En el palacio de Versalles, una criada de..., Patricia, Nivel II A
1. Un nuevo día comienza (Demasiado pronto). En la habitación nos desperezamos todas, aunque
las más remolonas se tapan la cabeza con la almohada, mientras que las más ancianas ya están
descorriendo las cortinas (Está bien que todas las criadas compartamos la habitación, así
nunca te sientes sola). Hoy es un día “especial”, los reyes dan una fiesta (Una de tantas, donde
se gasta suficiente comida como para alimentar a toda Francia) y los preparativos durarán
todo el día. Hacemos las camas y arreglamos un nuestra habitación. Bajamos a la cocina donde
los fogones ya están encendidos y tomamos un desayuno mas bien pobre (Es lo que tiene ser
criada, aunque seas de palacio).
Una tras otra, vamos saliendo de la cocina, cada una a sus quehaceres. Yo estoy encargada de
limpiar los aposentos de la reina y me acerco despacio a su puerta escuchando la conversación
que tiene con sus damas. Mientras terminan de vestirla, maquillarla y peinarla (Alguien lo ha
hecho mal porque está gritando), espero pacientemente a un lado, donde no se me vea mucho
(Para que los delicados ojos de su majestad, no se ofendan cuando me vea al salir). Tras
interminables minutos, la puerta se abre y yo me intento hacer lo más pequeña posible y pasar
inadvertida.
Cuando todo el séquito (¿Para qué necesita tanta gente?) sale, entro discretamente en la
habitación (¡Y qué habitación!). Tengo tiempo más que de sobra porque la ceremonia del
desayuno (Que no sé porque tiene ceremonia para todo) dura bastante y luego se irá a dar un
paseo por los jardines. Asi que hasta la hora de comer puedo tomármelo con calma.
Primero cambio las sábanas (Todos los días,¡qué derroche!), dejo las sucias en un rincón, y
salgo al pasillo en busca de un juego limpio. La hago con esmero, que no queden arrugas (Que
si no me grita) y antes de poner la colcha (Preciosa, de seda) la perfumo.
Recojo todos los potingues (¡Jesús, cuantos tarros!) que usan para maquillarla y los peines,
rulos y demás, que usan para peinarla. Limpio el espejo y cada superficie de la habitación para
que no haya ni una sola mota de polvo. Abro las ventanas para que se airee y limpio también
los cristales, que la noche anterior ha llovido y están llenos de gotitas. Tras terminarlo todo,
me aseguro de coger toda la ropa sucia y salgo.
Bajo a ver a las lavanderas y a dejarlas el bulto de ropa que llevo. Por el hambre que tengo (Me
rugen las tripas desde hace un rato) debe de estar cerca la hora de comer a si que me
encamino tranquilamente a la cocina.
La comida no es mucho más abundante que el desayuno, pero por suerte, algunos de los
criados que les han atendido durante el desayuno han podido robar algunas sobras, asi que
tenemos algo de carne.
Por la tarde tengo que ayudar a preparar el salón para la fiesta de la noche. Hay que sacar la
vajilla “buena” (¿Hay alguna mala?) y limpiarla toda antes de ponerla. Abrillantar la cubertería
de plata y la cristalería (Espero que esta vez no se rompa ninguna copa, porque en la última
fiesta se rompió una y la reina hizo comprar una cristalería nueva y tirar la vieja, porque
“estaba descuadrada”).
2. Nos lleva la mayor parte de la tarde dejarlo todo tan perfectamente colocado como sus
majestades desean y a estas alturas yo ya estoy agotada, y tengo que permanecer despierta
para limpiarlo todo cuando la fiesta concluya. Los invitados empiezan a llegar, así que el
servicio que no atenderá la cena (o sea, nosotros, los más pobres) nos retiramos a un cuartito
que hay cerca del salón, no muy lejos por si necesitan algo, pero no tan cerca como para que
se nos vea.
Los primeros acordes llegan flotando por debajo de la puerta, junto con el delicioso aroma de
la carne asada, el pan recién hecho (Se me hace la boca agua y me rugen las tripas otra vez) y
las risas y conversaciones de los invitados.
Los camareros, van robando restos de comida y botellas de vino a medio beber, para que
nosotros también tengamos un poco de fiesta. Según va avanzando la noche, la risa de la reina
se vuelve más estridente (Ha bebido mucho. No sé que le ha pasado a esta chiquilla, cuando
llegó a palacio era adorable y hermosa, y ahora no es más que otra arpía a la que no le importa
nada salvo ella misma) y nos imaginamos que no debe de quedar mucho para la finalización de
la cena.
Al poco una suave llamada en la puerta nos indica que ya podemos ir a limpiar. Los caballeros
se habrán retirado a jugar y a fumar y las damas deben de estar en la biblioteca, con el piano,
los libros y sus conversaciones insustanciales. El salón parece un campo de guerra, comida por
el suelo, vino derramado sobre el mantel…. ¡Menudo desastre! (El ser rico parece que no te
aporta modales y el exceso de vino no ayuda). Retiramos los restos de comida, bajamos toda la
vajilla, la cubertería y la cristalería para que la vayan limpiando, retiramos los manteles y
abrillantamos de nuevo la mesa y las sillas. Cuando todo está limpio, ya nos están subiendo los
platos y demás, también limpios para que los coloquemos.
Por fin terminamos, es tarde, muy tarde y ya ninguno tiene ganas de hablar o de seguir
acabando botellas a medias. Nos movemos, por los pasillos de la servidumbre, arrastrando los
pies, agotados, hacia nuestras habitaciones.
Me quito el uniforme, lo doblo cuidadosamente para el día siguiente y me pongo el camisón
(De una tela basta, que pica y que la reina no usaría ni para sus perros) y me meto en la cama.
(Ha sido un día duro, llevo mucho trabajando aquí y todavía me asombra lo que se gasta y tira
por una fiestecilla, no quiero ni pensar en lo que se derrochará si algún día los reyes tienen
hijos y estos se casan…. Supongo que entonces se gastará comida no como para alimentar a
toda Francia, si no como para alimentar a toda Europa. En fin, no es asunto mío, no alcanzo a
comprender las mentalidades de la gente rica y nunca lo haré) Las luces se apagan, y los ojos
se me cierran. Se ha acabado un día.