1. Isla de Santa Elena, 5 de mayo de 1821
Parecía otro día más, la mañana empezó demasiado agitada, pero nada hacía presagiar que el día de hoy
pasaría a la historia.
Mi nombre es Gabrielle, ayudante en la cocina de Madame Hortense, cocinera jefa desde hace años, y con
un carácter que mejor es no tenerla cerca cuando está enfadada. Mi tareas junto a las ya mencionadas, es la
de atender al Emperador Napoleón Bonaparte en su recámara, sobre todo desde que cayó enfermo y no se
volvió a levantar, labor que tengo compartida con François, hombre recto a la vez que bueno.
Aquella mañana todo el mundo corría, la guardia que custodiaba al Emperador en la puerta de sus
aposentos, cuchicheaba a nuestro paso (No sabría muy bien qué), pero alcancé a escuchar……”de hoy no
pasa, no ha dejado de gritar en toda la noche……,”. Entre el servicio se comentaba que estaba envenenado,
pues los dolores de panza que tenía, parecían cosa del diablo. Llamaron a Madame Hortense para que
subiera unas hierbas que le hacían bien, pero ella (que era más bruta que un cerrojo además de un poco
bruja), comentó, ...¡éste, de hoy no pasa!, los perros no han dejado de aullar , y eso…..es mala señal. Subí
a su recámara la pócima, y al entrar…..,¡válgame Dios!!, aquello no era una persona, más bien era una
aparición dando alaridos y quejidos. Estábamos en Villa Longwood Hause, tenía 23 aposentos, 7 salas y dos
cocinas, y hasta el más recóndito de los rincones se oían aquellos lamentos.
Me acerqué con el cuenco (Con más miedo que vergüenza) y al extender mi mano, rocé con mis dedos los
suyos, huesudos y blancos como los de un muerto, dando un respingo de susto y por el efecto, saltó el tazón
con la pócima por los aires. Salí corriendo y llorando más por la impresión que por otra cosa y tras de mí
Monsieur François, rogándome que me tranquilizase, pues debí poner tal expresión que hasta el propio
Emperador se asustó. No había llegado a la cocina cuando, de repente, los perros callaron, y un silencio
sepulcral se hizo en toda la Villa, mirándonos todos los allí presentes, cuando entró Edmon, (Mozo joven de
las caballerizas y siempre uno de los primeros en enterarse de cualquier noticia, sobre todo si era mala),
llorando y gritando …¡el Emperador ha muerto!.
Las noticias que hasta la isla habían llegado del Emperador traídas por algún soldado sobre sus batallas y
vida, no le hacían hombre bueno, pero aquella mañana al acercarle su último alimento, ví en sus ojos algo,
miedo,… soledad,….¡no sé!.
Al recordar esto, ¡me santigüé!