1. El libro de los
abrazos
Textos: Eduardo Galeano
Ideas y fotografías: Alumnado de 3ºESO
A
IES Álvaro Cunqueiro
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presenta:
2. El diagnóstico y la terapéutica
El amor es una enfermedad de las más jodidas y
contagiosas. A los enfermos, cualquiera nos reconoce.
Hondas ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados
noche tras noche por los abrazos, o por la ausencia de los
abrazos, y padecemos fiebres devastadoras y sentimos
una irresistible necesidad de decir estupideces.
El amor se puede provocar dejando caer un puñadito de
polvo de quererme, como al descuido, en el café o en la
sopa o el trago. Se puede provocar, pero no se puede
impedir. No lo impide el agua bendita, ni lo impide el polvo
de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada. El
amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de las brujas.
No hay decreto de gobierno que pueda con él, ni pócima
capaz de evitarlo, aunque las vivanderas pregonen, en los
mercados, infalibles brebajes con garantía y todo.
Idea y fotografía: Nerea y Esther
3. La uva y el vino
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al
oído
de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto:
- La uva- le susurró- está echa de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si
la uva está echa de vino, quizá nosotros somos
las palabras que cuentan lo que somos.
Idea y fotografía: Paloma y Ana
4. ¿Qué reloj veía el niño?
Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco.
Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo,
mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar,
enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una
lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba
usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí
dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré
rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que
yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío,
pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién
una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los
que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no
alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado
con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.
Idea y fotografía: Manuel y Lía
5. La primera vez
Diego no conocía la mar, el padre lo llevó a
descubrirla.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos
esperando. Cuando el niño y el padre alcanzaron por
fin aquellas cumbres de arena, después de mucho
caminar, la mar estalló entre sus ojos y fue tanta la
inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño
quedó mudo de hermosura. Y cuando por fin
consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a
su padre:
-¡Ayúdame a mirar!
Idea y fotografía: Inés e Isabel
6. Miedo a lo desconocido
Una mañana, nos regalaron un conejo de india. Llegó
a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la
jaula. Volví a casa al anochecer y lo encontré tal
como lo había dejado; jaula adentro, pegado a los
barrotes temblando del susto de la libertad.
Idea y fotografía: Lucas y María