razones, surgiendo bandos como los flavistas y monteristas. Es
así que en 1912, al formarse el Ejército de la Costa1
, llamado a defender al
liberalismo radical, se produce lo inevitable: la desunión y la discordia. La
tentativa de los sectores oligárquicos, pactados en conflagración, aunó
intenciones de dar culminación definitiva al proyecto político-social encabezado
por el General Eloy Alfaro. Esto no ocurrió como un hecho repentino: fue el
resultado de varios años de trabajo destinado a la instigación del crimen. En
aquella pugna política se manifestaron una serie de irreconciliables intereses,
1
El ilustre escritor José Peralta describe a las tropas de la Costa como: un amontonamiento de
elementos sin cohesión, carentes de un pensamiento dominante, que encamine a los guerreros a vencer
o morir. Desde el principio, esos elementos se habían conservado aislados por mutua desconfianza,
posteriormente atacados con los odios de partido; de manera que, lejos de ser un apoyo, se convirtieron
en fustigadores, en Alfaro y sus victimarios.
10
inclusive dentro del propio movimiento radical. Sin embargo, arrollados todos
con el asesinato de sus líderes el 28 de enero de 1912.
El movimiento liberal, para 1911, se encuentra dividido básicamente en dos
bandos: los placistas y los alfaristas. Además, surgen otras fracciones, una de
las cuales postula la candidatura de Flavio Alfaro a la Presidencia de la
República, y la otra que defiende la postulación de Emilio Terán. Este
fraccionamiento forma parte del origen del golpe de Estado a Eloy Alfaro el 11
de agosto de 1911 y del asesinato de los líderes radicales el 28 de enero de
1912.
El Pacto Anti Alfarista
El sector más reaccionario del liberalismo, aquel que representaba a la gran
burguesía comercial-bancaria, fue siempre acérrimo opositor a la
administración de Alfaro. Los liberales de este grupo hicieron uso de diversos
artificios para derrocar el régimen constitucional, el cual se encontraba pronto a
culminar su periodo. Es así que dentro del Congreso, las murmuraciones -a
cargo de Freile Zaldumbide, presidente de dicha instancia- aseveraban la
pretensión de Alfaro de violentar la Constitución2
para prorrogarse en el poder.
Ante tales calumnias, Pedro Concha fue el encargado del Ejecutivo en la
Cámara para desmentir dicha imputación. El mismo General Eloy Alfaro se
pronuncia al respecto, en su mensaje al Congreso Nacional de 1911, en
conmemoración al Primer Grito de la Independencia. Allí deja en claro su
proceder:
En cuanto a mí, pronto siempre a servir a mi Patria como ciudadano
abnegado, me retiraré del Poder en el término fijado por la
2
Constitución de 1906 aprobada durante la segunda gestión de Alfaro; sobre la reelección presidencial.
11
Constitución, entregando la suerte de la República en vuestras manos
y en las de todos los que la amen de veras y quieran sacrificarse para
salvarla.
Os hablo quizá por última vez, y me habéis de permitir manifestaros
que jamás he abrigado esas ambiciones que el odio político me
atribuye; y, si he luchado con tenacidad y por tantos años contra el
régimen conservador, ha sido por el justo anhelo de ver libre a mi Patria,
por establecer la verdadera democracia, por romper las cadenas que
en pleno siglo de libertad y civilización, oprimían cruelmente a mis
conciudadanos. Si he cumplido mi deber, lo dirá la Historia; pero mis
intenciones no han sido otras que servir al País, lealmente y sin ahorrar
sacrificios. Lejos de mí la vulgar idea de aspirar a la dictadura y
perpetuarme en el Poder; alma como la mía tienen más elevadas
aspiraciones y no las mueve sino el amor desinteresado de la Patria.
(Alfaro 1912, 172)
Este era el único manifiesto e inquebrantable deseo del Viejo Luchador,
mantenido desde el surgimiento de las Montoneras en la Campaña de 1884.
Aún dislocados los argumentos de la Cámara de Senadores, se da inicio a la
planificación del golpe de Estado, a ejecutarse el 11 de Agosto de 1911. Los
recursos para su concreción –mediante sus mandos superiores- hallasen en los
cuarteles.
Surge en ese momento la figura de Emilio Terán, potencial candidato a la
Presidencia, quien será el iniciador de dicho complot. Roberto Andrade se
refiere a Terán como un general “disoluto, sin ningún sentimiento de moral,
como Plaza y todos los acomodaticios, que se levantan a la dirección de
nuestros pueblos. Era padre de familia; pero nunca respeto la moralidad de las
familias.” El golpe orquestado respondía directamente defender su
candidatura. Sin embargo, antes de que se produzca el cuartelazo del 11 de
agosto, en el que se depone fraudulentamente a Alfaro, Terán es asesinado
por el coronel Luis Quirola3
debido a asuntos de carácter personal.
3
Roberto Andrade refiere de “el Coronel Luis Quirola, valeroso y entusiasta joven, se alejó de los
liberales, después de compañerismo largo con ellos, solo por acompañar a Terán, desde que regreso de
12
No obstante, la conspiración quedó viva en los cuarteles. Alfaro no tuvo ni la
menor sospecha de lo que se fraguaba, por ello no tomó medidas al respecto.
Inclusive, el General Franco, uno de los conjurados, hubo de retirarse de
servicio anteriormente. Apenas circuló la noticia del rompimiento de Alfaro con
Estrada, aquellos, encargados de la confabulación de Terán en los cuarteles,
se apresuraron en la búsqueda de Estrada, con el fin de confiarle sus planes
para que se sirviera de ellos, si le parecía conveniente. Estrada arregló el
pastel y partió inmediatamente a Guayaquil” (Andrade 1984, 339-340). La
innegable intención de Estrada fue alcanzar el poder, y para lograrlo encadenó
algunos intentos apresurados, hizo uso de intrigas sobre la naturaleza
democrática del General Alfaro.
A pesar de restar solamente veinte días para el traspaso del mando de Alfaro al
recientemente electo Estrada; este “quería anticiparse, porque los ministros
trataban de burlarse de él, destituyéndolo”; y son estos ministros los que
persuaden a Estrada “que al General no había necesidad de matarlo, sino
solamente de obligarle a hacer dejación del mando” (Andrade 1984, 339-340).
Con este fin, quedó en Quito el Capitán Víctor Emilio Estrada, hijo del futuro
nuevo mandatario, quien estaría dispuesto a impedir cualquier inconveniente
que se produjera en el Congreso a fin de atentar en contra de la elección de su
padre (R. Andrade 1984, 442).
La tempestad acaecería en las elecciones, mientras, dentro de los cuarteles, el
golpe se desarrollaba. Posterior a la instalación ordinaria del Congreso
Inglaterra. (…)” A quien dio muerte después de recibir la noticia: “Dijósele que Terán le había ultrajado,
no había respetado la santidad de su hogar ni de tálamo… Casi le enloqueció el furor (…) Quirola disparó
un balazo a Terán quien cayó muerto; y el matador se entregó inmediatamente a la justicia. Quien
conocía a Quirola no pudo dudar de que el crimen fue espontaneo; pero yo no puedo asegurar si hubo o
no fundamento en la sospecha de adulterio”. Quirola abruptamente asesinado en el Panóptico a cargo
de los partidarios de Terán; quienes vengando su muerte, despedazaron el cuerpo de Quirola.
13
Nacional, realizada el 10 de agosto del año en referencia, con la reelección de
los mismos dignatarios, varias autoridades del ejército comprometidas con
anterioridad, para el efecto, abandonaron sus respectivos cuarteles.
Finalmente, llega el fatídico 11 de agosto; por la mañana, algunos militares de
alta jerarquía reverenciaron al General, dos o tres se alimentaron en la mesa
presidencial, tal es el caso del Coronel Nicolás López, quien -a pesar de sus
intenciones- se encontraba en la mañana con el presidente Alfaro en medio
de una conversación muy amigable, pese a ser el encargado de apoyar a los
sublevados.
A la hora meridiana, se da inicio a una serie de descargas con el ánimo de
desconocer el Régimen (Pérez Concha 1978, 350). A sazón, el presidente
Alfaro se hallaba, con los Ministros de Estado, en el palacio de Gobierno,
desde donde se oyeron las detonaciones. Los batallones que guarnecían en la
ciudad se rebelaron contra el Ejecutivo, entregando a los enemigos del
radicalismo para que lo sacrificaran (Peralta 1971, 72), “al amparo de este
segundo retozo del ejército, motivado en la imposición de la candidatura de
Plaza, que todo el conservadurismo y alfarismo rechazaba abiertamente”
(Sánchez Núñez 1913, 14). Buscando salvaguardar su vida, por medio del
accionar del Cónsul Víctor Eastman Cox, Alfaro arriba a la Legación de Chile,
donde aguardó varios días esperando su retorno a Panamá.
El General Alfaro, en muestra de agradecimiento a la República de Chile y la
intervención del señor Carlos Uribe, decano del Cuerpo Diplomático, envía una
carta a Ramón Barros, presidente de dicho país, resaltando cómo
transcurrieron los incidentes, en los cuales la bajeza y felonía de los ejecutores
de la conspiración queda manifiesta:
14
La salida del Palacio Nacional y el tránsito al través de la plaza de
la Independencia hasta la Legación, en medio de una muchedumbre
en rebelión, desordenada y, sin jefes visibles, fue empresa por demás
riesgosa, llevada felizmente a cabo debido al valor, porte digno y
firmeza del Excelentísimo señor Eastman, quien supo usar esas
cualidades para imponerse a las turbas amenazantes.
Hubo un momento de peligro supremo, en que uno de esos
malvados furiosos tendió su rifle hacia mi pecho con ánimo de
ultimarme; pero el Excelentísimo señor Ministro de Chile, con arrojo
singular, se adelantó de mi lado y me cubrió con su cuerpo, exponiendo
así su propia vida por salvar la mía. (Alfaro 1912, 180)
Mientras tanto, se ponen en marcha los intentos estabilizadores, gestados por
los insidiosos; todos ellos habían desarrollado un método hasta entonces sui
generis para deponer al General Alfaro de la magistratura: se impuso la
renuncia como condición para respetar la vida del Combatiente de Jaramijó. El
siguiente telegrama enviado por Freile Zaldumbide a Alfaro lo indica:
El pueblo quiteño, congregado en gran meeting ante la casa del
Encargado del Poder Ejecutivo, solicita perentoriamente, la dimisión
del señor General don Eloy Alfaro del cargo que tuvo de Presidente de
la República.
En tal virtud, acatando yo esa premiosa representación popular que
amenaza tomar peligrosas proporciones, notifico a usted que difiera a
ello, con la brevedad posible, pues de otra suerte me seria quizás
imposible impedir que se respete el derecho de asilo a que ha
apelado usted en la Legación de Chile.
A pesar de la traición, la reacción de los jefes leales a Alfaro no se hizo
esperar. Por la mañana del día 12 de agosto, delegados del Alfaro comunican
la pronta llegada del General Ulpiano Páez, quien se encontraba en Latacunga,
pretendiendo transportar vía férrea al Regimiento número 3 de Artillería, con un
máximo de 600 hombres y algún otro contingente (Alfaro 1912, 172) para la
defensa del régimen constitucional.
Es entonces que Alfaro, priorizando su criterio patriótico y humano, afirma:
“estoy pronto a hacer el sacrificio de salir del país con el objeto de evitar que mi
15
nombre sirva de pretexto para trastornar el orden público en el Ecuador” (Alfaro
1912, 177). Alfaro decide renunciar al cargo de Presidente, convencido de la
continuidad del proyecto liberal, también expresado en el telegrama de
respuesta a Zaldumbide:
Sin entrar a considerar los términos de su carta, quiero manifestar
a usted que como ecuatoriano patriota no deseo que por mi interés se
derrame una sola gota de sangre y que por lo tanto hago dimisión del
cargo de Presidente de la República lo cual hará que pueda continuar
el régimen liberal al amparo de la Constitución (Alfaro 1912, 177).
De la misma manera, Alfaro responde a Páez por medio del siguiente
telegrama y le solicita que regrese a sus acantonamientos:
En vista de que el nuevo Gobierno continúa dando prendas de
confianza al partido liberal con el nombramiento del personal de su
Gabinete, paréceme que no debemos serie hostil de ninguna manera.
Por mi parte olvido en aras de la felicidad de la Patria la grave ofensa
que se me ha irrogado y deseo que se consolide la paz continuando el
régimen liberal. De acuerdo con estas ideas te aconsejo atiendas la
solicitud del señor Ministro del Brasil y del doctor Octavio Díaz. Pues,
hoy he presentado mi renuncia del cargo de Presidente de la República.
El accionar del abnegado Gral. Páez busca respaldar la estadía del General,
por medio de su intervención frente al Cuerpo Diplomático del Brasil, previendo
salvaguardar la vida de Alfaro y su familia; recubierto además, en los exteriores
de la Legación Chilena por la presencia de los “Llaneros de Páez” que
resguardaban al destituido presidente, debido a los continuos intentos de
asaltar el Consulado.
Finalmente dueños de la situación, los facinerosos tenían la intención de
proclamar a Estrada –presidente electo- como Jefe Supremo; sin embargo, el
abogado y doctor Juan Benigno Vela, alma del partido placista, corrigió estas
intenciones y determinó que Carlos Freile Zaldumbide, presidente del
16
Congreso, debía asumir el mandato de la Nación alegando que, en “caso de
ausencia, muerte o renuncia del Presidente titular” debe ser la máxima
autoridad del Senado quien ocupe este puesto. De esta forma, Freile
Zaldumbide es proclamado Presidente interino en la tarde del día 12 de Agosto
y el régimen golpista se vuelve “legal” (Sánchez Núñez 1913, 12).
Los conspiradores y sus adeptos son respaldados incluso en la instancia
legislativa: el Congreso Nacional, en sesión del 14 de agosto de 1911, pretende
congratular el accionar anti-democrático de los poderes confluidos para el
derrocamiento de Alfaro. En dicha sesión, ciertos legisladores como Francisco
Andrade Marín, Adolfo Páez, Juan Benigno Vela, Miguel Ángel Albornoz,
Gallegos Anda, Peñaherrera Oña –el único conservador del grupo- y Nicolás
López reafirman la postura golpista, calificando a Alfaro como tirano. El
diputado Roberto Posso se abstuvo de sostener tal postura. En contraposición,
los legisladores que no sufragaron “por una resolución tan propia de otros
tiempos”, quienes se mantuvieron firmes a la constitucionalidad patria, fueron
Loyola, Balda, Jiménez, Torres, Viteri, Vásquez, Merchán, y Roberto Andrade4
(R. Andrade 1984, 450).
No satisfechos con el triunfo de la sombría conjura del 11 de agosto, los
diputados antialfaristas, reforzando infames presunciones, intentaron aprobar la
moción presentada por el diputado, Francisco Andrade Marín y Miguel Ángel
Albornoz, para la colocación de una lápida, que habría dicho:
El 11 de Agosto de 1911 el heroico pueblo de Quito y el ejército
dieron fin con la tiránica dominación del Sr. General Don Eloy Alfaro. Este
sirve de ejemplo a quienes traten de envilecer al digno Pueblo Ecuatoriano,
conculcando la constitución y las leyes.
4
Roberto Andrade, era hermano del coronel Carlos y el general Julio Andrade.
17
El cínico parlamentario Miguel Ángel Albornoz, arguyendo que no se podía
permitir nuevamente la “dictadura”, proclamó en la sesión:
…y deseo que se coloque esta lápida en este sitio para que a diario
la vean los que en lo sucesivo suban dirigir los destinos del país y sepan
que en el Ecuador; en donde se ha derramado la sangre generosa del
pueblo para cimentar las instituciones republicanas, jamás puedan
surgir las ideas tenebrosas de dictadura, de opresión y de vergüenza.
Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinoza Pólit (DSC04720a)
Para ese entonces, Albornoz presidia la Junta Suprema del Partido Liberal
Radical; pero hace mucho que había abandonado a su fundador, el General
Eloy Alfaro.
Con Alfaro fuera del poder y Freile Zaldumbide como Presidente interino, el
resultado de las elecciones anteriormente efectuadas, permitió que Emilio
Estrada asuma las funciones de Presidente Constitucional de la República el 1°
de Septiembre de 1911.
Estrada resolvió en primer término que los ministros de Estado continuaran al
frente de sus Carteras. Sin embargo, durante los días 11 y 12 del mismo mes,
hubo de aceptar las renuncias presentadas por los señores doctores José
Julián Andrade y Manuel Eduardo Escudero, quienes se encontraban
laborando en los ministerios de Instrucción Pública y Hacienda. Estos
personajes serían reemplazados por Carlos Rendón Pérez y el Gral. Leónidas
Plaza Gutiérrez. Así mismo renuncia Alfredo Baquerizo Moreno, el cual es
reemplazado por el doctor Carlos R. Tobar. El 7 de octubre renuncia el Gral.
Plaza Gutiérrez que es reemplazado por J. Federico Intriago.
18
Sin embargo el periodo presidencial del Estrada fue de corta duración; debido a
afecciones cardiacas, fallece el 22 de diciembre de 1911 abriendo un
panorama político complicado.
Inmediatamente, Freile Zaldumbide asume la presidencia interina de la nación
por segunda vez, “quien después de lamentar, el mismo día, el fallecimiento
antes registrado, procedió a convocar para los días 28, 29 y 30 de Enero de
1912, los comicios electorales que habrían de determinar la persona que, como
consecuencia de la situación creada, debía asumir la presidencia
Constitucional de la Nación” (Pérez Concha 1978, 356).
19
CAPÍTULO II
LA ÚLTIMA SUBLEVACIÓN
La proclamación de la candidatura de Leónidas Plaza a la primera
magistratura del Estado, –apresurada a tomar cuerpo- día siguiente de la
muerte de Emilio Estrada, motiva el levantamiento de Pedro Montero, en la
Provincia del Guayas, proclamado como Jefe Supremo el 28 de diciembre de
1911. Así mismo se produciría la proclama de Flavio Alfaro como Jefe Supremo
en la provincia de Esmeraldas. Todos estos simultáneos a la función del
presidente interino Freile Zaldumbide en la capital.5
Residiendo así en el país,
un triunvirato de enunciativas proclamas que se decían abanderadas de la
continuidad del movimiento liberal.
Para el 22 de diciembre se levanta el comandante Saavedra –flavista-
tomándose el cuartel de policía y proclamando gobernador de la provincia de
Esmeraldas a Carlos Otoya. De inmediato, se designa Jefe Supremo a Flavio
Alfaro; solicitando su presencia para dirigir al levantamiento. Así, Flavio sale de
5
La muerte de Estrada desentonaría aún más el panorama político ecuatoriano, después de un
desestabilizador Golpe de Estado; nuevamente el cargo presidencial quedose deshabitado. De esta
manera, recae interinamente el cargo -por segunda ocasión- sobre Carlos Freile Zaldumbide,
perteneciente al ala placista, quién inferirá sobre la cámara gubernamental algunos cambios; siendo de
relevancia el nombramiento Juan Francisco Navarro como Ministro de Guerra, desvinculando el
carácter del régimen de Alfaro.
20
Panamá en el vapor “Manabí” arribando a Tumaco el 28 de diciembre por
Puerto Limones.
Mientras tanto, "La Prensa" -publicación oficial del placismo- anuncia desde el
3 de Enero, la verdadera intención del General en Jefe, en los términos
siguientes:
Se sabe que el General Plaza, al avanzar sobre el enemigo con sus
valerosas huestes, ha telegrafiado al Gobierno que no dará cuartel a los
perjuros y traidores, Montero y Alfaro; y que está resuelto a
escarmentarlos con todo el rigor que merecen sus crímenes. (Peralta
1971, 111)
El 5 de enero de 1912 tras reunir adeptos, llega a Guayaquil y presenta su
contingente al Batallón Esmeraldas -conformado por 200 hombres
desarmados-. A la par, se concretaría el encuentro de los dos caudillos
liberales radicales: Pedro y Flavio, con la presencia de asperezas de los
generales por la conducción del levantamiento rebelde; sin embargo, las
condiciones bélicas -número de hombres y armas- favorecían a Montero.
En ese contexto entre Flavio Alfaro y Pedro J. Montero, se manifiesta el
conflicto latente por la conducción de la “insurrección”; Montero al ser
proclamado Jefe Supremo de Guayaquil, ciudad de gran importancia, sumado
a la cantidad de hombres y pertrechos afectos a él se impone en la jefatura del
movimiento, llegando a un acuerdo con Flavio mediante el cual se le designaba
como “General en Jefe del Ejército y Director Supremo de la Guerra” por
decreto del Jefe Supremo el día 7 de enero de 1912.
La desarmonizada conjunción entre los Consejos de Guerra y la dirección del
General; sumado a aquello el deterioro cada vez mayor de las condiciones
físicas del ejército, negarían la posibilidad de victoria a las tropas rebeldes.
21
Ha de resaltarse que el fundamental tropiezo que pudo tener el movimiento de
las Montoneras de Enero era su falta de cohesión, no respondieron los
movimientos de los rebeldes como una organización político-militar centralizada
lo que terminó mermando en la capacidad ofensiva o la proyección de
avanzada del Levantamiento de Montero y Flavio Alfaro, según nos relata José
Peralta (año): “lejos de ser un apoyo de los pretendientes, eran otras tantas
gavillas de combustible, destinadas a dar pábulo al más voraz y duradero
incendio.
El Retorno de Prometeo
Es pues a principios de Enero cuando Eloy Alfaro (en el exilio) es informado en
Panamá sobre las acciones que están acaeciendo en Ecuador: las montoneras
se han levantado en Esmeraldas y Guayaquil contra el Gobierno al que llaman
“inconstitucional”, sin embargo debido a diferencias y rencillas personales han
tenido severos conflictos armados entre estas mismas, lo que ha fraguado su
capacidad de ofensiva. De aquí pues el interés de Montero por la mediación de
Don Eloy y es con esta clara perspectiva que retorna al Ecuador El Viejo
Luchador, retornando así en clandestinidad el 2 de Enero de 1912.
Para el 8 de enero, mientras Flavio Alfaro se dirigiera a Guayaquil a bordo del
buque “Cotopaxi”. Circula un “Manifiesto a la Nación” de Don Eloy Alfaro,
donde clarificase sus humildes intenciones por buscar la Paz.
Durante aquel mismo día del fatídico año en que se sacrificara a los notables
generales del radicalismo, el ministro de Gobierno Octavio Díaz, dejaría
constancia a la historia otras sangrientas palabras en el periódico “El Tiempo”
22
de Guayaquil y transluciría aún más la coalición oligárquica que se había
fraguado:
Los Alfaros son imposibles; si ellos intentan regresar, los liberales,
radicales y conservadores nos uniríamos con el gran pueblo para
rechazarlos o para incinerarlos si cayeran prisioneros. (Diezcanseco
2000, 223)
Queda pues a la luz de la historia las declaraciones colosales de la Prensa de
aquel entonces, dando un esbozo del siniestro homicidio póstumo. Así el 10 de
Enero, en Quito, “La Constitución” publicaría:
Ayer lo decíamos y hoy reiteramos nuestra aseveración categórica:
Es imposible la vuelta del alfarismo en el Ecuador. Y si él viene, será
para que el pueblo de Quito haga con esa gente lo que el pueblo de
Lima hizo con los Gutiérrez (asesinados, arrastrados y colgados de
faroles, en Lima, en 1872). (Diezcanseco 2000, 223)
El diario placista “La Prensa” de Quito, dirigido por Gonzalo Segundo Córdova6
,
y escrito por la “plana mayor del placismo”, Aníbal y Homero Viteri Lafronte,
Luis Napoleón Dillon7
, José María Ayora, Enrique Escudero, etc., rivalizaba con
el diario oficial, en sed de sangre y hambre de exterminio (Peralta 1971, 103).
En editorial del 11 de enero, titulado La Víbora en Casa, agregaba:
...con aire de Soberano del Congo viene a pacificar sus dominios, y
dirige circulares y da órdenes hasta al Gobierno de Quito, olvidando el
imbécil que no impunemente se ultraja la moral... ¡Esta es la víbora que
tenemos entre nosotros, oh ecuatorianos, y a esta víbora es preciso
triturarla! (Diezcanseco 2000, 224)
6
Gonzalo Córdova, sería uno de los Presidentes de la República por el Liberalismo conocido como
“plutocrático”. En Julio de 1925 sufre Golpe de Estado por lo que fue conocido como “La Revolución
Juliana”.
7
Luis Napoleón Dillon, quien se convirtiere en el principal gestor de la “Revolución Juliana”, rompería
más adelante con el placismo y se tornaría en su más férreo enemigo, así como de la oligarquía bancaria
que dirigía Francisco Urbina Jado y el Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil.
23
En otro editorial también del 11 de enero “El Comercio”, quien recibía una
subvención del Gobierno, según es fama desde los Veinte días; en el Nº 1855,
al enterarse de la vuelta de Don Eloy dice:
Así, no ha de ser esta nueva traición a la patria la que de prestigio,
ni en el Pueblo ni en el Ejército, a un hombre execrado y aborrecido.
Será por el contrario (la llegada a Guayaquil de Alfaro), un poderoso
estímulo para acabar de una vez para siempre, con todos estos
elementos nocivos a la República. Tal vez la Justicia haya unido a
Montero con Alfaro para ejercer sobre ellos sus inexorables
vindicaciones. (Peralta 1971, 107)
Por su parte, en la batalla de Huigra, el 13 de enero, estuvo comandada por del
Coronel Belisario Torres, quien enfrentaría por primera vez a las tropas
comandadas por Julio Andrade, sufriendo una seria derrota. Denotando su
necesaria desaparición:
El coronel Belisario Torres, Jefe de las fuerzas montero-flavistas,
fue hecho prisionero y llevado a Quito. En las puertas del panóptico, lo
abalearon por la espalda.
Antes quisieron obligarlo a firmar una declaración culpando al
pueblo, a un disparo anónimo, de su muerte. Con sus últimas
fuerzas, se negó a la infamia. Agonizaba ya cuando llegó al Hospital
Militar, acompañado de su soldado Perdomo, también herido de muerte.
(Andrade s/f, 53)
Sin embargo Zaldumbide intentó ocultar el crimen, manteniendo contacto con
un familiar de Belisario, Leónidas Benítez Torres, desvergonzadamente
pidiendo apoyo para el traslado de los prisioneros:
Cuando eran esperados los primeros prisioneros de Huigra vertió
estas expresiones Carlos Freile Zaldumbide a un pariente del Coronel
Belisario Torres:
--Yo no sé qué hacer: me es imposible dejar asesinar a los presos,
pero también me es imposible hacer asesinar al pueblo.
--¿De modo que los presos sucumbirán?
24
--Para que no sucumban estamos tomando providencias, Ayúdenos
en esta salvadora tarea.
--¿Qué ayuda puede caber cuando su mismo Ministro de Guerra
fomenta públicamente la prevención contra los prisioneros, atiza la
ira popular vociferando especialmente contra mi pariente Belisario
Torres? ¿Es esto propio de un Ministro de Estado? (Andrade s/f, 62)
Pero el campo de batalla estalla entre derrotas y alientos para los levantados.
Flavio Alfaro quien desde el 11 de enero ya se había encaminado a Huigra,
halla al Batallón Diecinueve de Octubre al pasar por Bucay, las noticias no
resultan alentadoras, de todas maneras Flavio prosigue el camino. Así,
encuentra al Coronel Saavedra y al Batallón Esmeraldas también derrotados.
Alertados de la falla estratégica del General, se ven obligados a tomar un
prudente distanciamiento a fin de reorganizar al ejército.
Mientras tanto, en Quito, para el 12 de Enero, J.F. Navarro, Carlos Freile
Zaldumbide, Octavio Díaz, Carlos Tobar y Federico Intriago, firman un
telegrama incitador -en las propias palabras del Gobierno- se publica en la
prensa nacional, como “El Comercio” donde se enunciaban las ínfulas del
Gobierno por limpiar con sangre alfarista la República:
Guayaquil reclama vuestra inmediata presencia: la afrenta de que
ha sido víctima, merece lavarse con sangre. Al miembro
corrompido hay que cauterizarlo; es la hora de que se inicie la
regeneración de la República, criminado el elemento desleal y
traidor, y dando preponderancia a la Iealtad y al patriotismo…
Quito, Enero 12 de 1912. — El Presidente del Senado en Ejercicio del
Poder Ejecutivo, — Carlos Freile Z. — El Ministro de Gobierno, Octavio
Díaz. — El Ministro de Relaciones Exteriores, Carlos P. Tobar. — El
Ministro de Hacienda, J.F. Intriago. — El Ministro de Guerra y Marina, J.
F. Navarro. (Peralta 1971, 106)
El diario El Comercio, Nº
1886, a su vez narra la noticia: "Desde uno de los
balcones de su casa, el Dr. Carlos Freile Z. pronunció un elocuente discurso,
25
en que expresó que no debía haber impunidad para los caínes que asesinan a
sus hermanos, ni para los judas que por dinero venden a su maestro; y que,
unidos a nuestros hermanos leales de la costa, aplastaremos a los rebeldes."
Anteriormente a los mismos levantamientos, ya había circulado una carta
incitadora desde “La Prensa”, diario del General Plaza y escrito por Gonzalo S.
Córdova:
La mencionada carta dice así:
Señor D. Eduardo Mera. Presente.
Muy estimado y distinguido amigo:
(…)
Hay medidas dolorosas que se imponen desgraciadamente como
remedios únicos para extirpar los que reputamos males graves y llagas
cancerosas de las sociedades humanas. Horrible, pero necesaria para
la noble causa de la Independencia de Colombia, fue la matanza de
prisioneros indefensos en Puerto Cabello, ordenada por la energía
libertadora de Bolívar; trágica y terrible pero necesaria, fue la ejecución
de los castigos nacionales de Querétaro, decretada por la autonomía,
de México y sancionada por el Presidente Juárez; feroz, espantoso,
salvaje, pero útil, pero oportuno, pero necesario, fue el linchamiento
de los hermanos Gutiérrez, ejecutado por el pueblo de Lima; triste,
muy triste, pero indispensable para la vida misma de la nación
ecuatoriana, será la ejecución del General Eloy Alfaro.
(…)
Que la fiera se defienda y que sus zarpazos hieran de muerte a
todo el que la ataque, está bien: este es el derecho de la fiera: pero los
sobrevivientes tenemos, no el derecho, sino el deber imperioso de
matarla.
(…)
Así, una transacción en estos momentos sería no solamente una
cobarde abdicación: equivaldría a un suicidio. Este hombre, ese
conspirador audaz, ese rebelde, es más peligroso que una fiera. Suelto,
seguirá conspirando; encarcelado, seguirá conspirando; desterrado,
continuaría conspirando. Hay que matarlo para seguridad de la
República… (Peralta 1971, 192)
Con toda consideración, etc. Miguel Valverde.
El 15 de enero también sería publicado en “Páginas de Verdad” (defensa
placista) el siguiente telegrama:
26
Quito, 15 de Enero de 1912.
General Plaza.
Milagro.
Después de oír muchas opiniones inclusive las del Gabinete, creo
de mí deber comunicarle que toda conmiseración con los traidores es
perjudicial al país, al Gobierno y a Ud... (Peralta 1971, 109)
Rafael Vascones.
Tras la derrota de Huigra, Flavio Alfaro se repliega, acantonándose en
Yaguachi, decidiendo dar la lucha en campo raso, según relato del secretario
personal de Flavio Alfaro Ramón Lemus, afirma el ejército rebelde se
encontraba desastrosamente organizado, lo que provocó su sangrienta derrota.
(Lemus 1912, 48).
Debe registrarse en la historia la intervención del coronel Valdez, natural de
Milagro, conocedor de la región y el mismo del Ingenio que lleva su apellido8
,
que se adhirió al ejercito placista brindando un apoyo fundamental para la
victoria en esta batalla. Dicha cruzada empieza el 18 de enero a la mañana,
prolongándose en una intensa acometida. En ésta, al ser desmontado de su
caballo, resulta herido en la pierna el general Flavio Alfaro y es tomado en
brazos hasta llevarlo a una canoa hacia Guayaquil por el coronel Carlos
Concha (Diezcanseco 2000, 221); la ofensiva culminaría por la tarde dejando
un saldo aproximado de 1500 personas heridas.
Aquí el papel protagónico en la guerra contra las montoneras que ha de
analizarse con lupa, es el del Gral. Andrade, quien hubo de ametrallar hasta a
sus propios soldados, cuando éstos, temerosos se negaron a avanzar por la
8
Denotando sobre quienes iban adhiriendo fuerzas al anti-alfarismo plutócrata: los grandes
terratenientes y los notables de la burguesía agrario-comercial.
27
línea del ferrocarril: “pues los heridos se ahogaban en la creciente del invierno.”
(Diezcanseco 2000, 221) De Andrade mucha nobleza habrá de referírsele en
sus acciones, pero también mucho de superstición que habrá de desmitificarse.
Apenas se hicieron públicos los sucesos de Yaguachi, circuló una convocatoria
para un meeting en la Plaza de Independencia de Quito abocado hasta la Plaza
del Teatro. Se pronunció incitadoramente un representante de la prensa: el
señor Eudófilo Álvarez. A las 9 de la noche concluye dicho acto con palabras
de Freile Zaldumbide exhortando el castigo a los cabecillas de la rebelión.
Provocando aún más, circuló también, una hoja volante a las 18:00 horas, junto
con el periódico Nº 63 de “La Constitución” donde se insta a la pena capital
para los rebeldes. Mientras Carlos Freile Zaldumbide y Octavio Díaz enaltecían
y felicitaban a Julio Andrade en sus telegramas: “Se han salvado la paz de la
Nación, el prestigio de la ley y la dignidad de la Republica” (Peralta 1971, 116).
Los viejos liberales y dirigentes de los levantamientos rebeldes, lo que hicieron
fue rechazar la deslealtad por medio de la toma de las armas y defender el
honor de la Patria que había sido violentada por un gobierno inconstitucional;
pero el precio que tuvieron que pagar fue el de sus vidas en una pira y lo
hicieron con todo el orgullo y magnanimidad meritoria de sus nombres.
28
TERCERA PARTE
CAPITULO I
LOS AUTORES DE LA BARBARIE
El plan de eliminación del alfarismo consumado un atardecer de enero estuvo
perfectamente combinado y para su ejecución no faltaba nada por acordar e
incluso evitar (Sánchez Núñez 1913, 66). Arremetido hacia aquellos que
permanecieron firmes en este sendero de desarrollo nacional: el periodista
Luciano Coral, Director del diario “El Tiempo”; el encargado del Regimiento de
Artillería, Gral. Ulpiano Páez, Manuel Serrano; viejo caudillo liberal de las
montoneras; y los generales de combate Medardo y Flavio Alfaro, todos ellos,
traicionados y cubiertos de muerte a la sombra de la verdad. Así, la pretensión
de liquidar físicamente a Don Eloy; se direccionó también a aniquilar a los
demás Cabecillas del Radicalismo.
Entre los implicados, hallasen a miembros de los distintos sectores de la
sociedad civil y militar del Ecuador de inicios del Siglo XX; la presencia de una
prensa beligerante, respaldada a la sombra del conservadurismo y la
plutocracia, la cúpula eclesiástica en su seno, conforman la delantera para la
perpetración de la embestida.
29
Los acontecimientos acaecidos en las proximidades del sombrío 28 de enero
de 1912; son el resultado de la conflagración de los conspiradores, retraídos a
sus más variados representantes, acuñados bajo sus respectivos grados de
responsabilidad: autores intelectuales, materiales, encubridores, cómplices y
fustigadores del entramado, ejecutado para dar fin con el más importante
proyecto revolucionario de avanzada a la población ecuatoriana dentro de años
de oscurantismo gamonal.
Autores de la Barbarie
Referido a palabras de Sánchez Núñez (1913): “los caudillos asesinados eran
irremplazables, ese era el objeto verdadero de su eliminación”, vista ya la
incapacidad de sus co-idearios de asumir el proyecto liberal por la anteposición
de sectarios intereses.
Las motivaciones que condujeron a la concreción del atroz 28 de enero,
resultan dispersas; la pugna de intereses políticos se enlista como motivo
primario, la constante conflagración que enfrentó Alfaro durante sus años de
gobierno (1896-1901 y 1907-1911) evidencian dicho objeto. Los sectores
cercanos al liberalismo moderado cercaban al proyecto liberal-radical, al
margen de los sectores conservadores tradicionales del país; desbaratando la
construcción política liberal de quince años de lustre. Partícipes de tal, hombres
de revestimientos cortos cedieron su convencimiento al tradicionalismo frente a
las conquistas del siglo.
Para empezar, la opinión pública los señala unánime: No es el pueblo, el
causante “sino una chusma de asesinos organizada al efecto con los
cocheros, ejército disfrazado y la gente viciosa que pulula por las calles. Los
30
directores del crimen no son otros (…) que el General Plaza, Carlos Freile Z. y
sus Ministros, principalmente Navarro.”9
Así lo señala el hijo de Don Eloy, Olmedo Alfaro:
Pero el culpable no es el pueblo Ecuatoriano, el epíteto infamante
que lanza la prensa mundial no es a él a quien corresponde. Los
autores y responsables del crimen están ya sindicados.
(…)
Por todos acontecimientos y puesta la mano sobre la conciencia, yo
acuso del salvaje asesinato perpetrado en la persona de mi padre en
primer lugar, al General Leónidas Plaza Gutiérrez; en segundo lugar al
doctor Carlos Freile Zaldumbide, y en tercer lugar a los Ministros
Octavio Díaz, Juan Francisco Navarro, Carlos R. Tobar y demás
colegas… (Alfaro 1912, 2).
La figura de rígidas críticas es la de “Placita” -como lo denominara Eloy Alfaro-
motivado por su candidatura presidencial, perjuró contra el proyecto y sobre
quienes respaldaron su accionar durante el proceso liberal. Desde la
conformación de las Montoneras de 1895, es a quien Alfaro confía varias de las
gestas. A pesar de su recelo, lo consideraba cercano, muestra de aquello es el
respaldo a Plaza como candidato y electo presidente durante septiembre de
1901 al 31 de agosto de 1905.
Con los acontecimientos del 11 de Agosto; Freile Zaldumbide lo nombra
General en Jefe del Ejército, a pesar de jamás haber comandado una batalla y
que sus méritos militares no acreditaran tal reconocimiento. 10
Su participación
en el Gobierno Interino de Zaldumbide, evidenciaba la supremacía de sus
decisiones sobre el presidente al mando. De esta forma, Plaza dispone
9
Continúa “(…) Ellos dicen, por medio de sus escritores pagados, que el pueblo enfurecido se ha hecho
justicia y no han podido contenerlo por más esfuerzos que han hecho disculpa contraproducente e
inaceptable, porque lo más que probaría la impotencia gubernativa para evitar un crimen, será la
absoluta inutilidad y desprestigio de los que gobiernan el Ecuador.” -Declaraciones de Olmedo Alfaro,
hijo del General Alfaro en su libro Asesinato de Alfaro ante la historia y la civilización publicado en 1912.
10
“Apto sino para la intriga, la zalamería y el crimen en tinieblas”, es como se define a Leónidas Plaza, en
¡Sangre!, ¿Quién la derramó? de Roberto Andrade (p.27).
31
directamente de la dirección de las acciones a ejecutarse para conservar la
paz en el país.
Subrayar su condena pública por el asesinato del General Alfaro y sus
colaboradores liberales, refiere a la relación de éste detrás de las
capitulaciones, los arrestos arbitrarios11
, las maquinaciones y su parte en la
prensa agitadora de aquel entonces12
, sindicado así por la historia y quienes la
señalan (Diezcanseco 2000, 236) (Peralta 1971, 56).
El segundo personaje en la acusación, Carlos Freile Zaldumbide, Encargado
del Poder, según José Peralta la gran figura intelectual del Partido Liberal
Radical, era pues éste alguien muy apreciado por Don Eloy inclusive al grado
de ser tratado como familia suya. Había formado parte en varias ocasiones del
gabinete de Gobierno del Don Eloy o por su recomendación:
El General Alfaro lo había sacado a luz y hécholo pasar por todos
los escalones ascendentes de la política: Gobernador, Presidente del
Senado, miembro de varias Legislaturas, Plenipotenciario ad-hoc,
Vicepresidente de la República, todo había sido con la protección
decidida del Caudillo radical.
No se explicaban los políticos la razón de este favor extraordinario;
pero creían que la magnitud de los beneficios que había recibido,
garantizarían firmemente su fidelidad.
Freile Zaldumbide era como miembro de la familia Alfaro: el primer
invitado, él; el preferido en todo, él; el sabedor de todos los secretos de
Estado, él; el confidente de todos los planes políticos, él; de modo que
era justificable de todo en todo, la absoluta confianza que el General
había puesto en aquella creatura suya… (Peralta s.f., 56)
Y ahora respondía a su codicia de fama personal, se vuelve contra quien lo
trató como padre y lo desdeña, lo insulta públicamente desde el palacio de
Gobierno, refiere de Alfaro como traidor e incita en la prensa su exterminio.
11
Como el del General Manuel Serrano, quien no hubo participado de los Levantamientos de Enero.
12
La Prensa así como El Guante son buenos ejemplos de diarios asociados con Leónidas Plaza Gutiérrez.
32
El tercer lugar, la responsabilidad y entramado de los Ministros de Gobierno,
justificando el acontecimiento en merced que el General, se lo habían ganado
con su voto desmesurado por “lavar la afrenta con sangre”. Implicados
principalmente a causa de las decisiones tomadas contra los Generales presos.
Recae dicha responsabilidad en el nombre del Ministro de Guerra, Juan
Francisco Navarro; sus contradictorias órdenes telegráficas, no son producto
casual; pues a su mando condujo la masacre de Montero. Además de la
evidencia telegráfica alterna con Alejandro Sierra.
Inclusive Carlos R. Tobar, quien según el mismo Olmedo Alfaro fue una
persona de fama de íntegra (Alfaro 1912, 119), hubo de manchar sus
telegramas con sangre. Buen ejemplo es el telegrama enviado a Plaza:
Quito, 18 de Enero de 1912.
General Plaza.
Yaguachi.
Fervientes felicitaciones; pero será incompleto el triunfo, si no
aseguramos paz futura. Asegurando los cinco Generales causantes de
los males ocasionados a nuestra Patria.
Un estrecho abrazo de su Carlos R. Tobar.
Así como el remitido al general Andrade:
General Andrade (la misma fecha)
No será completo goce de la República, si se escapan causantes
de las desventuras actuantes. No omita actividad ni dinero para
capturarlos. . . Carlos R. Tobar. (Peralta s.f., 109-110)
La adjudicación de responsabilidad de los autores de la barbarie tendrá sus
implicancias mediante la exposición de pruebas telegráficas rescatadas en
varias fuentes de investigación.
33
La Capitulación
Los levantamientos montoneros, suscitaron la mediación entre los regímenes
en conflicto. La participación de Plaza, en exigencia de la firma de la
Capitulación, figura su intervención el 22 de enero en Comisión de Paz
compuesta de los señores Cónsules de Inglaterra, Estados Unidos, Argentina,
y Carlos Benjamín Rosales, Eduardo Game y Sixto Durán Ballén, con el
respaldo del Cónsul de USA Herman Dietrich y el Cónsul de la Majestad
Británica Adfred Cartwright, con sede en la parroquia de Durán, se prevé
restablecer el orden en el país. Plaza emula un arbitraje ecuánime, motivado
por “una razón de patriotismo” para salvar a Guayaquil (R. Andrade, ¡Sangre!,
¿Quién la derramó? 1920, 76).
A los traidores -como denominara Plaza a los insurrectos- Montero, Flavio y
Don Eloy, plantearía la opción de retornar al andén de la paz del país, por
medio de la concreción de una capitulación, que compromete bajo palabra de
honor en las Bases de Paz13
, que no hizo más que motivar otros
derramamientos de sangre, debido a su incumplimiento -premeditado por
Plaza- firmante del documento y expuesto mediante los Telegramas publicados
en el Telégrafo y Grito del Pueblo Ecuatoriano, como “Documentos para la
Historia” correspondientes a la conversación mantenida entre los cabecillas del
atraco, Plaza y Freile.
Quito, 21 de Enero de 1912.
Señor General L. Plaza G.
Puesto la consideración de los señores Ministros su atento
telegrama, en que me comunica su conferencia con los comisionados
de Guayaquil, acordamos, después de estudiado atentamente, que
13
Ver Anexo 2.
34
proceda a la inmediata ocupación de Guayaquil, por medio de las
armas, si fuere necesario, pues sería una vergüenza para ustedes y
el Gobierno conceder garantías a los traidores que han
ensangrentado la República. Esta resolución la hemos tomado
teniendo presente la manifestación que usted nos hace de la
imposibilidad en que están los traidores de resistir por más
tiempo y que conceder a los cabecillas la salida de la República
el Gobierno sería responsable de una nueva guerra civil, en que
esos pertinaces enemigos de la Nación emprenderían con
seguridad, después de pocos meses. Puede usted conceder
amnistía a toda clase de tropa, a condición de que entregue las
armas antes de la ocupación de Guayaquil. Si usted cree necesario
que se movilice a Durán mayor número de fuerzas, avise
Inmediatamente para enviarle mil quinientos hombres.
Carlos Freile Z.
Esta capitulación no era como vemos simple y llanamente una rendición por
inferioridad de fuerzas alfaristas en relación con las del Gobierno de
Zaldumbide, antes bien es la clara evidencia de que Don Eloy sólo buscaba la
paz. Tras la sangre derramada en Yaguachi, todavía poseía Buques de Guerra
a su disposición, Montero tenía tomada a la Ciudad de Guayaquil y contaban
aún con un aguerrido ejército: las montoneras.
Así lo diría el general Julio Andrade al Gobierno, cuando hubo de
defender el compromiso de la capitulación... “es evidente de toda
evidencia que, sin el compromiso, los Generales no entregaban la
plaza, no disolvían su ejército... y nos veíamos nosotros en las
condiciones más desventajosas que imaginarse puedan para
continuar la campaña y obrar sobre Guayaquil con acción inmediata. A
ningún ejército del mundo se le podía exigir más de lo que el nuestro
había dado. Tres combates en una semana, y, después de Yaguachi, la
postración fue evidente... habría sido indispensable perder el terreno
ganado, retrogradar a Alausí y Riobamba para establecer nuestros
cuarteles de invierno...” (Diezcanseco 2000, 221-222)
Plaza, de estancia en Durán, planificaba a la vez, la firma de la Capitulación;
sin embargo el siguiente telegrama, enviado al Presidente Zaldumbide acota
sus falsas “motivaciones de paz”:
Señor Presidente.
35
Si el ataque a Guayaquil nos diera por resultado la captura de los
cabecillas, lo habríamos hecho sin pérdida de un minuto y seguros de
triunfar sin grandes dificultades pero como estamos convencidos de
que no será posible capturar a los traidores; porque tienen el vapor
“Chile” y los buques nacionales “Libertador Bolívar” y “Cotopaxi” listos
para escaparse con sus familias a las que tienen a bordo, hemos
resuelto economizar la preciosa sangre ecuatoriana de nuestro
soldados. Por otra parte sería criminal exponer a Guayaquil a las
consecuencias que sufrió Yaguachi. En cuanto a que sea
vergonzoso obtener la entrega de Guayaquil por capitulación
acepto esa vergüenza y desde ahora les aseguro que esta página será
la mejor que legue a mis hijos. Exento de ambiciones y hombre sin
pretensiones ni vanidades prefiero los modestos triunfos pacíficos a los
ruidosos y sangrientos. Mi espíritu cae enfermo; la sangre derramada en
Huigra, Naranjito y Yaguachi14
es sangre de nuestros hermanos y no
puedo ser impasible ante semejante calamidad. Todavía tenemos 400
cadáveres insepultos en Yaguachi. ¿Se quiere más sangre? Que
venga otro a derramarla.
Soy del Sr. Presidente atento y S.S.
L. Plaza.
Incluso Plaza se retrasaría (cuando el tiempo de las excusas llegó) en aceptar
la grandeza del General Eloy Alfaro y corroboraría el conocimiento del
Gobierno de su inculpabilidad en la participación de los Levantamientos:
“Verdaderamente, en esos momentos su figura cobra grandeza
singular... Ni pensó en fugar, como pudo hacerlo, pues le sobraban
medios y ni siquiera le ataban responsabilidades, ya que no había
autorizado ni aprobado la rebelión”.
Y en conocimiento previo del inminente degollamiento (Diezcanseco 2000,
236), en otro telegrama dirigido a Freile Zaldumbide el 24 de Enero,
reconocería la grandeza y humildad del General Pedro Montero:
No quiero entrar en discusiones respecto de las facultades del
General en Jefe del Ejército, porque sería improcedente y no llegaría al
resultado que me propongo, pero si debo dejar constancia de
hechos que debe conocer la historia: el general Montero tenía
fuerzas... para dar otra batalla tan sangrienta como la de Yaguachi,
y, sin embargo, no vaciló en aceptar las condiciones que le impuse y
14
Plaza señala “En nueve días hemos dado dos batallas y un combate a cual más sangriento. El Ejército,
pues, ha cumplido su deber.” Antes enuncia: “Lo de Yaguachi fue horrible, el cálculo más moderado
puede fijarse en 1500 bajas de los ejércitos.”
36
que constan en la capitulación que se firmó; (…) pudieron escapar el
día anterior y no lo hicieron (…) para cumplir las estipulaciones de
la capitulación; que momentos después de que ocupé la plaza, el
señor general Eloy Alfaro dio aviso al Gobernador del lugar en que se
encontraba, habiendo enviado yo el batallón “Guardia de Honor” para
conducirlo al lugar donde ahora se halla. Todo esto es verídico y debe
tenerse en cuenta por el Gobierno. Acabo de saber que viene el
general Navarro... y me alegro... para que sea él quien viole una
capitulación que yo firmé... (…) Como la campaña ha terminado con
la entrega de las provincias de Esmeraldas, El Oro y Los Ríos, y no
cabe duda que Manabí se someterá tan luego podamos comunicamos
con las autoridades, declino el Mando del Ejército, porque quiero
aprovechar la salida del vapor “Chile” para irme a Nueva York a
reunirme con mi familia. (Diezcanseco 2000, 235)
De respuesta inmediata, por parte de Carlos Freile Zaldumbide, responde:
Quito, 22 de Enero de 1912.
Señor Leónidas Plaza G.
Si el Gobierno se ha empeñado en la ocupación militar de
Guayaquil ha sido porque la Nación clama por la sanción contra
los traidores, bien entendido que los cabecillas siempre cuentan
con los medios para eludir la acción de la justicia; pero esto
no quita que nosotros, por moralidad política y por los intereses
de la República, procuremos, extirpar de una vez para siempre
el elemento sedicioso, empleando los medios indicados por
la ley ya que esta sería obra de verdadero patriotismo.
No podemos desear más sangre ni nunca lo hemos deseado,
ni se ha derramado por nuestra culpa; y si empeño hemos puesto
en el castigo de los traidores y criminales, ha sido precisamente
para ahorrar, en un futuro inmediato, nuevas horrorosas hecatombes.
Su amigo.
Carlos Freile Z.
Zaldumbide adelantado a los sucesos de Montero y llegando a sus oídos la
captura de Eloy Alfaro, Ulpiano Páez, Flavio y Medardo Alfaro, hubo de pedir
de inmediato el envío de los presos a Quito, a lo que más adelante y ante
antecedente tan degradante y sangriento buscaría retractarse.
Para Guayaquil, Quito, Enero 22 de 1912.
Señor General L. Plaza G.
37
En vista de sus atentos partes en que se sirve comunicarme la
captura de los señores Eloy Alfaro, Pedro J. Montero y Ulpiano Páez,
los señores Ministros y yo hemos acordado que a esos presos se les
remita a esta Capital con las seguridades debidas y bajo la
responsabilidad de algún Jefe de prestigio, pues la Nación entera
reclama al Gobierno el inmediato castigo de los que sin ningún motivo
han ensangrentado la República sólo por satisfacer sus mezquinas y
bastardas ambiciones. (…)
En este momento todo el pueblo de Quito, congregado bajo las
ventanas de mi casa solicita a gritos que a los presos se les traslade a
esta Capital para su juzgamiento. Su amigo. Freile Zaldumbide (Alfaro
1912, 126)
Freile Zaldumbide reincide en el manifiesto el afán del Gobierno por
deshacerse de los Alfaros. Mientras los militares de la Quinta Brigada
(organizada con placistas y conservadores, en unión hibrida) entregan Petición
al Ejecutivo para que los Alfaros sean pasados por las armas.
...Perentoriamente pedimos a Ud. Señor Presidente, que los
incalificables Eloy Alfaro, Pedro J. Montero, Flavio Alfaro, Ulpiano Páez
y de los principales cómplices, sean pasados por las armas, sus bienes
confiscados en favor de las viudas y huérfanos... y sus nombres
borrados del Escalafón Militar.
Esta misma coalición habría de presentar, a la tropa conservadora del Marañón
la siguiente petición:
Quito, 23 de Enero de 1912. Señores Jefes, Oficiales e individuos
de tropa del Batallón “Marañón” Guayaquil.
(…)
Pueblo confía en que la energía y patriotismo de Ustedes
responderán de la seguridad de los traidores Alfaro, Montero, Páez y
demás para que sean remitidos a recibir enérgica ejemplar sanción de
justicia y honor de la República. Anoche y hoy meetings grandiosos
hombres y mujeres, para este fin. Nación entera tiene sus ojos en
Ustedes en momentos de grandes reparaciones que no exceptuarán a
ningún culpable. Esperamos ansiosamente respuesta favorable; pues
así cumplirán Ustedes órdenes expedidas por Gobierno y voluntad del
pueblo.
Con los firmantes:
38
Coronel R. Aguirre; Eudófilo Álvarez, Director de “La Prensa”;
Cristóbal Gangotena Jijón; O. Nuquez; Alfredo Flores Caamaño; José
G. Venegas; Luis E. Navarro; Alfredo Cadena; Alberto Mosquera; Eliseo
Cevallos; Emilio María Terán15
; Francisco Chiriboga; F. A. Salgado R.;
Temistocles Terán; Rafael Barba; José F. Román; Arturo Román;
Emiliano Altamirano; Cornelio Campuzano; Alejandro Jaramillo; Rafael
Flores; Teniente Coronel Remigio Machuca; Eduardo Mera; Eduardo
Demarquet; Carlos Eloy Gangotena; Luis Riofrío; César Pallares;
Enrique Jarrín; Julio Arteta; Francisco S. Salazar Gangotena; Víctor Luis
Delgado; E. Salazar Gómez; C. Jijón G.; P. A. Villota; Francisco Javier
León; J. A. Dueñas; Cristóbal Paz.
Trasmítase: Octavio Díaz. (Peralta s.f., 131)
El Ministro de Guerra Francisco Navarro también habría de pronunciarse
mediante el siguiente telegrama, enviado al Presidente y demás ministros:
Guayaquil, 25 de Enero de 1912.
Señor Presidente y Ministro:
También está preso el General Serrano; así es que los
presos son tres Generales Alfaros, Montero, Páez y Serrano; con esta
media docena de traidores, principiará a limpiarse por la cabeza el
escalafón militar. Abrázolo,
Ministro, Juan Francisco Navarro. (Alfaro 1912, 115)
A Benigno Vela, el conocido legislador placista, también hubo de remitírsele el
interés del Gobierno por la venida de los prisioneros a Quito y que no se
muestre clemencia con los alfaristas:
Quito, Enero 22 de 1912. — Dr. Juan Benigno Vela. — Ambato. —
Hombres y mujeres, en inmenso número, reclaman la venida de los
traidores. El Gobierno, por su parte, ha dado las órdenes necesarias
para que esos sean enviados lo más pronto posible. Si queremos paz
duradera, es necesario que la sanción venga inexorable sobre los
criminales. La clemencia del Gobierno, no serviría sino para ser
precursor de otra traición. - Su amigo, Carlos Freile Z. (Peralta s.f.,
125-126)
15
Debe ser el hijo de Emilio María Terán, el mismo que aparece en el arrastre del 28 de Enero.
39
Roberto Andrade, asevera; refiriéndose a la capitulación como una forma de
mantener inadvertidos a los desventurados Generales derrotados, así no
resistir al asalto repentino preparado. La implicación de Plaza, pretendiendo el
alzamiento en la ciudad de Guayaquil –mediante la agitación de la población-
con el objeto de que destrozasen a los revolucionarios. Reforzado por el
incumplimiento de los artículos de las Capitulaciones, que consiente en la
primera base de paz:
El Gobierno Constitucional de la República del Ecuador concederá
amplias garantías a las personas civiles o militares que por cualquier
motivo, directo o indirecto hayan tomado parte del movimiento político
veintiocho de diciembre (…) (Peralta s.f., 123).
Con fecha 23 de enero de 1912 -un día después de la firma de la Capitulación-
el siguiente pronunciamiento de Plaza; hace referencia a la agitación que
buscaba generar en los cuarteles:
No se olvidó de este: socorrido y habitual medio de obrar, a su
entrada en Guayaquil; y lo insinuó claramente en su Proclama de 23: de
Enero, a sus compañeros de armas. "Soldados —dice— ¡heroicos
soldados! La obra está acabada: ahora que se entienda el pueblo
con quienes le han hecho daño". (Peralta s.f., 114)
Mientras dirigía al Encargado del Diario La Prensa, el consiguiente telegrama
firmado por Plaza, para poner al corriente que los prisioneros viajarían a Quito,
bajo órdenes de Gobierno:
Gonzalo S. Córdova
Los conservadores dizque están explotando la capitulación de
Guayaquil para llevar el agua a su molino. No los dejen en esa labor
jesuítica. Hágales saber que los prisioneros, a quienes tanto
temieron, están bien seguros y que irán a Quito, tal y como lo ha
ordenado el Gobierno. La justicia cumplirá con su deber. Plaza G.
(Peralta s.f., 115)
40
Fecha también coincidente con la participación del Gobierno Constitucional en
la captura de los presos que dando lugar al cumplimiento de su palabra; se
alistaban a entregar las armas.16
Interferida por la captura de Don Flavio,
Medardo y Eloy, quienes se hallarían exentos de culpa por su levantamiento.
Aun así, serían conducidos a “responder a la justicia”, para que se instalase el
Consejo de Guerra que condenaría a Montero, violentando evidentemente su
palabra de honor.
El veinticuatro, Benigno Vela, volvería a pronunciarse sobre el destino de los
presos:
Quito, Enero 24. —... Bien sabe Ud., amigo mío, que mi política es
limpia, limpias las cartas con que juego en ella, hablo sin rodeos ni
perífrasis, y mi palabra debe hacer algún peso en el ánimo de Ud.; para
esto me tomo la libertad de aconsejarle que deje pasar la justicia
de Dios, que remita los presos a Quito, que no maneje la voluntad
de los pueblos. (Peralta s.f., 112)
El día 25 de Enero, cuando Juan Francisco Navarro y Leónidas Plaza
decretan la formación de Consejo de Guerra nombran a Alejandro Sierra –
General del batallón “Marañón”- como presidente del mismo.
Guayaquil, 25 de Enero de 1912.
Señores Presidente y Ministros de Estado.
Quito.
De conformidad con lo resuelto por el Supremo Gobierno, y
ateniéndome a las instrucciones que traje, he ordenado al señor Ge-
neral en Jefe del Ejército que proceda a decretar el juicio militar contra
los altos Jefes del Ejército rebelde. En esta virtud, el General Plaza ha
decretado la formación de un Consejo de Guerra, para que, de
acuerdo con el Código Militar, proceda a juzgar a los culpables. El
Consejo está ya eximido, bajo la presidencia del Coronel Alejandro
Sierra, etc...
16
Bases de Paz, Sexta: “La cesación de hostilidades comprenderá la entrega de todo elemento bélico
existente en Guayaquil; entrega que se efectuará dentro de 3 días y en cuya escrupulosa exactitud se
interesará el muy honorable Cuerpo Consular de Guayaquil. El señor General Montero ordenará igual
entrega en los demás lugares de su jurisdicción.” Anexo 2.
41
Es probable que el Consejo termine a media noche, y la sentencia,
que dicte será cumplida. El juicio ha empezado por el General Mantero,
por ser este el mayor responsable de los rebeldes, etc.
Ministro de la Guerra, J. F. Navarro.
Señalaremos el papel del General del Ejército y Miembro del Gabinete del
encargado del Poder Ejecutivo Freile Zaldumbide, Juan Francisco Navarro
quien ejerce su función como Ministro de Guerra; pese a que había ascendido
a puestos del Estado desde que Emilio Estrada se hallaba en el Poder. En las
batallas de Yaguachi y de Huigra había formado parte del bando antialfarista
junto al general Julio Andrade contra las montoneras de Pedro J. Montero y de
Flavio Alfaro; participa eufóricamente del Juicio contra el ejército rebelde en el
Consejo de Guerra, donde es decapitado Montero después de la Capitulación.
El establecimiento de Consejo de Guerra, expresó en el siguiente telegrama,
claudica en el intento por hacer cumplir las bases de paz, días antes, apenas
empeñada la palabra de honor de los firmantes; incumplimiento también de los
embajadores. Al que Plaza había referido en entrega telegráfica la opción de
respetar la capitulación:
Señor Presidente y Ministros:
Los señores Cónsules de Inglaterra y de EE. UU. de
América reclaman íntegramente el cumplimiento de las bases
de la capitulación acordada á Montero; creen que sería una
cosa vergonzosa para ellos que los señores Alfaro,
Montero y Páez no gozaran de los beneficios de dicha
capitulación, agregando también que ya hablan dado
cuenta a sus Gobiernos respectivos del éxito de sus gestiones para
obtener la antedicha capitulación. El pueblo de Guayaquil está
reunido y vigilante y seguramente hará cuanto pueda para evitar la
salida de los prisioneros; por mi parte creo que deberíamos cumplir
lo pactado, obligando a esos señores a dar garantía de que no
volverán al país durante cuatro años; también esperaríamos para
embarcarlos la entrega de todas las plazas rebeldes y de los elementos
bélicos que tienen en ellas. Mediten bien el asunto y resuelvan lo más
42
conveniente para el país y para el honor del Ejército. L. Plaza (Alfaro
1912).
Los Inquisidores
Lo que paso durante ese simulacro de Consejo, no es para relatarlo -dice el
escritor colombiano Manuel J. Andrade en su libro "Páginas de Sangre"-; se
hizo apurar del sufrimiento al desgraciado Montero, con burlas, sátiras infames,
alcanzando el extremo de jaloneadas de pelo, empujones hacía adelante, a
manos de varios individuos; cuanta desvergüenza se les ocurría. La malicia
dispersada contra un enemigo indefenso, prisionero, y acusado, era observada
por Plaza que se presentaba de vez en cuando, “a gozarse en la agonía de su
víctima, alentando así la avilantez y el atrevimiento del populacho, formado en
su mayor parte de soldados del "Marañón" y de la "Artillería Bolívar",
disfrazados de paisanos (Peralta 1971, 148).
La directriz o guía de procedimiento de la masacre del 28 habría de
desprenderse entonces del 25 en el asesinato desenfrenado contra Pedro J.
Montero en la Plaza de Rocafuerte. Se presentaría pues la misma impunidad,
la misma excusa: la multitud, el tumulto, la participación colectiva del asesinato.
Los cabecillas fueron trasladados a la Gobernación, debido a orden imperativa
del General Andrade, quien impidió los llevaran al cuartel del batallón Marañón,
cuya tropa conservadora, sería la que vestida de pueblo ultrajara el cadáver de
Montero más adelante (Sánchez Núñez 1913, 49).
Juan Francisco Navarro durante el Consejo de Guerra ofrece a la
muchedumbre militar la cabeza de Montero.
43
La turba de soldados disfrazados pedía a gritos, desde muy
temprano, la cabeza del procesado; y el General Navarro hubo de
contestar a ese pueblo sui generis que exigía la palabra oficial. Levantó la
voz el interpelado General y; a vueltas de algunas tartamudeadas
vulgaridades, ofreció, llana y sencillamente, que ‘Pedro Montero no vería
la aurora del siguiente día’ (Peralta 1971, 149).
Leónidas Plaza Gutiérrez presente junto a los Militares del Consejo de Guerra,
son partícipes materiales y cómplices de la matanza del 25: Presidiendo
Alejandro Sierra, fueron sus vocales Enrique Valdés, Juan José Gallardo,
Manuel Velasco Polanco, Manuel Andrade, Rafael Palacios y Secundino R.
Velásquez. Fiscal fue nombrado el Coronel don José Rodolfo Salas. Defensor,
Tácito Núñez, en reemplazo de Julio Andrade, nombrado por la víctima, pero
quien se negara a defenderla.
Semejante farsa translució su hilarante puesta en escena a tal grado que el
mismo ‘defensor’ de Montero pide para el General derrotado “la pena máxima
al no haber pena de muerte”:
Señores, (…) no existiendo en el Ecuador la pena de muerte, pido
que al reo se le aplique el máximum de la de reclusión, con todos los
demás agregados consiguientes.” (Degradación, borrada del escalafón
militar, pérdida de derechos civiles, etc.) (Sánchez Núñez 1913, 55).
Ante lo que la soldadesca disfrazada responderá:
“No, (…), no debe vivir, que lo maten…”
Es el Teniente Alipio Sotomayor, de la Compañía del batallón No. 1 de
Guayaquil el primero en disparar a Montero. Al caer lo golpean con una silla y
el Cmdt. César Guerrero (que lleva por sobrenombre el de Manongo), ayudante
de Campo del General Plaza también dispara sobre el cuerpo de Montero, le
disparó un balazo desde la puerta, a distancia de diez o doce pasos, toda esta
44
escena presenciada por: Alfaro, Páez, Flavio, Coral, Medardo Alfaro y Serrano
(Sánchez Núñez 1913, 55-56).
El cuerpo de Pedro J. Montero es arrojado del balcón, lo desnudan y decapitan;
le arrancan el corazón, algunos dedos de la mano, ponen su cabeza en una
bayoneta y se arrojan los unos a los otros los órganos genitales de Montero.
Antonio Farinango- indígena antiliberal- matarife de profesión es quien corta la
cabeza de Montero. Su despojos es llevado hacia una hoguera que ya había
sido preparada con antelación (Peralta 1971, 151-152).
El General Julio Andrade al escuchar los primeros tiros, -mientras se hallaba en
la casa de don Félix González Rubio- acude al lugar y presencia el acto
grotesco en el que se arrastraban los restos del General Montero y (según el
folleto: “El Partido Conservador sindíca a los asesinos de Alfaro y
Compañeros”) se encuentra con Plaza, y le dice:
-“¡Ud. Ha autorizado, ha ordenado este crimen!”
A lo que Plaza responde:
-“Había que sacrificar al negro; era imposible salvar de otra manera
a los Alfaros” (Peralta 1971, 154).
Julio17
, presente en el desenfreno militar ante el cuerpo cercenado del General
Montero; y Carlos, testigo del transbordo ilegal de los Alfaros a la tumba, son
culpables de los crímenes de enero de 1912, así como cualquiera puede ser
sindicado por encubrir, o cooperar en un asesinato (Peralta 1971, 149-150).
17
Si bien algunos historiadores (entre ellos algunos liberales-radicales consecuentes y leales a Alfaro) se
refieren al general Julio Andrade como un personaje respetable y de figura intachable, para ser justos
con su participación en la historia y en particular con los hechos de la ‘Hoguera Bárbara’ se ha de
enfatizar las faltas de este (si no por obra, por omisión), así como de su hermano Carlos.
45
Una carta, que dice ser pueblo colombiano, impresa en Popayán y publicado
en “La Constitución”, dice al respecto:
- Señores Carlos Freile Zaldumbide, Leónidas Plaza Gutiérrez y Julio
Andrade: vuestra labor esta coronada. Llevasteis al anciano batallador y
compañeros de martirio a Quito, sabiendo, como debíais de saber, que serían
sacrificados… Tened presente que, la Historia maldecirá vuestros hechos y la
posteridad será inexorable.- Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit
(DSC09930)
El Gral. Julio Andrade si bien provenía de cepa Radical (su propio hermano
Roberto es uno de los que asesinaron a García Moreno), no adhería al
alfarismo, antes bien se hizo fama de su férrea defensa y lealtad al Gobierno
de Zaldumbide, partícipe timorato de la sangre derramada. Dirigió también la
sangrienta campaña militar que vence a los levantamientos de las montoneras,
apoya la toma militar de Guayaquil, (R. Andrade, ¡Sangre!, ¿Quién la derramó?
1912, 75-76) permanece inmutado y callado ante tanto perjurio del falso juicio
contra Montero y pese a ser parte de la jefatura de esos ejércitos no movió un
solo dedo en salvaguardar la vida del General caído. Conjuntamente se ha de
subrayar que Julio Andrade es asesinado póstumamente en un altercado con
Leónidas Plaza en pugna por las elecciones para la presidencia, y que ante
este asesinato quienes salen a defensa de su figura son miembros del Partido
Conservador quienes lo postularon.
Freile Zaldumbide y Plaza debieron haber gozado con los trofeos de guerra que
les dejara dicha farsa de Consejo, al punto de que cuando la señora Teresa de
Montero pidió encarecidamente se devolviese los restos del General caído y
descuartizado, de ellos nunca obtuvo respuesta:
Señor Encargado del Poder Ejecutivo. Quito. Señor:
46
Deber sagrado de esposa me obliga a dirigirme a usted para
solicitar la entrega de la cabeza y el corazón de mi esposo, señor
general Pedro J. Montero, que existen como trofeos en poder del
ejército del señor general Leónidas Plaza Gutiérrez, pues fue
cobarde y alevosamente asesinado anoche. Teresa de Montero.
(Peralta 1971, 152)
El Argumento
Los telegramas terminarían siendo una de las evidencias más claras, públicas
e irrefutables de que la falsedad se hallaba tras cada informe de las actividades
que se llevaban a cabo sobre los presos.18
En un juicio, son considerados
culpables aquellos que no hablan con la verdad y en la contradicción de sus
declaraciones se puede determinar su grado responsabilidad o autoría en los
hechos. Navarro telegrafiaría para excusar el descuartizamiento de Montero; y
más adelante adherirían a dicho proceder los demás inquisidores.
Primer Telegrama:
Guayaquil, 25 de Enero de 1912. (…) A las ocho y media p.m.
terminó el Consejo de Guerra, (…) sentenciando al General Montero a
la pena de dieciséis años de presidio y degradación pública. El pueblo
se sublevó contra esta sentencia que defraudaba sus esperanzas de
que fuera la pena de muerte. Tres o cuatro mil hombres armados
protestaban contra esta resolución del Consejo y pedían la cabeza del
traidor. Hemos agotado nuestros esfuerzos por contener al pueblo. No
fue posible. Nos atropellaron. (…) La cólera popular es incontenible y
terrible, de manera que en estos mismos momentos, (…) me preocupo
de ver cómo salvo la vida de los otros presos. (…)
Segundo Telegrama:
Guayaquil, 25 de Enero de 1912. (…) Como anuncié a ustedes,
terminó Consejo de Guerra a las siete cincuenta p.m. y sentenció a
Montero a degradación y dieciséis años de penitenciaría; (…) La fuerza
armada que custodiaba el edificio de la Gobernación, donde existe el
resto de prisioneros, no pudo contener este horrible hecho, puesto que
era imposible hacer uso de las armas contra un pueblo que se creía con
18
En aquella época los telegramas eran publicados en los diarios, de manera pública.
47
derecho por las horribles extorsiones que cometió con él. (…) (Peralta
1971, 155-156)
Así, en el primer telegrama enviado por Navarro tras la conclusión del consejo
de Guerra, afirma que la hora en que habría terminado fuera a las 8:30pm. Y el
segundo póstumo afirma que a las 7:50 pm. También reincide en contradecirse
con la aseveración en el primer telegrama de que se habrían agotado todos los
esfuerzos posibles por detener la arremetida “popular”; mientras en el segundo
alegaría que no se utilizó la fuerza armada del ejército contra un “pueblo” (tan
inverosímil declaración que se habla tres mil o cuatro mil hombres armados)
legitimado por la rabia. (Peralta 1971, 156).
El argumento del autor colectivo del asesinato o de culpar al “populacho” se
demostraba equívoco tan sencillamente con el hecho de quienes asestaron los
primeros tiros, los militares que asesinaron a Montero y lo lanzaron del balcón
del Consejo. (Peralta 1971, 151) Ratificado argumento al encuentro de Alfaro
con el Crnl. Carlos Andrade. (Pérez Concha 1978, 419).
El General Plaza aseveraría en sus telegramas, que el pueblo se hallaba
calmado, y aún más, que ese mismo pueblo estaba avergonzado y arrepentido
de sus actos. Mientras el General Navarro contradice inmediatamente; incluso
asegura que la furia popular seguía en aumento, “que era imposible apagar el
incendio, que el peligro de que asesinaran a los demás presos era inminente; y
que se hallaba en la impotencia de oponerse y domar la fiereza de las
muchedumbres” (Peralta 1971, 160). Ya se había dado el camino a la Hoguera
de Alfaro, Navarro se apresura en enrumbar a los presos a Quito en el
ferrocarril, con el pretexto de salvarlos de un acto semejante al que cobró la
vida de Montero en Guayaquil. A lo que entregaría a un destinatario
48
conservador el bienestar de los Generales, el mismo que dirigiese el Juicio
contra Montero: el Coronel Alejandro Sierra.
Guayaquil, 25 de Enero de 1912.
Señores Presidente y Ministros de Estado. Quito.
El fin trágico del General Montero y el peligro inminente que corren
los otros Generales presos, me ha colocado en el caso de suspender su
enjuiciamiento y sacarlos inmediatamente de esta ciudad,
aprovechando la circunstancia de que el pueblo enfurecido ha
abandonado la Gobernación y anda por las calles con los despojos del
desgraciado General Montero. Si no aprovecho de estos momentos,
tengo la firme persuasión de que los demás Generales correrán la
misma suerte de aquél, a menos que nos resolviéramos a fusilar al
pueblo, cosa que creo que no está en el ánimo del Gobierno, y que
seguramente no lo está en el mío. He ordenado, pues, que el
PUNDONOROSO Y ENÉRGICO CORONEL SIERRA, llevando a sus
órdenes al Batallón “Marañón”, conduzca esta misma noche a los
presos a Quito, ateniéndose a las siguientes instrucciones, etc.
Ministro de Guerra, J. F. Navarro. (Peralta 1971, 169)
EL periódico El Ecuatoriano, declararía póstumamente que el festín salvaje
que se dio contra Montero era el patrón que se seguiría el 28:
La voz de Guayaquil tiene en el interior resonancias de unanimidad
irresistible. Y así telegrafiar a Quito, donde los Alfaros eran cordialmente
aborrecidos: que la avalancha había sido terrible; que las turbas habían
atropellado al Consejo de Guerra; que Montero había sido muerto,
decapitado y lanzado por los balcones de la Gobernación, a despecho de
la fuerza armada que había sido impotente para impedirlo, equivalía a
delinearle a Quito el patrón que debía seguir respecto de los Alfaros.
(…), no hubo en el Gabinete ecuatoriano un solo hombre que
recapacitara un tanto e hiciera notar cuán inconveniente era la
publicación de semejante pieza; y el telegrama salió a la luz para
servir de pábulo a la hoguera que ya había comenzado a arder. El
señor Freile Zaldumbide y sus Ministros no tienen siquiera la excusa de
que la sanguinosa tempestad aún rugía en el subsuelo, porque para
entonces ya había sido victimado el Coronel Belisario Torres; y sobrados
indicios había de que el drama alcanzaría los horrorosos reflejos que
tuvieron en Lima, las escenas macábricas ocurridas con los Gutiérrez,
según lo pronosticó “La Constitución”, periódico del Gobierno que salió
verdadero en sus agoreros anuncios, desgraciadamente harto fundados.
49
El encargado del poder ejecutivo Freile Zaldumbide, al no soportar compartir la
culpa de las intenciones cruentas de Plaza al mandar los prisioneros para que
se los juzgase en Quito –debiendo ser desde un inicio en Guayaquil lugar de su
delito-, decidió retractarse, lleno de miedo y ordenar su regreso. Pero Alejandro
Sierra habría de resistirse a dicha orden, como a todas las siguientes, incluso
sobre la hora de ingreso a Quito con los prisioneros (Sánchez Núñez 1913, 60).
De esta manera, Carlos Freile Zaldumbide, se vio obligado, contra su
primigenia determinación, a dirigir el telegrama que a continuación se copia:
Quito, 26 de enero de 1912.
Señor Coronel Sierra. Huigra-
Se me ha avisado que usted viene a esta, trayendo Generales
presos. Considero sumamente peligroso el viaje a Quito, de esos
prisioneros y mientras el señor Ministro de Guerra imparta las órdenes
del caso para que usted regrese a Guayaquil, sírvase usted detenerse
en Huigra, hasta segunda orden,
Carlos Freile Zaldumbide. (Pérez Concha 1978, 419)
A lo que Sierra respondería:
Huigra, 26 de Enero de 1912, a las 6.30 de la tarde. —
Señor encargado del Mando. —
Recibí su telegrama a las 2 p. m. Su orden para que me estacione
aquí y luego regrese a Guayaquil, es absolutamente contradictoria con
la que recibí del señor Ministro de Guerra, quien dispuso salida de
presos, precisamente para salvarlos. Como yo mismo tengo
conocimiento de que si los regresara a Guayaquil perecerían, y como
tropa de mi mando, que es de reserva, está violenta por avanzar a
Quito, en bien de los mismos presos me atrevo a manifestar a Ud. Que
sigo para Alausí, en obedecimiento de aquella orden imperativa del
señor Ministro de Guerra. Si debiera contramarchar a Guayaquil, o
quedarme aquí, temería por la vida de los presos a causa de la
exaltación de la tropa, que vería en ellos el obstáculo para seguir a
Quito. –
Coronel Sierra. (Peralta 1971, 180)
50
Acto seguido el Coronel Sierra fue sorprendido por un nuevo telegrama del
señor Freile Zaldumbide el cual decía:
Quito, 26 de Enero de 1912.
Señor Coronel Sierra.--- Alausí
Una vez más me digno a usted que no deben venir los prisioneros a
esta capital, porque su mismo juzgamiento debe hacerse en Guayaquil.
Los peligros son gravísimos y hay que poner a los prisioneros a cubierto
de ellos. De suerte que estaciónese usted en Alausí, ya que no lo hizo en
Huigra, porque van sobre ustedes responsabilidades inmensas, caso de
perecer los presos.
(…)
Carlos Freile Zaldumbide.
Navarro, es pues quién se encarga de enviar las directrices al Coronel Sierra
por medio de telegramas alternos a los del Encargado del Poder Ejecutivo
sobre el curso que habrían de tener los presos (Eloy Alfaro, Medardo Alfaro,
Flavio Alfaro, Luciano Coral, Manuel Serrano y Ulpiano Páez), mientras Freile
Zaldumbide solicita que los presos sean devueltos a Guayaquil y su juicio
llevado a cabo en el buque “Libertador Simón Bolívar”. Sin embargo, Navarro
exige al coronel Sierra sigan el curso del Ferrocarril desde Huigra a Alausí y de
este destino a su vez a Chimbacalle. (Peralta 1971, 181) Leónidas Plaza
Gutiérrez a su vez renuncia a su puesto como Jefe del Ejército, pues ya estaba
en marcha el plan de exterminio de los Alfaros:
Como no nací para verdugo, mañana mismo declinaré el mando del
ejército para que venga a reemplazarme quien se atreva a llevar a estos
desgraciados Generales a esa capital, con el propósito de que corran
la misma suerte del infortunado Quirola. Llevando a los prisioneros a
Quito se va a infringir la Constitución que ordena no distraer a los
delincuentes de sus jueces naturales. (Diezcanseco 2003, 234).
Plaza está tan claro del plan que incluso manifiesta la inconstitucionalidad del
acto, pues su juicio debía darse en Guayaquil; así se lavaba las manos y
dejaba sentada la base para que se adjudicara la entereza del crimen al
51
Gobierno de Zaldumbide y a Navarro. Merecidamente habría Olmedo y
Augusto Alfaro, hijo y sobrino de Don Eloy respectivamente, de denunciar la
complicidad de Navarro con Leónidas Plaza, Freile Zaldumbide y los demás
Ministros en la masacre del 28 de Enero (Alfaro 1912, 2-7).
La última noche en tierra firme de los encomendados a Sierra, tendría lugar en
la ciudad de Alausí, donde un populacho profirió en gritos contra la
personalidad del General Eloy Alfaro y demás presos políticos (Pérez Concha
1978, 419).
Julio Andrade solicita a su hermano, el coronel Carlos Andrade, se presente
voluntario como resguardo de los prisioneros a la caravana que los llevaría a
Quito:
Esta mañana salió tren con generales prisioneros:
Incorpórate al convoy y haz cuanto puedas por salvarles la vida, a
don Eloy especialmente. Yo trato de salir hoy para secundarte, y si lo
consigo, nos encontraremos en el camino. Te abrazo, y piensa en que
es ésta la comisión más noble y más sagrada que has podido
desempeñar.19
Don Eloy afectuoso habría de recibirlo con un abrazo a la hora del almuerzo:
…extendiéndole las manos, afectuosamente le dijo: “Desde ayer de
mañana, solo he tomado una tacita de café, que me dieron en
Guayaquil: ahora no quiero sino unos bocados de caldo” Y, luego
agregó: “Ya has de saber la muerte de Montero: no es obra del pueblo
guayaquileño”… (Pérez Concha 1978, 419)
Carlos Andrade relata las varias interrupciones que acontecieron en el trayecto
y las manifestaciones de pequeñas turbas. Todo encajaba de un modo
demasiado exacto, como partes siniestras del mismo plan:
19
Coronel Carlos Andrade, Carta fechada en Riobamba el 20 de febrero de 1912, dirigida a la señora
Colombia Alfaro de Huerta, publicada en Noticias Históricas, Quito, Imprenta Nacional, 1912, pág. 33-35.
52
A poco siguió el tren en su marcha. Pasada la Nariz del Diablo, el
maquinista se detuvo.... Encontráronse... muchas piedras en la línea...
Cerca de Alausí, otra detención: de una manera intencional, habían
querido destruir el tanque de agua, a golpes de hacha, para inundar la
vía; pero llegamos a tiempo... Más adelante, una piedra enorme,
colocada en la mitad de la línea. Pasamos el obstáculo. Al llegar a
Alausí, de noche, una poblada nos esperaba en la estación, y
prorrumpió en gritos torpes contra el general Eloy y compañeros.
(Diezcanseco 2003, 240)
Los soldados del Batallón Marañón, difundieron el tren en el que viajaban los
presos, así se lo afirma su director, coronel Sierra a Carlos Andrade, develando
la complicidad que se había puesto en marcha desde que el tren se enrumbó a
Quito.
Al día siguiente, 27, supe que había orden de no seguir la marcha,
sino la de que los prisioneros regresaran a Guayaquil para ser allí
juzgados. Fuime a hablar con el coronel Sierra... Tratamos
detenidamente de esto, y... me manifestó que había inminente peligro,
que la tropa... estaba desesperada por llegar a Quito, y que la gente de
Alausí, así como también la de los pueblos cercanos, se había
apercibido de que los prisioneros no avanzarían, y estaban de
acuerdo con la tropa para fines siniestros.
El honorable anciano, a la intriga de su fin y del posible paradero de la última
copia de los planos del ferrocarril, se los entrega a Carlos Andrade:
Me entregó un rollo de papeles escritos en máquina (el general Eloy
Alfaro), en presencia de los demás prisioneros, y oficiales y tropa... “Te
encargo esto, me dijo, que me ha tenido muy preocupado durante el
viaje, por temor de que se me pierda, no de que me roben, porque
felizmente estos muchachos son muy honrados. (En el tono de frase se
notó la ironía de la última frase). La maletita en que los he guardado a
cada rato se me confunde; y en tus manos, los papeles quedarán
seguros. (…) Esos papeles que te he dado son muy interesantes: sería
lástima que se perdieran. Contienen la historia del ferrocarril. Es la
vindicación del pobre Harman, a quien tanto se ha calumniado... En
cuanto puedas, que eso se dé a luz. Es la única copia que me ha
quedado... Tal vez me dé un cólico en viaje y quiero estar seguro de
que esos documentos no desaparecerán... (Diezcanseco 2003, 240-
241).
53
Ante el inevitable viaje de los presos a Quito, Zaldumbide habría de claudicar
en su intento de despacharlos a Guayaquil, pero trataría de lavarse las manos,
junto con Federico Intriago, recién posesionado en el despacho de Guerra;
dirigiéndole el siguiente telegrama a Sierra y Carlos Andrade:
Quito, Enero 27 de 1912, a las 9.30 a.m.-
Señores Coroneles Sierra y Andrade.- Alausí.-
A pesar de que el Gobierno ha creído indispensable el regreso de
los prisioneros a Guayaquil, tanto porque ese es el lugar de su
juzgamiento, cuanto porque es preciso salvar a toda costa su vida, y ya
que el regreso les coloca, tal vez, en mayores riesgos, el Gobierno
declina en Uds. Toda responsabilidad en vista de su ofrecimiento
absoluto de que harán la entrega de ellos en el Panóptico, sin novedad.
En este concepto pueden avanzar, tomando todas las medidas de
prudencia que su ilustración les aconseje. Al avanzar darán Uds.
Cuenta reservadamente del día y la hora de estancia aquí, a fin de
emplear por nuestra parte las providencias que sean posibles para
asegurarles la vida, poniéndonos previamente de acuerdo, para lo cual
deben hacer alto en un lugar adecuado.-
Atentos, El Encargado del Poder Ejecutivo, Carlos Freile Z., - J.F.
Intriago, Ministro de Hacienda, Encargado del Despacho de Guerra.
Olmedo Alfaro (1912), cuenta que Alfaro ya percibía su infausto fin al ser
enviado a Quito: "Mi papá no podía ignorar para qué los llevaban a Quito y a
Páez sé que le dijo: prepárate para que nos descuarticen.”
La siguiente cita a la publicación “Páginas de Verdad” de Cervantes20
, hace
eco de la voz del Gobierno porque se remitiese a Alfaro de vuelta a Guayaquil.
El señor Coronel Cabrera, de acuerdo en todo… conferenció con el
Coronel Sierra, y contestó haciendo saber que había concertado con
éste la permanencia de los prisioneros en Alausí, durante el día
siguiente; que el Batallón N°16, al mando de su primer Jefe, Coronel
Vilacreces, debía partir para ese lugar, para recibir a los prisioneros y
conducirlos nuevamente a Guayaquil; pero que se hacía indispensable,
20
Páginas de Verdad de Cervantes, publicación póstuma de los crímenes de Enero de 1912, que
pretendía excusar el nombre del placismo y el Gobierno de ser autores de los asesinatos. Documento
eliminado, recuperado en el libro de José Peralta, Alfaro y sus victimarios.
54
para dar cumplimiento a estos acuerdos, el inmediato envío de un
convoy a Riobamba. (Peralta 1971, 185)
Sin embargo el Gobierno extrañamente cedería (más adelante volvería a
arrepentirse) con la emisión de los presos a la capital para su juicio, serían
enviados al panóptico, pero se insistiría en su hora de llegada, otra orden más
desacatada intencionalmente por el coronel Sierra.
Negada la opción de retorno a Guayaquil se planifica el traslado de los
retenidos con dirección al Panóptico de Quito, bajo el cumplimiento de orden
militar del subjefe de Estado Mayor General, coronel Cabrera, subordinado al
Encargado del Poder Ejecutivo. Cabrera, quien se encontraba en Riobamba,
había dado las últimas instrucciones -bajo la directriz de Carlos F. Zaldumbide-
de cómo debían proceder en la llegada de los prisioneros:
Riobamba, 27 de Enero de 1912.- Señor Coronel Sierra. –
Alausí. – En este momento recibo telegrama del Encargado del
Poder, diciéndome resuelve avance usted con presos a Quito;
recomiéndase acuerdo con Ud., a fin de asegurarles vida y el fácil
traslado al Panóptico. A este fin creo que conviene:
1*.- Salir de Alausí a una hora tal, que pasen por Cajabamba a las
seis p.m.; y
2.- Pasar por Ambato a las diez de la noche, por Latacunga a las
doce, por Machachi a las dos de la mañana, y llegar a dos kilómetros de
Quito a las cuatro de la mañana; y entrar al Panóptico por detrás del
Panecillo, etc.-
Coronel Cabrera, Sub-Jefe de Estado Mayor General. (Peralta
1971, 188)
Sierra, que pasaba por Riobamba cuando recepto el documento, responde
afirmativamente con fecha de 27 de enero a las 10 de la mañana: “Acepto
Itinerario. Telegrafío a Quito y avisaré hora de salida.”
55
Éste es pues el último telegrama antes de que llegaran los presos, del mismo
28 de enero, denotando una casi súplica a quienes transportaran a los presos a
Quito y retractándose nuevamente una última vez del traslado que había sido
aprobado por el Gobierno.
Chimbacalle, Enero 28 de 1912.
Señor Coronel Sierra:
Suspenda usted su viaje hasta mañana por la noche, pues que de
llegar de día serían victimados sus prisioneros.
Su amigo que afectuosamente lo saluda, Ministro, Octavio Díaz.
Es necesario recalcar la insistencia con la que el Gobierno de Zaldumbide
suplicó en que los presos fuesen devueltos a Guayaquil, no porque esto lo
librase de toda culpa, sino más bien porque la intencionalidad con la que se
actuaba era bastante explícita: dar el mismo fin que el de Montero a los Alfaros
y sus acompañantes.
El mayor Cabezas, sub-jefe del Estado Mayor General de Policía de Quito de
nacionalidad chilena, relata que mientras todo esto sucedía -ante la inevitable
catástrofe que se sobrevenía- el encargado del poder Carlos Freile
Zaldumbide ya había cerrado sus puertas:
Portadores de estos arreglos; el señor Escudero y yo nos dirigimos
a casa del señor Encargado del Poder, a quien no pudimos ver, porque
(…), había hecho cerrar sus puertas y no obtuvimos que las abriera, a
pesar de insistentes llamadas… 21
La Última Estación
La llegada de los prisioneros (Alfaro, Medardo, Flavio, Luciano Coral, Manuel
Serrano y Ulpiano Páez) a la Capital se volvía cada vez más fúnebre. La tarde
21
Cervantes, “Páginas de Verdad”, p. 271 citado en Alfaro y sus victimarios.
Libro 1912  Cenizas de una Hoguera- los Autores de la Barbarie
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Libro 1912 Cenizas de una Hoguera- los Autores de la Barbarie

  • 1.
  • 2. 1 1912: Cenizas de una Hoguera - Los Autores de la Barbarie. This work is licensed under the Creative Commons Atribución-NoComercial- SinDerivadas 3.0 Unported License. To view a copy of this license, visit http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/ Equipo de Redacción Julián Yépez Ginés –Dirección Gabriela Velarde Hidalgo Bryan Tite Mallitasig Katherine Rocha Ortiz Johana Cruz Negrete Equipo de Investigación de Fuentes Gabriela Velarde Hidalgo –Coordinación Julián Yépez Ginés Bryan Tite Mallitasig Katherine Rocha Ortiz Johana Cruz Negrete Fernando Yunga Yunga Edwin Puetate Echeverría Diego Arcos Bastidas Andrés Salazar Almeida Verónica Basantes Diseño de Portada y Edición de Fotografía Julián Yépez Ginés Imágenes y Fotografías Archivo fotográfico del Museo de Banco Central Archivo digital de la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit
  • 3. 2 CONTENIDO PRIMERA PARTE EL ACONTECER DE UN 28 DE ENERO DE 1912 4 SEGUNDA PARTE CAPITULO I: PRIMERAS LLAMAS DE LA HOGUERA 9 El Pacto Anti Alfarista 10 CAPÍTULO II: LA ÚLTIMA SUBLEVACIÓN 19 El Retorno de Prometeo 21 TERCERA PARTE CAPITULO I: LOS AUTORES DE LA BARBARIE 28 Autores de la Barbarie 29 La Capitulación 33 Los Inquisidores 42 El Argumento 46 La Última Estación 55 El Pueblo de Quito 62 Inmolación 67 CUARTA PARTE JUICIO AL CENTENARIO 74 ANEXOS E IMÁGENES 80 Anexo 1. Apuntes de “La Prensa”, Diciembre de 1911: Algunos hechos que marcaron el proceso de transición presidencial. 113 Anexo 2. La Capitulación 118 Anexo 3: Carta dirigida a Ulpiano Pérez Quiñones, Obispo de Ibarra, por parte de Federico Gonzales Suarez, Arzobispo de Quito, Quito, 22 de Marzo de 1912. 120 BIBLIOGRAFÍA 128
  • 4. 3 PRESENTACION El actual trabajo nace de la aspiración por sacar a la luz de la opinión pública algunos de los hechos escondidos tras uno de los crímenes más vergonzosos en los capítulos del Ecuador y señalar a los verdaderos asesinos intelectuales del Gral. Don Eloy Alfaro Delgado y de sus compañeros: Pedro J. Montero, Ulpiano Páez, Medardo Alfaro, Flavio Alfaro, Luciano Coral, Manuel Serrano y Belisario Torres. Se busca también en la presente investigación, señalar como juicio equivocado aquel que adjudica al “Pueblo de Quito” la autoría de los crímenes de enero o que inculpa a turbas anónimas e indeterminadas del arrastre; antes bien en la obra se perfila a los verdaderos artífices: los sectores más retrógrados coaligados en un naciente pacto oligárquico; respaldados en los viejos aparatos ideológicos y coercitivos del Estado. La prensa y la milicia al servicio coalicionista son quienes realmente sirvieron como siniestros ejecutores. Todos ellos dieron fin al proyecto radical Alfarista. A 101 años de la barbarie perpetrada contra los mártires de enero de 1912, esclarecer los sucesos acaecidos alrededor de la Hoguera de El Ejido, es más que una deuda con la Historia. Julián Yépez- Equipo de Redacción
  • 5. 4 PRIMERA PARTE EL ACONTECER DE UN 28 DE ENERO DE 1912 Eran aproximadamente las once de la mañana en la ciudad de Quito; poco después, en la estación ferroviaria de Chimbacalle se escucha la llegada de un tren. Quienes viajan allí conocen que un aciago desenlace los aguarda dentro de poco. Eloy Alfaro, Flavio Alfaro, Medardo Alfaro, Ulpiano Páez, Luciano Coral y Manuel Serrano son las víctimas escogidas para el crimen que se ha fraguado. Sus certezas no son vanas: ya hace dos días, Pedro Montero, el Tigre de Bulu Bulu, había sido ultimado de la manera más vil y perversa por un grupo de soldados del batallón Marañón. En el momento que los procesados bajan para tomar el automóvil que los conduciría al panóptico. Eloy Alfaro advierte que Medardo, casi paralítico debido a su avanzada edad, y Flavio están tiritando. Surge entonces la figura bravía y determinada del padre del liberalismo en todo su esplendor y pronuncia estas palabras: “¿Por qué tiemblan? ¿Por miedo a la muerte? No sean cobardes; ningún Alfaro ha temido nunca el peligro.” Inclusive en los momentos postreros de su vida, aquel noble anciano conservaba aquella determinación y coraje que lo consagraron durante toda su vida.
  • 6. 5 El camino recorrido hasta la llegada al panóptico transcurrió en medio de ofensas, insultos, e inclusive ataques hacia los prisioneros por parte de distintas personas. Es así que ciertas personas obstaculizan el paso del automóvil de los detenidos y algunos de estos individuos empiezan a arrojan piedras contra los reos. Finalmente, el vehículo llega a su destino. El primero en bajar es el general Eloy Alfaro, quien es ayudado a subir por el Jefe de Zona Pesantes y por el secretario del Penal, Rafael Calderón. Debido a una herida en la pierna, Flavio Alfaro también requiere ayuda para avanzar. Quienes lo acompañan son el capitán Humberto Vallejo y el director del Penal, Rubén Estrada. Al producirse el ingreso de los reos al panóptico, el capitán Alejandro Sierra, jefe del “Batallón Marañón” pronuncia las fatídicas palabras: “He cumplido con mi deber. Los he entregado en el Panóptico, vivos. ¡Pueblo: ahora os toca cumplir con vuestro deber!”. Ya adentro, un soldado llamado Aurelio Proaño, en un acto de vileza y cobardía, arremete con la culata del fusil contra don Eloy, arrojándolo al suelo. Al llegar a la celda, Eloy Alfaro solicita un banco ante la presencia de Ulpiano Páez para poder conversar. Los demás compañeros de prisión se encuentran en sus respectivas celdas: Junto a las escaleras se encuentran Manuel Serrano, Ulpiano Páez y Eloy Alfaro; al frente, Medardo Alfaro, Luciano Coral y Flavio Alfaro. El custodio en el panóptico, Alcides Pesantes, deja a los presidiarios en su lugar. Parecería que todo se ha cumplido sin inconvenientes. No obstante, la brutal mascarada no ha concluido todavía; más bien comienza… Se oyen tiros de repente dentro de la prisión y se escuchan gritos “¡Se fugan los presos!”, “¡Hay que matarlos!” y es entonces que se abre la puerta principal. Es allí que se produce la farsa del “pueblo tirando abajo las
  • 7. 6 puertas del panóptico” y “arrollando a la guardia”. Varias personas son cómplices de tal artificio, como el comandante Arquímedes Landázuri, quien dice “Nada con el pueblo”, el intendente Agustín Cabezas, el cual permite que la guardia permanezca impávida o Alcides Pesantez, quien al mando de 80 hombres, era la persona llamada a tomar el control de la situación. Ironías de la vida, este personaje que había llegado a su posición gracias al general Eloy Alfaro, y allí, de manera deliberada se niega a cumplir con su deber y permite que los criminales cometan tan atroz crimen argumentando que “no podía ni debía fusilar al pueblo”. Gran parte, por no decir la totalidad del grupo de personas involucradas en las muertes del 28 de enero formaban parte del sector más religiosamente fanático de la capital. Con este antecedente y, en algunos casos, el de la pérdida de parientes en los recientes enfrentamientos producidos en Huigra y Yaguachi produjo un odio exacerbado e irracional en aquella turba. Al llegar a las celdas, al primero que encuentran es al general Eloy Alfaro. Este, con tono conciliador pero firme, pregunta: “¿Qué es lo que quieren?”. Un disparo en la cabeza y otro en el pecho es la respuesta canalla. La muerte ocurre instantáneamente. No conformes con el asesinato la horda arremete contra el cuerpo de Eloy: lo ultrajan, lo hieren con palos y armas, lo despojan de sus vestimentas y lo sacan prácticamente desnudo. Ulpiano Páez, al ver lo ocurrido, reacciona y en el acto saca una pistola que tenía escondida en su bota, la cual había sido enviada por su señora y entregada por una empleada leal. Con esta arma logra dar cuenta de Ángel Viteri, el ejecutor de varios de los disparos contra don Eloy.
  • 8. 7 Medardo Alfaro, debido a su avanzada edad, se encuentra casi paralítico. A pesar de ello, en un inimaginable acto de serenidad y arrojo, se enfrenta a ese grupo diciéndoles: “Denme una espada para defenderme, cobardes”. En esos momentos, los malhechores ya habían dado cuenta de Eloy, Luciano, Manuel, Medardo y Ulpiano cuando una mujer recuerda al canallesco grupo que falta todavía Flavio. Este es atacado por los balazos, los cuales logra esquivar hasta que finalmente es alcanzado por uno de ellos, cayendo al suelo. Tras ello, corre la misma suerte que sus compañeros. Al parecer, es arrojado del piso alto al piso bajo. Las meretrices de la ciudad se apoderan de él; al salir de la prisión, todavía vivo, alcanza a exclamar: “Lo que más me indigna es que me dejen ultimar de estas mujeres; mátenme por favor” Es así que un soldado del ejército cumple con su requerimiento y le propina un tiro en la frente. El desfile de la sangre empieza aproximadamente a la una de la tarde. Eloy Alfaro y Ulpiano Páez son llevados por un camino; el resto de víctimas, por otro. En este grupo, quien sufre la muerte más dolorosa es Luciano Coral: el canalla de Abraham Salgado le ha cortado la lengua. Por otro lado, la reacción de lo más rancio de la aristocracia no se hizo esperar. Las damas de esta clase, al ver pasar a la procesión empezaron a aplaudir y a arrojar sogas y banderolas para ayudar a los facinerosos. Al morir la tarde, los cuerpos de los líderes radicales y sus victimarios llegan al parque de El Ejido. Las proclamas de estos últimos reflejan su perturbado pensar y proceder. Al grito de “¡Abajo los masones!”, “¡Viva la religión!”, dan inicio a la incineración de los cuerpos.
  • 9. 8 Tras la ausencia de los verdugos, un leal amigo de don Eloy llamado Clotario Delgado, con la ayuda de dos indígenas, se aproxima al sitio donde arden los restos del general. Lleva consigo un saco y una sábana. Al llegar a la fogata, consigue la tibia de Alfaro… luego el pie… Tal es la saña con la que han tratado al cuerpo del General que este se halla totalmente desmembrado. Cuando Delgado creía haber conseguido su objetivo, se escucha nuevamente a los asesinos. Los restos de Eloy estaban a un lado, debido a que estaban todavía ardientes. Delgado y sus compañeros tienen que esconderse. Los criminales, al notar la ausencia del cuerpo, empiezan furiosos su búsqueda y, al dar con este, tratan de arrojarlo nuevamente a las llamas; sin embargo, en su estulticia, no advierten que el cuerpo aún estaba ardiendo, razón por la cual tienen que soltarlo. Es entonces que al hijo de Emilio María Terán se le ocurre quitarse su abrigo para envolver al cadáver y tirarlo al fuego Solamente entonces, cuando se había consumado el más horrendo crimen en la historia del país, aparece el arzobispo de Quito, Federico González Suárez, para solicitar a las personas que cesen en tal atroz actividad. Y se produce lo solicitado. Es el mismo arzobispo que observaba desde el Palacio Arzobispal como transcurría tan espantoso crimen sin decidirse por el humanismo de ayudar al prójimo. Apaciguó a los malhechores… cuando todo era inútil.
  • 10. 9 SEGUNDA PARTE CAPITULO I PRIMERAS LLAMAS DE LA HOGUERA A inicios del siglo XX, la estructura del Partido Liberal se encontraba seriamente fragmentada. Desde 1983, con el movimiento inicial de las montoneras y, en 1895, con el triunfo de la Revolución Liberal, se manifiestan dos tendencias: el liberalismo radical y el liberalismo moderado. Posteriormente, aún dentro de las filas del ala radical se producen divisiones, por distintas razones, surgiendo bandos como los flavistas y monteristas. Es así que en 1912, al formarse el Ejército de la Costa1 , llamado a defender al liberalismo radical, se produce lo inevitable: la desunión y la discordia. La tentativa de los sectores oligárquicos, pactados en conflagración, aunó intenciones de dar culminación definitiva al proyecto político-social encabezado por el General Eloy Alfaro. Esto no ocurrió como un hecho repentino: fue el resultado de varios años de trabajo destinado a la instigación del crimen. En aquella pugna política se manifestaron una serie de irreconciliables intereses, 1 El ilustre escritor José Peralta describe a las tropas de la Costa como: un amontonamiento de elementos sin cohesión, carentes de un pensamiento dominante, que encamine a los guerreros a vencer o morir. Desde el principio, esos elementos se habían conservado aislados por mutua desconfianza, posteriormente atacados con los odios de partido; de manera que, lejos de ser un apoyo, se convirtieron en fustigadores, en Alfaro y sus victimarios.
  • 11. 10 inclusive dentro del propio movimiento radical. Sin embargo, arrollados todos con el asesinato de sus líderes el 28 de enero de 1912. El movimiento liberal, para 1911, se encuentra dividido básicamente en dos bandos: los placistas y los alfaristas. Además, surgen otras fracciones, una de las cuales postula la candidatura de Flavio Alfaro a la Presidencia de la República, y la otra que defiende la postulación de Emilio Terán. Este fraccionamiento forma parte del origen del golpe de Estado a Eloy Alfaro el 11 de agosto de 1911 y del asesinato de los líderes radicales el 28 de enero de 1912. El Pacto Anti Alfarista El sector más reaccionario del liberalismo, aquel que representaba a la gran burguesía comercial-bancaria, fue siempre acérrimo opositor a la administración de Alfaro. Los liberales de este grupo hicieron uso de diversos artificios para derrocar el régimen constitucional, el cual se encontraba pronto a culminar su periodo. Es así que dentro del Congreso, las murmuraciones -a cargo de Freile Zaldumbide, presidente de dicha instancia- aseveraban la pretensión de Alfaro de violentar la Constitución2 para prorrogarse en el poder. Ante tales calumnias, Pedro Concha fue el encargado del Ejecutivo en la Cámara para desmentir dicha imputación. El mismo General Eloy Alfaro se pronuncia al respecto, en su mensaje al Congreso Nacional de 1911, en conmemoración al Primer Grito de la Independencia. Allí deja en claro su proceder: En cuanto a mí, pronto siempre a servir a mi Patria como ciudadano abnegado, me retiraré del Poder en el término fijado por la 2 Constitución de 1906 aprobada durante la segunda gestión de Alfaro; sobre la reelección presidencial.
  • 12. 11 Constitución, entregando la suerte de la República en vuestras manos y en las de todos los que la amen de veras y quieran sacrificarse para salvarla. Os hablo quizá por última vez, y me habéis de permitir manifestaros que jamás he abrigado esas ambiciones que el odio político me atribuye; y, si he luchado con tenacidad y por tantos años contra el régimen conservador, ha sido por el justo anhelo de ver libre a mi Patria, por establecer la verdadera democracia, por romper las cadenas que en pleno siglo de libertad y civilización, oprimían cruelmente a mis conciudadanos. Si he cumplido mi deber, lo dirá la Historia; pero mis intenciones no han sido otras que servir al País, lealmente y sin ahorrar sacrificios. Lejos de mí la vulgar idea de aspirar a la dictadura y perpetuarme en el Poder; alma como la mía tienen más elevadas aspiraciones y no las mueve sino el amor desinteresado de la Patria. (Alfaro 1912, 172) Este era el único manifiesto e inquebrantable deseo del Viejo Luchador, mantenido desde el surgimiento de las Montoneras en la Campaña de 1884. Aún dislocados los argumentos de la Cámara de Senadores, se da inicio a la planificación del golpe de Estado, a ejecutarse el 11 de Agosto de 1911. Los recursos para su concreción –mediante sus mandos superiores- hallasen en los cuarteles. Surge en ese momento la figura de Emilio Terán, potencial candidato a la Presidencia, quien será el iniciador de dicho complot. Roberto Andrade se refiere a Terán como un general “disoluto, sin ningún sentimiento de moral, como Plaza y todos los acomodaticios, que se levantan a la dirección de nuestros pueblos. Era padre de familia; pero nunca respeto la moralidad de las familias.” El golpe orquestado respondía directamente defender su candidatura. Sin embargo, antes de que se produzca el cuartelazo del 11 de agosto, en el que se depone fraudulentamente a Alfaro, Terán es asesinado por el coronel Luis Quirola3 debido a asuntos de carácter personal. 3 Roberto Andrade refiere de “el Coronel Luis Quirola, valeroso y entusiasta joven, se alejó de los liberales, después de compañerismo largo con ellos, solo por acompañar a Terán, desde que regreso de
  • 13. 12 No obstante, la conspiración quedó viva en los cuarteles. Alfaro no tuvo ni la menor sospecha de lo que se fraguaba, por ello no tomó medidas al respecto. Inclusive, el General Franco, uno de los conjurados, hubo de retirarse de servicio anteriormente. Apenas circuló la noticia del rompimiento de Alfaro con Estrada, aquellos, encargados de la confabulación de Terán en los cuarteles, se apresuraron en la búsqueda de Estrada, con el fin de confiarle sus planes para que se sirviera de ellos, si le parecía conveniente. Estrada arregló el pastel y partió inmediatamente a Guayaquil” (Andrade 1984, 339-340). La innegable intención de Estrada fue alcanzar el poder, y para lograrlo encadenó algunos intentos apresurados, hizo uso de intrigas sobre la naturaleza democrática del General Alfaro. A pesar de restar solamente veinte días para el traspaso del mando de Alfaro al recientemente electo Estrada; este “quería anticiparse, porque los ministros trataban de burlarse de él, destituyéndolo”; y son estos ministros los que persuaden a Estrada “que al General no había necesidad de matarlo, sino solamente de obligarle a hacer dejación del mando” (Andrade 1984, 339-340). Con este fin, quedó en Quito el Capitán Víctor Emilio Estrada, hijo del futuro nuevo mandatario, quien estaría dispuesto a impedir cualquier inconveniente que se produjera en el Congreso a fin de atentar en contra de la elección de su padre (R. Andrade 1984, 442). La tempestad acaecería en las elecciones, mientras, dentro de los cuarteles, el golpe se desarrollaba. Posterior a la instalación ordinaria del Congreso Inglaterra. (…)” A quien dio muerte después de recibir la noticia: “Dijósele que Terán le había ultrajado, no había respetado la santidad de su hogar ni de tálamo… Casi le enloqueció el furor (…) Quirola disparó un balazo a Terán quien cayó muerto; y el matador se entregó inmediatamente a la justicia. Quien conocía a Quirola no pudo dudar de que el crimen fue espontaneo; pero yo no puedo asegurar si hubo o no fundamento en la sospecha de adulterio”. Quirola abruptamente asesinado en el Panóptico a cargo de los partidarios de Terán; quienes vengando su muerte, despedazaron el cuerpo de Quirola.
  • 14. 13 Nacional, realizada el 10 de agosto del año en referencia, con la reelección de los mismos dignatarios, varias autoridades del ejército comprometidas con anterioridad, para el efecto, abandonaron sus respectivos cuarteles. Finalmente, llega el fatídico 11 de agosto; por la mañana, algunos militares de alta jerarquía reverenciaron al General, dos o tres se alimentaron en la mesa presidencial, tal es el caso del Coronel Nicolás López, quien -a pesar de sus intenciones- se encontraba en la mañana con el presidente Alfaro en medio de una conversación muy amigable, pese a ser el encargado de apoyar a los sublevados. A la hora meridiana, se da inicio a una serie de descargas con el ánimo de desconocer el Régimen (Pérez Concha 1978, 350). A sazón, el presidente Alfaro se hallaba, con los Ministros de Estado, en el palacio de Gobierno, desde donde se oyeron las detonaciones. Los batallones que guarnecían en la ciudad se rebelaron contra el Ejecutivo, entregando a los enemigos del radicalismo para que lo sacrificaran (Peralta 1971, 72), “al amparo de este segundo retozo del ejército, motivado en la imposición de la candidatura de Plaza, que todo el conservadurismo y alfarismo rechazaba abiertamente” (Sánchez Núñez 1913, 14). Buscando salvaguardar su vida, por medio del accionar del Cónsul Víctor Eastman Cox, Alfaro arriba a la Legación de Chile, donde aguardó varios días esperando su retorno a Panamá. El General Alfaro, en muestra de agradecimiento a la República de Chile y la intervención del señor Carlos Uribe, decano del Cuerpo Diplomático, envía una carta a Ramón Barros, presidente de dicho país, resaltando cómo transcurrieron los incidentes, en los cuales la bajeza y felonía de los ejecutores de la conspiración queda manifiesta:
  • 15. 14 La salida del Palacio Nacional y el tránsito al través de la plaza de la Independencia hasta la Legación, en medio de una muchedumbre en rebelión, desordenada y, sin jefes visibles, fue empresa por demás riesgosa, llevada felizmente a cabo debido al valor, porte digno y firmeza del Excelentísimo señor Eastman, quien supo usar esas cualidades para imponerse a las turbas amenazantes. Hubo un momento de peligro supremo, en que uno de esos malvados furiosos tendió su rifle hacia mi pecho con ánimo de ultimarme; pero el Excelentísimo señor Ministro de Chile, con arrojo singular, se adelantó de mi lado y me cubrió con su cuerpo, exponiendo así su propia vida por salvar la mía. (Alfaro 1912, 180) Mientras tanto, se ponen en marcha los intentos estabilizadores, gestados por los insidiosos; todos ellos habían desarrollado un método hasta entonces sui generis para deponer al General Alfaro de la magistratura: se impuso la renuncia como condición para respetar la vida del Combatiente de Jaramijó. El siguiente telegrama enviado por Freile Zaldumbide a Alfaro lo indica: El pueblo quiteño, congregado en gran meeting ante la casa del Encargado del Poder Ejecutivo, solicita perentoriamente, la dimisión del señor General don Eloy Alfaro del cargo que tuvo de Presidente de la República. En tal virtud, acatando yo esa premiosa representación popular que amenaza tomar peligrosas proporciones, notifico a usted que difiera a ello, con la brevedad posible, pues de otra suerte me seria quizás imposible impedir que se respete el derecho de asilo a que ha apelado usted en la Legación de Chile. A pesar de la traición, la reacción de los jefes leales a Alfaro no se hizo esperar. Por la mañana del día 12 de agosto, delegados del Alfaro comunican la pronta llegada del General Ulpiano Páez, quien se encontraba en Latacunga, pretendiendo transportar vía férrea al Regimiento número 3 de Artillería, con un máximo de 600 hombres y algún otro contingente (Alfaro 1912, 172) para la defensa del régimen constitucional. Es entonces que Alfaro, priorizando su criterio patriótico y humano, afirma: “estoy pronto a hacer el sacrificio de salir del país con el objeto de evitar que mi
  • 16. 15 nombre sirva de pretexto para trastornar el orden público en el Ecuador” (Alfaro 1912, 177). Alfaro decide renunciar al cargo de Presidente, convencido de la continuidad del proyecto liberal, también expresado en el telegrama de respuesta a Zaldumbide: Sin entrar a considerar los términos de su carta, quiero manifestar a usted que como ecuatoriano patriota no deseo que por mi interés se derrame una sola gota de sangre y que por lo tanto hago dimisión del cargo de Presidente de la República lo cual hará que pueda continuar el régimen liberal al amparo de la Constitución (Alfaro 1912, 177). De la misma manera, Alfaro responde a Páez por medio del siguiente telegrama y le solicita que regrese a sus acantonamientos: En vista de que el nuevo Gobierno continúa dando prendas de confianza al partido liberal con el nombramiento del personal de su Gabinete, paréceme que no debemos serie hostil de ninguna manera. Por mi parte olvido en aras de la felicidad de la Patria la grave ofensa que se me ha irrogado y deseo que se consolide la paz continuando el régimen liberal. De acuerdo con estas ideas te aconsejo atiendas la solicitud del señor Ministro del Brasil y del doctor Octavio Díaz. Pues, hoy he presentado mi renuncia del cargo de Presidente de la República. El accionar del abnegado Gral. Páez busca respaldar la estadía del General, por medio de su intervención frente al Cuerpo Diplomático del Brasil, previendo salvaguardar la vida de Alfaro y su familia; recubierto además, en los exteriores de la Legación Chilena por la presencia de los “Llaneros de Páez” que resguardaban al destituido presidente, debido a los continuos intentos de asaltar el Consulado. Finalmente dueños de la situación, los facinerosos tenían la intención de proclamar a Estrada –presidente electo- como Jefe Supremo; sin embargo, el abogado y doctor Juan Benigno Vela, alma del partido placista, corrigió estas intenciones y determinó que Carlos Freile Zaldumbide, presidente del
  • 17. 16 Congreso, debía asumir el mandato de la Nación alegando que, en “caso de ausencia, muerte o renuncia del Presidente titular” debe ser la máxima autoridad del Senado quien ocupe este puesto. De esta forma, Freile Zaldumbide es proclamado Presidente interino en la tarde del día 12 de Agosto y el régimen golpista se vuelve “legal” (Sánchez Núñez 1913, 12). Los conspiradores y sus adeptos son respaldados incluso en la instancia legislativa: el Congreso Nacional, en sesión del 14 de agosto de 1911, pretende congratular el accionar anti-democrático de los poderes confluidos para el derrocamiento de Alfaro. En dicha sesión, ciertos legisladores como Francisco Andrade Marín, Adolfo Páez, Juan Benigno Vela, Miguel Ángel Albornoz, Gallegos Anda, Peñaherrera Oña –el único conservador del grupo- y Nicolás López reafirman la postura golpista, calificando a Alfaro como tirano. El diputado Roberto Posso se abstuvo de sostener tal postura. En contraposición, los legisladores que no sufragaron “por una resolución tan propia de otros tiempos”, quienes se mantuvieron firmes a la constitucionalidad patria, fueron Loyola, Balda, Jiménez, Torres, Viteri, Vásquez, Merchán, y Roberto Andrade4 (R. Andrade 1984, 450). No satisfechos con el triunfo de la sombría conjura del 11 de agosto, los diputados antialfaristas, reforzando infames presunciones, intentaron aprobar la moción presentada por el diputado, Francisco Andrade Marín y Miguel Ángel Albornoz, para la colocación de una lápida, que habría dicho: El 11 de Agosto de 1911 el heroico pueblo de Quito y el ejército dieron fin con la tiránica dominación del Sr. General Don Eloy Alfaro. Este sirve de ejemplo a quienes traten de envilecer al digno Pueblo Ecuatoriano, conculcando la constitución y las leyes. 4 Roberto Andrade, era hermano del coronel Carlos y el general Julio Andrade.
  • 18. 17 El cínico parlamentario Miguel Ángel Albornoz, arguyendo que no se podía permitir nuevamente la “dictadura”, proclamó en la sesión: …y deseo que se coloque esta lápida en este sitio para que a diario la vean los que en lo sucesivo suban dirigir los destinos del país y sepan que en el Ecuador; en donde se ha derramado la sangre generosa del pueblo para cimentar las instituciones republicanas, jamás puedan surgir las ideas tenebrosas de dictadura, de opresión y de vergüenza. Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinoza Pólit (DSC04720a) Para ese entonces, Albornoz presidia la Junta Suprema del Partido Liberal Radical; pero hace mucho que había abandonado a su fundador, el General Eloy Alfaro. Con Alfaro fuera del poder y Freile Zaldumbide como Presidente interino, el resultado de las elecciones anteriormente efectuadas, permitió que Emilio Estrada asuma las funciones de Presidente Constitucional de la República el 1° de Septiembre de 1911. Estrada resolvió en primer término que los ministros de Estado continuaran al frente de sus Carteras. Sin embargo, durante los días 11 y 12 del mismo mes, hubo de aceptar las renuncias presentadas por los señores doctores José Julián Andrade y Manuel Eduardo Escudero, quienes se encontraban laborando en los ministerios de Instrucción Pública y Hacienda. Estos personajes serían reemplazados por Carlos Rendón Pérez y el Gral. Leónidas Plaza Gutiérrez. Así mismo renuncia Alfredo Baquerizo Moreno, el cual es reemplazado por el doctor Carlos R. Tobar. El 7 de octubre renuncia el Gral. Plaza Gutiérrez que es reemplazado por J. Federico Intriago.
  • 19. 18 Sin embargo el periodo presidencial del Estrada fue de corta duración; debido a afecciones cardiacas, fallece el 22 de diciembre de 1911 abriendo un panorama político complicado. Inmediatamente, Freile Zaldumbide asume la presidencia interina de la nación por segunda vez, “quien después de lamentar, el mismo día, el fallecimiento antes registrado, procedió a convocar para los días 28, 29 y 30 de Enero de 1912, los comicios electorales que habrían de determinar la persona que, como consecuencia de la situación creada, debía asumir la presidencia Constitucional de la Nación” (Pérez Concha 1978, 356).
  • 20. 19 CAPÍTULO II LA ÚLTIMA SUBLEVACIÓN La proclamación de la candidatura de Leónidas Plaza a la primera magistratura del Estado, –apresurada a tomar cuerpo- día siguiente de la muerte de Emilio Estrada, motiva el levantamiento de Pedro Montero, en la Provincia del Guayas, proclamado como Jefe Supremo el 28 de diciembre de 1911. Así mismo se produciría la proclama de Flavio Alfaro como Jefe Supremo en la provincia de Esmeraldas. Todos estos simultáneos a la función del presidente interino Freile Zaldumbide en la capital.5 Residiendo así en el país, un triunvirato de enunciativas proclamas que se decían abanderadas de la continuidad del movimiento liberal. Para el 22 de diciembre se levanta el comandante Saavedra –flavista- tomándose el cuartel de policía y proclamando gobernador de la provincia de Esmeraldas a Carlos Otoya. De inmediato, se designa Jefe Supremo a Flavio Alfaro; solicitando su presencia para dirigir al levantamiento. Así, Flavio sale de 5 La muerte de Estrada desentonaría aún más el panorama político ecuatoriano, después de un desestabilizador Golpe de Estado; nuevamente el cargo presidencial quedose deshabitado. De esta manera, recae interinamente el cargo -por segunda ocasión- sobre Carlos Freile Zaldumbide, perteneciente al ala placista, quién inferirá sobre la cámara gubernamental algunos cambios; siendo de relevancia el nombramiento Juan Francisco Navarro como Ministro de Guerra, desvinculando el carácter del régimen de Alfaro.
  • 21. 20 Panamá en el vapor “Manabí” arribando a Tumaco el 28 de diciembre por Puerto Limones. Mientras tanto, "La Prensa" -publicación oficial del placismo- anuncia desde el 3 de Enero, la verdadera intención del General en Jefe, en los términos siguientes: Se sabe que el General Plaza, al avanzar sobre el enemigo con sus valerosas huestes, ha telegrafiado al Gobierno que no dará cuartel a los perjuros y traidores, Montero y Alfaro; y que está resuelto a escarmentarlos con todo el rigor que merecen sus crímenes. (Peralta 1971, 111) El 5 de enero de 1912 tras reunir adeptos, llega a Guayaquil y presenta su contingente al Batallón Esmeraldas -conformado por 200 hombres desarmados-. A la par, se concretaría el encuentro de los dos caudillos liberales radicales: Pedro y Flavio, con la presencia de asperezas de los generales por la conducción del levantamiento rebelde; sin embargo, las condiciones bélicas -número de hombres y armas- favorecían a Montero. En ese contexto entre Flavio Alfaro y Pedro J. Montero, se manifiesta el conflicto latente por la conducción de la “insurrección”; Montero al ser proclamado Jefe Supremo de Guayaquil, ciudad de gran importancia, sumado a la cantidad de hombres y pertrechos afectos a él se impone en la jefatura del movimiento, llegando a un acuerdo con Flavio mediante el cual se le designaba como “General en Jefe del Ejército y Director Supremo de la Guerra” por decreto del Jefe Supremo el día 7 de enero de 1912. La desarmonizada conjunción entre los Consejos de Guerra y la dirección del General; sumado a aquello el deterioro cada vez mayor de las condiciones físicas del ejército, negarían la posibilidad de victoria a las tropas rebeldes.
  • 22. 21 Ha de resaltarse que el fundamental tropiezo que pudo tener el movimiento de las Montoneras de Enero era su falta de cohesión, no respondieron los movimientos de los rebeldes como una organización político-militar centralizada lo que terminó mermando en la capacidad ofensiva o la proyección de avanzada del Levantamiento de Montero y Flavio Alfaro, según nos relata José Peralta (año): “lejos de ser un apoyo de los pretendientes, eran otras tantas gavillas de combustible, destinadas a dar pábulo al más voraz y duradero incendio. El Retorno de Prometeo Es pues a principios de Enero cuando Eloy Alfaro (en el exilio) es informado en Panamá sobre las acciones que están acaeciendo en Ecuador: las montoneras se han levantado en Esmeraldas y Guayaquil contra el Gobierno al que llaman “inconstitucional”, sin embargo debido a diferencias y rencillas personales han tenido severos conflictos armados entre estas mismas, lo que ha fraguado su capacidad de ofensiva. De aquí pues el interés de Montero por la mediación de Don Eloy y es con esta clara perspectiva que retorna al Ecuador El Viejo Luchador, retornando así en clandestinidad el 2 de Enero de 1912. Para el 8 de enero, mientras Flavio Alfaro se dirigiera a Guayaquil a bordo del buque “Cotopaxi”. Circula un “Manifiesto a la Nación” de Don Eloy Alfaro, donde clarificase sus humildes intenciones por buscar la Paz. Durante aquel mismo día del fatídico año en que se sacrificara a los notables generales del radicalismo, el ministro de Gobierno Octavio Díaz, dejaría constancia a la historia otras sangrientas palabras en el periódico “El Tiempo”
  • 23. 22 de Guayaquil y transluciría aún más la coalición oligárquica que se había fraguado: Los Alfaros son imposibles; si ellos intentan regresar, los liberales, radicales y conservadores nos uniríamos con el gran pueblo para rechazarlos o para incinerarlos si cayeran prisioneros. (Diezcanseco 2000, 223) Queda pues a la luz de la historia las declaraciones colosales de la Prensa de aquel entonces, dando un esbozo del siniestro homicidio póstumo. Así el 10 de Enero, en Quito, “La Constitución” publicaría: Ayer lo decíamos y hoy reiteramos nuestra aseveración categórica: Es imposible la vuelta del alfarismo en el Ecuador. Y si él viene, será para que el pueblo de Quito haga con esa gente lo que el pueblo de Lima hizo con los Gutiérrez (asesinados, arrastrados y colgados de faroles, en Lima, en 1872). (Diezcanseco 2000, 223) El diario placista “La Prensa” de Quito, dirigido por Gonzalo Segundo Córdova6 , y escrito por la “plana mayor del placismo”, Aníbal y Homero Viteri Lafronte, Luis Napoleón Dillon7 , José María Ayora, Enrique Escudero, etc., rivalizaba con el diario oficial, en sed de sangre y hambre de exterminio (Peralta 1971, 103). En editorial del 11 de enero, titulado La Víbora en Casa, agregaba: ...con aire de Soberano del Congo viene a pacificar sus dominios, y dirige circulares y da órdenes hasta al Gobierno de Quito, olvidando el imbécil que no impunemente se ultraja la moral... ¡Esta es la víbora que tenemos entre nosotros, oh ecuatorianos, y a esta víbora es preciso triturarla! (Diezcanseco 2000, 224) 6 Gonzalo Córdova, sería uno de los Presidentes de la República por el Liberalismo conocido como “plutocrático”. En Julio de 1925 sufre Golpe de Estado por lo que fue conocido como “La Revolución Juliana”. 7 Luis Napoleón Dillon, quien se convirtiere en el principal gestor de la “Revolución Juliana”, rompería más adelante con el placismo y se tornaría en su más férreo enemigo, así como de la oligarquía bancaria que dirigía Francisco Urbina Jado y el Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil.
  • 24. 23 En otro editorial también del 11 de enero “El Comercio”, quien recibía una subvención del Gobierno, según es fama desde los Veinte días; en el Nº 1855, al enterarse de la vuelta de Don Eloy dice: Así, no ha de ser esta nueva traición a la patria la que de prestigio, ni en el Pueblo ni en el Ejército, a un hombre execrado y aborrecido. Será por el contrario (la llegada a Guayaquil de Alfaro), un poderoso estímulo para acabar de una vez para siempre, con todos estos elementos nocivos a la República. Tal vez la Justicia haya unido a Montero con Alfaro para ejercer sobre ellos sus inexorables vindicaciones. (Peralta 1971, 107) Por su parte, en la batalla de Huigra, el 13 de enero, estuvo comandada por del Coronel Belisario Torres, quien enfrentaría por primera vez a las tropas comandadas por Julio Andrade, sufriendo una seria derrota. Denotando su necesaria desaparición: El coronel Belisario Torres, Jefe de las fuerzas montero-flavistas, fue hecho prisionero y llevado a Quito. En las puertas del panóptico, lo abalearon por la espalda. Antes quisieron obligarlo a firmar una declaración culpando al pueblo, a un disparo anónimo, de su muerte. Con sus últimas fuerzas, se negó a la infamia. Agonizaba ya cuando llegó al Hospital Militar, acompañado de su soldado Perdomo, también herido de muerte. (Andrade s/f, 53) Sin embargo Zaldumbide intentó ocultar el crimen, manteniendo contacto con un familiar de Belisario, Leónidas Benítez Torres, desvergonzadamente pidiendo apoyo para el traslado de los prisioneros: Cuando eran esperados los primeros prisioneros de Huigra vertió estas expresiones Carlos Freile Zaldumbide a un pariente del Coronel Belisario Torres: --Yo no sé qué hacer: me es imposible dejar asesinar a los presos, pero también me es imposible hacer asesinar al pueblo. --¿De modo que los presos sucumbirán?
  • 25. 24 --Para que no sucumban estamos tomando providencias, Ayúdenos en esta salvadora tarea. --¿Qué ayuda puede caber cuando su mismo Ministro de Guerra fomenta públicamente la prevención contra los prisioneros, atiza la ira popular vociferando especialmente contra mi pariente Belisario Torres? ¿Es esto propio de un Ministro de Estado? (Andrade s/f, 62) Pero el campo de batalla estalla entre derrotas y alientos para los levantados. Flavio Alfaro quien desde el 11 de enero ya se había encaminado a Huigra, halla al Batallón Diecinueve de Octubre al pasar por Bucay, las noticias no resultan alentadoras, de todas maneras Flavio prosigue el camino. Así, encuentra al Coronel Saavedra y al Batallón Esmeraldas también derrotados. Alertados de la falla estratégica del General, se ven obligados a tomar un prudente distanciamiento a fin de reorganizar al ejército. Mientras tanto, en Quito, para el 12 de Enero, J.F. Navarro, Carlos Freile Zaldumbide, Octavio Díaz, Carlos Tobar y Federico Intriago, firman un telegrama incitador -en las propias palabras del Gobierno- se publica en la prensa nacional, como “El Comercio” donde se enunciaban las ínfulas del Gobierno por limpiar con sangre alfarista la República: Guayaquil reclama vuestra inmediata presencia: la afrenta de que ha sido víctima, merece lavarse con sangre. Al miembro corrompido hay que cauterizarlo; es la hora de que se inicie la regeneración de la República, criminado el elemento desleal y traidor, y dando preponderancia a la Iealtad y al patriotismo… Quito, Enero 12 de 1912. — El Presidente del Senado en Ejercicio del Poder Ejecutivo, — Carlos Freile Z. — El Ministro de Gobierno, Octavio Díaz. — El Ministro de Relaciones Exteriores, Carlos P. Tobar. — El Ministro de Hacienda, J.F. Intriago. — El Ministro de Guerra y Marina, J. F. Navarro. (Peralta 1971, 106) El diario El Comercio, Nº 1886, a su vez narra la noticia: "Desde uno de los balcones de su casa, el Dr. Carlos Freile Z. pronunció un elocuente discurso,
  • 26. 25 en que expresó que no debía haber impunidad para los caínes que asesinan a sus hermanos, ni para los judas que por dinero venden a su maestro; y que, unidos a nuestros hermanos leales de la costa, aplastaremos a los rebeldes." Anteriormente a los mismos levantamientos, ya había circulado una carta incitadora desde “La Prensa”, diario del General Plaza y escrito por Gonzalo S. Córdova: La mencionada carta dice así: Señor D. Eduardo Mera. Presente. Muy estimado y distinguido amigo: (…) Hay medidas dolorosas que se imponen desgraciadamente como remedios únicos para extirpar los que reputamos males graves y llagas cancerosas de las sociedades humanas. Horrible, pero necesaria para la noble causa de la Independencia de Colombia, fue la matanza de prisioneros indefensos en Puerto Cabello, ordenada por la energía libertadora de Bolívar; trágica y terrible pero necesaria, fue la ejecución de los castigos nacionales de Querétaro, decretada por la autonomía, de México y sancionada por el Presidente Juárez; feroz, espantoso, salvaje, pero útil, pero oportuno, pero necesario, fue el linchamiento de los hermanos Gutiérrez, ejecutado por el pueblo de Lima; triste, muy triste, pero indispensable para la vida misma de la nación ecuatoriana, será la ejecución del General Eloy Alfaro. (…) Que la fiera se defienda y que sus zarpazos hieran de muerte a todo el que la ataque, está bien: este es el derecho de la fiera: pero los sobrevivientes tenemos, no el derecho, sino el deber imperioso de matarla. (…) Así, una transacción en estos momentos sería no solamente una cobarde abdicación: equivaldría a un suicidio. Este hombre, ese conspirador audaz, ese rebelde, es más peligroso que una fiera. Suelto, seguirá conspirando; encarcelado, seguirá conspirando; desterrado, continuaría conspirando. Hay que matarlo para seguridad de la República… (Peralta 1971, 192) Con toda consideración, etc. Miguel Valverde. El 15 de enero también sería publicado en “Páginas de Verdad” (defensa placista) el siguiente telegrama:
  • 27. 26 Quito, 15 de Enero de 1912. General Plaza. Milagro. Después de oír muchas opiniones inclusive las del Gabinete, creo de mí deber comunicarle que toda conmiseración con los traidores es perjudicial al país, al Gobierno y a Ud... (Peralta 1971, 109) Rafael Vascones. Tras la derrota de Huigra, Flavio Alfaro se repliega, acantonándose en Yaguachi, decidiendo dar la lucha en campo raso, según relato del secretario personal de Flavio Alfaro Ramón Lemus, afirma el ejército rebelde se encontraba desastrosamente organizado, lo que provocó su sangrienta derrota. (Lemus 1912, 48). Debe registrarse en la historia la intervención del coronel Valdez, natural de Milagro, conocedor de la región y el mismo del Ingenio que lleva su apellido8 , que se adhirió al ejercito placista brindando un apoyo fundamental para la victoria en esta batalla. Dicha cruzada empieza el 18 de enero a la mañana, prolongándose en una intensa acometida. En ésta, al ser desmontado de su caballo, resulta herido en la pierna el general Flavio Alfaro y es tomado en brazos hasta llevarlo a una canoa hacia Guayaquil por el coronel Carlos Concha (Diezcanseco 2000, 221); la ofensiva culminaría por la tarde dejando un saldo aproximado de 1500 personas heridas. Aquí el papel protagónico en la guerra contra las montoneras que ha de analizarse con lupa, es el del Gral. Andrade, quien hubo de ametrallar hasta a sus propios soldados, cuando éstos, temerosos se negaron a avanzar por la 8 Denotando sobre quienes iban adhiriendo fuerzas al anti-alfarismo plutócrata: los grandes terratenientes y los notables de la burguesía agrario-comercial.
  • 28. 27 línea del ferrocarril: “pues los heridos se ahogaban en la creciente del invierno.” (Diezcanseco 2000, 221) De Andrade mucha nobleza habrá de referírsele en sus acciones, pero también mucho de superstición que habrá de desmitificarse. Apenas se hicieron públicos los sucesos de Yaguachi, circuló una convocatoria para un meeting en la Plaza de Independencia de Quito abocado hasta la Plaza del Teatro. Se pronunció incitadoramente un representante de la prensa: el señor Eudófilo Álvarez. A las 9 de la noche concluye dicho acto con palabras de Freile Zaldumbide exhortando el castigo a los cabecillas de la rebelión. Provocando aún más, circuló también, una hoja volante a las 18:00 horas, junto con el periódico Nº 63 de “La Constitución” donde se insta a la pena capital para los rebeldes. Mientras Carlos Freile Zaldumbide y Octavio Díaz enaltecían y felicitaban a Julio Andrade en sus telegramas: “Se han salvado la paz de la Nación, el prestigio de la ley y la dignidad de la Republica” (Peralta 1971, 116). Los viejos liberales y dirigentes de los levantamientos rebeldes, lo que hicieron fue rechazar la deslealtad por medio de la toma de las armas y defender el honor de la Patria que había sido violentada por un gobierno inconstitucional; pero el precio que tuvieron que pagar fue el de sus vidas en una pira y lo hicieron con todo el orgullo y magnanimidad meritoria de sus nombres.
  • 29. 28 TERCERA PARTE CAPITULO I LOS AUTORES DE LA BARBARIE El plan de eliminación del alfarismo consumado un atardecer de enero estuvo perfectamente combinado y para su ejecución no faltaba nada por acordar e incluso evitar (Sánchez Núñez 1913, 66). Arremetido hacia aquellos que permanecieron firmes en este sendero de desarrollo nacional: el periodista Luciano Coral, Director del diario “El Tiempo”; el encargado del Regimiento de Artillería, Gral. Ulpiano Páez, Manuel Serrano; viejo caudillo liberal de las montoneras; y los generales de combate Medardo y Flavio Alfaro, todos ellos, traicionados y cubiertos de muerte a la sombra de la verdad. Así, la pretensión de liquidar físicamente a Don Eloy; se direccionó también a aniquilar a los demás Cabecillas del Radicalismo. Entre los implicados, hallasen a miembros de los distintos sectores de la sociedad civil y militar del Ecuador de inicios del Siglo XX; la presencia de una prensa beligerante, respaldada a la sombra del conservadurismo y la plutocracia, la cúpula eclesiástica en su seno, conforman la delantera para la perpetración de la embestida.
  • 30. 29 Los acontecimientos acaecidos en las proximidades del sombrío 28 de enero de 1912; son el resultado de la conflagración de los conspiradores, retraídos a sus más variados representantes, acuñados bajo sus respectivos grados de responsabilidad: autores intelectuales, materiales, encubridores, cómplices y fustigadores del entramado, ejecutado para dar fin con el más importante proyecto revolucionario de avanzada a la población ecuatoriana dentro de años de oscurantismo gamonal. Autores de la Barbarie Referido a palabras de Sánchez Núñez (1913): “los caudillos asesinados eran irremplazables, ese era el objeto verdadero de su eliminación”, vista ya la incapacidad de sus co-idearios de asumir el proyecto liberal por la anteposición de sectarios intereses. Las motivaciones que condujeron a la concreción del atroz 28 de enero, resultan dispersas; la pugna de intereses políticos se enlista como motivo primario, la constante conflagración que enfrentó Alfaro durante sus años de gobierno (1896-1901 y 1907-1911) evidencian dicho objeto. Los sectores cercanos al liberalismo moderado cercaban al proyecto liberal-radical, al margen de los sectores conservadores tradicionales del país; desbaratando la construcción política liberal de quince años de lustre. Partícipes de tal, hombres de revestimientos cortos cedieron su convencimiento al tradicionalismo frente a las conquistas del siglo. Para empezar, la opinión pública los señala unánime: No es el pueblo, el causante “sino una chusma de asesinos organizada al efecto con los cocheros, ejército disfrazado y la gente viciosa que pulula por las calles. Los
  • 31. 30 directores del crimen no son otros (…) que el General Plaza, Carlos Freile Z. y sus Ministros, principalmente Navarro.”9 Así lo señala el hijo de Don Eloy, Olmedo Alfaro: Pero el culpable no es el pueblo Ecuatoriano, el epíteto infamante que lanza la prensa mundial no es a él a quien corresponde. Los autores y responsables del crimen están ya sindicados. (…) Por todos acontecimientos y puesta la mano sobre la conciencia, yo acuso del salvaje asesinato perpetrado en la persona de mi padre en primer lugar, al General Leónidas Plaza Gutiérrez; en segundo lugar al doctor Carlos Freile Zaldumbide, y en tercer lugar a los Ministros Octavio Díaz, Juan Francisco Navarro, Carlos R. Tobar y demás colegas… (Alfaro 1912, 2). La figura de rígidas críticas es la de “Placita” -como lo denominara Eloy Alfaro- motivado por su candidatura presidencial, perjuró contra el proyecto y sobre quienes respaldaron su accionar durante el proceso liberal. Desde la conformación de las Montoneras de 1895, es a quien Alfaro confía varias de las gestas. A pesar de su recelo, lo consideraba cercano, muestra de aquello es el respaldo a Plaza como candidato y electo presidente durante septiembre de 1901 al 31 de agosto de 1905. Con los acontecimientos del 11 de Agosto; Freile Zaldumbide lo nombra General en Jefe del Ejército, a pesar de jamás haber comandado una batalla y que sus méritos militares no acreditaran tal reconocimiento. 10 Su participación en el Gobierno Interino de Zaldumbide, evidenciaba la supremacía de sus decisiones sobre el presidente al mando. De esta forma, Plaza dispone 9 Continúa “(…) Ellos dicen, por medio de sus escritores pagados, que el pueblo enfurecido se ha hecho justicia y no han podido contenerlo por más esfuerzos que han hecho disculpa contraproducente e inaceptable, porque lo más que probaría la impotencia gubernativa para evitar un crimen, será la absoluta inutilidad y desprestigio de los que gobiernan el Ecuador.” -Declaraciones de Olmedo Alfaro, hijo del General Alfaro en su libro Asesinato de Alfaro ante la historia y la civilización publicado en 1912. 10 “Apto sino para la intriga, la zalamería y el crimen en tinieblas”, es como se define a Leónidas Plaza, en ¡Sangre!, ¿Quién la derramó? de Roberto Andrade (p.27).
  • 32. 31 directamente de la dirección de las acciones a ejecutarse para conservar la paz en el país. Subrayar su condena pública por el asesinato del General Alfaro y sus colaboradores liberales, refiere a la relación de éste detrás de las capitulaciones, los arrestos arbitrarios11 , las maquinaciones y su parte en la prensa agitadora de aquel entonces12 , sindicado así por la historia y quienes la señalan (Diezcanseco 2000, 236) (Peralta 1971, 56). El segundo personaje en la acusación, Carlos Freile Zaldumbide, Encargado del Poder, según José Peralta la gran figura intelectual del Partido Liberal Radical, era pues éste alguien muy apreciado por Don Eloy inclusive al grado de ser tratado como familia suya. Había formado parte en varias ocasiones del gabinete de Gobierno del Don Eloy o por su recomendación: El General Alfaro lo había sacado a luz y hécholo pasar por todos los escalones ascendentes de la política: Gobernador, Presidente del Senado, miembro de varias Legislaturas, Plenipotenciario ad-hoc, Vicepresidente de la República, todo había sido con la protección decidida del Caudillo radical. No se explicaban los políticos la razón de este favor extraordinario; pero creían que la magnitud de los beneficios que había recibido, garantizarían firmemente su fidelidad. Freile Zaldumbide era como miembro de la familia Alfaro: el primer invitado, él; el preferido en todo, él; el sabedor de todos los secretos de Estado, él; el confidente de todos los planes políticos, él; de modo que era justificable de todo en todo, la absoluta confianza que el General había puesto en aquella creatura suya… (Peralta s.f., 56) Y ahora respondía a su codicia de fama personal, se vuelve contra quien lo trató como padre y lo desdeña, lo insulta públicamente desde el palacio de Gobierno, refiere de Alfaro como traidor e incita en la prensa su exterminio. 11 Como el del General Manuel Serrano, quien no hubo participado de los Levantamientos de Enero. 12 La Prensa así como El Guante son buenos ejemplos de diarios asociados con Leónidas Plaza Gutiérrez.
  • 33. 32 El tercer lugar, la responsabilidad y entramado de los Ministros de Gobierno, justificando el acontecimiento en merced que el General, se lo habían ganado con su voto desmesurado por “lavar la afrenta con sangre”. Implicados principalmente a causa de las decisiones tomadas contra los Generales presos. Recae dicha responsabilidad en el nombre del Ministro de Guerra, Juan Francisco Navarro; sus contradictorias órdenes telegráficas, no son producto casual; pues a su mando condujo la masacre de Montero. Además de la evidencia telegráfica alterna con Alejandro Sierra. Inclusive Carlos R. Tobar, quien según el mismo Olmedo Alfaro fue una persona de fama de íntegra (Alfaro 1912, 119), hubo de manchar sus telegramas con sangre. Buen ejemplo es el telegrama enviado a Plaza: Quito, 18 de Enero de 1912. General Plaza. Yaguachi. Fervientes felicitaciones; pero será incompleto el triunfo, si no aseguramos paz futura. Asegurando los cinco Generales causantes de los males ocasionados a nuestra Patria. Un estrecho abrazo de su Carlos R. Tobar. Así como el remitido al general Andrade: General Andrade (la misma fecha) No será completo goce de la República, si se escapan causantes de las desventuras actuantes. No omita actividad ni dinero para capturarlos. . . Carlos R. Tobar. (Peralta s.f., 109-110) La adjudicación de responsabilidad de los autores de la barbarie tendrá sus implicancias mediante la exposición de pruebas telegráficas rescatadas en varias fuentes de investigación.
  • 34. 33 La Capitulación Los levantamientos montoneros, suscitaron la mediación entre los regímenes en conflicto. La participación de Plaza, en exigencia de la firma de la Capitulación, figura su intervención el 22 de enero en Comisión de Paz compuesta de los señores Cónsules de Inglaterra, Estados Unidos, Argentina, y Carlos Benjamín Rosales, Eduardo Game y Sixto Durán Ballén, con el respaldo del Cónsul de USA Herman Dietrich y el Cónsul de la Majestad Británica Adfred Cartwright, con sede en la parroquia de Durán, se prevé restablecer el orden en el país. Plaza emula un arbitraje ecuánime, motivado por “una razón de patriotismo” para salvar a Guayaquil (R. Andrade, ¡Sangre!, ¿Quién la derramó? 1920, 76). A los traidores -como denominara Plaza a los insurrectos- Montero, Flavio y Don Eloy, plantearía la opción de retornar al andén de la paz del país, por medio de la concreción de una capitulación, que compromete bajo palabra de honor en las Bases de Paz13 , que no hizo más que motivar otros derramamientos de sangre, debido a su incumplimiento -premeditado por Plaza- firmante del documento y expuesto mediante los Telegramas publicados en el Telégrafo y Grito del Pueblo Ecuatoriano, como “Documentos para la Historia” correspondientes a la conversación mantenida entre los cabecillas del atraco, Plaza y Freile. Quito, 21 de Enero de 1912. Señor General L. Plaza G. Puesto la consideración de los señores Ministros su atento telegrama, en que me comunica su conferencia con los comisionados de Guayaquil, acordamos, después de estudiado atentamente, que 13 Ver Anexo 2.
  • 35. 34 proceda a la inmediata ocupación de Guayaquil, por medio de las armas, si fuere necesario, pues sería una vergüenza para ustedes y el Gobierno conceder garantías a los traidores que han ensangrentado la República. Esta resolución la hemos tomado teniendo presente la manifestación que usted nos hace de la imposibilidad en que están los traidores de resistir por más tiempo y que conceder a los cabecillas la salida de la República el Gobierno sería responsable de una nueva guerra civil, en que esos pertinaces enemigos de la Nación emprenderían con seguridad, después de pocos meses. Puede usted conceder amnistía a toda clase de tropa, a condición de que entregue las armas antes de la ocupación de Guayaquil. Si usted cree necesario que se movilice a Durán mayor número de fuerzas, avise Inmediatamente para enviarle mil quinientos hombres. Carlos Freile Z. Esta capitulación no era como vemos simple y llanamente una rendición por inferioridad de fuerzas alfaristas en relación con las del Gobierno de Zaldumbide, antes bien es la clara evidencia de que Don Eloy sólo buscaba la paz. Tras la sangre derramada en Yaguachi, todavía poseía Buques de Guerra a su disposición, Montero tenía tomada a la Ciudad de Guayaquil y contaban aún con un aguerrido ejército: las montoneras. Así lo diría el general Julio Andrade al Gobierno, cuando hubo de defender el compromiso de la capitulación... “es evidente de toda evidencia que, sin el compromiso, los Generales no entregaban la plaza, no disolvían su ejército... y nos veíamos nosotros en las condiciones más desventajosas que imaginarse puedan para continuar la campaña y obrar sobre Guayaquil con acción inmediata. A ningún ejército del mundo se le podía exigir más de lo que el nuestro había dado. Tres combates en una semana, y, después de Yaguachi, la postración fue evidente... habría sido indispensable perder el terreno ganado, retrogradar a Alausí y Riobamba para establecer nuestros cuarteles de invierno...” (Diezcanseco 2000, 221-222) Plaza, de estancia en Durán, planificaba a la vez, la firma de la Capitulación; sin embargo el siguiente telegrama, enviado al Presidente Zaldumbide acota sus falsas “motivaciones de paz”: Señor Presidente.
  • 36. 35 Si el ataque a Guayaquil nos diera por resultado la captura de los cabecillas, lo habríamos hecho sin pérdida de un minuto y seguros de triunfar sin grandes dificultades pero como estamos convencidos de que no será posible capturar a los traidores; porque tienen el vapor “Chile” y los buques nacionales “Libertador Bolívar” y “Cotopaxi” listos para escaparse con sus familias a las que tienen a bordo, hemos resuelto economizar la preciosa sangre ecuatoriana de nuestro soldados. Por otra parte sería criminal exponer a Guayaquil a las consecuencias que sufrió Yaguachi. En cuanto a que sea vergonzoso obtener la entrega de Guayaquil por capitulación acepto esa vergüenza y desde ahora les aseguro que esta página será la mejor que legue a mis hijos. Exento de ambiciones y hombre sin pretensiones ni vanidades prefiero los modestos triunfos pacíficos a los ruidosos y sangrientos. Mi espíritu cae enfermo; la sangre derramada en Huigra, Naranjito y Yaguachi14 es sangre de nuestros hermanos y no puedo ser impasible ante semejante calamidad. Todavía tenemos 400 cadáveres insepultos en Yaguachi. ¿Se quiere más sangre? Que venga otro a derramarla. Soy del Sr. Presidente atento y S.S. L. Plaza. Incluso Plaza se retrasaría (cuando el tiempo de las excusas llegó) en aceptar la grandeza del General Eloy Alfaro y corroboraría el conocimiento del Gobierno de su inculpabilidad en la participación de los Levantamientos: “Verdaderamente, en esos momentos su figura cobra grandeza singular... Ni pensó en fugar, como pudo hacerlo, pues le sobraban medios y ni siquiera le ataban responsabilidades, ya que no había autorizado ni aprobado la rebelión”. Y en conocimiento previo del inminente degollamiento (Diezcanseco 2000, 236), en otro telegrama dirigido a Freile Zaldumbide el 24 de Enero, reconocería la grandeza y humildad del General Pedro Montero: No quiero entrar en discusiones respecto de las facultades del General en Jefe del Ejército, porque sería improcedente y no llegaría al resultado que me propongo, pero si debo dejar constancia de hechos que debe conocer la historia: el general Montero tenía fuerzas... para dar otra batalla tan sangrienta como la de Yaguachi, y, sin embargo, no vaciló en aceptar las condiciones que le impuse y 14 Plaza señala “En nueve días hemos dado dos batallas y un combate a cual más sangriento. El Ejército, pues, ha cumplido su deber.” Antes enuncia: “Lo de Yaguachi fue horrible, el cálculo más moderado puede fijarse en 1500 bajas de los ejércitos.”
  • 37. 36 que constan en la capitulación que se firmó; (…) pudieron escapar el día anterior y no lo hicieron (…) para cumplir las estipulaciones de la capitulación; que momentos después de que ocupé la plaza, el señor general Eloy Alfaro dio aviso al Gobernador del lugar en que se encontraba, habiendo enviado yo el batallón “Guardia de Honor” para conducirlo al lugar donde ahora se halla. Todo esto es verídico y debe tenerse en cuenta por el Gobierno. Acabo de saber que viene el general Navarro... y me alegro... para que sea él quien viole una capitulación que yo firmé... (…) Como la campaña ha terminado con la entrega de las provincias de Esmeraldas, El Oro y Los Ríos, y no cabe duda que Manabí se someterá tan luego podamos comunicamos con las autoridades, declino el Mando del Ejército, porque quiero aprovechar la salida del vapor “Chile” para irme a Nueva York a reunirme con mi familia. (Diezcanseco 2000, 235) De respuesta inmediata, por parte de Carlos Freile Zaldumbide, responde: Quito, 22 de Enero de 1912. Señor Leónidas Plaza G. Si el Gobierno se ha empeñado en la ocupación militar de Guayaquil ha sido porque la Nación clama por la sanción contra los traidores, bien entendido que los cabecillas siempre cuentan con los medios para eludir la acción de la justicia; pero esto no quita que nosotros, por moralidad política y por los intereses de la República, procuremos, extirpar de una vez para siempre el elemento sedicioso, empleando los medios indicados por la ley ya que esta sería obra de verdadero patriotismo. No podemos desear más sangre ni nunca lo hemos deseado, ni se ha derramado por nuestra culpa; y si empeño hemos puesto en el castigo de los traidores y criminales, ha sido precisamente para ahorrar, en un futuro inmediato, nuevas horrorosas hecatombes. Su amigo. Carlos Freile Z. Zaldumbide adelantado a los sucesos de Montero y llegando a sus oídos la captura de Eloy Alfaro, Ulpiano Páez, Flavio y Medardo Alfaro, hubo de pedir de inmediato el envío de los presos a Quito, a lo que más adelante y ante antecedente tan degradante y sangriento buscaría retractarse. Para Guayaquil, Quito, Enero 22 de 1912. Señor General L. Plaza G.
  • 38. 37 En vista de sus atentos partes en que se sirve comunicarme la captura de los señores Eloy Alfaro, Pedro J. Montero y Ulpiano Páez, los señores Ministros y yo hemos acordado que a esos presos se les remita a esta Capital con las seguridades debidas y bajo la responsabilidad de algún Jefe de prestigio, pues la Nación entera reclama al Gobierno el inmediato castigo de los que sin ningún motivo han ensangrentado la República sólo por satisfacer sus mezquinas y bastardas ambiciones. (…) En este momento todo el pueblo de Quito, congregado bajo las ventanas de mi casa solicita a gritos que a los presos se les traslade a esta Capital para su juzgamiento. Su amigo. Freile Zaldumbide (Alfaro 1912, 126) Freile Zaldumbide reincide en el manifiesto el afán del Gobierno por deshacerse de los Alfaros. Mientras los militares de la Quinta Brigada (organizada con placistas y conservadores, en unión hibrida) entregan Petición al Ejecutivo para que los Alfaros sean pasados por las armas. ...Perentoriamente pedimos a Ud. Señor Presidente, que los incalificables Eloy Alfaro, Pedro J. Montero, Flavio Alfaro, Ulpiano Páez y de los principales cómplices, sean pasados por las armas, sus bienes confiscados en favor de las viudas y huérfanos... y sus nombres borrados del Escalafón Militar. Esta misma coalición habría de presentar, a la tropa conservadora del Marañón la siguiente petición: Quito, 23 de Enero de 1912. Señores Jefes, Oficiales e individuos de tropa del Batallón “Marañón” Guayaquil. (…) Pueblo confía en que la energía y patriotismo de Ustedes responderán de la seguridad de los traidores Alfaro, Montero, Páez y demás para que sean remitidos a recibir enérgica ejemplar sanción de justicia y honor de la República. Anoche y hoy meetings grandiosos hombres y mujeres, para este fin. Nación entera tiene sus ojos en Ustedes en momentos de grandes reparaciones que no exceptuarán a ningún culpable. Esperamos ansiosamente respuesta favorable; pues así cumplirán Ustedes órdenes expedidas por Gobierno y voluntad del pueblo. Con los firmantes:
  • 39. 38 Coronel R. Aguirre; Eudófilo Álvarez, Director de “La Prensa”; Cristóbal Gangotena Jijón; O. Nuquez; Alfredo Flores Caamaño; José G. Venegas; Luis E. Navarro; Alfredo Cadena; Alberto Mosquera; Eliseo Cevallos; Emilio María Terán15 ; Francisco Chiriboga; F. A. Salgado R.; Temistocles Terán; Rafael Barba; José F. Román; Arturo Román; Emiliano Altamirano; Cornelio Campuzano; Alejandro Jaramillo; Rafael Flores; Teniente Coronel Remigio Machuca; Eduardo Mera; Eduardo Demarquet; Carlos Eloy Gangotena; Luis Riofrío; César Pallares; Enrique Jarrín; Julio Arteta; Francisco S. Salazar Gangotena; Víctor Luis Delgado; E. Salazar Gómez; C. Jijón G.; P. A. Villota; Francisco Javier León; J. A. Dueñas; Cristóbal Paz. Trasmítase: Octavio Díaz. (Peralta s.f., 131) El Ministro de Guerra Francisco Navarro también habría de pronunciarse mediante el siguiente telegrama, enviado al Presidente y demás ministros: Guayaquil, 25 de Enero de 1912. Señor Presidente y Ministro: También está preso el General Serrano; así es que los presos son tres Generales Alfaros, Montero, Páez y Serrano; con esta media docena de traidores, principiará a limpiarse por la cabeza el escalafón militar. Abrázolo, Ministro, Juan Francisco Navarro. (Alfaro 1912, 115) A Benigno Vela, el conocido legislador placista, también hubo de remitírsele el interés del Gobierno por la venida de los prisioneros a Quito y que no se muestre clemencia con los alfaristas: Quito, Enero 22 de 1912. — Dr. Juan Benigno Vela. — Ambato. — Hombres y mujeres, en inmenso número, reclaman la venida de los traidores. El Gobierno, por su parte, ha dado las órdenes necesarias para que esos sean enviados lo más pronto posible. Si queremos paz duradera, es necesario que la sanción venga inexorable sobre los criminales. La clemencia del Gobierno, no serviría sino para ser precursor de otra traición. - Su amigo, Carlos Freile Z. (Peralta s.f., 125-126) 15 Debe ser el hijo de Emilio María Terán, el mismo que aparece en el arrastre del 28 de Enero.
  • 40. 39 Roberto Andrade, asevera; refiriéndose a la capitulación como una forma de mantener inadvertidos a los desventurados Generales derrotados, así no resistir al asalto repentino preparado. La implicación de Plaza, pretendiendo el alzamiento en la ciudad de Guayaquil –mediante la agitación de la población- con el objeto de que destrozasen a los revolucionarios. Reforzado por el incumplimiento de los artículos de las Capitulaciones, que consiente en la primera base de paz: El Gobierno Constitucional de la República del Ecuador concederá amplias garantías a las personas civiles o militares que por cualquier motivo, directo o indirecto hayan tomado parte del movimiento político veintiocho de diciembre (…) (Peralta s.f., 123). Con fecha 23 de enero de 1912 -un día después de la firma de la Capitulación- el siguiente pronunciamiento de Plaza; hace referencia a la agitación que buscaba generar en los cuarteles: No se olvidó de este: socorrido y habitual medio de obrar, a su entrada en Guayaquil; y lo insinuó claramente en su Proclama de 23: de Enero, a sus compañeros de armas. "Soldados —dice— ¡heroicos soldados! La obra está acabada: ahora que se entienda el pueblo con quienes le han hecho daño". (Peralta s.f., 114) Mientras dirigía al Encargado del Diario La Prensa, el consiguiente telegrama firmado por Plaza, para poner al corriente que los prisioneros viajarían a Quito, bajo órdenes de Gobierno: Gonzalo S. Córdova Los conservadores dizque están explotando la capitulación de Guayaquil para llevar el agua a su molino. No los dejen en esa labor jesuítica. Hágales saber que los prisioneros, a quienes tanto temieron, están bien seguros y que irán a Quito, tal y como lo ha ordenado el Gobierno. La justicia cumplirá con su deber. Plaza G. (Peralta s.f., 115)
  • 41. 40 Fecha también coincidente con la participación del Gobierno Constitucional en la captura de los presos que dando lugar al cumplimiento de su palabra; se alistaban a entregar las armas.16 Interferida por la captura de Don Flavio, Medardo y Eloy, quienes se hallarían exentos de culpa por su levantamiento. Aun así, serían conducidos a “responder a la justicia”, para que se instalase el Consejo de Guerra que condenaría a Montero, violentando evidentemente su palabra de honor. El veinticuatro, Benigno Vela, volvería a pronunciarse sobre el destino de los presos: Quito, Enero 24. —... Bien sabe Ud., amigo mío, que mi política es limpia, limpias las cartas con que juego en ella, hablo sin rodeos ni perífrasis, y mi palabra debe hacer algún peso en el ánimo de Ud.; para esto me tomo la libertad de aconsejarle que deje pasar la justicia de Dios, que remita los presos a Quito, que no maneje la voluntad de los pueblos. (Peralta s.f., 112) El día 25 de Enero, cuando Juan Francisco Navarro y Leónidas Plaza decretan la formación de Consejo de Guerra nombran a Alejandro Sierra – General del batallón “Marañón”- como presidente del mismo. Guayaquil, 25 de Enero de 1912. Señores Presidente y Ministros de Estado. Quito. De conformidad con lo resuelto por el Supremo Gobierno, y ateniéndome a las instrucciones que traje, he ordenado al señor Ge- neral en Jefe del Ejército que proceda a decretar el juicio militar contra los altos Jefes del Ejército rebelde. En esta virtud, el General Plaza ha decretado la formación de un Consejo de Guerra, para que, de acuerdo con el Código Militar, proceda a juzgar a los culpables. El Consejo está ya eximido, bajo la presidencia del Coronel Alejandro Sierra, etc... 16 Bases de Paz, Sexta: “La cesación de hostilidades comprenderá la entrega de todo elemento bélico existente en Guayaquil; entrega que se efectuará dentro de 3 días y en cuya escrupulosa exactitud se interesará el muy honorable Cuerpo Consular de Guayaquil. El señor General Montero ordenará igual entrega en los demás lugares de su jurisdicción.” Anexo 2.
  • 42. 41 Es probable que el Consejo termine a media noche, y la sentencia, que dicte será cumplida. El juicio ha empezado por el General Mantero, por ser este el mayor responsable de los rebeldes, etc. Ministro de la Guerra, J. F. Navarro. Señalaremos el papel del General del Ejército y Miembro del Gabinete del encargado del Poder Ejecutivo Freile Zaldumbide, Juan Francisco Navarro quien ejerce su función como Ministro de Guerra; pese a que había ascendido a puestos del Estado desde que Emilio Estrada se hallaba en el Poder. En las batallas de Yaguachi y de Huigra había formado parte del bando antialfarista junto al general Julio Andrade contra las montoneras de Pedro J. Montero y de Flavio Alfaro; participa eufóricamente del Juicio contra el ejército rebelde en el Consejo de Guerra, donde es decapitado Montero después de la Capitulación. El establecimiento de Consejo de Guerra, expresó en el siguiente telegrama, claudica en el intento por hacer cumplir las bases de paz, días antes, apenas empeñada la palabra de honor de los firmantes; incumplimiento también de los embajadores. Al que Plaza había referido en entrega telegráfica la opción de respetar la capitulación: Señor Presidente y Ministros: Los señores Cónsules de Inglaterra y de EE. UU. de América reclaman íntegramente el cumplimiento de las bases de la capitulación acordada á Montero; creen que sería una cosa vergonzosa para ellos que los señores Alfaro, Montero y Páez no gozaran de los beneficios de dicha capitulación, agregando también que ya hablan dado cuenta a sus Gobiernos respectivos del éxito de sus gestiones para obtener la antedicha capitulación. El pueblo de Guayaquil está reunido y vigilante y seguramente hará cuanto pueda para evitar la salida de los prisioneros; por mi parte creo que deberíamos cumplir lo pactado, obligando a esos señores a dar garantía de que no volverán al país durante cuatro años; también esperaríamos para embarcarlos la entrega de todas las plazas rebeldes y de los elementos bélicos que tienen en ellas. Mediten bien el asunto y resuelvan lo más
  • 43. 42 conveniente para el país y para el honor del Ejército. L. Plaza (Alfaro 1912). Los Inquisidores Lo que paso durante ese simulacro de Consejo, no es para relatarlo -dice el escritor colombiano Manuel J. Andrade en su libro "Páginas de Sangre"-; se hizo apurar del sufrimiento al desgraciado Montero, con burlas, sátiras infames, alcanzando el extremo de jaloneadas de pelo, empujones hacía adelante, a manos de varios individuos; cuanta desvergüenza se les ocurría. La malicia dispersada contra un enemigo indefenso, prisionero, y acusado, era observada por Plaza que se presentaba de vez en cuando, “a gozarse en la agonía de su víctima, alentando así la avilantez y el atrevimiento del populacho, formado en su mayor parte de soldados del "Marañón" y de la "Artillería Bolívar", disfrazados de paisanos (Peralta 1971, 148). La directriz o guía de procedimiento de la masacre del 28 habría de desprenderse entonces del 25 en el asesinato desenfrenado contra Pedro J. Montero en la Plaza de Rocafuerte. Se presentaría pues la misma impunidad, la misma excusa: la multitud, el tumulto, la participación colectiva del asesinato. Los cabecillas fueron trasladados a la Gobernación, debido a orden imperativa del General Andrade, quien impidió los llevaran al cuartel del batallón Marañón, cuya tropa conservadora, sería la que vestida de pueblo ultrajara el cadáver de Montero más adelante (Sánchez Núñez 1913, 49). Juan Francisco Navarro durante el Consejo de Guerra ofrece a la muchedumbre militar la cabeza de Montero.
  • 44. 43 La turba de soldados disfrazados pedía a gritos, desde muy temprano, la cabeza del procesado; y el General Navarro hubo de contestar a ese pueblo sui generis que exigía la palabra oficial. Levantó la voz el interpelado General y; a vueltas de algunas tartamudeadas vulgaridades, ofreció, llana y sencillamente, que ‘Pedro Montero no vería la aurora del siguiente día’ (Peralta 1971, 149). Leónidas Plaza Gutiérrez presente junto a los Militares del Consejo de Guerra, son partícipes materiales y cómplices de la matanza del 25: Presidiendo Alejandro Sierra, fueron sus vocales Enrique Valdés, Juan José Gallardo, Manuel Velasco Polanco, Manuel Andrade, Rafael Palacios y Secundino R. Velásquez. Fiscal fue nombrado el Coronel don José Rodolfo Salas. Defensor, Tácito Núñez, en reemplazo de Julio Andrade, nombrado por la víctima, pero quien se negara a defenderla. Semejante farsa translució su hilarante puesta en escena a tal grado que el mismo ‘defensor’ de Montero pide para el General derrotado “la pena máxima al no haber pena de muerte”: Señores, (…) no existiendo en el Ecuador la pena de muerte, pido que al reo se le aplique el máximum de la de reclusión, con todos los demás agregados consiguientes.” (Degradación, borrada del escalafón militar, pérdida de derechos civiles, etc.) (Sánchez Núñez 1913, 55). Ante lo que la soldadesca disfrazada responderá: “No, (…), no debe vivir, que lo maten…” Es el Teniente Alipio Sotomayor, de la Compañía del batallón No. 1 de Guayaquil el primero en disparar a Montero. Al caer lo golpean con una silla y el Cmdt. César Guerrero (que lleva por sobrenombre el de Manongo), ayudante de Campo del General Plaza también dispara sobre el cuerpo de Montero, le disparó un balazo desde la puerta, a distancia de diez o doce pasos, toda esta
  • 45. 44 escena presenciada por: Alfaro, Páez, Flavio, Coral, Medardo Alfaro y Serrano (Sánchez Núñez 1913, 55-56). El cuerpo de Pedro J. Montero es arrojado del balcón, lo desnudan y decapitan; le arrancan el corazón, algunos dedos de la mano, ponen su cabeza en una bayoneta y se arrojan los unos a los otros los órganos genitales de Montero. Antonio Farinango- indígena antiliberal- matarife de profesión es quien corta la cabeza de Montero. Su despojos es llevado hacia una hoguera que ya había sido preparada con antelación (Peralta 1971, 151-152). El General Julio Andrade al escuchar los primeros tiros, -mientras se hallaba en la casa de don Félix González Rubio- acude al lugar y presencia el acto grotesco en el que se arrastraban los restos del General Montero y (según el folleto: “El Partido Conservador sindíca a los asesinos de Alfaro y Compañeros”) se encuentra con Plaza, y le dice: -“¡Ud. Ha autorizado, ha ordenado este crimen!” A lo que Plaza responde: -“Había que sacrificar al negro; era imposible salvar de otra manera a los Alfaros” (Peralta 1971, 154). Julio17 , presente en el desenfreno militar ante el cuerpo cercenado del General Montero; y Carlos, testigo del transbordo ilegal de los Alfaros a la tumba, son culpables de los crímenes de enero de 1912, así como cualquiera puede ser sindicado por encubrir, o cooperar en un asesinato (Peralta 1971, 149-150). 17 Si bien algunos historiadores (entre ellos algunos liberales-radicales consecuentes y leales a Alfaro) se refieren al general Julio Andrade como un personaje respetable y de figura intachable, para ser justos con su participación en la historia y en particular con los hechos de la ‘Hoguera Bárbara’ se ha de enfatizar las faltas de este (si no por obra, por omisión), así como de su hermano Carlos.
  • 46. 45 Una carta, que dice ser pueblo colombiano, impresa en Popayán y publicado en “La Constitución”, dice al respecto: - Señores Carlos Freile Zaldumbide, Leónidas Plaza Gutiérrez y Julio Andrade: vuestra labor esta coronada. Llevasteis al anciano batallador y compañeros de martirio a Quito, sabiendo, como debíais de saber, que serían sacrificados… Tened presente que, la Historia maldecirá vuestros hechos y la posteridad será inexorable.- Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit (DSC09930) El Gral. Julio Andrade si bien provenía de cepa Radical (su propio hermano Roberto es uno de los que asesinaron a García Moreno), no adhería al alfarismo, antes bien se hizo fama de su férrea defensa y lealtad al Gobierno de Zaldumbide, partícipe timorato de la sangre derramada. Dirigió también la sangrienta campaña militar que vence a los levantamientos de las montoneras, apoya la toma militar de Guayaquil, (R. Andrade, ¡Sangre!, ¿Quién la derramó? 1912, 75-76) permanece inmutado y callado ante tanto perjurio del falso juicio contra Montero y pese a ser parte de la jefatura de esos ejércitos no movió un solo dedo en salvaguardar la vida del General caído. Conjuntamente se ha de subrayar que Julio Andrade es asesinado póstumamente en un altercado con Leónidas Plaza en pugna por las elecciones para la presidencia, y que ante este asesinato quienes salen a defensa de su figura son miembros del Partido Conservador quienes lo postularon. Freile Zaldumbide y Plaza debieron haber gozado con los trofeos de guerra que les dejara dicha farsa de Consejo, al punto de que cuando la señora Teresa de Montero pidió encarecidamente se devolviese los restos del General caído y descuartizado, de ellos nunca obtuvo respuesta: Señor Encargado del Poder Ejecutivo. Quito. Señor:
  • 47. 46 Deber sagrado de esposa me obliga a dirigirme a usted para solicitar la entrega de la cabeza y el corazón de mi esposo, señor general Pedro J. Montero, que existen como trofeos en poder del ejército del señor general Leónidas Plaza Gutiérrez, pues fue cobarde y alevosamente asesinado anoche. Teresa de Montero. (Peralta 1971, 152) El Argumento Los telegramas terminarían siendo una de las evidencias más claras, públicas e irrefutables de que la falsedad se hallaba tras cada informe de las actividades que se llevaban a cabo sobre los presos.18 En un juicio, son considerados culpables aquellos que no hablan con la verdad y en la contradicción de sus declaraciones se puede determinar su grado responsabilidad o autoría en los hechos. Navarro telegrafiaría para excusar el descuartizamiento de Montero; y más adelante adherirían a dicho proceder los demás inquisidores. Primer Telegrama: Guayaquil, 25 de Enero de 1912. (…) A las ocho y media p.m. terminó el Consejo de Guerra, (…) sentenciando al General Montero a la pena de dieciséis años de presidio y degradación pública. El pueblo se sublevó contra esta sentencia que defraudaba sus esperanzas de que fuera la pena de muerte. Tres o cuatro mil hombres armados protestaban contra esta resolución del Consejo y pedían la cabeza del traidor. Hemos agotado nuestros esfuerzos por contener al pueblo. No fue posible. Nos atropellaron. (…) La cólera popular es incontenible y terrible, de manera que en estos mismos momentos, (…) me preocupo de ver cómo salvo la vida de los otros presos. (…) Segundo Telegrama: Guayaquil, 25 de Enero de 1912. (…) Como anuncié a ustedes, terminó Consejo de Guerra a las siete cincuenta p.m. y sentenció a Montero a degradación y dieciséis años de penitenciaría; (…) La fuerza armada que custodiaba el edificio de la Gobernación, donde existe el resto de prisioneros, no pudo contener este horrible hecho, puesto que era imposible hacer uso de las armas contra un pueblo que se creía con 18 En aquella época los telegramas eran publicados en los diarios, de manera pública.
  • 48. 47 derecho por las horribles extorsiones que cometió con él. (…) (Peralta 1971, 155-156) Así, en el primer telegrama enviado por Navarro tras la conclusión del consejo de Guerra, afirma que la hora en que habría terminado fuera a las 8:30pm. Y el segundo póstumo afirma que a las 7:50 pm. También reincide en contradecirse con la aseveración en el primer telegrama de que se habrían agotado todos los esfuerzos posibles por detener la arremetida “popular”; mientras en el segundo alegaría que no se utilizó la fuerza armada del ejército contra un “pueblo” (tan inverosímil declaración que se habla tres mil o cuatro mil hombres armados) legitimado por la rabia. (Peralta 1971, 156). El argumento del autor colectivo del asesinato o de culpar al “populacho” se demostraba equívoco tan sencillamente con el hecho de quienes asestaron los primeros tiros, los militares que asesinaron a Montero y lo lanzaron del balcón del Consejo. (Peralta 1971, 151) Ratificado argumento al encuentro de Alfaro con el Crnl. Carlos Andrade. (Pérez Concha 1978, 419). El General Plaza aseveraría en sus telegramas, que el pueblo se hallaba calmado, y aún más, que ese mismo pueblo estaba avergonzado y arrepentido de sus actos. Mientras el General Navarro contradice inmediatamente; incluso asegura que la furia popular seguía en aumento, “que era imposible apagar el incendio, que el peligro de que asesinaran a los demás presos era inminente; y que se hallaba en la impotencia de oponerse y domar la fiereza de las muchedumbres” (Peralta 1971, 160). Ya se había dado el camino a la Hoguera de Alfaro, Navarro se apresura en enrumbar a los presos a Quito en el ferrocarril, con el pretexto de salvarlos de un acto semejante al que cobró la vida de Montero en Guayaquil. A lo que entregaría a un destinatario
  • 49. 48 conservador el bienestar de los Generales, el mismo que dirigiese el Juicio contra Montero: el Coronel Alejandro Sierra. Guayaquil, 25 de Enero de 1912. Señores Presidente y Ministros de Estado. Quito. El fin trágico del General Montero y el peligro inminente que corren los otros Generales presos, me ha colocado en el caso de suspender su enjuiciamiento y sacarlos inmediatamente de esta ciudad, aprovechando la circunstancia de que el pueblo enfurecido ha abandonado la Gobernación y anda por las calles con los despojos del desgraciado General Montero. Si no aprovecho de estos momentos, tengo la firme persuasión de que los demás Generales correrán la misma suerte de aquél, a menos que nos resolviéramos a fusilar al pueblo, cosa que creo que no está en el ánimo del Gobierno, y que seguramente no lo está en el mío. He ordenado, pues, que el PUNDONOROSO Y ENÉRGICO CORONEL SIERRA, llevando a sus órdenes al Batallón “Marañón”, conduzca esta misma noche a los presos a Quito, ateniéndose a las siguientes instrucciones, etc. Ministro de Guerra, J. F. Navarro. (Peralta 1971, 169) EL periódico El Ecuatoriano, declararía póstumamente que el festín salvaje que se dio contra Montero era el patrón que se seguiría el 28: La voz de Guayaquil tiene en el interior resonancias de unanimidad irresistible. Y así telegrafiar a Quito, donde los Alfaros eran cordialmente aborrecidos: que la avalancha había sido terrible; que las turbas habían atropellado al Consejo de Guerra; que Montero había sido muerto, decapitado y lanzado por los balcones de la Gobernación, a despecho de la fuerza armada que había sido impotente para impedirlo, equivalía a delinearle a Quito el patrón que debía seguir respecto de los Alfaros. (…), no hubo en el Gabinete ecuatoriano un solo hombre que recapacitara un tanto e hiciera notar cuán inconveniente era la publicación de semejante pieza; y el telegrama salió a la luz para servir de pábulo a la hoguera que ya había comenzado a arder. El señor Freile Zaldumbide y sus Ministros no tienen siquiera la excusa de que la sanguinosa tempestad aún rugía en el subsuelo, porque para entonces ya había sido victimado el Coronel Belisario Torres; y sobrados indicios había de que el drama alcanzaría los horrorosos reflejos que tuvieron en Lima, las escenas macábricas ocurridas con los Gutiérrez, según lo pronosticó “La Constitución”, periódico del Gobierno que salió verdadero en sus agoreros anuncios, desgraciadamente harto fundados.
  • 50. 49 El encargado del poder ejecutivo Freile Zaldumbide, al no soportar compartir la culpa de las intenciones cruentas de Plaza al mandar los prisioneros para que se los juzgase en Quito –debiendo ser desde un inicio en Guayaquil lugar de su delito-, decidió retractarse, lleno de miedo y ordenar su regreso. Pero Alejandro Sierra habría de resistirse a dicha orden, como a todas las siguientes, incluso sobre la hora de ingreso a Quito con los prisioneros (Sánchez Núñez 1913, 60). De esta manera, Carlos Freile Zaldumbide, se vio obligado, contra su primigenia determinación, a dirigir el telegrama que a continuación se copia: Quito, 26 de enero de 1912. Señor Coronel Sierra. Huigra- Se me ha avisado que usted viene a esta, trayendo Generales presos. Considero sumamente peligroso el viaje a Quito, de esos prisioneros y mientras el señor Ministro de Guerra imparta las órdenes del caso para que usted regrese a Guayaquil, sírvase usted detenerse en Huigra, hasta segunda orden, Carlos Freile Zaldumbide. (Pérez Concha 1978, 419) A lo que Sierra respondería: Huigra, 26 de Enero de 1912, a las 6.30 de la tarde. — Señor encargado del Mando. — Recibí su telegrama a las 2 p. m. Su orden para que me estacione aquí y luego regrese a Guayaquil, es absolutamente contradictoria con la que recibí del señor Ministro de Guerra, quien dispuso salida de presos, precisamente para salvarlos. Como yo mismo tengo conocimiento de que si los regresara a Guayaquil perecerían, y como tropa de mi mando, que es de reserva, está violenta por avanzar a Quito, en bien de los mismos presos me atrevo a manifestar a Ud. Que sigo para Alausí, en obedecimiento de aquella orden imperativa del señor Ministro de Guerra. Si debiera contramarchar a Guayaquil, o quedarme aquí, temería por la vida de los presos a causa de la exaltación de la tropa, que vería en ellos el obstáculo para seguir a Quito. – Coronel Sierra. (Peralta 1971, 180)
  • 51. 50 Acto seguido el Coronel Sierra fue sorprendido por un nuevo telegrama del señor Freile Zaldumbide el cual decía: Quito, 26 de Enero de 1912. Señor Coronel Sierra.--- Alausí Una vez más me digno a usted que no deben venir los prisioneros a esta capital, porque su mismo juzgamiento debe hacerse en Guayaquil. Los peligros son gravísimos y hay que poner a los prisioneros a cubierto de ellos. De suerte que estaciónese usted en Alausí, ya que no lo hizo en Huigra, porque van sobre ustedes responsabilidades inmensas, caso de perecer los presos. (…) Carlos Freile Zaldumbide. Navarro, es pues quién se encarga de enviar las directrices al Coronel Sierra por medio de telegramas alternos a los del Encargado del Poder Ejecutivo sobre el curso que habrían de tener los presos (Eloy Alfaro, Medardo Alfaro, Flavio Alfaro, Luciano Coral, Manuel Serrano y Ulpiano Páez), mientras Freile Zaldumbide solicita que los presos sean devueltos a Guayaquil y su juicio llevado a cabo en el buque “Libertador Simón Bolívar”. Sin embargo, Navarro exige al coronel Sierra sigan el curso del Ferrocarril desde Huigra a Alausí y de este destino a su vez a Chimbacalle. (Peralta 1971, 181) Leónidas Plaza Gutiérrez a su vez renuncia a su puesto como Jefe del Ejército, pues ya estaba en marcha el plan de exterminio de los Alfaros: Como no nací para verdugo, mañana mismo declinaré el mando del ejército para que venga a reemplazarme quien se atreva a llevar a estos desgraciados Generales a esa capital, con el propósito de que corran la misma suerte del infortunado Quirola. Llevando a los prisioneros a Quito se va a infringir la Constitución que ordena no distraer a los delincuentes de sus jueces naturales. (Diezcanseco 2003, 234). Plaza está tan claro del plan que incluso manifiesta la inconstitucionalidad del acto, pues su juicio debía darse en Guayaquil; así se lavaba las manos y dejaba sentada la base para que se adjudicara la entereza del crimen al
  • 52. 51 Gobierno de Zaldumbide y a Navarro. Merecidamente habría Olmedo y Augusto Alfaro, hijo y sobrino de Don Eloy respectivamente, de denunciar la complicidad de Navarro con Leónidas Plaza, Freile Zaldumbide y los demás Ministros en la masacre del 28 de Enero (Alfaro 1912, 2-7). La última noche en tierra firme de los encomendados a Sierra, tendría lugar en la ciudad de Alausí, donde un populacho profirió en gritos contra la personalidad del General Eloy Alfaro y demás presos políticos (Pérez Concha 1978, 419). Julio Andrade solicita a su hermano, el coronel Carlos Andrade, se presente voluntario como resguardo de los prisioneros a la caravana que los llevaría a Quito: Esta mañana salió tren con generales prisioneros: Incorpórate al convoy y haz cuanto puedas por salvarles la vida, a don Eloy especialmente. Yo trato de salir hoy para secundarte, y si lo consigo, nos encontraremos en el camino. Te abrazo, y piensa en que es ésta la comisión más noble y más sagrada que has podido desempeñar.19 Don Eloy afectuoso habría de recibirlo con un abrazo a la hora del almuerzo: …extendiéndole las manos, afectuosamente le dijo: “Desde ayer de mañana, solo he tomado una tacita de café, que me dieron en Guayaquil: ahora no quiero sino unos bocados de caldo” Y, luego agregó: “Ya has de saber la muerte de Montero: no es obra del pueblo guayaquileño”… (Pérez Concha 1978, 419) Carlos Andrade relata las varias interrupciones que acontecieron en el trayecto y las manifestaciones de pequeñas turbas. Todo encajaba de un modo demasiado exacto, como partes siniestras del mismo plan: 19 Coronel Carlos Andrade, Carta fechada en Riobamba el 20 de febrero de 1912, dirigida a la señora Colombia Alfaro de Huerta, publicada en Noticias Históricas, Quito, Imprenta Nacional, 1912, pág. 33-35.
  • 53. 52 A poco siguió el tren en su marcha. Pasada la Nariz del Diablo, el maquinista se detuvo.... Encontráronse... muchas piedras en la línea... Cerca de Alausí, otra detención: de una manera intencional, habían querido destruir el tanque de agua, a golpes de hacha, para inundar la vía; pero llegamos a tiempo... Más adelante, una piedra enorme, colocada en la mitad de la línea. Pasamos el obstáculo. Al llegar a Alausí, de noche, una poblada nos esperaba en la estación, y prorrumpió en gritos torpes contra el general Eloy y compañeros. (Diezcanseco 2003, 240) Los soldados del Batallón Marañón, difundieron el tren en el que viajaban los presos, así se lo afirma su director, coronel Sierra a Carlos Andrade, develando la complicidad que se había puesto en marcha desde que el tren se enrumbó a Quito. Al día siguiente, 27, supe que había orden de no seguir la marcha, sino la de que los prisioneros regresaran a Guayaquil para ser allí juzgados. Fuime a hablar con el coronel Sierra... Tratamos detenidamente de esto, y... me manifestó que había inminente peligro, que la tropa... estaba desesperada por llegar a Quito, y que la gente de Alausí, así como también la de los pueblos cercanos, se había apercibido de que los prisioneros no avanzarían, y estaban de acuerdo con la tropa para fines siniestros. El honorable anciano, a la intriga de su fin y del posible paradero de la última copia de los planos del ferrocarril, se los entrega a Carlos Andrade: Me entregó un rollo de papeles escritos en máquina (el general Eloy Alfaro), en presencia de los demás prisioneros, y oficiales y tropa... “Te encargo esto, me dijo, que me ha tenido muy preocupado durante el viaje, por temor de que se me pierda, no de que me roben, porque felizmente estos muchachos son muy honrados. (En el tono de frase se notó la ironía de la última frase). La maletita en que los he guardado a cada rato se me confunde; y en tus manos, los papeles quedarán seguros. (…) Esos papeles que te he dado son muy interesantes: sería lástima que se perdieran. Contienen la historia del ferrocarril. Es la vindicación del pobre Harman, a quien tanto se ha calumniado... En cuanto puedas, que eso se dé a luz. Es la única copia que me ha quedado... Tal vez me dé un cólico en viaje y quiero estar seguro de que esos documentos no desaparecerán... (Diezcanseco 2003, 240- 241).
  • 54. 53 Ante el inevitable viaje de los presos a Quito, Zaldumbide habría de claudicar en su intento de despacharlos a Guayaquil, pero trataría de lavarse las manos, junto con Federico Intriago, recién posesionado en el despacho de Guerra; dirigiéndole el siguiente telegrama a Sierra y Carlos Andrade: Quito, Enero 27 de 1912, a las 9.30 a.m.- Señores Coroneles Sierra y Andrade.- Alausí.- A pesar de que el Gobierno ha creído indispensable el regreso de los prisioneros a Guayaquil, tanto porque ese es el lugar de su juzgamiento, cuanto porque es preciso salvar a toda costa su vida, y ya que el regreso les coloca, tal vez, en mayores riesgos, el Gobierno declina en Uds. Toda responsabilidad en vista de su ofrecimiento absoluto de que harán la entrega de ellos en el Panóptico, sin novedad. En este concepto pueden avanzar, tomando todas las medidas de prudencia que su ilustración les aconseje. Al avanzar darán Uds. Cuenta reservadamente del día y la hora de estancia aquí, a fin de emplear por nuestra parte las providencias que sean posibles para asegurarles la vida, poniéndonos previamente de acuerdo, para lo cual deben hacer alto en un lugar adecuado.- Atentos, El Encargado del Poder Ejecutivo, Carlos Freile Z., - J.F. Intriago, Ministro de Hacienda, Encargado del Despacho de Guerra. Olmedo Alfaro (1912), cuenta que Alfaro ya percibía su infausto fin al ser enviado a Quito: "Mi papá no podía ignorar para qué los llevaban a Quito y a Páez sé que le dijo: prepárate para que nos descuarticen.” La siguiente cita a la publicación “Páginas de Verdad” de Cervantes20 , hace eco de la voz del Gobierno porque se remitiese a Alfaro de vuelta a Guayaquil. El señor Coronel Cabrera, de acuerdo en todo… conferenció con el Coronel Sierra, y contestó haciendo saber que había concertado con éste la permanencia de los prisioneros en Alausí, durante el día siguiente; que el Batallón N°16, al mando de su primer Jefe, Coronel Vilacreces, debía partir para ese lugar, para recibir a los prisioneros y conducirlos nuevamente a Guayaquil; pero que se hacía indispensable, 20 Páginas de Verdad de Cervantes, publicación póstuma de los crímenes de Enero de 1912, que pretendía excusar el nombre del placismo y el Gobierno de ser autores de los asesinatos. Documento eliminado, recuperado en el libro de José Peralta, Alfaro y sus victimarios.
  • 55. 54 para dar cumplimiento a estos acuerdos, el inmediato envío de un convoy a Riobamba. (Peralta 1971, 185) Sin embargo el Gobierno extrañamente cedería (más adelante volvería a arrepentirse) con la emisión de los presos a la capital para su juicio, serían enviados al panóptico, pero se insistiría en su hora de llegada, otra orden más desacatada intencionalmente por el coronel Sierra. Negada la opción de retorno a Guayaquil se planifica el traslado de los retenidos con dirección al Panóptico de Quito, bajo el cumplimiento de orden militar del subjefe de Estado Mayor General, coronel Cabrera, subordinado al Encargado del Poder Ejecutivo. Cabrera, quien se encontraba en Riobamba, había dado las últimas instrucciones -bajo la directriz de Carlos F. Zaldumbide- de cómo debían proceder en la llegada de los prisioneros: Riobamba, 27 de Enero de 1912.- Señor Coronel Sierra. – Alausí. – En este momento recibo telegrama del Encargado del Poder, diciéndome resuelve avance usted con presos a Quito; recomiéndase acuerdo con Ud., a fin de asegurarles vida y el fácil traslado al Panóptico. A este fin creo que conviene: 1*.- Salir de Alausí a una hora tal, que pasen por Cajabamba a las seis p.m.; y 2.- Pasar por Ambato a las diez de la noche, por Latacunga a las doce, por Machachi a las dos de la mañana, y llegar a dos kilómetros de Quito a las cuatro de la mañana; y entrar al Panóptico por detrás del Panecillo, etc.- Coronel Cabrera, Sub-Jefe de Estado Mayor General. (Peralta 1971, 188) Sierra, que pasaba por Riobamba cuando recepto el documento, responde afirmativamente con fecha de 27 de enero a las 10 de la mañana: “Acepto Itinerario. Telegrafío a Quito y avisaré hora de salida.”
  • 56. 55 Éste es pues el último telegrama antes de que llegaran los presos, del mismo 28 de enero, denotando una casi súplica a quienes transportaran a los presos a Quito y retractándose nuevamente una última vez del traslado que había sido aprobado por el Gobierno. Chimbacalle, Enero 28 de 1912. Señor Coronel Sierra: Suspenda usted su viaje hasta mañana por la noche, pues que de llegar de día serían victimados sus prisioneros. Su amigo que afectuosamente lo saluda, Ministro, Octavio Díaz. Es necesario recalcar la insistencia con la que el Gobierno de Zaldumbide suplicó en que los presos fuesen devueltos a Guayaquil, no porque esto lo librase de toda culpa, sino más bien porque la intencionalidad con la que se actuaba era bastante explícita: dar el mismo fin que el de Montero a los Alfaros y sus acompañantes. El mayor Cabezas, sub-jefe del Estado Mayor General de Policía de Quito de nacionalidad chilena, relata que mientras todo esto sucedía -ante la inevitable catástrofe que se sobrevenía- el encargado del poder Carlos Freile Zaldumbide ya había cerrado sus puertas: Portadores de estos arreglos; el señor Escudero y yo nos dirigimos a casa del señor Encargado del Poder, a quien no pudimos ver, porque (…), había hecho cerrar sus puertas y no obtuvimos que las abriera, a pesar de insistentes llamadas… 21 La Última Estación La llegada de los prisioneros (Alfaro, Medardo, Flavio, Luciano Coral, Manuel Serrano y Ulpiano Páez) a la Capital se volvía cada vez más fúnebre. La tarde 21 Cervantes, “Páginas de Verdad”, p. 271 citado en Alfaro y sus victimarios.