PARÁBOLA DEL BUEN PASTOR-CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
El magnificat desde el mundo de la salud y de la enfermedad
1. El Magníficat desde el mundo de la Salud y de la enfermedad.
El Magníficat es un cántico para ser orado: la oración más bella del Nuevo
Testamento después del Padrenuestro. Su contexto original no es el templo sino
una casa, en la que se vive de cerca el aliento de lo cotidiano.
El Magníficat es el canto del tránsito, de la transformación; es revelación de una
nueva creación, del renacimiento de la historia. Su centro no es María, sino Cristo.
Ella es orante que recuerda, alaba y celebra, propone y señala.
Oración con música pascual de fondo, envuelta, arropada y, a la vez escondida en
una letra que revela. Letra fecundada de símbolos, que remite más allá de sí
misma, que se trasciende sugiriendo, reclamando más la adhesión del corazón
que la comprensión de la inteligencia.
Acerquémonos al Magníficat para orarlo y vivirlo desde el mundo de la Salud y de
la enfermedad. Es una pieza importante dentro del Evangelio de la salud: uno de
los ejemplos más luminosos de lo que llamamos “salud relacional”, expresión de
salvación que toma cuerpo en el tejido relacional de la humanidad, sanando la
relación del hombre con Dios y de los hombres entre sí.
• Descubramos quién es el sujeto orante del Magníficat. ¿Hay en él un
nosotros? ¿Sólo en María Dios ha hecho maravillas? ¿El magníficat no se
realiza también en nosotros, en cualquier situación existencial: en salud y
enfermedad, en la primavera y en el invierno de la vida, en la aurora y en el
atardecer? Es un cántico de todos y para todos. Pero sólo pueden orar con
él quienes, dejándose “diagnosticar” por el Señor, sienten la necesidad de
ser curados y quienes dejándose mirar por El, aprender a mirar la realidad
de otra forma.
• Conectar con la música de fondo del cántico. Es la música de la salvación,
el eco del único Salvador en el corazón del creyente. Una salvación que se
nos ofrece humilde pero eficazmente como Salvación relacional. Nuestra
identidad personal está configurada por la relación y que esta es
determinada para nuestra salud mental. en el Magníficat no se aprecian
transformaciones cósmicas, ni se proyectan intervenciones liberadoras de
sabor militar, ni siquiera se alude a una liberación taumatúrgica de la
enfermedad y de la muerte. En los labios y en el corazón de María y, por
tanto, en el nuestro, la salvación ofrecida como el don nace de una mirada,
busca transformar nuestro ojos, sanar las relaciones con Dios y con los
demás, romper esquemas más que cambiar roles, para que todo cambie.
2. • Descubramos la dimensión terapéutica y saludable de la salvación.
• El Magníficat pide ser realizado. Convertirse en palabra de la Iglesia,
comunidad de salvación saludable, hogar vivible, lugar de acogida, profecía
y sacramento de unidad.
La reflexión se ubica ante estos dos marcos de referencia: la salvación
prometida, aceptada y cantada, y el mundo de la salud y de la enfermedad.
1º. La salvación se desarrolla siempre en tres tiempos. La salvación de
adversidad, intervención salvífica de Dios y subversión o inversión (cambio de
suertes, nueva situación). El Magníficat acentúa los tres. Es difícil creernos el
tercero, quizá porque la salvación se nos ofrece dentro de un contexto de
crudeza y revolución, y ya no confiamos en las revoluciones. Tal vez porque la
salvación se hace presente en una situación conflictiva donde parece librarse
un gran y eterno combate del que no acabamos de salir airosos: la lucha de los
hombres ricos, soberbios y poderosos contra la soberanía de Dios.
2º. El mundo de la salud y de la enfermedad. Nos preguntamos qué punto es
un lugar de acogida. ¿Lugar de salvación o de salud? ¿No tenemos la
sensación de que hoy abundan ofertas de salud ajenas a la salvación? ¿Hay
Babilonias en el campo de la salud y de la enfermedad, es decir elementos
“hostiles” a la acción salvífica de Dios?
¿Es posible glorificar al Señor desde la cama de un hospital? ¿Es posible
regocijarse en Dios, Salvador nuestro en medio del dolor?
El Magníficat es un cántico del creyente que como María, abre la realidad,
descubre su lado oculto y adelanta el tiempo del cumplimiento. Un ejemplo de
esta forma de orar es el Salmo 22 puesto en boca de Jesús en la cruz: “Padre,
¿por qué me has abandonado?”. Cristo no se quedó en la primera parte del
salmo; anticipó y realizó en él el final de esta oración. Y se abandonó en
manos del Padre. Nosotros corremos el peligro de encerrarnos en los lamentos
y escandalizarnos ante el poder del mal del mundo y de pedir cuentas a Dios.
El Magníficat en el mundo de la salud y de la enfermedad.
La salvación comienza, bajo la forma de sanación, cuando el hombre advierte
su situación de indigencia. Siempre el hombre es indigente, necesitado de
salvación y de curación, pero no siempre lo reconoce, ni reconociéndolo,
reconoce al único Salvador, confiándose a él.
La enfermedad pone al hombre frente a la verdad desnuda de sí mismo. Es
cierto que la enfermedad puede convertirse en un elemento opuesto a la
3. salvación cuando en vez de provocar apertura desencadena cerrazón, cuando
conduce al creyente a abandonar a Dios en vez de abandonarse a él. No es
menos cierto que la salud, pueda convertirse en un fácil y temporal sustituto
de la salvación. De ahí que, es difícil de aprender y convencerse de que ni la
salud y la enfermedad son garantía absoluta de salvación. De suyo el enfermo
no está más cerca de la salvación, tampoco aquel que goza de salud. Pero
ambas experiencias, leídas y vividas con Fe, han de ser experiencias
salvíficas.
Condición imprescindible para ello es:
• Dejarse diagnosticar por Dios en Cristo. Desde ahí, sano y enfermo,
se descubre su indigencia, son experiencias que necesitan ser
evangelizadas. Lo importante es descubrir lo “hostil” y lo “patógeno”
dentro del mundo de la salud y de la enfermedad, sus síntomas
morbosos y de pecado.
• Dejarse mirar. Ejercicio “médico” de la misericordia. Dentro de
doscientos años cuando los doctores estén tan acostumbrados a los
prodigios de la medicina a distancia, Dios seguirá curando con su
mirada. Hoy se dice: no es buen médico el que ni siquiera te mira a la
cara. Dios no mira de cualquier manera. En Cristo nos ha mirado de
abajo arriba, y no al revés. Porque ha bajado, es una mirada de ternura
y apasionada. En la adversidad, en la aflicción y en la enfermedad
cuesta ver el rostro paterno-materno de Dios. Sentirse mirados como
María significa sentirse acogidos e invitados a que cada uno se acoja
así mismo. Acogerse, no inventarse ni proyectarse en sueños irreales,
en distorsiones equivocadas de la propia realidad. ¡Cuánto cuesta
sentirse mirados! ¡Cuánto mirarse y mirar de otra manera! Tal vez la
mirada de Dios no nos seque las lágrimas del corazón ni alivie el
desgarro de una pérdida, seguramente no nos devuelve la salud
perdida, pero esa mirada, acogida y agradecida, nos afianza en la
dinámica del “bien ser”.
• Sanar y cuidar, cuestión de saber mirar… El Magníficat realizado en
nosotros, agentes de salud y testigos de salvación. También lo nuestro
arranca, comienza por una mirada. ¿Mirar como Dios? No es fácil, pero
es la dirección que debemos seguir. No es preciso andar por las alturas
y por las finuras de la Fe para caer en la cuenta de la eficacia
terapéutica de la mirada. A través de la mirada diagnosticamos y nos
conmovemos, levantamos del polvo y hundimos, comprendemos y
condenamos, devolvemos la dignidad perdida y estigmatizamos. Con la
4. mirada apoyamos y reforzamos la autoestima, somos vehículo de la
empatía de Dios, que no sólo ha caminado un trecho de camino con
nuestros zapatos sino que se ha puesto en nuestro lugar, hasta el punto
de escoger el peor de los lugares. Con los ojos aprendemos a alabar y
engrandecer al Señor por lo que a otros se les oculta.
El Magníficat se realiza, en nosotros en la medida en que,
transformando nuestra mirada, con ella vamos descubriendo y
transformando la realidad.
Gestos de una salvación saludable.
Sólo Dios salva. Salvación ofrecida bajo la forma de salud. Si no nos
salvara seríamos unos enfermos integrales, de la cima de la cabeza hasta
los pies. Cuando María canta que Señor dispersa a los soberbios de
corazón, que derriba del trono a los poderosos y que a los ricos los despide
vacíos. No nos estará diciendo que el poder, la riqueza y la soberbia, que
atentan contra las relaciones del hombre con Dios y entre los hombre entre
sí; sin ayuda de nadie, destruyen por dentro al poderoso, producen vacío
existencial y espiritual en el rico y confunden al soberbio? Dicho en positivo,
el Magníficat es un canto a la salud entendida como “bien ser”, como
elevación al máximo de nuestras potencialidades humanas. Por eso, según
su voluntad, vivir su designio significa apuntarse al mejor y más saludable
modo de vivir. Llegará un día en que habremos ganado la batalla a los
virus, tal vez también a una programación genética con fecha de caducidad.
Nunca ganaremos, por nuestra cuenta, el combate espiritual de la
existencia, pues sólo termina en brazos del Dios.
Dios nos salva sanándonos. Lo que en los milagros de Jesús se dice de
los enfermos, también en el Magníficat puede decirse. El poder, la riqueza
como autosuficiencia e insolidaridad y la soberbia habita en nosotros. Y
todo eso hay que derribarlo, despedirlo y dispensarlo; porque es malo para
nosotros y para los demás, porque nos impide relacionarnos con Dios y con
los demás e incluso con nosotros mismos, porque nos enferma, no nos deja
ser. Nos impide dejarnos salvar. Por eso para salvarnos quiere librarnos del
vacío existencial, de la soledad que nace de relaciones superficiales, de la
muerte en vida, de una vida que no produce frutos. Por eso el Magníficat
tiembla ante el peligro de que la vida se construya sobre alas del poder,
riqueza, apariencia. ¡Cuántos virus andan por ahí!