Este documento narra la evolución de fe del autor de una creencia religiosa ferviente en su juventud a una falta de fe actual. Aunque ya no es creyente, el autor reconoce haber encontrado elementos del cristianismo que promueven la justicia social a través de amigos y organizaciones. El autor cree que el cristianismo contiene una profunda raíz de compromiso con la justicia y la emancipación humana que puede ser compatible y complementaria con el socialismo.
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De la fe a la política: mi evolución espiritual
1. No tengo fe. Viví , con la emoción de esa
edad, una adolescencia y una juventud
de entusiasmo religioso. Creía entonces
en un Dios de justicia y de igualdad, en
una religión generadora de virtudes
personales, en un Evangelio como fuente
de emancipación humana. Tradición
religiosa, educación cristiana y una
Iglesia abierta a la protesta
antifranquista de aquellos años sesenta
me acogieron bajo sus faldas para darme
formación, amigos, conciencia y
argumentos, motivación moral en aquella
juventud reprimida y limitada en tantas
cosas, al tiempo que rebosante de tantas
otras, como plena de ilusiones y
esperanzas.
Viví entonces la fe. Creí en un Dios alfa
y omega de la vida, en un Dios protector y exigente, referencia moral de mis actos y de
mi conducta, espacio obligado de mi espiritualidad. Intenté ajustarme a las normas de
una vida religiosa honesta, lo que no era fácil a aquella edad y me mantuve fiel y
coherente con esas creencias y sus consecuencias hasta bien entrada mi madurez.
Pero poco a poco dejé de creer en Ti. Una narración histórica incomprensible. Una
explicación teológica abstracta y esotérica. Una visión del mundo acientífica e
irreconciliables dentro de la misma Iglesia. Una pluraridad de fes y de vivencias
religiosas tan antagónicas como irreconciliables dentro de la misma Iglesia. Una
Iglesia oficial y otra jerárquica alejada y distante, amiga de mis enemigos. ¡Tantas
cosas! Pero, sobre todas ellas, lo que me alejó de Ti fue la política. No, no digo la
política tal como la conocemos hoy, con sus estructuras orgánicas y administrativas,
con sus cargos representativos y toda la liturgia que acompaña a la democracia.
No. Hablo de la política en su estado puro. Hablo de la militancia antifranquista de
finales de los sesenta, el sindicalismo en la fábrica, la épica de las actividades
clandestinas, la cárcel, la solidaridad, el panfleto, la pegatina, la multicopista, la
reunión secreta, las manifestaciones por la libertad y los derechos humanos. Hablo de
una fuerza irresistible cargada de justicia y de emoción para superar la España
franquista, la Euskadi oprimida y la justicia pisoteada.
Allá por el sesenta y ocho, cuando yo tenía veinte años , la política y el sindicalismo
empezaron a ocupar mi corazón, es decir, mis inquietudes, mis aspiraciones, mis
nuevas referencias morales. Eran cosas palpables, comprensibles, necesarias, como
los sindicatos, los derechos, la democracia. Era un proceso que evolucionaba en un
discurrir irrefrenable hacía el fin de la dictadura y el amanecer de la libertad y la
democracia. Era la solidaridad en su máxima y mas emocionante expresión, como
cuando había que parar la fábrica en el Proceso de Burgos contra el fusilamiento de
los condenados por el tribunal militar. Todo eso me atrajo y me comprometió para
siempre.
2. Pero nunca dejé de pensar en el cristianismo como referencia moral y compromiso.
Respeté sus enseñanzas y reconocí a quienes desde su fe, proclamaban ideales de
justicia y trabajaban honrada y desprendidamente por los demás. Es más, encontré
más y mejores socialistas que en mi propia casa en aquellos voluntarios cristianos
que, desde un compromiso evangélico profundo y auténtico, ejercían la solidaridad
con los parados, con las familias desestructuradas, con los enfermos de sida o con los
jóvenes que habían fracasado en la escuela. Cristianos jóvenes trabajando por la paz,
por el desarrollo del Tercer Mundo, luchando contra la exclusión y educando a
quienes más lo necesitaban. Ahí volví a encontrarte.
Te encontré en mis amigos socialistas cristianos o cristianos socialistas, con los que
tendí puentes para unir dos conceptos y dos mundos afines y complementarios,
absurdamente separados por la historia española y por un siglo XX de
enfrentamientos y desencuentros entre izquierda e Iglesia o, quizá mejor, entre Iglesia
e izquierda. Te encontré en una multitud de compañeros que se acercaron al partido
por su fe y que militan en la izquierda de muchos países como consecuencia de su
compromiso evangélico.
Te encontré en países pobres en forma de teología liberadora. Te encontré en barrios
marginales en forma de múltiples organizaciones que prestan sus brazos al Estado del
bienestar y ejercen la solidaridad personal con un sacrificio desconocido en estos
tiempos de individualismo y consumismo egoísta.
Te encontré, pero sigo sin verte. Las mismas dudas de entonces. La misma
incapacidad para comprender tu relato histórico. La misma perplejidad ante la
abstracción de la fe. Sigo amarrado al realismo de la sociedad que me rodea.
Angustiado ante las nuevas necesidades. Motivado por nuevas exigencias desde la
misma aspiración de justicia y de cohesión social en la libertad.
No te veo, pero te tengo por un aliado. La alianza personal que he tejido estos últimos
años con uno de los tuyos. Uno de los mejores, Carlos García de Andoin, querido y
admirado amigo de quien prestada su espléndida cita de Weber y Bobbio: “Entre la
maldita costumbre de la Biblia de ponerse del lado de los pobres (Max Weber) y la
estrella polar de la izquierda, la igualdad (Bobbio), no solo hay compatibilidad, sino
una gran afinidad.
Los viejos conceptos de libertad, igualdad y fraternidad que configuran el universo
cultural del socialismo nacieron del humanismo cristiano, de una convergencia
prepolítica entre nuestros dos mundos. El socialismo de hoy necesita una sociedad
educada en esos mismos valores, en esa concepción desprendida del buen
samaritano, en esa actitud solidaria del voluntario cristiano, en esa aspiración
profunda de paz y tolerancia que emerge del Evangelio. Esa moral cívica siempre será
la base cultural del socialismo. Por eso, otro admirado amigo del a doble militancia
cristiana y socialista, Rafael Díaz Salazar, acostumbra a decir que el cristianismo, con
toda su carga de austeridad y de entrega, debe fecundar y ayudar a la renovación de
la izquierda.
No soy creyente. Lo fui. Ahora solo soy socialista, pero siempre he creído que en el
cristianismo hay una profunda raíz de compromiso con la justicia y con la
emancipación humana.
Te deseo lo mejor.
Ramón Jáuregui. Diciembre 2005.