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1) MARCO HISTÓRICO GENERAL


1.1 ORIGEN Y DESARROLLO DE LA RADIO EN EL MUNDO
       En la última década del siglo XIX el joven Guglielmo Marconi, de tan solo
veinte años, empieza en el jardín de su casa los experimentos sobre las ondas
electromagnéticas, cuya existencia había sido demostrada por Hertz justo un par
de años atrás. Eran los años en que se vendían los primeros fonógrafos de Edison,
se empezaban a ver el gran espectáculo del cine gracias a las recientes
innovaciones del mismo Edison y de los hermanos Lumière, mientras la voz
humana ya podía viajar por cable eléctrico y ser retransmitida a través del teléfono
de Bell. Unos decenios antes, en la primera mitad del siglo, un pintor retratista
norteamericano, profesor de literatura y dibujo en la Universidad de Nueva York,
de nombre Samuel F. B. Morse, consiguió crear un sistema de transmisión
simultanea de mensajes escritos a través del cable, el telégrafo (palabra de origen
griego compuesta de dos términos que hacen referencia a “distancia” y
“escritura”). Marconi confiaba que los aparatos de ondas hertzianas podían
ampliar su potencia y funcionar como un telégrafo sin hilos, por lo tanto modificó
su aparato de laboratorio y aumentó su potencia hasta lograr la propagación y
recepción de mensajes en el éter a más de un kilómetro de distancia.
       La concepción de la radiodifusión tal como hoy la conocemos no había
claramente hecho su aparición en la mente de ninguno de los contemporáneos, sin
embargo se le abrió el camino para su llegada. Por aquella fecha, se pensaba
simplemente en el desarrollo de un sistema de telégrafo inalámbrico. Las
inmediatas ventajas comunicativas de esa herramienta, en términos esencialmente
económicos y militares, eran de todos modos ampliamente percibidas y deseadas.
El mismo Marconi, cuando consideró su invento lo bastante perfeccionado, en
1897, se trasladó a Inglaterra para patentarlo; acto seguido constituyó la
Marconi’s Wireless Telegraph Company Ltd., madre de la rentable serie de
empresas que el italiano fundó en Europa y América. La búsqueda de aplicaciones
practicas a corto plazo y potenciales beneficios económicos (¡a largo plazo!)
animaron claramente las acciones del joven Marconi, que tanto genio tenía para la
tecnología como para la economía. A diferencia de un su ilustre colega de antaño,



                                         1
John Gutenberg, que realizó un paso igualmente grande para la tecnología, pero
no supo aprovecharlo económicamente (en menos de diez años perdió todo su
equipamiento en favor del socio capitalista Fust), el inventor italiano planeó bien
sus acciones para sacar la máxima rentabilidad económica: por eso eligió
Inglaterra, cuya potencia económica e imperio colonial podían asegurarle el mejor
mercado disponible en Europa. Todavía no existía una extensa industria de bienes
de consumo, aún menos para el telégrafo sin hilos, por lo tanto fueron los
gobiernos, para fines básicamente militares, y el gran capital mercantil-financiero
los únicos interesados en esta nueva tecnología, con inmediatas ventajas prácticas.
       Pronto el sector empezó a atraer recursos económicos cada vez más
poderosos, la cantidad y el tamaño de las empresas interesadas creció
rápidamente, con grandes inversiones que a menudo se traducían en
fundamentales mejoras técnicas. La recién nacida industria radiofónica obtenía
sus ganancias de la explotación de patentes, gracias a la fabricación, venta o
alquiler de equipos. Por otro lado, si el gran capital facilitó esenciales
innovaciones técnicas, al mismo tiempo desencadenó una verdadera guerra legal
por los derechos sobre las patentes, primera fuente de beneficio, que amenazó con
paralizar el sector. Tal era la situación que en 1916 la administración pública
estadounidense, país líder en el sector tecnológico y próximo a entrar en guerra, se
vio obligado a asumir el completo control sobre la nueva industria, constriñendo
las varias empresas a suspender sus conflictos económicos-legales y a subordinar
sus esfuerzos a las exigencias bélicas. La guerra trajo consigo una masiva
demanda de tecnología por parte del ejército, de esta forma llegarán masivas
cantidades de recursos económicos y se creará una organización estatal
centralizada que posibilitará un amplio y coordinado desarrollo de la radio.
       Al finalizar el conflicto bélico, el gobierno de los Estados Unidos
controlaba todas las estaciones transmisoras a través de la Marina, de este modo,
en unos grupos próximos a los círculos militares se concretó la idea de instituir un
monopolio estatal de las radiocomunicaciones, según el modelo que iba
desarrollándose en Europa. Sin embargo, la tradición liberal americana y los
intereses privados empujaron el gobierno de los Estados Unidos a rechazar un
papel activo en la industria, dejando que se desarrollara un sistema basado en la
propiedad privada. Entonces la Marina restituyó a la recién nacida RCA, Radio
Corporation of America, institución muy vinculada a los intereses militares, las


                                         2
estaciones y los derechos incautados a la Marconi, entre tanto pasada en propiedad
de la RCA. La privatización del sector iba también en sintonía con la tradición
legal americana en el sector: el estado años atrás había financiado la primera línea
telegráfica a larga distancia, pero renunció inmediatamente a la explotación de
este medio cediendo todos sus derechos a los privados. “Hoy parece claro que la
omisión del gobierno para mantener el control del telégrafo, sentó un precedente
que después sería seguido en los Estados Unidos”, sentencian con razón De Fleur
y Ball-Rokeach (1993, p. 130).
       En Europa, al contrario, el control y la iniciativa quedaban firmemente en
manos estatales. Ya en 1837 Francia había decretado el monopolio público sobre
la comunicación telegráfica, extendiéndolo más tarde al teléfono. Inglaterra en
1904 aprueba la primera ley de la Reina sobre telegrafía sin hilos, el Wireless
Telegraphy Act, con la cual vincula la instalación de aparatos radiofónicos, sea
transmisores que receptores, a una previa autorización gubernamental (Costa,
1986, p. 43). España sigue el mismo camino, y en 1907 emana una Ley que deja
al gobierno el desarrollo de la radiotelegrafia, de los cables y del teléfono. El Real
Decreto del 24 de enero de 1908 fundamentó el sector: “Se considerará
comprendido entre los monopolios del Estado, relativos al servicio de toda clase
de comunicaciones eléctricas, el establecimiento y explotación de todos los
sistemas y aparatos aplicables a la llamada ‘telegrafía hertziana’, ‘telegrafía
etérica, ‘radiotelegrafía’ y demás procedimientos similares ya inventados o que
puedan inventarse en el porvenir” (art. 1). La radiodifusión como medio de masa
aún no había nacido, pero ya se estaba aclarando la distinta concepción de fondo
que hubiera marcadamente diferenciado el sistema norteamericano del europeo:
por un lado una industria y un mercado basados esencialmente en la iniciativa
privada, con el estado relegado a un supuesto papel de vigilancia técnica casi
pasiva, por el otro una participación activa y directa del estado.
       Mientras tanto, iba abriéndose camino una nueva idea acerca de los
posibles usos de la radiotelefonía, usos posibilitados por las ulteriores mejorías
tecnológicas que redujeron considerablemente el tamaño del equipo, antes tan
voluminoso que solo los grandes barcos podían transportarlo, optimizando
contemporáneamente la calidad del sonido (a partir de 1906 incluso la voz
humana podía ser retransmitida). En 1916 un joven ingeniero de la American
Marconi Company, David Sarnoff, famoso también por haber transmitido la


                                          3
crónica del hundimiento del Titanic unos años atrás, enviaba una nota a sus
superiores en que predecía las futuras pautas de la radiodifusión:

         He concebido un plan de desarrollo que convertiría a la radio en un “articulo para el
hogar”, en el mismo sentido en que pueden serlo un piano o un fonógrafo. La idea es llevar música
al hogar por transmisión inalámbrica [...].
         El mismo principio puede ser ampliado a muchos otros campos, como recibir lecciones en
casa, que serían perfectamente audibles, o la difusión de acontecimientos de importancia nacional,
que serían transmitidos y recibidos simultáneamente. Los resultados de los partidos de béisbol
podrían ser transmitidos por el aire, etc (citado en De Fleur y Ball-Rokeach, 1993, p. 136)


        Las grandes empresas constructoras de equipos radiofónicos eran
obviamente las más interesadas en el desarrollo del sector: la venta de aparatos
por la telegrafía inalámbrica constituía un negocio decididamente rentable, pero
las últimas mejoras técnicas adelantaban la posibilidad de explotar un nuevo
mercado, mucho más amplio y rentable, nada menos que un mercado de bienes de
consumo. Sin embargo se debía crear, y no simplemente encontrar, ese nuevo
mercado: “No era el público quien había esperado a la radio, sino la radio que
esperaba al público”, ironiza en 1932 Bertolt Brecht, mordaz testigo poético y
teórico de aquellos tiempos (Brecht, (1932), en Bassets, 1981, p. 55). No basta
encontrar una demanda potencial de bienes de mercado, hace falta incentivarla,
cultivarla y dirigirla hacia la dirección deseada. Así como se puede producir un
bien material a partir de una necesidad o un deseo previos más o menos
advertidos, al mismo modo se puede producir un deseo, y convertirlo en
necesidad, a partir de la ocurrida existencia del bien material (las dos
eventualidades pueden también coexistir o darse en diferentes etapas de la vida
del bien). En el caso que nos interesa, alrededor del 1920 había ya la posibilidad
de proveer un mercado de masas de aparatos radiofónicos, pero se necesitaba
antes que nada crear una masiva demanda de mercado, o sea dar a los equipos
radiofónicos una función y un uso que los transformara en objetos anhelados de
las masas. “De repente se tuvo la posibilidad de decirlo todo a todos, pero, bien
mirado, no se tenía nada que decir”, sigue Brecht con su irreverente ironía
(ibídem, p. 55). Para cumplir este objetivo se constituyen las primeras estaciones
regulares, directamente instituidas y financiadas de las mayores empresas de
equipos eléctricos, sea en Estados Unidos que en Francia, Inglaterra o España.
Algunos grupos de radioaficionados particulares ya llevaban años disfrutando las
potencialidades del espacio electromagnético, pero la emisión radiofónica regular


                                                4
era otra cosa, que solo las grandes empresas constructoras de aparatos eléctricos
tenían el interés y la capacidad de promocionar. La primera emisora regular nace
entonces en Pittsburg en octubre del 1920 por mano de la Westinghouse
Company. En Francia, la primera estación de radio surge por iniciativa de la
marca Radiola, en Inglaterra gracias a la empresa Marconi, en Alemania por obra
de Telefunken y Lorenz, en España por la Compañía Ibérica. Sin embargo, estos
varios intentos empresariales, así como el mismo sector radiofónico de cada país,
pronto empezarán a diferenciarse.
       El caso de Estados Unidos necesita ser brevemente mencionado por obvios
motivos. En poco tiempo nuevas emisoras se lanzaron en el aire, dentro del primer
semestre de 1922 el número de las licencias concedidas subió a 254. Los
industriales habían logrado su objetivo, al punto que en el mismo 1922 la
producción de receptores domésticos no podía cubrir la demanda: en 1921
existían 50.000 receptores, justo un año después 750.000. El interés de las grandes
compañías era evidente. Por el 1923 cada importante ciudad del país podía contar
con su emisora, cuyo número en poco tiempo alcanzó 1400 en 1924 (De Fleur y
Ball-Rokeach, 1993, p. 140-143). Sin embargo, quedaban para resolver unos
problemas fundamentales: antes de nada la pequeñez del espectro disponible,
unida a la falta de legislación y de una autoridad competente, transformaban la
posible recepción de palabras y sonidos en una serie de insoportables
interferencias. La ley de 1912, que asignaba el asunto al Departamento de
Comercio, sin conferirle más poderes que lo de conceder la licencia a quienes la
pedían, quedaba absolutamente anticuada. La propia industria presionaba
enérgicamente para tener una legislación que regulara el sector conforme a sus
necesidades económicas, sentándolo sobre bases privadas, racionalizando el
utilizo del espectro electromagnético y limitando el numero de emisoras. Entre las
empresas más destacadas, que controlaban la casi totalidad de la producción de
equipos, podríamos citar a las poderosas CBS, ABC Paramount, Westinghouse,
etc., además de la RCA y su prolongación, la NBC, asociación creada sin animo
de lucro justo por proveer la programación. El caos total que se había creado
obligó el gobierno a legislar después de años de titubeos, indecisiones y fuertes
presiones externas: la Ley sobre la Radio de 1927 declaraba las ondas de
propiedad publica, pero “de hecho dejaba la gestión en manos de la iniciativa
privada” (Gaido, en Bassets, 1981, p. 160) subordinándola a la licencia formal del


                                        5
gobierno, concedida por un tiempo determinado según un supuesto interés
publico. Esa misma ley se reveló insuficiente a cabo de pocos años, pues en 1934
se tuvo que redactar otra ley, base del futuro cuerpo jurisdiccional del sector, con
la que se instituía también la autoridad legal competente, la Comisión de
Comunicaciones Federales (FCC). La intención de los relatores era de impedir
una excesiva concentración oligopolista y la violación de las normas antitrust de
Estados Unidos: el casi absoluto fracaso de este objetivo es patente.1
        Mientras tanto, el sector radiofónico estadounidense había tenido que
enfrentarse con otro gran problema, tal vez mayor, cuya particular resolución
constituye la base de la misma legislación que acabamos de ver: se trata,
obviamente, del problema económico. Unas emisoras estaban financiadas por los
grandes productores de equipos gracias a las ganancias derivadas de la venta de
receptores, pero esta opción constituía un expediente limitado, fuera del alcance
de la mayoría de emisoras. Por el verano de 1923 las leyes del mercado
presentaron la cuenta, y cerca 150 estaciones radiofónicas tuvieron que cerrar.
Unos hombres de negocio de Nueva York intentaron pedir dinero directamente al
público, prometiéndole en cambio mayor calidad de programación, pero no
tuvieron éxito. Otros intentaron proponer el cobro de un canon a cada receptor,
otros aun seguían sosteniendo que el coste de la programación tenía que ser
cubierto por los fabricantes de aparatos. Para resolver las dudas llegó la
publicidad, que pronto se impuso como la única fuente de financiación. Ya en
1922 una estación de Nueva York empezó a introducir anuncios, y hacia la mitad
del decenio el fenómeno estaba generalizado a pesar de algunas protestas, entre
las cuales destacaban la del secretario del comercio y de otros funcionarios
gobernativos, más la de los altos cargos militares, que no acababan de entender
como se podía dejar una parte de un bien tan precioso y limitado, como el
espectro electromagnético, en manos privadas.
        La financiación publicitaria era algo bien conocido y comprobado, cuyo
camino había sido abierto por la prensa un siglo antes siempre en Nueva York,
cuando gracias a los primeros periódicos baratos de gran tirada la prensa de masas

1
  “Sobre esta votación”, comenta Gaido a propósito de la ley del 1934, “hecha sin un quórum
mayoritario y de forma nominal se ha discutido mucho, y con el tiempo no parece nada
descabellado suponer que hubiese habido una lluvia de ‘sobres’” (Gaido, en Bassets, 1981, p.
160). Ah, ¡que maliciosos estos italianos! De otro lado, De Fleur y Ball-Rokeach, si bien no
nieguen las fuertes presiones de la grande industria, prefieren subrayar el peso de la tradición
liberal americana y la continuidad de la ley con esta tradición.


                                               6
se convirtió en un hecho.2 Estos diarios eran baratos, vulgares y sensacionalistas,
y se sostenían principalmente de los ingresos de la publicidad: de hecho, marcaron
unas importantes pautas en el futuro desarrollo de los siguientes medios de masas.
Sin esta larga tradición en el campo de la prensa, es difícil creer que la publicidad
radiofónica pudiera haber sido aceptada tan rápidamente.
        Finalmente, a mediados de los años treinta, el sistema norteamericano de
medios de masas ya había desarrollado sus rasgos más característicos, de acuerdo
con el sistema de valores socio-culturales 3 y las instituciones político-económicas
en los que nació y se difundió. Estas condiciones generales están en la base del
particular desarrollo del sistema mediático, pues de su forma actual, y viceversa,
el mismo sistema mediático en seguida se hace cargo de servir de base del sistema
social, empujando hacía la transformación del orden social que le dio vida según
los rasgos más idóneos a los objetivos de quienes lo controlan. Los dos sistemas
se refuerzan a la vez, recursivamente, salvo (de momento) improbables rupturas
de un sistema, con el consiguiente derrumbe del otro.
        La publicidad no había solo logrado vender aparatos, si no que había
transformado la radiofonía en una industria altamente rentable en plena expansión.
Los Estados Unidos vivieron en la década de los veinte una época de enorme
crecimiento económico, que no dejaba imaginar el colapso del 1929. En estos
años la radio consiguió entrar tan profundamente en los hábitos del pueblo
estadounidense que ni siquiera la misma crisis del 1929, con los siguientes diez
años de intensa depresión económica, detuvieron su crecimiento. Se calcula que
en 1925 había un promedio de 0,2 receptores por cada hogar, en 1930 0,4, hasta
que en 1935 en media cada hogar tenía su receptor (De Fleur y Ball-Rokeach,
1993, p. 148)4.
        El desarrollo de la industria radiofónica en el viejo continente no será tan
vertiginoso, ni seguirá el mismo camino de Estados Unidos, diferenciándose muy
2
  En 1837 el “New York Sun”, fundado por Benjamin H. Day cuatro años antes, vendía 30.000
ejemplares diarios (De Fleur y Ball-Rokeach, 1993, p. 81).
3
  El sistema de valores es bien reasumido en la siguiente expresión de De Fleur y Ball-Rokeach, en
la que hablan en forma bastante destacada y objetiva de “nuestras creencias en la libre empresa,
nuestra opinión sobre la legitimidad del motivo de lucro, las virtudes de un capitalismo controlado
y nuestros valores generales sobre la libertad de expresión” (p. 184). Esta frase a la vez ilumina
también la posición ideológica de los dos autores norteamericanos, moderados keynesianos.
4
  El crecimiento de la radio destaca con aún más vigor si comparado con la desastrosa situación de
los años treinta. El tono funesto de De Fleur y Ball-Rokeach rende todavía la idea: “El trauma
creado por estas condiciones sólo puede ser debidamente apreciado por quienes lo vivieron
personalmente. Fue una época de grave depresión para el pueblo de los Estados Unidos, tanto en
un sentido espiritual como en el económico” (p. 147)..


                                                7
pronto en una de sus características principales, o sea la propiedad estatal, a la
vez matriz de toda una serie de diversidades que se repercuten por ultimo en los
contenidos (igualmente que en la estructura social de cada país). La radiofonía,
como más tarde la televisión, será en breve declarada monopolio estatal en la
mayoría de los países europeos, con unas pequeñas excepciones, como la misma
España, donde sin embargo tampoco se puede hablar de la implantación de un
modelo norteamericano de base privada. De hecho, algunos autores han negado la
posibilidad de distinguir entre dos modelos audiovisuales realmente diferentes, el
modelo europeo de base pública y el estadounidense de base privada, subrayando
el semejante uso que se ha hecho de los medios en cuestión por incentivar los
objetivos de control social y desarrollo capitalista de la clase dominante.
       Sin embargo, las diferencias son bastante significativas, por lo menos en la
fase precedente el desmantelamiento de los monopolios públicos. La más marcada
es sin duda el diferente tipo de financiación, pública de un lado, a través de un
impuesto específico o del presupuesto general del estado, privada del otro, a
través de la publicidad. Sólo posteriormente la publicidad ha empezado a
constituir una fuente de financiación para el sector público. En consecuencia,
cambia también la función característica desempeñada del sistema audiovisual:
por una parte se privilegia esencial, si no exclusivamente, su función social, sin
embargo entendida en respeto a las finalidades de la esfera política dominante,
especialmente cuando los políticos, como pasa comúnmente, confunden un bien
público con un bien propio o gubernamental. En este caso el aspecto económico
interno constituye solo un límite, una variable de dependencia, en absoluto no la
principal. En el otro caso la función económica, o sea la búsqueda de beneficios
económicos, es el eje del sistema audiovisual. Hay que decir que, considerando
los medios de masas en el contexto social general del cual forman parte, en una
sociedad, como la nuestra, que asume el crecimiento económico como su principal
objetivo, los dos sistemas antes mencionados acaban confundiéndose siempre
más.
       De todos modos, contemporáneamente a Estados Unidos, al principio de
los años treinta también en Europa se consolidan los últimos rasgos del régimen
radiofónico. El poder político, si bien las primeras emisoras fueron generalmente
de propiedad de las grandes compañías de aparatos eléctricos, pasa a la
constitución definitiva de monopolios públicos. Las razones son extremadamente


                                          8
complejas y profundamente enlazadas, en un sector donde las instituciones y las
costumbres jurídicas, y los asuntos políticos y económicos están tan mezclados y
vinculados entre si hasta el punto de volver infructuosa la búsqueda de sus
perfiles. Distintos autores han subrayado uno u otro de estos aspectos, centrando
sus explicaciones principalmente en las causas económicas o en las políticas,
afirmando la intención de la política de someterse a los intereses del gran capital,
o bien evidenciando su autonomía en la elección de una estrategia que le
reservaba el control de un medio tan importante. Seguro es que la opción de crear
monopolios de radio, y posteriormente de televisión, no fue dictada por principios
políticos propiamente progresistas, para dar el libre usufructo del espacio
audiovisual al pueblo, si no que fue más bien empujada de un deseo del estado de
ampliar y potenciar su intervención. De otro lado, las condiciones económicas
europeas, contrariamente a las que llevaron al desarrollo de una industria privada
en Estados Unidos, no permitían en absoluto la viabilidad de semejante opción
precisamente por la insuficiencia de las potencialidades del mercado. La gran
industria europea de la tecnología no quería un mercado privado de la radiofonía
porque eso era esencialmente imposible por simples razones económicas: quería
tan solo vender aparatos, y eso se lo consentía perfecta y únicamente la radiofonía
pública. Costa, tras haber examinados las divergentes opiniones de unos autores,
llega a una firme conclusión:


Parece demostrado que el modelo europeo de radiodifusión se originó por un interés coordinado de
las industrias fabricantes de aparatos y de los poderes públicos que se movían con la doble
finalidad de proteger, respaldar y fomentar la industria nacional y, al mismo tiempo, difundir e
incluso dominar los contenidos de las emisiones de radio que fueron promocionadas para crear la
necesidad de aparatos receptores. Con la ideología dominante de aquella época no podía ser de
otra manera (1986, p. 52)


        Los países europeos pusieron el sello a la definitiva institución de
monopolios de radio poco después de la crisis del 1929, o sea cuando la actividad
económica se hallaba en la depresión más fuerte de la historia del capitalismo;
puesto que la radiofonía privada depende directamente de los ciclos económicos a
través de la publicidad, resulta inmediatamente claro que un mercado tan flojo no
podía generar el volumen suficiente de publicidad capaz de mantener en vida el
sector radiofónico privado. En Estados Unidos, de otro lado, la radiofonía privada
se había desarrollado en acuerdo con el boom económico de los años veinte. El



                                               9
crecimiento de la economía estadounidense entre el 1922 y el 1929 fue
impresionante, la expansión productiva de la industria alcanzó en el complejo un
taxo del 64% (Salvadori). La ideología dominante, plenamente apoyada de la serie
de gobiernos republicanos que se subsiguieron en la década, daba total libertad a
la iniciativa privada repugnando la mínima intervención estatal, lo que de hecho
significaba libertad total a la acción de los grandes trust. La crisis del ’29 llevó a
un mayor intervensionismo del estado, sin embargo doblegado a los intereses del
gran capital, o sea a una afinación de la acción conjunta de los dos. En
consecuencia de las diferentes estructuras y condiciones económicas de Estados
Unidos y Europa, esa actitud se tradujo en una ley que de hecho respaldaba los
trustes radiofónicos en el primer caso, y en la creación de monopolios en el
segundo.     La    opción      europea     de    crear    monopolios       públicos      apoyaba
sustancialmente los intereses de la grande industria financiando los programas que
creaban la demanda de aparatos. Tras unos años pasó lo mismo con la televisión,
cuyo desarrollo en el infausto periodo posbélico rendía imposible su explotación
por parte del capital privado. El sucesivo abandono del régimen de monopolio,
bajo las fuertes presiones de los futuros inversores, se puede igualmente
reconducir a los mismos mecanismos de mercado, en este caso a la desaparición
de las causas que anteriormente empujaron hacía la creación de los monopolios: el
elevado crecimiento económico volvió muy rentable la explotación privada de los
medios audiovisuales, y los estados la respaldaron. El caso de Gran Bretaña, patria
del liberalismo, parece indicar la preponderancia de las razones económicas, que
aquí contrastaban con la tradición político-jurídica de libertad de prensa que había
ido creciendo a partir de la Guerra Civil del siglo XVII, o sea mucho más antes
que en el resto del mundo. También la masiva campaña de prensa, industria
temerosa de perder importantes cuotas del mercado publicitario, tuvo un papel
destacado.5 La lógica del beneficio económico, principal línea explicativa, debería
quizá ser extendida para tener en cuenta el complejo juego de fuerzas de la época,

5
  Unos decenios más tarde pasó lo mismo en España, solo que en sentido contrario, cuando unos
grupos editores de importantes periódicos promocionaron incesantemente el abandono del
monopolio público televisivo, para entrar ellos mismos en el mercado, hasta lograr sus fines (en
particular La Vanguardia, El Mundo, y El Periódico, en mano a los principales accionistas de
Antena 3). Incluso en Inglaterra la prensa pasó a esta actitud en los años cincuenta para derrumbar
el monopolio de la BBC. Después de pocos años, con gran desconcierto, el pueblo inglés supo que
la campaña a favor de la televisión comercial respondía a una estrategia coordinada del partido
conservador y financiada por la industria electrónica, alguna agencia internacional de publicidad,
especialmente la norteamericana Thompson, y otras empresas interesadas al sector.


                                                10
como antes propuesto por Costa: lo importante es notar que los objetivos políticos
dominantes y los del gran capital coincidían, lo que parece ser indispensable para
dar un paso tan importante como la adopción o el abandono del monopolio
público audiovisual.
        Sea cual sea el régimen radiofónico instaurado, al principio de los años
treinta la radiofonía occidental había hallado su camino y realizado su fractura de
la base de la sociedad, constituyéndose como un cuerpo separado con un flujo
unidireccional y vertical de transmisión (inoculación) de material. Pero este
proceso no pasó inobservado ni sin protestas. En varios estados occidentales, por
ejemplo, toda la década del veinte vio repetidos intentos de las organizaciones
obreras de tomar un espacio en el éter, lo que no era en absoluto imposible puesto
que la estructura de la radiodifusión aún no estaba totalmente arreglada ni
herméticamente cerrada. En Chicago, la Federation of Labour poseía su emisora,
mientras en otros países europeos las transmisiones obreras eran más irregulares y
a veces dependían de esporádicas acciones de protesta, si bien se podían siempre
escuchar las emisiones en diversos idiomas nacionales de la potente Radio Moscú.
En noviembre de 1929 la Comisión internacional de radio de la Internacional de
sindicatos revolucionarios convocó una conferencia en la cual los miembros de
doce países aprobaron un catalogo de llamativas consignas. Los primeros tres
puntos del catalogo así proclamaban:

        1. Lucha por el reconocimiento del derecho a la utilización de radio por parte de las
        organizaciones revolucionarias
        2. Lucha contra el monopolio capitalista de la radio y la censura
        3. Lucha por el descenso de las tarifas, por la utilización de radiorreceptores y por el
        derecho de los trabajadores y sus organizaciones a poseer emisoras de onda corta6


        Sin embargo, la institución de monopolios estatales no fue siempre mal
vista de los sindicatos o de los partidos de la izquierda europea: frente a la
utilización exclusiva de la radio en provecho de los intereses del gran capital,
parecía a menudo mejor la monopolización y el control estatal, más apto que el
libre mercado a representar las diversas fuerzas políticas institucionales. Esa
posición se quedará inmutada unos decenios más tarde (como en la actualidad),
cuando los monopolios serán destituidos, en correspondencia con el difundirse del

6
 Citado en Dahl, “Detrás de tu aparato de radio está el enemigo de clase”, en Bassets, 1981, p. 38.
En la mayoría de los países existían impuestos bastantes altos sobre la utilización de receptores,
cuya construcción personal era prohibida.


                                                11
movimiento a favor de la “libertad de antena”, usualmente apoyado de amplios
sectores de la izquierda extra-parlamentaria pero no de los partidos.
        De otro lado, existían también entonces voces de protesta más
independientes que reclamaban la libre utilización del espacio radiofónico en
beneficio del pueblo, a veces con una conciencia tan desarrollada y precisa que
resulta difícil creer que se tratase de opiniones formuladas en los años treinta. Una
de esas era la de Bertolt Brecht, factótum artístico alemán (poeta, dramaturgo,
ensayista, director de teatro, etc.), el cual manifiesta una clarividencia
incomparable en el terreno de los medios de masas. Vale la pena profundizar un
poco unos ensayos que escribió entre el 1927 y el 1932 (publicados en Bassets,
1981, p. 48-61, con el título de “Teoría de la Radio”, título anteriormente acuñado
por el recopilador alemán), por su increíble proximidad con las futuras
reivindicaciones de las denominadas radios libres o democráticas, lo cual les
atribuye un importante valor como testimonio etnográfico.
        La     siguiente      proclama,      celebre     “propuesta       para      cambiar      el
funcionamiento de la radio”, manifiesta enérgicamente su opinión y su aguda
comprensión del medio, así como uno de los fundamentos ideológicos del
abigarrado mundo de las actuales radios libres:

Hay que transformar la radio, convertirla de aparato de distribución en aparato de comunicación.
La radio sería el más fabuloso aparato de comunicación imaginable de la vida pública, un sistema
de canalización fantástico, es decir, lo sería si supiera no solamente transmitir, sino también
recibir, por tanto, no solamente hacer oír al radio-escucha, sino también hacerle hablar, y no
aislarle, sino ponerse en comunicación con él. La radiodifusión debería en consecuencia apartarse
de quienes la abastecen y constituir a los radioyentes en abastecedores (p. 56-57).


        “Si consideran esto utópico”, sigue Brecht, “les ruego reflexionen sobre el
porqué es utópico”. Poco antes, el autor alemán afirmaba sarcástico que:

Tenemos centros culturales intrascendentes, que se esfuerzan angustiosamente por impartir una
formación que carece de consecuencias y que es la consecuencia de nada. [...] No pertenece aquí
analizar en interés de quien repercuten estas instituciones intrascendentes, pero cuando se halla
una invención técnica de una utilidad tan natural para distintas funciones sociales con un esfuerzo
tan angustioso por quedarse intrascendentemente en pasatiempos cuanto más inofensivos mejor,
entonces surge incontenible la pregunta de si no existe ninguna posibilidad de evitar el poder de la
desconexión mediante la organización de los desconectados (p. 57-58).


        La última frase, sobre la “organización de los desconectados”, podría
parecer en unos de los muchos panfletos que las actuales radios libres distribuyen
copiosamente para revindicar su lucha, tan similar es su tono, como se podrá ver



                                                12
en la etnografía del próximo capítulo. Brecht concluye el texto contestando a la
anterior pregunta sobre las causas que convierten esta aspiración en una utopía:
Impracticables en este orden social, practicables en otro, las sugerencias [...]
sirven a la propagación y formación de este otro orden (las cursivas son mías, p.
60). Pues Brecht aquí exalta concisamente la estricta relación entre la
organización del medio y la organización social, dando gran valor a las
posibilidades ofrecidas por la retroalimentación de esta relación, cuyo directo
reconocimiento constituye otro importante asunto de la parte etnográfica.
       Hasta ahora hemos trazado rápidamente el contexto histórico general que
dio forma a la radio que hasta hoy día conocemos: si bien ocurrirán importantes
acontecimientos que la modifican, su base quedará semejante a la que acabamos
de ver. Podemos entonces pasar a un sumario análisis de la evolución histórica de
la radio en España, a través del cual deseo enseñar solamente lo que me parece
más importante para la comprensión de la situación actual, obviamente sin
ninguna pretensión de ser exhaustivo, ni siquiera por lo que concierne un análisis
sumario.


1.2 LA RADIO EN ESPAÑA
       La historia de un medio de comunicación, real o potencial, está totalmente
enlazada con el más grande contexto histórico-político en el cual se desarrolla, o
sea, en el caso de la radio en España, con un siglo áspero y denso caracterizado
por dos dictaduras y una violenta alternancia de distintos ordenes sociales e
instituciones políticas, lo cual se traduce en diferentes y en parte contrastados
intereses y organizaciones del sector radiofónico. No se puede en absoluto hablar,
a lo largo de toda la historia de la radio en la península, de una evolución
coherente y ordenada, aunque teniendo en cuenta la instabilidad del contexto
político, ni siquiera de un modelo público o de un modelo privado, útil enfoque de
partida para los demás países, tan siquiera de un modelo de mercado mixto con
organismos públicos como es el actual. Tal vez se trata de un escenario
radiofónico más complejo, tal vez simplemente más desordenado. Seguro es que
precisamente el desorden, primariamente legislativo e institucional, ha
caracterizado muchos años del desarrollo de la radio en España, y sigue teniendo
substanciales consecuencias (no todas negativas) hasta hoy día.



                                        13
La primera emisora regular de radio, tras unos esporádicos intentos, ve la
luz en Barcelona en 1924, cuando unos importantes hombres de negocio y las
respectivas   sociedades        económicas    crean   la   Asociación   Nacional   de
Radiodifusión (ANR), con el propósito de fomentar la radiodifusión y la venta de
radios. Los nombres que se unen en la asociación no dejan lugar a dudas sobre el
alto nivel de penetración internacional y los objetivos de lucro: Sociedad Anglo
Española de Electricidad, Sociedad Ibérica de Construcciones Eléctricas,
Industrias Radio Eléctricas, Teléfonos Bell, Viuda y Sobrinos de Prado
(representantes de la Ericsson de Estocolmo), etc (Franquet, 2001, p. 29). La casa
Teléfonos Bell proporcionará la estación emisora, inaugurada oficialmente el 14
de noviembre bajo el indicativo EAJ-1, Radio Barcelona. En los mismos días
empieza a emitir también Radio España de Madrid, EAJ-2, segunda emisora en la
historia de la radio ibérica.
        El estado se había antes reservado el derecho de explotar el servicio
radiotelefónico mediante concesión o por si mismo. La Real Orden del 14 de
Junio de 1924 reglamentaba el sector consolidando el control estatal, como
reasume el Art. 3: “Las estaciones radiotelegráficas o radiotelefónicas
particulares, sean transmisoras o receptoras, están sujetas a la intervención del
gobierno”. Este reglamento establecía y regulaba cinco clases de emisoras, entre
las cuales cabían las estaciones comerciales (cuarta categoría): “Éstas podrán ser
establecidas libremente por particulares o corporaciones sin concesión de
monopolio alguno. La concesión tendrá lugar por un tiempo diario, potencia
determinada y longitud de onda” (Art. 19). El Art. 22 establecía que
“corresponderá a las estaciones de esta categoría la transmisión de todo genero
de servicio de interés o utilidad general, [...] y todo cuanto pueda tener carácter
cultural, recreativo, moral o de interés comercial”. Asimismo se autorizaba la
emisión de publicidad, con un limite de cinco minutos por hora, de la cual el
estado cobraba un impuesto, y se imponía además otro impuesto sobre los
radiorreceptores, de cinco pesetas en caso de ser en mano a particulares, cincuenta
si estaban en lugares públicos. Finalmente, el Reglamento dejaba abierta la
posibilidad de establecer un servicio público de radiodifusión, pero sin hacer más.
        Al amparo de este reglamento se conceden quince permisos, uno de los
cuales, EAJ-7, a la empresa protagonista absoluta de la historia de la radio
española, y de la actualidad también, o sea Unión Radio, futura SER, cuya


                                             14
predominancia ha rozado y roza el monopolio. Su fundador y primer director
general fue Ricardo Urgoiti, hombre de relieve del grupo propietario de los diarios
El Sol y La voz, y de Papelera Española. Además de ser el líder de esas empresas
de familia, y de la empresa Sagarra, propietaria de una cadena de cines, Urgoiti
era hombre de confianza de importantes multinacionales del sector tecnológico,
como AEG, Telefunken, Marconi, Standard Eléctrica, ITT, etc., que juntas al
Banco Urquijo formarán el accionariado de Unión Radio (Díaz, 1997, p. 53, 121).
La sede de la emisora madrileña estaba en el mejor tramo de la Gran Vía,
entonces llamado Pi y Margall, en la sexta planta del lujoso edificio de los
almacenes Madrid-París, rodeada de unos cuantos cines. La emisora,
pomposamente inaugurada el 17 de junio de 1925, nace con claros objetivos
expansionistas, con no tan velado propósito de crear una red de emisoras
nacionales gracias a la excepcionalidad del gran capital a disposición. El camino
hacía la concentración del mercado radiofónico, hasta entonces caracterizado por
muchas pequeñas iniciativas, tenía aún un freno legal en la antes mencionada Real
Orden del 1924, que prohibía el traspaso de concesiones. Sin embargo, el 1 de
Abril del ’26 se promulga otra Orden que autoriza tales traspasos. Quizá el hecho
que a la pomposa inauguración de Unión Radio hayan participado el Rey Alfonso
XIII, don Miguel Primo de Rivera, Valentín Ruiz Senén (presidente de Unión
Radio y amigo del dictador), ha contribuido a engrasar un poco los estridentes
mecanismos de la maquina legislativa.
       En su conjunto, a la radio en España le costó arrancar, el público era
escaso, la publicidad muy poca, pero el canon de uso de receptores y las
aportaciones de los oyentes consiguieron sacarla adelante. Las cuotas de los
socios eran sin duda el principal medio de sustentamiento: Radio Barcelona tenía
3.000 socios en el octubre de 1925 (Franquet, 2001, p. 36), Unión Radio Madrid
terminó ese año con 2.000 asociados, que subieron a 10.000 por el final del 1926
(Díaz, 1997, p. 128). Cada importante emisora tenía además su órgano escrito
(Radio Barcelona por la homónima radio y Ondas por Unión Radio), revistas a las
cuales se atribuía grande importancia por la difusión de la radio y de la conciencia
de grupo necesaria al mantenimiento de un medio que se auto-sustentaba. Otro
gran problema que no podía tardar en presentarse fueron las peticiones de la
Sociedad de Autores, ansiosa de cobrar los derechos, problema común que en



                                        15
ausencia de una ley general fue singularmente solucionado después de largas
tratativas.
        En julio de 1929 el estado promulga otro decreto para crear el “Servicio
Nacional de Radiodifusión” a través de un concurso, que a causa de fuertes
presiones e importantes cambios políticos, como la muerte del dictador, será
declarado desierto un año después. Pero en la práctica existía un servicio nacional
de monopolio, el de Unión Radio, bien que no era un monopolio de estado ni de
derecho. Por el 1930 la empresa en cuestión poseía emisoras en Madrid,
Barcelona, Sevilla, San Sebastián y Valencia, a las cuales hay que añadir unas
cuantas “asociadas” y las que Unión Radio compró y cerró para desmantelar la
concurrencia. Así en noviembre del 1926 desapareció Radio Barcelona, absorbida
de la cadena madrileña, que un par de años más tarde compraría también la
segunda radio que había surgido en la ciudad, para cerrarla en seguida. Mientras
ese proceso se repetía en varias ciudades españolas, las emisiones iban siendo
centralizadas y la dirección unificada.
        Los políticos empezaron desde el principio a aprovechar directamente las
ventajas de la radiofonía. En abril de 1924 Primo de Rivera dio el primer paso
hacia la conquista política del éter, con un tono que ahora puede parecer
simpáticamente demagógico: “Por primera vez me veo ante el aparato de
maravillosa invención que ha de recoger mis palabras para difundirlas acaso por
el mundo, las primeras que he de pronunciar son un rotundo, categórico y
entusiasta ¡Viva España!” (Díaz, 1997, p. 103). En seguida se empezaran a
retransmitir las corridas y el fútbol, los eventos religiosos y otros de
entretenimiento: faltaba solo una lluvia de informativos, o supuestos tales, y de
tertulias políticas, por el resto la programación de entonces no se alejaba mucho
de la corriente. Uno de los primeros programas no musicales de Radio Barcelona
se dirigía a las mujeres. Un periodista de la revista Radio Barcelona, en el
noviembre de 1924, afirmaba que el programa “no pretendía ocuparse de nada
trascendental, ni abordar a fondo problemas políticos, ni aún hacer pensar, sino
que simplemente trataría de distraer y divagar sobre temas frívolos”,
preocupándose en seguida de precisar que se tenía que entender con frivolidad
“todo un orden de preocupaciones legitimas” (Franquet, 2001, p. 38).
        La radio, al principio un fenómeno elitista, se consolida en los años treinta
como medio de masas. La instauración de la segunda Republica no puede que


                                          16
beneficiar la radio, que comienza a aprovechar las nuevas posibilidades de
expresión tras la abolición de la censura en el 1930, incluyendo en su
programación abundante retransmisiones de actos políticos y espacios de debate
público en acuerdo con el fermento social y político de la época. La radio se
convierte en el medio privilegiado para difundir sistemáticamente las ideas y los
acontecimientos políticos. El mismo día de proclamación de la Republica, el 14 de
Abril de 1931, Unión Radio difunde el discurso del presidente del gobierno
provisional, Alcalá Zamora. Sin embargo, la propaganda política no estaba
todavía perfectamente desarrollada, ni los mensajes solían ser concebidos en
función del medio. Según Franquet (2001, p. 88-89), la campaña electoral por las
Cortes Constituyentes de 1931 manifiesta dos características: “La primera és la
importància que tots els partits donaven a la radio com a mitja de propaganda, i
la segona és la demostració del desconeixement de les tècniques més adequades
al neu mitjà”.
       La cadena con sede en Madrid, futura SER, (tal como el diario El Sol, de la
misma propiedad) se convierte de hecho en el órgano oficioso de la Republica y
de la “buena sociedad” de la época (¡cada referencia a la actualidad es puramente
casual!), radiando sesiones del Parlamento y otros acontecimientos políticos,
además del diario hablado La Palabra. La publicidad gana en cantidad y calidad,
se crean equipos de publicistas y se importan las técnicas más innovadoras de
Estados Unidos. Contemporáneamente, y a consecuencia de esto, la programación
se diversifica y se especializa en segmentos de público más homogéneos en su
interior, es decir más rentables en términos publicitarios. Entre los primeros
segmentos así individuados destaca lo de las mujeres, supuestamente amas de casa
y administradoras de la economía domestica. A las mujeres se dedicaban los
programas de medio día, o sea la hora en que se prepara la comida, caracterizados
por sesiones literarias, de moda, de belleza, de cocina, de acontecimientos
mundanos, etc. Pequeñas variaciones han afectado estos programas hasta bien
entrados los años ochenta. También nuestra gloriosa y querida Universidad de
Barcelona tenía su programa semanal en Radio Barcelona, al cual participaban
profesores y estudiantes. La radio en la Cataluña republicana ha tenido además un
significativo papel de normalización lingüística, difundiendo el “correcto” catalán,
incluso a través de cursos radiados.



                                        17
En 1932 el panorama radiofónico ibérico contaba con ocho grandes
estaciones, tres independientes, cuatro de propiedad de Unión Radio y una a ella
asociada, pero de propiedad estatal (Valencia). Barcelona disponía también de una
de estas tres emisoras independientes, Radio Associació de Catalunya, creada en
1930 por representantes de la ANR, la misma asociación que fundó Radio
Barcelona, cuando se dieron cuenta que esa última fue irremediablemente
entregada a la cadena Unión Radio. La radiofonía catalana de la segunda
Republica es dominada de la rivalidad entre las dos estaciones, y “la lluita per la
catalanitat és la protagonista de l’enfrontament” (Franquet, 2001, p. 52): Radio
Associació de Catalunya acusa la otra de ser de propiedad foránea, mientras
intenta convencer la opinión pública, sobretodo política, de la necesidad de
atribuir a la Generalitat el control de la radiodifusión, con la esperanza que el
desarrollo del servicio le fuera en seguida adjudicado. El Estatuto aprobado el 9
septiembre 1932 dejaba posibilidad a diferentes interpretaciones. El articulo 15
decía que, en lo que concierne el servicio de radiodifusión, “Corresponde al
Estado español la legislación y podrá corresponder a las regiones autónomas la
ejecución, en la medida de su capacidad política, a juicio de las Cortes”. Solo
que la implementación del Estatuto era lenta, y la Comisión Mixta, que se
ocupaba de los bienes y derechos que el estado español tenía que traspasar a la
Generalitat, no consiguió llegar a un acuerdo antes de la primavera de 1934. Los
acontecimientos del octubre del mismo año, con la suspensión del Estatuto y la
detención del gobierno catalán, retrasaron ulteriormente la creación de un servicio
público catalán, que de hecho no pudo ser establecido ni siquiera en el poco
tiempo que quedaba antes de la guerra (Franquet, 2001, p. 64-65).
       En los mismos años, también el gobierno de la Republica española intentó
repetidamente crear un servicio nacional de radiodifusión, como ya hizo antes, y
con la misma falta de éxito de antes. En Abril de 1932 el gobierno autoriza un
concurso, para después anularlo en poco más de un mes a causa del insostenible
peso de las presiones recibidas, así como la campaña informativa y política
realizada en Cataluña. Pero la voluntad, o por lo menos el deseo, no
desvanecieron, y en 1934 el gobierno vuelve a intentarlo. La ley de 26 de junio de
ese año establecía que “El servicio de radiodifusión nacional es una función
esencial y privativa del Estado, y al Gobierno corresponde desarrollar el
servicio”. El juego de intereses contrastantes bloqueó otra vez el proyecto,


                                        18
confirmando la que parece ser una tradición secular de las autoridades españolas,
o sea su incapacidad de aprovechar los medios de masas para unificar la
conciencia nacional. ¡Si bien Francia no queda tan lejos!
       Sin embargo el gobierno, a la espera de realizar la red nacional, se
preocupa igualmente de que el servicio radiofónico pueda cubrir toda la península,
aunque sea de mano privada. Al final de 1932 emana un importante decreto,
fundamental para el particular desarrollo del sector en España, con que autoriza el
establecimiento de emisoras locales de escasa potencia, 200 vatios, y radio de
acción limitado (30 kilómetros). Las concesiones podían ser retiradas en el caso
de que se hubiese instalado una emisora de la red nacional en la misma localidad.
A finales de 1934, cuando cesa la repartición, se han concedido cerca 60
permisos, la mayoría de los cuales destinados a emisoras cooperativas que se
mantenían gracias al trabajo y a las aportaciones voluntarias de los socios,
personalmente ligados a la vida de la estación. Radio Associació de Catalunya
aprovechará el decreto del 1932 y las emisoras consecuentemente nacidas para
crear una red catalana, como hará Unión Radio y sucesivamente la SER, la COPE,
etc. En 1933 se censaron 153.662 aparatos receptores (6,4 por 1.000 habitantes),
tres años más tarde su numero superaba los 300.000, cifra por de bajo de la media
europea, aunque se tiene que tener en cuenta que algunos oyentes no se
declaraban para evitar pagar el canon, que no será abolido hasta 1964 (Díaz, 1997,
p. 134). Era también frecuente escuchar la radio en sitios públicos, en tabernas,
ateneos o por la misma calle, y en compañía, lo cual diferencia sustancialmente la
percepción del mensaje radiofónico de antaño respecto a la de hoy.
       Al estallar la Guerra Civil, la radio se convierte en arma estratégica de
primera importancia, gracias a la simultaneidad que entonces sólo este medio
poseía. Desde Tenerife Franco proclama por la radio el comienzo de las
hostilidades, el día 18 de julio, mientras el Gobierno republicano se apresura a
negar la importancia de los acontecimientos. En la península, el general Queipo de
Llano ocupa Sevilla con relativa facilidad, y con aún más facilidad consigue
apropiarse de Unión Radio Sevilla, pacíficamente entregada por mano de su
director Antonio Fóntan, apellido clave de casi toda la historia de la radiodifusión
española. Desde aquel día, durante dieciocho meses, noche tras noche casi
ininterrumpidamente, Queipo de Llano empieza a proferir sus famosas arengas
radiofónicas, que lo convertirán en el primer militar de la historia en utilizar con


                                        19
tanto fervor y eficacia la radio como arma de propaganda en tiempos de guerra.
“El discurso barroco, brutal, demagógico pero morbosamente radiofónico del
general”, según las palabras de Díaz (1997, p. 154), hecho de anécdotas groseras,
sumarios análisis de la situación, insultos y mentiras bufonescas, es
unánimemente considerado de decisiva importancia por el futuro del conflicto, y
él una estrella de la radiofonía.
       La potente emisora de Sevilla podía difundir por casi toda España las
proclamas de Queipo de Llano, pero en realidad esa era la única estación de gran
potencia controlada por los nacionales, las demás eran unas minúsculas estaciones
locales de 200 vatios. En cambio el lado republicano contaba con la casi totalidad
de la cadena Unión Radio (Madrid, Barcelona, San Sebastián y Valencia), más
Radio Associació de Catalunya y buena parte de las estaciones locales. A pesar de
la gran desventaja técnica, los nacionales supieron aprovechar con mucha más
habilidad y astucia el potencial bélico del éter. De hecho, los primeros suministros
alemanes comprenderán, además de las armas, estaciones y otro material de
transmisión. En la zona republicana, cada pequeña estación local fue confiscada
por los distintos grupos políticos que componían sus filas, sin embargo el radio de
transmisión de estas emisoras era decididamente limitado. Con el tiempo, y el
ampliarse de las divergencias, el gobierno republicano consiguió imponer su
autoridad, poco a poco, llegando por fin a centralizar las retransmisiones y a
imponer la censura de guerra.
       Al finalizar las hostilidades, el lado victorioso empieza la obvia
depuración de las emisoras para instalar sus hombres de confianza. Los
franquistas se apropian de todas las emisoras, imponiendo a los propietarios de las
concesiones un corto plazo para demostrar su fidelidad al régimen, en el cual caso
les hubieran devuelto el permiso. Radio Associació de Barcelona, tan fielmente
catalanista y republicana, es convertida, ironía de una suerte adversa, en Radio
Nacional de España en Barcelona. Uno de los objetivos más deseados por Franco,
en el sector radiofónico, no podía que ser la creación de una red nacional, cuya
primera emisora, de 20 kilovatios, alemana por supuesto, fue inaugurada durante
el mismo conflicto en Salamanca, en enero de 1937, por el mismo Franco. En
seguida el régimen instaura la censura y reafirma el monopolio estatal de las
ondas, concediendo además la explotación a particulares, empresas privadas y a la



                                        20
Iglesia, es decir, a los grupos políticos y económicos que habían ayudado o podían
ayudar la causa franquista.
       La vieja Unión Radio se ve sometida a un importante proceso de
depuración que empieza precisamente por el nombre, ahora convertido en SER,
Sociedad Española de Radiodifusión. Virgilio Oñate, que había sustituido Urgoiti
durante su fuga bélica, es nombrado director general, y Antonio Garrigues,
abogado de la embajada norteamericana en Madrid y del Banco Urquijo,
presidente. En la secretaria de la dirección encontramos María Teresa Oñate,
futura esposa de Eugenio Fóntan, más tarde accionista y director de la cadena. Su
hermano Antonio es el personaje clave en el proceso de transformación-salvación
de la cadena, gracias al crédito que había acumulado con el régimen por haberle
entregado Unión Radio Sevilla los primeros días de Guerra Civil. De momento
sigue de cabeza en la radio de la ciudad andaluza, pero cuando en 1944 asciende
al grado de coronel, con destinación Madrid, pasa a ser subdirector general de la
cadena. Otra pieza fundamental de la recién nacida SER era Manuel Aznar,
periodista de máximo éxito, ya director en 1917 del diario moderadamente
progresista y liberal El Sol. “Casualmente” resbalado en uno de los círculos más
próximos a Franco, Aznar en 1942 es enviado por el dictador a Estados Unidos
para promocionar la voluntad no beligerante de España. Antes de irse, deja su
homónimo hijo, futuro director de RNE, en un importante cargo en la cadena
SER. Quizá con este viaje nació el amor de familia por el gran país americano,
como parece confirmar la carrera política del enérgico nieto, desde luego la SER y
Estados Unidos aprovecharon pronto los lazos instaurados. En seguida llega a
Madrid un judío americano, Robert Kieve, que trae consigo fundamentales
conocimientos teóricos de radio y una importante ayuda en material técnico y
humano (Díaz, 1997, p. 178-181, 459-461). Con este embrión del plan Marshall
llegaba a España, a través la cadena SER, el colonialismo cognitivo del grande
hermano norteamericano.
       El sector radiofónico, sobre todo en la primera etapa franquista, iba
estructurándose principalmente según criterios políticos más que económicos. Ya
durante la Guerra Civil algunos grupos políticos y sindicales del movimiento
nacional habían construido o confiscado pequeñas radios. Después, la lealtad al
régimen sería premiada con la concesión de licencias para radios de escasa
potencia, configurando así un panorama radiofónico caótico hasta el exceso,


                                       21
caracterizado por una gran red nacional pública, una privada, y una infinidad de
emisoras locales de alcance muy limitado. En 1942 el gobierno agrupa las
emisoras existentes de Radio Nacional en una red estatal de radiodifusión,
REDERA, que dos años más tarde pasa a ser Radio Nacional de España, la cual
llega a cubrir todo el territorio a principio de los años cincuenta, con una potencia
de emisión que daba y sigue dando envidia a todo el sector privado.
       Contemporáneamente, la administración seguía distribuyendo a los fieles
licencias radiofónicas con correspondida generosidad informativa, dando vida a lo
que Prado ha denominado “minifundio de emisión” y “latifundio de información”.
Para mejor racionalizar el utilizo de la banda radiofónica y aprovechar las
economías de escala, y asimismo controlar más fácilmente las emisiones, en una
segunda etapa la dictadura favorece la formación de otras redes nacionales,
creando un sistema oligopolista de confirmada fidelidad ideológica. En 1954 las
48 estaciones de la FET y de la JONS son agrupadas en la Red de Emisoras
Sindicales (REM), mientras las denominadas “Radio Juventud”, en un principio
vinculadas al Sindicato Universitario, el SEU, componen la CAR, Cadena Azul
de Radiodifusión, dedicada a la formación de jóvenes profesionales del medio. La
última cadena institucional es la CES, Cadena de Emisoras Sindicales, vinculada
al sindicado vertical.
       Sin embargo, estaba otro grupo social a la espera de su merecida
recompensa por el gran trabajo ideológico desarrollado a favor del régimen, o sea
la Iglesia. El Concordado del 1953 reconocía a la Conferencia Episcopal el
permiso de tener estaciones propias de alcance local, permiso que la institución
católica no dejó caer en el vacío: dentro del 1958 nacen alrededor de doscientas
emisoras parroquiales, que en seguida suben a cuatrocientas. La permisividad de
la dictadura se fundaba claramente en la comprobada lealtad de las instituciones
eclesiásticas, lo que de hecho convertía la censura previa un mecanismo superfluo,
pero la infinidad de emisoras surgidas contrastaba con el intento gubernamental de
racionalización del espacio radioeléctrico. Después de largas y obscuras
negociaciones, la administración en noviembre del 1959 cede a las peticiones
episcopales, otorgando el permiso a la segunda cadena privada del estado español,
o sea la Cadena de Ondas Populares COPE. Eso de las emisoras parroquiales y de
una tan poderosa red radiofónica religiosa es uno de los fenómenos más
destacados del éter ibérico, inigualado incluso en el Vaticano y en la península


                                         22
que tiene la suerte de acogerlo. En 1960 la COPE concede reducir el número de
emisoras a ochenta, y una década más tarde pasa a constituirse en sociedad
anónima, para después ir secularizando y comercializando gradualmente su
programación, hasta el punto de no tener sustanciales diferencias con las demás
estaciones.
       El control sobre la titularidad de las licencias, y la reducción y
concentración de los puntos de propagación, constituían de hecho la primera
táctica de ordenación y sometimiento de las comunicaciones, mucho más efectiva
que la censura, que por fin tiene que ser vista como lo que simplemente es, o sea
una medida excepcional, la última a disposición en casos de irresuelta
conflictividad. Dada la excepcionalidad del régimen dictatorial, y los intereses e
ideologías en parte contrastantes entre los propietarios y trabajadores del medio de
un lado y los gerentes políticos del otro, la censura era de todos modos necesaria
por las finalidades franquistas. La censura previa fue entonces establecida en
octubre del 1939 sobre todo el material para transmitir, llegando a prohibir discos
y noticias sin estricta relación con la situación del país. Radio Nacional de España
ha acaparado asimismo el monopolio sobre la información hasta el 1977, entre
tanto las demás radios estaban obligadas a conectarse con la red nacional para
radiar el diario hablado, popularmente conocido como El Parte. En virtud de esto,
las radios privadas se dedicaron casi exclusivamente al entretenimiento.
       Había claramente consignas directas de las autoridades dirigidas a
promocionar una alineación del pensamiento a los valores morales más ortodoxos,
un verdadero asesoramiento positivo que configuraba las emisiones como
prolongaciones en el éter de los órganos políticos y religiosos franquistas. Si de un
lado se tenían que enfatizar los valores del movimiento nacional, del otro se tenía
también que proporcionar la justa dosis de diversión de las asperezas de la
realidad. La radio entonces servía para “fer oblidar la realitat social i contribuir a
l’evasió quotidiana mitjançant la construcció d’un entramat social irreal
caracteritzat per la manca de conflictivitat”, según las palabras de Franquet
(2001, p. 206), la cual, hay que precisarlo por la alta posibilidad de confundirse,
se refiere al franquismo y no a la actualidad. La trama del serial radiofónico más
amado del final de los años cuarenta, Lo que nunca muere, ejemplifica
perfectamente el asunto: la suerte separa dos jóvenes hermanitos, Carlos y
Enrique, y mientras el primero, noblemente criado, se dedica triunfalmente a la


                                         23
carrera militar, el segundo, después de una infancia mísera y la derrota en la
Guerra Civil, acaba su perdición nada menos que en Rusia, antes de volver
arrepentido por el feliz final. “Una temática muy de aquella época”, comenta Díaz
(1997, p. 252), “la reconciliación nacional a través de dos hermanos”. Las
radionovelas, casi todas moralizantes y cargadas de intención política, constituían
el género más escuchado de la radiofonía de los años cincuenta, cuando la
televisión aún no había aparecido en España. Al mismo tiempo se consolidan los
programas deportivos, los concursos y la música, que será el género de más
audiencia con la llegada de la frecuencia modulada en los años sesenta.
       La música está claramente ligada al FM por las características técnicas de
este sistema, que incrementa enormemente la calidad del sonido y permite la
emisión estereofónica, y además reduce los costos cubriendo un ámbito más
limitado. La FM entra en España a través de Radio Nacional al final de los años
cincuenta, pero necesita una década para radicarse mejor, y aún más tiempo para
dar vida a la programación típica de esta tecnología. La reorganización
gubernamental del espacio electromagnético a mitad de los años sesenta forzó las
emisoras a adoptar la nueva tecnología: el numero de estaciones de pequeña
potencia del estado español sobrepasaba enormemente la media europea y las
frecuencias asignadas a España en los acuerdos de Copenhague del 1948, por lo
tanto el gobierno tuvo que dejar libres varias frecuencias y obligó unas cuantas
pequeñas emisoras a pasar a la nueva tecnología. A principio de los años sesenta
el estado había también abierto la última cadena estatal, Radio Peninsular,
caracterizada de la posibilidad de recoger financiación publicitaria. Había pues
otras dos cadenas privadas de fecha antigua, Radio Intercontinental, vinculada a
Serrano Suñer, cuñado de Franco, y la Rueda de Emisoras Rato, de propiedad de
Ramón Rato, beneficiario del cierre de Radio Associació en 1939.
       La última importante medida legislativa de la era franquista llega el mismo
año de la muerte del dictador. El último gobierno de la dictadura, en previsión de
una etapa incierta, obliga las empresas del sector a ceder el 25% de sus acciones al
estado, consolidando así su papel intervencionista y de control. Sin embargo,
Bustamante (1982) ve en esta opción legislativa una paralela voluntad de
consolidación de las cadenas existentes, fortalecidas de la participación estatal en
una época de potenciales cambios (en 1992 el gobierno socialista aprueba la venta
de estas cuotas a las emisoras). De todos modos, está claro que el modelo de


                                        24
radiodifusión española se basaba en un estricto oligopolio, respaldado del régimen
y de la industria del sector. Un par de meses después de la promulgación de la
antes mencionada ley muere Franco, y por tres días y tres noches todas las
estaciones tuvieron que conectarse con RNE.
       En conclusión, según Martí (1996, p. 21), “quaranta anys de dictadura
van servir per [...] deixar créixer el sector d’una manera tan desordenada, lluny
dels acords dels organismes internacionals [...], que la normativa posterior, dins
el marc d’un Europa sacsejada por la neo-regulació, servia en molts casos per
intentar posar ordre, tot i que sovint aquest ordre es va fer sobre la mateixa base,
la qual cosa permet entendre millor la situació actual de la radio espanyola”. Lo
que es más evidente, el nuevo marco político no ha ciertamente intentado limitar
el poder del oligopolio del éter, a pesar de que algunos optimistas así pensaban
con la vuelta de la soberanía popular, o, mejor dicho, la ilusión de su vuelta,
siempre que pueda volver algo que nunca ha estado. La gran diferencia es que
ahora el monopolio se justifica por razones exclusivamente económicas.
       Durante la transición democrática, ese proceso histórico español que a ojos
forasteros puede parecer por lo menos curioso, el pasaje a un sistema audiovisual
de marco democrático fue extremadamente lento, por lo que concierne el sector
público, y para nada desinteresado. De otro lado, en campo privado, se han
simplemente mantenido las bases existentes con algunos ajustes que no han
afectado negativamente el dominio de las principales cadenas. Antes de nada, se
tenía que proceder a la revisión del sector público, de marca fascista, no obstante
“el cambio de estructuras en las instituciones de radiotelevisión fue
voluntariamente retrasado por los gobiernos centristas”, según cuanto afirma
Costa (1986, p. 320) reasumiendo una patente certeza común, con el propósito de
“controlar el proceso reformista a través de una información manipulada”. La
radio y televisión pública constituían entonces una formidable maquina de
propaganda heredada de la dictadura, que sin embargo contrastaba teóricamente
con los ideales democráticos que tenían que caracterizar la nueva fase. La duda
política si aprovechar de la arma de propaganda fascista, o escuchar la voz de la
conciencia democrática, tenía que ser fuerte. Sin embargo estos supuestos ideales
democráticos podían descansar un rato sin morirse, y quizás volver a aparecer en
un segundo momento, o por lo menos eso es lo que parece haber pensado el
gobierno UDC, que no supo resistir a la increíble tentación. Solamente en mayo


                                        25
del 1979, casi cinco años después de la muerte de Franco, se procedió a una
estructural reorganización del sector audiovisual público, con la aprobación del
Estatuto de Radio y Televisión. El Estatuto declaraba la radio y la televisión
servicios públicos esenciales en base al articulo 128 de la Constitución, creando a
tal fin el ente público RTVE, en el cual se fundían las tres sociedades públicas del
sector, o sea TVE, RNE, RCE (Radiocadena Española, ente derivado de la previa
unión de las radios del Movimiento con Radio Peninsular).
       En octubre de 1977, con dos años de retraso respecto a la muerte del
dictador, fue eliminada la censura y la obligación de conectarse con RNE por la
difusión del diario hablado. Estalló entonces un verdadero boom informativo
compuesto de amplias tertulias, abiertas a diferentes protagonistas de la sociedad
y de la política, e intervenciones callejeras. La programación informativa fue
especialmente aprovechada de la SER, la cual llevaba unos años de ventaja
gracias a la permisividad estatal que le había concedido hacer su programa
informativo, Hora 25, a pesar del monopolio vigente. Durante la transición, hasta
la llegada de PRISA, la SER se queda fuertemente vinculada a la UDC, gracias
principalmente a los Garrigues y a Eugenio Fóntan, cuyo hermano Antonio logró
ocupar el cargo de presidente del senado. El marco de libertad de la radio española
de aquellos años se completaba con las obvias afinidades electivas entre la UDC y
la COPE, segunda cadena privada española de propiedad de la Iglesia, además de
las aportaciones de las otras dos cadenas, la Intercontinental y la Rato, que sin
embargo se repartían entre UDC y AP. Todo eso ha llevado unos autores a dudar
sustancialmente de las intenciones informativas de la radiofonía del final de los
años setenta, cuya programación tenía el propósito de consolidar el proceso
democrático, representando “los rasgos generales del cambio con una magnitud
que no se correspondía exactamente a la realidad del mismo” (Prado, en Bassets,
1981, p. 242)
       De todos modos, en 1978 es aprobada la Constitución, que en su articulo
20 defiende el derecho a “comunicar o recibir libremente información veraz por
cualquier medio de difusión”. La gestión del éter es ampliada a la intervención de
las   comunidades    autónomas,    reservando    en   exclusiva    al   estado   “el
establecimiento de las normas básicas del régimen de radio y televisión, sin
prejuicio de las facultades de desarrollo y ejecución que corresponden a las
comunidades autónomas”. En seguida, las varias comunidades autónomas


                                        26
sentencian en sus Estatutos la posibilidad de crear y mantener sus propios medios
audiovisuales: el parlamento de Catalunya en mayo de 1983 decreta la ley que da
vida a la Corporació Catalana de Ràdio y Televisió (CCRTV), red de emisoras de
la Generalitat que conseguirá tener una importante parte en el conjunto del sector
audiovisual catalán, realizando una fuerte concurrencia tanto a las redes estatales
cuanto a las privadas. El 5 de julio del mismo año sale al éter Catalunya Radio,
primera emisora de la serie que componen la red, a la cual se atribuirá una
fundamental tarea de normalización lingüística, bien incentivada de unas cuantas
leyes posteriores.
       Una vez aclarada la partición de poderes y derechos entre el gobierno
central y las comunidades autónomas, no sin un infructuoso recurso al Tribunal
Constitucional por parte del gobierno, contrario a la interpretación que dejaba a
las comunidades autónomas la repartición de frecuencias, al principio de los años
ochenta se pasa a la asignación de las trescientas nuevas concesiones
promocionadas de la ley del 1979. Quien anhelaba el fin del oligopolio en favor
de una real democratización del espacio electromagnético pronto pudo darse
cuenta de cómo es empíricamente interpretado el concepto de democracia. Las
frecuencias fueron discrecionalmente asignadas por el gobierno de la UDC, el
cual, si bien no se abstuvo del respaldar las antiguas cadenas dándole la
posibilidad de completar sus redes, permitió contemporáneamente la entrada en el
sector de dos otros grandes grupos mediáticos, Antena 3 y Radio 80. Antena 3, el
mayor beneficiario del plan en cuestión, que le asignaba 54 de las trescientas
nuevas licencias, era un coloso mediático y financiero en el cual destacaban las
empresas que controlaban La Vanguardia (TISA), El Periódico (Grupo Zeta), y
ABC. Mientras Antena 3 siguió expandiéndose con la adquisición de nuevas
estaciones, Radio 80 se enfrentó a un opuesto camino que la llevó a la venta de
muchas frecuencias, especialmente a la COPE, antes de venir absorbida por
Antena 3 en 1984.
       Al final de los años setenta-principio de los ochenta, tenemos también
otros dos fenómenos radiofónicos de fundamental importancia, el nacimiento de
las radios libres, del cual hablaremos en el próximo capítulo, y lo de las radios
municipales, característico este último del panorama español. Las radios
municipales nacen espontáneamente en Catalunya y pronto se propagan a una
velocidad imparable, a pesar de no ser legalizadas. No tienen grandes recursos, y


                                        27
si bien unas van a disponer de una plantilla de colaboradores salariados, a las que
hay que añadir la colaboración gratuita de muchos de sus miembros, la mayoría
vive casi exclusivamente de esa colaboración voluntaria. Tras ocho años de la
aparición de la primera emisora municipal, y después de unas cuantas
reivindicaciones,   las   radios   en   cuestión   consiguen   tener   el   deseado
reconocimiento legislativo, que le asigna la banda comprendida entre el 107.0 y el
107.9 de la FM, reconociéndoles asimismo la posibilidad de financiarse a través
de la publicidad y del presupuesto municipal. Las esperanzas de quien veía en
ellas un instrumento a disposición de una pequeña comunidad local, que
favoreciera la comunicación pública de base sin las usuales trabas políticas, se han
quedado pronto desilusionadas. Actualmente, en Catalunya, las radios
municipales tienen la opción de asociarse a dos redes, que abastecen una parte
saliente de la programación, pudiendo elegir entre COMRADIO, para los
municipios de izquierda, y la Fundació de la Ràdio i Televisió Locals de
Catalunya, para los ayuntamientos de la otra banda política. Queda claro que las
intenciones iniciales han sido perdidas en la mayoría de los casos, siendo la libre
comunicación local sofocada de las presiones políticas y de la programación en
red.
       Mientras tanto, la democracia seguía su camino hertziano con otros bandos
de concursos por la asignación de nuevas frecuencias, puntualmente concedidas
en base a la fuerza de los partidos con la rigurosa discrecionalidad que caracteriza
el funcionamiento de nuestras democracias parlamentarias. En 1989 los socialistas
al gobierno deciden que había llegado la ora de remediar a los años de dominio
hertziano de la UDC, y ponen a concurso 153 nuevas frecuencias, que iban a
añadirse a las casi cuatrocientas ya existentes. Un mes después entra en el sector
la ONCE, que compra dieciocho emisoras a la ARI (Asociación de Radios
Independientes), y se queda a la espera de la resolución del concurso. Sin
embargo el plan de 1989 concedió solo tres emisoras a la ONCE, la cual,
extremadamente decepcionada pero decidida a no rendirse, compra con la fuerza
del dinero lo que falladas alianzas políticas le estaban negando. Tras la asignación
del 1989 se levantaron numerosas protestas, con más de trescientos recursos, que
provocaron un clima de confusión y descontrol bien aprovechado de la asociación
de ciegos, a caza de licencias. Fue “una de las mayores torpezas políticas del
gobierno socialista”, comenta Luís del Olmo a Díaz (1997, p. 538), disgustado por


                                         28
no haber tenido ninguna concesión, y por eso en juicio contra la administración.
Por fin, en abril de 1990, la ONCE sella su papel de nueva potencia del éter
gracias a la compra de la casi totalidad de las setenta y dos estaciones de la
Cadena Rato, pagadas aproximadamente 5.000 millones de pesetas. Desaparece
entonces la Rueda de Emisoras Rato, mientras Onda Cero, de la ONCE, sube a
los vértices del mercado, con una estrategia semejante a la previamente usada de
Antena 3, y caracterizada por el fichaje de grandes estrellas, como el mismo Luís
del Olmo, y la programación centralizada con pocos espacios de ámbito local
(luego se da el caso que del Olmo se halló en juicio con una de las emisoras ahora
comprada por su nuevo gestor de trabajo, y por lo tanto retiró el contencioso).
       Los siguientes procesos de reparticiones de frecuencias, inferiores en el
numero de permisos otorgados y basados en los mismos mecanismos de alianzas
políticos empresariales, no aportarán grandes cambios en el espacio radiofónico
español, que sigue por la vía de la concentración y centralización, y por lo tanto
no vale la pena mencionarlos en esta breve sinopsis histórica. De lo contrario, creo
que sea necesario esbozar brevemente el proceso que lleva al dominio de PRISA a
través de la SER, la cual en 1978 tenía un capital de 60 millones de pesetas, y en
1986, tras el ingreso de PRISA, casi alcanza los 3.000 millones. PRISA había
precedentemente entrado en la sociedad comprando el 25% de acciones de la SER
(principalmente del Banco Urquijo), cuando Eugenio Fóntan, director de la
cadena desde hacía más de veinte años, viejo y tal vez cansado de tanto
protagonismo, le vende su 19%. El grupo PRISA, que llegó a tener el 51% de la
cadena, siguió comprando, antes la cuota de propiedad de la familia Garrigues, y
luego el 25% de propiedad estatal, lo que en ese momento significaba socialista,
llegando así al control absoluto de la más antigua y rentable cadena radiofónica de
España (Martí 1996, p. 55-56), bajo los ojos airados de quienes temían el
afianzamiento de los lazos entre PRISA y el PSOE. Pero la escalada de PRISA no
se para aquí: en 1994, tras un alternarse continuo de diferentes alianzas,
extenuantes negociaciones y compromisos desconocidos, los editores PRISA y
TISA (Antena 3 y La Vanguardia) se unen para fundar la Sociedad Unión Radio,
con el 80% en mano al grupo de Polanco. Antena 3 sería inmediatamente
desmantelada, para dedicarse al asunto televisivo, mientras la SER y el grupo
PRISA cerraban el proceso más grande de concentración del mercado.



                                        29
Pues, este es más o menos el marco general en el cual se halla la radiofonía
española de la actualidad, dominada de unas pocas cadenas, con una
concentración vertical de los medios de masas extremadamente elevada y
fundamentales alianzas políticas cuidadamente enmascaradas para dar la
apariencia del tan anhelado pluralismo informativo y libertad de expresión. A ese
aplastamiento de la oferta radiofónica hay que añadirle el histórico
conservadurismo típico de la casi totalidad de los editores, poco propensos a
arriesgar su dinero en formulas expresivas innovadoras. De momento se atiende
con ansia la digitalización del sector radiofónico, con la implantación del sistema
europeo DAB (Digital Audio Broadcast), cuyo marco legal ha sido ya bastante
regularizado en una serie de acuerdos internacionales y los sucesivos reglamentos
nacionales. El gran problema que retrasa enormemente la implantación definitiva
del DAB, siendo ya técnicamente posible, es antes que nada de naturaleza
económica. La excusa oficialmente fornida se relaciona al precio de los
radiorreceptores        digitales,      excesivamente         caros,      puesto      que      superan
abundantemente el centenar de euros, en fuerte contrasto con los receptores
actuales que se pueden comprar por un puñado de monedas. Pero en mi opinión
eso es un problema superable, 7 por lo tanto habría que averiguar si existe la
efectiva voluntad de pasar a esta tecnología: si en el campo de la televisión los
ingresos publicitarios justifican la inversión y no solo consienten un aumento de la
oferta, sino que la convierten en económicamente deseable,8 por la radio no se

7
  Normalmente, las innovaciones tecnológicas suelen contar con una notoria, abundante y directa
financiación del estado para facilitar su implantación, como en el caso de la ADSL, o del digital
televisivo, etc. En Italia, para facilitar la introducción del digital en la tele, el gobierno Berlusconi
ha facilitado la compra del necesario soporte tecnológico subvencionando prácticamente el precio
total. Casualmente, las primeras cadenas televisivas en beneficiarse de la nueva tecnología, y de
sus opulentos ingresos, son de propiedad del mismo Berlusconi.
8
  Es interesante ver la declaración oficial de la AEA, la Asociación Española de Anunciantes, ante
el anteproyecto de ley para el impulso de la Televisión Digital Terrenal, TDT: “La industria
publicitaria, que representa el 3 por ciento directo del PIB español, necesita más canales de
televisión en abierto ya. No es un hecho aislado el que actualmente los anunciantes y sus
colaboradores “no puedan” ubicar sus mensajes publicitarios por falta de espacio en este medio
audiovisual. La tecnología debe emplearse al servicio de la economía [...]. La saturación
publicitaria no sólo provoca que no lleguemos de la manera más adecuada al consumidor, como
sería deseable, sino lo que es peor: provoca su rechazo hacia los mensajes y hacia la publicidad en
general. La libre competencia es la que se nos aplica a toda la industria en nuestra actividad
empresarial cotidiana en el día a día, y significa la apertura a nuevos operadores que incrementen
la comunicación con el anunciante y el espectador. Por todo ello, y como expresamos
públicamente cuando salió a la luz el plan del Gobierno de impulso de la TDT, la Asociación
Española de Anunciantes y sus colaboradores lo recibe con esperanza y espera que, en virtud del
principio de libre competencia, haya nuevas licencias en abierto en el 2005”. A parte la curiosa
visión del papel de la tecnología y de la libertad de competencia, esta declaración explica
perfectamente los mecanismos económicos que fomentan la introducción y reglamentación del


                                                  30
puede afirmar lo mismo. ¿Es económicamente rentable pasar al DAB? De
momento, no, sin duda, las leyes del mercado no lo consienten. Por ultimo,
tenemos que considerar que la nueva tecnología podría llevar a un
redimensionamiento del oligopolio, puesto que la actual distribución de
frecuencias le permite cubrir todo el territorio nacional. En consideración de eso,
hay fuertes presiones de las principales cadenas españolas para retrasar la
digitalización de la radio.9 Tal vez incluso la industria discográfica podría ser
temerosa de esta digitalización, que consentiría una calidad de sonido idéntica a la
del CD, cuya venta podría derrumbarse definitivamente. Pero esa última es solo
una mera suposición personal, ¡quizás soy demasiado malicioso! Lo que es cierto,
en base a las anteriores consideraciones, es que la digitalización radiofónica
necesita unos cuantos años más. Cuantos, no puedo claramente saberlo.




digital. www.anunciantes.com
9
  Esta consideración final, que descargaba contemporáneamente las responsabilidades a Madrid,
fue sostenida por Santiago Ramentol, director del sector audiovisual de la Generalitat, en una
conferencia sobre la digitalización, como contesta a mi pregunta general sobre el futuro de la radio
(Universidad Blanquerna, 10/03/2005).


                                                31

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Radios Libres Barcelona_2003 05-Capitulo-1

  • 1. 1) MARCO HISTÓRICO GENERAL 1.1 ORIGEN Y DESARROLLO DE LA RADIO EN EL MUNDO En la última década del siglo XIX el joven Guglielmo Marconi, de tan solo veinte años, empieza en el jardín de su casa los experimentos sobre las ondas electromagnéticas, cuya existencia había sido demostrada por Hertz justo un par de años atrás. Eran los años en que se vendían los primeros fonógrafos de Edison, se empezaban a ver el gran espectáculo del cine gracias a las recientes innovaciones del mismo Edison y de los hermanos Lumière, mientras la voz humana ya podía viajar por cable eléctrico y ser retransmitida a través del teléfono de Bell. Unos decenios antes, en la primera mitad del siglo, un pintor retratista norteamericano, profesor de literatura y dibujo en la Universidad de Nueva York, de nombre Samuel F. B. Morse, consiguió crear un sistema de transmisión simultanea de mensajes escritos a través del cable, el telégrafo (palabra de origen griego compuesta de dos términos que hacen referencia a “distancia” y “escritura”). Marconi confiaba que los aparatos de ondas hertzianas podían ampliar su potencia y funcionar como un telégrafo sin hilos, por lo tanto modificó su aparato de laboratorio y aumentó su potencia hasta lograr la propagación y recepción de mensajes en el éter a más de un kilómetro de distancia. La concepción de la radiodifusión tal como hoy la conocemos no había claramente hecho su aparición en la mente de ninguno de los contemporáneos, sin embargo se le abrió el camino para su llegada. Por aquella fecha, se pensaba simplemente en el desarrollo de un sistema de telégrafo inalámbrico. Las inmediatas ventajas comunicativas de esa herramienta, en términos esencialmente económicos y militares, eran de todos modos ampliamente percibidas y deseadas. El mismo Marconi, cuando consideró su invento lo bastante perfeccionado, en 1897, se trasladó a Inglaterra para patentarlo; acto seguido constituyó la Marconi’s Wireless Telegraph Company Ltd., madre de la rentable serie de empresas que el italiano fundó en Europa y América. La búsqueda de aplicaciones practicas a corto plazo y potenciales beneficios económicos (¡a largo plazo!) animaron claramente las acciones del joven Marconi, que tanto genio tenía para la tecnología como para la economía. A diferencia de un su ilustre colega de antaño, 1
  • 2. John Gutenberg, que realizó un paso igualmente grande para la tecnología, pero no supo aprovecharlo económicamente (en menos de diez años perdió todo su equipamiento en favor del socio capitalista Fust), el inventor italiano planeó bien sus acciones para sacar la máxima rentabilidad económica: por eso eligió Inglaterra, cuya potencia económica e imperio colonial podían asegurarle el mejor mercado disponible en Europa. Todavía no existía una extensa industria de bienes de consumo, aún menos para el telégrafo sin hilos, por lo tanto fueron los gobiernos, para fines básicamente militares, y el gran capital mercantil-financiero los únicos interesados en esta nueva tecnología, con inmediatas ventajas prácticas. Pronto el sector empezó a atraer recursos económicos cada vez más poderosos, la cantidad y el tamaño de las empresas interesadas creció rápidamente, con grandes inversiones que a menudo se traducían en fundamentales mejoras técnicas. La recién nacida industria radiofónica obtenía sus ganancias de la explotación de patentes, gracias a la fabricación, venta o alquiler de equipos. Por otro lado, si el gran capital facilitó esenciales innovaciones técnicas, al mismo tiempo desencadenó una verdadera guerra legal por los derechos sobre las patentes, primera fuente de beneficio, que amenazó con paralizar el sector. Tal era la situación que en 1916 la administración pública estadounidense, país líder en el sector tecnológico y próximo a entrar en guerra, se vio obligado a asumir el completo control sobre la nueva industria, constriñendo las varias empresas a suspender sus conflictos económicos-legales y a subordinar sus esfuerzos a las exigencias bélicas. La guerra trajo consigo una masiva demanda de tecnología por parte del ejército, de esta forma llegarán masivas cantidades de recursos económicos y se creará una organización estatal centralizada que posibilitará un amplio y coordinado desarrollo de la radio. Al finalizar el conflicto bélico, el gobierno de los Estados Unidos controlaba todas las estaciones transmisoras a través de la Marina, de este modo, en unos grupos próximos a los círculos militares se concretó la idea de instituir un monopolio estatal de las radiocomunicaciones, según el modelo que iba desarrollándose en Europa. Sin embargo, la tradición liberal americana y los intereses privados empujaron el gobierno de los Estados Unidos a rechazar un papel activo en la industria, dejando que se desarrollara un sistema basado en la propiedad privada. Entonces la Marina restituyó a la recién nacida RCA, Radio Corporation of America, institución muy vinculada a los intereses militares, las 2
  • 3. estaciones y los derechos incautados a la Marconi, entre tanto pasada en propiedad de la RCA. La privatización del sector iba también en sintonía con la tradición legal americana en el sector: el estado años atrás había financiado la primera línea telegráfica a larga distancia, pero renunció inmediatamente a la explotación de este medio cediendo todos sus derechos a los privados. “Hoy parece claro que la omisión del gobierno para mantener el control del telégrafo, sentó un precedente que después sería seguido en los Estados Unidos”, sentencian con razón De Fleur y Ball-Rokeach (1993, p. 130). En Europa, al contrario, el control y la iniciativa quedaban firmemente en manos estatales. Ya en 1837 Francia había decretado el monopolio público sobre la comunicación telegráfica, extendiéndolo más tarde al teléfono. Inglaterra en 1904 aprueba la primera ley de la Reina sobre telegrafía sin hilos, el Wireless Telegraphy Act, con la cual vincula la instalación de aparatos radiofónicos, sea transmisores que receptores, a una previa autorización gubernamental (Costa, 1986, p. 43). España sigue el mismo camino, y en 1907 emana una Ley que deja al gobierno el desarrollo de la radiotelegrafia, de los cables y del teléfono. El Real Decreto del 24 de enero de 1908 fundamentó el sector: “Se considerará comprendido entre los monopolios del Estado, relativos al servicio de toda clase de comunicaciones eléctricas, el establecimiento y explotación de todos los sistemas y aparatos aplicables a la llamada ‘telegrafía hertziana’, ‘telegrafía etérica, ‘radiotelegrafía’ y demás procedimientos similares ya inventados o que puedan inventarse en el porvenir” (art. 1). La radiodifusión como medio de masa aún no había nacido, pero ya se estaba aclarando la distinta concepción de fondo que hubiera marcadamente diferenciado el sistema norteamericano del europeo: por un lado una industria y un mercado basados esencialmente en la iniciativa privada, con el estado relegado a un supuesto papel de vigilancia técnica casi pasiva, por el otro una participación activa y directa del estado. Mientras tanto, iba abriéndose camino una nueva idea acerca de los posibles usos de la radiotelefonía, usos posibilitados por las ulteriores mejorías tecnológicas que redujeron considerablemente el tamaño del equipo, antes tan voluminoso que solo los grandes barcos podían transportarlo, optimizando contemporáneamente la calidad del sonido (a partir de 1906 incluso la voz humana podía ser retransmitida). En 1916 un joven ingeniero de la American Marconi Company, David Sarnoff, famoso también por haber transmitido la 3
  • 4. crónica del hundimiento del Titanic unos años atrás, enviaba una nota a sus superiores en que predecía las futuras pautas de la radiodifusión: He concebido un plan de desarrollo que convertiría a la radio en un “articulo para el hogar”, en el mismo sentido en que pueden serlo un piano o un fonógrafo. La idea es llevar música al hogar por transmisión inalámbrica [...]. El mismo principio puede ser ampliado a muchos otros campos, como recibir lecciones en casa, que serían perfectamente audibles, o la difusión de acontecimientos de importancia nacional, que serían transmitidos y recibidos simultáneamente. Los resultados de los partidos de béisbol podrían ser transmitidos por el aire, etc (citado en De Fleur y Ball-Rokeach, 1993, p. 136) Las grandes empresas constructoras de equipos radiofónicos eran obviamente las más interesadas en el desarrollo del sector: la venta de aparatos por la telegrafía inalámbrica constituía un negocio decididamente rentable, pero las últimas mejoras técnicas adelantaban la posibilidad de explotar un nuevo mercado, mucho más amplio y rentable, nada menos que un mercado de bienes de consumo. Sin embargo se debía crear, y no simplemente encontrar, ese nuevo mercado: “No era el público quien había esperado a la radio, sino la radio que esperaba al público”, ironiza en 1932 Bertolt Brecht, mordaz testigo poético y teórico de aquellos tiempos (Brecht, (1932), en Bassets, 1981, p. 55). No basta encontrar una demanda potencial de bienes de mercado, hace falta incentivarla, cultivarla y dirigirla hacia la dirección deseada. Así como se puede producir un bien material a partir de una necesidad o un deseo previos más o menos advertidos, al mismo modo se puede producir un deseo, y convertirlo en necesidad, a partir de la ocurrida existencia del bien material (las dos eventualidades pueden también coexistir o darse en diferentes etapas de la vida del bien). En el caso que nos interesa, alrededor del 1920 había ya la posibilidad de proveer un mercado de masas de aparatos radiofónicos, pero se necesitaba antes que nada crear una masiva demanda de mercado, o sea dar a los equipos radiofónicos una función y un uso que los transformara en objetos anhelados de las masas. “De repente se tuvo la posibilidad de decirlo todo a todos, pero, bien mirado, no se tenía nada que decir”, sigue Brecht con su irreverente ironía (ibídem, p. 55). Para cumplir este objetivo se constituyen las primeras estaciones regulares, directamente instituidas y financiadas de las mayores empresas de equipos eléctricos, sea en Estados Unidos que en Francia, Inglaterra o España. Algunos grupos de radioaficionados particulares ya llevaban años disfrutando las potencialidades del espacio electromagnético, pero la emisión radiofónica regular 4
  • 5. era otra cosa, que solo las grandes empresas constructoras de aparatos eléctricos tenían el interés y la capacidad de promocionar. La primera emisora regular nace entonces en Pittsburg en octubre del 1920 por mano de la Westinghouse Company. En Francia, la primera estación de radio surge por iniciativa de la marca Radiola, en Inglaterra gracias a la empresa Marconi, en Alemania por obra de Telefunken y Lorenz, en España por la Compañía Ibérica. Sin embargo, estos varios intentos empresariales, así como el mismo sector radiofónico de cada país, pronto empezarán a diferenciarse. El caso de Estados Unidos necesita ser brevemente mencionado por obvios motivos. En poco tiempo nuevas emisoras se lanzaron en el aire, dentro del primer semestre de 1922 el número de las licencias concedidas subió a 254. Los industriales habían logrado su objetivo, al punto que en el mismo 1922 la producción de receptores domésticos no podía cubrir la demanda: en 1921 existían 50.000 receptores, justo un año después 750.000. El interés de las grandes compañías era evidente. Por el 1923 cada importante ciudad del país podía contar con su emisora, cuyo número en poco tiempo alcanzó 1400 en 1924 (De Fleur y Ball-Rokeach, 1993, p. 140-143). Sin embargo, quedaban para resolver unos problemas fundamentales: antes de nada la pequeñez del espectro disponible, unida a la falta de legislación y de una autoridad competente, transformaban la posible recepción de palabras y sonidos en una serie de insoportables interferencias. La ley de 1912, que asignaba el asunto al Departamento de Comercio, sin conferirle más poderes que lo de conceder la licencia a quienes la pedían, quedaba absolutamente anticuada. La propia industria presionaba enérgicamente para tener una legislación que regulara el sector conforme a sus necesidades económicas, sentándolo sobre bases privadas, racionalizando el utilizo del espectro electromagnético y limitando el numero de emisoras. Entre las empresas más destacadas, que controlaban la casi totalidad de la producción de equipos, podríamos citar a las poderosas CBS, ABC Paramount, Westinghouse, etc., además de la RCA y su prolongación, la NBC, asociación creada sin animo de lucro justo por proveer la programación. El caos total que se había creado obligó el gobierno a legislar después de años de titubeos, indecisiones y fuertes presiones externas: la Ley sobre la Radio de 1927 declaraba las ondas de propiedad publica, pero “de hecho dejaba la gestión en manos de la iniciativa privada” (Gaido, en Bassets, 1981, p. 160) subordinándola a la licencia formal del 5
  • 6. gobierno, concedida por un tiempo determinado según un supuesto interés publico. Esa misma ley se reveló insuficiente a cabo de pocos años, pues en 1934 se tuvo que redactar otra ley, base del futuro cuerpo jurisdiccional del sector, con la que se instituía también la autoridad legal competente, la Comisión de Comunicaciones Federales (FCC). La intención de los relatores era de impedir una excesiva concentración oligopolista y la violación de las normas antitrust de Estados Unidos: el casi absoluto fracaso de este objetivo es patente.1 Mientras tanto, el sector radiofónico estadounidense había tenido que enfrentarse con otro gran problema, tal vez mayor, cuya particular resolución constituye la base de la misma legislación que acabamos de ver: se trata, obviamente, del problema económico. Unas emisoras estaban financiadas por los grandes productores de equipos gracias a las ganancias derivadas de la venta de receptores, pero esta opción constituía un expediente limitado, fuera del alcance de la mayoría de emisoras. Por el verano de 1923 las leyes del mercado presentaron la cuenta, y cerca 150 estaciones radiofónicas tuvieron que cerrar. Unos hombres de negocio de Nueva York intentaron pedir dinero directamente al público, prometiéndole en cambio mayor calidad de programación, pero no tuvieron éxito. Otros intentaron proponer el cobro de un canon a cada receptor, otros aun seguían sosteniendo que el coste de la programación tenía que ser cubierto por los fabricantes de aparatos. Para resolver las dudas llegó la publicidad, que pronto se impuso como la única fuente de financiación. Ya en 1922 una estación de Nueva York empezó a introducir anuncios, y hacia la mitad del decenio el fenómeno estaba generalizado a pesar de algunas protestas, entre las cuales destacaban la del secretario del comercio y de otros funcionarios gobernativos, más la de los altos cargos militares, que no acababan de entender como se podía dejar una parte de un bien tan precioso y limitado, como el espectro electromagnético, en manos privadas. La financiación publicitaria era algo bien conocido y comprobado, cuyo camino había sido abierto por la prensa un siglo antes siempre en Nueva York, cuando gracias a los primeros periódicos baratos de gran tirada la prensa de masas 1 “Sobre esta votación”, comenta Gaido a propósito de la ley del 1934, “hecha sin un quórum mayoritario y de forma nominal se ha discutido mucho, y con el tiempo no parece nada descabellado suponer que hubiese habido una lluvia de ‘sobres’” (Gaido, en Bassets, 1981, p. 160). Ah, ¡que maliciosos estos italianos! De otro lado, De Fleur y Ball-Rokeach, si bien no nieguen las fuertes presiones de la grande industria, prefieren subrayar el peso de la tradición liberal americana y la continuidad de la ley con esta tradición. 6
  • 7. se convirtió en un hecho.2 Estos diarios eran baratos, vulgares y sensacionalistas, y se sostenían principalmente de los ingresos de la publicidad: de hecho, marcaron unas importantes pautas en el futuro desarrollo de los siguientes medios de masas. Sin esta larga tradición en el campo de la prensa, es difícil creer que la publicidad radiofónica pudiera haber sido aceptada tan rápidamente. Finalmente, a mediados de los años treinta, el sistema norteamericano de medios de masas ya había desarrollado sus rasgos más característicos, de acuerdo con el sistema de valores socio-culturales 3 y las instituciones político-económicas en los que nació y se difundió. Estas condiciones generales están en la base del particular desarrollo del sistema mediático, pues de su forma actual, y viceversa, el mismo sistema mediático en seguida se hace cargo de servir de base del sistema social, empujando hacía la transformación del orden social que le dio vida según los rasgos más idóneos a los objetivos de quienes lo controlan. Los dos sistemas se refuerzan a la vez, recursivamente, salvo (de momento) improbables rupturas de un sistema, con el consiguiente derrumbe del otro. La publicidad no había solo logrado vender aparatos, si no que había transformado la radiofonía en una industria altamente rentable en plena expansión. Los Estados Unidos vivieron en la década de los veinte una época de enorme crecimiento económico, que no dejaba imaginar el colapso del 1929. En estos años la radio consiguió entrar tan profundamente en los hábitos del pueblo estadounidense que ni siquiera la misma crisis del 1929, con los siguientes diez años de intensa depresión económica, detuvieron su crecimiento. Se calcula que en 1925 había un promedio de 0,2 receptores por cada hogar, en 1930 0,4, hasta que en 1935 en media cada hogar tenía su receptor (De Fleur y Ball-Rokeach, 1993, p. 148)4. El desarrollo de la industria radiofónica en el viejo continente no será tan vertiginoso, ni seguirá el mismo camino de Estados Unidos, diferenciándose muy 2 En 1837 el “New York Sun”, fundado por Benjamin H. Day cuatro años antes, vendía 30.000 ejemplares diarios (De Fleur y Ball-Rokeach, 1993, p. 81). 3 El sistema de valores es bien reasumido en la siguiente expresión de De Fleur y Ball-Rokeach, en la que hablan en forma bastante destacada y objetiva de “nuestras creencias en la libre empresa, nuestra opinión sobre la legitimidad del motivo de lucro, las virtudes de un capitalismo controlado y nuestros valores generales sobre la libertad de expresión” (p. 184). Esta frase a la vez ilumina también la posición ideológica de los dos autores norteamericanos, moderados keynesianos. 4 El crecimiento de la radio destaca con aún más vigor si comparado con la desastrosa situación de los años treinta. El tono funesto de De Fleur y Ball-Rokeach rende todavía la idea: “El trauma creado por estas condiciones sólo puede ser debidamente apreciado por quienes lo vivieron personalmente. Fue una época de grave depresión para el pueblo de los Estados Unidos, tanto en un sentido espiritual como en el económico” (p. 147).. 7
  • 8. pronto en una de sus características principales, o sea la propiedad estatal, a la vez matriz de toda una serie de diversidades que se repercuten por ultimo en los contenidos (igualmente que en la estructura social de cada país). La radiofonía, como más tarde la televisión, será en breve declarada monopolio estatal en la mayoría de los países europeos, con unas pequeñas excepciones, como la misma España, donde sin embargo tampoco se puede hablar de la implantación de un modelo norteamericano de base privada. De hecho, algunos autores han negado la posibilidad de distinguir entre dos modelos audiovisuales realmente diferentes, el modelo europeo de base pública y el estadounidense de base privada, subrayando el semejante uso que se ha hecho de los medios en cuestión por incentivar los objetivos de control social y desarrollo capitalista de la clase dominante. Sin embargo, las diferencias son bastante significativas, por lo menos en la fase precedente el desmantelamiento de los monopolios públicos. La más marcada es sin duda el diferente tipo de financiación, pública de un lado, a través de un impuesto específico o del presupuesto general del estado, privada del otro, a través de la publicidad. Sólo posteriormente la publicidad ha empezado a constituir una fuente de financiación para el sector público. En consecuencia, cambia también la función característica desempeñada del sistema audiovisual: por una parte se privilegia esencial, si no exclusivamente, su función social, sin embargo entendida en respeto a las finalidades de la esfera política dominante, especialmente cuando los políticos, como pasa comúnmente, confunden un bien público con un bien propio o gubernamental. En este caso el aspecto económico interno constituye solo un límite, una variable de dependencia, en absoluto no la principal. En el otro caso la función económica, o sea la búsqueda de beneficios económicos, es el eje del sistema audiovisual. Hay que decir que, considerando los medios de masas en el contexto social general del cual forman parte, en una sociedad, como la nuestra, que asume el crecimiento económico como su principal objetivo, los dos sistemas antes mencionados acaban confundiéndose siempre más. De todos modos, contemporáneamente a Estados Unidos, al principio de los años treinta también en Europa se consolidan los últimos rasgos del régimen radiofónico. El poder político, si bien las primeras emisoras fueron generalmente de propiedad de las grandes compañías de aparatos eléctricos, pasa a la constitución definitiva de monopolios públicos. Las razones son extremadamente 8
  • 9. complejas y profundamente enlazadas, en un sector donde las instituciones y las costumbres jurídicas, y los asuntos políticos y económicos están tan mezclados y vinculados entre si hasta el punto de volver infructuosa la búsqueda de sus perfiles. Distintos autores han subrayado uno u otro de estos aspectos, centrando sus explicaciones principalmente en las causas económicas o en las políticas, afirmando la intención de la política de someterse a los intereses del gran capital, o bien evidenciando su autonomía en la elección de una estrategia que le reservaba el control de un medio tan importante. Seguro es que la opción de crear monopolios de radio, y posteriormente de televisión, no fue dictada por principios políticos propiamente progresistas, para dar el libre usufructo del espacio audiovisual al pueblo, si no que fue más bien empujada de un deseo del estado de ampliar y potenciar su intervención. De otro lado, las condiciones económicas europeas, contrariamente a las que llevaron al desarrollo de una industria privada en Estados Unidos, no permitían en absoluto la viabilidad de semejante opción precisamente por la insuficiencia de las potencialidades del mercado. La gran industria europea de la tecnología no quería un mercado privado de la radiofonía porque eso era esencialmente imposible por simples razones económicas: quería tan solo vender aparatos, y eso se lo consentía perfecta y únicamente la radiofonía pública. Costa, tras haber examinados las divergentes opiniones de unos autores, llega a una firme conclusión: Parece demostrado que el modelo europeo de radiodifusión se originó por un interés coordinado de las industrias fabricantes de aparatos y de los poderes públicos que se movían con la doble finalidad de proteger, respaldar y fomentar la industria nacional y, al mismo tiempo, difundir e incluso dominar los contenidos de las emisiones de radio que fueron promocionadas para crear la necesidad de aparatos receptores. Con la ideología dominante de aquella época no podía ser de otra manera (1986, p. 52) Los países europeos pusieron el sello a la definitiva institución de monopolios de radio poco después de la crisis del 1929, o sea cuando la actividad económica se hallaba en la depresión más fuerte de la historia del capitalismo; puesto que la radiofonía privada depende directamente de los ciclos económicos a través de la publicidad, resulta inmediatamente claro que un mercado tan flojo no podía generar el volumen suficiente de publicidad capaz de mantener en vida el sector radiofónico privado. En Estados Unidos, de otro lado, la radiofonía privada se había desarrollado en acuerdo con el boom económico de los años veinte. El 9
  • 10. crecimiento de la economía estadounidense entre el 1922 y el 1929 fue impresionante, la expansión productiva de la industria alcanzó en el complejo un taxo del 64% (Salvadori). La ideología dominante, plenamente apoyada de la serie de gobiernos republicanos que se subsiguieron en la década, daba total libertad a la iniciativa privada repugnando la mínima intervención estatal, lo que de hecho significaba libertad total a la acción de los grandes trust. La crisis del ’29 llevó a un mayor intervensionismo del estado, sin embargo doblegado a los intereses del gran capital, o sea a una afinación de la acción conjunta de los dos. En consecuencia de las diferentes estructuras y condiciones económicas de Estados Unidos y Europa, esa actitud se tradujo en una ley que de hecho respaldaba los trustes radiofónicos en el primer caso, y en la creación de monopolios en el segundo. La opción europea de crear monopolios públicos apoyaba sustancialmente los intereses de la grande industria financiando los programas que creaban la demanda de aparatos. Tras unos años pasó lo mismo con la televisión, cuyo desarrollo en el infausto periodo posbélico rendía imposible su explotación por parte del capital privado. El sucesivo abandono del régimen de monopolio, bajo las fuertes presiones de los futuros inversores, se puede igualmente reconducir a los mismos mecanismos de mercado, en este caso a la desaparición de las causas que anteriormente empujaron hacía la creación de los monopolios: el elevado crecimiento económico volvió muy rentable la explotación privada de los medios audiovisuales, y los estados la respaldaron. El caso de Gran Bretaña, patria del liberalismo, parece indicar la preponderancia de las razones económicas, que aquí contrastaban con la tradición político-jurídica de libertad de prensa que había ido creciendo a partir de la Guerra Civil del siglo XVII, o sea mucho más antes que en el resto del mundo. También la masiva campaña de prensa, industria temerosa de perder importantes cuotas del mercado publicitario, tuvo un papel destacado.5 La lógica del beneficio económico, principal línea explicativa, debería quizá ser extendida para tener en cuenta el complejo juego de fuerzas de la época, 5 Unos decenios más tarde pasó lo mismo en España, solo que en sentido contrario, cuando unos grupos editores de importantes periódicos promocionaron incesantemente el abandono del monopolio público televisivo, para entrar ellos mismos en el mercado, hasta lograr sus fines (en particular La Vanguardia, El Mundo, y El Periódico, en mano a los principales accionistas de Antena 3). Incluso en Inglaterra la prensa pasó a esta actitud en los años cincuenta para derrumbar el monopolio de la BBC. Después de pocos años, con gran desconcierto, el pueblo inglés supo que la campaña a favor de la televisión comercial respondía a una estrategia coordinada del partido conservador y financiada por la industria electrónica, alguna agencia internacional de publicidad, especialmente la norteamericana Thompson, y otras empresas interesadas al sector. 10
  • 11. como antes propuesto por Costa: lo importante es notar que los objetivos políticos dominantes y los del gran capital coincidían, lo que parece ser indispensable para dar un paso tan importante como la adopción o el abandono del monopolio público audiovisual. Sea cual sea el régimen radiofónico instaurado, al principio de los años treinta la radiofonía occidental había hallado su camino y realizado su fractura de la base de la sociedad, constituyéndose como un cuerpo separado con un flujo unidireccional y vertical de transmisión (inoculación) de material. Pero este proceso no pasó inobservado ni sin protestas. En varios estados occidentales, por ejemplo, toda la década del veinte vio repetidos intentos de las organizaciones obreras de tomar un espacio en el éter, lo que no era en absoluto imposible puesto que la estructura de la radiodifusión aún no estaba totalmente arreglada ni herméticamente cerrada. En Chicago, la Federation of Labour poseía su emisora, mientras en otros países europeos las transmisiones obreras eran más irregulares y a veces dependían de esporádicas acciones de protesta, si bien se podían siempre escuchar las emisiones en diversos idiomas nacionales de la potente Radio Moscú. En noviembre de 1929 la Comisión internacional de radio de la Internacional de sindicatos revolucionarios convocó una conferencia en la cual los miembros de doce países aprobaron un catalogo de llamativas consignas. Los primeros tres puntos del catalogo así proclamaban: 1. Lucha por el reconocimiento del derecho a la utilización de radio por parte de las organizaciones revolucionarias 2. Lucha contra el monopolio capitalista de la radio y la censura 3. Lucha por el descenso de las tarifas, por la utilización de radiorreceptores y por el derecho de los trabajadores y sus organizaciones a poseer emisoras de onda corta6 Sin embargo, la institución de monopolios estatales no fue siempre mal vista de los sindicatos o de los partidos de la izquierda europea: frente a la utilización exclusiva de la radio en provecho de los intereses del gran capital, parecía a menudo mejor la monopolización y el control estatal, más apto que el libre mercado a representar las diversas fuerzas políticas institucionales. Esa posición se quedará inmutada unos decenios más tarde (como en la actualidad), cuando los monopolios serán destituidos, en correspondencia con el difundirse del 6 Citado en Dahl, “Detrás de tu aparato de radio está el enemigo de clase”, en Bassets, 1981, p. 38. En la mayoría de los países existían impuestos bastantes altos sobre la utilización de receptores, cuya construcción personal era prohibida. 11
  • 12. movimiento a favor de la “libertad de antena”, usualmente apoyado de amplios sectores de la izquierda extra-parlamentaria pero no de los partidos. De otro lado, existían también entonces voces de protesta más independientes que reclamaban la libre utilización del espacio radiofónico en beneficio del pueblo, a veces con una conciencia tan desarrollada y precisa que resulta difícil creer que se tratase de opiniones formuladas en los años treinta. Una de esas era la de Bertolt Brecht, factótum artístico alemán (poeta, dramaturgo, ensayista, director de teatro, etc.), el cual manifiesta una clarividencia incomparable en el terreno de los medios de masas. Vale la pena profundizar un poco unos ensayos que escribió entre el 1927 y el 1932 (publicados en Bassets, 1981, p. 48-61, con el título de “Teoría de la Radio”, título anteriormente acuñado por el recopilador alemán), por su increíble proximidad con las futuras reivindicaciones de las denominadas radios libres o democráticas, lo cual les atribuye un importante valor como testimonio etnográfico. La siguiente proclama, celebre “propuesta para cambiar el funcionamiento de la radio”, manifiesta enérgicamente su opinión y su aguda comprensión del medio, así como uno de los fundamentos ideológicos del abigarrado mundo de las actuales radios libres: Hay que transformar la radio, convertirla de aparato de distribución en aparato de comunicación. La radio sería el más fabuloso aparato de comunicación imaginable de la vida pública, un sistema de canalización fantástico, es decir, lo sería si supiera no solamente transmitir, sino también recibir, por tanto, no solamente hacer oír al radio-escucha, sino también hacerle hablar, y no aislarle, sino ponerse en comunicación con él. La radiodifusión debería en consecuencia apartarse de quienes la abastecen y constituir a los radioyentes en abastecedores (p. 56-57). “Si consideran esto utópico”, sigue Brecht, “les ruego reflexionen sobre el porqué es utópico”. Poco antes, el autor alemán afirmaba sarcástico que: Tenemos centros culturales intrascendentes, que se esfuerzan angustiosamente por impartir una formación que carece de consecuencias y que es la consecuencia de nada. [...] No pertenece aquí analizar en interés de quien repercuten estas instituciones intrascendentes, pero cuando se halla una invención técnica de una utilidad tan natural para distintas funciones sociales con un esfuerzo tan angustioso por quedarse intrascendentemente en pasatiempos cuanto más inofensivos mejor, entonces surge incontenible la pregunta de si no existe ninguna posibilidad de evitar el poder de la desconexión mediante la organización de los desconectados (p. 57-58). La última frase, sobre la “organización de los desconectados”, podría parecer en unos de los muchos panfletos que las actuales radios libres distribuyen copiosamente para revindicar su lucha, tan similar es su tono, como se podrá ver 12
  • 13. en la etnografía del próximo capítulo. Brecht concluye el texto contestando a la anterior pregunta sobre las causas que convierten esta aspiración en una utopía: Impracticables en este orden social, practicables en otro, las sugerencias [...] sirven a la propagación y formación de este otro orden (las cursivas son mías, p. 60). Pues Brecht aquí exalta concisamente la estricta relación entre la organización del medio y la organización social, dando gran valor a las posibilidades ofrecidas por la retroalimentación de esta relación, cuyo directo reconocimiento constituye otro importante asunto de la parte etnográfica. Hasta ahora hemos trazado rápidamente el contexto histórico general que dio forma a la radio que hasta hoy día conocemos: si bien ocurrirán importantes acontecimientos que la modifican, su base quedará semejante a la que acabamos de ver. Podemos entonces pasar a un sumario análisis de la evolución histórica de la radio en España, a través del cual deseo enseñar solamente lo que me parece más importante para la comprensión de la situación actual, obviamente sin ninguna pretensión de ser exhaustivo, ni siquiera por lo que concierne un análisis sumario. 1.2 LA RADIO EN ESPAÑA La historia de un medio de comunicación, real o potencial, está totalmente enlazada con el más grande contexto histórico-político en el cual se desarrolla, o sea, en el caso de la radio en España, con un siglo áspero y denso caracterizado por dos dictaduras y una violenta alternancia de distintos ordenes sociales e instituciones políticas, lo cual se traduce en diferentes y en parte contrastados intereses y organizaciones del sector radiofónico. No se puede en absoluto hablar, a lo largo de toda la historia de la radio en la península, de una evolución coherente y ordenada, aunque teniendo en cuenta la instabilidad del contexto político, ni siquiera de un modelo público o de un modelo privado, útil enfoque de partida para los demás países, tan siquiera de un modelo de mercado mixto con organismos públicos como es el actual. Tal vez se trata de un escenario radiofónico más complejo, tal vez simplemente más desordenado. Seguro es que precisamente el desorden, primariamente legislativo e institucional, ha caracterizado muchos años del desarrollo de la radio en España, y sigue teniendo substanciales consecuencias (no todas negativas) hasta hoy día. 13
  • 14. La primera emisora regular de radio, tras unos esporádicos intentos, ve la luz en Barcelona en 1924, cuando unos importantes hombres de negocio y las respectivas sociedades económicas crean la Asociación Nacional de Radiodifusión (ANR), con el propósito de fomentar la radiodifusión y la venta de radios. Los nombres que se unen en la asociación no dejan lugar a dudas sobre el alto nivel de penetración internacional y los objetivos de lucro: Sociedad Anglo Española de Electricidad, Sociedad Ibérica de Construcciones Eléctricas, Industrias Radio Eléctricas, Teléfonos Bell, Viuda y Sobrinos de Prado (representantes de la Ericsson de Estocolmo), etc (Franquet, 2001, p. 29). La casa Teléfonos Bell proporcionará la estación emisora, inaugurada oficialmente el 14 de noviembre bajo el indicativo EAJ-1, Radio Barcelona. En los mismos días empieza a emitir también Radio España de Madrid, EAJ-2, segunda emisora en la historia de la radio ibérica. El estado se había antes reservado el derecho de explotar el servicio radiotelefónico mediante concesión o por si mismo. La Real Orden del 14 de Junio de 1924 reglamentaba el sector consolidando el control estatal, como reasume el Art. 3: “Las estaciones radiotelegráficas o radiotelefónicas particulares, sean transmisoras o receptoras, están sujetas a la intervención del gobierno”. Este reglamento establecía y regulaba cinco clases de emisoras, entre las cuales cabían las estaciones comerciales (cuarta categoría): “Éstas podrán ser establecidas libremente por particulares o corporaciones sin concesión de monopolio alguno. La concesión tendrá lugar por un tiempo diario, potencia determinada y longitud de onda” (Art. 19). El Art. 22 establecía que “corresponderá a las estaciones de esta categoría la transmisión de todo genero de servicio de interés o utilidad general, [...] y todo cuanto pueda tener carácter cultural, recreativo, moral o de interés comercial”. Asimismo se autorizaba la emisión de publicidad, con un limite de cinco minutos por hora, de la cual el estado cobraba un impuesto, y se imponía además otro impuesto sobre los radiorreceptores, de cinco pesetas en caso de ser en mano a particulares, cincuenta si estaban en lugares públicos. Finalmente, el Reglamento dejaba abierta la posibilidad de establecer un servicio público de radiodifusión, pero sin hacer más. Al amparo de este reglamento se conceden quince permisos, uno de los cuales, EAJ-7, a la empresa protagonista absoluta de la historia de la radio española, y de la actualidad también, o sea Unión Radio, futura SER, cuya 14
  • 15. predominancia ha rozado y roza el monopolio. Su fundador y primer director general fue Ricardo Urgoiti, hombre de relieve del grupo propietario de los diarios El Sol y La voz, y de Papelera Española. Además de ser el líder de esas empresas de familia, y de la empresa Sagarra, propietaria de una cadena de cines, Urgoiti era hombre de confianza de importantes multinacionales del sector tecnológico, como AEG, Telefunken, Marconi, Standard Eléctrica, ITT, etc., que juntas al Banco Urquijo formarán el accionariado de Unión Radio (Díaz, 1997, p. 53, 121). La sede de la emisora madrileña estaba en el mejor tramo de la Gran Vía, entonces llamado Pi y Margall, en la sexta planta del lujoso edificio de los almacenes Madrid-París, rodeada de unos cuantos cines. La emisora, pomposamente inaugurada el 17 de junio de 1925, nace con claros objetivos expansionistas, con no tan velado propósito de crear una red de emisoras nacionales gracias a la excepcionalidad del gran capital a disposición. El camino hacía la concentración del mercado radiofónico, hasta entonces caracterizado por muchas pequeñas iniciativas, tenía aún un freno legal en la antes mencionada Real Orden del 1924, que prohibía el traspaso de concesiones. Sin embargo, el 1 de Abril del ’26 se promulga otra Orden que autoriza tales traspasos. Quizá el hecho que a la pomposa inauguración de Unión Radio hayan participado el Rey Alfonso XIII, don Miguel Primo de Rivera, Valentín Ruiz Senén (presidente de Unión Radio y amigo del dictador), ha contribuido a engrasar un poco los estridentes mecanismos de la maquina legislativa. En su conjunto, a la radio en España le costó arrancar, el público era escaso, la publicidad muy poca, pero el canon de uso de receptores y las aportaciones de los oyentes consiguieron sacarla adelante. Las cuotas de los socios eran sin duda el principal medio de sustentamiento: Radio Barcelona tenía 3.000 socios en el octubre de 1925 (Franquet, 2001, p. 36), Unión Radio Madrid terminó ese año con 2.000 asociados, que subieron a 10.000 por el final del 1926 (Díaz, 1997, p. 128). Cada importante emisora tenía además su órgano escrito (Radio Barcelona por la homónima radio y Ondas por Unión Radio), revistas a las cuales se atribuía grande importancia por la difusión de la radio y de la conciencia de grupo necesaria al mantenimiento de un medio que se auto-sustentaba. Otro gran problema que no podía tardar en presentarse fueron las peticiones de la Sociedad de Autores, ansiosa de cobrar los derechos, problema común que en 15
  • 16. ausencia de una ley general fue singularmente solucionado después de largas tratativas. En julio de 1929 el estado promulga otro decreto para crear el “Servicio Nacional de Radiodifusión” a través de un concurso, que a causa de fuertes presiones e importantes cambios políticos, como la muerte del dictador, será declarado desierto un año después. Pero en la práctica existía un servicio nacional de monopolio, el de Unión Radio, bien que no era un monopolio de estado ni de derecho. Por el 1930 la empresa en cuestión poseía emisoras en Madrid, Barcelona, Sevilla, San Sebastián y Valencia, a las cuales hay que añadir unas cuantas “asociadas” y las que Unión Radio compró y cerró para desmantelar la concurrencia. Así en noviembre del 1926 desapareció Radio Barcelona, absorbida de la cadena madrileña, que un par de años más tarde compraría también la segunda radio que había surgido en la ciudad, para cerrarla en seguida. Mientras ese proceso se repetía en varias ciudades españolas, las emisiones iban siendo centralizadas y la dirección unificada. Los políticos empezaron desde el principio a aprovechar directamente las ventajas de la radiofonía. En abril de 1924 Primo de Rivera dio el primer paso hacia la conquista política del éter, con un tono que ahora puede parecer simpáticamente demagógico: “Por primera vez me veo ante el aparato de maravillosa invención que ha de recoger mis palabras para difundirlas acaso por el mundo, las primeras que he de pronunciar son un rotundo, categórico y entusiasta ¡Viva España!” (Díaz, 1997, p. 103). En seguida se empezaran a retransmitir las corridas y el fútbol, los eventos religiosos y otros de entretenimiento: faltaba solo una lluvia de informativos, o supuestos tales, y de tertulias políticas, por el resto la programación de entonces no se alejaba mucho de la corriente. Uno de los primeros programas no musicales de Radio Barcelona se dirigía a las mujeres. Un periodista de la revista Radio Barcelona, en el noviembre de 1924, afirmaba que el programa “no pretendía ocuparse de nada trascendental, ni abordar a fondo problemas políticos, ni aún hacer pensar, sino que simplemente trataría de distraer y divagar sobre temas frívolos”, preocupándose en seguida de precisar que se tenía que entender con frivolidad “todo un orden de preocupaciones legitimas” (Franquet, 2001, p. 38). La radio, al principio un fenómeno elitista, se consolida en los años treinta como medio de masas. La instauración de la segunda Republica no puede que 16
  • 17. beneficiar la radio, que comienza a aprovechar las nuevas posibilidades de expresión tras la abolición de la censura en el 1930, incluyendo en su programación abundante retransmisiones de actos políticos y espacios de debate público en acuerdo con el fermento social y político de la época. La radio se convierte en el medio privilegiado para difundir sistemáticamente las ideas y los acontecimientos políticos. El mismo día de proclamación de la Republica, el 14 de Abril de 1931, Unión Radio difunde el discurso del presidente del gobierno provisional, Alcalá Zamora. Sin embargo, la propaganda política no estaba todavía perfectamente desarrollada, ni los mensajes solían ser concebidos en función del medio. Según Franquet (2001, p. 88-89), la campaña electoral por las Cortes Constituyentes de 1931 manifiesta dos características: “La primera és la importància que tots els partits donaven a la radio com a mitja de propaganda, i la segona és la demostració del desconeixement de les tècniques més adequades al neu mitjà”. La cadena con sede en Madrid, futura SER, (tal como el diario El Sol, de la misma propiedad) se convierte de hecho en el órgano oficioso de la Republica y de la “buena sociedad” de la época (¡cada referencia a la actualidad es puramente casual!), radiando sesiones del Parlamento y otros acontecimientos políticos, además del diario hablado La Palabra. La publicidad gana en cantidad y calidad, se crean equipos de publicistas y se importan las técnicas más innovadoras de Estados Unidos. Contemporáneamente, y a consecuencia de esto, la programación se diversifica y se especializa en segmentos de público más homogéneos en su interior, es decir más rentables en términos publicitarios. Entre los primeros segmentos así individuados destaca lo de las mujeres, supuestamente amas de casa y administradoras de la economía domestica. A las mujeres se dedicaban los programas de medio día, o sea la hora en que se prepara la comida, caracterizados por sesiones literarias, de moda, de belleza, de cocina, de acontecimientos mundanos, etc. Pequeñas variaciones han afectado estos programas hasta bien entrados los años ochenta. También nuestra gloriosa y querida Universidad de Barcelona tenía su programa semanal en Radio Barcelona, al cual participaban profesores y estudiantes. La radio en la Cataluña republicana ha tenido además un significativo papel de normalización lingüística, difundiendo el “correcto” catalán, incluso a través de cursos radiados. 17
  • 18. En 1932 el panorama radiofónico ibérico contaba con ocho grandes estaciones, tres independientes, cuatro de propiedad de Unión Radio y una a ella asociada, pero de propiedad estatal (Valencia). Barcelona disponía también de una de estas tres emisoras independientes, Radio Associació de Catalunya, creada en 1930 por representantes de la ANR, la misma asociación que fundó Radio Barcelona, cuando se dieron cuenta que esa última fue irremediablemente entregada a la cadena Unión Radio. La radiofonía catalana de la segunda Republica es dominada de la rivalidad entre las dos estaciones, y “la lluita per la catalanitat és la protagonista de l’enfrontament” (Franquet, 2001, p. 52): Radio Associació de Catalunya acusa la otra de ser de propiedad foránea, mientras intenta convencer la opinión pública, sobretodo política, de la necesidad de atribuir a la Generalitat el control de la radiodifusión, con la esperanza que el desarrollo del servicio le fuera en seguida adjudicado. El Estatuto aprobado el 9 septiembre 1932 dejaba posibilidad a diferentes interpretaciones. El articulo 15 decía que, en lo que concierne el servicio de radiodifusión, “Corresponde al Estado español la legislación y podrá corresponder a las regiones autónomas la ejecución, en la medida de su capacidad política, a juicio de las Cortes”. Solo que la implementación del Estatuto era lenta, y la Comisión Mixta, que se ocupaba de los bienes y derechos que el estado español tenía que traspasar a la Generalitat, no consiguió llegar a un acuerdo antes de la primavera de 1934. Los acontecimientos del octubre del mismo año, con la suspensión del Estatuto y la detención del gobierno catalán, retrasaron ulteriormente la creación de un servicio público catalán, que de hecho no pudo ser establecido ni siquiera en el poco tiempo que quedaba antes de la guerra (Franquet, 2001, p. 64-65). En los mismos años, también el gobierno de la Republica española intentó repetidamente crear un servicio nacional de radiodifusión, como ya hizo antes, y con la misma falta de éxito de antes. En Abril de 1932 el gobierno autoriza un concurso, para después anularlo en poco más de un mes a causa del insostenible peso de las presiones recibidas, así como la campaña informativa y política realizada en Cataluña. Pero la voluntad, o por lo menos el deseo, no desvanecieron, y en 1934 el gobierno vuelve a intentarlo. La ley de 26 de junio de ese año establecía que “El servicio de radiodifusión nacional es una función esencial y privativa del Estado, y al Gobierno corresponde desarrollar el servicio”. El juego de intereses contrastantes bloqueó otra vez el proyecto, 18
  • 19. confirmando la que parece ser una tradición secular de las autoridades españolas, o sea su incapacidad de aprovechar los medios de masas para unificar la conciencia nacional. ¡Si bien Francia no queda tan lejos! Sin embargo el gobierno, a la espera de realizar la red nacional, se preocupa igualmente de que el servicio radiofónico pueda cubrir toda la península, aunque sea de mano privada. Al final de 1932 emana un importante decreto, fundamental para el particular desarrollo del sector en España, con que autoriza el establecimiento de emisoras locales de escasa potencia, 200 vatios, y radio de acción limitado (30 kilómetros). Las concesiones podían ser retiradas en el caso de que se hubiese instalado una emisora de la red nacional en la misma localidad. A finales de 1934, cuando cesa la repartición, se han concedido cerca 60 permisos, la mayoría de los cuales destinados a emisoras cooperativas que se mantenían gracias al trabajo y a las aportaciones voluntarias de los socios, personalmente ligados a la vida de la estación. Radio Associació de Catalunya aprovechará el decreto del 1932 y las emisoras consecuentemente nacidas para crear una red catalana, como hará Unión Radio y sucesivamente la SER, la COPE, etc. En 1933 se censaron 153.662 aparatos receptores (6,4 por 1.000 habitantes), tres años más tarde su numero superaba los 300.000, cifra por de bajo de la media europea, aunque se tiene que tener en cuenta que algunos oyentes no se declaraban para evitar pagar el canon, que no será abolido hasta 1964 (Díaz, 1997, p. 134). Era también frecuente escuchar la radio en sitios públicos, en tabernas, ateneos o por la misma calle, y en compañía, lo cual diferencia sustancialmente la percepción del mensaje radiofónico de antaño respecto a la de hoy. Al estallar la Guerra Civil, la radio se convierte en arma estratégica de primera importancia, gracias a la simultaneidad que entonces sólo este medio poseía. Desde Tenerife Franco proclama por la radio el comienzo de las hostilidades, el día 18 de julio, mientras el Gobierno republicano se apresura a negar la importancia de los acontecimientos. En la península, el general Queipo de Llano ocupa Sevilla con relativa facilidad, y con aún más facilidad consigue apropiarse de Unión Radio Sevilla, pacíficamente entregada por mano de su director Antonio Fóntan, apellido clave de casi toda la historia de la radiodifusión española. Desde aquel día, durante dieciocho meses, noche tras noche casi ininterrumpidamente, Queipo de Llano empieza a proferir sus famosas arengas radiofónicas, que lo convertirán en el primer militar de la historia en utilizar con 19
  • 20. tanto fervor y eficacia la radio como arma de propaganda en tiempos de guerra. “El discurso barroco, brutal, demagógico pero morbosamente radiofónico del general”, según las palabras de Díaz (1997, p. 154), hecho de anécdotas groseras, sumarios análisis de la situación, insultos y mentiras bufonescas, es unánimemente considerado de decisiva importancia por el futuro del conflicto, y él una estrella de la radiofonía. La potente emisora de Sevilla podía difundir por casi toda España las proclamas de Queipo de Llano, pero en realidad esa era la única estación de gran potencia controlada por los nacionales, las demás eran unas minúsculas estaciones locales de 200 vatios. En cambio el lado republicano contaba con la casi totalidad de la cadena Unión Radio (Madrid, Barcelona, San Sebastián y Valencia), más Radio Associació de Catalunya y buena parte de las estaciones locales. A pesar de la gran desventaja técnica, los nacionales supieron aprovechar con mucha más habilidad y astucia el potencial bélico del éter. De hecho, los primeros suministros alemanes comprenderán, además de las armas, estaciones y otro material de transmisión. En la zona republicana, cada pequeña estación local fue confiscada por los distintos grupos políticos que componían sus filas, sin embargo el radio de transmisión de estas emisoras era decididamente limitado. Con el tiempo, y el ampliarse de las divergencias, el gobierno republicano consiguió imponer su autoridad, poco a poco, llegando por fin a centralizar las retransmisiones y a imponer la censura de guerra. Al finalizar las hostilidades, el lado victorioso empieza la obvia depuración de las emisoras para instalar sus hombres de confianza. Los franquistas se apropian de todas las emisoras, imponiendo a los propietarios de las concesiones un corto plazo para demostrar su fidelidad al régimen, en el cual caso les hubieran devuelto el permiso. Radio Associació de Barcelona, tan fielmente catalanista y republicana, es convertida, ironía de una suerte adversa, en Radio Nacional de España en Barcelona. Uno de los objetivos más deseados por Franco, en el sector radiofónico, no podía que ser la creación de una red nacional, cuya primera emisora, de 20 kilovatios, alemana por supuesto, fue inaugurada durante el mismo conflicto en Salamanca, en enero de 1937, por el mismo Franco. En seguida el régimen instaura la censura y reafirma el monopolio estatal de las ondas, concediendo además la explotación a particulares, empresas privadas y a la 20
  • 21. Iglesia, es decir, a los grupos políticos y económicos que habían ayudado o podían ayudar la causa franquista. La vieja Unión Radio se ve sometida a un importante proceso de depuración que empieza precisamente por el nombre, ahora convertido en SER, Sociedad Española de Radiodifusión. Virgilio Oñate, que había sustituido Urgoiti durante su fuga bélica, es nombrado director general, y Antonio Garrigues, abogado de la embajada norteamericana en Madrid y del Banco Urquijo, presidente. En la secretaria de la dirección encontramos María Teresa Oñate, futura esposa de Eugenio Fóntan, más tarde accionista y director de la cadena. Su hermano Antonio es el personaje clave en el proceso de transformación-salvación de la cadena, gracias al crédito que había acumulado con el régimen por haberle entregado Unión Radio Sevilla los primeros días de Guerra Civil. De momento sigue de cabeza en la radio de la ciudad andaluza, pero cuando en 1944 asciende al grado de coronel, con destinación Madrid, pasa a ser subdirector general de la cadena. Otra pieza fundamental de la recién nacida SER era Manuel Aznar, periodista de máximo éxito, ya director en 1917 del diario moderadamente progresista y liberal El Sol. “Casualmente” resbalado en uno de los círculos más próximos a Franco, Aznar en 1942 es enviado por el dictador a Estados Unidos para promocionar la voluntad no beligerante de España. Antes de irse, deja su homónimo hijo, futuro director de RNE, en un importante cargo en la cadena SER. Quizá con este viaje nació el amor de familia por el gran país americano, como parece confirmar la carrera política del enérgico nieto, desde luego la SER y Estados Unidos aprovecharon pronto los lazos instaurados. En seguida llega a Madrid un judío americano, Robert Kieve, que trae consigo fundamentales conocimientos teóricos de radio y una importante ayuda en material técnico y humano (Díaz, 1997, p. 178-181, 459-461). Con este embrión del plan Marshall llegaba a España, a través la cadena SER, el colonialismo cognitivo del grande hermano norteamericano. El sector radiofónico, sobre todo en la primera etapa franquista, iba estructurándose principalmente según criterios políticos más que económicos. Ya durante la Guerra Civil algunos grupos políticos y sindicales del movimiento nacional habían construido o confiscado pequeñas radios. Después, la lealtad al régimen sería premiada con la concesión de licencias para radios de escasa potencia, configurando así un panorama radiofónico caótico hasta el exceso, 21
  • 22. caracterizado por una gran red nacional pública, una privada, y una infinidad de emisoras locales de alcance muy limitado. En 1942 el gobierno agrupa las emisoras existentes de Radio Nacional en una red estatal de radiodifusión, REDERA, que dos años más tarde pasa a ser Radio Nacional de España, la cual llega a cubrir todo el territorio a principio de los años cincuenta, con una potencia de emisión que daba y sigue dando envidia a todo el sector privado. Contemporáneamente, la administración seguía distribuyendo a los fieles licencias radiofónicas con correspondida generosidad informativa, dando vida a lo que Prado ha denominado “minifundio de emisión” y “latifundio de información”. Para mejor racionalizar el utilizo de la banda radiofónica y aprovechar las economías de escala, y asimismo controlar más fácilmente las emisiones, en una segunda etapa la dictadura favorece la formación de otras redes nacionales, creando un sistema oligopolista de confirmada fidelidad ideológica. En 1954 las 48 estaciones de la FET y de la JONS son agrupadas en la Red de Emisoras Sindicales (REM), mientras las denominadas “Radio Juventud”, en un principio vinculadas al Sindicato Universitario, el SEU, componen la CAR, Cadena Azul de Radiodifusión, dedicada a la formación de jóvenes profesionales del medio. La última cadena institucional es la CES, Cadena de Emisoras Sindicales, vinculada al sindicado vertical. Sin embargo, estaba otro grupo social a la espera de su merecida recompensa por el gran trabajo ideológico desarrollado a favor del régimen, o sea la Iglesia. El Concordado del 1953 reconocía a la Conferencia Episcopal el permiso de tener estaciones propias de alcance local, permiso que la institución católica no dejó caer en el vacío: dentro del 1958 nacen alrededor de doscientas emisoras parroquiales, que en seguida suben a cuatrocientas. La permisividad de la dictadura se fundaba claramente en la comprobada lealtad de las instituciones eclesiásticas, lo que de hecho convertía la censura previa un mecanismo superfluo, pero la infinidad de emisoras surgidas contrastaba con el intento gubernamental de racionalización del espacio radioeléctrico. Después de largas y obscuras negociaciones, la administración en noviembre del 1959 cede a las peticiones episcopales, otorgando el permiso a la segunda cadena privada del estado español, o sea la Cadena de Ondas Populares COPE. Eso de las emisoras parroquiales y de una tan poderosa red radiofónica religiosa es uno de los fenómenos más destacados del éter ibérico, inigualado incluso en el Vaticano y en la península 22
  • 23. que tiene la suerte de acogerlo. En 1960 la COPE concede reducir el número de emisoras a ochenta, y una década más tarde pasa a constituirse en sociedad anónima, para después ir secularizando y comercializando gradualmente su programación, hasta el punto de no tener sustanciales diferencias con las demás estaciones. El control sobre la titularidad de las licencias, y la reducción y concentración de los puntos de propagación, constituían de hecho la primera táctica de ordenación y sometimiento de las comunicaciones, mucho más efectiva que la censura, que por fin tiene que ser vista como lo que simplemente es, o sea una medida excepcional, la última a disposición en casos de irresuelta conflictividad. Dada la excepcionalidad del régimen dictatorial, y los intereses e ideologías en parte contrastantes entre los propietarios y trabajadores del medio de un lado y los gerentes políticos del otro, la censura era de todos modos necesaria por las finalidades franquistas. La censura previa fue entonces establecida en octubre del 1939 sobre todo el material para transmitir, llegando a prohibir discos y noticias sin estricta relación con la situación del país. Radio Nacional de España ha acaparado asimismo el monopolio sobre la información hasta el 1977, entre tanto las demás radios estaban obligadas a conectarse con la red nacional para radiar el diario hablado, popularmente conocido como El Parte. En virtud de esto, las radios privadas se dedicaron casi exclusivamente al entretenimiento. Había claramente consignas directas de las autoridades dirigidas a promocionar una alineación del pensamiento a los valores morales más ortodoxos, un verdadero asesoramiento positivo que configuraba las emisiones como prolongaciones en el éter de los órganos políticos y religiosos franquistas. Si de un lado se tenían que enfatizar los valores del movimiento nacional, del otro se tenía también que proporcionar la justa dosis de diversión de las asperezas de la realidad. La radio entonces servía para “fer oblidar la realitat social i contribuir a l’evasió quotidiana mitjançant la construcció d’un entramat social irreal caracteritzat per la manca de conflictivitat”, según las palabras de Franquet (2001, p. 206), la cual, hay que precisarlo por la alta posibilidad de confundirse, se refiere al franquismo y no a la actualidad. La trama del serial radiofónico más amado del final de los años cuarenta, Lo que nunca muere, ejemplifica perfectamente el asunto: la suerte separa dos jóvenes hermanitos, Carlos y Enrique, y mientras el primero, noblemente criado, se dedica triunfalmente a la 23
  • 24. carrera militar, el segundo, después de una infancia mísera y la derrota en la Guerra Civil, acaba su perdición nada menos que en Rusia, antes de volver arrepentido por el feliz final. “Una temática muy de aquella época”, comenta Díaz (1997, p. 252), “la reconciliación nacional a través de dos hermanos”. Las radionovelas, casi todas moralizantes y cargadas de intención política, constituían el género más escuchado de la radiofonía de los años cincuenta, cuando la televisión aún no había aparecido en España. Al mismo tiempo se consolidan los programas deportivos, los concursos y la música, que será el género de más audiencia con la llegada de la frecuencia modulada en los años sesenta. La música está claramente ligada al FM por las características técnicas de este sistema, que incrementa enormemente la calidad del sonido y permite la emisión estereofónica, y además reduce los costos cubriendo un ámbito más limitado. La FM entra en España a través de Radio Nacional al final de los años cincuenta, pero necesita una década para radicarse mejor, y aún más tiempo para dar vida a la programación típica de esta tecnología. La reorganización gubernamental del espacio electromagnético a mitad de los años sesenta forzó las emisoras a adoptar la nueva tecnología: el numero de estaciones de pequeña potencia del estado español sobrepasaba enormemente la media europea y las frecuencias asignadas a España en los acuerdos de Copenhague del 1948, por lo tanto el gobierno tuvo que dejar libres varias frecuencias y obligó unas cuantas pequeñas emisoras a pasar a la nueva tecnología. A principio de los años sesenta el estado había también abierto la última cadena estatal, Radio Peninsular, caracterizada de la posibilidad de recoger financiación publicitaria. Había pues otras dos cadenas privadas de fecha antigua, Radio Intercontinental, vinculada a Serrano Suñer, cuñado de Franco, y la Rueda de Emisoras Rato, de propiedad de Ramón Rato, beneficiario del cierre de Radio Associació en 1939. La última importante medida legislativa de la era franquista llega el mismo año de la muerte del dictador. El último gobierno de la dictadura, en previsión de una etapa incierta, obliga las empresas del sector a ceder el 25% de sus acciones al estado, consolidando así su papel intervencionista y de control. Sin embargo, Bustamante (1982) ve en esta opción legislativa una paralela voluntad de consolidación de las cadenas existentes, fortalecidas de la participación estatal en una época de potenciales cambios (en 1992 el gobierno socialista aprueba la venta de estas cuotas a las emisoras). De todos modos, está claro que el modelo de 24
  • 25. radiodifusión española se basaba en un estricto oligopolio, respaldado del régimen y de la industria del sector. Un par de meses después de la promulgación de la antes mencionada ley muere Franco, y por tres días y tres noches todas las estaciones tuvieron que conectarse con RNE. En conclusión, según Martí (1996, p. 21), “quaranta anys de dictadura van servir per [...] deixar créixer el sector d’una manera tan desordenada, lluny dels acords dels organismes internacionals [...], que la normativa posterior, dins el marc d’un Europa sacsejada por la neo-regulació, servia en molts casos per intentar posar ordre, tot i que sovint aquest ordre es va fer sobre la mateixa base, la qual cosa permet entendre millor la situació actual de la radio espanyola”. Lo que es más evidente, el nuevo marco político no ha ciertamente intentado limitar el poder del oligopolio del éter, a pesar de que algunos optimistas así pensaban con la vuelta de la soberanía popular, o, mejor dicho, la ilusión de su vuelta, siempre que pueda volver algo que nunca ha estado. La gran diferencia es que ahora el monopolio se justifica por razones exclusivamente económicas. Durante la transición democrática, ese proceso histórico español que a ojos forasteros puede parecer por lo menos curioso, el pasaje a un sistema audiovisual de marco democrático fue extremadamente lento, por lo que concierne el sector público, y para nada desinteresado. De otro lado, en campo privado, se han simplemente mantenido las bases existentes con algunos ajustes que no han afectado negativamente el dominio de las principales cadenas. Antes de nada, se tenía que proceder a la revisión del sector público, de marca fascista, no obstante “el cambio de estructuras en las instituciones de radiotelevisión fue voluntariamente retrasado por los gobiernos centristas”, según cuanto afirma Costa (1986, p. 320) reasumiendo una patente certeza común, con el propósito de “controlar el proceso reformista a través de una información manipulada”. La radio y televisión pública constituían entonces una formidable maquina de propaganda heredada de la dictadura, que sin embargo contrastaba teóricamente con los ideales democráticos que tenían que caracterizar la nueva fase. La duda política si aprovechar de la arma de propaganda fascista, o escuchar la voz de la conciencia democrática, tenía que ser fuerte. Sin embargo estos supuestos ideales democráticos podían descansar un rato sin morirse, y quizás volver a aparecer en un segundo momento, o por lo menos eso es lo que parece haber pensado el gobierno UDC, que no supo resistir a la increíble tentación. Solamente en mayo 25
  • 26. del 1979, casi cinco años después de la muerte de Franco, se procedió a una estructural reorganización del sector audiovisual público, con la aprobación del Estatuto de Radio y Televisión. El Estatuto declaraba la radio y la televisión servicios públicos esenciales en base al articulo 128 de la Constitución, creando a tal fin el ente público RTVE, en el cual se fundían las tres sociedades públicas del sector, o sea TVE, RNE, RCE (Radiocadena Española, ente derivado de la previa unión de las radios del Movimiento con Radio Peninsular). En octubre de 1977, con dos años de retraso respecto a la muerte del dictador, fue eliminada la censura y la obligación de conectarse con RNE por la difusión del diario hablado. Estalló entonces un verdadero boom informativo compuesto de amplias tertulias, abiertas a diferentes protagonistas de la sociedad y de la política, e intervenciones callejeras. La programación informativa fue especialmente aprovechada de la SER, la cual llevaba unos años de ventaja gracias a la permisividad estatal que le había concedido hacer su programa informativo, Hora 25, a pesar del monopolio vigente. Durante la transición, hasta la llegada de PRISA, la SER se queda fuertemente vinculada a la UDC, gracias principalmente a los Garrigues y a Eugenio Fóntan, cuyo hermano Antonio logró ocupar el cargo de presidente del senado. El marco de libertad de la radio española de aquellos años se completaba con las obvias afinidades electivas entre la UDC y la COPE, segunda cadena privada española de propiedad de la Iglesia, además de las aportaciones de las otras dos cadenas, la Intercontinental y la Rato, que sin embargo se repartían entre UDC y AP. Todo eso ha llevado unos autores a dudar sustancialmente de las intenciones informativas de la radiofonía del final de los años setenta, cuya programación tenía el propósito de consolidar el proceso democrático, representando “los rasgos generales del cambio con una magnitud que no se correspondía exactamente a la realidad del mismo” (Prado, en Bassets, 1981, p. 242) De todos modos, en 1978 es aprobada la Constitución, que en su articulo 20 defiende el derecho a “comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión”. La gestión del éter es ampliada a la intervención de las comunidades autónomas, reservando en exclusiva al estado “el establecimiento de las normas básicas del régimen de radio y televisión, sin prejuicio de las facultades de desarrollo y ejecución que corresponden a las comunidades autónomas”. En seguida, las varias comunidades autónomas 26
  • 27. sentencian en sus Estatutos la posibilidad de crear y mantener sus propios medios audiovisuales: el parlamento de Catalunya en mayo de 1983 decreta la ley que da vida a la Corporació Catalana de Ràdio y Televisió (CCRTV), red de emisoras de la Generalitat que conseguirá tener una importante parte en el conjunto del sector audiovisual catalán, realizando una fuerte concurrencia tanto a las redes estatales cuanto a las privadas. El 5 de julio del mismo año sale al éter Catalunya Radio, primera emisora de la serie que componen la red, a la cual se atribuirá una fundamental tarea de normalización lingüística, bien incentivada de unas cuantas leyes posteriores. Una vez aclarada la partición de poderes y derechos entre el gobierno central y las comunidades autónomas, no sin un infructuoso recurso al Tribunal Constitucional por parte del gobierno, contrario a la interpretación que dejaba a las comunidades autónomas la repartición de frecuencias, al principio de los años ochenta se pasa a la asignación de las trescientas nuevas concesiones promocionadas de la ley del 1979. Quien anhelaba el fin del oligopolio en favor de una real democratización del espacio electromagnético pronto pudo darse cuenta de cómo es empíricamente interpretado el concepto de democracia. Las frecuencias fueron discrecionalmente asignadas por el gobierno de la UDC, el cual, si bien no se abstuvo del respaldar las antiguas cadenas dándole la posibilidad de completar sus redes, permitió contemporáneamente la entrada en el sector de dos otros grandes grupos mediáticos, Antena 3 y Radio 80. Antena 3, el mayor beneficiario del plan en cuestión, que le asignaba 54 de las trescientas nuevas licencias, era un coloso mediático y financiero en el cual destacaban las empresas que controlaban La Vanguardia (TISA), El Periódico (Grupo Zeta), y ABC. Mientras Antena 3 siguió expandiéndose con la adquisición de nuevas estaciones, Radio 80 se enfrentó a un opuesto camino que la llevó a la venta de muchas frecuencias, especialmente a la COPE, antes de venir absorbida por Antena 3 en 1984. Al final de los años setenta-principio de los ochenta, tenemos también otros dos fenómenos radiofónicos de fundamental importancia, el nacimiento de las radios libres, del cual hablaremos en el próximo capítulo, y lo de las radios municipales, característico este último del panorama español. Las radios municipales nacen espontáneamente en Catalunya y pronto se propagan a una velocidad imparable, a pesar de no ser legalizadas. No tienen grandes recursos, y 27
  • 28. si bien unas van a disponer de una plantilla de colaboradores salariados, a las que hay que añadir la colaboración gratuita de muchos de sus miembros, la mayoría vive casi exclusivamente de esa colaboración voluntaria. Tras ocho años de la aparición de la primera emisora municipal, y después de unas cuantas reivindicaciones, las radios en cuestión consiguen tener el deseado reconocimiento legislativo, que le asigna la banda comprendida entre el 107.0 y el 107.9 de la FM, reconociéndoles asimismo la posibilidad de financiarse a través de la publicidad y del presupuesto municipal. Las esperanzas de quien veía en ellas un instrumento a disposición de una pequeña comunidad local, que favoreciera la comunicación pública de base sin las usuales trabas políticas, se han quedado pronto desilusionadas. Actualmente, en Catalunya, las radios municipales tienen la opción de asociarse a dos redes, que abastecen una parte saliente de la programación, pudiendo elegir entre COMRADIO, para los municipios de izquierda, y la Fundació de la Ràdio i Televisió Locals de Catalunya, para los ayuntamientos de la otra banda política. Queda claro que las intenciones iniciales han sido perdidas en la mayoría de los casos, siendo la libre comunicación local sofocada de las presiones políticas y de la programación en red. Mientras tanto, la democracia seguía su camino hertziano con otros bandos de concursos por la asignación de nuevas frecuencias, puntualmente concedidas en base a la fuerza de los partidos con la rigurosa discrecionalidad que caracteriza el funcionamiento de nuestras democracias parlamentarias. En 1989 los socialistas al gobierno deciden que había llegado la ora de remediar a los años de dominio hertziano de la UDC, y ponen a concurso 153 nuevas frecuencias, que iban a añadirse a las casi cuatrocientas ya existentes. Un mes después entra en el sector la ONCE, que compra dieciocho emisoras a la ARI (Asociación de Radios Independientes), y se queda a la espera de la resolución del concurso. Sin embargo el plan de 1989 concedió solo tres emisoras a la ONCE, la cual, extremadamente decepcionada pero decidida a no rendirse, compra con la fuerza del dinero lo que falladas alianzas políticas le estaban negando. Tras la asignación del 1989 se levantaron numerosas protestas, con más de trescientos recursos, que provocaron un clima de confusión y descontrol bien aprovechado de la asociación de ciegos, a caza de licencias. Fue “una de las mayores torpezas políticas del gobierno socialista”, comenta Luís del Olmo a Díaz (1997, p. 538), disgustado por 28
  • 29. no haber tenido ninguna concesión, y por eso en juicio contra la administración. Por fin, en abril de 1990, la ONCE sella su papel de nueva potencia del éter gracias a la compra de la casi totalidad de las setenta y dos estaciones de la Cadena Rato, pagadas aproximadamente 5.000 millones de pesetas. Desaparece entonces la Rueda de Emisoras Rato, mientras Onda Cero, de la ONCE, sube a los vértices del mercado, con una estrategia semejante a la previamente usada de Antena 3, y caracterizada por el fichaje de grandes estrellas, como el mismo Luís del Olmo, y la programación centralizada con pocos espacios de ámbito local (luego se da el caso que del Olmo se halló en juicio con una de las emisoras ahora comprada por su nuevo gestor de trabajo, y por lo tanto retiró el contencioso). Los siguientes procesos de reparticiones de frecuencias, inferiores en el numero de permisos otorgados y basados en los mismos mecanismos de alianzas políticos empresariales, no aportarán grandes cambios en el espacio radiofónico español, que sigue por la vía de la concentración y centralización, y por lo tanto no vale la pena mencionarlos en esta breve sinopsis histórica. De lo contrario, creo que sea necesario esbozar brevemente el proceso que lleva al dominio de PRISA a través de la SER, la cual en 1978 tenía un capital de 60 millones de pesetas, y en 1986, tras el ingreso de PRISA, casi alcanza los 3.000 millones. PRISA había precedentemente entrado en la sociedad comprando el 25% de acciones de la SER (principalmente del Banco Urquijo), cuando Eugenio Fóntan, director de la cadena desde hacía más de veinte años, viejo y tal vez cansado de tanto protagonismo, le vende su 19%. El grupo PRISA, que llegó a tener el 51% de la cadena, siguió comprando, antes la cuota de propiedad de la familia Garrigues, y luego el 25% de propiedad estatal, lo que en ese momento significaba socialista, llegando así al control absoluto de la más antigua y rentable cadena radiofónica de España (Martí 1996, p. 55-56), bajo los ojos airados de quienes temían el afianzamiento de los lazos entre PRISA y el PSOE. Pero la escalada de PRISA no se para aquí: en 1994, tras un alternarse continuo de diferentes alianzas, extenuantes negociaciones y compromisos desconocidos, los editores PRISA y TISA (Antena 3 y La Vanguardia) se unen para fundar la Sociedad Unión Radio, con el 80% en mano al grupo de Polanco. Antena 3 sería inmediatamente desmantelada, para dedicarse al asunto televisivo, mientras la SER y el grupo PRISA cerraban el proceso más grande de concentración del mercado. 29
  • 30. Pues, este es más o menos el marco general en el cual se halla la radiofonía española de la actualidad, dominada de unas pocas cadenas, con una concentración vertical de los medios de masas extremadamente elevada y fundamentales alianzas políticas cuidadamente enmascaradas para dar la apariencia del tan anhelado pluralismo informativo y libertad de expresión. A ese aplastamiento de la oferta radiofónica hay que añadirle el histórico conservadurismo típico de la casi totalidad de los editores, poco propensos a arriesgar su dinero en formulas expresivas innovadoras. De momento se atiende con ansia la digitalización del sector radiofónico, con la implantación del sistema europeo DAB (Digital Audio Broadcast), cuyo marco legal ha sido ya bastante regularizado en una serie de acuerdos internacionales y los sucesivos reglamentos nacionales. El gran problema que retrasa enormemente la implantación definitiva del DAB, siendo ya técnicamente posible, es antes que nada de naturaleza económica. La excusa oficialmente fornida se relaciona al precio de los radiorreceptores digitales, excesivamente caros, puesto que superan abundantemente el centenar de euros, en fuerte contrasto con los receptores actuales que se pueden comprar por un puñado de monedas. Pero en mi opinión eso es un problema superable, 7 por lo tanto habría que averiguar si existe la efectiva voluntad de pasar a esta tecnología: si en el campo de la televisión los ingresos publicitarios justifican la inversión y no solo consienten un aumento de la oferta, sino que la convierten en económicamente deseable,8 por la radio no se 7 Normalmente, las innovaciones tecnológicas suelen contar con una notoria, abundante y directa financiación del estado para facilitar su implantación, como en el caso de la ADSL, o del digital televisivo, etc. En Italia, para facilitar la introducción del digital en la tele, el gobierno Berlusconi ha facilitado la compra del necesario soporte tecnológico subvencionando prácticamente el precio total. Casualmente, las primeras cadenas televisivas en beneficiarse de la nueva tecnología, y de sus opulentos ingresos, son de propiedad del mismo Berlusconi. 8 Es interesante ver la declaración oficial de la AEA, la Asociación Española de Anunciantes, ante el anteproyecto de ley para el impulso de la Televisión Digital Terrenal, TDT: “La industria publicitaria, que representa el 3 por ciento directo del PIB español, necesita más canales de televisión en abierto ya. No es un hecho aislado el que actualmente los anunciantes y sus colaboradores “no puedan” ubicar sus mensajes publicitarios por falta de espacio en este medio audiovisual. La tecnología debe emplearse al servicio de la economía [...]. La saturación publicitaria no sólo provoca que no lleguemos de la manera más adecuada al consumidor, como sería deseable, sino lo que es peor: provoca su rechazo hacia los mensajes y hacia la publicidad en general. La libre competencia es la que se nos aplica a toda la industria en nuestra actividad empresarial cotidiana en el día a día, y significa la apertura a nuevos operadores que incrementen la comunicación con el anunciante y el espectador. Por todo ello, y como expresamos públicamente cuando salió a la luz el plan del Gobierno de impulso de la TDT, la Asociación Española de Anunciantes y sus colaboradores lo recibe con esperanza y espera que, en virtud del principio de libre competencia, haya nuevas licencias en abierto en el 2005”. A parte la curiosa visión del papel de la tecnología y de la libertad de competencia, esta declaración explica perfectamente los mecanismos económicos que fomentan la introducción y reglamentación del 30
  • 31. puede afirmar lo mismo. ¿Es económicamente rentable pasar al DAB? De momento, no, sin duda, las leyes del mercado no lo consienten. Por ultimo, tenemos que considerar que la nueva tecnología podría llevar a un redimensionamiento del oligopolio, puesto que la actual distribución de frecuencias le permite cubrir todo el territorio nacional. En consideración de eso, hay fuertes presiones de las principales cadenas españolas para retrasar la digitalización de la radio.9 Tal vez incluso la industria discográfica podría ser temerosa de esta digitalización, que consentiría una calidad de sonido idéntica a la del CD, cuya venta podría derrumbarse definitivamente. Pero esa última es solo una mera suposición personal, ¡quizás soy demasiado malicioso! Lo que es cierto, en base a las anteriores consideraciones, es que la digitalización radiofónica necesita unos cuantos años más. Cuantos, no puedo claramente saberlo. digital. www.anunciantes.com 9 Esta consideración final, que descargaba contemporáneamente las responsabilidades a Madrid, fue sostenida por Santiago Ramentol, director del sector audiovisual de la Generalitat, en una conferencia sobre la digitalización, como contesta a mi pregunta general sobre el futuro de la radio (Universidad Blanquerna, 10/03/2005). 31