El rito del bautismo es universal. Está conectado con el símbolo del agua como fuente de vida y medio de purificación y regeneración. En este artículo se hace una revisión sobre sus orígines.
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El bautismo, un rito de purificación universal
1. EL BAUTISMO, UN SIMBOLO DE PURIFICACION
César de la Cerda.
El rito del bautismo es universal. Está conectado con el símbolo del agua como
fuente de vida y medio de purificación y regeneración. Fue practicado por
inmersión de este elemento y también por rociadura del mismo para remisión de
los pecados entre pueblos de la tierra muy separados en la geografía y en el
tiempo, lo mismo en Asia que en Europa y América. Así en la India y desde
tiempos muy antiguos, el Brahmanismo tenía ritos de iniciación muy similares a los
que encontramos en los persas, egipcios, griegos y romanos de la antigüedad.
Luego de una invocación al Sol se pedía un juramento al aspirante en el que este
se comprometía a la obediencia, la pureza del cuerpo y el secreto inviolable. Era
rociado con agua y con esto se suponía que el candidato era regenerado y podía
ser investido con la túnica blanca y la tiara. Se marcaba la cruz Tau en su pecho y
se la daba la palabra sagrada AUM. Los brahmanes celebraban también la
ceremonia en un río: el sacerdote oficiante (gurú) untaba con barro al candidato
sumergiéndolo luego tres veces en el agua, al tiempo que decía: “Oh Supremo
Señor, este hombre es impuro, como el lodo de esta corriente, pero el agua lo
limpia de su impureza. Líbralo tú de sus pecados”. Desde muy tempranas épocas,
los ríos fueron investidos de un carácter sagrado, suponiéndose que estaban
penetrados de una esencia divina que permitía a sus aguas purificar a quien se
sumergiera en ellas de toda culpa y contaminación moral. Así, el Eufrates y el
Ganges significaron algo similar a lo que fuera el Jordán para judíos y cristianos.
El rito del bautismo se administraba en los misterios de Mithra, de Isis y de
Eleusis, como también en las consagraciones báquicas. Los antiguos etruscos
realizaban este rito durante el nacimiento de los niños, ceremonia en la que se
daba a estos un nombre. Los griegos y los romanos creían que el hombre estaba
impedido de una unión perfecta con Dios a causa de su propia imperfección e
impureza. Anualmente se celebraba, en Tesalia, un ritual completo de purificación
(el museus), que consistía en la inmersión en el agua o en ser rociado por ella.
Diógenes Laercio (siglo III), historiador griego, comenta irónicamente: “¡Pobre
miserable!, no ves que así como una salpicadura no puede corregir tus errores
gramaticales, tampoco podrá reparar los errores de tu vida”. El paganismo tenía
dioses y diosas que presidían el nacimiento de los niños. En nombre de estas
divinidades se rociaba a los pequeños con agua y se les daba al mismo tiempo un
nombre (la diosa romana Nundina, por ejemplo). También los aztecas de
Mesoamérica practicaban el rito del bautismo. No lo celebraba el sacerdote sino la
partera y constaba de dos partes: el lavatorio ritual del niño y la imposición del
nombre. La partera, provista de una jarra de agua, dirigía una breve alocución en
2. la que invocaba al dios Quetzalcoatl y a la diosa del agua (Chalchiuhtlique) para
luego humedecer con sus dedos mojados en el agua la boca del recién nacido,
hacer lo mismo en su pecho y finalmente salpicar algunas gotas del agua sobre su
cabeza. Después de estos ritos la partera presentaba al niño cuatro veces al cielo
invocando al sol y las divinidades astrales. Terminados estos ritos se elegía el
nombre que el niño debía llevar durante su vida. El bautismo se practicaba
asimismo en Yucatán: se administraba a los niños de solo 3 años y se le llamaba
“regeneración”. Los judíos conocían el rito del bautismo por agua antes de la
época de Jesús practicándolo cuando admitían prosélitos a su religión. No fue
costumbre entre ellos, sin embargo, sino hasta después del cautiverio de
Babilonia, lo que sugiere que aprendieron el rito de sus opresores paganos. Los
esenios, ascetas hebreos de origen budista cuya secta estaba muy extendida en
los desiertos de Siria, practicaban también el rito del bautismo. Los baños rituales
eran frecuentes entre ellos, según el historiador Josefo, así como en las
comunidades de Damasco y Qumran. Juan el Bautista, hoy sabemos, era
miembro de esta orden. Mucho antes de los albores del cristianismo, el bautismo
de infantes era practicado por los antiguos habitantes del Norte de Europa. Los
daneses, suecos, noruegos e irlandeses vertían agua sobre la cabeza de los
recién nacidos y les daban a la vez un nombre. En suma, la historia registra el
hecho de que en las principales culturas de la antigüedad se administraba el rito
del bautismo tanto a los adultos como a los niños con el fin de iniciarlos en una
vida nueva.
El agua es el gran disolvente universal, el medio natural de la limpieza física, y
por ello, un símbolo de purificación. De aquí que la inmersión en agua o el ser
rociado por ella implique la liberación de la mancha del pecado original. En los
rituales paganos y también en los cristianos, prevalece la intención de lavar la
naturaleza originalmente pecadora común a todos los hombres. El ritual
comprende, en general, dos fases de evidente significación simbólica: la inmersión
(reducida eventualmente a la aspersión) y la emergencia. La primera lleva a la
disolución (muerte) del pecado y un retorno del ser a las aguas originales de vida.
La segunda se refiere a la aparición de la gracia que une a quien la recibe a la
fuente divina de donde mana la vida renovada. Es muerte y renacimiento:
disolución de lo viejo y emergencia de lo nuevo. En la visión paulina: la inmersión
del bautizado representa la muerte del hombre viejo pecador, y la emergencia, su
resurrección para vivir en adelante la vida del hombre nuevo renacido en Cristo
(Rom. 6:3–11). El bautismo es, por lo tanto, un símbolo de la tarea principal que
todo hombre viene a cumplir en esta vida, lo que da a su existencia un sentido
trascendente: el proceso de purificación que abre el camino hacia su regeneración
espiritual. Asignarle un nombre al recién nacido como parte del rito bautismal lleva
implícita su aptitud para responder a esa exigencia, o sea para asumir su
responsabilidad individual de perfeccionamiento interior. (www.psicoastrologia.net)