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SOBRE POLÍTICA Y SOCIEDAD




Entradas sobre temas políticos y sociales publicadas en el blog “El jardín de
las hipótesis inconclusas” entre el 5 de junio de 2007 y el 21 de mayo de 2011.


                                                       Rafael Arenas García
ÍNDICE


Sobre
la
seguridad
a
uno
y
otro
lado
del
Atlántico………………………………………
p.
4

¿Quién
ha
de
proteger
al
consumidor?
Él
mismo………………………………………...
p.
9

La
política
exterior
y
Europa…………………………………………………………………….

p.
13

El
apagón………………………………………………………………………………………………..


p.
17

Sobre
los
acuerdos
y
los
consensos
(I)………………………………………………………

p.
19

Sobre
los
acuerdos
y
los
consensos
(II)…………………………………………………….


p.
23

Transporte
público………………………………………………………………………………….


p.
27

Lo
del
tren………………………………………………………………………………………………


p.
29

El
incidente
de
Chile:
tres
perspectivas………………………………………………….….

p.
31

La
Unión
Europea
y
los
tópicos………………………………………………………………...

p.
34

La
energía
nuclear…………………………………………………………………………………...

p.
36

¿Representa
el
Congreso
a
los
españoles?......................................................................

p.
37

España
sí
se
rompe………………………………………………………………………………….


p.
38

La
reforma
del
sistema
electoral………………………………………………………………


p.
43

El
2
de
mayo……………………………………………………………………………………………


p.
47

Lo
que
opinan
los
expertos………………………………………………………………………


p.
50

Pensamiento
crítico,
pensamiento
dogmático…………………………………………...


p.
52

Lo
de
Bombay………………………………………………………………………………………….


p.
54

No
es
el
mejor
día…
……………………………………………………………………………….




p.
55

Pensamiento
único,
pensamiento
corporativo…………………………………………...

p.
56

Política‐ficción…………………………………………………………………………………………

p.
62

Hablando
de
Europa
en
serio……………………………………………………………………

p.
66

Decepción
y
preocupación………………………………………………………………………..

p.
71

El
Tour
en
Barcelona………………………………………………………………………………..

p.
73

Afganistán…………………………………………………………………………………………...…..

p.
75

Pequeños
detalles……………………………………………………………………………………..
p.
77

¿Madrid
2020?..............................................................................................................................
p.
79

Ser
Ministro
hoy………………………………………………………………………………………..
p.
82

Poder
fáctico,
poder
político………………………………………………………………………
p.
85

Una
mica
de
seny……………………………………………………………………………………..


p.
89

Ya
no
entiendo
nada………………………………………………………………………………….
p.
94

Revisitando
la
Transición…………………………………………………………………………..
p.
97

Un
artículo
de
Francesc
de
Carreras…………………………………………………………...
p.
100

Política
de
verdad……………………………………………………………………………………...
p.
102

La
ley
de
las
películas………………………………………………………………………………...
p.
103

La
verdadera
naturaleza
de
Europa…………………………………………………………...

p.
106

Se
acerca
el
2012………………………………………………………………………………………

p.
109

El
Tribunal
Constitucional
y
el
Estatut……………………………………………………….

p.
111

¿Qué
está
pasando?....................................................................................................................

p.
116

No
se
puede
desaprovechar
la
crisis…………………………………………………………..

p.
121

La
utilidad
del
Derecho
internacional………………………………………………………..


p.
124

Fallo
al
fin
y
sigo
sin
entender
nada……………………………………………………….…



p.
128

Una
ley
del
cine
del
siglo
XVII…………………………………………………………………..



p.
130

No
hay
mal
que
por
bien
no
venga……………………………………………………………



p.
132

La
sentencia
sobre
Kosovo……………………………………………………………………….



p.
134

Lo
público
en
“La
elegancia
del
erizo”……………………………………………………….



p.
136




                                                                      2

Sobre
procedimientos
de
independencia…………………………………………………

p.
138

¿Federalismo?...........................................................................................................................

p.
143

¿A
dónde
vamos?.....................................................................................................................

p.
146

Una
foto
y
un
comentario……………………………………………………………………….

p.
149

Una
pregunta…………………………………………………………………………………………

p.
150

La
obra
del
tripartito……………………………………………………………………………..


p.
151

¿Existe
España?........................................................................................................................

p.
152

Felicitaciones
navideñas……………………………………………………………………...…

p.
154

Idioma
y
nación
en
el
Bachillerato…………………………………………………………..

p.
155

La
Constitución
de
Cádiz……………………………………………………………………….



p.
158

¡Son
los
transportes,
estúpido!........................................................................................


p.
160

Políticas
coherentes………………………………………………………………………………


p.
162

De
salarios
y
pensiones…………………………………………………………………………


p.
165

¿Contención
salarial?...........................................................................................................


p.
169

El
debate
de
ayer…………………………………………………………………………………..


p.
171

El
principio
del
fin
de
la
sanidad
pública………………………………………………..


p.
175

Sobre
opciones
de
audio……………………………...……………………………………….



p.
178

Y
tras
el
15M
¿qué?..............................................................................................................



p.
180
















                                                                       3

Sobre la seguridad a uno y otro lado del Atlántico
    (5 de junio de 2007)


    Por lo que me cuentan una de las muchas diferencias entre europeos y
americanos (y con el término americanos me refiero, para abreviar, a los
ciudadanos de Estados Unidos de América) es la percepción y la valoración de
la seguridad. Los americanos se creen en un país seguro y no soportan la idea
de la inseguridad, hasta el punto de que están dispuestos a dedicar no pocos
esfuerzos y recursos a dotarse de los medios suficientes para neutralizar
cualquier amenaza externa. Los europeos, por el contrario, estamos
acostumbrados a un cierto grado de inseguridad, y, no sin cierta displicencia,
consideramos como ingenuo pretender un mundo absolutamente seguro. La
mayoría de edad se alcanza cuando se es capaz de entender que el Mundo no
puede ajustarse perfectamente a nuestros deseos y somos capaces de convivir
con la imperfección, los defectos, la inseguridad, la enfermedad o la muerte.
Es propio de un estado aún poco evolucionado pensar que es posible adaptar
el Mundo a nuestro personal diseño. De esta forma, la pequeña Europa
adopta una actitud condescendiente hacia los primos americanos, y como el
anciano que no se inmuta ante el entusiasmo de la juventud, aguarda el
momento en el que la realidad, que ella ya conoce, acabe imponiéndose
también a los nuevos y fogosos dueños del Mundo.
    Somos más débiles que los americanos, no somos tan ricos ni influyente,
pero contamos con la experiencia que dan los años y el sufrimiento de varias
guerras padecidas sobre nuestras tierras. Quizás los americanos, que hasta
ahora lo han tenido fácil, piensen que si se tienen los suficientes aviones y
submarinos, portaaviones y misiles podrán vivir seguros; pero en Europa
sabemos que no es así; nosotros ya tuvimos ejércitos poderosos y sabemos
que se acaban volviendo contra nosotros. Pocas familias en Europa están
libres de alguna pérdida en esa guerra civil europea que fue la Segunda Guerra




                                     4

Mundial en el escenario Occidental, o en la Guerra Civil española o en las
Guerras Balcánicas; esos prólogos sangrientos de lo que sería la Gran
Carnicería. Esa experiencia dolorosa nos ha curtido y aportado una sabiduría,
un "seny", que diríamos en catalán, del que carecen los americanos.
    Este sentimiento del inconsciente colectivo esta presente en nuestra
visión del Mundo y de las relaciones transatlánticas. Así, por ejemplo, el 11-S
dio origen en Europa a la mayor ola de solidaridad y proamericanismo que
recuerdo. En los días que siguieron a aquella tragedia la sincera voluntad de
ayudar a Estados Unidos y cooperar con ellos frente a lo que es un enemigo
común se extendió por todos los países europeos, incluso en círculos
tradicionalmente muy antiamericanos (OTAN, no, bases fuera, yankees go
home, y cosas semejantes). Sigo pensando que fue un gran error por parte de
Estados Unidos no aprovechar aquel momento para admitir una colaboración
mayor de los países europeos en la lucha contra los terroristas; pero, bueno,
eso es otra historia. Lo cierto, y a esto venía, es que junto a este sentimiento
de solidaridad y dolor se percibía también un cierto aire de triunfo. Algo así
como si se dijera: "veis, por imponente que sea vuestro ejército es imposible
garantizar la seguridad, teníamos razón los europeos, es preciso aprender a
convivir con la inseguridad. Venid y os enseñaremos cómo hacerlo".
    Quizá a finales del 2001 se pensaba en Europa que los americanos
habrían aprendido la lección y modificarían su concepción de la seguridad.
Como sabemos seis años después esto no ha sucedido. Los Estados Unidos
mantienen su visión originaria sobre este problema y su análisis se reduce,
básicamente, a que no habían hecho lo suficiente en la materia. De ahí que
hayan reforzado los servicios de inteligencia y los controles en las fronteras,
en los vuelos y demás escenarios peligrosos, tal como hemos experimentado
casi todos en los últimos tiempos.
    A este lado del Atlántico, por tanto, nos lamentamos de que los
americanos no hayan aprendido la lección; pero yo me pregunto ¿la hemos




                                      5

aprendido nosotros? ¿Somos capaces los europeos de un cierto ejercicio de
humildad e intentar plantearnos que, quizás, no tenemos toda la razón? Quizá
los americanos están equivocados al querer construir una fortaleza
inexpugnable, pero podría ser que los europeos actuáramos de forma
inconsciente al despreciar como lo hacemos las cuestiones relativas a
seguridad y defensa.
    Hace unos días Putin amenazaba con apuntar sus misiles nucleares contra
Europa (o sea, nosotros). La noticia nos ha dejado casi indiferentes. ¿Es ésta
una actitud racional? Enseguida se me dirá: "No pensarás en serio que Putin
iniciará una guerra nuclear. Eso es imposible". Pues ni lo pienso ni lo dejo de
pensar, pero es una posibilidad. Estamos acostumbrados a una forma de
razonar que procede de la época de la Guerra Fría en la que cualquier
utilización de armas nucleares se consideraba que conduciría a una guerra
nuclear total. En estas circunstancias el temor a las consecuencias de una
confrontación de esta naturaleza hacía altamente improbable que se pudiese
dar dicha utilización del arma nuclear. Pero ahora el escenario ha cambiado.
Desde hace unos años se habla con mayor libertad de utilización local de
armas nucleares, y no hace mucho el entonces presidente Chirac amenazó
explícitamente con su utilización si Francia era objeto de ataques terroristas.
La posibilidad de una utilización limitada de armas nucleares es ahora más
factible que hace veinte años. En estas circunstancias supongamos que los
rusos atacan Berlín o Rota (la mayor base naval americana en Europa)
¿responderían los franceses, ingleses o americanos a dicho ataque
arriesgándose a que sus propios países fueran atacados? No me importa tanto
la respuesta como la mera circunstancia de que se pueda plantear supone un
elemento de inseguridad para los países que no tienen armamento nuclear.
Podrían darse circunstancias en que quienes sí tienen ese armamento
especularan acerca de un ataque no respondido. Los europeos podemos vivir
con esta inseguridad, para los americanos sería absolutamente intolerable.




                                      6

¿Y qué pasa con las armas convencionales? Veamos el caso de Yugoslavia.
Para quienes vimos "Un globo, dos globos, tres globos", la Casa de la Pradera
o el Mundial de México, Yugoslavia era un país con el que nos
identificábamos: era un país comunista, pero menos; igual que España era un
país capitalista, pero diferente. Como nuestra renta per cápita era más baja que
la de los europeos "de verdad" y la suya más alta que la de los "auténticos"
comunistas nos veíamos parejos, y para acabar de redondear las cosas, tanto a
nivel de selecciones (fútbol, baloncesto, balonmano) como de clubes (¡Ah!
aquellos partidos Real Madrid - Zibona de Zagreb, con el inolvidable
Petrovic!) nos enfrentábamos constantemente. Un país casi como nosotros,
vaya. Como sabemos, a partir de los años 90 todo esto cambia. El país se
comienza a dividir, tema en el que ahora no entraré, y a finales de los 90 nos
encontramos con que lo que queda de él comienza a hacer cosas que no
gustan a la comunidad internacional (esto es, a la Unión Europea y a Estados
Unidos). Ciertamente lo que sucedía en Kosovo era grave y no cuestionaré la
intervención en el conflicto; pero ahora quiero llamar la atención sobre la
circunstancia de que fuera o no fuera grave la situación, al país no le quedó
más remedio que someterse al dictado exterior. Un país como España de
pronto se vio abocado o al sometimiento o a una guerra que perdió sin haber
conseguido causar una sola baja al enemigo. El hecho de que eso nos pueda
pasar a cualquier otro país de similar porte habría de causarnos cierta
preocupación. No digo que tengamos que dejar de dormir por ello; pero no
me parece normal que se obvie totalmente la posibilidad, simplemente como
si no existiera. De nuevo aquí se observa la diferencia de percepción entre
europeos y americanos. Nosotros podemos vivir sabiendo que dependemos
de la voluntad de otros, que cuando sacamos las tropas de Irak un submarino
nuclear americano entra en la bahía de Cádiz rememorando la época de las
cañoneras, que estamos a merced de las decisiones que se toman en sitios muy
alejados de Madrid o Barcelona. La inseguridad no nos mata. Para un




                                      7

americano una situación así sería sencillamente insoportable.
    Alguien podrá decir: "¿Y qué podemos hacer?". Pues no lo sé, pero de
momento preocuparnos.





                                      8

¿Quién ha de proteger al consumidor? Él mismo
    (30 de junio de 2007)


    Tengo la impresión de que en los últimos tiempos el cabreo de los
consumidores se ha hecho crónico. Permanentemente tenemos la sensación
de que se nos toma el pelo. Si vamos a coger un avión sólo nos queda rezar
para que el vuelo salga con poco retraso, para que en caso de dificultades
técnicas no nos acabe deteniendo la policía por protestar en el mostrador de la
compañía, y para que en caso de anulación alguien se apiade de nosotros y nos
dé una cama donde dormir. En las compañías telefónicas es mejor no pensar
en lo que pagas. Estos días leíamos la noticia de que una compañía de
telefonía promocionaba una oferta de esas que te permiten elegir unos
cuántos números de teléfono con los que hablar por muy poco dinero. Parece
ser que te dabas de alta y te seguían cobrando lo habitual, o sea, un atraco; y si
protestabas ni caso te hacían. En otro orden de cosas, quién no se ha
cabreado por un inoportuno corte eléctrico que te ha dejado unas cuantas
horas sin luz, y, en mi caso, además, sin calefacción ni cocina (porque en mi
casa todo es eléctrico). De los bancos prefiero no hablar...
    Lo peor en estos casos es que tú sabes que tienes razón, que la compañía
de que se trate no tiene derecho a dejarte sin servicio, que ha de esforzarse en
cumplir con lo pactado y que tú estás en tu derecho de reclamar y que te
hagan caso; y, sin embargo, el que se siente en una situación de total
indefensión es el consumidor. Es el agraviado y, con frecuencia, es el que
tiene que oír al otro lado de la línea de atención al cliente, "cálmese, no, eso
no lo podemos hacer", "eso no es de mi competencia", "no, no puedo pasarle
a mi superior", "presente una reclamación por escrito", "le paso con un
compañero que le facilitará la dirección", "la dirección está en su factura"... y
así sin obtener nada.
    A mi me pasa que tengo la sensación de que a las compañías les da lo




                                       9

mismo que protestemos o no porque saben que, en última instancia, no
acudiremos a los tribunales a demandarlos, y que en caso de que algún loco así
lo haga al final lo que obtenga no alterará la cuenta de resultados de la
empresa. La consecuencia de todo ello es que muchas compañías de servicios
especulan con el incumplimiento. No temen dejar de cumplir sus
compromisos porque las hipotéticas sanciones en las que incurran serán
inferiores a lo que obtienen ofreciendo unos servicios peores que aquéllos a
los que tendríamos derecho.
    El consumidor se encuentra, pues, en una situación de indefensión. Los
mecanismos de los que dispone para presionar a quien le suministra servicios
no son lo bastante peligrosos como para que quienes gestionan esos servicios
se sientan amenazados. Ante esta situación al consumidor sólo le queda
confiar en la administración; pero ¡menuda esperanza! En alguna ocasión en
que me dirigí a la Consejería de Industria para protestar por el mal servicio
eléctrico que recibo se me contestó que la compañía eléctrica era una
compañía privada y no un ente público, y fuí yo quien tuve que recordar a la
administración lo que es un servicio público, aunque esté gestionado por
empresas privadas. La tutela de la administración no es solución. Además, si
todo ha sido privatizado (energía, telefonía, agua, carreteras, etc.) ¿por qué
razón el control del correcto funcionamiento de todos estos servicios ha de
quedar en manos de la Administración? ¿No sería más lógico que el control
también se privatizara en favor de los usuarios de estos servicios?
    Para conseguir esta privatización debería dotarse a los consumidores de
recursos que realmente fueran amenazantes para las compañías que prestan
servicios. Estos recursos podrían pasar por una figura desconocida en Europa,
pero muy popular en Estados Unidos: los daños punitivos. ¿En qué consiste
esto de los daños punitivos? Veamos un ejemplo. El otro día asistí en una
aeropuerto español a la siguiente situación: un avión tenía que salir de la
Barcelona para llegar a Granada, el vuelo a Granada tenía que llegar a eso de




                                      10

las 22:00 para despegar de nuevo hacia las 23:00 y regresar a Barcelona. El
vuelo salía con retraso de Barcelona, de tal manera que no llegaría a Granada
hasta pasada la medianoche. Como el aeropuerto de Granada cerraba poco
después de la medianoche resultaba que el avión no podría despegar de
Granada hasta el día siguiente. Seguramente esta circunstancia impediría que
ese avión cubriera el servicio que tenía asignado a primera hora del día
siguiente, lo que obligaría a la compañía a buscar alternativas costosas; pero
qué se le va a hacer, pensé yo. Ningún problema había para que el avión que
salía de Barcelona aterrizase en Granada por lo que en ningún momento
pensé que podía suceder cosa distinta a la llegada tardía del vuelo de
Barcelona. Pues no, la compañía decidió desviar el avión a Málaga, de dónde
sí podía volver a despegar. La compañía cubría así su previsión, y si los
pasajeros protestan por mandarlos a Málaga en vez de a Granada, pues se les
indemniza con la miseria prevista por las molestias causadas y en paz.
    ¿Qué tienen que ver los daños punitivos con todo esto? Si en nuestro
sistema existieran los daños punitivos el pasajero que quisiera reclamar
judicialmente en este caso podría verse favorecido con una indemnización que
fuera mucho más allá de los daños que a él se le causaron. Se le impondría una
multa civil a la compañía de un montante elevado, hasta el punto de que fuera
disuasoria, y que iría al bolsillo del ciudadano reclamante. Así, por ejemplo, el
importe de todos los pasajes gestionados por la compañía infractora durante
una semana. Una cantidad que podría alcanzar cientos de miles o millones de
euros. Esta figura existe en Estados Unidos y explica algunas de las
millonarias (en dólares) indemnizaciones concedidas por los tribunales de
aquél país. La ventaja de los daños punitivos es doble: por una parte el
consumidor tiene un incentivo para reclamar, pues no estamos hablando de
unos cientos o pocos miles de euros, sino de cantidades muy superiores. Por
otro lado, las compañías temen estas condenas, a diferencia de las que les
pueden imponer en nuestro sistema legal, lo que hace que sean más




                                      11

cuidadosas a la hora de especular con el incumplimiento.
    Nunca podremos estar seguros de si una determinada empresa hace todo
lo posible por ofrecer un servicio de calidad, pero debemos de dotarnos de los
medios adecuados para que no sea económicamente rentable operar de otra
forma. En la actualidad la compañía que cumple -si hay alguna que lo hace- es
por altruismo, no porque el sistema legal la obligue a ello más allá de la pura
formalidad.





                                     12

La política exterior y Europa
    (23 de julio de 2007)


    Tras el último Consejo Europeo Tony Blair tranquilizaba a los británicos
diciéndoles que la política exterior británica seguiría decidiéndose desde
Londres. Esta era su manera de hacer explícito un nuevo fracaso en la
construcción de una auténtica política exterior europea (comunitaria, de la
Unión Europea, como se quiera decir, aunque detrás de cada una de estas
opciones terminológicas se escondan matices importantes). Como resumen
me parece excelente, irrefutable y, además, lógico y deseable. ¿Dónde se va a
hacer la política exterior británica si no es en Londres? No es éste el
problema. La política exterior británica la decidirá el gobierno de Londres, al
igual que la francesa será competencia del Presidente de Francia y su
Gobierno, y la española del inquilino de la Moncloa. Se trata de una evidencia
que roza la tautología. De igual forma la política exterior que pueda hacer
Cataluña, el País Vasco o Baviera se habrán de decidir en Barcelona, Vitoria y
Múnich, respectivamente. El problema, como digo, no es éste, sino dónde se
hace la política exterior europea. Lo que habría de discutirse no es si Bruselas
ha de condicionar o no, y en el primer caso en qué medida la política exterior
británica, sino cómo ha de hacerse la política exterior europea y de qué
medios se la dota. Con frecuencia, sin embargo, se confunden las dos cosas y
la frase de Blair con la que empezaba es muestra de este equívoco.
    El desenfoque es, seguramente, consecuencia de que la política exterior ha
sido una competencia exclusivamente estatal y no se entiende fuera de la
lógica estatal. De esta forma, la asunción de competencias en materia de
política exterior por parte de Europa se ve como una operación de suma cero
respecto a las competencias exteriores de los Estados: las competencias que
asume Bruselas las pierden los Estados. Se trata de parcelas de poder que los
Estados ceden a Bruselas. La alternativa a esta cesión es que Bruselas se limite




                                     13

a coordinar las políticas exteriores de los Estados. De esta forma, quienes
seguirán ejerciendo las funciones propias de la política exterior serán los
Estados, pero de acuerdo con las instrucciones o planteamientos que hayan
sido adoptados en el seno de las instituciones europeas. En este último caso
las políticas de los diferentes Estados serían solamente instrumentos en
manos de las instituciones comunitarias, quienes ejercerían por medio de los
Estados un papel en el ámbito internacional que superaría sus limitaciones
como organización internacional.
    Este planteamiento y las alternativas que ofrece creo que son muestra de
una manera de razonar que está en fase de superación. La política exterior no
es una añadido al resto de políticas, sino la cara externa de todas ellas. Es por
esto que todos los entes con poder político tenderán a asumir, por unos
medios u otros, cierta acción exterior. En España podemos ver cómo las
Comunidades Autónomas pugnan por tener un papel en las relaciones
internacionales, superando la competencia exclusiva del Estado en esta
materia, y ello porque no pueden desconocer que esta política exterior
condiciona las políticas internas. Cómo se haga realidad esta política es otra
cuestión. Bien pudiera ser que esta vocación exterior de los entes infraestatales
se canalice a través de órganos estatales, o también puede suceder que estos
mecanismos se consideren como insuficientes y se planteen alternativas. Las
posibilidades son muchas, pero aquí quiero destacar únicamente que es
ingenuo pretender que los entes diferentes del Estado pueden renunciar a
ejercer competencias exteriores por el hecho de que tradicionalmente ésta
haya sido una competencia atribuida en exclusiva al Estado.
    Esta es la situación en la que se encuentra Europa. Europa es un ente
diferente de los Estados que lo componen. Ejerce ciertas políticas y posee una
dinámica propia. En estas circunstancias es inevitable que tenga una política
exterior, y de hecho la tiene. Como es sabido desde hace mucho no se discute
que en el ámbito comercial la Comunidad Europea desempeña una actividad




                                      14

exterior muy destacable. Esta dinámica comercial, a su vez, debe generar
competencias en otros ámbitos, pues resulta también ingenuo pretender que
los acuerdos comerciales dependen únicamente de las cuestiones comerciales.
En la actualidad, sin embargo, esta dimensión "política" de la actuación
exterior comunitaria es fruto de las presiones y maniobras de los Estados, que
utilizan de esta forma a la Comunidad en beneficio de sus propias políticas.
    Y es aquí donde llegamos al punto al que quería llegar. Es lógico,
razonable y deseable que la política exterior británica se decida en Londres;
pero creo que no lo es que sea también en Londres (o en París o en Madrid o
en Varsovia... o en La Valetta) donde se decida al política exterior europea.
Actualmente, al carecer la Unión Europea de órganos propios que puedan
actuar con suficiente margen en este ámbito es la situación que nos
encontramos. La construcción de una política exterior europea no se ha de
plantear como un ejercicio de renuncia de los Estados a ámbitos
competenciales que les son propios, sino como el reconocimiento de que la
asunción de las competencias que ya tiene la Unión Europea obliga a dotarla
de instrumentos para poder desarrollar su actuación también en el ámbito
exterior. No se trata de un juego de suma cero. La creación de una auténtica
política exterior europea no debería necesariamente mermar el poder actual de
los Estados miembros de la Unión, sino que, al contrario, aumentaría éste al
dotarles de un poderoso aliado en las confrontaciones a las que nos tenemos
que enfrentar en un mundo globalizado.
    Claro está -y éste es el problema de fondo- que la creación de esta política
exterior limitaría las posibilidades de utilizar la política exterior (¡y de defensa!)
de los Estados europeos en contra de otros Estados europeos. Por desgracia
la situación en la que nos encontramos actualmente es la de que muchos
Estados miembros de la Unión, sino todos, aún mantienen en sus Ministerios
de Asuntos Exteriores la lógica de que ha de debilitarse a los tradicionales
rivales, que ahora son también aliados en el seno de la Unión. No soy




                                        15

ingenuo, y sé que mientras esta orientación no cambie nadie se tomará en
serio la construcción de esta política europea. En ese sentido la frase de Blair
es, de nuevo, tremendamente significativa.





                                     16

El apagón
    (24 de julio de 2007)


    Si algo me sorprende del apagón de Barcelona es el protagonismo que han
asumido en la resolución de las crisis la Generalitat y el Ayuntamiento de la
ciudad. Y me sorprende porque hace no mucho, cuando en mi pequeño
pueblo sufrimos varios apagones seguidos me dirigí a mi Ayuntamiento y a la
Generalitat y en ambas sedes mostraron su extrañeza por mi llamada. Más o
menos me vinieron a decir lo siguiente: "Bueno, el problema que plantea se
enmarca en la relación que tiene usted con una compañía privada, Fecsa-
Endesa, no es cuestión en la que deba entrar la Administración. Si acaso, si no
le satisfacen las explicaciones de la compañía puede dirigir una queja al
Departamento de consumo de la Generalitat".
    Tal como indicaba en una entrada anterior de este blog, me armé de
paciencia y le expliqué a quien me atendía en la Generalitat lo que era un
servicio público, aunque estuviera gestionado por una empresa privada; pero
ni por esas me hicieron caso. Acabaron admitiendo que sólo si estaban
afectadas muchas personas se dignaría la Generalitat a molestar a los señores
de Fecsa-Endesa. Unos meses después veo que sí, que efectivamente, que
cuando están afectados unos cuantos miles de barceloneses se producen los
movimientos que no fueron considerados necesarios cuando los afectados
fueron unos centenares de ciudadanos en Santa Perpètua de Mogoda.
    Lo que no entiendo es cómo la competencia de la Administración no
existe si los afectados son 99 y sí existe cuando los afectados son 100 (o no
existe cuando son 99.000 y sí existe cuando son 100.000, me da igual dónde se
ponga el límite). O mejor dicho, sí lo entiendo: quienes nos gobiernan no
ejercen las competencias que tienen en beneficio de todos, sino únicamente
cuando las repercusiones mediáticas pueden tener transcendencia electoral.
Evidentemente no puedo estar de acuerdo con el planteamiento, debiendo ser




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tarea de todos nosotros exigir en todo momento y circunstancia que la
Administración actúe con intensidad y contundencia en la defensa de los
intereses de los ciudadanos, en este caso de los consumidores. No es tolerable
el que solamente se alce la voz cuando la faena es de campanillas, como la que
nos está afectando estos días.
    Pero es que, además, esta inactividad de las administraciones contribuye a
que se den situaciones como ésta. Las compañías eléctricas saben que nada les
pasará en caso de que dejen a un barrio o dos sin electricidad durante unas
horas. Algunas míseras indemnizaciones y unas cuantas llamadas de protesta.
En estas condiciones es más lógico aguantar el chaparrón de los usuarios
cuando cae la línea que adoptar medidas para evitar que caiga. Lo que sucede
es que cuando se juega con fuego te puedes acabar quemando. Si la actuación
de las administraciones fuera contundente con los "pequeños" incidentes que
se suceden casi a diario en nuestros pueblos (cortes, averías, subidas o bajadas
de tensión) quizá se hicieran las mejoras necesarias para que no sucedieran
desastres como el que afecta a Barcelona estos días. En el cuidado de lo
pequeño está el germen de la salud de lo grande.





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Sobre los acuerdos y los consensos (I)
    (24 de agosto de 2007)


    Uno de los fenómenos que me entretienen de vez en cuando es la
observación de la forma en que ciertas palabras o expresiones son asumidas
por todos nosotros en muy poco tiempo. No me refiero a la aparición de
palabras nuevas, normalmente procedentes del inglés y asociadas con
frecuencia a los cambios tecnológicos; sino a cómo términos de uso
restringido -aunque, a veces, entendidos por todos- comienzan a ser utilizados
por los medios de comunicación, los políticos y, finalmente, por todos
nosotros. Con frecuencia, una vez que se produce esta generalización nos da
la impresión de que siempre han estado ahí, que siempre han sido utilizados
con la asiduidad y el sentido que nosotros le damos; y nos cuesta asumir que
hubo un tiempo en la palabra "solidaridad" no se usaba con más frecuencia
que términos como "farfullar" o "soliloquio"; en que habíamos de recurrir al
diccionario para conocer el significado exacto de "consenso"; o (y esto es más
reciente), en que los empates eran simplemente empates y no "empates
técnicos", como se dice ahora.


Pongo ejemplos que tienen significado para mí. Cada cual, seguramente,
tendrá los suyos. En lo que se refiere a "solidaridad", fue la aparición del
sindicato en Polonia a principios de los años 80 del siglo XX lo que
popularizó la palabra, que era evidentemente, conocida, pero poco
pronunciada. Yo todavía recuerdo cómo nos trabábamos al decirla. Una vez
adquirida soltura, sin embargo, debimos pensar que un esfuerzo como aquél
debía de ser aprovechado, y la palabra prosperó, hasta el punto de que hoy en
día cuesta encontrar un sólo párrafo que pretenda despertar los buenos
sentimientos que no la utilice varias veces. Los empates técnicos proceden, si
no me equivoco, de las elecciones generales de 1993. La igualdad en los




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sondeos entre el PSOE y el PP hizo que fuera frecuente la aparición en los
medios de los responsables de las encuestas, quienes, con frecuencia, se
referían a la situación como "un empate técnico", queriendo significar algo así
como que el margen de error que tiene cada sondeo era mayor que la
diferencia en la intención de voto entre ambos partidos, lo que impedía
determinar quién sería el ganador de las elecciones. La expresión gustó, y
desde entonces hemos sufridos empates técnicos insospechados (cuando un
partido de fútbol acaba con el resultado de 2-2 ¿nos encontramos ante un
empate técnico o se trata de un simple empate, mondo y lirondo?).
Dejo para el final el consenso, que es el término el que hoy me quiero detener.
En mi memoria la proliferación del término se remonta a la transición. En
aquella época se empleó con frecuencia, asociándose a las complejas
negociaciones entre las distintas fuerzas políticas que tuvieron como resultado
la democracia en la que hoy vivimos. Pese a que el diccionario no diferencia
en exceso entre acuerdo y consenso, los que, aún como niños, fuimos testigos
de aquellos años podemos percibir una diferencia entre ambos términos.
Cuando se hablaba de consensos y no de acuerdos se transmitía la impresión
de una complicidad entre las partes que puede no darse en el acuerdo. El
acuerdo supone una regulación que conviene, en un momento y
circunstancias dadas, a quienes llegan a él. En los años 70 del siglo XX
percibíamos el consenso como algo más profundo. El encuentro de aquellos
puntos en los que el parecer y el sentimiento coincidían. En un acuerdo no es
preciso que sus autores piensen que lo acordado es correcto. Tras concluirlo
ambos pueden pensar de forma diametralmente opuesta habiéndose
conseguido tan solo un instrumento útil para fines que interesan a ambos.
Cuando hablamos de un consenso debemos ir más allá. No se trata de
determinar hasta dónde puedo llegar en la negociación para conseguir el
máximo provecho para mis intereses, sino encontrar aquellos puntos o
planteamientos en los que existe una coincidencia. El consenso permite, por




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tanto, identificar lo que de común hay entre quienes sostienes opiniones
divergentes. Este punto común ya no precisa ser acordado, porque es el
mismo para todos.


Durante la transición, los ciudadanos de a pie creímos percibir que los
políticos habían identificado efectivamente estos puntos de consenso que nos
permitirían avanzar como país. Ese terreno más allá de los acuerdos o disputas
que nos otorgaba una cierta seguridad. La confianza de que había ciertos
referentes que no cambiarían. Esta sensación de seguridad, fruto,
precisamente del consenso, que no del acuerdo, fue, creo, uno de los grandes
logros de la transición.


Ahora, treinta años después he de confesar que echo de menos ese consenso.
En estos treinta años el mundo ha cambiado y el país ha cambiado. Quizás sea
esta la causa de que ciertos elementos de aquél consenso de la transición estén
sometidos a escrutinio. La forma del Estado (la monarquía parlamentaria) y la
estructura de éste (el estado autonómico) están siendo cuestionados en los
últimos años. No es que haya una propuesta formal para cambiar la forma o la
estructura del Estado, o al menos las formulaciones explícitas y expresas de
esta pretensión no han traspasado más que la epidermis de la sociedad y la
política española; pero sí se percibe la duda sobre ambos extremos, duda que
es visible tanto en el discurso político como en los medios de comunicación o
en las conversaciones ante el café del ciudadano común. Es una percepción
subjetiva, pero que no creo que se aleje excesivamente de la realidad. Además,
cuando estamos hablando de consensos casi tan importante como el
contenido del acuerdo es la percepción del mismo. Cuando se aprecia que
existen dudas en el discurso público sobre el mismo gran parte del efecto de
estabilidad que se le presumen se volatiliza.





                                      21

Ciertamente, este debilitamiento del consenso, que a mi personalmente me
preocupa y disgusta, puede ser positivo. El cambio a una situación diferente a
la actual precisa la ruptura del consenso, y para quien esté interesado en llegar
a ese escenario este cuestionamiento será percibido como positivo. No
discuto que esta percepción sea tan valiosa, al menos, como la mía, y no
pretendo que haya elementos objetivos que nos permitan averiguar cuál es
mejor; aquí me limito a ponerlo de relieve para, a continuación, y en otra
entrada, reflexionar mínimamente sobre algunas de las consecuencias de esta
situación.





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Sobre los acuerdos y los consensos (II)
    (25 de agosto de 2007)


    De acuerdo con mi percepción, por tanto, el consenso es la base sobre la
que se pueden construir acuerdos. Los consensos, por tanto, desempeñan un
papel fundamental en cualquier sociedad. En la nuestra, y en las circunstancias
actuales, creo que son especialmente necesarios. Ello es debido a que en los
primeros años del siglo XXI todo el mundo, y también nosotros, los
españoles, debemos ajustar nuestras estructuras sociales y políticas a un
fenómeno de transcendencia multisecular como es la globalización. Una de las
muchas consecuencias de el proceso de integración mundial es la necesidad de
repensar la forma en que se organizan políticamente las sociedades, pues el
Estado, monopolizador del poder público en los últimos siglos, ve su posición
cuestionada.
    Hace unos años tenía la percepción de que España se enfrentaba a este
fenómeno en mejores condiciones que otros países, precisamente por la
existencia de un modelo de Estado descentralizado y flexible. El Estado
autonómico permite diferentes diseños y pruebas que podrían facilitar la
adaptación a las exigencias de la globalización. Me imaginaba un escenario en
el que sería posible discutir abiertamente sobre el papel del Estado, las
Comunidades Autónomas y las corporaciones locales con el objeto de
conseguir un sistema que permitiera satisfacer las necesidades de los
ciudadanos (infraestructuras, seguridad, sanidad, educación...) en un entorno
cada vez más influido por el exterior como es el que nos toca vivir en la era de
la globalización.
    En este sentido, una reforma del Estado autonómico, pensando qué
competencias debería asumir el Estado central, cuáles las Comunidades
Autónomas y la forma en que el Estado debía ejercer una necesaria función de
coordinación, me parecía ineludible para actualizar el modelo que había




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surgido en los años 70. Los puntos que deberían abordarse en ese debate son
muchos, evidentemente, pero aquí destacaré solamente dos, que me parecen
cruciales: la competencia impositiva y la política exterior. En lo que se refiere
al primero mi reflexión es la de que resulta poco coherente que cuando son las
Comunidades Autónomas las que asumen la mayoría del gasto público
(competencias en materia de educación, sanidad, parte de las infraestructuras,
etc.), sea el Estado central el que mantenga un casi monopolio en materia de
ingresos, esto es, impuestos. Una mayor responsabilidad de las Comunidades
Autónomas en materia impositiva me parece ineludible. En el segundo de los
ámbitos, sin embargo, creo que resultaría conveniente fortalecer la posición
del Estado central. La política exterior actual sigue siendo un coto casi cerrado
a los Estados, y, desde mi desconocimiento, tengo la impresión de que flaco
favor se hace a nuestros intereses debilitando la posición exterior de la
diplomacia española. Ahora bien, esto no quita para que esta misma
diplomacia y, en general, la acción exterior del Estado, haya de ser
extraordinariamente cuidadosa con los intereses de todas las Comunidades
Autónomas, debiendo establecerse cauces eficaces para que nuestra política
exterior sea leal a todos los españoles.
    El proceso de reforma de los Estatutos de Autonomía que estamos
experimentando desde hace unos años debería ser el lugar idóneo para que se
produjera esta actualización de la estructura del Estado. Mi impresión, sin
embargo, es la de que este proceso no va por estos derroteros. Más bien se ha
asemejado a un regateo competencial con un déficit claro de reflexión. Las
causas de este fracaso (fracaso para mí, evidentemente, son muchos los que se
muestran satisfechos con lo conseguido) son varias; pero una de ellas creo que
es precisamente la ruptura del consenso a la que me he estado refiriendo. Me
explico: si existiera un auténtico consenso sobre la estructura del Estado, esto
es, si no se discutiera la unidad de España, se podría reformular el sistema
competencial sobre bases objetivas, determinando lo que debe ser estatal o




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autonómico únicamente sobra la base de criterios de eficiciencia y
racionalidad. De existir ese consenso tanto el Estado como las Comunidades
Autónomas partirían de la misma base para, sobre ella construir el acuerdo.
Sucede, sin embargo, que para ciertas fuerzas políticas el proceso de reforma
estatutaria es entendido como una fase más en la consecución del objetivo
final que es la independencia de la Comunidad Autónoma (País Vasco,
Cataluña, Galicia). Desde esta planteamiento cuantas más competencias se
asuman, mejor, siempre mejor, y si esa asunción plantea problemas de eficacia
o no existen recursos para poder ejecutar las acciones que implica la
competencia o, simplemente, se trata de competencias que objetivamente es
mejor no tener (léase, competencia penitenciaria), da igual. Todos estos
problemas son considerados como menores en tanto en cuanto el objetivo
principal es la reivindicación de cuantos ámbitos de poder se pueda.
    Desde la perspectiva del Estado central, en cambio, una vez que se pone
de manifiesto que el objetivo final puede ser la independencia, el proceso de
atribución competencial se examina de una forma cuidadosa. Ahora el
objetivo pasa a ser ceder cuantas menos competencias mejor y, desde luego,
retener aquéllas que resulten más significativas. Cualquier cesión en materia
impositiva será extraordinariamente difícil de conseguir, por ejemplo. El
resultado es que la final el reparto es más fruto del mercadeo que de la
reflexión sin que se lleguen a afrontar los auténticos problemas que afectan a
la organización de los poderes públicos en el mundo complejo en el que nos
toca vivir.
    Se trata, para mí, de un resultado descorazonador, no tanto porque tema
que se pueda llegar finalmente a la pérdida de la unidad del Estado (lo que
desde mi perspectiva tampoco sería una buena noticia), como porque conduce
a un discurso y una reflexión incoherentes. Al perder las bases del
razonamiento, de nuevo el consenso que tanto echo de menos, se produce un
debate deslavazado, lleno de vaguedades y confusiones. Pondré un ejemplo: la




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tan traída y llevada incoherencia del Partido Popular al impugnar ante el
Tribunal Constitucional determinados preceptos del Estatuto de Cataluña que
son idénticos a ciertos preceptos del Estatuto de Andalucía que fue aprobado
con los votos del PP. Aparentemente se trata de una incoherencia que,
además, arrastra otras consigo; pero solamente es tal si nos quedamos en el
discurso más formal. Si se analiza el proceso en la clave que aquí defiendo la
actitud del PP es coherente. En Andalucía ninguna fuerza política significativa
reclama la independencia de la Comunidad, por lo que no existe problema en
que se trasladen ciertas competencias del Estado a la Comunidad y que se
adopte un determinado lenguaje (la famosa nacionalidad histórica). En
Cataluña, en cambio, la situación es diferente; resulta, por tanto, necesario
limitar la ampliación de competencias de una Comunidad Autónoma en la que
muchos desean dar un nuevo paso hacia la independencia lo más pronto que
resulte posible.
    En definitiva, nos encontramos en un cruce de caminos. Yo no digo para
donde debamos tirar, pero no podemos quedarnos indefinidamente aquí, o de
nuevo seremos atropellados por quienes circulan más rápidos y seguros que
nosotros.





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Transporte público
    (13 de octubre de 2007)


    No es en absoluto original quejarse del mal estado del transporte público
en el área metropolitana de Barcelona. Yo mismo lo hago constantemente
desde hace más de diez años. Y no porque los trenes vayan con retraso o
existan averías, que es lo que está sucediendo últimamente, sino porque la
propia infraestructura es absolutamente insuficiente para la magnitud de un
centro como es Barcelona y su entorno. Aquí sí que soy original porque mi
planteamiento es que hay que ir mucho más allá de solventar las ineficiencias
actuales y ampliar aquí o allí alguna línea de metro o de cercanías. Mi
planteamiento es que hay que diseñar un transporte público para el área
metropolitana que sea una alternativa real al automóvil. Este planteamiento
está muy alejado de los discursos oficiales. El otro día lo pude comprobar
cuando en el Suplemento de El País con motivo del aniversario de la edición
para Cataluña de ese periódico se indicaba que el futuro sería que hacia el año
2030 la red de cercanías funcionase como un metro del área metropolitana.
¡Dios mío! ¡En el 2030! ¡Pero si para el 2030 yo ya estaré casi jubilado!
Además, ¿qué entenderán por un metro del área metropolitana? ¿algo así
como lo que son hoy los Ferrocarriles de la Generalitat? No, yo no quiero
algo que funcione "como un metro del área metropolitana". Quiero "un metro
del área metropolitana"; porque sólo este tipo de transporte permitiría que
dejáramos los coches en casa. Hasta que esto no suceda, las llamadas de los
políticos, la Administración y los grupos ecologistas a la utilización del
transporte público no serán más que brindis al sol. Hasta entonces la
culpabilización al ciudadano por no utilizar el transporte público no será más
que un ejercicio de hipocresía.
    Y es que la gente no es tonta. Si el transporte público fuera eficaz ¡vaya si
lo cogeríamos! Lo que sucede es que, actualmente, ocupa más tiempo realizar




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un desplazamiento en transporte público entre dos puntos del área
metropolitana, uno de los cuales no sea Barcelona, que utilizar el automóvil o
la moto. Pondré un ejemplo que padecí el 11 de octubre.
    Tenía que desplazarme desde Granollers hasta la UAB, en Bellaterra. A
las 8:30 inicie mi viaje. No llegué a la UAB hasta las 10:20, incluyendo aquí el
desplazamiento a pie hasta la estación de Granollers y la conexión, también a
pie, entre la estación de cercanías del Paseo de Gracia y la de los Ferrocarriles
de la Generalitat de la calle Provenza. Es cierto que podía haberme
equivocado y no haber optado por la mejor combinación. Es por eso que
antes de escribir esto consulté lo que me proponía la web de Cercanías.
Introduje los datos de mi recorrido y el resultado es que podría estar en la
Estación de la UAB a las 9:59. Como la estación de la RENFE me queda
bastante más lejos de mi destino final en la UAB que la de los Ferrocarriles de
la Generalitat, no encontré ventaja significativa entre la opción que me
proponía la web de RENFE y la que yo había tomado. Algo más de hora y
media para un desplazamiento que en línea recta no son más de veinte
kilómetros.
    El mismo 11 de octubre por la tarde hice el desplazamiento entre
Granollers y la UAB en automóvil. Salí de Granollers a las 16:25 y llegué a la
UAB a las 16:45.
    ¿Alguien en su sano juicio optará por el transporte público en estas
condiciones?





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Lo del tren
    (25 de octubre de 2007)


    Ayer me comentaban que algunas empresas de Barcelona habían decidido
no contratar a quienes vivieran fuera del municipio de Barcelona, aunque se
tratase de núcleos separados por unos pocos kilómetros del centro de la
ciudad. La razón es que con el actual caos en el transporte del área
metropolitana es previsible que tales trabajadores lleguen sistemáticamente
tarde a sus oficinas, talleres o fábricas.
    No se trata de una anécdota. Es el primer síntoma claro de la
fragmentación del área metropolitana. El primer indicio de que corremos el
riesgo de que la "gran Barcelona" quede rota, desde una perspectiva
económica y sociológica, en una docena de núcleos aislados entre sí. De
suceder esto nos encontraríamos ante un escenario que tendría que
preocuparnos.
    Desde hace años vengo comentando que echo en falta una auténtica red
de transporte público del área metropolitana. Las infraestructuras existentes
permiten conectar -más mal que bien, como se está viendo- la periferia con el
centro de la ciudad; pero las conexiones entre puntos diferentes de la periferia
son lamentables (véase, por ejemplo, la experiencia de viajar desde Granollers
hasta Bellaterra que relato en una entrada anterior). Tengo la intuición de que
esta falta de integración perjudica gravemente el desarrollo económico de la
región, pues impide aprovechar todas las ventajas que ofrecería una auténtica
conurbación en la que las empresas, los trabajadores y los consumidores
pudiesen desplazarse, elegir y ofrecer servicios fácilmente en todos los puntos.
Es claro que a mayor integración mayor desarrollo, y es por eso que la falta de
ambición a la hora de plantear la mejora de las infraestructuras de transporte
impide que veamos cuál es nuestro auténtico potencial.
    Ahora bien, en estos momentos estamos asistiendo a los inicios de la fase




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de aislamiento del núcleo del área metropolitana, ya no hablamos de cómo
podemos mejorar lo que tenemos, sino de que corremos el riesgo de hacer
quebrar la situación actual. No se trata sólo de molestias para los usuarios o de
cabreo, sino de un problema con graves consecuencias económicas y sociales.





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El incidente de Chile: tres perspectivas
    (14 de noviembre de 2007)


    Me ha dejado muy preocupado el rifirrafe entre el Rey, Zapatero y
Chávez. Me ha dejado una inquietud que no se acaba de calmar. No por el
incidente en sí, que, aislado, es más inspiración para humoristas y diletantes
comentaristas políticos que otra cosa; sino por lo que denota. Porque denota
algo, aunque no sé muy bien qué (en este caso la hipótesis está más lejos de la
conclusión que en ninguna otra ocasión).
    En primer lugar denota una cierta falta de conocimiento acerca de la
etiqueta y modos de un acto formal como es una conferencia diplomática. El
orden en las palabras y el respeto a los turnos es y ha de ser sagrado. Si existe
una estricta organización de los debates no es por un capricho anacrónico o
por una absurda rigidez, sino, precisamente, para evitar incidentes como el del
otro día. Si alguien está en el uso de la palabra no se le interrumpe como hizo
Chávez; y el que está en el uso de la palabra y es interrumpido no ha de entrar
a dialogar con el provocador, sino que ha de limitarse a reclamar que se
respete su turno, y no dirigiéndose a quien interrumpe, sino al presidente de la
conferencia, solicitando su amparo. Hasta que el silencio no se haga de nuevo
debe permanecer callado, dejando que quien pretende reventar el diálogo se
retrate solo. Se trata de cuestiones que son bastante evidentes y me sorprende
que en una reunión en la que se encuentran jefes de Estado y jefes de
Gobierno haya podido pasar algo así ¿dónde se han formado quienes nos
dirigen para que resulten incapaces de gestionar un conflicto tan inocuo como
el que se planteó el otro día? Y este reproche va dirigido tanto a quienes
intervinieron en el rifirrafe como a la presidenta de la conferencia, que no
supo evitar que se desarrollara una situación tan poco elegante.
    En segundo lugar, denota que nos encontramos ante una nueva quiebra
de consensos fundamentales. En una entrada anterior me quejaba del




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debilitamiento de ciertos consensos en España. Ahora se puede comprobar
que este progresivo cuestionamiento de ciertas reglas básicas se extiende
también a la esfera internacional. Los escasos minutos que duró el
enfrentamiento entre Chávez, Zapatero y el Rey fueron fuente de varias
situaciones insólitas en el ámbito diplomático. De hecho, el incidente, con la
retirada posterior del Rey durante la intervención de Daniel Ortega fue
calificado como un hecho "sin precedentes", y últimamente no son pocas las
veces en que alguna situación tiene el "honor" de recibir este calificativo. Creo
que no es una casualidad, sino muestra de que estamos abandonando a
velocidad de vértigo el marco tradicional de las relaciones internacionales.
Como no sabemos a dónde nos dirigimos y soy timorato la percepción de este
movimiento acelerado hacia lo desconocido me produce cierta inquietud.
    En tercer lugar, y es, para mí, lo menos importante, puesto que es lo más
coyuntural; muestra que las relaciones entre España y los países Latino
americanos están cambiando. Existe una tensión entre diferentes formas de
entender la forma en que ha de dirigirse el desarrollo de estos países, y en esta
ocasión el debate coge (y aquí empleo la expresión en el doble sentido que
tiene a ambos lados del Atlántico) a España en medio. Es lógico. En los
últimos veinte años el papel de España y de las empresas españolas se ha
hecho más relevante; ahora España es un agente que tiene cierta capacidad de
influencia, tanto política como económica. En este último aspecto las
empresas españolas se han instalado en muchos países latino americanos y,
por lo que me cuentan, no en todos los casos su ejecutoria ha sido ejemplar.
Incluso sin tener esto último en cuenta, y con que simplemente se comporten
allí como se comportan aquí, es fácil entender ciertos ataques de ira. En
España también nos quejamos de las comisiones de los bancos, de lo mal que
funcionan las compañías eléctricas y de las tácticas que utilizan las compañías
telefónicas; pero aquí no podemos recurrir a echarle la culpa a otro país; al
otro lado del Atlántico sí que tienen ese recurso.




                                      32

En definitiva, ignorancia, incertidumbre e ira. Y encima no acabo de
entender las claves de la situación ¿se entiende por qué estoy preocupado?





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La Unión Europea y los tópicos
    (21 de enero de 2008)


    Casi me caigo de la silla. Hace un momento estaba curioseando en la
página web de la Unión Europea (europa.eu) y allí encontré un rincón que se
denomina "La UE en breve". Entre otras cosas incluye una pequeña nota
sobre cada uno de los países de la Unión y sus datos básicos (extensión,
población, bandera...). Por curiosidad entro en el apartado que se dedica a
España y allí leo lo siguiente "los principales sectores económicos de España
son la agricultura (especialmente frutas y hortalizas, aceite de oliva y vino), la
pesca, la industria textil y automovilística y el turismo". Me froto los ojos y
agarro la última edición del "Pocket World in Figures" que publica The
Economist. Allí compruebo que en el producto interior bruto español la
agricultura tiene un peso del 4,1%, la industria de un 29,2% y los servicios de
un 66,8%. Es lo lógico. Hace ya tiempo que España dejó de ser un país
subdesarrollado o en vías de desarrollo y en los países desarrollados el peso de
la agricultura en la economía es reducido, siendo el sector servicios el que más
aporta al PIB. Así sucede también en Alemania, Francia, Italia, Portugal... en
fin, en cualquiera de los países con los que nos equiparamos.
    ¿Cómo puede ser, entonces, que la página oficial de la UE cometa un desliz
como éste? No lo acabo de entender, aunque leyendo lo que allí se escribe
sobre otros países quizás pueda aventurar una hipótesis. De acuerdo con la
UE, España es un país agrícola, mientras que Alemania "es la tercera
economía del Mundo: produce automóviles, aparatos de precisión, equipos
electrónicos y de telecomunicaciones, productos químicos y farmacéuticos, y
mucho más (sic.) y Francia posee "una economía industrial avanzada y un
sector agrícola eficiente". Bien, se trata en cualquier caso de descripciones
inexactas, pues tanto en Alemania como en Francia el sector servicios es
mucho más importante que el sector industrial; pero lo que me preocupa es lo




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que hay detrás de la redacción, y que no es otra cosa que un claro respaldo a
los tópicos más rancios. Los alemanes son industriosos y desarrollados,
Francia es también un país industrializado, pero mantiene aún un importante
sector agrícola, que hay que calificar de "eficiente", supongo que para no
confundirlo con el sector equivalente de países "menos desarrollados"; y
España es una nación eminentemente agrícola. En el caso de Portugal no hay
ninguna mención a su economía (¿será que para los burócratas de Bruselas no
existe la economía portuguesa?).
    Sorprende esta defensa de los tópicos en una institución como la Unión
Europea; pero que nadie piense que es inocente. La Unión Europea no es más
que un club de Estados, y cada uno intenta tomar posiciones en beneficio
propio. La imagen que se tenga del país que uno representa o del que procede
es más importante de lo que pudiera pensarse. Cuidado con estas
imprecisiones aparentemente ingenuas, porque no son más que la superficie
de un mar oscuro y peligroso.
    Además, el tópico contribuye a la separación, al aislamiento. Quien se
instala en el tópico se negará a interpretar la realidad de una manera diferente
a la que le marca el tópico. El tópico no es más que un prejuicio y como tal
contribuye a la ignorancia y profundiza en el desconocimiento. Si queremos
construir Europa desterremos los tópicos y, ¡por favor! que la Unión Europea
dé ejemplo.





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La energía nuclear
    (24 de febrero de 2008)


    Acabo de leer la noticia de que Argentina y Brasil construirán
conjuntamente un reactor nuclear. Hace unos años Renault, el equipo de
Fórmula 1, diseñó un motor “revolucionario” en el que los cilindros estaban
colocados en un ángulo muy abierto. Se pretendía bajar el centro de gravedad
del coche para mejorar sus prestaciones. Tras varios años Renault abandonó
este motor y volvió a la colocación tradicional de los cilindros. Flavio Briatore
dijo entonces que si nadie había copiado la idea de Renault es que ésta era
mala. Dos años más tarde Fernando Alonso y Renault ganaban el campeonato
del Mundo de Formula 1. La moraleja es que tenemos que fijarnos en lo que
hacen los demás. Mi profesor de autoescuela me decía: “si ves que otro coche
frena no pienses que se ha equivocado, piensa que debe haber una razón para
que frene, aunque tú no la veas en ese momento”. Siempre he tenido muy
presente esa enseñanza para todo. Es por eso por lo que me preocupa que
ahora que todo el Mundo se está poniendo las pilas con la energía nuclear,
nosotros, los españoles, estemos en vías de abandonar las centrales nucleares.
Me parece haber leído que el programa del PSOE incluye la propuesta de ir
cerrándolas a medida que concluyan su vida. No soy físico ni ingeniero, ni
ecologista ni lo contrario; pero me sorprende que cuando la Comunidad
Europea propone estudiar la forma en que la energía nuclear puede ayudar a
disminuir la dependencia exterior energética de nuestro continente; cuando
rusos y franceses se disputan la construcción de centrales en el norte de África
y cuando los países se unen para conseguir esta forma de energía, nosotros
estemos abandonando, prácticamente sin debate, la energía nuclear. ¿Estamos
haciendo lo correcto?





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¿Representa el Congreso a los españoles?
    (12 de marzo de 2008)


    Legal y constitucionalmente la respuesta es sí. Ahora bien ¿realmente el
Congreso es una representación, una maqueta de la sociedad española? La
respuesta es no, evidentemente, y sería ingenuo pretenderlo, pues no existe
forma de que 350 personas representen fielmente a más de 40 millones. Esto
es cierto, pero en este intento de que el sentir del Congreso se acerque a lo
que sería el sentir de ese cuerpo ideal que es la Nación las cosas se pueden
hacer mejor o peor. Actualmente el sistema electoral que tenemos no permite
que las cosas resulten demasidado bien. En "El País" se publica un gráfico
donde se muestra cómo sería el congreso proporcional y el coste comparativo
de los votos que es suficientemente significativo. Yo me creo más el Congreso
proporcional, con 14 escaños de Izquierda Unida y 4 de UPD que lo que ha
resultado tras las elecciones del domingo.
    ¿Dónde están representados en el Congreso los casi un millón de votantes
de Izquierda Unida? ¿Cómo es posible que ese millón de personas tengan una
representación tres veces menor que los 300.000 votantes del PNV?
Evidentemente son preguntas retóricas, la razón es conocida por cualquier
estudiante de primero de Derecho y no es cuestión de detallarla aquí porque el
propósito de mi pregunta no es más que reclamar, individual, modestamente,
pero convencido de que no soy el único que piensa así, la reforma del sistema
electoral para que sirva más fielmente a su propósito: conseguir que las Cortes
representen la voluntad popular.
    (y que conste que no he votado ni a IU ni a UPD, pero es que hay cosas
que tienen que estar por encima de las inclinaciones personales).





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España sí se rompe
    (12 de marzo de 2008)


    No hace falta ser médico o ver House cada martes para saber que una de
las formas más rápidas de llenar los cementerios es confundir el síntoma con
la enfermedad. "Doctor, tengo fiebre". "No se preocupe que ahora mismo se
la quito". Ibuprofeno en vena y otra vez treinta y seis grados y medio.
Mientras tanto, la infección va tranquilamente necrosando los pulmones y el
enfermo se muere sin saber siquiera que le está pasando. "Pero si ya no tengo
fiebre". Fueron sus últimas palabras.
    Con la tan manida ruptura de España pasa algo parecido. A raíz de unas
reformas estatutarias una parte de la opinión pública, de los medios de
comunicación y de los políticos ha mantenido un discurso alarmista que ha
jugado con la idea de que la ruptura de España está próxima. Mi
planteamiento, ya lo adelanto, es de que sí que existe una tendencia a la
disgregación que conviene analizar; pero dicha tendencia no puede
identificarse con el proceso de cambio de los Estatutos de Autonomía que
hemos vivido en los últimos años ni puede limitarse en el análisis a vaivenes
políticos coyunturales. Estos fenómenos son síntomas nada más de una fuerza
de mayor calado. Solamente deteniéndose en "la enfermedad" y no en los
síntomas podremos llegar a la cura. Aunque también adelanto que, quizás
después del análisis lleguemos a la conclusión de que en realidad no se trata de
una enfermedad. "Doctor, me encuentro muy mal, mareada, somnolienta, con
poca energía ¿qué me pasa?". "Pues que está usted embarazada, señora".
    Como decía, existe una tendencia a la disgregación. No solamente en
España, las tensiones descentralizadoras o directamente secesionistas afecta a
una pluralidad de países. Se pueden citar los ejemplos, claros, de la Unión
Soviética, Checoslovaquia y Yugoslavia; pero tampoco pueden desconocerse
las tensiones que se vivieron en Italia en los años 90 y la demanda de mayor




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autonomía en Escocia, dentro del Reino Unido; aparte del propio caso
español, claro. Se trata de una tendencia que, curiosamente, se vincula, al
menos en parte, con la globalización. Sí, sí, con la globalización. Ya sé que
puede resultar curioso y que muchos recurren al machacón discurso de "en
estos tiempos de unidad en Europa y en el Mundo los nacionalismos
desintegradores son cosa del pasado", etc.; pero lo cierto es que ese
transcendental fenómeno de integración mundial lleva ínsitos mecanismos que
favorecen la descentralización e, incluso, la fragmentación de los Estados.
Aquí no me puedo detener en el desarrollo de este tema, pero para quien esté
interesado recomiendo la lectura de M. Castells, La era de la información, vol. II,
Madrid, Alianza Editorial, 3ª ed. 2001, pp. 300-301.
    Así pues, nos encontramos ante una tendencia generalizada a la
descentralización que, en el caso de España presenta caracteres singulares, tal
como vamos a ver a continuación. En primer lugar, esta tendencia, propia del
fin del siglo XX se encuentra en España con una estructura política
descentralizada fruto del Estado de las Autonomías. El Estado autonómico
que diseña la Constitución de 1978 no es un producto de esta tendencia, sino
que su explicación se encuentra en la Historia de España; pero lo cierto es que
cuando se dan las circunstancias globales que cuestionan las estructuras
centralistas, en nuestro país se encuentran con un armazón político y
administrativo que les ofrece un extraordinario caldo de cultivo. El resultado
es que en pocos años la estructura del país se ha visto profundamente
transformada. En la actualidad las Comunidades Autónomas juegan un papel
en la vida diaria de las personas muy superior al que tiene el Estado central. Y
la transformación ha sido muy rápida. No hace mucho, cuando era alumno
universitario, recuerdo una conferencia del entonces presidente del Principado
de Asturias, Pedro de Silva, en la que justificaba la existencia de la Comunidad
Autónoma en la elaboración de informes que se elevaban a Madrid, donde se
encontraba el auténtico poder de decisión. Ahora las Comunidades




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Autónomas gestionan educación, sanidad, universidades, parte de las
infraestructuras y un largo etcétera de cuestiones de importancia capital. El
resultado es que las redes de poder ya no son centrales, sino que la red central
ha de convivir con las que se han creado en torno a las estructuras
autonómicas. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero no creo que sea
necesario, puesto que es una realidad fácilmente constatable. Solamente la
rémora de muchos siglos de centralismo explican que la realidad no sea aún
vista así por gran parte de la población, que piensa que son más importantes
las elecciones generales que las de su Comunidad Autónoma, cuando ya no es
así, al menos si la importancia la medimos por la incidencia en la vida de los
individuos.
    La transformación de las estructuras de poder en España consecuencia de
la descentralización supone un riesgo (o una posibilidad, según se mire) real
de fragmentación del Estado. No tendría que ser necesariamente así, pues los
Estados federales existen y en muchos de ellos no se plantea, al menos de
momento, ninguna secesión; pero en el caso de España se ha de añadir otro
factor, que es el de la históricamente insuficiente consolidación del Estado.
Me explico. El Estado-nación es, evidentemente un invento, y además un
invento reciente, que data de la Edad Moderna. No es la única estructura
posible para la articulación de las sociedades y, de hecho, ha sido un producto
específico de Europa occidental. Sucede, sin embargo, que ha sido un
producto extraordinariamente útil en los últimos tres siglos, hasta el punto de
que una de las claves del predominio de Europa en la Edad Moderna ha de
encontrarse en el Estado-nación. La estructuración de la sociedad en torno a
un poder político que aglutinaba capacidad de incidencia en la política
económica y poder militar fue un factor decisivo en la pujanza de Occidente.
Esta nueva estructura política necesitaba legitimación, y ahí la idea de Nación
fue útil. La construcción intelectual de la nación y su expansión, sobre todo a
través de la educación pública a partir del siglo XIX fue un elemento esencial




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en la consolidación del Estado (sobre esto puede leerse Los orígenes del Mundo
moderno, libro escrito por R.B. Marks y publicado en España por Crítica en el
año 2007, esp. pp. 207 y ss.). Pues bien, en el caso de España esta
construcción intelectual del Estado no llegó a concluirse. Las razones para ello
se me escapan. Supongo que existirán estudios sobre el particular, pero yo no
he llegado a ellos; es por eso que sólo puedo especular. Quizás las guerras
carlistas hicieron daño en un momento clave para esta construcción, quizá la
coincidencia de ese momento clave (siglo XIX) con una época de crisis en
España (pérdida de las colonias americanas, pronunciamientos militares...). No
lo sé, pero lo cierto es que España como Estado no llegó a consolidarse
plenamente desde un punto de vista intelectual. Como un pastel que sacas del
horno antes de tiempo si se me permite el símil.
    Y ante esto ¿cuál es la situación? El tema de la falta de asunción de la idea
de Nación en el Estado español creo que puede llegar a ser importante, sobre
todo si tenemos en cuenta que en algunas Comunidades Autónomas sí se ha
venido tomando en serio esta idea de construcción intelectual de la Nación
(en este caso ya no española, sino vasca, catalana o gallega). Los recursos que
pusieron en marcha los Estados en el siglo XIX (educación, intelectualidad)
son ahora utilizados por las estructuras de poder descentralizado para
construir un referente ideológico y sentimental que dé cobertura a la
estructura política periférica ya existente. En estas circunstancias la
profundización en la separación entre estas estructuras y el Estado central es
una tendencia que se sobrepone, como adelantaba al comienzo a vaivenes
políticos coyunturales o a reformas estatutarias que tienen mucho de bandera
y símbolo.
    Hasta aquí la descripción de lo que hay tal como yo lo veo. No me
manifiesto ni a favor ni en contra, sólo pretendo hacer el diagnóstico de la
situación, que para algunos será enfermedad y para otros oportunidad. Sea
como sea, tómese como se tome, lo que sí que creo es que un fenómeno tan




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interesante, complejo e importante como es esta tensión entre globalización y
descentralización debe abordarse con seriedad, huyendo de maniqueismos y
teniendo como objetivo llegar a las soluciones que sean mejores para los
ciudadanos. Nos jugamos mucho.





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La reforma del sistema electoral
    (22 de marzo de 2008)


    Tras las elecciones del 9 de marzo unos cuantos (no sé si muchos) han
comenzado a agitar la bandera del cambio del sistema electoral. El argumento
para ello es que con el actual sistema puede ser que quien tenga más votos no
tenga más escaños. Así, por ejemplo, en las últimas elecciones IU obtuvo
963.000 votos que se tradujeron en 2 escaños; el PNV, con 303.000 votos
llegó a los 6 escaños y UPD, con algún voto más que el PNV, se quedó en 1
escaño. En el instituto no era del todo malo en matemáticas; pero estos
números cuestan de entender:


    963.000 votos = 2 escaños;
    303.000 votos = 6 escaños;
    303.000 votos = 1 escaño.


    A partir de aquí, venga Dios y lo vea.


    Una situación tan estrambótica es de difícil digestión. Sobre todo cuando
llevamos no se cuanto tiempo oyendo lo de la importancia de ir a votar, el
valor de la democracia, cada persona un voto y que gane el que tenga más
votos y cosas así... Ante todo esto no es extraño que a través de los medios de
los que se dipone (blogs, sobre todo) algunos "ciudadanos de a pie" hayan
mostrado su malestar por la situación. Este malestar se une al de la gran
perjudicada por el sistema electoral, que es IU, quien ya ha iniciado una
campaña de firmas para pedir que se modifique el sistema electoral. El link
para poder firmar la petición es el siguiente:


    http://www1.izquierda-unida.es./leyelectoral.htm




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Ya son varios los análisis realizados sobre la situación, y circula una
propuesta de la Universidad de Granada para mejorar la proporcionalidad del
sistema electoral; esto es, que el número de diputados se corresponda con la
proporción de votos obtenidos en mayor medida que lo que sucede en la
actualidad. En La Comunidad de blogs de "El País" existen varias entradas y
comentarios sobre el tema. El debate se cifra en si es posible conseguir una
mejora del sistema electoral en el sentido apuntado mediante una mera
modificación de la Ley Electoral o es preciso cambiar la Constitución, y
también si el responsable de esta situación es el sistema D'Hondt por el que se
realiza en nuestro país la atribución de escaños, o el que la circunscripción
electoral sea la provincia.
    Mi posición sobre este tema es que la clave del problema está en la
circunscripción provincial. El sistema D'Hondt de atribución de escaños
respeta la proporcionalidad, y si se proyectase sobre una única circunscripción
los resultados serían aceptables. Así, en las últimas elecciones generales la
utilización del sistema D'Hondt sobre los votos emitidos, contando España
como una única circunscripción, daría los siguientes resultados:


    PSOE: 161 escaños
    PP: 147 escaños
    IU: 14 escaños
    CiU: 11 escaños
    UPD: 4 escaños
    PNV: 4 escaños
    ERC: 4 escaños
    BNG: 3 escaños
    CC: 2 escaños





                                     44

El reparto de escaños se ajustaría bastante a la proporción de votos
obtenido por cada lista electoral. Así pues, la solución para las deficiencias del
actual sistema electoral pasa por sustituir las circunscripciones provinciales
por una sóla circunscripción nacional para las elecciones al Congreso. Ahora
bien, este cambio no puede hacerse sin modificar la Constitución, que en su
art. 68 es muy clara a este respecto, estableciendo como circunscripciones
electorales las provincias, Ceuta y Melilla. No cabe en el actual texto
constitucional una circunscripción nacional para las elecciones al Congreso.
    El hecho de que se tenga que reformar la Constitución para llegar al
resultado deseado, un sistema electoral más justo, puede parecer a primera
vista un inconveniente, pues la reforma de la Constitución exige un trámite
más complejo que la reforma de una Ley; ahora bien, también presenta una
ventaja y es la de que tal reforma, de llevarse a cabo, podría aprovecharse para
trasladar este principio de mayor justicia y proporcionalidad a las elecciones
autonómicas, ya que las deficiencias que se derivan de un sistema electoral
basado en la provincia se proyectan también sobre las elecciones a los
Parlamentos de las Comunidades Autónomas. Ciertamente, es probable que
aquí los cambios que se derivaran del paso de la circunscripción provincial a la
autonómica no fuesen tan significativos como lo son a nivel estatal; pero no
dejarían de darse. Me he entretenido en proyectar los resultados de las últimas
elecciones en Cataluña a una circunscripción única para toda Cataluña y el
resultado es el siguiente:


    Composición actual del Parlamento de Cataluña:


    CiU: 48 escaños
    PSC: 37 escaños
    ERC: 21 escaños
    PP: 14 escaños




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IC: 12 escaños
    C's: 3 escaños


    Con una única circunscripción para toda Cataluña y con los resultados
obtenidos por las distintas listas en el año 2006 la composición del Parlamento
de Cataluña sería la siguiente:


    CiU: 45 escaños
    PSC: 38 escaños
    ERC: 20 escaños
    PP: 15 escaños
    IC: 13 escaños
    C's: 4 escaños


    No es mucho, pero es algo, y sobre todo, se consigue que ningún
ciudadano piense que su voto se pierde o que vale menos que el voto de quien
vive en otro sitio. ¿No es lógico que si las elecciones son al Congreso de
España la circunscripción sea España y si las elecciones son al Parlamento de
Cataluña la circunscripción haya de ser Cataluña? Creo que la carga de la
prueba corresponde a quien mantenga lo contrario.





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El 2 de mayo
    (3 de mayo de 2008)


    Uno de los tópicos que más me repatean es el de "la tenebrosa Edad
Media". Es difícil encontrar a alguien que no vea cualquiera de los siglos que
hemos dado en catalogar con ese curioso nombre como una época de
barbarie, oscura, cruel y salvaje. Una noche oscura antes del amanecer que
supuso el Renacimiento. Resulta curiosa esa visión de un tiempo en el que se
desarrollaron las ciudades, se inventaron las gafas y el molino de agua, se
crearon las Universidades y se escribieron obras tan luminosas como la Divina
Comedia. Pero no es este el punto en el que me quería detener hoy, sino en el
presunto "salvajismo" de aquellos años, de aquella época cruel frente a la que
se yergue nuestra civilizada modernidad.
    No sé yo si esa visión simplista responde a la realidad, o al menos a toda
la realidad. Hay un elemento, al menos, que nos puede hacer dudar sobre la
verdad del tópico, y es el de la forma en que se desarrollaba la guerra entonces
y la evolución que ha seguido desde aquella época hasta nuestros días. En la
Edad Media la guerra estaba, generalmente, reservada a grupos pequeños,
especializados en el arte de matar que se enfrentaban entre sí. Es cierto que
cuando alguno de estos grupos se desmandaba la indefensa población del
campo o de las ciudades podía ser objeto de sus iras o abusos; pero tales
sucesos no dejaban de ser una "patología del sistema", que se basaba en la idea
de que las disputas entre territorios y naciones (permítaseme el anacronismo
del término) se ventilaban mediante el enfrentamiento de un grupo reducido
de caballeros y soldados. Hasta tal punto estaba este planteamiento
desarrollado, que en algún caso, preparados ya dos ejércitos en el campo de
batalla, se decidía que la contienda se resolviera mediante enfrentamiento
singular entre un caballero escogido de cada uno de los ejércitos. ¡Qué
magnífico ejemplo de ahorro de vidas y esfuerzos! El vencedor era dueño del




                                     47

campo y el ejército del derrotado se retiraba como si realmente le hubiesen
vencido.
    Cuando llega la Edad Moderna la cosa cambia un poco. En esa época
cada país elegía unos representantes, unos cuantos miles, a los que disfrazaba
de forma graciosa y enviaba al campo de batalla. Allí esos representantes de la
nación se enfrentaban a los representantes, también ridículamente vestidos, de
la nación enemiga y en el curso de una batalla -que normalmente no duraba
más de un día- se decidía quien ganaba la guerra. El país de los soldados que
habían sido derrotados se sometía al que había vencido y las cosas seguían
más o menos igual en uno y otro.
    Así estaban las cosas cuando a principios del siglo XIX algo cambió.
Primero en España y luego en Rusia la gente normal y corriente -no los
representantes disfrazados del pueblo- decidieron rebelarse contra la
costumbre que establecía que el vencedor de la batalla era el dueño del país.
Tolstoi, en Guerra y Paz desarrolla este argumento mucho mejor que lo estoy
haciendo yo y allí remito a quien esté interesado en el tema. Surgía así la
guerra total, en la que cualquiera puede ser un soldado (ahí está Agustina de
Aragón) o sufrir los desastres de la guerra en su propia casa (véanse los
horrorosos bombardeos de Londres primero y de las ciudades alemanas
después durante la Segunda Gurra Mundial).
    Así pues, el avance en la civilización ha supuesto que lo que era un asunto
de una minoría, la guerra, sea cuestión que afecte directamente a toda la
población. ¿Era realmente la Edad Media más salvaje que nuestra época
actual?
    ¡Ah! y ya se me olvidaba. El título de este post es el 2 de mayo, porque, de
acuerdo con lo que acabo de explicar, mi duda es la de si el 2 de mayo es una
fecha que debemos recordar con orgullo o, por el contrario, lamentarnos de
que por no sé que orgullo, furia o desatino, decidiéramos en aquel momento
destrozar nuestro país en una guerra de seis años que podríamos habernos




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ahorrado de la misma forma que lo hicieron Holanda, los diferentes Estados
de Alemania o de Italia o Polonia, países que, en aquel momento, prefirieron
acogerse a la vieja regla de acuerdo con la cual una vez que se había perdido la
batalla campesinos, comerciantes e industriales podían seguir con su vida de
siempre, aunque fuera bajo otra bandera.





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Lo que opinan los expertos
    (8 de junio de 2008)




    Leído en la p. 37 del suplemento de Negocios de El País publicado hoy, 8
de junio:
    "El Euríbor a 12 meses está por encima del 5,4%. Cómo evolucionará en
los próximos meses es un misterio: a decir de los expertos puede mantenerse,
bajar a final de año o simplemente subir (el BCE acaba de abrir de nuevo esta
posibilidad) si arrecian los problemas de inflación."
    Nunca había pensado que era tan fácil ser un experto en Economía.
Resulta que los expertos nos dicen que el Euribor puede "mantenerse, bajar a
final de año o simplemente subir". Pues hasta ahí llegaba yo; esta claro -por
mera lógica- que las únicas tres posibilidades que hay son que se mantenga,
suba o baje. Mérito tendría encontrar una cuarta posibilidad. Esta cuarta
posibilidad es la que a mí no se me ocurre; pero las tres anteriores no creo que
tengan duda. A mi lo que me gustaría es que alguien me dijera cuál de esas tres
posibilidades se convertirá en realidad, o, al menos, cuál se puede descartar.
Ahí sí que veo mérito; pero vamos, perder dos líneas de periódico en decir
que el Euribor o se mantendrá o subirá o bajará me parece un desperdicio.
Pero, espera... a lo mejor no es que sea sólo cosa de El País, a lo mejor es que
hay sesudos informes económicos de docenas de páginas, llenos de gráficos y
ecuaciones que llegan a la misma conclusión: "después de haber proyectado
sobre la situación actual las ecuaciones de Heinz - Kelvin; y teniendo en
cuenta los distintos escenarios posibles a partir de los métodos estadísticos
estándar podemos concluir que, con un margen de error inferior al 5% el
Euribor se mantendrá en los niveles actuales, salvo que se produzca un
descenso no inmediato del indicador o, en función de la política monetaria del
BCE, asistamos a un incremento progresivo de los intereses interbancarios."




                                      50

La verdad es que estoy un poco cansado de las previsiones de los
economistas. Acabo, por curiosidad, de comprobar la previsión que realizó el
FMI en septiembre de 2006 sobre la inflación en España en el año 2007. La
previsión del FMI fue del 3,4% (El País, 14 de septiembre de 2006). La
realidad es que la inflación en España en el año 2007 fue del 4,2%
(http://www.ine.es/daco/daco42/daco421/ipc1207.pdf). El error puede
parece pequeño (0.8%); pero en realidad es grande. Es el mismo que tendría
quien al redactar un presupuesto fija el coste de la obra en 34000 € y luego
resulta que el coste real es de 42000 €. El porcentaje de error del contratista
del ejemplo y del FMI es el mismo, un 23%.
    Me gustaría seguir buscando ejemplos de previsiones económicas y
contrastarlos con lo que luego pasó en realidad; pero ahora me empieza a
doler la cabeza y creo que voy a dejarlo. Como muestra creo que vale.





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Pensamiento crítico, pensamiento dogmático
    (6 de agosto de 2008)


    Estoy un tanto preocupado. Hablaba el otro día con un chico de quince
años (tercero de la ESO), y me comentaba que en el Instituto habían dedicado
una semana al tema del cambio climático. Les habían pasado la película de Al
Gore, les habían comentado los peligros del calentamiento global, las
emisiones de dióxido de carbono, los males de la energía nuclear y las
bondades de las energías solar y eólica. Le pregunté si les habían hablado de
aquellas teorías científicas que sostienes que el calentamiento global no es
responsabilidad del hombre, sino un fenómeno "natural". Me miró
extrañadísimo y me dijo que no. Le pregunté si les habían comentado aquellas
posiciones que mantienen que el cambio climático es irreversible y que,
hagamos lo que hagamos, nos enfrentamos, al cabo de unas pocas décadas, a
una crisis medioambiental de grandes dimensiones. Me dijo que tampoco les
habían explicado nada de eso. En resumen, no les habían dicho nada que se
apartara del pensamiento políticamente correcto: existe un problema
medioambiental causado por el hombre y existen maneras de reconducir la
situación; para ello debemos reducir las emisiones de dióxido de carbono,
eliminar las centrales nucleares y echarnos en los brazos de las energías
"limpias".
    Yo no es que defienda las teorías que sostienen que el cambio climático
no es obra del hombre, ni tampoco aquéllas que mantienen que el cambio es
irreversible; tampoco puedo defender la tesis mayoritariamente reconocida
pues no soy científico, no conozco el tema y carezco, por tanto, de
argumentos para poder tener opinión fundada sobre el asunto. Me sorprendió,
sin embargo, que mi interlocutor de quince años lo tuviera tan claro. Cuando
le apuntaba -en plan abogado del diablo- que había habido otras etapas cálidas
en la Tierra y le ponía el ejemplo de la colonización de Groenlandia entre los




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siglos XI y XV me decía que eso no implicaba nada y que estaba claro que la
acción del hombre era clave en el cambio climático y añadía que los que
sostuvieran otra cosa mentían. Después de varios intentos de hacer tambalear
su fé me acabó diciendo que si es verdad que había tantas dudas, mejor que la
gente no lo supiera porque podrían dejar de hacer lo que tienen que hacer
(ahorrar combustible, manifestarse contra las nucleares, consumir solamente
papel reciclado, etc.).
    Llegados a este punto lo que menos me importaba ya era el cambio
climático (aunque sea un tema importante) sino la forma en que se está
educando a los jóvenes. En vez de potenciar el pensamiento crítico, el debate
y el intercambio de ideas se parte del adoctrinamiento a través de eslóganes
fáciles de recordar. Lo que he contado es una anécdota, por supuesto, pero
me llegan más indicios en este sentido, indicios de que las nuevas generaciones
están llenas de seguridades asentadas en el vacío y que carecen de la capacidad
de pensar críticamente, cuestionar el pensamiento dominante y sacar sus
propias conclusiones.
    Es un mal generalizado. Muchas veces se critica la falta de profundidad
del discurso político, la falta de matices en los debates, la falta de ideas más
allá de los tópicos. Mi impresión es que la educación profundiza en este
carencia. Estoy sorprendido por ello, sorprendido y preocupado.





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Lo de Bombay
    (12 de diciembre de 2008)


    Se queja en El País Ignasi Guardans, eurodiputado español presente en
Bombay durante los últimos atentados, de que en medio de la crisis que
padecía la ciudad, los ciudadanos europeos volvían a ser españoles, franceses,
italianos o polacos. Las representaciones diplomáticas en la India de los
Estados de la Unión velaban sólo por la vuelta "de los suyos", sin preocuparse
de la suerte del resto de ciudadanos europeos.
    No me sorprende, la verdad, y además es coherente con lo que ya he
dicho en otras entradas: la política exterior europea tiene que ser algo
diferente de la coordinación (imposible) de las políticas exteriores de los
Estados miembros. Mientras no exista un Ministro de Asuntos Exteriores
europeo (y un Ministro de Defensa) con legitimidad autónoma, presupuesto
autónomo     e   infraestructura   propia   no   podemos    esperar   que   las
representaciones diplomáticas de los Estados miembros actúen de forma
diferente a como lo hacen.
    En definitiva, la política exterior europea debe sumarse a las políticas
exteriores de los Estados miembros; pero sin sustituirlas y sin conformarse
con ser una mera puesta en común o coordinación de las políticas nacionales.
La crisis de Bombay es el último ejemplo de lo inútil que resulta continuar por
esta vía.





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No es el mejor día…
    (24 de diciembre de 2008)


    Leo en el blog de Eduardo Rojo (http://eduardorojoblog.blogspot.com/)
que hoy, día de Nochebuena, hoy precisamente se publica en el Diario Oficial
de la Unión Europea la Directiva de Retorno. De la Directiva de Retorno se
habló hace unos meses, levantó una cierta polvareda y, luego, fue enterrada
bajo esa misma polvareda para ser aprobada de una manera poco ruidosa. Se
trata de una norma de la Unión Europea (permítaseme ser poco preciso en
este punto) que habilita a los Estados miembros para que regulen las vías de
retorno de los nacionales de terceros países (esto es, nacionales de países que
no sean miembros de la Unión Europea) que se encuentren en situación
irregular en el territorio comunitario.
    Es casi un sarcasmo que un día como hoy, en que todos son buenas
palabras: amor, fraternidad, etc., por tópicas y vacías que puedan ser; se
aproveche para hacer oficial una norma que muestra de nuestra falta de
voluntad de acogimiento hacia aquellos que pretenden una vida mejor para
ellos y sus familias, una norma que hace oficial la fortaleza europea -vivamos
nosotros felices y allá con lo que les pase a los que se encuentran fuera de
nuestros muros- una norma que permite que una persona que no ha cometido
ningún delito esté en prisión (internada dice la norma, con cínica expresión)
hasta dieciocho meses.
    No es esta la vía de hacer una Europa justa; pero tampoco es la vía de
hacer una Europa fuerte. Los países que históricamente han sido fuertes lo
han sido porque han sido foco de atracción y de integración. La inmigración
es una tremenda oportunidad para Europa y satanizándola no solamente
hacemos un flaco favor al resto del Mundo, sino también a nosotros mismos.

    Paz y Amor para todos. Felices Fiestas.




                                         55

Pensamiento único, pensamiento corporativo
    (26 de diciembre de 2008)


    La justicia es, sobre todo, cosa de papeles. Demandas, providencias,
autos,   recursos,   incidentes,   ejecutorias,   certificados,   mandamientos,
interlocutorias, rogatorias... un sinfín de documentos que cumplen una
función precisa: garantizar que todo el inmenso poder coactivo del Estado no
se ponga en marcha más que cuando es justo, cuando es adecuado; y es
necesario que sea así. La justicia puede quitártelo casi todo. En España no la
vida, pero sí la libertad, tu casa, tu dinero, la posibilidad de ver a tu hijo...
Nadie es tan poderoso en España como el Estado y la manifestación última
del Estado es la administración de justicia; porque ella es la que tiene la última
palabra en todo litigio, toda disputa, incluso en toda sanción que pueda dictar
una administración cualquiera.
    Desde hace siglos existe conciencia de que ese inmenso poder debe
sujetarse al procedimiento. El procedimiento no es más que la sucesión de
actuaciones, necesariamente documentadas para que existan garantías, que
conducen desde la denuncia o la demanda a ese momento terrible en el que la
puerta de una prisión se cierra o se procede a la subasta de la casa de alguien.
    Todos esos papeles son gestionados por las distintas sedes de la
administración de justicia: juzgados de primera instancias, juzgados de
instrucción, juzgados penales, juzgados de lo contencioso administrativo, de lo
laboral, audiencias provinciales, audiencia nacional, tribunales superiores de
justicia, tribunal supremo... Las necesidades de la justicia, del procedimiento
exigen que todos esos papeles vayan de una a otra oficina, de uno a otro
tribunal; generando este movimiento, a su vez, más papeles, ya que todo debe
constar, quedar por escrito, documentarse. Es necesario para que existan las
debidas garantías, ya lo he dicho antes.
    Es claro que por el volumen de los papeles que se generan en la




                                      56

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  • 1. SOBRE POLÍTICA Y SOCIEDAD Entradas sobre temas políticos y sociales publicadas en el blog “El jardín de las hipótesis inconclusas” entre el 5 de junio de 2007 y el 21 de mayo de 2011. Rafael Arenas García
  • 2. ÍNDICE Sobre
la
seguridad
a
uno
y
otro
lado
del
Atlántico………………………………………
p.
4
 ¿Quién
ha
de
proteger
al
consumidor?
Él
mismo………………………………………...
p.
9
 La
política
exterior
y
Europa…………………………………………………………………….

p.
13
 El
apagón………………………………………………………………………………………………..


p.
17
 Sobre
los
acuerdos
y
los
consensos
(I)………………………………………………………

p.
19
 Sobre
los
acuerdos
y
los
consensos
(II)…………………………………………………….


p.
23
 Transporte
público………………………………………………………………………………….


p.
27
 Lo
del
tren………………………………………………………………………………………………


p.
29
 El
incidente
de
Chile:
tres
perspectivas………………………………………………….….

p.
31
 La
Unión
Europea
y
los
tópicos………………………………………………………………...

p.
34
 La
energía
nuclear…………………………………………………………………………………...

p.
36
 ¿Representa
el
Congreso
a
los
españoles?......................................................................

p.
37
 España
sí
se
rompe………………………………………………………………………………….


p.
38
 La
reforma
del
sistema
electoral………………………………………………………………


p.
43
 El
2
de
mayo……………………………………………………………………………………………


p.
47
 Lo
que
opinan
los
expertos………………………………………………………………………


p.
50
 Pensamiento
crítico,
pensamiento
dogmático…………………………………………...


p.
52
 Lo
de
Bombay………………………………………………………………………………………….


p.
54
 No
es
el
mejor
día…
……………………………………………………………………………….




p.
55
 Pensamiento
único,
pensamiento
corporativo…………………………………………...

p.
56
 Política‐ficción…………………………………………………………………………………………

p.
62
 Hablando
de
Europa
en
serio……………………………………………………………………

p.
66
 Decepción
y
preocupación………………………………………………………………………..

p.
71
 El
Tour
en
Barcelona………………………………………………………………………………..

p.
73
 Afganistán…………………………………………………………………………………………...…..

p.
75
 Pequeños
detalles……………………………………………………………………………………..
p.
77
 ¿Madrid
2020?..............................................................................................................................
p.
79
 Ser
Ministro
hoy………………………………………………………………………………………..
p.
82
 Poder
fáctico,
poder
político………………………………………………………………………
p.
85
 Una
mica
de
seny……………………………………………………………………………………..


p.
89
 Ya
no
entiendo
nada………………………………………………………………………………….
p.
94
 Revisitando
la
Transición…………………………………………………………………………..
p.
97
 Un
artículo
de
Francesc
de
Carreras…………………………………………………………...
p.
100
 Política
de
verdad……………………………………………………………………………………...
p.
102
 La
ley
de
las
películas………………………………………………………………………………...
p.
103
 La
verdadera
naturaleza
de
Europa…………………………………………………………...

p.
106
 Se
acerca
el
2012………………………………………………………………………………………

p.
109
 El
Tribunal
Constitucional
y
el
Estatut……………………………………………………….

p.
111
 ¿Qué
está
pasando?....................................................................................................................

p.
116
 No
se
puede
desaprovechar
la
crisis…………………………………………………………..

p.
121
 La
utilidad
del
Derecho
internacional………………………………………………………..


p.
124
 Fallo
al
fin
y
sigo
sin
entender
nada……………………………………………………….…



p.
128
 Una
ley
del
cine
del
siglo
XVII…………………………………………………………………..



p.
130
 No
hay
mal
que
por
bien
no
venga……………………………………………………………



p.
132
 La
sentencia
sobre
Kosovo……………………………………………………………………….



p.
134
 Lo
público
en
“La
elegancia
del
erizo”……………………………………………………….



p.
136
 
 2

  • 3. Sobre
procedimientos
de
independencia…………………………………………………

p.
138
 ¿Federalismo?...........................................................................................................................

p.
143
 ¿A
dónde
vamos?.....................................................................................................................

p.
146
 Una
foto
y
un
comentario……………………………………………………………………….

p.
149
 Una
pregunta…………………………………………………………………………………………

p.
150
 La
obra
del
tripartito……………………………………………………………………………..


p.
151
 ¿Existe
España?........................................................................................................................

p.
152
 Felicitaciones
navideñas……………………………………………………………………...…

p.
154
 Idioma
y
nación
en
el
Bachillerato…………………………………………………………..

p.
155
 La
Constitución
de
Cádiz……………………………………………………………………….



p.
158
 ¡Son
los
transportes,
estúpido!........................................................................................


p.
160
 Políticas
coherentes………………………………………………………………………………


p.
162
 De
salarios
y
pensiones…………………………………………………………………………


p.
165
 ¿Contención
salarial?...........................................................................................................


p.
169
 El
debate
de
ayer…………………………………………………………………………………..


p.
171
 El
principio
del
fin
de
la
sanidad
pública………………………………………………..


p.
175
 Sobre
opciones
de
audio……………………………...……………………………………….



p.
178
 Y
tras
el
15M
¿qué?..............................................................................................................



p.
180
 
 
 
 
 
 
 3

  • 4. Sobre la seguridad a uno y otro lado del Atlántico (5 de junio de 2007) Por lo que me cuentan una de las muchas diferencias entre europeos y americanos (y con el término americanos me refiero, para abreviar, a los ciudadanos de Estados Unidos de América) es la percepción y la valoración de la seguridad. Los americanos se creen en un país seguro y no soportan la idea de la inseguridad, hasta el punto de que están dispuestos a dedicar no pocos esfuerzos y recursos a dotarse de los medios suficientes para neutralizar cualquier amenaza externa. Los europeos, por el contrario, estamos acostumbrados a un cierto grado de inseguridad, y, no sin cierta displicencia, consideramos como ingenuo pretender un mundo absolutamente seguro. La mayoría de edad se alcanza cuando se es capaz de entender que el Mundo no puede ajustarse perfectamente a nuestros deseos y somos capaces de convivir con la imperfección, los defectos, la inseguridad, la enfermedad o la muerte. Es propio de un estado aún poco evolucionado pensar que es posible adaptar el Mundo a nuestro personal diseño. De esta forma, la pequeña Europa adopta una actitud condescendiente hacia los primos americanos, y como el anciano que no se inmuta ante el entusiasmo de la juventud, aguarda el momento en el que la realidad, que ella ya conoce, acabe imponiéndose también a los nuevos y fogosos dueños del Mundo. Somos más débiles que los americanos, no somos tan ricos ni influyente, pero contamos con la experiencia que dan los años y el sufrimiento de varias guerras padecidas sobre nuestras tierras. Quizás los americanos, que hasta ahora lo han tenido fácil, piensen que si se tienen los suficientes aviones y submarinos, portaaviones y misiles podrán vivir seguros; pero en Europa sabemos que no es así; nosotros ya tuvimos ejércitos poderosos y sabemos que se acaban volviendo contra nosotros. Pocas familias en Europa están libres de alguna pérdida en esa guerra civil europea que fue la Segunda Guerra 
 4

  • 5. Mundial en el escenario Occidental, o en la Guerra Civil española o en las Guerras Balcánicas; esos prólogos sangrientos de lo que sería la Gran Carnicería. Esa experiencia dolorosa nos ha curtido y aportado una sabiduría, un "seny", que diríamos en catalán, del que carecen los americanos. Este sentimiento del inconsciente colectivo esta presente en nuestra visión del Mundo y de las relaciones transatlánticas. Así, por ejemplo, el 11-S dio origen en Europa a la mayor ola de solidaridad y proamericanismo que recuerdo. En los días que siguieron a aquella tragedia la sincera voluntad de ayudar a Estados Unidos y cooperar con ellos frente a lo que es un enemigo común se extendió por todos los países europeos, incluso en círculos tradicionalmente muy antiamericanos (OTAN, no, bases fuera, yankees go home, y cosas semejantes). Sigo pensando que fue un gran error por parte de Estados Unidos no aprovechar aquel momento para admitir una colaboración mayor de los países europeos en la lucha contra los terroristas; pero, bueno, eso es otra historia. Lo cierto, y a esto venía, es que junto a este sentimiento de solidaridad y dolor se percibía también un cierto aire de triunfo. Algo así como si se dijera: "veis, por imponente que sea vuestro ejército es imposible garantizar la seguridad, teníamos razón los europeos, es preciso aprender a convivir con la inseguridad. Venid y os enseñaremos cómo hacerlo". Quizá a finales del 2001 se pensaba en Europa que los americanos habrían aprendido la lección y modificarían su concepción de la seguridad. Como sabemos seis años después esto no ha sucedido. Los Estados Unidos mantienen su visión originaria sobre este problema y su análisis se reduce, básicamente, a que no habían hecho lo suficiente en la materia. De ahí que hayan reforzado los servicios de inteligencia y los controles en las fronteras, en los vuelos y demás escenarios peligrosos, tal como hemos experimentado casi todos en los últimos tiempos. A este lado del Atlántico, por tanto, nos lamentamos de que los americanos no hayan aprendido la lección; pero yo me pregunto ¿la hemos 
 5

  • 6. aprendido nosotros? ¿Somos capaces los europeos de un cierto ejercicio de humildad e intentar plantearnos que, quizás, no tenemos toda la razón? Quizá los americanos están equivocados al querer construir una fortaleza inexpugnable, pero podría ser que los europeos actuáramos de forma inconsciente al despreciar como lo hacemos las cuestiones relativas a seguridad y defensa. Hace unos días Putin amenazaba con apuntar sus misiles nucleares contra Europa (o sea, nosotros). La noticia nos ha dejado casi indiferentes. ¿Es ésta una actitud racional? Enseguida se me dirá: "No pensarás en serio que Putin iniciará una guerra nuclear. Eso es imposible". Pues ni lo pienso ni lo dejo de pensar, pero es una posibilidad. Estamos acostumbrados a una forma de razonar que procede de la época de la Guerra Fría en la que cualquier utilización de armas nucleares se consideraba que conduciría a una guerra nuclear total. En estas circunstancias el temor a las consecuencias de una confrontación de esta naturaleza hacía altamente improbable que se pudiese dar dicha utilización del arma nuclear. Pero ahora el escenario ha cambiado. Desde hace unos años se habla con mayor libertad de utilización local de armas nucleares, y no hace mucho el entonces presidente Chirac amenazó explícitamente con su utilización si Francia era objeto de ataques terroristas. La posibilidad de una utilización limitada de armas nucleares es ahora más factible que hace veinte años. En estas circunstancias supongamos que los rusos atacan Berlín o Rota (la mayor base naval americana en Europa) ¿responderían los franceses, ingleses o americanos a dicho ataque arriesgándose a que sus propios países fueran atacados? No me importa tanto la respuesta como la mera circunstancia de que se pueda plantear supone un elemento de inseguridad para los países que no tienen armamento nuclear. Podrían darse circunstancias en que quienes sí tienen ese armamento especularan acerca de un ataque no respondido. Los europeos podemos vivir con esta inseguridad, para los americanos sería absolutamente intolerable. 
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  • 7. ¿Y qué pasa con las armas convencionales? Veamos el caso de Yugoslavia. Para quienes vimos "Un globo, dos globos, tres globos", la Casa de la Pradera o el Mundial de México, Yugoslavia era un país con el que nos identificábamos: era un país comunista, pero menos; igual que España era un país capitalista, pero diferente. Como nuestra renta per cápita era más baja que la de los europeos "de verdad" y la suya más alta que la de los "auténticos" comunistas nos veíamos parejos, y para acabar de redondear las cosas, tanto a nivel de selecciones (fútbol, baloncesto, balonmano) como de clubes (¡Ah! aquellos partidos Real Madrid - Zibona de Zagreb, con el inolvidable Petrovic!) nos enfrentábamos constantemente. Un país casi como nosotros, vaya. Como sabemos, a partir de los años 90 todo esto cambia. El país se comienza a dividir, tema en el que ahora no entraré, y a finales de los 90 nos encontramos con que lo que queda de él comienza a hacer cosas que no gustan a la comunidad internacional (esto es, a la Unión Europea y a Estados Unidos). Ciertamente lo que sucedía en Kosovo era grave y no cuestionaré la intervención en el conflicto; pero ahora quiero llamar la atención sobre la circunstancia de que fuera o no fuera grave la situación, al país no le quedó más remedio que someterse al dictado exterior. Un país como España de pronto se vio abocado o al sometimiento o a una guerra que perdió sin haber conseguido causar una sola baja al enemigo. El hecho de que eso nos pueda pasar a cualquier otro país de similar porte habría de causarnos cierta preocupación. No digo que tengamos que dejar de dormir por ello; pero no me parece normal que se obvie totalmente la posibilidad, simplemente como si no existiera. De nuevo aquí se observa la diferencia de percepción entre europeos y americanos. Nosotros podemos vivir sabiendo que dependemos de la voluntad de otros, que cuando sacamos las tropas de Irak un submarino nuclear americano entra en la bahía de Cádiz rememorando la época de las cañoneras, que estamos a merced de las decisiones que se toman en sitios muy alejados de Madrid o Barcelona. La inseguridad no nos mata. Para un 
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  • 8. americano una situación así sería sencillamente insoportable. Alguien podrá decir: "¿Y qué podemos hacer?". Pues no lo sé, pero de momento preocuparnos. 
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  • 9. ¿Quién ha de proteger al consumidor? Él mismo (30 de junio de 2007) Tengo la impresión de que en los últimos tiempos el cabreo de los consumidores se ha hecho crónico. Permanentemente tenemos la sensación de que se nos toma el pelo. Si vamos a coger un avión sólo nos queda rezar para que el vuelo salga con poco retraso, para que en caso de dificultades técnicas no nos acabe deteniendo la policía por protestar en el mostrador de la compañía, y para que en caso de anulación alguien se apiade de nosotros y nos dé una cama donde dormir. En las compañías telefónicas es mejor no pensar en lo que pagas. Estos días leíamos la noticia de que una compañía de telefonía promocionaba una oferta de esas que te permiten elegir unos cuántos números de teléfono con los que hablar por muy poco dinero. Parece ser que te dabas de alta y te seguían cobrando lo habitual, o sea, un atraco; y si protestabas ni caso te hacían. En otro orden de cosas, quién no se ha cabreado por un inoportuno corte eléctrico que te ha dejado unas cuantas horas sin luz, y, en mi caso, además, sin calefacción ni cocina (porque en mi casa todo es eléctrico). De los bancos prefiero no hablar... Lo peor en estos casos es que tú sabes que tienes razón, que la compañía de que se trate no tiene derecho a dejarte sin servicio, que ha de esforzarse en cumplir con lo pactado y que tú estás en tu derecho de reclamar y que te hagan caso; y, sin embargo, el que se siente en una situación de total indefensión es el consumidor. Es el agraviado y, con frecuencia, es el que tiene que oír al otro lado de la línea de atención al cliente, "cálmese, no, eso no lo podemos hacer", "eso no es de mi competencia", "no, no puedo pasarle a mi superior", "presente una reclamación por escrito", "le paso con un compañero que le facilitará la dirección", "la dirección está en su factura"... y así sin obtener nada. A mi me pasa que tengo la sensación de que a las compañías les da lo 
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  • 10. mismo que protestemos o no porque saben que, en última instancia, no acudiremos a los tribunales a demandarlos, y que en caso de que algún loco así lo haga al final lo que obtenga no alterará la cuenta de resultados de la empresa. La consecuencia de todo ello es que muchas compañías de servicios especulan con el incumplimiento. No temen dejar de cumplir sus compromisos porque las hipotéticas sanciones en las que incurran serán inferiores a lo que obtienen ofreciendo unos servicios peores que aquéllos a los que tendríamos derecho. El consumidor se encuentra, pues, en una situación de indefensión. Los mecanismos de los que dispone para presionar a quien le suministra servicios no son lo bastante peligrosos como para que quienes gestionan esos servicios se sientan amenazados. Ante esta situación al consumidor sólo le queda confiar en la administración; pero ¡menuda esperanza! En alguna ocasión en que me dirigí a la Consejería de Industria para protestar por el mal servicio eléctrico que recibo se me contestó que la compañía eléctrica era una compañía privada y no un ente público, y fuí yo quien tuve que recordar a la administración lo que es un servicio público, aunque esté gestionado por empresas privadas. La tutela de la administración no es solución. Además, si todo ha sido privatizado (energía, telefonía, agua, carreteras, etc.) ¿por qué razón el control del correcto funcionamiento de todos estos servicios ha de quedar en manos de la Administración? ¿No sería más lógico que el control también se privatizara en favor de los usuarios de estos servicios? Para conseguir esta privatización debería dotarse a los consumidores de recursos que realmente fueran amenazantes para las compañías que prestan servicios. Estos recursos podrían pasar por una figura desconocida en Europa, pero muy popular en Estados Unidos: los daños punitivos. ¿En qué consiste esto de los daños punitivos? Veamos un ejemplo. El otro día asistí en una aeropuerto español a la siguiente situación: un avión tenía que salir de la Barcelona para llegar a Granada, el vuelo a Granada tenía que llegar a eso de 
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  • 11. las 22:00 para despegar de nuevo hacia las 23:00 y regresar a Barcelona. El vuelo salía con retraso de Barcelona, de tal manera que no llegaría a Granada hasta pasada la medianoche. Como el aeropuerto de Granada cerraba poco después de la medianoche resultaba que el avión no podría despegar de Granada hasta el día siguiente. Seguramente esta circunstancia impediría que ese avión cubriera el servicio que tenía asignado a primera hora del día siguiente, lo que obligaría a la compañía a buscar alternativas costosas; pero qué se le va a hacer, pensé yo. Ningún problema había para que el avión que salía de Barcelona aterrizase en Granada por lo que en ningún momento pensé que podía suceder cosa distinta a la llegada tardía del vuelo de Barcelona. Pues no, la compañía decidió desviar el avión a Málaga, de dónde sí podía volver a despegar. La compañía cubría así su previsión, y si los pasajeros protestan por mandarlos a Málaga en vez de a Granada, pues se les indemniza con la miseria prevista por las molestias causadas y en paz. ¿Qué tienen que ver los daños punitivos con todo esto? Si en nuestro sistema existieran los daños punitivos el pasajero que quisiera reclamar judicialmente en este caso podría verse favorecido con una indemnización que fuera mucho más allá de los daños que a él se le causaron. Se le impondría una multa civil a la compañía de un montante elevado, hasta el punto de que fuera disuasoria, y que iría al bolsillo del ciudadano reclamante. Así, por ejemplo, el importe de todos los pasajes gestionados por la compañía infractora durante una semana. Una cantidad que podría alcanzar cientos de miles o millones de euros. Esta figura existe en Estados Unidos y explica algunas de las millonarias (en dólares) indemnizaciones concedidas por los tribunales de aquél país. La ventaja de los daños punitivos es doble: por una parte el consumidor tiene un incentivo para reclamar, pues no estamos hablando de unos cientos o pocos miles de euros, sino de cantidades muy superiores. Por otro lado, las compañías temen estas condenas, a diferencia de las que les pueden imponer en nuestro sistema legal, lo que hace que sean más 
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  • 12. cuidadosas a la hora de especular con el incumplimiento. Nunca podremos estar seguros de si una determinada empresa hace todo lo posible por ofrecer un servicio de calidad, pero debemos de dotarnos de los medios adecuados para que no sea económicamente rentable operar de otra forma. En la actualidad la compañía que cumple -si hay alguna que lo hace- es por altruismo, no porque el sistema legal la obligue a ello más allá de la pura formalidad. 
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  • 13. La política exterior y Europa (23 de julio de 2007) Tras el último Consejo Europeo Tony Blair tranquilizaba a los británicos diciéndoles que la política exterior británica seguiría decidiéndose desde Londres. Esta era su manera de hacer explícito un nuevo fracaso en la construcción de una auténtica política exterior europea (comunitaria, de la Unión Europea, como se quiera decir, aunque detrás de cada una de estas opciones terminológicas se escondan matices importantes). Como resumen me parece excelente, irrefutable y, además, lógico y deseable. ¿Dónde se va a hacer la política exterior británica si no es en Londres? No es éste el problema. La política exterior británica la decidirá el gobierno de Londres, al igual que la francesa será competencia del Presidente de Francia y su Gobierno, y la española del inquilino de la Moncloa. Se trata de una evidencia que roza la tautología. De igual forma la política exterior que pueda hacer Cataluña, el País Vasco o Baviera se habrán de decidir en Barcelona, Vitoria y Múnich, respectivamente. El problema, como digo, no es éste, sino dónde se hace la política exterior europea. Lo que habría de discutirse no es si Bruselas ha de condicionar o no, y en el primer caso en qué medida la política exterior británica, sino cómo ha de hacerse la política exterior europea y de qué medios se la dota. Con frecuencia, sin embargo, se confunden las dos cosas y la frase de Blair con la que empezaba es muestra de este equívoco. El desenfoque es, seguramente, consecuencia de que la política exterior ha sido una competencia exclusivamente estatal y no se entiende fuera de la lógica estatal. De esta forma, la asunción de competencias en materia de política exterior por parte de Europa se ve como una operación de suma cero respecto a las competencias exteriores de los Estados: las competencias que asume Bruselas las pierden los Estados. Se trata de parcelas de poder que los Estados ceden a Bruselas. La alternativa a esta cesión es que Bruselas se limite 
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  • 14. a coordinar las políticas exteriores de los Estados. De esta forma, quienes seguirán ejerciendo las funciones propias de la política exterior serán los Estados, pero de acuerdo con las instrucciones o planteamientos que hayan sido adoptados en el seno de las instituciones europeas. En este último caso las políticas de los diferentes Estados serían solamente instrumentos en manos de las instituciones comunitarias, quienes ejercerían por medio de los Estados un papel en el ámbito internacional que superaría sus limitaciones como organización internacional. Este planteamiento y las alternativas que ofrece creo que son muestra de una manera de razonar que está en fase de superación. La política exterior no es una añadido al resto de políticas, sino la cara externa de todas ellas. Es por esto que todos los entes con poder político tenderán a asumir, por unos medios u otros, cierta acción exterior. En España podemos ver cómo las Comunidades Autónomas pugnan por tener un papel en las relaciones internacionales, superando la competencia exclusiva del Estado en esta materia, y ello porque no pueden desconocer que esta política exterior condiciona las políticas internas. Cómo se haga realidad esta política es otra cuestión. Bien pudiera ser que esta vocación exterior de los entes infraestatales se canalice a través de órganos estatales, o también puede suceder que estos mecanismos se consideren como insuficientes y se planteen alternativas. Las posibilidades son muchas, pero aquí quiero destacar únicamente que es ingenuo pretender que los entes diferentes del Estado pueden renunciar a ejercer competencias exteriores por el hecho de que tradicionalmente ésta haya sido una competencia atribuida en exclusiva al Estado. Esta es la situación en la que se encuentra Europa. Europa es un ente diferente de los Estados que lo componen. Ejerce ciertas políticas y posee una dinámica propia. En estas circunstancias es inevitable que tenga una política exterior, y de hecho la tiene. Como es sabido desde hace mucho no se discute que en el ámbito comercial la Comunidad Europea desempeña una actividad 
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  • 15. exterior muy destacable. Esta dinámica comercial, a su vez, debe generar competencias en otros ámbitos, pues resulta también ingenuo pretender que los acuerdos comerciales dependen únicamente de las cuestiones comerciales. En la actualidad, sin embargo, esta dimensión "política" de la actuación exterior comunitaria es fruto de las presiones y maniobras de los Estados, que utilizan de esta forma a la Comunidad en beneficio de sus propias políticas. Y es aquí donde llegamos al punto al que quería llegar. Es lógico, razonable y deseable que la política exterior británica se decida en Londres; pero creo que no lo es que sea también en Londres (o en París o en Madrid o en Varsovia... o en La Valetta) donde se decida al política exterior europea. Actualmente, al carecer la Unión Europea de órganos propios que puedan actuar con suficiente margen en este ámbito es la situación que nos encontramos. La construcción de una política exterior europea no se ha de plantear como un ejercicio de renuncia de los Estados a ámbitos competenciales que les son propios, sino como el reconocimiento de que la asunción de las competencias que ya tiene la Unión Europea obliga a dotarla de instrumentos para poder desarrollar su actuación también en el ámbito exterior. No se trata de un juego de suma cero. La creación de una auténtica política exterior europea no debería necesariamente mermar el poder actual de los Estados miembros de la Unión, sino que, al contrario, aumentaría éste al dotarles de un poderoso aliado en las confrontaciones a las que nos tenemos que enfrentar en un mundo globalizado. Claro está -y éste es el problema de fondo- que la creación de esta política exterior limitaría las posibilidades de utilizar la política exterior (¡y de defensa!) de los Estados europeos en contra de otros Estados europeos. Por desgracia la situación en la que nos encontramos actualmente es la de que muchos Estados miembros de la Unión, sino todos, aún mantienen en sus Ministerios de Asuntos Exteriores la lógica de que ha de debilitarse a los tradicionales rivales, que ahora son también aliados en el seno de la Unión. No soy 
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  • 16. ingenuo, y sé que mientras esta orientación no cambie nadie se tomará en serio la construcción de esta política europea. En ese sentido la frase de Blair es, de nuevo, tremendamente significativa. 
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  • 17. El apagón (24 de julio de 2007) Si algo me sorprende del apagón de Barcelona es el protagonismo que han asumido en la resolución de las crisis la Generalitat y el Ayuntamiento de la ciudad. Y me sorprende porque hace no mucho, cuando en mi pequeño pueblo sufrimos varios apagones seguidos me dirigí a mi Ayuntamiento y a la Generalitat y en ambas sedes mostraron su extrañeza por mi llamada. Más o menos me vinieron a decir lo siguiente: "Bueno, el problema que plantea se enmarca en la relación que tiene usted con una compañía privada, Fecsa- Endesa, no es cuestión en la que deba entrar la Administración. Si acaso, si no le satisfacen las explicaciones de la compañía puede dirigir una queja al Departamento de consumo de la Generalitat". Tal como indicaba en una entrada anterior de este blog, me armé de paciencia y le expliqué a quien me atendía en la Generalitat lo que era un servicio público, aunque estuviera gestionado por una empresa privada; pero ni por esas me hicieron caso. Acabaron admitiendo que sólo si estaban afectadas muchas personas se dignaría la Generalitat a molestar a los señores de Fecsa-Endesa. Unos meses después veo que sí, que efectivamente, que cuando están afectados unos cuantos miles de barceloneses se producen los movimientos que no fueron considerados necesarios cuando los afectados fueron unos centenares de ciudadanos en Santa Perpètua de Mogoda. Lo que no entiendo es cómo la competencia de la Administración no existe si los afectados son 99 y sí existe cuando los afectados son 100 (o no existe cuando son 99.000 y sí existe cuando son 100.000, me da igual dónde se ponga el límite). O mejor dicho, sí lo entiendo: quienes nos gobiernan no ejercen las competencias que tienen en beneficio de todos, sino únicamente cuando las repercusiones mediáticas pueden tener transcendencia electoral. Evidentemente no puedo estar de acuerdo con el planteamiento, debiendo ser 
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  • 18. tarea de todos nosotros exigir en todo momento y circunstancia que la Administración actúe con intensidad y contundencia en la defensa de los intereses de los ciudadanos, en este caso de los consumidores. No es tolerable el que solamente se alce la voz cuando la faena es de campanillas, como la que nos está afectando estos días. Pero es que, además, esta inactividad de las administraciones contribuye a que se den situaciones como ésta. Las compañías eléctricas saben que nada les pasará en caso de que dejen a un barrio o dos sin electricidad durante unas horas. Algunas míseras indemnizaciones y unas cuantas llamadas de protesta. En estas condiciones es más lógico aguantar el chaparrón de los usuarios cuando cae la línea que adoptar medidas para evitar que caiga. Lo que sucede es que cuando se juega con fuego te puedes acabar quemando. Si la actuación de las administraciones fuera contundente con los "pequeños" incidentes que se suceden casi a diario en nuestros pueblos (cortes, averías, subidas o bajadas de tensión) quizá se hicieran las mejoras necesarias para que no sucedieran desastres como el que afecta a Barcelona estos días. En el cuidado de lo pequeño está el germen de la salud de lo grande. 
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  • 19. Sobre los acuerdos y los consensos (I) (24 de agosto de 2007) Uno de los fenómenos que me entretienen de vez en cuando es la observación de la forma en que ciertas palabras o expresiones son asumidas por todos nosotros en muy poco tiempo. No me refiero a la aparición de palabras nuevas, normalmente procedentes del inglés y asociadas con frecuencia a los cambios tecnológicos; sino a cómo términos de uso restringido -aunque, a veces, entendidos por todos- comienzan a ser utilizados por los medios de comunicación, los políticos y, finalmente, por todos nosotros. Con frecuencia, una vez que se produce esta generalización nos da la impresión de que siempre han estado ahí, que siempre han sido utilizados con la asiduidad y el sentido que nosotros le damos; y nos cuesta asumir que hubo un tiempo en la palabra "solidaridad" no se usaba con más frecuencia que términos como "farfullar" o "soliloquio"; en que habíamos de recurrir al diccionario para conocer el significado exacto de "consenso"; o (y esto es más reciente), en que los empates eran simplemente empates y no "empates técnicos", como se dice ahora. Pongo ejemplos que tienen significado para mí. Cada cual, seguramente, tendrá los suyos. En lo que se refiere a "solidaridad", fue la aparición del sindicato en Polonia a principios de los años 80 del siglo XX lo que popularizó la palabra, que era evidentemente, conocida, pero poco pronunciada. Yo todavía recuerdo cómo nos trabábamos al decirla. Una vez adquirida soltura, sin embargo, debimos pensar que un esfuerzo como aquél debía de ser aprovechado, y la palabra prosperó, hasta el punto de que hoy en día cuesta encontrar un sólo párrafo que pretenda despertar los buenos sentimientos que no la utilice varias veces. Los empates técnicos proceden, si no me equivoco, de las elecciones generales de 1993. La igualdad en los 
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  • 20. sondeos entre el PSOE y el PP hizo que fuera frecuente la aparición en los medios de los responsables de las encuestas, quienes, con frecuencia, se referían a la situación como "un empate técnico", queriendo significar algo así como que el margen de error que tiene cada sondeo era mayor que la diferencia en la intención de voto entre ambos partidos, lo que impedía determinar quién sería el ganador de las elecciones. La expresión gustó, y desde entonces hemos sufridos empates técnicos insospechados (cuando un partido de fútbol acaba con el resultado de 2-2 ¿nos encontramos ante un empate técnico o se trata de un simple empate, mondo y lirondo?). Dejo para el final el consenso, que es el término el que hoy me quiero detener. En mi memoria la proliferación del término se remonta a la transición. En aquella época se empleó con frecuencia, asociándose a las complejas negociaciones entre las distintas fuerzas políticas que tuvieron como resultado la democracia en la que hoy vivimos. Pese a que el diccionario no diferencia en exceso entre acuerdo y consenso, los que, aún como niños, fuimos testigos de aquellos años podemos percibir una diferencia entre ambos términos. Cuando se hablaba de consensos y no de acuerdos se transmitía la impresión de una complicidad entre las partes que puede no darse en el acuerdo. El acuerdo supone una regulación que conviene, en un momento y circunstancias dadas, a quienes llegan a él. En los años 70 del siglo XX percibíamos el consenso como algo más profundo. El encuentro de aquellos puntos en los que el parecer y el sentimiento coincidían. En un acuerdo no es preciso que sus autores piensen que lo acordado es correcto. Tras concluirlo ambos pueden pensar de forma diametralmente opuesta habiéndose conseguido tan solo un instrumento útil para fines que interesan a ambos. Cuando hablamos de un consenso debemos ir más allá. No se trata de determinar hasta dónde puedo llegar en la negociación para conseguir el máximo provecho para mis intereses, sino encontrar aquellos puntos o planteamientos en los que existe una coincidencia. El consenso permite, por 
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  • 21. tanto, identificar lo que de común hay entre quienes sostienes opiniones divergentes. Este punto común ya no precisa ser acordado, porque es el mismo para todos. Durante la transición, los ciudadanos de a pie creímos percibir que los políticos habían identificado efectivamente estos puntos de consenso que nos permitirían avanzar como país. Ese terreno más allá de los acuerdos o disputas que nos otorgaba una cierta seguridad. La confianza de que había ciertos referentes que no cambiarían. Esta sensación de seguridad, fruto, precisamente del consenso, que no del acuerdo, fue, creo, uno de los grandes logros de la transición. Ahora, treinta años después he de confesar que echo de menos ese consenso. En estos treinta años el mundo ha cambiado y el país ha cambiado. Quizás sea esta la causa de que ciertos elementos de aquél consenso de la transición estén sometidos a escrutinio. La forma del Estado (la monarquía parlamentaria) y la estructura de éste (el estado autonómico) están siendo cuestionados en los últimos años. No es que haya una propuesta formal para cambiar la forma o la estructura del Estado, o al menos las formulaciones explícitas y expresas de esta pretensión no han traspasado más que la epidermis de la sociedad y la política española; pero sí se percibe la duda sobre ambos extremos, duda que es visible tanto en el discurso político como en los medios de comunicación o en las conversaciones ante el café del ciudadano común. Es una percepción subjetiva, pero que no creo que se aleje excesivamente de la realidad. Además, cuando estamos hablando de consensos casi tan importante como el contenido del acuerdo es la percepción del mismo. Cuando se aprecia que existen dudas en el discurso público sobre el mismo gran parte del efecto de estabilidad que se le presumen se volatiliza. 
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  • 22. Ciertamente, este debilitamiento del consenso, que a mi personalmente me preocupa y disgusta, puede ser positivo. El cambio a una situación diferente a la actual precisa la ruptura del consenso, y para quien esté interesado en llegar a ese escenario este cuestionamiento será percibido como positivo. No discuto que esta percepción sea tan valiosa, al menos, como la mía, y no pretendo que haya elementos objetivos que nos permitan averiguar cuál es mejor; aquí me limito a ponerlo de relieve para, a continuación, y en otra entrada, reflexionar mínimamente sobre algunas de las consecuencias de esta situación. 
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  • 23. Sobre los acuerdos y los consensos (II) (25 de agosto de 2007) De acuerdo con mi percepción, por tanto, el consenso es la base sobre la que se pueden construir acuerdos. Los consensos, por tanto, desempeñan un papel fundamental en cualquier sociedad. En la nuestra, y en las circunstancias actuales, creo que son especialmente necesarios. Ello es debido a que en los primeros años del siglo XXI todo el mundo, y también nosotros, los españoles, debemos ajustar nuestras estructuras sociales y políticas a un fenómeno de transcendencia multisecular como es la globalización. Una de las muchas consecuencias de el proceso de integración mundial es la necesidad de repensar la forma en que se organizan políticamente las sociedades, pues el Estado, monopolizador del poder público en los últimos siglos, ve su posición cuestionada. Hace unos años tenía la percepción de que España se enfrentaba a este fenómeno en mejores condiciones que otros países, precisamente por la existencia de un modelo de Estado descentralizado y flexible. El Estado autonómico permite diferentes diseños y pruebas que podrían facilitar la adaptación a las exigencias de la globalización. Me imaginaba un escenario en el que sería posible discutir abiertamente sobre el papel del Estado, las Comunidades Autónomas y las corporaciones locales con el objeto de conseguir un sistema que permitiera satisfacer las necesidades de los ciudadanos (infraestructuras, seguridad, sanidad, educación...) en un entorno cada vez más influido por el exterior como es el que nos toca vivir en la era de la globalización. En este sentido, una reforma del Estado autonómico, pensando qué competencias debería asumir el Estado central, cuáles las Comunidades Autónomas y la forma en que el Estado debía ejercer una necesaria función de coordinación, me parecía ineludible para actualizar el modelo que había 
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  • 24. surgido en los años 70. Los puntos que deberían abordarse en ese debate son muchos, evidentemente, pero aquí destacaré solamente dos, que me parecen cruciales: la competencia impositiva y la política exterior. En lo que se refiere al primero mi reflexión es la de que resulta poco coherente que cuando son las Comunidades Autónomas las que asumen la mayoría del gasto público (competencias en materia de educación, sanidad, parte de las infraestructuras, etc.), sea el Estado central el que mantenga un casi monopolio en materia de ingresos, esto es, impuestos. Una mayor responsabilidad de las Comunidades Autónomas en materia impositiva me parece ineludible. En el segundo de los ámbitos, sin embargo, creo que resultaría conveniente fortalecer la posición del Estado central. La política exterior actual sigue siendo un coto casi cerrado a los Estados, y, desde mi desconocimiento, tengo la impresión de que flaco favor se hace a nuestros intereses debilitando la posición exterior de la diplomacia española. Ahora bien, esto no quita para que esta misma diplomacia y, en general, la acción exterior del Estado, haya de ser extraordinariamente cuidadosa con los intereses de todas las Comunidades Autónomas, debiendo establecerse cauces eficaces para que nuestra política exterior sea leal a todos los españoles. El proceso de reforma de los Estatutos de Autonomía que estamos experimentando desde hace unos años debería ser el lugar idóneo para que se produjera esta actualización de la estructura del Estado. Mi impresión, sin embargo, es la de que este proceso no va por estos derroteros. Más bien se ha asemejado a un regateo competencial con un déficit claro de reflexión. Las causas de este fracaso (fracaso para mí, evidentemente, son muchos los que se muestran satisfechos con lo conseguido) son varias; pero una de ellas creo que es precisamente la ruptura del consenso a la que me he estado refiriendo. Me explico: si existiera un auténtico consenso sobre la estructura del Estado, esto es, si no se discutiera la unidad de España, se podría reformular el sistema competencial sobre bases objetivas, determinando lo que debe ser estatal o 
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  • 25. autonómico únicamente sobra la base de criterios de eficiciencia y racionalidad. De existir ese consenso tanto el Estado como las Comunidades Autónomas partirían de la misma base para, sobre ella construir el acuerdo. Sucede, sin embargo, que para ciertas fuerzas políticas el proceso de reforma estatutaria es entendido como una fase más en la consecución del objetivo final que es la independencia de la Comunidad Autónoma (País Vasco, Cataluña, Galicia). Desde esta planteamiento cuantas más competencias se asuman, mejor, siempre mejor, y si esa asunción plantea problemas de eficacia o no existen recursos para poder ejecutar las acciones que implica la competencia o, simplemente, se trata de competencias que objetivamente es mejor no tener (léase, competencia penitenciaria), da igual. Todos estos problemas son considerados como menores en tanto en cuanto el objetivo principal es la reivindicación de cuantos ámbitos de poder se pueda. Desde la perspectiva del Estado central, en cambio, una vez que se pone de manifiesto que el objetivo final puede ser la independencia, el proceso de atribución competencial se examina de una forma cuidadosa. Ahora el objetivo pasa a ser ceder cuantas menos competencias mejor y, desde luego, retener aquéllas que resulten más significativas. Cualquier cesión en materia impositiva será extraordinariamente difícil de conseguir, por ejemplo. El resultado es que la final el reparto es más fruto del mercadeo que de la reflexión sin que se lleguen a afrontar los auténticos problemas que afectan a la organización de los poderes públicos en el mundo complejo en el que nos toca vivir. Se trata, para mí, de un resultado descorazonador, no tanto porque tema que se pueda llegar finalmente a la pérdida de la unidad del Estado (lo que desde mi perspectiva tampoco sería una buena noticia), como porque conduce a un discurso y una reflexión incoherentes. Al perder las bases del razonamiento, de nuevo el consenso que tanto echo de menos, se produce un debate deslavazado, lleno de vaguedades y confusiones. Pondré un ejemplo: la 
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  • 26. tan traída y llevada incoherencia del Partido Popular al impugnar ante el Tribunal Constitucional determinados preceptos del Estatuto de Cataluña que son idénticos a ciertos preceptos del Estatuto de Andalucía que fue aprobado con los votos del PP. Aparentemente se trata de una incoherencia que, además, arrastra otras consigo; pero solamente es tal si nos quedamos en el discurso más formal. Si se analiza el proceso en la clave que aquí defiendo la actitud del PP es coherente. En Andalucía ninguna fuerza política significativa reclama la independencia de la Comunidad, por lo que no existe problema en que se trasladen ciertas competencias del Estado a la Comunidad y que se adopte un determinado lenguaje (la famosa nacionalidad histórica). En Cataluña, en cambio, la situación es diferente; resulta, por tanto, necesario limitar la ampliación de competencias de una Comunidad Autónoma en la que muchos desean dar un nuevo paso hacia la independencia lo más pronto que resulte posible. En definitiva, nos encontramos en un cruce de caminos. Yo no digo para donde debamos tirar, pero no podemos quedarnos indefinidamente aquí, o de nuevo seremos atropellados por quienes circulan más rápidos y seguros que nosotros. 
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  • 27. Transporte público (13 de octubre de 2007) No es en absoluto original quejarse del mal estado del transporte público en el área metropolitana de Barcelona. Yo mismo lo hago constantemente desde hace más de diez años. Y no porque los trenes vayan con retraso o existan averías, que es lo que está sucediendo últimamente, sino porque la propia infraestructura es absolutamente insuficiente para la magnitud de un centro como es Barcelona y su entorno. Aquí sí que soy original porque mi planteamiento es que hay que ir mucho más allá de solventar las ineficiencias actuales y ampliar aquí o allí alguna línea de metro o de cercanías. Mi planteamiento es que hay que diseñar un transporte público para el área metropolitana que sea una alternativa real al automóvil. Este planteamiento está muy alejado de los discursos oficiales. El otro día lo pude comprobar cuando en el Suplemento de El País con motivo del aniversario de la edición para Cataluña de ese periódico se indicaba que el futuro sería que hacia el año 2030 la red de cercanías funcionase como un metro del área metropolitana. ¡Dios mío! ¡En el 2030! ¡Pero si para el 2030 yo ya estaré casi jubilado! Además, ¿qué entenderán por un metro del área metropolitana? ¿algo así como lo que son hoy los Ferrocarriles de la Generalitat? No, yo no quiero algo que funcione "como un metro del área metropolitana". Quiero "un metro del área metropolitana"; porque sólo este tipo de transporte permitiría que dejáramos los coches en casa. Hasta que esto no suceda, las llamadas de los políticos, la Administración y los grupos ecologistas a la utilización del transporte público no serán más que brindis al sol. Hasta entonces la culpabilización al ciudadano por no utilizar el transporte público no será más que un ejercicio de hipocresía. Y es que la gente no es tonta. Si el transporte público fuera eficaz ¡vaya si lo cogeríamos! Lo que sucede es que, actualmente, ocupa más tiempo realizar 
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  • 28. un desplazamiento en transporte público entre dos puntos del área metropolitana, uno de los cuales no sea Barcelona, que utilizar el automóvil o la moto. Pondré un ejemplo que padecí el 11 de octubre. Tenía que desplazarme desde Granollers hasta la UAB, en Bellaterra. A las 8:30 inicie mi viaje. No llegué a la UAB hasta las 10:20, incluyendo aquí el desplazamiento a pie hasta la estación de Granollers y la conexión, también a pie, entre la estación de cercanías del Paseo de Gracia y la de los Ferrocarriles de la Generalitat de la calle Provenza. Es cierto que podía haberme equivocado y no haber optado por la mejor combinación. Es por eso que antes de escribir esto consulté lo que me proponía la web de Cercanías. Introduje los datos de mi recorrido y el resultado es que podría estar en la Estación de la UAB a las 9:59. Como la estación de la RENFE me queda bastante más lejos de mi destino final en la UAB que la de los Ferrocarriles de la Generalitat, no encontré ventaja significativa entre la opción que me proponía la web de RENFE y la que yo había tomado. Algo más de hora y media para un desplazamiento que en línea recta no son más de veinte kilómetros. El mismo 11 de octubre por la tarde hice el desplazamiento entre Granollers y la UAB en automóvil. Salí de Granollers a las 16:25 y llegué a la UAB a las 16:45. ¿Alguien en su sano juicio optará por el transporte público en estas condiciones? 
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  • 29. Lo del tren (25 de octubre de 2007) Ayer me comentaban que algunas empresas de Barcelona habían decidido no contratar a quienes vivieran fuera del municipio de Barcelona, aunque se tratase de núcleos separados por unos pocos kilómetros del centro de la ciudad. La razón es que con el actual caos en el transporte del área metropolitana es previsible que tales trabajadores lleguen sistemáticamente tarde a sus oficinas, talleres o fábricas. No se trata de una anécdota. Es el primer síntoma claro de la fragmentación del área metropolitana. El primer indicio de que corremos el riesgo de que la "gran Barcelona" quede rota, desde una perspectiva económica y sociológica, en una docena de núcleos aislados entre sí. De suceder esto nos encontraríamos ante un escenario que tendría que preocuparnos. Desde hace años vengo comentando que echo en falta una auténtica red de transporte público del área metropolitana. Las infraestructuras existentes permiten conectar -más mal que bien, como se está viendo- la periferia con el centro de la ciudad; pero las conexiones entre puntos diferentes de la periferia son lamentables (véase, por ejemplo, la experiencia de viajar desde Granollers hasta Bellaterra que relato en una entrada anterior). Tengo la intuición de que esta falta de integración perjudica gravemente el desarrollo económico de la región, pues impide aprovechar todas las ventajas que ofrecería una auténtica conurbación en la que las empresas, los trabajadores y los consumidores pudiesen desplazarse, elegir y ofrecer servicios fácilmente en todos los puntos. Es claro que a mayor integración mayor desarrollo, y es por eso que la falta de ambición a la hora de plantear la mejora de las infraestructuras de transporte impide que veamos cuál es nuestro auténtico potencial. Ahora bien, en estos momentos estamos asistiendo a los inicios de la fase 
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  • 30. de aislamiento del núcleo del área metropolitana, ya no hablamos de cómo podemos mejorar lo que tenemos, sino de que corremos el riesgo de hacer quebrar la situación actual. No se trata sólo de molestias para los usuarios o de cabreo, sino de un problema con graves consecuencias económicas y sociales. 
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  • 31. El incidente de Chile: tres perspectivas (14 de noviembre de 2007) Me ha dejado muy preocupado el rifirrafe entre el Rey, Zapatero y Chávez. Me ha dejado una inquietud que no se acaba de calmar. No por el incidente en sí, que, aislado, es más inspiración para humoristas y diletantes comentaristas políticos que otra cosa; sino por lo que denota. Porque denota algo, aunque no sé muy bien qué (en este caso la hipótesis está más lejos de la conclusión que en ninguna otra ocasión). En primer lugar denota una cierta falta de conocimiento acerca de la etiqueta y modos de un acto formal como es una conferencia diplomática. El orden en las palabras y el respeto a los turnos es y ha de ser sagrado. Si existe una estricta organización de los debates no es por un capricho anacrónico o por una absurda rigidez, sino, precisamente, para evitar incidentes como el del otro día. Si alguien está en el uso de la palabra no se le interrumpe como hizo Chávez; y el que está en el uso de la palabra y es interrumpido no ha de entrar a dialogar con el provocador, sino que ha de limitarse a reclamar que se respete su turno, y no dirigiéndose a quien interrumpe, sino al presidente de la conferencia, solicitando su amparo. Hasta que el silencio no se haga de nuevo debe permanecer callado, dejando que quien pretende reventar el diálogo se retrate solo. Se trata de cuestiones que son bastante evidentes y me sorprende que en una reunión en la que se encuentran jefes de Estado y jefes de Gobierno haya podido pasar algo así ¿dónde se han formado quienes nos dirigen para que resulten incapaces de gestionar un conflicto tan inocuo como el que se planteó el otro día? Y este reproche va dirigido tanto a quienes intervinieron en el rifirrafe como a la presidenta de la conferencia, que no supo evitar que se desarrollara una situación tan poco elegante. En segundo lugar, denota que nos encontramos ante una nueva quiebra de consensos fundamentales. En una entrada anterior me quejaba del 
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  • 32. debilitamiento de ciertos consensos en España. Ahora se puede comprobar que este progresivo cuestionamiento de ciertas reglas básicas se extiende también a la esfera internacional. Los escasos minutos que duró el enfrentamiento entre Chávez, Zapatero y el Rey fueron fuente de varias situaciones insólitas en el ámbito diplomático. De hecho, el incidente, con la retirada posterior del Rey durante la intervención de Daniel Ortega fue calificado como un hecho "sin precedentes", y últimamente no son pocas las veces en que alguna situación tiene el "honor" de recibir este calificativo. Creo que no es una casualidad, sino muestra de que estamos abandonando a velocidad de vértigo el marco tradicional de las relaciones internacionales. Como no sabemos a dónde nos dirigimos y soy timorato la percepción de este movimiento acelerado hacia lo desconocido me produce cierta inquietud. En tercer lugar, y es, para mí, lo menos importante, puesto que es lo más coyuntural; muestra que las relaciones entre España y los países Latino americanos están cambiando. Existe una tensión entre diferentes formas de entender la forma en que ha de dirigirse el desarrollo de estos países, y en esta ocasión el debate coge (y aquí empleo la expresión en el doble sentido que tiene a ambos lados del Atlántico) a España en medio. Es lógico. En los últimos veinte años el papel de España y de las empresas españolas se ha hecho más relevante; ahora España es un agente que tiene cierta capacidad de influencia, tanto política como económica. En este último aspecto las empresas españolas se han instalado en muchos países latino americanos y, por lo que me cuentan, no en todos los casos su ejecutoria ha sido ejemplar. Incluso sin tener esto último en cuenta, y con que simplemente se comporten allí como se comportan aquí, es fácil entender ciertos ataques de ira. En España también nos quejamos de las comisiones de los bancos, de lo mal que funcionan las compañías eléctricas y de las tácticas que utilizan las compañías telefónicas; pero aquí no podemos recurrir a echarle la culpa a otro país; al otro lado del Atlántico sí que tienen ese recurso. 
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  • 33. En definitiva, ignorancia, incertidumbre e ira. Y encima no acabo de entender las claves de la situación ¿se entiende por qué estoy preocupado? 
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  • 34. La Unión Europea y los tópicos (21 de enero de 2008) Casi me caigo de la silla. Hace un momento estaba curioseando en la página web de la Unión Europea (europa.eu) y allí encontré un rincón que se denomina "La UE en breve". Entre otras cosas incluye una pequeña nota sobre cada uno de los países de la Unión y sus datos básicos (extensión, población, bandera...). Por curiosidad entro en el apartado que se dedica a España y allí leo lo siguiente "los principales sectores económicos de España son la agricultura (especialmente frutas y hortalizas, aceite de oliva y vino), la pesca, la industria textil y automovilística y el turismo". Me froto los ojos y agarro la última edición del "Pocket World in Figures" que publica The Economist. Allí compruebo que en el producto interior bruto español la agricultura tiene un peso del 4,1%, la industria de un 29,2% y los servicios de un 66,8%. Es lo lógico. Hace ya tiempo que España dejó de ser un país subdesarrollado o en vías de desarrollo y en los países desarrollados el peso de la agricultura en la economía es reducido, siendo el sector servicios el que más aporta al PIB. Así sucede también en Alemania, Francia, Italia, Portugal... en fin, en cualquiera de los países con los que nos equiparamos. ¿Cómo puede ser, entonces, que la página oficial de la UE cometa un desliz como éste? No lo acabo de entender, aunque leyendo lo que allí se escribe sobre otros países quizás pueda aventurar una hipótesis. De acuerdo con la UE, España es un país agrícola, mientras que Alemania "es la tercera economía del Mundo: produce automóviles, aparatos de precisión, equipos electrónicos y de telecomunicaciones, productos químicos y farmacéuticos, y mucho más (sic.) y Francia posee "una economía industrial avanzada y un sector agrícola eficiente". Bien, se trata en cualquier caso de descripciones inexactas, pues tanto en Alemania como en Francia el sector servicios es mucho más importante que el sector industrial; pero lo que me preocupa es lo 
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  • 35. que hay detrás de la redacción, y que no es otra cosa que un claro respaldo a los tópicos más rancios. Los alemanes son industriosos y desarrollados, Francia es también un país industrializado, pero mantiene aún un importante sector agrícola, que hay que calificar de "eficiente", supongo que para no confundirlo con el sector equivalente de países "menos desarrollados"; y España es una nación eminentemente agrícola. En el caso de Portugal no hay ninguna mención a su economía (¿será que para los burócratas de Bruselas no existe la economía portuguesa?). Sorprende esta defensa de los tópicos en una institución como la Unión Europea; pero que nadie piense que es inocente. La Unión Europea no es más que un club de Estados, y cada uno intenta tomar posiciones en beneficio propio. La imagen que se tenga del país que uno representa o del que procede es más importante de lo que pudiera pensarse. Cuidado con estas imprecisiones aparentemente ingenuas, porque no son más que la superficie de un mar oscuro y peligroso. Además, el tópico contribuye a la separación, al aislamiento. Quien se instala en el tópico se negará a interpretar la realidad de una manera diferente a la que le marca el tópico. El tópico no es más que un prejuicio y como tal contribuye a la ignorancia y profundiza en el desconocimiento. Si queremos construir Europa desterremos los tópicos y, ¡por favor! que la Unión Europea dé ejemplo. 
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  • 36. La energía nuclear (24 de febrero de 2008) Acabo de leer la noticia de que Argentina y Brasil construirán conjuntamente un reactor nuclear. Hace unos años Renault, el equipo de Fórmula 1, diseñó un motor “revolucionario” en el que los cilindros estaban colocados en un ángulo muy abierto. Se pretendía bajar el centro de gravedad del coche para mejorar sus prestaciones. Tras varios años Renault abandonó este motor y volvió a la colocación tradicional de los cilindros. Flavio Briatore dijo entonces que si nadie había copiado la idea de Renault es que ésta era mala. Dos años más tarde Fernando Alonso y Renault ganaban el campeonato del Mundo de Formula 1. La moraleja es que tenemos que fijarnos en lo que hacen los demás. Mi profesor de autoescuela me decía: “si ves que otro coche frena no pienses que se ha equivocado, piensa que debe haber una razón para que frene, aunque tú no la veas en ese momento”. Siempre he tenido muy presente esa enseñanza para todo. Es por eso por lo que me preocupa que ahora que todo el Mundo se está poniendo las pilas con la energía nuclear, nosotros, los españoles, estemos en vías de abandonar las centrales nucleares. Me parece haber leído que el programa del PSOE incluye la propuesta de ir cerrándolas a medida que concluyan su vida. No soy físico ni ingeniero, ni ecologista ni lo contrario; pero me sorprende que cuando la Comunidad Europea propone estudiar la forma en que la energía nuclear puede ayudar a disminuir la dependencia exterior energética de nuestro continente; cuando rusos y franceses se disputan la construcción de centrales en el norte de África y cuando los países se unen para conseguir esta forma de energía, nosotros estemos abandonando, prácticamente sin debate, la energía nuclear. ¿Estamos haciendo lo correcto? 
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  • 37. ¿Representa el Congreso a los españoles? (12 de marzo de 2008) Legal y constitucionalmente la respuesta es sí. Ahora bien ¿realmente el Congreso es una representación, una maqueta de la sociedad española? La respuesta es no, evidentemente, y sería ingenuo pretenderlo, pues no existe forma de que 350 personas representen fielmente a más de 40 millones. Esto es cierto, pero en este intento de que el sentir del Congreso se acerque a lo que sería el sentir de ese cuerpo ideal que es la Nación las cosas se pueden hacer mejor o peor. Actualmente el sistema electoral que tenemos no permite que las cosas resulten demasidado bien. En "El País" se publica un gráfico donde se muestra cómo sería el congreso proporcional y el coste comparativo de los votos que es suficientemente significativo. Yo me creo más el Congreso proporcional, con 14 escaños de Izquierda Unida y 4 de UPD que lo que ha resultado tras las elecciones del domingo. ¿Dónde están representados en el Congreso los casi un millón de votantes de Izquierda Unida? ¿Cómo es posible que ese millón de personas tengan una representación tres veces menor que los 300.000 votantes del PNV? Evidentemente son preguntas retóricas, la razón es conocida por cualquier estudiante de primero de Derecho y no es cuestión de detallarla aquí porque el propósito de mi pregunta no es más que reclamar, individual, modestamente, pero convencido de que no soy el único que piensa así, la reforma del sistema electoral para que sirva más fielmente a su propósito: conseguir que las Cortes representen la voluntad popular. (y que conste que no he votado ni a IU ni a UPD, pero es que hay cosas que tienen que estar por encima de las inclinaciones personales). 
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  • 38. España sí se rompe (12 de marzo de 2008) No hace falta ser médico o ver House cada martes para saber que una de las formas más rápidas de llenar los cementerios es confundir el síntoma con la enfermedad. "Doctor, tengo fiebre". "No se preocupe que ahora mismo se la quito". Ibuprofeno en vena y otra vez treinta y seis grados y medio. Mientras tanto, la infección va tranquilamente necrosando los pulmones y el enfermo se muere sin saber siquiera que le está pasando. "Pero si ya no tengo fiebre". Fueron sus últimas palabras. Con la tan manida ruptura de España pasa algo parecido. A raíz de unas reformas estatutarias una parte de la opinión pública, de los medios de comunicación y de los políticos ha mantenido un discurso alarmista que ha jugado con la idea de que la ruptura de España está próxima. Mi planteamiento, ya lo adelanto, es de que sí que existe una tendencia a la disgregación que conviene analizar; pero dicha tendencia no puede identificarse con el proceso de cambio de los Estatutos de Autonomía que hemos vivido en los últimos años ni puede limitarse en el análisis a vaivenes políticos coyunturales. Estos fenómenos son síntomas nada más de una fuerza de mayor calado. Solamente deteniéndose en "la enfermedad" y no en los síntomas podremos llegar a la cura. Aunque también adelanto que, quizás después del análisis lleguemos a la conclusión de que en realidad no se trata de una enfermedad. "Doctor, me encuentro muy mal, mareada, somnolienta, con poca energía ¿qué me pasa?". "Pues que está usted embarazada, señora". Como decía, existe una tendencia a la disgregación. No solamente en España, las tensiones descentralizadoras o directamente secesionistas afecta a una pluralidad de países. Se pueden citar los ejemplos, claros, de la Unión Soviética, Checoslovaquia y Yugoslavia; pero tampoco pueden desconocerse las tensiones que se vivieron en Italia en los años 90 y la demanda de mayor 
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  • 39. autonomía en Escocia, dentro del Reino Unido; aparte del propio caso español, claro. Se trata de una tendencia que, curiosamente, se vincula, al menos en parte, con la globalización. Sí, sí, con la globalización. Ya sé que puede resultar curioso y que muchos recurren al machacón discurso de "en estos tiempos de unidad en Europa y en el Mundo los nacionalismos desintegradores son cosa del pasado", etc.; pero lo cierto es que ese transcendental fenómeno de integración mundial lleva ínsitos mecanismos que favorecen la descentralización e, incluso, la fragmentación de los Estados. Aquí no me puedo detener en el desarrollo de este tema, pero para quien esté interesado recomiendo la lectura de M. Castells, La era de la información, vol. II, Madrid, Alianza Editorial, 3ª ed. 2001, pp. 300-301. Así pues, nos encontramos ante una tendencia generalizada a la descentralización que, en el caso de España presenta caracteres singulares, tal como vamos a ver a continuación. En primer lugar, esta tendencia, propia del fin del siglo XX se encuentra en España con una estructura política descentralizada fruto del Estado de las Autonomías. El Estado autonómico que diseña la Constitución de 1978 no es un producto de esta tendencia, sino que su explicación se encuentra en la Historia de España; pero lo cierto es que cuando se dan las circunstancias globales que cuestionan las estructuras centralistas, en nuestro país se encuentran con un armazón político y administrativo que les ofrece un extraordinario caldo de cultivo. El resultado es que en pocos años la estructura del país se ha visto profundamente transformada. En la actualidad las Comunidades Autónomas juegan un papel en la vida diaria de las personas muy superior al que tiene el Estado central. Y la transformación ha sido muy rápida. No hace mucho, cuando era alumno universitario, recuerdo una conferencia del entonces presidente del Principado de Asturias, Pedro de Silva, en la que justificaba la existencia de la Comunidad Autónoma en la elaboración de informes que se elevaban a Madrid, donde se encontraba el auténtico poder de decisión. Ahora las Comunidades 
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  • 40. Autónomas gestionan educación, sanidad, universidades, parte de las infraestructuras y un largo etcétera de cuestiones de importancia capital. El resultado es que las redes de poder ya no son centrales, sino que la red central ha de convivir con las que se han creado en torno a las estructuras autonómicas. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero no creo que sea necesario, puesto que es una realidad fácilmente constatable. Solamente la rémora de muchos siglos de centralismo explican que la realidad no sea aún vista así por gran parte de la población, que piensa que son más importantes las elecciones generales que las de su Comunidad Autónoma, cuando ya no es así, al menos si la importancia la medimos por la incidencia en la vida de los individuos. La transformación de las estructuras de poder en España consecuencia de la descentralización supone un riesgo (o una posibilidad, según se mire) real de fragmentación del Estado. No tendría que ser necesariamente así, pues los Estados federales existen y en muchos de ellos no se plantea, al menos de momento, ninguna secesión; pero en el caso de España se ha de añadir otro factor, que es el de la históricamente insuficiente consolidación del Estado. Me explico. El Estado-nación es, evidentemente un invento, y además un invento reciente, que data de la Edad Moderna. No es la única estructura posible para la articulación de las sociedades y, de hecho, ha sido un producto específico de Europa occidental. Sucede, sin embargo, que ha sido un producto extraordinariamente útil en los últimos tres siglos, hasta el punto de que una de las claves del predominio de Europa en la Edad Moderna ha de encontrarse en el Estado-nación. La estructuración de la sociedad en torno a un poder político que aglutinaba capacidad de incidencia en la política económica y poder militar fue un factor decisivo en la pujanza de Occidente. Esta nueva estructura política necesitaba legitimación, y ahí la idea de Nación fue útil. La construcción intelectual de la nación y su expansión, sobre todo a través de la educación pública a partir del siglo XIX fue un elemento esencial 
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  • 41. en la consolidación del Estado (sobre esto puede leerse Los orígenes del Mundo moderno, libro escrito por R.B. Marks y publicado en España por Crítica en el año 2007, esp. pp. 207 y ss.). Pues bien, en el caso de España esta construcción intelectual del Estado no llegó a concluirse. Las razones para ello se me escapan. Supongo que existirán estudios sobre el particular, pero yo no he llegado a ellos; es por eso que sólo puedo especular. Quizás las guerras carlistas hicieron daño en un momento clave para esta construcción, quizá la coincidencia de ese momento clave (siglo XIX) con una época de crisis en España (pérdida de las colonias americanas, pronunciamientos militares...). No lo sé, pero lo cierto es que España como Estado no llegó a consolidarse plenamente desde un punto de vista intelectual. Como un pastel que sacas del horno antes de tiempo si se me permite el símil. Y ante esto ¿cuál es la situación? El tema de la falta de asunción de la idea de Nación en el Estado español creo que puede llegar a ser importante, sobre todo si tenemos en cuenta que en algunas Comunidades Autónomas sí se ha venido tomando en serio esta idea de construcción intelectual de la Nación (en este caso ya no española, sino vasca, catalana o gallega). Los recursos que pusieron en marcha los Estados en el siglo XIX (educación, intelectualidad) son ahora utilizados por las estructuras de poder descentralizado para construir un referente ideológico y sentimental que dé cobertura a la estructura política periférica ya existente. En estas circunstancias la profundización en la separación entre estas estructuras y el Estado central es una tendencia que se sobrepone, como adelantaba al comienzo a vaivenes políticos coyunturales o a reformas estatutarias que tienen mucho de bandera y símbolo. Hasta aquí la descripción de lo que hay tal como yo lo veo. No me manifiesto ni a favor ni en contra, sólo pretendo hacer el diagnóstico de la situación, que para algunos será enfermedad y para otros oportunidad. Sea como sea, tómese como se tome, lo que sí que creo es que un fenómeno tan 
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  • 42. interesante, complejo e importante como es esta tensión entre globalización y descentralización debe abordarse con seriedad, huyendo de maniqueismos y teniendo como objetivo llegar a las soluciones que sean mejores para los ciudadanos. Nos jugamos mucho. 
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  • 43. La reforma del sistema electoral (22 de marzo de 2008) Tras las elecciones del 9 de marzo unos cuantos (no sé si muchos) han comenzado a agitar la bandera del cambio del sistema electoral. El argumento para ello es que con el actual sistema puede ser que quien tenga más votos no tenga más escaños. Así, por ejemplo, en las últimas elecciones IU obtuvo 963.000 votos que se tradujeron en 2 escaños; el PNV, con 303.000 votos llegó a los 6 escaños y UPD, con algún voto más que el PNV, se quedó en 1 escaño. En el instituto no era del todo malo en matemáticas; pero estos números cuestan de entender: 963.000 votos = 2 escaños; 303.000 votos = 6 escaños; 303.000 votos = 1 escaño. A partir de aquí, venga Dios y lo vea. Una situación tan estrambótica es de difícil digestión. Sobre todo cuando llevamos no se cuanto tiempo oyendo lo de la importancia de ir a votar, el valor de la democracia, cada persona un voto y que gane el que tenga más votos y cosas así... Ante todo esto no es extraño que a través de los medios de los que se dipone (blogs, sobre todo) algunos "ciudadanos de a pie" hayan mostrado su malestar por la situación. Este malestar se une al de la gran perjudicada por el sistema electoral, que es IU, quien ya ha iniciado una campaña de firmas para pedir que se modifique el sistema electoral. El link para poder firmar la petición es el siguiente: http://www1.izquierda-unida.es./leyelectoral.htm 
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  • 44. Ya son varios los análisis realizados sobre la situación, y circula una propuesta de la Universidad de Granada para mejorar la proporcionalidad del sistema electoral; esto es, que el número de diputados se corresponda con la proporción de votos obtenidos en mayor medida que lo que sucede en la actualidad. En La Comunidad de blogs de "El País" existen varias entradas y comentarios sobre el tema. El debate se cifra en si es posible conseguir una mejora del sistema electoral en el sentido apuntado mediante una mera modificación de la Ley Electoral o es preciso cambiar la Constitución, y también si el responsable de esta situación es el sistema D'Hondt por el que se realiza en nuestro país la atribución de escaños, o el que la circunscripción electoral sea la provincia. Mi posición sobre este tema es que la clave del problema está en la circunscripción provincial. El sistema D'Hondt de atribución de escaños respeta la proporcionalidad, y si se proyectase sobre una única circunscripción los resultados serían aceptables. Así, en las últimas elecciones generales la utilización del sistema D'Hondt sobre los votos emitidos, contando España como una única circunscripción, daría los siguientes resultados: PSOE: 161 escaños PP: 147 escaños IU: 14 escaños CiU: 11 escaños UPD: 4 escaños PNV: 4 escaños ERC: 4 escaños BNG: 3 escaños CC: 2 escaños 
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  • 45. El reparto de escaños se ajustaría bastante a la proporción de votos obtenido por cada lista electoral. Así pues, la solución para las deficiencias del actual sistema electoral pasa por sustituir las circunscripciones provinciales por una sóla circunscripción nacional para las elecciones al Congreso. Ahora bien, este cambio no puede hacerse sin modificar la Constitución, que en su art. 68 es muy clara a este respecto, estableciendo como circunscripciones electorales las provincias, Ceuta y Melilla. No cabe en el actual texto constitucional una circunscripción nacional para las elecciones al Congreso. El hecho de que se tenga que reformar la Constitución para llegar al resultado deseado, un sistema electoral más justo, puede parecer a primera vista un inconveniente, pues la reforma de la Constitución exige un trámite más complejo que la reforma de una Ley; ahora bien, también presenta una ventaja y es la de que tal reforma, de llevarse a cabo, podría aprovecharse para trasladar este principio de mayor justicia y proporcionalidad a las elecciones autonómicas, ya que las deficiencias que se derivan de un sistema electoral basado en la provincia se proyectan también sobre las elecciones a los Parlamentos de las Comunidades Autónomas. Ciertamente, es probable que aquí los cambios que se derivaran del paso de la circunscripción provincial a la autonómica no fuesen tan significativos como lo son a nivel estatal; pero no dejarían de darse. Me he entretenido en proyectar los resultados de las últimas elecciones en Cataluña a una circunscripción única para toda Cataluña y el resultado es el siguiente: Composición actual del Parlamento de Cataluña: CiU: 48 escaños PSC: 37 escaños ERC: 21 escaños PP: 14 escaños 
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  • 46. IC: 12 escaños C's: 3 escaños Con una única circunscripción para toda Cataluña y con los resultados obtenidos por las distintas listas en el año 2006 la composición del Parlamento de Cataluña sería la siguiente: CiU: 45 escaños PSC: 38 escaños ERC: 20 escaños PP: 15 escaños IC: 13 escaños C's: 4 escaños No es mucho, pero es algo, y sobre todo, se consigue que ningún ciudadano piense que su voto se pierde o que vale menos que el voto de quien vive en otro sitio. ¿No es lógico que si las elecciones son al Congreso de España la circunscripción sea España y si las elecciones son al Parlamento de Cataluña la circunscripción haya de ser Cataluña? Creo que la carga de la prueba corresponde a quien mantenga lo contrario. 
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  • 47. El 2 de mayo (3 de mayo de 2008) Uno de los tópicos que más me repatean es el de "la tenebrosa Edad Media". Es difícil encontrar a alguien que no vea cualquiera de los siglos que hemos dado en catalogar con ese curioso nombre como una época de barbarie, oscura, cruel y salvaje. Una noche oscura antes del amanecer que supuso el Renacimiento. Resulta curiosa esa visión de un tiempo en el que se desarrollaron las ciudades, se inventaron las gafas y el molino de agua, se crearon las Universidades y se escribieron obras tan luminosas como la Divina Comedia. Pero no es este el punto en el que me quería detener hoy, sino en el presunto "salvajismo" de aquellos años, de aquella época cruel frente a la que se yergue nuestra civilizada modernidad. No sé yo si esa visión simplista responde a la realidad, o al menos a toda la realidad. Hay un elemento, al menos, que nos puede hacer dudar sobre la verdad del tópico, y es el de la forma en que se desarrollaba la guerra entonces y la evolución que ha seguido desde aquella época hasta nuestros días. En la Edad Media la guerra estaba, generalmente, reservada a grupos pequeños, especializados en el arte de matar que se enfrentaban entre sí. Es cierto que cuando alguno de estos grupos se desmandaba la indefensa población del campo o de las ciudades podía ser objeto de sus iras o abusos; pero tales sucesos no dejaban de ser una "patología del sistema", que se basaba en la idea de que las disputas entre territorios y naciones (permítaseme el anacronismo del término) se ventilaban mediante el enfrentamiento de un grupo reducido de caballeros y soldados. Hasta tal punto estaba este planteamiento desarrollado, que en algún caso, preparados ya dos ejércitos en el campo de batalla, se decidía que la contienda se resolviera mediante enfrentamiento singular entre un caballero escogido de cada uno de los ejércitos. ¡Qué magnífico ejemplo de ahorro de vidas y esfuerzos! El vencedor era dueño del 
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  • 48. campo y el ejército del derrotado se retiraba como si realmente le hubiesen vencido. Cuando llega la Edad Moderna la cosa cambia un poco. En esa época cada país elegía unos representantes, unos cuantos miles, a los que disfrazaba de forma graciosa y enviaba al campo de batalla. Allí esos representantes de la nación se enfrentaban a los representantes, también ridículamente vestidos, de la nación enemiga y en el curso de una batalla -que normalmente no duraba más de un día- se decidía quien ganaba la guerra. El país de los soldados que habían sido derrotados se sometía al que había vencido y las cosas seguían más o menos igual en uno y otro. Así estaban las cosas cuando a principios del siglo XIX algo cambió. Primero en España y luego en Rusia la gente normal y corriente -no los representantes disfrazados del pueblo- decidieron rebelarse contra la costumbre que establecía que el vencedor de la batalla era el dueño del país. Tolstoi, en Guerra y Paz desarrolla este argumento mucho mejor que lo estoy haciendo yo y allí remito a quien esté interesado en el tema. Surgía así la guerra total, en la que cualquiera puede ser un soldado (ahí está Agustina de Aragón) o sufrir los desastres de la guerra en su propia casa (véanse los horrorosos bombardeos de Londres primero y de las ciudades alemanas después durante la Segunda Gurra Mundial). Así pues, el avance en la civilización ha supuesto que lo que era un asunto de una minoría, la guerra, sea cuestión que afecte directamente a toda la población. ¿Era realmente la Edad Media más salvaje que nuestra época actual? ¡Ah! y ya se me olvidaba. El título de este post es el 2 de mayo, porque, de acuerdo con lo que acabo de explicar, mi duda es la de si el 2 de mayo es una fecha que debemos recordar con orgullo o, por el contrario, lamentarnos de que por no sé que orgullo, furia o desatino, decidiéramos en aquel momento destrozar nuestro país en una guerra de seis años que podríamos habernos 
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  • 49. ahorrado de la misma forma que lo hicieron Holanda, los diferentes Estados de Alemania o de Italia o Polonia, países que, en aquel momento, prefirieron acogerse a la vieja regla de acuerdo con la cual una vez que se había perdido la batalla campesinos, comerciantes e industriales podían seguir con su vida de siempre, aunque fuera bajo otra bandera. 
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  • 50. Lo que opinan los expertos (8 de junio de 2008) Leído en la p. 37 del suplemento de Negocios de El País publicado hoy, 8 de junio: "El Euríbor a 12 meses está por encima del 5,4%. Cómo evolucionará en los próximos meses es un misterio: a decir de los expertos puede mantenerse, bajar a final de año o simplemente subir (el BCE acaba de abrir de nuevo esta posibilidad) si arrecian los problemas de inflación." Nunca había pensado que era tan fácil ser un experto en Economía. Resulta que los expertos nos dicen que el Euribor puede "mantenerse, bajar a final de año o simplemente subir". Pues hasta ahí llegaba yo; esta claro -por mera lógica- que las únicas tres posibilidades que hay son que se mantenga, suba o baje. Mérito tendría encontrar una cuarta posibilidad. Esta cuarta posibilidad es la que a mí no se me ocurre; pero las tres anteriores no creo que tengan duda. A mi lo que me gustaría es que alguien me dijera cuál de esas tres posibilidades se convertirá en realidad, o, al menos, cuál se puede descartar. Ahí sí que veo mérito; pero vamos, perder dos líneas de periódico en decir que el Euribor o se mantendrá o subirá o bajará me parece un desperdicio. Pero, espera... a lo mejor no es que sea sólo cosa de El País, a lo mejor es que hay sesudos informes económicos de docenas de páginas, llenos de gráficos y ecuaciones que llegan a la misma conclusión: "después de haber proyectado sobre la situación actual las ecuaciones de Heinz - Kelvin; y teniendo en cuenta los distintos escenarios posibles a partir de los métodos estadísticos estándar podemos concluir que, con un margen de error inferior al 5% el Euribor se mantendrá en los niveles actuales, salvo que se produzca un descenso no inmediato del indicador o, en función de la política monetaria del BCE, asistamos a un incremento progresivo de los intereses interbancarios." 
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  • 51. La verdad es que estoy un poco cansado de las previsiones de los economistas. Acabo, por curiosidad, de comprobar la previsión que realizó el FMI en septiembre de 2006 sobre la inflación en España en el año 2007. La previsión del FMI fue del 3,4% (El País, 14 de septiembre de 2006). La realidad es que la inflación en España en el año 2007 fue del 4,2% (http://www.ine.es/daco/daco42/daco421/ipc1207.pdf). El error puede parece pequeño (0.8%); pero en realidad es grande. Es el mismo que tendría quien al redactar un presupuesto fija el coste de la obra en 34000 € y luego resulta que el coste real es de 42000 €. El porcentaje de error del contratista del ejemplo y del FMI es el mismo, un 23%. Me gustaría seguir buscando ejemplos de previsiones económicas y contrastarlos con lo que luego pasó en realidad; pero ahora me empieza a doler la cabeza y creo que voy a dejarlo. Como muestra creo que vale. 
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  • 52. Pensamiento crítico, pensamiento dogmático (6 de agosto de 2008) Estoy un tanto preocupado. Hablaba el otro día con un chico de quince años (tercero de la ESO), y me comentaba que en el Instituto habían dedicado una semana al tema del cambio climático. Les habían pasado la película de Al Gore, les habían comentado los peligros del calentamiento global, las emisiones de dióxido de carbono, los males de la energía nuclear y las bondades de las energías solar y eólica. Le pregunté si les habían hablado de aquellas teorías científicas que sostienes que el calentamiento global no es responsabilidad del hombre, sino un fenómeno "natural". Me miró extrañadísimo y me dijo que no. Le pregunté si les habían comentado aquellas posiciones que mantienen que el cambio climático es irreversible y que, hagamos lo que hagamos, nos enfrentamos, al cabo de unas pocas décadas, a una crisis medioambiental de grandes dimensiones. Me dijo que tampoco les habían explicado nada de eso. En resumen, no les habían dicho nada que se apartara del pensamiento políticamente correcto: existe un problema medioambiental causado por el hombre y existen maneras de reconducir la situación; para ello debemos reducir las emisiones de dióxido de carbono, eliminar las centrales nucleares y echarnos en los brazos de las energías "limpias". Yo no es que defienda las teorías que sostienen que el cambio climático no es obra del hombre, ni tampoco aquéllas que mantienen que el cambio es irreversible; tampoco puedo defender la tesis mayoritariamente reconocida pues no soy científico, no conozco el tema y carezco, por tanto, de argumentos para poder tener opinión fundada sobre el asunto. Me sorprendió, sin embargo, que mi interlocutor de quince años lo tuviera tan claro. Cuando le apuntaba -en plan abogado del diablo- que había habido otras etapas cálidas en la Tierra y le ponía el ejemplo de la colonización de Groenlandia entre los 
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  • 53. siglos XI y XV me decía que eso no implicaba nada y que estaba claro que la acción del hombre era clave en el cambio climático y añadía que los que sostuvieran otra cosa mentían. Después de varios intentos de hacer tambalear su fé me acabó diciendo que si es verdad que había tantas dudas, mejor que la gente no lo supiera porque podrían dejar de hacer lo que tienen que hacer (ahorrar combustible, manifestarse contra las nucleares, consumir solamente papel reciclado, etc.). Llegados a este punto lo que menos me importaba ya era el cambio climático (aunque sea un tema importante) sino la forma en que se está educando a los jóvenes. En vez de potenciar el pensamiento crítico, el debate y el intercambio de ideas se parte del adoctrinamiento a través de eslóganes fáciles de recordar. Lo que he contado es una anécdota, por supuesto, pero me llegan más indicios en este sentido, indicios de que las nuevas generaciones están llenas de seguridades asentadas en el vacío y que carecen de la capacidad de pensar críticamente, cuestionar el pensamiento dominante y sacar sus propias conclusiones. Es un mal generalizado. Muchas veces se critica la falta de profundidad del discurso político, la falta de matices en los debates, la falta de ideas más allá de los tópicos. Mi impresión es que la educación profundiza en este carencia. Estoy sorprendido por ello, sorprendido y preocupado. 
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  • 54. Lo de Bombay (12 de diciembre de 2008) Se queja en El País Ignasi Guardans, eurodiputado español presente en Bombay durante los últimos atentados, de que en medio de la crisis que padecía la ciudad, los ciudadanos europeos volvían a ser españoles, franceses, italianos o polacos. Las representaciones diplomáticas en la India de los Estados de la Unión velaban sólo por la vuelta "de los suyos", sin preocuparse de la suerte del resto de ciudadanos europeos. No me sorprende, la verdad, y además es coherente con lo que ya he dicho en otras entradas: la política exterior europea tiene que ser algo diferente de la coordinación (imposible) de las políticas exteriores de los Estados miembros. Mientras no exista un Ministro de Asuntos Exteriores europeo (y un Ministro de Defensa) con legitimidad autónoma, presupuesto autónomo e infraestructura propia no podemos esperar que las representaciones diplomáticas de los Estados miembros actúen de forma diferente a como lo hacen. En definitiva, la política exterior europea debe sumarse a las políticas exteriores de los Estados miembros; pero sin sustituirlas y sin conformarse con ser una mera puesta en común o coordinación de las políticas nacionales. La crisis de Bombay es el último ejemplo de lo inútil que resulta continuar por esta vía. 
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  • 55. No es el mejor día… (24 de diciembre de 2008) Leo en el blog de Eduardo Rojo (http://eduardorojoblog.blogspot.com/) que hoy, día de Nochebuena, hoy precisamente se publica en el Diario Oficial de la Unión Europea la Directiva de Retorno. De la Directiva de Retorno se habló hace unos meses, levantó una cierta polvareda y, luego, fue enterrada bajo esa misma polvareda para ser aprobada de una manera poco ruidosa. Se trata de una norma de la Unión Europea (permítaseme ser poco preciso en este punto) que habilita a los Estados miembros para que regulen las vías de retorno de los nacionales de terceros países (esto es, nacionales de países que no sean miembros de la Unión Europea) que se encuentren en situación irregular en el territorio comunitario. Es casi un sarcasmo que un día como hoy, en que todos son buenas palabras: amor, fraternidad, etc., por tópicas y vacías que puedan ser; se aproveche para hacer oficial una norma que muestra de nuestra falta de voluntad de acogimiento hacia aquellos que pretenden una vida mejor para ellos y sus familias, una norma que hace oficial la fortaleza europea -vivamos nosotros felices y allá con lo que les pase a los que se encuentran fuera de nuestros muros- una norma que permite que una persona que no ha cometido ningún delito esté en prisión (internada dice la norma, con cínica expresión) hasta dieciocho meses. No es esta la vía de hacer una Europa justa; pero tampoco es la vía de hacer una Europa fuerte. Los países que históricamente han sido fuertes lo han sido porque han sido foco de atracción y de integración. La inmigración es una tremenda oportunidad para Europa y satanizándola no solamente hacemos un flaco favor al resto del Mundo, sino también a nosotros mismos. Paz y Amor para todos. Felices Fiestas. 
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  • 56. Pensamiento único, pensamiento corporativo (26 de diciembre de 2008) La justicia es, sobre todo, cosa de papeles. Demandas, providencias, autos, recursos, incidentes, ejecutorias, certificados, mandamientos, interlocutorias, rogatorias... un sinfín de documentos que cumplen una función precisa: garantizar que todo el inmenso poder coactivo del Estado no se ponga en marcha más que cuando es justo, cuando es adecuado; y es necesario que sea así. La justicia puede quitártelo casi todo. En España no la vida, pero sí la libertad, tu casa, tu dinero, la posibilidad de ver a tu hijo... Nadie es tan poderoso en España como el Estado y la manifestación última del Estado es la administración de justicia; porque ella es la que tiene la última palabra en todo litigio, toda disputa, incluso en toda sanción que pueda dictar una administración cualquiera. Desde hace siglos existe conciencia de que ese inmenso poder debe sujetarse al procedimiento. El procedimiento no es más que la sucesión de actuaciones, necesariamente documentadas para que existan garantías, que conducen desde la denuncia o la demanda a ese momento terrible en el que la puerta de una prisión se cierra o se procede a la subasta de la casa de alguien. Todos esos papeles son gestionados por las distintas sedes de la administración de justicia: juzgados de primera instancias, juzgados de instrucción, juzgados penales, juzgados de lo contencioso administrativo, de lo laboral, audiencias provinciales, audiencia nacional, tribunales superiores de justicia, tribunal supremo... Las necesidades de la justicia, del procedimiento exigen que todos esos papeles vayan de una a otra oficina, de uno a otro tribunal; generando este movimiento, a su vez, más papeles, ya que todo debe constar, quedar por escrito, documentarse. Es necesario para que existan las debidas garantías, ya lo he dicho antes. Es claro que por el volumen de los papeles que se generan en la 
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