1. En la falda de un cerro lleno de piedras, en el que no se veía ni una brizna de
hierba, había crecido una mata de queshque (quisco o cacto), que no tenía
espinas como las tiene ahora.
Aunque no había gota de agua en ese lugar y apenas caía por ahí la lluvia una
que otra vez, la planta se hallaba siempre verdecita y el interior de sus gruesas
hojas estaba constantemente lleno de un líquido blanco y de una pasta muy
suave.
Todos los días pasaban junto al cerro rebaños de llamas, vicuñas y alpacas y
cuando tenían sed se acercaban al queshque y mordían las anchas hojas para
refrescarse en su jugo.
Claro está que al pobre le causaban dolor los mordiscos que le daban y decía:
-¡Si tuviera con qué defenderme de los dientes de estos animales!
Se hallaba una tarde muy tranquilo, cuando de pronto oyó un ruido que venía
de la cumbre del cerro. Miró hacia arriba y vio que desde lo más alto bajaban
corriendo una zorra y una gran piedra.
La piedra llevaba la delantera y el animal iba tras ella, estirando las piedras lo
más que podía.
¡No me has de ganar! -gritó la zorra.
-¡Anda, palangana; si ya no puedes más, estás con la lengua afuera! -contéstale
la piedra que, dando vueltas y botes entre las rocas, bajaba a cada instante con
mayor rapidez, dejando atrás a su contrincante.
De repente oyó el queshque que lo llamaban:
-¡Tío queshque, tío queshque!
Puso atención y se dio cuenta de que la voz era de la zorra.
¿Qué quieres? -preguntó la planta.
-Tío queshque, ¿deseas hacerme un favor?
-¡Cómo no! -respondió le.
-Entonces, ataja la piedra y yo en pago te regalaré mis uñas.
"¿Uñas?", se dijo la planta. Pero si eso era precisamente lo que necesitaba.
¡Uñas para poder defenderse de las llamas, las vicuñas y las alpacas que la
mordían todo el día sin compasión!
-Enseguida te voy a ayudar -le contestó.
La piedra se le aproximaba más a cada rato, dando salto tras salto. La planta
esperó que se le acercara lo suficiente y cuando ya la tenía a corta distancia,
estiró cuanto pudo sus largas hojas, ni más ni menos que si fueran brazos, y la
atajó sujetándola fuertemente.
Mientras tanto la zorra había ido avanzando. Pasó junto a la piedra, la cual
estaba prisionera sin poder moverse, y llegó al pie del cerro, que era la meta de
la carrera. Una vez allí levantó la cabeza y comenzó a gritar fuertemente:
-¡Piedra, pedroche, te gané!
La otra hacía esfuerzos por soltarse, pero la planta la sujetaba con firmeza.
-¡Todavía no la dejes libre, tío queshque! -suplicó la zorra-. Espera que me
ponga a salvo; como me alcance, en venganza me da un machucón que me deja
muerta en el sitio. ¡Gracias!
“Como consiguió sus espinas el
Queshque”
2. Y diciendo estas palabras partió a correr de nuevo, atravesó unos matorrales y
escondiese en una cueva.
Cuando el queshque vio que el animal se encontraba ya a salvo, aflojó los
brazos y soltó la piedra que gritándole mil insultos se fue a perder detrás de
unos cerros.
Entonces la planta sintió algo raro. Se miró y vio que en los bordes de las
hojas le habían crecido cientos de espinas parecidas a las uñas de la zorra.
Desde aquel día la zorra y el queshque son grandes amigos.
Ramiolra