1. Eterno retorno
PEDRO G. CUARTANGO
ESPAÑA, esa nación que tanto nos hace sufrir, se parece cada día
más a sí misma. A la España cainita de Fernando VII, a la de las
luchas entre carlistas y liberales, a la de la pérdida de Cuba y
Filipinas en 1898, a la de la Segunda República y a la de la Guerra
Civil del millón de muertos.
Ser español es una desdicha en estos momentos como ponía de manifiesto la lectura de
los periódicos de ayer: huelga general, asalto a las colegios religiosos, mafias chinas,
catastrofismo político, movilizaciones contra los recortes en educación y desafío de
Artur Mas con unas ocurrencias que desacreditan a su propia causa.
Si se lee la historia de este país en los dos últimos siglos, da la sensación de que hay
una especie de maldición de la que no nos podemos librar y que nos conduce al
enfrentamiento violento para dirimir nuestras diferencias. A esos viejos demonios
familiares de la España invertebrada se suman ahora la incapacidad de la clase dirigente
para resolver los problemas y la evidencia del injusto reparto de las cargas que impone
una crisis en la que pagan justos por pecadores.
Aquí nadie ha pedido perdón por los errores ni se han exigido responsabilidades a los
que se han enriquecido a costa de arruinar a los demás. Ni tampoco los políticos han
hecho el más mínimo gesto de renunciar a sus escandalosos privilegios.
Casi todos estamos de acuerdo en que la sociedad española necesita profundas
reformas, pero en lo que no hay consenso alguno es en la dirección de esos cambios. El
PSOE predica un Estado federal, el PP se inclina por la recentralización, mientras los
nacionalistas catalanes y vascos quieren abandonar la casa común.
Si nadie cede, es seguro que todos nos vamos a ir a pique y que la crisis nos hará
retroceder más de 30 años. Cataluña será independiente pero miserable y España entrará
en un proceso de balcanización.
Yo naturalmente no tengo la solución, pero sí que creo que existe una sociedad civil
capaz de reaccionar y sacar adelante el país porque aquí hay talento y ejemplaridad,
aunque estén fuera de los partidos, los sindicatos y las instituciones. La cuestión no es
elegir entre Rajoy o Rubalcaba, sino cómo regenerar la vida política, laminar la
corrupción y el parasitismo y conseguir que los cargos públicos sean responsables de sus
actos. Lo que falla, como siempre, no es la economía sino la política.
Mundo en Orbyt 19/10/12