Del pintor noruego Edvard Munch (1863-1944) sabemos que le robó el grito al gran silencio y que la mala fortuna le hizo sombra desde la infancia (huérfano de madre, de hermana): "Enfermedad, locura y muerte fueron los ángeles que rondaron mi cuna". Su pintura alcanzó el punto de combustión en un expresionismo que no quiso ser inocente (que no pudo serlo), venía de la impaciencia pura del que le exige a la vida más metralla. En la familia sólo quedaron el joven aprendiz de pintor y un padre abducido por una fe radical: "Mi padre tenía un carácter sumamente nervioso, además estaba tan obsesionado con la religión, era psiconeurótico. De él heredé la semilla de la maldad. El miedo, la pena y la muerte estuvieron a mi lado desde el día que nací". Así comienza todo, sometido a muchos vaivenes inestables.