Una entidad pequeña aceptablemente gestionada en su riesgo de interés y en el equilibrio de activos y pasivos puede verse sometido a vaivenes imprevisibles como consecuencia de la huida de pasivos hacia bancos de mayor tamaño. Ha sucedido en Estados Unidos y comienza a verse en Europa.
Situación y Perspectivas de la Economía Mundial (WESP) 2024-UN.pdf
¿PELIGRAN LOS BANCOS PEQUEÑOS Y MEDIANOS?
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¿PELIGRAN LOS BANCOS MEDIANOS Y PEQUEÑOS?
Manfred Nolte
La banca es un sector ‘sui generis’. Los ciudadanos depositan dinero en el banco
hoy porque están seguros de poder sacarlo mañana. Para el cliente, cien euros
depositados en su entidad están tan seguros como un billete de cien euros en su
cartera. Si se acerca al cajero automático a cualquier hora del día o de la noche,
espera sin titubeos que se le reembolsen los euros tecleados. Profesa una
confianza inocente en su Institución.
El banco, por su parte, no coloca todos los euros ingresados en una caja fuerte a
la espera de que los vayan disponiendo sus propietarios. Si así fuera perdería
dinero. El banco utiliza las entregas de sus depositantes para conceder préstamos,
comprar bonos o inmuebles, participar en empresas, especular en divisas y otros
destinos legítimos y obtener así unos rendimientos asociados a diferentes grados
de riesgo. La experiencia de décadas le ha enseñado que basta con reservar una
liquidez simbólica para las personas que necesitan efectivo. Esa fracción se llama
coeficiente de caja.
Pero no todo el mundo sabe que, si todos los depositantes pidieran de golpe que
les devolvieran su dinero mañana, el banco no lo tendría. Todos confían en que,
si reclaman la totalidad de su dinero, el banco lo tendrá. Por ello, en su mayoría,
no lo piden, así que cuando lo hacen solo algunos, el banco sí lo tiene. La
confianza genera virtualidad. Cuando aquella desaparece, se desatan colas
histéricas de clientes a la búsqueda de un dinero que es suyo y cuya desaparición
o merma temen. O en la era digital, cuando se acumulan cientos de miles de
solicitudes de reintegros en una corta fracción de tiempo. Cuando la caja de
termina, acaban los reembolsos y la entidad suspende pagos.
De modo que los depositantes solo quieren recuperar su dinero rápidamente
cuando no confían en sus banqueros. Y cuando se trata de confianza, Silicon
Valley Bank (SVB) y Credit Suisse no se hicieron acreedores a ella.
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Aunque la actuación del sistema financiero parezca acercarse al límite de lo
fraudulento, con el mecanismo descrito se cumple, sin embargo, una importante
función económica basada milagrosamente en la mera dispersión estadística: la
de acometer proyectos a largo plazo -conceder un hipotecario a veinticinco años-
que los clientes uno a uno no podrían realizar, porque el banco ha diversificado
el riesgo de liquidez -en realidad el riesgo de interés- entre una vasta suma de
depositantes. Como es lógico, y como es el caso en todos los planos de la vida, en
la proporción y en la mesura aplicada a la dispersión señalada se halla la virtud,
la virtud financiera. Por si la aurea medianía no fuera suficiente las legislaciones
de los distintos países regulan con mayor o menor minuciosidad todos los
aspectos que hagan de un balance bancario un espejo de prudencia que preserve
los intereses del cliente por encima de cualquiesquiera otros, incluso por encima
del interés de los accionistas del Banco.
Por si todo lo anterior no constituyese un mecanismo apto de seguridad, otras
regulaciones establecen compensaciones directas de los estados a los
damnificados en casos de insolvencia de una entidad financiera. La normativa
europea fija el límite de indemnización en 100.000 euros por depósito. La
estadounidense lo establece en 250.000 dólares. Una indemnización razonable
que obliga a los propietarios de grandes sumas de liquidez -exceptuadas de dichos
pagos- a seguir con cautela los avatares de cada entidad en la que depositen sus
sumas.
Sigamos ahora con una pretensión asombrosa.
En los Estados Unidos, tras el colapso de Silicon Valley Bank y la crisis en First
Republic, una coalición de bancos medianos solicita del gobierno, que para
preservar la confianza en una situación como la actual, de elevada turbulencia, se
extienda el seguro de depósitos a todas las cuentas, sin límite de importe. La
comisión europea estudia algo similar. Se trataría de generalizar la excepción
puntual ya aplicada al SVB.
La propuesta es la réplica a una mala praxis real. Un banco bien administrado
debe conocer los estragos que acarrea un exorbitado riesgo de interés. Algunos
bancos pequeños y medianos no lo han hecho y quizás alguno grande tampoco.
El riesgo de interés podría haberse gestionado mediante la adquisición de bonos
a corto plazo o mediante la cobertura en mercados de derivados. Pero la pregunta
está en que, si bien existen instrumentos del Tesoro a corto plazo, no parecen
estar disponibles en cantidad suficiente para compensar toda la deuda bancaria
inmovilizada a largo plazo y reducir así la duración excesiva de sus balances.
La pretensión de este grupo de bancos presentaría dos características que
acabarían de un plumazo con el sistema financiero que hoy conocemos. De un
lado nos encontraríamos con un sector que sería la mera elongación del Estado
con todas las consecuencias que ello acarrea. De otro, la medida introduciría en
la industria bancaria un componente de riesgo moral que lo lanzaría a una
actividad dictada por la irresponsabilidad. Algo sin sentido y, en su consecuencia,
imposible. Es, además, muy dudoso, que la introducción de dicha medida
reforzase la necesaria confianza de los clientes en las entidades bancarias. Más
bien sería al revés y podría dar lugar a una explosión del atesoramiento.
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El riesgo moral se refiere a una situación en la que el riesgo está separado de la
recompensa. Se produce cuando las ventajas del modelo se las lleva en exclusiva
el sector privado mientras que los inconvenientes se cubren con los presupuestos
públicos y los bancos centrales, es decir, con recursos de la sociedad.
No cabe en cabeza alguna promocionar el modelo demandado. De momento los
depositantes harán bien en revisar periódicamente el balance de su banco. No hay
nada que aliente tanto la confianza en un banco como un balance saneado,
derivado de unas prácticas prudentes, y de una transparencia impecable.
Todo lo anterior no está reñido con las distorsiones que se han producido en el
mercado de una forma exógena y atípica. Una entidad pequeña aceptablemente
gestionada en su riesgo de interés y en el equilibrio de activos y pasivos puede
verse sometido a vaivenes imprevisibles como consecuencia de la huida de
pasivos hacia bancos de mayor tamaño. Ha sucedido en Estados Unidos y
comienza a verse en Europa.
En este caso los Bancos centrales deben desplegar una agresiva política de
liquidez para evitar que lo que ahora se muestra como un moderado temblor
financiero se convierta en una nueva catástrofe.