2. Nunca podemos definir la realidad total, porque abarca más de lo que nuestros limitados instrumentos humanos pueden
observar o experimentar. Los seres humanos son sólo una pequeña parte de la realidad, una parte de un todo mucho
mayor. La parte no define el todo; el todo define la parte.
¿Por qué tenemos un vocabulario tan amplio cuando se trata de hablar de negocios o diversiones o el clima, y cuando
queremos hablar sobre nuestra persona íntima tenemos que esforzarnos por expresar nuestros sentimientos? ¿No
debería ser más fácil hablar de nuestras emociones profundas que de cuestiones externas superficiales? Y aun así,
cuanto más íntimo sea el sentimiento, menos palabras parecemos encontrar.
El motivo para esta paradoja es que la lengua es un instrumento limitado que no puede contener la intensidad de la
expresión profunda e íntima. Para comunicar esa intimidad, usamos otros idiomas: el de la poesía y la música y el arte, y
hasta el lenguaje del silencio. Podemos detenernos frente a un hermoso cuadro y sentir su efecto, pero nuestro idioma
verbal puede ser inadecuado para describir ese efecto.
De modo similar, nos faltan instrumentos para definir la realidad. ¿Cómo sabemos que existe, entonces? Del mismo
modo en que sabemos que nuestra parte íntima existe, aun cuando no podamos tocarla o definirla. Podemos ser
incapaces de definir el amor, por ejemplo, pero cuando sentimos un abrazo amoroso, ¿hay alguna duda de que la
emoción es tan real como el abrazo mismo?
Para ver la realidad, para atisbar en la realidad, debemos aprender a mirar nuestra existencia de un modo nuevo. Por los
límites mismos de la naturaleza, tenemos una forma de observación "de afuera hacia adentro". Lo que nuestros
instrumentos humanos pueden observar y experimentar (sensorial, intelectual y emocionalmente) es sólo un indicador de
lo que yace debajo de la superficie. Empezamos observando los fenómenos físicos que nos rodean, y después usamos
nuestras mentes y sentimientos para quitar las capas superficiales, tratando de aprehender las fuerzas internas que
hacen que la naturaleza se comporte como lo hace. Si fuéramos capaces de quitar todas esas capas, empezaríamos a
tener un atisbo de la realidad. Tal como es, percibimos en el mejor de los casos unas pocas capas externas de realidad,
dejando intactas las capas interiores.
Si no podemos percibir la realidad, ¿cómo podemos tener una real percepción de Di-s? Porque Di-s quiere que los
humanos lleguen a Él, Lo busquen, y se unan a Él. Por eso, usando como medio la Biblia, Di-s escogió definirse, para
permitirnos comprenderlo y conocerlo, y así actualizar Su realidad en nuestras vidas.
Cuando Di-s envió a Moisés a liberar al pueblo judío del cautiverio egipcio, Moisés le pidió que Se describiera Se modo
que Moisés pudiera probar la existencia de Di-s al pueblo. Di-s respondió: "Soy el que soy" (Exodo, 3:14). Al decirlo, Di-s
estaba describiendo la esencia de Su realidad: esto es, Él existe porque Él existe.
Los seres humanos comprenden la existencia sólo como un proceso de causa y efecto; no podemos aprehender o
siquiera imaginar una existencia que sea indefinida, que no tenga causa, que sea totalmente diferente de la nuestra.
Nuestro concepto de la existencia está basado en la percepción empírica; algo existe sólo después de que probamos
que existe.
Por el otro lado, Di-s no tiene otra causa que Él mismo; nada Lo precede; Su ser deriva de Su propia persona (Véase
Tania, Igueret HaKodesh, sección 20 (130b)).
La existencia de Di-s debe existir, porque es la verdadera realidad. Entonces, Di-s es una existencia distinta de cualquier
otra existencia: "una existencia no existencial (Maimónides, Guía de los Perplejos, 1:57, 63). Es real porque es real; una
realidad que existe porque existe: "Soy el que soy".
En consecuencia, no podemos definir a Di-s. Si una persona fuera a usar la mente humana para probar, más allá de toda
sombra de duda, que Di-s existe, no sería a Di-s a quien descubriría; sería sólo un producto de la mente humana. Para
conocer verdaderamente la "naturaleza" de Di-s, tendría que ser como Di-s.
Para empezar a comprender a Di-s, entonces, debemos aprender a ir más allá de nuestra propia mente, nuestro propio
yo, nuestros propios instrumentos de percepción. Sólo entonces aparecerá Di-s. Buscar a Di-s con nuestros ojos, con
nuestro intelecto, con nuestra lógica, sería como tratar de capturar la luz del sol en nuestras manos. Di-s no es definible.
El hecho es, entonces, que no podemos encontrar a Di-s. Debemos permitir que Di-s nos encuentre a nosotros quitando
todo obstáculo en nuestras vidas que Le impida entrar: el egocentrismo, la deshonestidad, la ignorancia, o nuestro
mismo temor de reconocer algo separado y más grande que nosotros.
Entendiendo a Di-s como la esencia de la realidad absoluta, llegamos a una conclusión asombrosa: "No hay nada más
aparte de Él" (Deuteronomio, 4:35.); o, más simple aun: "No hay nada más" (Ibid., 4:39).
4. a la vez definible y describible. También eligió manifestarse en este mundo a través de las leyes de la lógica que Él creó,
a través del asombroso plan de la naturaleza y de cada ser humano, y a través de la divina providencia. Se nos permite
experimentar estos divinos atributos para que podamos empezar a comprender a Di-s y a tener una relación personal
con Él. Después aprendemos a abstraerlo, hasta comprender en última instancia que Di-s está inclusive más allá de
cualquier cosa que podamos abstraer.
Sí, realmente existimos en la perspectiva de Di-s, y Di-s tiene en cuenta que lo hacemos; no porque debamos existir o
porque Di-s deba tomarnos en cuenta, sino porque Él elige que sea así. De ahí que Su cuidado de nosotros sea
absoluto, no arbitrario y no negociable.
El hecho de que Di-s oscurezca Su presencia de nosotros de modo que sintamos que somos una existencia autónoma,
no significa que no existamos en la perspectiva de Di-s. El hecho de que Di-s oculte Su presencia no es una ausencia de
luz; más bien es como una "caja" que oculta de nuestro ojos lo que hay adentro. Y lo que hay adentro de la caja es la
pura luz y energía de Di-s.
Por nosotros mismos, entonces, no existimos, pues "no hay nada más aparte de Él". Pero "con Él", existimos. Lo que no
es real es nuestra percepción de que nuestra existencia es todo lo que hay. El intelecto humano no alcanza para
comprender cómo Di-s puede ocultar Su presencia mientras nos permite llevar una existencia independiente. Pero el
misterio no limita nuestra relación con Di-s; en realidad la acentúa, demostrando más aún qué apartado está Di-s de
nuestra existencia, induciéndonos así a una mayor reverencia y anhelo de acercarnos a Él e integrar Su realidad a
nuestras vidas.
Para unirnos con Di-s debemos combinar ambas perspectivas, la de Di-s y la nuestra. Debemos primero usar
plenamente nuestras mentes y corazones para descubrir y comprender a Di-s tanto como seamos capaces; después
debemos aceptar que la mente humana no lo es todo, que algunas cosas simplemente no pueden comprenderse con
nuestra limitada percepción. Este reconocimiento nos permite relacionarnos mejor con el misterio mismo de la existencia
de Di-s. Reconocemos la paradoja de que Di-s está más allá de la realidad que conocemos, mientras que al mismo
tiempo abarca la realidad. Que Di-s es capaz de crear tanto lo finito como lo infinito, lo físico y lo trascendente -porque Él
está por encima de ambos; Él no es definido ni indefinido. Al contemplar este misterio, nos elevamos a un plano
enteramente nuevo; sobre todo, llegamos a relacionarnos con Di-s en Sus términos.
Puesto que Di-s quiere que nos unamos con Él, creó un proceso complejo y elegante por el que podemos hacerlo.
Empezamos elaborando y haciendo preguntas, después nos enfrentamos emocionalmente con nuestro dolor existencial
mediante nuestra busca de sentido. Lentamente escalamos la vasta montaña de realidad, paso a paso, respondiendo
algunas preguntas y descubriendo otras nuevas, encontrando continuamente respuestas más profundas, hasta que
finalmente empezamos a relacionarnos con Di-s y unirnos a Él. Llegamos a comprender que no podemos definir a Di-s;
aceptamos que está más allá de toda definición, incluyendo el término "más allá de toda definición". Ésta es la definitiva
unidad: en un mundo de definiciones y paradojas, reconocemos a Di-s, que está más allá de todas las definiciones y
paradojas.
Todo en este universo consiste de dos dimensiones, una externa y una interna. Con el tiempo, llegamos a comprender
esta dicotomía dentro de nosotros. Reconocemos que aunque el cuerpo físico es nuestra dimensión más visible y
externa, es nuestra dimensión interna (nuestras emociones, nuestros deseos y aspiraciones, nuestras almas) la que es,
con mucho, más importante.
Debemos prepararnos para mirar al universo del mismo modo. Es cuestión de cambiar nuestra perspectiva "de afuera
hacia adentro" en "de adentro hacia afuera". En lugar de mirar primero la capa externa, y después viajar hacia adentro,
debemos aprender a ver la capa interior como nuestra fuerza primordial. Y debemos cultivar la experiencia de esta capa
al punto donde podamos usarla para informar a la capa exterior.
No es una tarea simple, pues pasamos todas nuestras vidas mirando al universo de afuera hacia adentro. Al principio,
puede parecer imposible llegar a conocer a un Di-s que es tan diferente de nosotros. Pero Di-s nos dio la capacidad de
hablar sobre Él, y nos dijo que debemos hacerlo. Podemos encontrar a Di-s dentro de nosotros, y podemos inclusive
encontrar al Di-s que está muy por encima de nosotros.
Es nuestro deber, y nuestro mayor desafío, reconocer la diferencia entre la realidad humana y la realidad Divina, y
aceptar las oportunidades que Él nos ha dado de transportarnos de un plano al siguiente.
¿Cómo nos relacionamos con Di-s?
Para encontrar a Di-s, debemos aclimatarnos lentamente al crecimiento espiritual. Debemos ascender paso a paso hasta
que podamos empezar a ver el universo desde una perspectiva espiritual y, en última instancia, desde la perspectiva de
Di-s. Este viaje completa el círculo de nuestra misión cósmica: empezar en Di-s y terminar en Di-s, concretando de ese
5. modo la visión de nuestro Creador.
El primer paso en este proceso es simplemente reconocer una realidad que es mucho más grande que nosotros, y
reconocer que nuestra realidad no es real en sí; es sólo una extensión de la energía divina. El segundo paso es hacer de
este mundo una cómoda morada para Di-s. Por fin, unimos ambas realidades, la nuestra y la de Di-s.
Lo logramos viviendo una vida material al servicio de un objetivo espiritual: haciendo realidad nuestra alma, nuestra capa
más interna, para que dirija a nuestros cuerpos, nuestra capa externa, hacia un objetivo más alto. Una persona puede
pasar el noventa por ciento de su vida comiendo, durmiendo, ganándose la vida, divirtiéndose, y en general atendiendo a
sus necesidades materiales. Pero si todo esto se hace para dedicar el restante diez por ciento a la plegaria, el estudio, la
caridad y otras tareas Divinas, entonces esa persona está transformando activamente la naturaleza misma de su
realidad física.
Al abrir nuestra mente a una nueva posibilidad -que toda realidad humana no es sino una pequeña parte de una realidad
abarcadora- podemos exceder los límites de la existencia humana. Empezamos aprendiendo a pensar como Di-s mismo.
Aprendemos a abarcar la fe y la razón, la independencia y la unidad. Una vez que nos hemos alzado por sobre los
límites del pensamiento humano, podemos incorporar este conocimiento más alto en nuestras vidas físicas: en nuestra
lógica, nuestras emociones y, más importante, en nuestra conducta. Como nos instruyen los sabios: "Como Di-s es
piadoso, así tú debes ser piadoso. Como Di-s es compasivo, así tú también debes ser compasivo (Talmud, Shabat 133b.
Sifrí sobre Deuteronomio 11:22. Maimónides, Código de Leyes, Leyes de la Conducta Adecuada 1:6). Esa conducta
Divina crea una unidad entre el hombre y Di-s; para lograr esta unidad es que fuimos puestos en la Tierra. Nuestra
perspectiva misma del mundo empieza a cambiar; empezamos a percibir la "luz" dentro de la "caja". Reconocemos a Di-
s en todo lo que nos rodea. Cuando comemos, comprendemos que nos estamos alimentando con fines constructivos y
Divinos. Comprendemos que cada objeto tiene un objetivo divino más grande que la mera consumación de nuestras
necesidades. La mesa es para estudiar, la sala es para sostener conversaciones importantes. El trabajo ya no es un
medio de ganarse la vida, sino una oportunidad de comportarse de modo más ético y moral, y de introducir a Di-s en
nuestro mundo. Un médico reconoce la maravilla divina dentro del cuerpo humano y un ingeniero ve en su trabajo un
reflejo del plan y la unidad divinos.
Y por último, aprendemos a ser sensibles a la divina providencia. Reconocemos que todo, desde la agitación de una hoja
en el viento al movimiento de las galaxias, es impulsado por la mano de Di-s. En lugar de mirar la vida desde afuera,
aprendemos a mirarla desde adentro. La próxima vez que hagamos un viaje de negocios o de vacaciones, no nos
preocuparán los aspectos triviales o externos de la gente que encontremos o las cosas que veamos. En lugar de eso,
examinaremos nuestra vida a un nuevo nivel de realidad, y nos preguntaremos: ¿Por qué Di-s me trajo aquí? ¿Qué
lección más profunda debo aprender de este encuentro?
A medida que aprendemos a buscar el sentido en todo lo que pasa en nuestra vida, encontraremos que nuestra vida
misma se hace más significativa. Las interacciones cotidianas, por triviales que sean, toman nuevo significado. Cuando
empezamos a separar las muchas capas que ocultan la realidad Divina, nuestro intelecto y percepción sensorial se
hacen más agudos. El mundo real empieza a emerger, ya no amortajado en la confusión y la oscuridad, sino bañado en
la luz del conocimiento superior.
En ese punto, logramos una hazaña sin precedentes: A la vez que mantenemos nuestra existencia, nos reconocemos
como una manifestación de lo Divino. Además, introducimos una energía nueva en este mundo "inferior"; ayudamos a
revelar la esencia de Di-s en un universo que originalmente se vio a sí mismo independiente y opuesto a Di-s.
Reconocemos que nuestro mundo, que siente que no tiene causa, pudo haber sido traído a la existencia sólo por un Di-s
indefinido e indefinible, que no tiene causa.
Para lograr todo esto, el divino arquitecto dio un plano, un mapa de ruta que ilumina los muchos senderos tortuosos y
oscuros del mundo. Este mapa de ruta es la Biblia, que le da a la humanidad las instrucciones para llevar una vida
significativa y productiva. Nos da la perspicacia para ver más allá de las capas externas de nuestro universo físico y ver
lo Divino que hay adentro. Nos muestra las buenas acciones que cada persona debe realizar, los medios por los cuales
refinar nuestras vidas y nuestro ambiente. Todo ser humano tiene un pequeño rincón del universo material que debe ser
refinado y preparado como hogar para Di-s. Ya sea un médico o un científico, un empleado o un camionero, un padre o
un maestro. Y cuando todo el universo llega a comportarse de acuerdo con las intenciones de su creador, entramos a la
Era Mesiánica: el tiempo de la redención y la revelación de lo Divino en todo el universo.
Suspendiendo nuestros impulsos egocéntricos y tendiéndonos hacia Di-s, no nos volvemos menos, sino más. Dado que
nosotros y todos nuestros empeños materiales son pasajeros por naturaleza, también lo son todas nuestras
recompensas y objetivos materiales. Cuando vinculamos nuestras vidas a una realidad que es real y eterna, todas
nuestras actividades y logros se vuelven más reales y eternos. Recordemos: Di-s nos creó a cada uno con capacidades
únicas. La misión que hemos sido elegidos para cumplir en esta tierra no puede ser cumplida por nadie más que
nosotros; es nuestra responsabilidad hacernos conscientes de nuestra misión y canalizar todas nuestras energías en esa
6. dirección.
Paradójicamente, nuestra vida se vuelve significativa sólo cuando descubrimos lo carente de sentido que es por sí
misma, en relación a la existencia de Di-s. Pero en última instancia, una vez que alcanzamos la perspectiva de Di-s,
vemos que la vida no podría tener más sentido.
Solemos oír a gente que cuestiona la existencia de Di-s. Quizás alguno de ustedes sea uno de ellos. Es interesante
notar que mucha gente tiende a cuestionar la existencia de Di-s con mucho más rigor que cuestionan muchos otros
aspectos de sus vidas. Pensemos en la frecuencia con que nos apoyamos en el saber especializado de otros para
determinar nuestras decisiones vitales. Aceptamos el juicio de médicos y científicos. Aceptamos el consejo de gente que
nos dice cómo comer y dormir, cómo jugar y trabajar, cómo vestirnos y cómo comportarnos. ¿Con cuánta frecuencia
pedimos examinar la investigación básica en que se apoya el diagnóstico del médico, o pedimos inspeccionar la cocina
del restaurante donde comemos?
Pero cuando se trata de Di-s, somos mucho más escépticos. ¿Por qué de pronto nos ponemos tan rigurosamente
lógicos? ¿Será que tememos la enorme responsabilidad que estamos aceptando cuando nos embarcamos en nuestra
misión divina de llevar una vida productiva y plena de sentido?
La gente hoy habla cada vez más sobre Di-s, sobre la necesidad de volver a una busca de valores más altos y mayor
conciencia de nuestra misión espiritual en la Tierra. Todo este discurso está bien intencionado; ahora es hora de hacer
algo al respecto.
Dejemos entrar a Di-s en nuestra vida. No cuesta mucho. Di-s sólo nos pide una pequeña abertura, el ojo de una aguja,
a través del cual Él nos proveerá la más amplia entrada a una realidad absoluta. Dediquemos apenas un pequeño rincón
de nuestra vida a Di-s, pero usemos ese rincón para ese solo fin.
Somos la generación que completará el proceso de traer a la conciencia la presencia de Di-s en el mundo. Alcemos por
fin la cortina que ha ocultado la presencia de Di-s tanto tiempo. Estamos cansados de la mascarada. Hemos estado
esperando, y Di-s ha estado esperando. No Lo hagamos esperar más.